Él es esa ansiedad que en medio de la noche embravece mi mar preguntándome dónde encontraré la paz, dónde estará mi Norte. 23 Junio XII Domingo del Tiempo Ordinario ÉL ES ESA ANSIEDAD Zac 12, 10-11; 13, 1 l Volverán sus ojos hacia mí, al que traspasaron. Sal 62 l Mi alma está sedienta de ti, Señor, Dios mío. Gál 3, 26-29 l Cuantos habéis sido bautizados, os habéis revestido de Cristo. Lc 9, 18-24 l Tú eres el Mesías de Dios. El Hijo del hombre tiene que padecer mucho. Él es esa tristeza que en mi cuerpo se esconde, sube como la hiedra desde oscuros rincones anhelando su meta de luz y de horizonte. Él es eso intangible que está en mis emociones trascendiendo mis límites, mis penas y mis goces, y me acerca al origen de la vida y del hombre. Él es el que me inquieta, me nombra, me conoce, está viva su huella en todos mis rincones. Él es lo que en mí reza cuando todo se rompe. Emma - Margarita Monasterio de Nuestra Señora de la Piedad Dominicas Contemplativas Palencia dominicaspalencia@dominicos.org www.diocesispalencia.org medios@diocesispalencia.org Tú eres el Mesías de Dios. El Hijo del hombre tiene que padecer mucho U na vez que Jesús estaba orando solo, lo acompañaban sus discípulos y les preguntó: «¿Quién dice la gente que soy yo?». Ellos contestaron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías, otros dicen que ha resucitado uno de los antiguos profetas». Él les preguntó: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Pedro respondió: «El Mesías de Dios». Él les prohibió terminantemente decírselo a nadie, porque decía: «El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día». Entonces decía a todos: «Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz cada día y me siga. Pues el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará». Lucas 7, 36-8, 3 vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Ante esta pregunta de Jesús acuden a « Y nuestros labios, como una lección bien aprendida, la respuesta de nuestro Credo. En primer lugar, porque las palabras de esta respuesta son las mismas que Dios sabe y nos inspira, las que él mismo hace nacer en el corazón y en los labios de Pedro y por las que manifestó su satisfacción. No podemos cambiar nada del mismo, y sin él, cualquier otra palabra, por muy interior que sea, al no ser la del Evangelio, solo sería una ilusión. han sido prestadas por el mismo Dios misericordiosa y gratuitamente. l les preguntó: “Y vosotros, « É ¿quién decís que soy yo?” Pedro tomó la palabra y dijo: “El Mesías de Dios”. Él les prohibió terminantemente decírselo a nadie». Todavía no había llegado el momento de darlo a conocer. P ara que los discípulos no se engañen sobre el sentido de su misión hace una importante precisión: El Hijo del Hombre debe padecer y morir. A los tres días resucitará. Jesús revela el misterio de su muerte y resurrección a personas que ha escogido y quieren seguirle. Aquí les dice con claridad y sin equívocos cómo hacerlo: «El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo». uién me librará de este cuerpo de muerte?», exclama San Pablo, pensan«¿ Q do en las esclavitudes de todo género que acechan al hombre y le imponen una servidumbre que no quiere: la de la pasión, la del pecado, la de la muerte. De todo esto nos libra Cristo. Someterse a Cristo es, en verdad, sacrificar no la libertad, sino la esclavitud: «El que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará». N osotros, pues, podremos atrevernos a hablar de nuestra propia experiencia a condición de decir y repetir primero humildemente esta palabras aprendidas, recibidas. Estas palabras que la Iglesia enseña a sus hijos en el Símbolo de la fe y en la liturgia son el punto de encuentro de nuestra fe con los otros en Cristo. No son mágicas, son divinas. No se han construido artificialmente para entendernos con Dios: nos ¿Hemos descubierto a Jesús como el que tenía que venir a nuestras vidas a liberarnos de tantas esclavitudes? l l ¿Seremos capaces de desprendernos de lo inútil para seguir a Cristo “ligeros de equipaje”?