Si hablando de lo urbano no podemos menos tía referimos a! campo —por la oposición campo ciudad— no es lo mismo el campo agrario, el campo industrial y el campo urbano. Este último no es simplemente el vacio. Tal es el presupuesto ideológico de los urbanistas, cuyo objetivo parece ser, sencillamente, llenar el espacio vacío. Managers y técnicos pretenden oscurecer lo que es el espacio urbano —un espacio político, ámbito y objeto de diversas estrategias, proyección del tiempo que actúa sobre él y que posibilita su dominación y la explotación a la que se le somete— reduciéndolo a un problema meramente técnico: el construir. Farenheit 72 Director de sección: F. PAGES LA REVOLUCIÓN URBANA Henri LEFEBVRE Alianza Editorial, Madrid, 1972. 198 págs. Si llamásemos a Lefebvre el filósofo de la sociedad urbana, probablemente este libro, publicado por Editiohs Galllmard en 1970, podría ser considerado como uno de los primeros intentos de síntesis, aún balbuciente e insegura. Ciertamente el titulo apuntado resultará exagerado, entre otras cosas porque el mismo autor no llega a definir con suficiente claridad lo que entiende por metafilosofla, que tal sería el método con que se debería abordar el fenómeno urbano. Lefebvre parte de la hipótesis de la urbanización completa de la sociedad. Es lo que otros han llamado la sociedad postindustrial, pero mientras este término apunta a una superindustrialización, aquél define un periodo en el que la ciudad predomina sobre el campo y los problemas derivados de lo urbano han venido a suplantar los provenientes del crecimiento y la industrialización. Se trata de una verdadera revolución, la revolución urbana, que según el autor será violenta o racional según el urbanismo se aborde ideológica o científicamente. Si pretendiésemos trazar la historia del fenómeno urbano, habría que remontarse a la polis griega, para pasar seguidamente a la ciudad mercantil y luego a la ciudad industrial. El fenómeno urbano no es, dice el autor, concretizable en ninguno de estos estadios, aunque hunda sus raices en ellos. A la ciudad industrial sigue una llamada zona critica, una especie de caja negra —aún en formación— en la que las ideologías, a menudo disfrazadas de técnicas, se disputan el dominio y la dirección de la ciudad: aquí es donde se detecta el fenómeno urbano. El libro de Lefebvre intenta analizar precisamente esta zona crítica. Una de las alabanzas que a la obra se pueden dirigir es que se plantea lo urbano no como una realidad consumada, sino como horizonte y virtualidad clasificadora, en otras palabras como una sociología de lo posible. Por ello precisamente no se pueden buscar en La revolución urbana análisis empíricos; a menudo .nos encontraremos una realidad sólo en el horizonte, que por tanto no puede ser sometida a las frías medidas habituales. De ahí que sea justificable la metafilosofla. Pero de ahí también la oscuridad del libro y la novedad del lenguaje. Dado que el fenómeno urbano es extremadamente complejo, Lefebvre llega a proponer la constitución de una universidad o al menos de una facultad de lo urbano. Varias ciencias lo abordan ya hoy día —algunas de ellas tan jóvenes como la semiología y la semántica— pero sus aportaciones quedan fragmentarlas. La principal dificultad que parece oponerse a este proyecto es la diversidad de lenguaje usado por los distintos científicos; esta dificultad se ha hecho palpable en las reuniones interdiscipllnares en las que nunca se ha podido elaborar una síntesis de provecho. Es en parte por esto por lo que el autor se pregunta si no será conveniente interrogar al fenómeno urbano, partiendo de toda la filosofía, pero teniendo en cuenta los conocimientos científicos; esto presentaría la ventaja de no cerrarse en ningún modelo excesivamente fijo, y por tanto limitado y subjetivista. Si bien el hombre, y por tanto el humanismo, quedan en la mente del autor como metas del estudio y ordenación de lo urbano, sin embargo, esto no tiene por qué significar ningún finalismo en sentido fljista. Lefebvre se opone tanto al marxismo oficial, como al funcionalismo, tanto al teilhardismo como a la teología humanista. La dialéctica sigue siendo imprescindible y puesto que no se puede dejar de lado la racionalidad tampoco podemos prescindir de la filosofía al analizar lo urbano. Ahora bien, ésta no será ni la filosofía aristotélica, ni la escolástica ni la fenomenología, sino la metafllosofla. ¿Qué es la metafllosofla? El autor no da más explicación que esta: un intento de visión de globalldad en el que la racionalidad filosófica acepta la colaboración de la racionalidad científica. Lo urbano, ya lo hemos dicho, no ha de confundirse con la ciudad, y a este fin el autor distingue tres niveles en dicho fenómeno: el nivel global en el que se ejerce el poder, el nivel mixto que es el de la ciudad en sentido corriente {calles, plazas, etc..) y el nivel privado que es el del habitar propiamente dicho. Existe tanto el peligro de que el primer nivel sea dominante —la fiebre de ordenación e industrialización— como de que domine exclusivamente el último, con peligro de un nomadismo urbano. Posiblemente el urbanismo —que Lefebvre llama cuerpo opaco y ciego— sea el obstáculo que en mayor medida se opone a la exploración del fenómeno urbano en su totalidad. El urbanismo considera lo urbano como un objeto, mientras que a juicio del autor considerarlo como una forma {disposición espacial) con lo que esto tiene de utópico, proyectivo y fantástico puede salvar tanto la espontaneidad como la libertad. En definitiva, no importan tanto los conocimientos objetivos y los logros concretos en lo urbano, sino la estrategia, la politización de ia construcción. Pero con esto, el autor, ¿no olvida al hombre concreto como el primer beneficiario ds lo urbano? El mayor obstáculo a la politización de lo urbano es que los usuarios han dejado la revolución urbana en manos de los lécnlcos. Lefebvre es el primero en caer en uno de los defectos por él más fustigados: el individualismo del lenguaje. La obra es útil, no tanto por lo que aporta, cuanto por lo que sugiere, a condición de que el lector sea capaz de someterse a una dura reflexión en cada frase. Hay que renunciar a un empirismo demasiado simplista que rechaza cualquier método que no se presente con datos palpables por delante. ¿Es posible esto? En la medida en que lo sea, será factible el análisis metafllosóflco y la exploración de un fenómeno que no sólo está en lase de transición, sino en situación de ser orientado plenamente por la utopia creadora del hombre. Por lo demás, quien conozca un poco a Lefebvre se dará cuenta de que muchas de las ¡deas expuestas en este libro no son nuevas. Nuevo sólo es el intento de síntesis. Quizá no lograda, pero sí necesaria si queremos ver claro en un fenómeno tan polivalente como es el urbano. Faustino MIGUELEZ UN VIAJE DE INVIERNO Juan BENET La Gaya Ciencia Las sucesivas transformaciones de la novela ponen en peligro su fácil Intelección por parte de aquellos que sólo leen esporádicamente. Por fortuna algunas novelas son un resumen de múltiples experiencias y forman, solas, las piedras millares por donde debe conducirse la lectura. Naturalmente que tales obras son raras: en ellas debe darse sintéticamente una multitud de análisis y aquel que las escribe debe poner en juego no sólo su habilidad de escribano, sino también su propia reflexión teórica. La narrativa española, aunque ciertamente ha tenido escritores de talento, ha sido discreta en teóricos de modo que el experimento y la renovación han llegado siempre con retraso y con sabor a pastiche. Esta es la razón por la que, desde su primera novela, Juan Benet pasó a ser el escritor favorito de los escritores. Sus libros estaban perfectamente acabados en cuanto creación experimental y su escritura tenia una increíble solidez, uniendo las virtudes de la vanguardia con las del clasicismo. Benet fue adquiriendo un público, reclutado entre las zonas más avanzadas de la lectura, que, finalmente, adquirió cierta confirmación al serle concedido el premio Biblioteca Breve. Un víale de Invierno es el punto final, la conclusión de un experimento que comenzó hace diez años, durante la redacción de Volverás a Región. El proceso llevaba implícito un determinado enunciado final (que ya se temía catastrófico) que completara y resumiera lo que para Benet es el acto de escribir (o acto de conocer). Y este libro fundamental asi se lo plantea: como un sistema. Sin embargo, no hay que pensar que Benet renuncie ai esquema clásico de la narración. Por el contrario, el ambiente clausurado, quieto, detenido y angustioso de sus libros anteriores, aquí se conserva y se exaspera. Porque ya sólo hay eso. 41