La arqueología celeste de Jorge Eduardo Eielson

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La arqueología celeste de Jorge
Eduardo Eielson
Jorge Fernández Granados*
jfgranad@prodigy.net.mx
El mismo año en que el primer vehículo humano tripulado llegaba a
la Luna (1969) un imaginativo artista latinoamericano envió una carta
a la nasa, donde proponía la colocación de una escultura en el
satélite terrestre. La propuesta, por razones acaso más políticas que
técnicas, no prosperó. Poco después, el mismo artista hacía una
petición aún más insólita a la Agencia Espacial norteamericana:
dispersar sus cenizas funerales en la Luna. Este último proyecto aún
podría cumplirse.
Ese artista latinoamericano era Jorge Eduardo Eielson, quien
radicaba desde hacía veinte años en Europa cuando hizo estas
propuestas extraterrestres y era apenas conocido, además de por
sus esculturas, por su obra plástica, sus instalaciones, sus
performance, alguna novela todavía inédita por entonces, unas
cuantas obras de teatro y, particularmente, por sus poemas. El dato
no pasaría de ser una anécdota algo descabellada si involucrara a
otro personaje; pero en el caso de Eielson es bastante revelador.
Para un espíritu como el suyo el cielo, entre muchas otras cosas, es
un gran lienzo o una página interminable. ¿Qué mejor destino para
un poeta que volverse un signo entre los signos? Y en el caso de
Eielson los signos tienen que ser celestes.
En efecto, pocos artistas han planteado con tal coherencia la vida
como una poética y han querido hacer de su existencia una obra de
arte como este artista de origen escandinavo-español, nacido en el
Perú y radicado desde hace tiempo en Italia. Si bien su Poesía
escrita es un cuerpo único y unido, por sí mismo de un significado
capital en la poesía hispanoamericana, no se puede leer la obra
poética de Jorge Eduardo Eielson sin vincularla, contraponerla o
prolongarla de alguna manera junto con el resto de las expresiones
estéticas en las que ha incursionado, puesto que la particularidad que
la distingue es justamente su integridad, es decir, la preexistencia de
un todo del que ella se desprende y al cual es imposible transcribir
con un solo lenguaje. El lenguaje del arte, para él, tendría que ser la
suma cabal de los lenguajes o la percepción de una realidad total a la
que cada uno de estos lenguajes quiere aproximarse por sus propios
medios. Esa totalidad requiere, también, una ética, una continua
atención de todos los sentidos, incluso una forma de vida y una
permanente búsqueda de sus posibles nuevas codificaciones: “...tal
vez mi aparente quehacer múltiple no es más que uno solo: la
paciente obra de alguien que emplea diversos códigos lingüísticos
(plásticos, sonoros, verbales) para urdir una especie de red, siempre
más estrecha, a fin de aferrar la evanescente realidad última...”1
Hay que tener en cuenta que esta misma Poesía escrita (nombre
con el que ha reunido desde hace casi treinta años todos sus libros
de este género en un solo volumen) es más que una finalidad un
proceso abierto. Basta revisar las sucesivas versiones de esta obra y
la curiosa “exhumación” que Eielson ha llevado a cabo poco a poco
de sus partes, escritas algunas de ellas décadas atrás. La primera
edición fue publicada en Perú en 1976 y casi se podría decir que fue
a partir de entonces que este autor comenzó a ser leído más
ampliamente, ya que antes sólo había publicado tres breves libros en
su país natal: Reinos (una plaqueta dentro de una revista de historia
de 1945), Canción y muerte de Rolando (1959) y Mutatis mutandis
(1967). Las siguientes ediciones de Poesía escrita fueron publicadas
en México (Vuelta, 1989), Italia (Le Lettere, 1993), Colombia (Norma,
1998) y España (Ave del Paraíso, 2003). En todas ellas su autor ha
establecido variantes, adiciones y correcciones significativas. Pero
seguir la bibliografía de Eielson es una pista incierta, en la medida en
la que él mismo ha procurado ocultar o confundir estas huellas
editoriales. Uno de los datos que más sorprenden, por ejemplo, son
los años en que están fechados los diversos conjuntos de poemas
que componen este libro. La mayoría fueron escritos veinte o treinta
años antes de ser editados. Esto significa que a su autor le preocupa
definitivamente más escribirlos que darlos a conocer e, incluso, que
gusta de guardarlos un buen tiempo en secreto, como esos tesoros
de antiguas civilizaciones que oculta la selva o el desierto durante
siglos hasta que la arqueología los descubre y hay que replantear
entonces la historia conocida.
La obra poética de Jorge Eduardo Eielson, que en esta última
“excavación” se titula Vivir es una obra maestra [poesía escrita] es
por lo mismo un caso único en la literatura hispanoamericana
contemporánea. Este libro es sin duda un clásico. Pero un clásico
recién revelado. No es precisamente un poeta tardío pero su
precocidad (si nos atenemos a las fechas de escritura) resulta
deslumbrante y fue un secreto guardado casi medio siglo. ¿Por qué
esta decisión de diferir tanto los tiempos de escritura y de
publicación? ¿Por qué este “ocultamiento”?
El mismo año que Eielson envió sus cartas a la nasa llevó a cabo un
peculiar proyecto escultórico, titulado Escultura subterránea, el cual
consistía en “una serie de cinco objetos imaginarios e imposibles de
sepultar en diversas ciudades del planeta que habían sido
frecuentadas por él (París, Roma, Nueva York, Eningen y Lima). A la
media noche del 16 de diciembre, en el espacio de la galería
Sonnabend de París, se llevó a cabo la ‘inauguración’ de la Escultura
subterránea, con la presencia de Eielson, mientras en las otras
ciudades elegidas se desarrolló al mismo tiempo el ‘entierro’.”2 Este
inquietante proyecto de la Escultura subterránea, lo mismo que el de
la escultura colocada en la Luna o el de “ocultar” durante años para
luego “mostrar” sus libros de poemas es evidente que guarda ciertas
relaciones. La fascinación que este artista siente por lo visible es
equivalente a la que siente por lo invisible. Al punto que gusta tanto
de visibilizar lo invisible como de invisibilizar lo visible a través de su
arte. No hay que olvidar que Eielson, en lo visual, es un artista no
figurativo. Su obra es casi toda ella abstracta. Es decir, en ella
prefiere hacer “visible” lo abstracto (lo invisible). Sin olvidar que tanto
lo visible como su contraparte ordenan la realidad dentro de un
contrapunto. Visibilidad e invisibilidad juegan por lo tanto un papel
muy personal, complejamente provocativo en la medida que no
pretenden mostrar algo sino sólo cumplirlo. Un arte de la realización
más que de la exhibición.
“El ojo con el que veo a Dios es el mismo con el que Dios me ve a
mí” son las palabras del Maestro Eckhart que preceden al libro Sin
título de Jorge Eduardo Eielson. Nada es invisible finalmente. Lo
realizado es para siempre real, aunque desaparezca o aunque nadie
lo conozca todavía. El arte (parece advertirnos con esta cita) es un
asunto entre el artista y Dios. Por eso cuando Eielson proponía a la
nasa poner esa escultura en la Luna era coherente. Pensaba sobre
todo en esa mirada total y celeste, más allá de todo lenguaje; esa
mirada que no es ciertamente la de un espectador pero tampoco la
del artista. Una mirada mayor, pero que cuenta. Del mismo modo que
lo ha hecho con su obra poética, las partes de esa obra irán
apareciendo, como cenizas ya desde hace tiempo habitantes de la
Luna.
Notas:
[1] Jorge Eduardo Eielson, La scala infinita, Milano, Lorenzelli Arte,
1998 & Fórnix, 1 (1999); traducción de Renato Sandoval.
[2] Martha L. Canfield, "Apuntes para una biografía de Jorge
Eduardo Eielson" (traducción de: Guissela González), La casa
de cartón, OXY Revista de cultura, Lima, verano-otoño de 1995,
II Época, nº 6.
* Jorge Fernández Granados (México, 1965) es autor de
diversos libros de poesía Los más recientes son
Resurrección, El cristal y Los hábitos de la ceniza. Crítico y
poeta, su obra ha recibido los principales premios
nacionales de su país.
© Jorge Fernández Granados 2004
Espéculo. Revista de estudios literarios. Universidad Complutense de
Madrid
2010 - Reservados todos los derechos
Permitido el uso sin fines comerciales
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