3 La conspiración. José Antonio y el alzamiento de julio. La indecisión de Franco. Mola, el director. Fusilamiento de José Antonio. Sus consecuencias políticas Saña. Un gran sector de la derecha no había aceptado nunca el régimen constitucional nacido el 14 de abril de 1931. Al producirse, tras el fracaso del bienio negro, la victoria electoral del Frente Popular, en febrero de 1936, los enemigos de la República decidieron intensificar y acelerar sus planes subversivos. Siguiendo la tradición golpista del siglo XIX, la máquina conspirativa de la reacción pasó a ser dirigida por los militares, el único grupo que estaba en condiciones técnicas de consumar el «putsch». Por su posición clave dentro de los círculos que se disponían a derribar la República, usted tuvo ocasión de vivir muy de cerca el proceso insurreccional. Hay todavía muchos aspectos importantes del alzamiento de julio que precisan aclaración. Serrano. En el fondo, los generales no sabían exactamente lo que iba a pasar. No tenían un plan exacto de acción. Había en el complot mucho de improvisación y aventura. Porque a pesar de lo que se ha dicho de que algunos militares aceptaban y contaban con la guerra civil, la mayor parte de militares importantes que conducían la conspiración creyeron en la posibilidad de triunfar... Saña. ¿Sin guerra? Serrano. Sin guerra. Creyeron en la posibilidad de triunfar con un golpe militar. Saña. Tipo pronunciamiento. Serrano. Franco y Mola sabían que esto no iba a ser tan fácil como en otras ocasiones, pero creyeron que podía ser cosa de quince días, aunque se perdiera Madrid. Saña. En el fondo, sus cálculos no eran desacertados. Si la rebelión militar se transformó en guerra civil no fue por la resistencia ofrecida por el aparato oficial del gobierno, sino por la acción espontánea de las masas obreras, que exigieron armas y se convirtieron en los verdaderos defensores de la República. Por cierto, ese pueblo español tan despreciado a menudo por los pueblos cultos de Europa, fue el único que tuvo el heroísmo de levantarse en masa contra el fascismo. No se puede tener a la vez un temple numantino y un alma de tendero. Serrano. Como decía, los generales no tenían una idea muy clara de lo que iba a pasar. Contaban con que un buen número de ciudades caerían en sus manos, pero que otras no. Mola sobre todo daba Madrid por perdida. Mola tuvo también grandes dudas sobre Barcelona, entre otras cosas porque su hermano Ramón -que era de la Guardia Civil- le vio pocos días antes en Pamplona y le hizo un informe muy realista diciendo que aquello estaba perdido. Saña. El golpe militar corre el riesgo de frustrarse por dificultades internas de los propios conspiradores. Hubo por ejemplo la indecisión de Franco, destinado a jugar un papel clave en la rebelión. Ahí está su carta de 23 de junio de 1936 a Casares Quiroga ofreciéndose sin disimulos a solventar la peligrosa situación en que se hallaba el Ejército en relación a la República. Hamlet no hubiera podido dudar tanto como el futuro Caudillo. Serrano. No sólo la carta a Casares, sino el mensaje cifrado que en los primeros días de julio del 36 hace llegar a Mola a Pamplona (el «Director», como se le llamaba en la conspiración), a través de la señorita Medina, agente importante de enlace entre los conspiradores de Madrid y Mola. En este mensaje Franco declara que la situación no está madura, y en el papelito que la mensajera llevaba metido en el cinturón, dice escuetamente: «Geografía de Tetuán insuficiente». (Se refiere al aeropuerto de Tetuán, que era el lugar que Mola le había señalado en sus instrucciones para aterrizar en Marruecos.) Mola, como es lógico, tuvo una reacción intempestiva, y sin poder contenerse, lanzó un exabrupto y el papelito furioso contra el suelo. Pero en seguida recobró la serenidad, dio excusas a la mensajera por su actitud y ordenes a Félix Maíz, como hombre de su máxima confianza entre los colaboradores civiles, para que se trasladara a Bayona -o donde fuera- en busca de Ansaldo, para que éste volara con Sanjurjo a Marruecos y ocupara el puesto de Franco. «Porque esto -añadió- no hay quien lo pare.» Saña. Pocos días después se produce el asesinato de Calvo Sotelo. Serrano. Es este acontecimiento el que decide a Franco a abandonar su actitud dilatoria y a comprometerse de firme en el alzamiento. Si no se hubiera producido la muerte de Calvo Sotelo, a lo mejor no hubiera habido 18 de julio. Saña. Nos hallamos ante un caso típico de lo que Hegel llamaba el ardid que la razón universal utiliza para cumplir sus planes históricos. En este contexto, es inevitable que surja el nombre de José Antonio, cuya muerte fue quizá también otro ardid de la razón. El 13 de marzo de 1936, el fundador de la Falange es detenido en su domicilio de Serrano, 90. En el piso se halla casualmente Narciso Perales, que antes de dejar entrar a los policías aconseja a José Antonio -que estaba afeitándose- que huya por una puerta trasera y no se deje apresar. José Antonio le dice: «No se atreverán a detenerme». Este error de cálculo o exceso de confianza en sí mismo le costará la vida. Cuando se ultiman los preparativos de la rebelión contra la República, José Antonio se halla en la cárcel. Usted tuvo ocasión de verle y hablar con él varias veces. ¿Cuál era la posición de José Antonio con respecto al golpe militar? Serrano. José Antonio tenía poca confianza en los militares. Pero él -y yo creo que tenía razón- pensaba que el comunismo iba a abrirse camino rápidamente. Saña. El comunismo era en España entonces un movimiento subalterno, carente de fuerza sindical y apoyo popular. Serrano. Pero a pesar de ello, José Antonio creía que siguiendo las cosas como iban, la República burguesa no tenía nada que hacer para frenar la bolchevización de España. Y él consideraba que ese proceso de disolución de España había que atajarlo. Era partidario de una intervención militar para impedir la marxistización del país. Veía la intervención militar como una «operación quirúrgica» -era ésta la expresión que repetía-, precisamente para evitar la guerra civil. Decía: «Hay que hacer la operación quirúrgica, lo menos cruenta y larga posible, pero hay que hacerla». Sabía que una rebelión de los militares no sería una repetición del pronunciamiento de su padre en septiembre de 1923, pero confiaba en que si se actuaba con energía, rapidez y habilidad, no degeneraría en guerra civil. Saña. Son perfectamente conocidas las cartas de José Antonio a Franco, pero no del todo su opinión sobre las cabezas militares más representativas de la conspiración. Serrano. José Antonio pensaba en tres generales para dirigir el golpe, por este orden: Mola, Franco y Goded. Al que más apreciaba era al primero. Decía de él: «Mola no parece un general español; trabaja con el método de un alemán». De Franco valoraba sus dotes de mando pero no le tenía simpatía. En tono despectivo comentaba: «Este Franco con su ceceo no hace más que señalar errores o conveniencias en el orden militar: el cañón del calibre tal, el comandante cual, todo anecdótico, sin entrar en el perfil de una línea política». Con respecto a Goded, sabia que era el más ilustrado de todos, pero no le quería -me decía- porque había conspirado contra su padre. Saña. ¿En qué se diferenciaban Mola y Franco? Serrano. En muchas cosas. Mola era un hombre metódico y ordenado. Franco menos. Vea usted las fotografías de su despacho, con la mesa de escribir llena de carpetas. A veces no encontraba los papeles que buscaba. Franco no creo que hubiera sido capaz de organizar la conspiración que estalló en julio, como hizo Mola en medio de grandes dificultades. Hay que tener presente que las autoridades republicanas vigilaban estrechamente sus pasos en Pamplona. También en lo político se diferenciaban. Franco era honrado. Mola austero, un general con ideas sociales avanzadas, un socialista humanista. No había leído a Marx, naturalmente, pero era un populista. Hablaba del pueblo, de las necesidades del pueblo. Saña. Sus diferencias logísticas son conocidas también. Serrano. Ambos tenían sin embargo algo en común: su poca fe en los generales de Madrid, Villegas y Fanjul, a los que estimaban poco. Franco no creía en la capacidad de Fanjul. Saña. ¿Cuáles fueron las relaciones entre Mola y Franco? Serrano. Mola fue el hombre más leal que Franco tuvo en el Ejército. Mostró con él una lealtad y un desinterés admirables, pero le contradecía a menudo. Delante de mí le dijo muchas veces: «Que no, mi general; que estas equivocado». Saña. El levantamiento se produce sin la participación personal de José Antonio, que pocos meses después sería fusilado. El desarrollo de los acontecimientos confirmaría pronto lo que el fundador de la Falange había temido y declarado en diversos artículos: que el golpe de Estado se convirtiera en una operación al servicio de las derechas tradicionales. Durante el proceso contra él, en Alicante, José Antonio no se distancia del alzamiento, pero toda su preocupación es en estos momentos la de lograr un cese de las hostilidades y formar un gobierno de notables para pacificar a la nación, parecido, por cierto, al que usted propondría a Franco en 1945, terminada la Segunda Guerra Mundial. ¿Qué significó la muerte de José Antonio en estos momentos cruciales? Serrano. Si José Antonio hubiera llegado a la zona nacional en el momento propicio, no se hubiera producido la concentración de todos los poderes en Franco. Digo en el momento propicio, esto es, antes de que se hubiera podido montar el aparato de poder personal total. Hubiera habido un poder compartido. Saña. ¿No sobrevalora usted la capacidad de José Antonio para influir en el desarrollo de la zona nacional? He pensado siempre que de no haber sido fusilado, José Antonio se hubiera convertido pronto en una victima de Franco, que le hubiera marginado o condenado al ostracismo, o en el mejor de los casos, ofrecido un cargo meramente decorativo. Serrano. Que José Antonio no hubiera aceptado. Me alegro que toque usted ese tema porque me permitirá exponer una teoría completamente opuesta a la suya. Si José Antonio hubiera estado en la zona nacional, Franco no hubiese asumido el poder político, limitándose a ejercer las más altas funciones militares. Políticamente, la figura dominante habría sido José Antonio. No sobrevaloro, como usted piensa, la capacidad de José Antonio, la conozco. Su hipótesis de una posible marginación de José Antonio, señor Saña, no es nueva. Circulaba en el propio bando nacional. Los monárquicos me decían: «Mira, Ramón, déjate de tonterías. Si José Antonio viene aquí, se le fusilará». Y yo contestaba: «De ninguna manera». Si José Antonio hubiera venido, se hubiera impuesto. ¿Y sabe usted por qué? Saña. Sinceramente, no. Serrano. Pues por lo siguiente: la Falange pequeñita experimentó con la guerra una dilatación fantástica. ¿Qué ocurrió? Ocurrió que toda la gente de la zona nacional que podía salvarse de la quema se metía en la Falange, por ejemplo muchos anarquistas de la FAI y de la CNT. El general Cabanellas, que era muy simpático, me preguntaba siempre: «Oig, Serrano, ¿qué pasa con la "Failange"?». Como la doctrina social de José Antonio era de verdad importante, era avanzada, allí había una base popular extensísima, manipulable, y usted sabe como se manipulan las masas. No. Si a José Antonio no le hubieran fusilado, se hubiera impuesto en la zona nacional, porque si llega a estar desde el primer momento, Franco no hubiera podido acaparar el poder. Hasta que yo y el grupo intelectual que colaboró conmigo no dimos alas políticas, Franco era simplemente ese jefe militar duro que casi no conocía a la gente, que apenas sabía nombres. Si en este momento de desconcierto, llega José Antonio y empieza -con todo lo que se le había preparado- a seducir a aquella gente, a la juventud (de la que era el príncipe), se convierte en la figura política decisiva del Movimiento. Saña. Su tesis parece coherente. Serrano. Pero de añadidura, en el Ejército entonces, y luego –lo que pasa es que Franco ya se había montado el tinglado del poder-, había mucha gente que estaba de acuerdo con que Franco condujera y ganara la guerra, y que admitían que tenía en este punto más condiciones que otros, pero para un futuro de signo distinto, él ya no contaba con colaboradores de peso. Había otras circunstancias que abonan mi tesis. Mola estimaba muchísimo a José Antonio. Ambos se hubieran entendido perfectamente. Y había un partido militar de Mola, cosa que se explica bien, porque mientras mi pariente fue audaz e hizo cosas notorias como conductor militar, hasta el 13 de julio, hasta el asesinato de Calvo Sotelo, no se decidió. Por consiguiente, los militares con impaciencia y con afán político, estaban cansados de que no encontrara el momento. El jefe militar era Mola, el «Director», y tenía un partido importante. Añada a esto los restos del primorriverismo, los militares que habían estado siempre con don Miguel y que no entendían más que de Primo de Rivera. Por tanto, si llega José Antonio, cuenta con la base popular de la Falange, una parte importante del partido militar de Mola, los generales jóvenes y ambiciosos como Yagüe, Asensio, Barrón, todos ellos falangistas. De manera que si José Antonio llega con oportunidad -no cuando Franco era ya el gran poder política-, se hubiera impuesto. Uno de los más graves errores que cometió la República fue el fusilamiento de José Antonio. A la República le hubiera sido mucho más útil un José Antonio vivo que un José Antonio muerto. De eso no cabe la menor duda. El propio Indalecio Prieto lo comprende. Eso fue un error tremendo de la República y una desgracia para España. Saña. Aquélla era, como usted sabe por su propia experiencia, una época de pocas matizaciones, dominada por el odio. Marx, que se interesó siempre mucho por las cuestiones españolas, hablaba ya de la «indiferencia española por los derramamientos de sangre». Serrano. No había matiz alguno. Saña. En sus Memorias Prieto declara que tras el fusilamiento de José Antonio, el comandante militar de Alicante, coronel Sicardo, le mandó los efectos personales del difunto, entre ellos el testamento, del que envió una copia a usted, como albacea. ¿Recuerda haberla recibido? En caso afirmativo, ¿cómo llegó a sus manos? Serrano. Nunca recibí los papeles que menciona Prieto, ni tampoco ningún mensaje suyo. Deduzco que Prieto habló de este asunto con Raimundo Fernández Cuesta, antes de que éste fuera canjeado. Prieto me conocía personalmente, y conocía mis vínculos con José Antonio. No es descartable que le diera a Fernández Cuesta algún encargo para mí, ni que al llegar éste a la zona nacional no me lo transmitiera. Saña. José Antonio no era sólo uno de los grandes representantes de la España nacional, sino de lo que los republicanos o rojos llamaban la España fascista. En esta atmósfera de simplificaciones, José Antonio era el líder de los fascistas españoles, y aunque sería injusto confundirle con un Hitler o un Mussolini -como escribí en una serie de artículos publicados en 1969 bajo el título de «La Falange, a examen»-, José Antonio era inexplicable sin el contexto fascista de la época. Serrano. Era un fruto de ese clima. Saña. En este sentido era un poco fatal que se le fusilara, aunque creo como usted -sin ser por supuesto joseantoniano- que fue un error ejecutarlo. Serrano. Fue una lástima que con aquel crimen desapareciera un hombre de su valía, lleno de posibilidades nacionales. Saña. Pero arrastrando todavía ideas muy confusas y peligrosas en manos de hombres menos preparados y equilibrados que él. La imagen que las clases trabajadoras tenían de él era -equivocada o no- la de un señorito fascista. Esa misma idea era compartida por los jonsistas. Eso me contaba hace años uno de ellos que le conoció, Javier Martínez de Bedoya. Y ya sabe usted los ataques despiadados de Ramiro Ledesma Ramos contra él, en su libro Fascismo en España. Serrano. Mire usted, él estaba en una evolución permanente. En su discurso ante el Tribunal Popular, aparte de lo que hubiera de treta o recursos legítimos de abogado, allí muchas de las cosas que él dijo es lo que estaba pensando del pueblo. Se había dado cuenta de que lo importante era el pueblo. Saña. Reconozco que es un discurso emocionante y lleno de buenas intenciones, pero su imagen política estaba ya precondicionada por su actuación anterior. La tragedia de José Antonio y en el fondo de la Falange -no hablo de la Falange pistolera y asesina, sino de la Falange romántica-, fue la de que José Antonio, siendo por su sensibilidad social y otras virtudes un hombre próximo a la izquierda (nunca dejó de reconocer la parte que ésta tenía de razón), irrumpe en un momento histórico en que el pueblo está ya integrado en los partidos de izquierda (anarquistas, socialistas, comunistas, trotskistas), y toda su lucha es una tentativa impotente para reconquistar a unas masas que están ya militando en movimientos con los que él no puede identificarse plenamente por sus orígenes familiares, su visión religiosa del mundo y su culto a los valores nacionales. Esa fue su tragedia. Serrano. Probablemente. Saña. José Antonio tenía alguna fe en los militares, en la juventud y en el pueblo, pero sus relaciones con los grandes jefes de la derecha fueron siempre frías y críticas. ¿Qué opinaba de Calvo Sotelo y de Gil Robles? Serrano. A José Antonio, Calvo Sotelo le causaba una profunda irritación, entre otras cosas a causa del corporativismo. Reconocía sus cualidades como administrador de talento, pero decía de su política que era una «camelancia».Y lo mismo le pasaba a José Antonio con Gil Robles, el hombre de «Estos son mis poderes», «A por los trescientos», «Jefe, jefe, jefe», «El jefe no se equivoca», etcétera. José Antonio entendía el totalitarismo como una ideología al servicio de una verdadera revolución social. Desde el punto de vista social, José Antonio estaba tan avanzado como podían estarlo los socialistas, y en ocasiones más. Saña. Depende de que socialistas. Serrano. Lo que ocurre es que él quería hacer esto compatible con el respeto al sentido espiritual de la tradición española, a los valores morales y no a los valores bursátiles. Era pues lógico que se burlara de la postura política de Gil Robles, que manejaba -decía él- la retórica autoritaria y totalitaria sin serlo auténticamente y por razones de oportunismo. José Antonio decía: «Esos quieren hacer un pastel de liebre sin liebre».