3. De la Dictadura a la República Tan pronto como Serrano Suñer tiene conocimiento del golpe de Estado de Primo de Rivera, su primera reacción es negativa. He aquí lo que el propio Serrano Suñer manifiesta al evocar aquellos días: "Recién terminada mi carrera y con una gran dedicación al estudio de las disciplinas jurídicas, la lucha por el Derecho, etc., la novedad del golpe militar me desconcertó. Recuerdo que desde Tarragona escribí una carta, larga y probablemente farragosa, a José Antonio Primo de Rivera, compañero de estudios en la Facultad de Derecho de la Universidad de Madrid, jurista por vocación y formación, haciéndole unas reflexiones, posiblemente algo impertinentes, sobre la irregularidad que aquello suponía ante nuestra conciencia jurídica. José Antonio tuvo la bondad de contestarme en términos muy afectuosos y comprensivos, pero haciéndome ver que las circunstancias del país, el desorden, el pistolerismo, la inanidad de los gobiernos, exigían un paréntesis de autoridad para poner las cosas en su punto y preparar la marcha hacia un futuro mejor, más justo y ordenado." En términos parecidos, Serrano Suñer le escribe al profesor Jerónimo González, con el que mantiene relación amistosa. El viejo maestro de Derecho Inmobiliario le contestará compartiendo su inquietud, pues entiende que son preferibles soluciones -le dice- que tengan "adecuación y estabilidad". Pocos días después, Serrano Suñer, becado por la "Junta de Ampliación de Estudios", marcha a Italia para seguir un curso en la Universidad de Roma sobre "Técnica del Derecho Patrimonial". Allí conoce a eminentes tratadistas del Derecho y especialmente a los profesores Polaco y del Vecchio. Su estancia, además de permitirle conocer la riqueza artística de Roma y de otras ciudades históricas, la aprovecha para adentrarse en el ambiente político italiano, dominado por el sistema que un año antes ha implantado Mussolini, cuya oratoria tendrá ocasión de escuchar, desde la tribuna diplomática, en las sesiones del Parlamento que, todavía elegido democráticamente, subsiste en Montecitorio. "Tuve ocasión -recordara Serrano- de admirar su talento de polemista, la precisión de su palabra y de ver cómo acosaba dialécticamente, y vencía, a Turatti, jefe del grupo parlamentario socialista"1. Deslumbrado por Mussolini y por sus primeras realizaciones -son los años "dorados" del fascismo italiano, con mucha obra pública en marcha y todavía sin aflorar, como el propio Serrano condena en su libro Entre el silencio y la propaganda, la bárbara ola de violencia que abrirá el asesinato del diputado socialista Matteoti a manos de los Cónsules de la Milicia que capitanea Farinacci-, el joven Serrano Suñer se siente atraído por el modelo italiano, lo que influirá decisivamente en su concepción y actitud política en años futuros, pues entenderá que el fascismo es la ideología adecuada para corregir los excesos a los que, a su juicio, ha llegado la democracia en Europa. 1 Ramón Serrano Suñer. Entre el silencio y la propaganda. Ed. Planeta, 1977. Pág. 450. Durante su estancia en Italia, por otra parte, viajará con frecuencia a Bolonia, en cuyo Colegio Español amplían estudios condiscípulos suyos, algunos de los cuales comparten su entusiasmo por el Duce y su sistema político. Vuelto a España tras de la experiencia italiana, Serrano Suñer se plantea con urgencia su orientación profesional. Decide, por el momento, preparar oposiciones al cuerpo de Abogados del Estado, que en esa época son tenidas por unas de las más duras y competidas. A esta salida profesional se muestra opuesto José Antonio, quien le dirá a su amigo, de sí mismo, que él "ejercerá la profesión como abogado libre, sin buscar la protección, el seguro, el cauteloso empleo de un puesto en algún escalafón a través de unas oposiciones, ese monstruoso instrumento de tortura que nada selecciona de verdad, pero que aniquila, disminuye o limita tantas capacidades". "Casi riñó conmigo -comenta Serrano- cuando supo que yo me disponía a preparar unas oposiciones." Serrano Suñer, pues, de nuevo en Madrid, se concentra en el esfuerzo que le exige sacar adelante su proyecto profesional. Su aislamiento del ajetreo exterior es riguroso. Sólo José Antonio, de entre sus amigos, sabe dónde encontrarlo. Refiriéndose a aquellos meses, dirá Serrano Suñer: "Recuerdo que, agobiado yo con la preparación de unas oposiciones, sin el tiempo necesario, aislado en un piso libre en la calle de Hortaleza que la bondad de mis amigos López Roberts me ofrecía para estudiar en mejores condiciones, José Antonio me localizó e irrumpió una tarde allí para llevarme al teatro Maravillas donde iba a cantar Raquel Meller, recién llegada del extranjero, sólo durante tres funciones. Aunque los dos teníamos por la genial cupletista gran admiración, yo me resistía a perder unas horas de estudio, pero él me argumentaba, casi empujándome, que aquella distracción haría luego más fecundo mi trabajo. Nos fuimos en su Chevrolet hasta el teatro y al día siguiente, venciendo mi indignación, repitió la visita"2. Entre tanto, la vida de España discurre plegada a la paternalista voluntad del dictador y de su domestico Directorio. El general Primo de Rivera, que también contempla con admiración la experiencia italiana, es un hombre de planteamientos sencillos, en buena medida elementales. "Como gobernante de España -indica R. Carr- charlaba con el pueblo, explicaba sus secretos y confesaba sus errores. Lo hacía con una franqueza asombrosa, creándose una imagen de déspota benévolo que trataba de hacer las cosas lo mejor posible, aunque no siempre con éxito, y que escribía cartas a mano a sus súbditos en las primeras horas de la madrugada después de un día de duro trabajo en su despacho"3. Durante estos años -"una letra a noventa días vista", había dicho el marqués de Estella- el régimen instaurado va a asumir las formas cerradas del conservadurismo político, aunque se practique de forma suave y templada, ya que, como reconoce Ramos-Oliveira, "Primo de Rivera no se deshonró con la crueldad del tirano". 2 3 Ib. Ibídem. Pág. 38. Raymond Carr: España 1808-1939. Ed. Ariel. Barcelona. 1969. Pág. 543. Apoyada por el ejército, la burguesía industrial, los grandes terratenientes, con la actitud favorable del clero, la colaboración del sindicalismo obrerista -Largo Caballero será designado Secretario de Estado- y con la asistencia de la masa neutra del país, la Dictadura primorriverista, practicando un vigoroso nacionalismo económico -que se traduce en importantes realizaciones materiales-, obtiene un saldo positivo en cuanto se refiere a calma y progreso, aunque éste venga en parte impulsado por un proceso de expansión mundial. La evidencia del desarrollo logrado por Primo de Rivera, hará que un acerado crítico de éste, el liberal Salvador de Madariaga, conceda que "a pesar de los errores voluntarios e involuntarios, entonces cometidos, es indudable que la política material y económica de la Dictadura fue su punto más fuerte, pues le atrajo las simpatías de las llamadas fuerzas vivas, le permitió reforzar la actitud de neutralidad de los socialistas, distrajo a las masas de la política crítica y contribuyó a dar al Gobierno estabilidad"4. Si a la pacificación social y al impulso de las obras públicas se une el éxito de Primo de Rivera en la acción desarrollada en Marruecos –inteligente repliegue de Xauen a Tetuán, colaboración hispano-francesa en la lucha contra los rifeños y afortunado desembarco en la bahía de Alhucemas-, se explica el margen de confianza que amplios sectores del país llegan a otorgarle al dictador. Pero estos mismos éxitos le llevarán a una errónea interpretación de la realidad, cuyas más graves manifestaciones hay que situarlas en arbitrarios atentados a derechos consagrados y a órganos institucionales (suspensión de las garantías constitucionales, prohibición de los partidos políticos, censura previa de prensa, disolución de Ayuntamientos y Diputaciones, así como de la Mancomunidad de Cataluña, intromisión en el aparato judicial civil y militar, abolición de la autonomía del Instituto de Reformas Sociales...) y, después, en el propósito constituyente que termina animando al dictador. A este afán responde la creación, en el temprano año de 1924, de la "Unión Patriótica" -un intento personalista y artificioso de sustitución de las fuerzas políticas reales del país-; la formación, en 1925, de un gobierno en el que intervienen elementos civiles, algunos de ellos con una respetable formación técnica (conde de Guadalhorce, Calvo Sotelo...); y la creación, en 1927, de la Asamblea Nacional, concebida como un órgano meramente consultivo y no electivo al que expresamente se le sustraen las competencias legislativas y en el que ya se niegan a participar los socialistas. A partir de este último intento de perpetuar el régimen, comienza el declive del dictador. La persistente oposición de intelectuales y estudiantes – organizada ya la Federación Universitaria de Estudiantes-, la respuesta del sofocado catalanismo, el abierto descontento de los marginados políticos liberales, el encono del cuerpo de artillería, la creciente presión del republicanismo y, finalmente, la retirada del apoyo regio y de los altos mandos militares –factores todos ellos que terminan agotando físicamente al dictador-, hacen que Primo de Rivera -"desesperadamente solo", subraya Vicens Vives-, presente su dimisión el 28 de enero de 1930. 4 Salvador de Madariaga: España. Ed. Sudamérica. 10 edición Buenos Aires, 1974. Pág. 319. En este contexto se desenvuelven los primeros años profesionales de Serrano Suñer, Abogado del Estado desde 1923, plaza que obtiene a los veintidós años, tras de sólo seis meses de preparación. Destinado a Castellón, pocas semanas después solicita y consigue una plaza vacante en Zaragoza, con el propósito de reunirse con su hermano José, residente en esta ciudad, donde trabaja como Ingeniero de Vías y Obras de la compañía de los Ferrocarriles Madrid-Zaragoza-Alicante. Durante los años veinte, Zaragoza vive intensamente, con fuertes contrastes, las tensiones políticas. En la ciudad aragonesa, pese a las enérgicas represiones de la Dictadura, se mantiene viva la corriente anarcosindicalista. En un ambiente politizado, pero con el orden público drásticamente asegurado -como sucede en el resto de España a lo largo de la Dictadura-, Serrano Suñer ejerce su profesión dedicando preferentemente su atención a las cuestiones relacionadas con la Administración Local, informando con frecuencia ante el Tribunal Provincial de lo Contencioso Administrativo, y como abogado libre también ante la Audiencia Territorial de Zaragoza. Su actividad profesional, sin interferirse en el ámbito político, le depara múltiples relaciones sociales. Aunque José Antonio reside en Madrid, ambos amigos se ven a menudo. Serrano Suñer hace muchos viajes a Madrid y José Antonio, por su parte, acude de vez en cuando a Zaragoza atraído por su noviazgo. Refiriéndose a esta relación amorosa de José Antonio, dirá Serrano en 1938: "Recuerdo el día en que me lo comunicó con un aire endiabladamente adolescente. Y sus frecuentes conversaciones sobre ella durante meses y años; los elogios sobre el color, sobre el tamaño, sobre el acento y, sobre todo, sobre las cartas, que estaban llenas de rigor literario. Recuerdo también sus estratagemas de malhechor furtivo para llegar a ella o hacerle llegar la carta o el regalo en la misma capilla del Pilar. Sus lances a lo Romeo y Julieta y sus torturas, vacilaciones, decisiones y nostalgias últimas. Pocas veces se da un hombre portador de tantas cualidades; pero la propia exigencia o la mala fortuna las frustraron para el encuentro definitivo"5. En la misma Zaragoza conoce Serrano Suñer a la mujer que será su esposa, cuya hermana mayor está casada con quien en ese período dirige la Academia General Militar, Francisco Franco. Serrano Suñer y el general africanista se han conocido a poco de llegar éste a Zaragoza, viéndose con frecuencia en la casa-pabellón que Franco dispone en la sede de la Academia. Allí celebran largas conversaciones, generalmente centradas en temas de actualidad que afectan a la España que asiste al ya agonizante régimen de Primo de Rivera. Refiriéndose al Franco de esta época, recordará Serrano: "Hablaba constantemente de cuestiones y figuras militares, pero estaba interesado también por otros problemas que tratábamos; se refería mucho más a los económicos -en los que siempre se consideraría fuerte- que a los de política general. Prestaba gran atención a mis referencias a cosas y personas no militares y me trataba con mucha consideración. "Esta amistad con Franco, que pronto se acentuará con lazos de parentesco por vía de afinidad, ha de tener, 5 Ramón Serrano Suñer. Entrevista en Dolor y memoria de España en el II aniversario de la muerte de José Antonio. Pág. 203-204. como veremos, extraordinarias consecuencias políticas en años decisivos de la vida española. Entre tanto, Serrano Suñer, polarizado en su actividad profesional, va completando su formación mientras se adiestra en las técnicas jurídicas y en su exposición dialéctica. Sus dictámenes e informes pronto llaman la atención a otros profesionales del Derecho que ejercen en Zaragoza, algunos de los cuales gozan de justo prestigio. Uno de ellos es don Marcelino Isábal, gran patriarca del foro aragonés, republicano de firme convicción y hombre de reconocida solvencia moral, con el que Serrano Suñer mantiene cordiales relaciones. En una ocasión, en 1928, ambos viven un incidente profesional cuando ante el Tribunal de lo Contencioso Administrativo interpone la sociedad "Rapid-CemFer" un recurso contra un acuerdo adoptado por el Ayuntamiento de Zaragoza. El letrado recurrente es el ex ministro Alcalá-Zamora, al que se opone Serrano Suñer y, como coadyuvante de la Administración, Isábal. Iniciada la vista, la confrontación dialéctica entre ambas partes adquiere una dureza inusitada, estimulada por ciertos giros utilizados por el futuro Presidente de la II República, hombre de retórica barroca y grandilocuente. Llegado su turno, Serrano Suñer replica en términos también duros. Isábal, por su parte, trata de suavizar el enfrentamiento que se ha producido. Pero una vez terminada la sesión, Alcalá-Zamora, con visible irritación, abandona la Sala sin cumplir con la práctica tradicional de estrechar la mano del letrado de la parte contraria, lo que añade mayor tirantez. Ya fuera de la Audiencia, Isábal se entrevista con el político cordobés, haciéndole ver que el abogado del Estado ha defendido con el mayor interés, como es su deber, la tesis de la Administración. Calmados los ánimos, Alcalá-Zamora comprende, noblemente, las razones que le esgrime el viejo abogado aragonés y le ruega que le propicie una entrevista con Serrano Suñer, quien acepta de buen grado la indicación que se le hace, sin rencor alguno hacia su ilustre antagonista. Después del almuerzo, Serrano Suñer acude a la estaciona despedir a don Niceto, que esa misma tarde regresa a Madrid. El ex ministro le acoge cordialmente y elogia su informe jurídico ante el grupo de amigos y correligionarios que se agrupan en torno a él en el andén. Este incidente aumentará la afectuosa relación entre Isábal y Serrano Suñer, cuyo creciente prestigio profesional es ya un augurio del éxito que conseguirá en su bufete particular cuando años más tarde abandone toda actividad política. También de estos años finales de la Dictadura data la entrañable amistad de Serrano Suñer con un compañero de cuerpo que en años venideros le prestará activamente su colaboración cuando se haga cargo, en plena guerra civil, del Ministerio del Interior de la España nacionalista: José Lorente Sanz. Pero antes de llegar a ese momento todavía hemos de recorrer un cierto trecho de la trayectoria pública de Serrano Suñer y de la agitada y convulsiva vida de España. Sabido es que tras de la caída del general Primo de Rivera, el destino histórico de España está marcado por la ruptura constitucional consumada por la Dictadura. Terminado este paréntesis, ya no resulta posible el retorno a la legalidad de 1876. Eso es lo que late en la misma entraña del pueblo español, como demostrará una apretada sucesión de hechos que apuntan al mismo fin: liquidación de la Monarquía y vuelta al sistema republicano. Veamos brevemente qué sucede a lo largo de los casi quince meses que median entre el derrumbamiento de la Dictadura y la llegada de la II República. Terminado el régimen de excepción que durante seis años y cuatro meses ha imperado en España, con el fin de salvar el vacío de poder y con la pretensión de restablecer, como si nada hubiese sucedido, la normalidad constitucional, el Rey encarga la formación de nuevo gobierno al jefe de su Casa Militar, el general Berenguer, un hombre sin duda honesto, pero escéptico y enfermo, que no podrá detener una crisis que aparece como inevitable. Hasta los mismos políticos supervivientes de la Restauración (Sánchez-Guerra, Cambó, Alba, Romanones...) que se han opuesto a la Dictadura, se mostrarán reticentes y escépticos cuando sean convocados para revalidar la Constitución de 1876. Una falta generalizada de fe en la capacidad y en los recursos de la Monarquía borbónica, se instala firmemente en la conciencia nacional, mientras el sentimiento republicano va afirmándose en amplios sectores del país. "La realeza debe ceder a la realidad", es la sentencia de Sánchez-Guerra, después de confesar que ha "perdido la confianza en la confianza". El primero en hostigar públicamente a la Monarquía y al gobierno que conforma la llamada "Dictablanda", es Miguel Maura Gamazo en una conferencia que pronuncia, el 20 de febrero de 1930, en el Ateneo de San Sebastián, en la que se declara partidario de la República. Una semana después, el jefe del partido conservador, Sánchez-Guerra, asesta otro duro golpe al vacilante trono de Alfonso XIII con un histórico discurso en el gran Teatro de la Zarzuela que es acogido con entusiasmo delirante. ("Yo no soy republicano, pero reconozco el derecho que España tiene de serlo, si quiere", dirá el ex Presidente del Gobierno). A partir de ahí, las tomas públicas de posición a favor de la República se van a intensificar. Así, el 13 de abril, Alcalá-Zamora, en un espectacular discurso en el teatro Apolo de Valencia reclama una República "viable, gubernamental y conservadora". Por su parte, el líder socialista Indalecio Prieto, el 25 de ese mismo mes, en el Ateneo de Madrid -un auténtico foco del descontento popular-, en un explosivo discurso, aboga por abrir un proceso revolucionario que culmine en la instauración del sistema republicano. Tan sólo dos días después, Melquíades Álvarez, en el teatro de la Comedia de Madrid, se declara abiertamente accidentalista en cuanto a la alternativa Monarquía-República, propugnando la convocatoria de Cortes Constituyentes, actitud que en seguida compartirán conocidos políticos monárquicos, como Bergamín, Burgos Mazo y Alba. En esta escalada antimonárquica, hay que situar el multitudinario recibimiento de que es objeto don Miguel de Unamuno -represaliado por la Dictadura- en Madrid, en donde pronuncia, a primeros de mayo, sendas conferencias en el Ateneo y en el cine Europa, en las que increpa duramente los excesos en que ha incurrido la Dictadura primorriverista con el respaldo del Rey. El día 4 de ese mes, el Decano del Colegio de Abogados de Madrid, Ossorio y Gallardo -"un monárquico sin Rey"- denuncia la debilidad y desasistimiento de la Corona. Esos mismos días se recrudece la agitación estudiantil y el gobierno clausura las principales Universidades españolas. Unas semanas más tarde, Manuel Azaña sustituye a Gregorio Marañón en la Presidencia del Ateneo, institución que reforzará su beligerante actitud contra la Monarquía, como viene sucediendo con la Academia de Jurisprudencia, que, regida ya por Alcalá- Zamora, celebrara diversas sesiones para discutir, en ocasiones con gran violencia, un tema central: La Constitución que España necesita. El proceso de desmoronamiento dinástico recibe un nuevo impulso cuando el 17 de agosto se consuma el famoso "Pacto de San Sebastián" en el Círculo Republicano de esta ciudad, bajo la presidencia de Fernando Sasiaín y en la que, representando a la conjunción republicano-socialista y al catalanismo militante, participan hombres que muy pronto tendrán una destacada intervención política, como Manuel Azaña, Niceto Alcalá-Zamora, Marcelino Domingo, Miguel Maura, Alejandro Lerroux, Santiago Casares, Indalecio Prieto, Fernando de los Ríos, Ángel Galarza, Jaime Ayguadé, Matías Mallol, Carrasco Formiguera..., quienes diseñan una estrategia común para acelerar el derrocamiento de la Monarquía y preparar el pacifico advenimiento de la República. Los intelectuales de mayor prestigio, por otra parte, contribuyen a movilizar voluntades para el cambio político. El 15 de noviembre Ortega y Gasset publica en El Sol un resonante artículo -"El error Berenguer"-, en el que asesta un duro golpe a la institución dinástica: Delenda est Monarchia, son sus últimas palabras. Durante esos meses, además, la CNT provoca una serie de huelgas, especialmente en Madrid, Barcelona, Valencia, Zaragoza y La Coruña. El ambiente va tomando progresivamente un aspecto revolucionario, mientras el lento gobierno de Berenguer va preparando el censo electoral. Así las cosas, el 12 de diciembre, los capitanes Galán y García Hernández -adelantándose tres días a la fecha fijada por el Comité Revolucionario-, se sublevan en Jaca, pronunciamiento que abortan fácilmente las fuerzas gubernamentales. Los capitanes que han provocado la insurrección son fusilados dos días después, mientras son detenidos los miembros del Comité, que no han logrado movilizar a las centrales sindicales ni obtener el esperado apoyo cívico-militar. Únicamente en el aeródromo de Cuatro Vientos de Madrid se produce un conato de sublevación promovido por Queipo de Llano y el comandante Ramón Franco, que también es rápidamente sofocado. Fracasado el intento de derrocar a la Monarquía por la fuerza, el gobierno Berenguer, que se mantiene contra todo pronóstico, se dispone a convocar elecciones generales. Pero la campaña a favor de la República no arrecia. Quienes se oponen al régimen monárquico insisten en su petición previa: Cortes constituyentes. El 10 de febrero de 1931, tres notorios intelectuales -Ortega, Marañón y Pérez de Ayala- fundan la "Agrupación al Servicio de la República": "El Estado español tradicional -dirá el manifiesto- llega ahora al grado postrero de su descomposición..., sucumbe corrompido por sus propios vicios sustantivos. La Monarquía de Sagunto no ha sabido convertirse en una institución nacionalizada..., sino que ha sido una asociación de grupos particulares, que vivió parasitariamente sobre el organismo español, usando del Poder público para la defensa de los intereses parciales que representaba... Sólo se rendirá ante una formidable presión de la opinión pública. Es, pues, urgentísimo organizar esa presión, haciendo que sobre el capricho monárquico pese con suma energía la voluntad republicana de nuestro pueblo..." El prestigio de estos intelectuales hará que su proclama tenga una amplia proyección en el ámbito social español. Significa, en todo caso, un paso más en el proceso de descrédito del régimen monárquico, cuya debilidad se acepta incluso en los ambientes más conservadores. Este mes de febrero, en Oviedo, contrae matrimonio Serrano Suñer con Zita Polo Martínez-Valdés. Entre los testigos de la boda figuran José Antonio por parte del novio- y Franco -por parte de la novia-. Ambos testigos tendrán así ocasión de establecer su primera relación personal, pues hasta ese momento sólo se conocen por referencias. Pocos días después, se produce la caída del gabinete Berenguer. Son jornadas aciagas para la Monarquía, pues el Rey no encuentra salida viable y con futuro para la crisis. Fracasada su gestión con Alba y con Sánchez-Guerra que personalmente ofrece, en la cárcel de Carabanchel, sendas carteras ministeriales al Comité Revolucionario-, así como con Melquíades Álvarez, Alfonso XIII recurre al almirante Juan Bautista Aznar, capitán general de la Armada, que incorpora a Romanones -partidario de negociar concesiones aparentemente plausibles- y La Cierva -decididamente inclinado a hacer frente a la avalancha republicana-. Este gobierno -último de la Monarquía de la Restauración- modifica el plan electoral, convocando previas elecciones municipales para el 12 de abril. L1egada esta fecha - después del espectacular y propagandístico juicio al Comité Revolucionario y de los graves disturbios que tienen lugar en la Facultad de Medicina de Madrid- los resultados de las elecciones ponen de relieve el triunfo de las candidaturas republicanas en casi todas las capitales españolas. El Gobierno Provisional de la República -estructurado ya desde el Pacto de San Sebastián- se dirige al país en términos que evidencian el éxito logrado. Ha llegado la II República Española, el régimen que, como indica Ridruejo, "es el lógico resultado del desequilibrio o mala correspondencia entre los datos del desarrollo social creciente durante la Restauración y los recursos que, para hacerse cargo de tales novedades, pudieron poner en juego los políticos de aquel Régimen y la misma Corona"6, Recorramos ahora sumariamente la breve y azarosa vida de la España republicana en paralelo a la actividad política que en seguida comenzará a desarrollar Serrano Suñer. 6 Dionisio Ridruejo: Escrito en España. Ed. Losada. Buenos Aires. 1962. Pág.65.