Just Like Heaven (Smythe-Smith Quartet #1) Julia Quinn Honoria Smythe-Smith es parte del famoso cuarteto musical Smythe-Smith y, aunque no se engaña y sabe que dicho cuarteto carece siquiera del menor sentido musical, tiene sus esperanzas puestas en que ésta sea la última vez que se someta a semejante humillación. Con un poco de suerte, ésta será su temporada de suerte y conseguirá marido. Durante una cena, pone sus ojos en Gregory Bridgerton, uno de los más jóvenes de la familia. Sabe que no está enamorada, pero él parece una opción más que válida. Marcus Holroyd es el mejor amigo de su hermano Daniel, quien vive exiliado en el campo. Prometió velar por Honoria y se toma sus responsabilidades muy seriamente. Odia Londres y, durante todo este tiempo, ha permanecido vigilante y ha mediado cuando creía que el pretendiente no era el adecuado. Honoria y Marcus comparten una amistad algo atípica, fruto de los años que hace que se conocen y que convierte a éste en parte de la familia. Sin embargo, un desafortunado accidente hace que ambos se replanteen su relación y encuentren la manera de afrontar lo que les viene, si tienen el valor suficiente. HONORIA SMYTHE-SMITH: A) Es una violinista verdaderamente mala. B) Aún le molesta que la llamasen Chinche cuando era una niña. C) NO está enamorada del mejor amigo de su hermano mayor. D) Todo lo anterior. MARCUS HOLROYD: A) Es el Conde de Chatteris. B) Es lamentablemente propenso a torcerse un tobillo. C) NO está enamorado de la hermana pequeña de su mejor amigo. D) Todo lo anterior. JUNTOS ELLOS: A) Comen enormes porciones de tarta de chocolate. B) Sobreviven a una fiebre mortal y a la peor velada musical del mundo. C) Se enamoran desesperadamente. Índice Sinopsis Capítulo 13 Prólogo Capítulo 14 Capítulo 1 Capítulo 15 Capítulo 2 Capítulo 16 Capítulo 3 Capítulo 17 Capítulo 4 Capítulo 18 Capítulo 5 Capítulo 19 Capítulo 6 Capítulo 20 Capítulo 7 Capítulo 21 Capítulo 8 Capítulo 22 Capítulo 9 Capítulo 23 Capítulo 10 Epílogo Capítulo 11 A Nigh Like This Capítulo 12 Julia Quinn Prólogo Traducido por Liseth Johanna Corregido por Marina012 M arcus Holroyd siempre estaba solo. Su madre murió cuando él tenía cuatro años, pero esto, sorpresivamente, tuvo poco efecto en su vida. La Condesa de Chatteris cuidaba a su hijo de la forma en que su madre había cuidado a los suyos… desde la distancia. No era irresponsable; le dio gran importancia y orgullo a encontrar la mejor niñera para el nuevo heredero de su esposo. La Srta. Pimm estaba en sus cincuentas y ya había cuidado a dos herederos ducales y a un vizconde. Lady Chatteris puso a su bebé en los brazos de Pimm, le recordó a la enfermera que el conde no podía tolerar las fresas y que, por consiguiente, era probable que el bebé tampoco pudiera, y luego se fue a disfrutar la temporada de Londres. Cuando murió, Marcus había visto a su madre nada más en siete ocasiones. Lord Chatteris era más amante de la vida rural que su esposa y estaba más frecuentemente en la residencia en Fensmore, la enorme y laberíntica casa Tudor al norte de Cambridgeshire que había sido hogar de los Holroys por generaciones. Pero él cuidaba de su hijo de la forma que su padre lo había cuidado a él. Lo que era decir que además de asegurarse de que el niño fuese puesto sobre un caballo a la edad de tres, no vio más razones para molestarse con él hasta el niño fue lo suficientemente mayor para llevar una conversación razonablemente inteligente. El conde no deseaba casarse de nuevo, incluso aunque estaba advertido de que debería pasar un rato con su heredero. Él miraba a Marcus y veía a un niño de buena inteligencia, excelente atletismo y apariencia pasable. Y lo más importante, era tan saludable como un caballo. Con ninguna causa para suponer que Marcus pudiera enfermar y morir, el conde no vio razón para someterse a otra ronda de caza de esposa, o incluso peor, a otra esposa. En su lugar, eligió invertir en su hijo. Marcus tuvo los mejores tutores. Fue instruido en cada esquina posible de la educación de un caballero. Podía nombrar toda la flora y fauna local. Podía montar como si hubiera nacido para una montura, y si su esgrima y caza no iban a ganar ninguna competencia, todavía estaba muy por encima del promedio. Podía hacer largas multiplicaciones y sumas sin gastar si quiera una gota de tinta. Podía leer Latín y Griego. A la edad de doce años. La que era, tal vez por casualidad, la edad aproximada en que su padre decidió mantener una conversación decente. También fue la edad a la cual su padre decidió que Marcus debía dar el siguiente paso en su educación, que era dejar Fensmore y asistir al Eton College, en donde todos los niños Holroyd empezaban su educación formal. Esta resultó ser la más fortuita y feliz circunstancia de la vida del joven chico. Porque lo que Marcus Holroyd, heredero al Condado de Chatteris, no tenía, eran amigos. Ni uno. No había niños apropiados en el norte de Cambridgshire con quienes Marcus pudiera jugar. La familia noble más cercana eran los Crowland, y ellos sólo tenían niñas. La siguiente mejor familiar era de terratenientes, lo que habría sido aceptable bajo las circunstancias, pero sus hijos eran de una edad enteramente inapropiada. Lord Chaterris no iba a permitir que su hijo confraternizara con campesinos, así que simplemente contrató más tutores. Un niño ocupado no podía ser un niño solitario, y además, ningún hijo suyo podría posiblemente querer correr salvajemente a través de los campos con la escandalosa prole del panadero. Si el conde le hubiera preguntado a Marcus su opinión, tal vez habría recibido una respuesta diferente. Pero el conde veía a su hijo una vez al día, justo antes de la cena. Su conversación duraba cerca de diez minutos, luego Marcus iba a la habitación de los niños y el conde a su comedor formal, y eso era todo. En retrospectiva, no era nada menos que remarcable que Marcus no fuera completamente miserable en Eton. Ciertamente no tenía idea de cómo interactuar con sus pares. En su primer día, cuando todos los otros niños estaban corriendo alrededor como —en las palabras del valet de su padre, que lo había dejado allí— una manada de salvajes, Marcus permaneció a un lado, intentando no mirar fijamente, intentando lucir como si quisiera quedarse a un lado, apartando la mirada. No sabía cómo actuar. No sabía qué decir. Pero Daniel Smythe-Smith sí. Daniel Smythe-Smith, además de ser el heredero al Condado de Winstead, tenía cinco hermanas y veintidós primos. Si alguna vez hubo un chico que supiera cómo actuar con otros niños, era él. En horas, él era el rey indiscutido entre los niños más jóvenes de Eton. Tenía algo en él… una sonrisa sencilla, una feliz confianza, una completa falta de timidez. Había nacido como un líder: capaz de tomar decisiones tan rápidamente como hacía bromas. Y fue asignado a la cama directamente junto a la de Marcus. Se convirtieron en los mejores amigos, y cuando Daniel invitó a Marcus a su casa por su primer día feriado, él fue. La familia de Daniel vivía en Whipple Hill, que no estaba muy lejos de Windsor, así que era fácil que él hiciera viajes frecuentes a casa. Marcus, por otro lado… Bueno, no era como si viviera en Escocia, pero sí le tomaba más de un día regresar a los límites norteños de Cambrigeshire. Además, su padre nunca había ido a casa en los días feriados menores y no veía razón por la que su hijo debiera hacerlo tampoco. Así que cuando el segundo festivo llegó, y Daniel invitó a Marcus de nuevo, él fue. Y luego otra vez. Y una vez más. Y de nuevo hasta que Marcus estaba pasando más tiempo con los Smythe-Smith de lo que pasaba con su propia familia. Por supuesto, su familia consistía en exactamente una persona, pero aun así, si Marcus se ponía a pensar en ello —y lo hacía, con bastante frecuencia—, pasaba más tiempo con cada miembro individual de la familia Smythe-Smith del que pasaba con su padre. Incluso con Honoria. Honoria era la hermana menor de Daniel. A diferencia del resto de los Smythe-Smith, ella no tenía hermanos cercanos a su misma edad. Colgaba sola al final de la familia por unos buenos cinco años, un feliz accidente presumible por atrapar la maravillosa carrera procreadora de Lady Winstead. Pero cinco años eran un gran abismo, especialmente si uno tenía seis años, que era la edad de Honoria cuando Marcus la conoció. Sus tres hermanas mayores ya estaban casadas o comprometidas, y Charlotte, que tenía once, no quería tener nada que ver con ella. Tampoco Daniel, pero la ausencia debió haber vuelto al corazón de Honoria cariñoso, porque cuando él estaba en casa, ella lo seguía como un cachorrito. —No hagas contacto visual —le dijo Daniel a Marcus una vez, mientras intentaban evadirla de una caminata al lago—. Si la saludas, todo ha terminado. Caminaron con propósito, con las cabezas al frente. Iban a pescar, y la última vez que Honoria se les había unido, ella había botado todas las lombrices. —¡Daniel! —gritó ella. —Ignórala —murmuró Daniel. —¡¡¡¡¡¡Daniel!!!!!! —continuó ella gritando, cercana a dar alaridos. Daniel se estremeció. —Más rápido —dijo—. Si logramos llegar al bosque no nos encontrará. —Sabe en dónde está el lago. —Marcus se sintió forzado a señalarlo. —Sí, pero… —¡¡¡¡¡¡¡Daniel!!!!!! —… sabe que Madre tendrá su cabeza si va sola al bosque. Incluso ella no esta tan tonta como para presionar a Madre con eso. —Dan… —Pero ella se detuvo. Y luego, en una voz tan patética que uno no podía evitar darse la vuelta, dijo—: ¿Marcus? Él se giró. —¡Noooooooooooooo! —gimió Daniel. —¡Marcus! —llamó felizmente Honoria. Dio saltitos, rebotando y deteniéndose frente a ellos—. ¿Qué están haciendo? —Vamos a pescar —gruñó Daniel—, y no vas a venir. —Pero me gusta pescar. —También a mí. Sin ti. Su rostro se arrugó. —No llores —dijo Marcus rápidamente. Daniel no estaba muy convencido. —Está fingiendo. —¡No estoy fingiendo! —Sólo no llores —repitió Marcus, porque de verdad, esa tenía que ser la cosa más importante. —No lo haré —dijo ella, batiendo sus pestañas—, si me dejan ir con ustedes. ¿Cómo es que una niña de seis años sabía cómo batir sus pestañas? O quizá no lo sabía, porque un momento después, ella estaba frotándose el ojo. —¿Ahora qué pasa? —preguntó Daniel. —Tengo algo en mi ojo. —Quizá fue una mosca —dijo Daniel con astucia. Honoria gritó. —Puede que esa no haya sido la mejor cosa que decir —señaló Marcus. —¡Sácala! ¡Sácala! —Ella se retorció. —Oh, cálmate —dijo Daniel—. Estás perfectamente bien. Pero ella seguía gritando, bateando su cara con sus manos. Finalmente, Marcus agarró sus manos en las suyas y mantuvo su cabeza totalmente quieta, las manos de ella contra sus sienes, las de él sobre las de ella. —Honoria —dijo firmemente—. ¡Honoria! Ella parpadeó, jadeó, y finalmente se quedó quieta. —No hay ninguna mosca —le dijo él. —Pero… —Probablemente fue una pestaña. Su boca formó una pequeña “o”. —¿Te puedo soltar ahora? Ella asintió. —¿No empezarás a gritar? Sacudió la cabeza. Lentamente, Marcus la liberó y dio un paso atrás. —¿Puedo ir con ustedes? —preguntó ella. —¡No! —Daniel prácticamente aulló. Y la verdad era que Marcus no quería realmente su compañía tampoco. Ella tenía seis años. Y era una chica. —Vamos a estar muy ocupados —dijo, pero le faltaba la indignación de Daniel. —¿Por favor? Marcus gruñó. Ella lucía tan triste, de pie ahí con las mejillas manchadas de lágrimas. Su cabello marrón claro, dividido a un lado y recogido con alguna clase de gancho, colgaba liso y flojo, terminando en un nudo justo bajo sus hombros. Y sus ojos, casi del mismo tono de los de Daniel, un tono deslumbrantemente único de brillante azul purpúreo; eran enormes, y estaban húmedos, y…. —Te dije que no hicieras contacto visual —dijo Daniel. Marcus gruñó. —Quizá sólo esta vez. —¡Oh, fantástico! —Ella saltó en el aire, trayéndole a la mente un gato sorprendido, luego le dio a Marcus un impulsivo, pero afortunadamente rápido, abrazo—. ¡Oh, gracias, Marcus! ¡Eres el mejor! ¡El mejor de los mejores! —Ella entrecerró los ojos y lanzó una mirada a Daniel que estaba terroríficamente adulto—. A diferencia de ti. Su expresión era igualmente malevolente. —Me enorgullezco de ser el peor. —No me importa —anunció ella. Agarró la mano de Marcus—. ¿Nos vamos? Él bajó la mirada a su mano en la suya. Era una sensación completamente extraña, y un sentimiento raro y de alguna forma desagradable empezó a revolotear en su pecho, que tardíamente notó que era pánico. No podía recordar la última vez que alguien había sostenido su mano. Su niñera, ¿quizá? No, a ella le había gustado agarrar su muñeca. Conseguía un mejor agarre de esa forma, él le había escuchado decírselo una vez al ama de llaves. ¿Lo había hecho su padre? ¿Su madre, alguna vez antes de morir? Su corazón golpeteó, y sintió la pequeña mano de Honoria resbalándose de la suya. Debía estar sudando, o ella lo estaba, aunque estaba de lejos seguro que era él. La miró. Ella le estaba sonriendo ampliamente. Él dejó caer su mano. —Er, tenemos que irnos ahora —dijo incómodamente—, mientras todavía hay lugar. Ambos Smythe-Smith lo miraron curiosamente. —Es casi mediodía —dijo Daniel—. ¿Cuánto tiempo quieres ir a pescar? —No lo sé —dijo Marcus a la defensiva—. Puede que lleve un tiempo. Daniel sacudió la cabeza. —Padre reservó el lago. Probablemente podrías meter una bota en el agua y atrapar un pez. Honoria jadeó con alegría. Daniel se volvió hacia ella en un instante. —Ni siquiera lo pienses. —Pero… —Si mis botas terminan en algún lugar cerca del agua, juro que haré que te ahogues. Ella se quedó boquiabierta y bajó la mirada, murmurando: —Estaba pensando en mis botas. Marcus sintió una risita burbujear sobre sus labios. Honoria inmediatamente levantó la mirada, observándolo con una expresión de total traición. —Tendría que ser un pez muy pequeño —dijo él rápidamente. Esto no pareció satisfacerla. —No te los puedes comer cuando están tan pequeños —intentó—. Son, en su mayor parte, huesos. —Vámonos —murmuró Daniel. Y lo hicieron, caminando por el bosque, las pequeñas piernas de Honoria moviéndose a doble velocidad, sólo para seguirles el ritmo. —No me gustan mucho los peces, de hecho —dijo ella, poniendo un poco de charla—. Huelen horrible. Y saben a pescado… Y luego, de regreso… —… todavía creo que ese rosado lucía lo suficientemente grande como para comérselo. Si te gustaran los peces, que no me gustan. Pero si sí te gustaran los peces… —Jamás la vuelvas a invitar a venir con nosotros —le dijo Daniel a Marcus. —… que no me gustan. Pero creo que a Madre le gustan los peces. Y estoy segura de que le gustaría un pez rosado… —No lo haré —le aseguró Marcus. Parecía muy grosero criticar a una niña, pero ella era agotadora. —… aunque a Charlotte no le gustaría. Charlotte odia el rosado. Jamás lo usaría. Dice que la hace lucir demacrada. No sé qué significa demacrada, pero suena poco placentero. Me gusta el color lavanda. Los dos chicos dejaron salir suspiros idénticos y habrían seguido caminando, excepto que Honoria saltó frente a ellos y sonrió. —Combina con mis ojos —dijo. —¿El pez? —preguntó Marcus, mirando al balde en su mano. Habría tres truchas de buen tamaño ascendiendo por los costados. Habría habido más, excepto que Honoria accidentalmente había pateado el balde, enviando los primeros dos premios de Marcus de vuelta al lago. —No. ¿No has estado escuchando? Marcus siempre recordaría ese momento. Era la primera vez que estaría de frente con la más irritante de las peculiaridades femeninas: la pregunta que no tenía nada más que respuestas equivocadas. —El lavanda combina con mis ojos —dijo Honoria con una gran autoridad—. Mi padre me lo dijo. —Entonces debe ser cierto —dijo Marcus con alivio. Ella enrolló su cabello alrededor de su dedo, pero el rizo inmediatamente cayó cuando ella lo soltó. —El marrón combina con mi cabello, pero prefiero el lavanda. Marcus finalmente dejó el balde en el piso. Se estaba haciendo pesado, y el mango estaba clavándose en su palma. —Oh, no —dijo Daniel, agarrando el balde de Marcus con su mano libre y devolviéndoselo—. Nos vamos a casa. —Le lanzó una mirada seria a Honoria—. Fuera de nuestro camino. —¿Por qué eres amable con todos menos conmigo? —preguntó ella. —¡Porque eres una peste! —gritó él. Era cierto, pero Marcus sentía lástima por ella. Algunas veces. Era prácticamente hija única, y él sabía precisamente cómo se sentía eso. Todo lo que ella quería era poder ser parte de las cosas, ser incluida en juegos y fiestas y todas esas actividades a las que su familia le decía, constantemente, que era muy joven para asistir. Honoria aceptó el insulto sin estremecerse. Se quedó quieta, mirando con malignidad a su hermano. Luego, inhaló en un largo y audible aliento a través de su nariz. Marcus deseó tener un pañuelo. —Marcus —dijo ella. Se volvió para enfrentarlo, aunque no era tanto como eso, más bien estaba dándole la espalda a su hermano. —¿Te gustaría tener una fiesta de té conmigo? Daniel se rio por lo bajo. —Traeré mis mejores muñecas —dijo ella con una completa gravedad. Querido Dios, cualquier cosa menos esto. —Y habrá pastelitos —añadió ella, en una remilgada vocecita que lo asustó de muerte. Marcus lanzó una mirada de pánico a Daniel, pero él no ofreció ningún tipo de ayuda. —¿Y bien? —demandó Honoria. —No —soltó Marcus. —¿No? —Ella le lanzó una seria mirada. —No puedo. Estoy ocupado. —¿Haciendo qué? Marcus se aclaró la garganta. Dos veces. —Cosas. —¿Qué tipo de cosas? —Cosas. —Y luego se sintió horrible, porque no había querido ser tan categórico—. Daniel y yo tenemos planes. Ella lucía afligida. Su labio inferior empezó a temblar y, por una vez, Marcus no pensó que estuviera fingiendo. —Lo lamento —añadió, porque no había querido herir sus sentimientos. Pero por el amor de Dios, ¡era una fiesta de té! No había un solo chico de doce años que quisiera asistir a una fiesta de té. Con muñecas. Marcus se estremeció. El rostro de Honoria se puso rojo de la rabia y se dio la vuelta para enfrentar a su hermano. —Lo hiciste decir eso. —No dije una palabra —respondió Daniel. —Te odio —dijo en una voz baja—. Los odio a ambos. —Y luego lo gritó—: ¡Los odio! ¡Especialmente a ti, Marcus! ¡De verdad te odio! Y después corrió a la casa tan rápido como sus delgadas piernas pudieron cargarla, lo que no era muy rápido en absoluto. Marcus y Daniel simplemente se quedaron allí, silenciosamente observándola irse. Cuando ella estuvo cerca de la casa, Daniel se dio una vuelta y dijo: —Te odia. Eres oficialmente un miembro de la familia. Y lo era. Desde ese momento, lo era. Hasta la primavera de 1821, cuando Daniel se fue y lo arruinó todo. Capítulo 1 Traducido por Liseth Johanna y Aylinachan Corregido por Marina012 Marzo de 1824 Cambridge, Inglaterra L ady Honoria Smythe-Smith estaba desesperada. Desesperada por un día soleado, desesperada por un marido, desesperada — pensó con un suspiro exhausto mientras miraba sus zapatillas arruinadas—, por un nuevo par de zapatos. Se sentó pesadamente en el banco de piedra fuera de la Tienda de Tabaco para Caballeros Exigentes del Sr. Hilleford y se recostó contra la pared detrás de ella, desesperadamente —ahí estaba esa horrible palabra de nuevo— intentando apretar su cuerpo entero bajo la marquesina. Estaba lloviendo a cántaros. A cántaros. No estaba lloviznando, no solamente llovía, sino que diluviaban gatos, perros, ovejas y caballos. A este ritmo, no estaría sorprendida si un elefante caía del cielo. Y apestaba. Honoria había pensado que los puros producían el olor que menos le gustaba, pero no, el moho era peor, y la Tienda de Tabaco para Caballeros a Quienes No les Importaba si sus Dientes se Volvían Amarillos del Sr. Hilleford tenía una sustancia blanca sospechosa arrastrándose por su pared exterior que olía como la muerte. De verdad, ¿podía ella estar en una peor situación? Bueno, sí. Sí, sí podía. Porque estaba —por supuesto— sola, la lluvia se había tomado treinta segundos para ir de un ligero gotear a un aguacero. El resto de su fiesta de compras estaba cruzando la calle, felizmente observando desde el cálido y acogedor Imperio Extravagante de Cintas y Baratijas de la Srta. Pilaster, que además de tener todo tipo de diversión y mercancía con volantes, olía muchísimo establecimiento del Sr. Hilleford. mejor que el La Srta. Pilaster vendía perfumes. La Srta. Pilaster vendía pétalos de rosa secos y pequeñas velas que olían a vainilla. El Sr. Hilleford cosechaba moho. Honoria suspiró. Así era su vida. Había permanecido demasiado tiempo en la ventana de una librería, asegurándoles a sus amigas que las encontraría en el lugar de la Srta. Pilaster en uno o dos minutos. Dos minutos se habían convertido en cinco y, luego, justo cuando se había estado preparando para atravesar la calle, los cielos se habían abierto y Honoria no había tenido más opción que tomar refugio bajo la única marquesina abierta en el lado sur de la Cambridge High Street. Observó afligidamente a la lluvia, viéndola golpear la calle. Las gotas estaban golpeando los adoquines con una fuerza tremenda, salpicando y rociando de vuelta al aire como pequeñas explosiones. El cielo estaba oscureciéndose cada segundo, y si Honoria fuera cualquier juez del clima Inglés, el viento iba a levantarse en cualquier momento, dándole completa inutilidad a su patético lugar bajo la marquesina del Sr. Hilleford. Su boca se deslizó en un fruncido abatido, y entrecerró los ojos hacia el cielo. Sus pies estaban húmedos. Tenía frío. Y nunca antes, en su vida entera, había dejado los límites de Inglaterra, lo que significaba que era más que buena juzgando el clima Inglés, y en aproximadamente tres minutos iba a ser incluso más miserable de lo que lo era justo ahora. Lo que realmente no había creído posible. —¿Honoria? Parpadeó, llevando su mirada del cielo al carruaje que se había estacionado justo frente a ella. —¿Honoria? Ella conocía esa voz. —¿Marcus? Oh, santo cielo, su miseria solo necesitaba esto. Marcus Holroyd, el Conde de Chatteris, feliz y seco en su lujoso carruaje. Honoria sintió su mandíbula aflojarse, aunque realmente, no sabía por qué debería estar sorprendida. Marcus vivía en Cambridgeshire, no muy lejos de la ciudad. Además, si alguien iba a verla mientras lucía como una desaliñada y mojada criatura de la variedad roedora, sería él. —Dios Santo, Honoria —dijo, frunciendo el ceño hacia ella en aquella manera desdeñosa de él—, debes estar congelándote. Se las arregló para escogerse de hombros. —Sí está un poco fresco. —¿Qué estás haciendo aquí? —Arruinando zapatos. —¿Qué? —De compras —dijo ella, haciendo gestos a través de la calle—, con amigas. Y primas. —No que sus primas no fueran también amigas. Pero tenía tantas primas que casi parecían una categoría en sí mismas. La puerta se abrió más. —Entra —dijo él. No “¿Por favor entrarías?” o “Por favor, debes secarte”. Sólo: entra. Otra chica habría hecho un movimiento con su cabello y dicho: ¡No me puede dar órdenes! Otra, ligeramente menos orgullosa podría haberlo pensado, incluso si carecía del coraje para decirlo en voz alta. Pero Honoria tenía frío, y valoraba su comodidad más que su orgullo y, más al punto, este era Marcus Holroyd, y lo había conocido desde que usaba jumpers 1. Desde los seis años, para ser precisos. Esa era probablemente la última vez en que se las había arreglado para ponerse en ventaja, pensó con una mueca. A los siete había sido una peste, tanto que él y su hermano Daniel había decidido llamarla Mosquito. Cuando había clamado que se 1 Jumpers: un vestido sin cuello sin mangas, comúnmente utilizada sobre una blusa. trataba de un cumplido, que amaba lo exótico y peligroso que sonaba, ellos habían sonreído y lo habían cambiado a Chinche. Chinche había sido ella, desde entonces. Él la había visto más húmeda que esto, también. La había visto completamente empapada, cuando tenía ocho años y había pensado que estaría completamente escondida en las ramas del viejo roble en Whipple Hill. Marcus y Daniel habían construido un fuerte en la base del árbol, y no se permitían niñas. Le habían arrojado piedritas hasta que había perdido el agarre y caído. En retrospectiva, realmente no debería haber escogido la rama que colgaba sobre el lago. Marcus la había sacado, sin embargo, que era más de lo que podía decir de su propio hermano. Marcus Holroyd, pensó con pesar. Él había estado en su vida casi tanto tiempo como podía recordar. Desde antes de que fuera Lord Chatteris, desde antes que Daniel fuera Lord Winstead. Desde antes de que Charlotte, su hermana más cercana en edad, se hubiera casado y dejado el hogar. Desde antes de que Daniel, también, se hubiera ido. —Honoria. Ella levantó la mirada. La voz de Marcus era impaciente, pero su rostro tenía una pista de preocupación. —Entra —repitió él. Ella asintió e hizo lo que le decía, tomando su gran mano en la suya y aceptando su ayuda para subirse al carruaje. —Marcus —dijo ella, intentando sentarse en su lugar con toda la gracia y despreocupación que pudiera exhibir en un fino salón de dibujo, sin importar los charcos en sus pies—. Qué agradable sorpresa verte. Él sólo la miró fijamente, sus oscuras cejas uniéndose ligeramente como siempre. Estaba segura de que estaba intentado decidir la manera más efectiva de regañarla. —Me estoy quedando aquí en la ciudad. Con los Royle —le dijo ella, aunque él no había preguntado aún—. Estaremos aquí por cinco días… Cecily Royle, mis primas Sarah e Iris, y yo. —Esperó por un momento, por alguna clase de destello de reconocimiento en sus ojos, luego dijo—: No recuerdas quienes son, ¿verdad? —Tienes muchísimas primas —señaló él. —Sarah es la que tiene gruesos y oscuros cabellos y ojos. —¿Ojos gruesos? —murmuró él, esbozando un pequeña sonrisa. —Marcus. Él sonrió. —Muy bien. Cabello grueso. Ojos oscuros. —Iris es muy pálida. ¿Con cabello rubio fresa? —dijo—. Todavía no la recuerdas. —Viene de la familia de las flores. Honoria hizo una mueca. Era cierto que su tío William y la tía Mary habían elegido nombrar a sus hijas Rose, Marigold, Lavender, Iris y Daisy 2, pero aun así. —Sé quién es la Srta. Royle —dijo Marcus. —Es tu vecina. Tienes que saber quién es. Él solo se encogió de hombros. —De cualquier forma, estamos aquí en Cambridge porque la madre de Cecily pensó que podríamos necesitar algo de mejoras. Su boca se curvó en una sonrisa vagamente burlona. —¿Mejoras? Honoria se preguntó por qué las mujeres necesitaban mejorar, mientras los hombres iban a la escuela. —Sobornó a dos profesores para que nos permitieran escuchar sus charlas. —¿De verdad? —Él sonaba curioso. Y dudoso. —La vida y época de la Reina Elizabeth —recitó Honoria diligentemente—. Y después de eso, algo en Griego. —¿Hablas Griego? —Ninguna de nosotras —admitió—. Pero el profesor era el único dispuesto a hablar a las mujeres. —Puso los ojos en blanco—. Pretende dar la charla dos veces seguidas. 2 Nombres de flores: Rosa, Caléndula, Lavanda, Lirio, y Margarita, respectivamente. Debemos esperar en una oficina hasta que los estudiantes dejen la sala de conferencias, no sea que nos vean y pierdan la razón. Marcus asintió pensativamente. —Es casi imposible para los caballeros mantener su mente en sus estudios en la presencia de tan irresistible encanto femenino. Honoria pensó que lo decía en serio por cerca de dos segundos. Se las arregló para mirar de reojo en su dirección antes de romper en carcajadas. —Oh, por favor —dijo ella, dándole un ligero golpe en el brazo. Tales familiaridades eran insólitas en Londres, pero aquí, con Marcus… Él era prácticamente su hermano, después de todo. —¿Cómo está tu madre? —preguntó él. —Está bien —respondió Honoria, aunque no lo estaba. No realmente. Lady Winstead nunca se había recuperado totalmente del escándalo de Daniel al ser forzado a dejar el país. Ella alternaba entre quejarse sobre supuestas ofensas y pretender que su único hijo nunca había existido. Era… difícil. —Espera retirarse a Bath —añadió Honoria—. Su hermana vive allí, y creo que las dos se llevarían bien juntas. A ella en verdad no le gusta Londres. —¿A tu madre? —preguntó Marcus, con sorpresa. —No como solía gustarle —aclaró Honoria—. No desde que Daniel… bueno. Tú sabes. Los labios de Marcus se apretaron en las esquinas. Él sabía. —Cree que la gente todavía habla de eso —dijo Honoria. —¿Lo hacen? Honoria de encogió de hombros inútilmente. —No tengo idea. No lo creo. Nadie me lo ha dicho directamente. Además, fue hace casi tres años. ¿No creerías que todos tendrían algo más de qué hablar? —Habría pensado que todos tendrían algo más de que hablar cuando sucedió —dijo él sombríamente. Honoria enarcó una ceja mientras observaba su ceño fruncido. Había una razón para que él ahuyentara a tantas debutantes. Sus amigas estaban aterradas de él. Bueno, no eso no era enteramente cierto. Sólo tenían miedo mientras estaban en su presencia. El resto del tiempo se sentaban en sus escritorios, escribiendo sus nombres enlazados con el suyo… todos en una letra ridículamente descabellada, adornada con corazones y querubines. Él era de verdad un buen partido, Marcus Holroyd. No era que fuera guapo, porque no lo era, no exactamente. Su cabello era de un bonito color oscuro; sus ojos, también, pero había algo en su rostro que Honoria encontraba severo. Su ceño era demasiado pesado, demasiado recto, sus ojos un poco demasiado profundos. Pero aun así, había algo en él que atrapaba la vista. Una actitud, un deje de desdén, como si simplemente no tuviera paciencia para las tonterías Hacía que las chicas enloquecieran por él, aunque la mayoría fueran la tontería personificada. Ellas susurraban acerca de él como si fuera algún tipo de héroe oscuro de un libro, o si no era eso, entonces el villano, todo gótico y misterioso, necesitando simplemente ser rescatado. Mientras que para Honoria, simplemente era Marcus, lo que no era nada simple en absoluto, odiaba la forma en que él la trataba con condescendencia, observándola con una mirada desaprobadora. La hacía sentir como hacía años, como una niña molesta, o una adolescente desgarbada. Y al mismo tiempo, sin embargo, había algo tan reconfortante en tenerlo cerca. Sus caminos no se cruzaban tan a menudo como solían —todo era diferente ahora que Daniel se había ido—, pero cuando ella entraba en un salón, y él estaba allí…. Lo sabía. Y suficientemente extraño, eso era algo bueno. —¿Planeas venir a Londres para la temporada? —preguntó ella cortésmente. —Para algo de ella —respondió, su rostro inescrutable—. Tengo asuntos que atender allí. —Por supuesto. —¿Y tú? —preguntó él. Ella parpadeó—. ¿Planeas ir a Londres para la temporada? Sus labios se abrieron. Seguramente él no podía estar hablando en serio. ¿A dónde más podría ella posiblemente ir, dado su estado de soltera? No era como si… —¿Te estás riendo? —preguntó ella sospechosamente. —Por supuesto que no. —Pero él estaba sonriendo. —No es gracioso —le dijo—. No es como si tuviera opción. Tengo que ir a la temporada. Estoy desesperada. —Desesperada —repitió él, y pareció dudoso. Era una expresión frecuente en su cara. —Tengo que encontrar un marido este año. —Sintió su cabeza ir de atrás a adelante, incluso aunque no estaba segura a qué podría estar objetando. Su situación no era tan diferente de la de la mayoría de sus amigas. No era la única jovencita esperando casarse. Pero no estaba buscando un marido para poder admirar el anillo en su dedo o disfrutar la gloria de su estado como una elegante matrona joven. Quería una cosa suya. Una familia, una grande y bullosa a la que no le importara siempre sus maneras. Simplemente estaba tan enferma del silencio que había tomado control de su casa. Odiaba el sonido de sus pisadas taconeando a través del piso, odiaba que fuera tan frecuentemente el único sonido que oía toda la tarde. Necesitaba un marido. Era la única manera. ―Oh, vamos, Honoria ―dijo Marcus y ella no tuvo necesidad de ver su cara para saber su expresión precisa, condescendiente y escéptica, con un toque de hastío―. Tu vida no puede ser tan terrible. Ella apretó los dientes. Despreciaba ese tono. ―Olvida que he dicho esto ―murmuró ella, porque realmente, no valía la pena tratar de explicárselo a él. Él dejó escapar un suspiro y hasta logró ser condescendiente. ―No es probable que encuentres un marido aquí ―dijo. Ella apretó los labios, lamentando haber traído a colación el tema. ―Los estudiantes aquí son muy jóvenes ―comentó él. ―Son de la misma edad que yo ―dijo, cayendo fácilmente en la trampa. Pero Marcus no se regodeó; no era de ese tipo. ―Es por eso que estamos aquí en Cambridge, ¿no es cierto? ¿Para visitar a los estudiantes que aún no han ido a Londres? Ella miró con determinación hacia delante y dijo: ―Te lo dije, estamos aquí para escuchar las conferencias. Él asintió con la cabeza. ―En Griego. ―Marcus. Él sonrió a eso. Excepto que en realidad no era una sonrisa. Marcus era siempre tan serio, tan rígido, que una sonrisa para él era una media sonrisa para los demás. Honoria se preguntó con qué frecuencia sonreía sin que nadie se diera cuenta. Él tenía suerte de que ella lo conociera tan bien. A cualquier otra persona le parecería que carecía totalmente de sentido del humor. ―¿Qué fue eso? ―preguntó él. Se sobresaltó y lo miró. ―¿Qué fue qué? ―Rodaste los ojos. ―¿Lo hice? ―Honestamente, no tenía ni idea de si lo había hecho o no. Sin embargo, ¿por qué la miraba tan de cerca? Ese era Marcus, por el amor de Dios. Ella miró por la ventana―. ¿Crees que la lluvia ha cesado? ―No ―respondió, sin mover la cabeza ni un centímetro. Honoria supuso que no era necesario. Había sido una pregunta estúpida, destinada más que nada a cambiar el tema. La lluvia seguía cayendo sobre el carruaje sin piedad. ―¿Quieres que se lo comunique a los Royle? ―preguntó cortésmente. ―No gracias. ―Honoria estiró el cuello un poco, tratando de ver a través del cristal y la tormenta. No veía nada, pero era una buena excusa para no mirarlo, así que hizo una buena muestra de ello―. Voy a reunirme con mis amigas en un momento. ―¿Tienes hambre? ―preguntó―. Paré en Flindles antes y tomé algunos pasteles para llevar a casa. Los ojos de ella se iluminaron. ―¿Pasteles? Dijo la palabra casi como un suspiro. O tal vez fue un gemido. Pero no le importaba. Él sabía que los dulces eran su debilidad; era de la misma manera. Daniel nunca había sido particularmente aficionado a los postres y más de una vez, ella y Marcus se habían encontrado juntos como los niños, apiñados sobre un plato de pasteles y galletas. Daniel había dicho que parecían una manada de salvajes, lo cual había hecho reír a carcajadas a Marcus. Honoria no entendía por qué. Él se agachó y sacó algo de una caja a sus pies. ―¿Todavía eres aficionada al chocolate? ―Siempre. ―Sonrió por la afinidad. Y tal vez anticipándose, también. Él se echó a reír. ―¿Te acuerdas de ese pastel que hizo la Coci…? ―¿Aquel en el que se metió el perro? ―Casi lloré. Ella hizo una mueca. ―Creo que yo sí lloré. ―Le di sólo un bocado. ―Yo no lo di ninguno ―dijo con nostalgia―. Sin embargo, olía divino. ―Oh, lo era. ―Parecía como si el recuerdo de eso lo sumiera en un estado de éxtasis―. Lo era. ―Sabes, siempre pensé que Daniel podría haber tenido algo que ver con el hecho de que Buttercup entrara en casa. ―Estoy seguro de que lo hizo él ―coincidió Marcus―. La expresión de su cara… ―Espero que le golpearas. ―Casi hasta la muerte ―le aseguró. Ella sonrió y luego preguntó. ―¿Pero no realmente? Le devolvió la sonrisa. ―Realmente no. ―Se rio entre dientes recordando y le tendió un pequeño rectángulo de pastel de chocolate, encantador y marrón sobre un pedazo de papel blanco crujiente. Olía como el cielo. Honoria tomó un profundo y feliz respiro y sonrió. Luego miró a Marcus y sonrió de nuevo. Debido a que por un momento se había sentido como ella misma otra vez, como la niña que había sido unos pocos años atrás, cuando el mundo se extendía ante ella, una bola brillante que resplandecía de promesas. No se había dado cuenta siquiera de que había desaparecido esa sensación, de pertenencia, de lugar, de estar con alguien que te conoce total y completamente y que seguía pensando que valía la pena reírse contigo. Era extraño que fuera Marcus quien la hiciera sentirse de esa manera. Y de alguna manera, no era en absoluto extraño. Tomó el pastel de su mano y lo miró interrogante. ―Me temo que no tengo ningún tipo de cubierto ―dijo en tono de disculpa. ―Eso podría causar un terrible desastre ―dijo ella, con la esperanza de que se diera cuenta de que lo que estaba diciendo en realidad era: Por favor dime que no te importa si se me caen migas por todo tu carruaje. ―Voy a tomar uno, también ―dijo―. Para que no te sientas sola. Ella trató de no sonreír. ―Eso es muy generoso de tu parte. ―Estoy seguro de que es mi deber de caballero. ―¿Comer pastel? ―Es uno de los atractivos de mis deberes de caballero ―admitió. Honoria se rio y luego le dio un mordisco. ―Oh, Dios mío. ―¿Bueno? ―Celestial. ―Tomó otro bocado―. Y con eso quiero decir más allá de los cielos. Él sonrió y comió un poco del suyo, devorando medio de un bocado. Luego, mientras Honoria miraba con sorpresa, él se metió la otra mitad en la boca y se lo terminó. La pieza no era muy grande, pero aun así. Ella tomó un mordisco del suyo, tratando de hacer que durara más tiempo. ―Siempre hacías eso ―dijo él. Ella levantó la vista. ―¿Qué? ―Comerte el postre poco a poco, sólo para torturarnos al resto. ―Me gusta hacer que dure. ―Le lanzó una mirada maliciosa, acompañada de un encogimiento de un solo hombro―. Si te sientes torturado por eso, es tu problema. ―Cruel ―murmuró. ―Contigo, siempre. Él se rio de nuevo y Honoria se sorprendió de lo diferente que era en privado. Era casi como si estuviera con el antiguo Marcus, el que habían vivido prácticamente en Whipple Hill. Se había convertido realmente en un miembro de la familia, incluso uniéndose a sus terribles pantomimas. Él siempre jugaba en un árbol; por alguna razón siempre la había divertido. Le gustaba ese Marcus. Había adorado ese Marcus. Pero se había ido en esos últimos años, sustituyéndolo por el hombre silencioso y con el ceño fruncido conocido por el resto del mundo como Lord Chatteris. Era triste, la verdad. Para ella, pero probablemente sobre todo, para él. Terminó su pastel, tratando de ignorar la expresión divertida de él, luego aceptó su pañuelo para limpiarse las migajas de las manos. ―Gracias ―dijo, se lo devolvió. Él asintió con aprobación y luego dijo: ―Cuando estás… Pero fue interrumpido por un fuerte golpe en la ventana. Honoria miró más allá de él para ver quien estaba tocando. ―¿Perdón, señor? ―dijo un lacayo de librea familiar―. ¿Es esa Lady Honoria? ―Lo es. Honoria se inclinó hacia delante. ―Ese es… er… ―Muy bien, ella no tenía ni idea de su nombre, pero había acompañado al grupo de chicas en su expedición de compras―. Él es de los Royle ―le dijo a Marcus con una torpe e incómoda sonrisa antes de ponerse de pie, luego agachándose para poder salir del carro―. Tengo que irme. Mis amigas estarán esperándome. ―Voy a visitarte mañana. ―¿Qué? ―Se quedó quieta, encorvada como una anciana. Una de las cejas de él se levantó en señal de saludo burlón. ―Seguramente a tu anfitriona no le importará. ¿A la Sra. Royle le importaría que un conde soltero menor de treinta años planeara hacer una visita a su casa? ―Estoy segura de que sería encantador ―acertó a decir. ―Bien. ―Se aclaró la garganta―. Ha pasado demasiado tiempo. Lo miró con sorpresa. Seguramente él no le digirió ni un pensamiento cuando no estaban ambos en Londres, paseando durante la temporada. ―Me alegro de que estés bien ―dijo él de repente. ¿Por qué tal afirmación era tan sorprendente? Honoria no podría haber dado con la respuesta. Pero lo era. Realmente lo era. Marcus vio como el lacayo de los Royle escoltaba a Honoria a la tienda de enfrente. Luego, una vez que Marcus estuvo seguro de que ella estaba a salvo, golpeó tres veces en la pared, para indicar al cochero que continuara. Se había sorprendido al verla en Cambridge. No seguía a Honoria cuando no estaba en Londres, pero aun así, de alguna manera pensaba que habría sabido si ella se iba a pasar tanto tiempo tan cerca de su casa. Suponía que debía empezar a hacer planes para ir a la ciudad para la temporada. No estaba mintiendo cuando le había dicho que tenía negocios que atender ahí, a pesar de que habría sido más exacto decir que, simplemente, prefería permanecer en el país. No había nada que requiriera su presencia en Cambrigeshire, simplemente se le hacía mucho más fácil así. Por no hablar de que odiaba la temporada. La odiaba. Pero si Honoria estaba empeñada en adquirir un esposo, entonces se iría a Londres para asegurarse de que no cometiera ningún desastroso error. Había hecho una promesa, después de todo. Daniel Smythe-Smith había sido su amigo más cercano. No, su único amigo, su único y verdadero amigo. Un millar de conocidos y un verdadero amigo. Así era su vida. Sin embargo, Daniel se había ido, a algún lugar de Italia si la última carta todavía seguía vigente. Y era poco probable que regresara, no mientras el Marqués de Ramsgate aún viviera empeñado en vengarse. Lo que había causado un maldito embrollo. Marcus le había dicho a Daniel que no jugara a las cartas con Hugh Prentice. Pero no, Daniel sólo se había reído, decidido probar su suerte. Prentice siempre ganaba. Siempre. Tenía una suerte brillante, todos lo sabían. Matemáticas, física, historia, había terminado la enseñanza de los catedráticos en la universidad. Hugh Prentice no hacía trampa en el juego, simplemente ganaba siempre porque tenía una memoria monstruosamente aplastante y una mente que veía el mundo en forma de patrones y ecuaciones. O al menos eso le había dicho a Marcus cuando habían estado juntos como alumnos en Eton. La verdad era que Marcus todavía no entendía muy bien lo que habían estado hablando. Y eso que había sido el mejor estudiante de segundo en matemáticas. Pero al lado de Hugh… Bueno, no había comparación. Nadie en su sano juicio jugaría a las cartas con Hugh Prentice, pero Daniel no había estado en su sano juicio. Estaba un poco borracho y un poco mareado por una chica con la que acabó en la cama, por eso se había sentado al lado de Hugh y había jugado. Y ganó. Incluso Marcus no había sido capaz de creerlo. No era que él hubiera pensado que Daniel era un tramposo. Nadie pensaba que Daniel era un tramposo. A todo el mundo le gustaba. Todo el mundo confiaba en él. Pero hasta entonces, nadie había vencido a Hugh Prentice. Pero Hugh había estado bebiendo. Y Daniel había estado bebiendo. Y todos ellos habían estado bebiendo y cuando Hugh golpeó sobre la mesa y acusó a Daniel de hacer trampa, la sala se fue al infierno. Al día de hoy Marcus no estaba seguro de lo que dijo exactamente, pero en cuestión de minutos se había resuelto, Daniel Smythe-Smith se reuniría con Hugh Prentice al amanecer. Con pistolas. Y con un poco de suerte, estarían lo suficientemente sobrios para entonces darse cuenta de su propia estupidez. Hugh había disparado en primer lugar, su bala rozó el hombro izquierdo de Daniel. Y mientras todo el mundo estaba gritando por eso, lo cortés hubiera sido disparar al aire, Daniel levantó el brazo y disparó de nuevo. Y Daniel, maldita sea pero Daniel siempre había tenido mala puntería, había alcanzado la parte superior del muslo de Hugh. Había habido tanta sangre que Marcus todavía sentía náuseas solo de pensarlo. El cirujano había gritado. La bala le había alcanzado una arteria, nada más podría haber producido un torrente de sangre. Durante tres días todas las preocupaciones eran si Hugh viviría o moriría y nadie le dio mucha importancia a la pierna, con su fémur destrozado. Hugh pudo vivir, pero no caminar, no sin su bastón. Y su padre, el extremadamente poderoso y sumamente enojado Marqués de Ramsgate, juró que Daniel sería llevado ante la justicia. De ahí el vuelo a Italia de Daniel. De ahí que sin aliento Daniel, en el último minuto, cuando estaban de pie en el muelle y el barco estaba a punto de salir, le hiciera prometer: “Cuidarás de Honoria, ¿verdad? Mira que no se case con un idiota”. Por supuesto que Marcus había dicho que sí. ¿Qué otra cosa podría haber dicho? Pero nunca le había dicho a Honoria la promesa que le había hecho a su hermano. Dios mío, eso habría sido un desastre. Era bastante difícil mantenerse al día con ella sin su conocimiento. Si hubiera sabido que él estaba ocupando el lugar de los padres, se habría puesto furiosa. Lo último que necesitaba era a ella tratando de impedírselo. ¿Qué ella lo haría? Estaba seguro de ello. No era que fuera deliberadamente caprichosa. Era, en su mayor parte, una muchacha perfectamente razonable. Pero incluso la más razonable de las mujeres se ofendía cuando pensaban que estaban siendo mangoneadas. Así que observaba de lejos, y silenciosamente ahuyentaba a un pretendiente o dos. O tres. O tal vez cuatro. Se lo había prometido a Daniel. Y Marcus Holroyd no rompía sus promesas. Capítulo 2 Traducido por Andy Parth y rihano —¿C Corregido por Marina012 uándo llegará él? —No lo sé —respondió Honoria, por lo que debe haber sido la séptima vez. Ella sonrió educadamente a las demás señoritas en la sala de dibujo verde y gris de los Royle. La aparición de Marcus el día anterior había sido discutida, diseccionada, analizada, e interpretada en poesía por Lady Sarah Pleinsworth, la prima de Honoria y una de sus amigas más cercanas. —Él llegó en la lluvia —entonó Sarah—. El día había sido normal. —Honoria casi escupe su té—. Estaba fangoso, este sendero… Cecily Royle sonrió con picardía sobre su taza de té. —¿Lo han considerado verso libre? —… nuestra heroína, con dolor… —Estaba helada —insertó Honoria. Iris Smythe-Smith, otra prima de Honoria, alzó la vista con su típica expresión seca. —Yo tengo dolor —dijo—. Específicamente mis oídos. Honoria le disparó a Iris una mirada que decía claramente: Sé amable. Iris sólo se encogió de hombros. —… su angustia, ella fingía… —¡No es cierto! —protestó Honoria. —… sus ideas, no eran en vano… —Este poema está pasando rápidamente —afirmó Honoria. —Estoy empezando a disfrutarlo —dijo Cecily. —…su existencia una perdición… Honoria dejó escapar un bufido. —¡Oh, no es para tanto! —Creo que ella está haciendo un trabajo admirable —dijo Iris—. Dadas las limitaciones en la estructura de la rima. —Ella miró a Sarah, que había estado repentinamente silenciosa. Iris inclinó su cabeza a un lado, también Honoria y Sarah. Los labios de Sarah estaban separados y su mano izquierda seguía extendida en gran drama, pero parecía haberse quedado sin palabras. —¿Bastón? —sugirió Cecily—. ¿Principal? —¿Loca?3 —ofreció Iris. —En cualquier momento —dijo Honoria con aspereza—. Si sigo atrapada aquí por mucho más tiempo con ustedes. Sarah se rió y se dejó caer en el sofá. —El Conde de Chatteris —dijo con un suspiro—. Nunca te perdonaré no habernos presentado el año pasado —le dijo a Honoria. —¡Sí te presenté! —Bueno, entonces lo has debido hacer dos veces —agregó Sarah con picardía—. Para hacerme notar. Creo que no me dijo más de dos palabras en toda la temporada. —Apenas me dice dos palabras a mí —respondió Honoria. Sarah inclinó su cabeza, sus cejas arqueándose como si dijera: Oh, ¿en serio? —Él no es muy sociable —dijo Honoria. —Creo que es apuesto —dijo Cecily. —¿Lo crees? —preguntó Sarah—. Me parece bastante melancólico. —Melancólico es apuesto —dijo Cecily firmemente, antes de que Honoria pudiera ofrecer una opinión. 3 Puesto que el poema es en inglés, al traducirlo pierde la rima, en este caso, las palabras que sugiere Cecily son “Cane” y “Main”, que rimarían con “Bane” (perdición). —Estoy atrapada en una mala novela —anunció Iris a nadie en particular. —No contestaste a mi pregunta —le dijo Sarah a Honoria—. ¿Cuándo llegará? —No lo sé —respondió Honoria por lo que seguramente fue la octava vez—. No lo dijo. —Descortés —dijo Cecily, alcanzando una galleta. —Es su forma de ser —dijo Honoria con un ligero encogimiento. —Es eso lo que me parece tan interesante —murmuró Cecily—. Que tú conozcas “su forma de ser”. —Ellos se han conocido por décadas —dijo Sarah—. Siglos. —Sarah… —Honoria adoraba a su prima, realmente lo hacía. La mayor parte del tiempo. Sarah sonrió con picardía, sus ojos oscuros ardiendo traviesamente. —Él solía llamarla Chinche. —¡Sarah! —Honoria la fulminó con la mirada. Ella no necesitaba que se corriera la voz de que una vez había sido comparada con un insecto por un Conde del reino. —Eso fue hace mucho tiempo —dijo con toda la dignidad que pudo reunir—. Tenía siete años. —¿Cuántos años tenía él? —preguntó Iris. Honoria pensó por un momento. —Trece probablemente. —Bueno, eso lo explica —dijo Cecily ondeando su mano—. Los chicos son bestias. Honoria asintió educadamente. Cecily tenía siete hermanos menores. Ella debía saberlo. —Aun así —dijo Cecily, muy dramática—. Que coincidencia que viniera al otro lado de tu calle. —Fortuita —acordó Sarah. —Casi como si te hubiera estado siguiendo —agregó Cecily, inclinándose hacia adelante con los ojos ensanchados. —Ahora, eso simplemente es una tontería —dijo Honoria. —Bueno, por supuesto —respondió Cecily, su tono pasando directamente a lo eficiente y empresarial—. Eso nunca podría pasar. Simplemente estaba diciendo que lo parecía. —Vive cerca —dijo Honoria, agitando la mano en la dirección de nadie en particular. Ella tenía un terrible sentido de la orientación, no podía decir cuál era el Norte, si su vida dependiera de ello. Y, de todos modos, no tenía idea de qué camino debía tomar para salir de Cambridge y llegar a Fensmore en primer lugar. —Su finca colinda la nuestra —dijo Cecily. —¿Lo hace? —Esto de Sarah, con gran interés. —O quizás debo decir que nos rodea —dijo Cecily con una pequeña risa—. El hombre posee la mitad del Norte de Cambridgeshire. Creo que sus propiedades tocan Bricstan en el Norte, Sur y Oeste. —¿Y en el Este? —preguntó Iris. Para Honoria agregó—: Es la siguiente pregunta lógica. Cecily parpadeó, considerando esto. —Eso probablemente te envía a su tierra, también. Puedes hacer tu camino a través de una pequeña sección al sureste. Pero entonces acabarías en la vicaría así que, ¿cuál sería el punto? —¿Es lejos? —preguntó Sarah. —¿Bricstan? —No —replicó Sarah, con una no tan pequeña medida de impaciencia—. Fensmore. —Ah. No, no realmente. Estamos a treinta y dos kilómetros. Por lo que él estaría solo un poco más lejos. —Cecily se detuvo un momento, pensando—. Él podría mantener aquí una casa adosada 4 también, no estoy segura. Los Royle eran firmes Anglosajones del Este, manteniendo una casa adosada en Cambridge y una casa de campo un poco al norte. Cuando iban a Londres, la rentaban. 4 Casa Adosada: tipo de casa unifamiliar, popular en Londres. Se refiere a las casas que son construidas a la vez y comparten una pared que divide las propiedades. Muchas impresionan como una gran casa compartiendo el diseño arquitectónico. —Debemos ir —dijo Sarah de repente—. Este fin de semana. —¿Ir? —preguntó Iris—. ¿A dónde? —Al campo —respondió Cecily. —Sí —dijo Sarah, su voz subiendo con emoción—. Eso extendería nuestra visita solo por unos pocos días, por lo que seguramente nuestras familias no podrían hacer ninguna objeción. —Se volvió ligeramente, enviando sus palabras directamente hacia Cecily—. Tu madre puede ofrecer una pequeña fiesta de casa. Podemos invitar a algunos de los estudiantes universitarios. Seguramente estarán agradecidos por un respiro de la vida escolar. —He oído que la comida ahí es muy mala —dijo Iris. —Es una idea interesante —reflexionó Cecily. —Es una idea espectacular —dijo Sarah firmemente—. Ve a preguntarle a tu madre. Ahora, antes de que llegue Lord Chatteris. Honoria dio un grito ahogado. —¿Seguramente no querrás invitarlo? —Había sido bonito verlo el día anterior, pero lo último que quería era pasar una fiesta de casa por completo en su compañía. Si él asistía, ella podía despedir cualquier esperanza de atraer la atención de un joven caballero. Marcus tenía una manera de fruncir el ceño cuando desaprobaba su comportamiento. Y sus ceños tenían una manera de ahuyentar a cada ser humano en las inmediaciones. Que él no aprobara su comportamiento jamás pasó por su mente. —Por supuesto que no —respondió Sarah, volviéndose a Honoria con la más impaciente expresión—. ¿Por qué asistiría cuando puede dormir en su propia cama sólo bajando el camino? Pero desearía visitarlo, ¿no? Tal vez para venir a cenar o para cazar. Era la opinión de Honoria que si Marcus estaba atrapado por una tarde con éste montón de hembras probablemente empezaría a dispararles a ellas. —Es perfecto —insistió Sarah—. Sería mucho más probable que los caballeros más jóvenes aceptaran la invitación si saben que Lord Chatteris estará. Ellos quieren lograr una buena impresión. Él es muy influyente, sabes. —Pensaba que no iban a invitarlo —dijo Honoria. —No estoy. Quiero decir… —Sarah se movió hacia Cecily, que era, después de todo, la hija de aquél que podía hacer la invitación—. No estamos. Pero podemos hacer circular que es probable que pase. —Él lo va a apreciar, estoy segura —dijo Honoria escuetamente, no es que alguien escuchara. —¿A quién invitamos? —preguntó Sarah, ignorando totalmente la declaración de Honoria—. Deben ser cuatro caballeros. —Nuestros números serán disparejos cuando Lord Chatteris esté alrededor —señaló Cecily. —Mejor para nosotras —dijo Sarah firmemente—. Y no podemos invitar solo a tres y luego tener demasiadas señoritas cuando él no esté aquí. Honoria suspiró. Su prima era la definición de tenaz. No había que discutir con Sarah cuando ella tenía su corazón en algo. —Mejor hablo con mi madre —dijo Cecily, poniéndose de pie—. Necesitaremos ponernos a trabajar inmediatamente. —Ella dejó la habitación con un dramático susurro de muselina rosa. Honoria miró a Iris, quién seguramente reconocía la locura que estaba por venir. Pero Iris sólo encogió sus hombros y dijo: —Es una buena idea, en realidad. —Es por lo que vinimos a Cambridge —les recordó Sarah—. Para conocer caballeros. Era cierto. A la Sra. Royle le gustaba hablar sobre exponer a las señoritas a la cultura y educación, pero todos sabían la verdad: ellas habían venido a Cambridge por razones puramente sociales. Cuando la Sra. Royle había abordado la idea a la madre de Honoria, ella había lamentado que tantos caballeros jóvenes todavía estuvieran en Oxford o Cambridge al comienzo de la temporada y por lo tanto no en Londres donde deberían estar, cortejando señoritas. La Sra. Royle tenía una cena prevista para la noche siguiente, pero una fiesta fuera de la ciudad sería aún más eficaz. Nada como atrapar a los caballeros de donde no podrían escapar. Honoria suponía que iba a necesitar escribirle una carta a su madre, informándole que estaría en Cambridge por unos días extras. Ella tenía una mala sensación acerca de usar a Marcus como un señuelo para obligar a los otros caballeros a aceptar, pero sabía que no podía permitirse despedir esta oportunidad. Los estudiantes universitarios eran jóvenes —casi de la misma edad de las cuatro señoritas— pero a Honoria no le importaba. Incluso si no estaban listos para el matrimonio, ¿seguramente algunos tendrían hermanos mayores? O primos. O amigos. Ella suspiró. Odiaba cuán calculador sonaba todo, pero ¿qué más iba a hacer? —Gregory Bridgerton —anunció Sarah, sus ojos radiando positivamente con triunfo—. Él sería perfecto. Brillantemente bien conectado. Una de sus hermanas se casó con un Duque y la otra con un Conde. Y está en su último año, así que quizás estará listo para casarse pronto. Honoria levantó la vista. Ella conoció al Sr. Bridgerton varias veces, generalmente cuando había sido arrastrado por su madre a uno de los infames musicales de las Smythe-Smith. Honoria trató de no estremecerse. El musical anual de la familia nunca era un buen momento para hacer amistad con un caballero, a menos que él fuera sordo. Hubo algún argumento dentro de la familia acerca de quiénes, precisamente, habían comenzado la tradición, pero en 1807, las cuatro primas Smythe-Smith habían tomado el escenario y masacrado una pieza musical perfectamente inocente. Por qué ellas —o más bien sus madres— habían pensado que sería una buena idea repetir la masacre los años siguientes, Honoria nunca sabría, pero lo hicieron el año después de ese, y año tras año. Quedó entendido que todas las hijas Smythe-Smith debían tener un instrumento musical y, cuando llegara su turno, unirse al cuarteto. Una vez dentro, estaría atrapada hasta que encontrara un esposo. Era, Honoria más de una vez lo había meditado, tan buen argumento como cualquier otro para un matrimonio precoz. Lo raro era, que la mayor parte de su familia no parecía darse cuenta de lo horrible que era. Su prima Viola se había presentado en el cuarteto por seis años y todavía hablaba con nostalgia de sus días como miembro. Honoria medio esperaba que dejara a su novio en el altar cuando contrajo matrimonio seis meses antes, sólo para poder continuar en su posición como violinista principal. Alucinante. Honoria y Sarah habían sido forzadas a asumir sus lugares el año anterior, Honoria en el violín y Sarah en el piano. La pobre Sarah todavía estaba traumatizada por la experiencia. Ella realmente tenía algo musical y había desempeñado su papel con precisión. O así le dijeron a Honoria, era difícil escuchar algo por encima de los violines. O los jadeos de la audiencia. Sarah había jurado que nunca tocaría otra vez con sus primas. Honoria sólo se había encogido de hombros, a ella realmente no le importaba el musical… no mucho, al menos. Realmente pensaba que todo era un poco entretenido. Y además, no había nada que pudiera hacer al respecto. Era tradición familiar, y no había nada que le importara a Honoria más que la familia, nada. Pero ahora, tenía que aplicarse seriamente en la caza de un esposo, lo que significaba que iba a tener que encontrar a un caballero con un insensible oído musical. O un sentido del humor muy bueno. Gregory Bridgerton parecía ser un excelente candidato. Honoria no tenía idea de si él podría llevar una melodía, pero habían cruzado caminos dos días antes, cuando las cuatro señoritas salieron a tomar té al pueblo, y había sido golpeada al instante por la bonita sonrisa que tenía. A ella le gustaba. Era increíblemente amable y extrovertido, y algo sobre él le recordó a su propia familia, la forma en la que solían estar, reunidos en Whipple Hill, ruidosos, bullosos y siempre sonriendo. Probablemente porque él también era de una familia numerosa, el segundo más joven de ocho. Honoria era la más joven de seis, por lo que seguramente tendrían mucho en común. Gregory Bridgerton. Hmmm. Ella no sabía por qué no había pensado antes en él. Honoria Bridgerton Winifred Bridgerton. (Ella siempre quiso nombrar a una niña Winifred, por lo que parecía prudente probar este en su lengua también). Sr. Gregory y Lady Honor… —¿Honoria? ¡Honoria! Ella parpadeó. Sarah estaba mirándola fijamente con visible irritación. —¿Gregory Bridgerton? —dijo—. ¿Tu opinión? —Er… creo que sería una muy buena elección —respondió Honoria, de la manera más modesta posible. —¿Quién más? —dijo Sarah, poniéndose de pie—. Quizás debo hacer una lista. —¿Para cuatro nombres? —Honoria no pudo evitar preguntar. —Estás muy determinada —murmuró Iris. —Tengo que estarlo —replicó Sarah. Sus ojos oscuros centelleando. —¿Realmente piensas que vas a encontrar a un hombre y luego casarte con él en las próximas dos semanas? —preguntó Honoria. —No sé de qué estás hablando —respondió Sarah en una voz cortante. Honoria miró hacia la puerta abierta para asegurarse de que nadie se acercaba. —Somos sólo tres de nosotras ahora, Sarah. —¿Uno tiene que tocar en el musical si está comprometido? —preguntó Iris. —Sí —respondió Honoria. —No —dijo Sarah firmemente. —Oh sí, tú lo harás —dijo Honoria. Iris suspiró. —No te quejes —dijo Sarah, girando sobre ella con los ojos entrecerrados—. No tuviste que tocar el año pasado. —Por lo que estoy eternamente agradecida —le dijo Iris. Ella debía unirse al cuarteto con el violonchelo este año. —Quieres encontrar a un esposo tanto como yo lo quiero —le dijo Sarah a Honoria. —¡No en las próximas dos semanas! Y no —agregó con un poco más de decoro—, simplemente para dejar de tocar en los musicales. —No estoy diciendo que me casaría con alguien terrible —dijo Sarah con un sollozo—. Pero si Lord Chatteris termina por caer desesperadamente enamorado de mí… —Él no lo hará —dijo Honoria, sin rodeos. Entonces dándose cuenta de lo cruel que sonaba añadió—: No va a enamorarse de nadie. Confía en mí. —El amor obra de maneras misteriosas —dijo Sarah. Pero ella sonaba más esperanzada que certera. —Incluso si Marcus se enamorara de ti, lo que no va a suceder, no es que tenga algo que ver contigo, él no es el tipo que se enamora rápidamente de alguien. —Honoria hizo una pausa, tratando de recordar dónde había comenzado su oración porque estaba bastante segura que no la había completado. Sarah se cruzó de brazos. —¿Hubo algo ahí, oculto en medio de los insultos? Honoria rodó los ojos. —Solo que incluso si Marcus cayera enamorado de alguien, lo haría de la manera más habitual y regular. —¿Es el amor si acaso normal? —preguntó Iris. La declaración fue lo suficientemente filosófica para silenciar la habitación. Pero sólo por un momento. —Nunca se apresuraría a una boda —continuó Honoria, volteándose hacia Sarah—. Odia llamar la atención sobre sí mismo. Lo odia —repetía, porque, francamente, cansaba repetirlo—. Él no te sacará del recital, eso es una certeza. Durante unos segundos, Sarah se quedó inmóvil y rígida, y luego suspiró, sus hombros cayendo tristes. —Tal vez Gregory Bridgerton —dijo con desánimo—. Parece que podría ser un romántico. —¿Lo suficiente como para fugarse? —preguntó Iris. —¡Nadie está fugándose! —exclamó Honoria—. Y todas ustedes estarán tocando en el musical el próximo mes. Sarah e Iris la miraron con idénticas expresiones, dos partes de sorpresa y una parte de indignación. Con una pizca saludable de temor. —Bueno, tú lo estás —murmuró Honoria—. Todas lo estamos. Es nuestro deber. —Nuestro deber —repitió Sarah—. ¿Tocar música horrible? Honoria la miró fijamente. —Sí. Iris se echó a reír. —No es divertido —dijo Sarah. Iris se limpió los ojos. —Pero lo es. —No lo será —advirtió Sarah—, una vez que tengas que tocar. —Lo cual es la razón porque voy a reírme ahora —replicó Iris. —Sigo pensando que deberíamos tener una fiesta en casa —dijo Sarah. A lo que Honoria respondió: —Estoy de acuerdo. Sarah la miró con suspicacia. —Sólo que creo que sería ambicioso pensar en ello como un medio para evitar tocar en el musical. —Más tonto que ambicioso, pero Honoria no iba a decir eso. Sarah se sentó en un escritorio cercano y tomó una pluma. —Estamos de acuerdo sobre el Sr. Bridgerton, ¿entonces? Honoria miró a Iris. Ambas asintieron. —¿Quién más? —preguntó Sarah. —¿No crees que deberíamos esperar a Cecily? —preguntó Iris. —¡Neville Berbrooke! —dijo Sarah con firmeza—. Él y el Sr. Bridgerton son parientes. —¿Lo son? —preguntó Honoria. Ella sabía mucho acerca de la familia Bridgerton, todo el mundo lo hacía, pero no creía que ellos alguna vez se hubieran casado con algún Berbrooke. —La hermana de la esposa del hermano del Sr. Bridgerton está casada con el hermano del Sr. Berbrooke. Era justo el tipo de declaración que pedía un comentario sarcástico, pero Honoria estaba demasiado estupefacta por la velocidad a la cual Sarah había disparado esto para hacer otra cosa que parpadear. Iris, sin embargo, no estaba tan impresionada. —Y esto los hace… ¿familiares casuales? —Primos —dijo Sarah, disparándole a Iris una mirada displicente—. Hermanos. Cuñados. —¿Tres distintivos? —murmuró Iris. Sarah miró a Honoria. —Haz que se detenga. Honoria se echó a reír. Iris también lo hizo, y luego Sarah finalmente sucumbió a sus propias risas. Honoria se levantó y le dio a Sarah un abrazo impulsivo. —Todo va a estar bien, ya lo verás. Sarah sonrió tímidamente a cambio. Ella empezó a decir algo, pero en ese momento Cecily entró en la habitación, con su madre en sus talones. —¡A ella le encanta la idea! —anunció Cecily. —Sí, me gusta —afirmó la señora Royle. Cruzó la habitación hasta la mesa de escribir, cayendo en la silla mientras Sarah saltaba rápidamente. Honoria la observó con interés. La señora Royle era una mujer mediana: mediana altura, contextura mediana, cabello marrón medio y ojos marrones medianos. Incluso su vestido era de un tono medio de púrpura, con un volante de tamaño mediano rodeando la parte inferior. Pero no había nada mediano acerca de su expresión en ese momento. Ella parecía estar lista para comandar un ejército, y estaba claro que no tomaría prisioneros. —Es brillante —dijo la señora Royle, frunciendo el ceño ligeramente mientras buscaba algo en su escritorio—. No sé por qué no pensé en ello antes. Tendremos que trabajar con rapidez, por supuesto. Vamos a enviar a alguien a Londres esta tarde para notificar a sus padres que ustedes se quedarán. —Ella se volvió a Honoria—. ¿Cecily dice que puede asegurar que Lord Chatteris haga una aparición? —No —respondió Honoria con alarma—. Puedo intentarlo, por supuesto, pero… —Esfuércese —dijo la señora Royle rápidamente—. Ese será tu trabajo, mientras que el resto de nosotras organizamos la fiesta. ¿Cuándo va a venir, por cierto? —No tengo idea —respondió Honoria, por qué tenía que ser, oh, tan molesto, sin importar cuántas veces hubiese respondido esa pregunta—. Él no lo dijo. —¿No cree que se ha olvidado? —Él no es del tipo de olvidar —le dijo Honoria. —No, él no parece como si lo hiciera —murmuró la señora Royle. —Sin embargo, una nunca puede contar que un hombre sea tan dedicado a la mecánica del noviazgo como una mujer. La alarma que se había estado filtrando en el interior de Honoria explotó en forma completa de pánico. Querido cielo, si la señora Royle estaba pensando en emparejarla con Marcus… —Él no me está cortejando —dijo ella rápidamente. La señora Royle le dio una mirada calculadora. —No lo está, le doy mi palabra. La señora Royle volvió su mirada a Sarah, quien de inmediato se enderezó en su asiento. —Parece poco probable —dijo Sarah, ya que estaba claro que la señora Royle deseaba que ella lo corroborara—. Son más bien como hermano y hermana. —Es cierto —confirmó Honoria—. Él y mi hermano fueron amigos muy cercanos. La sala quedó en silencio ante la mención de Daniel. Honoria no estaba segura de si esto era por respeto, torpeza, o pesar de que un caballero perfectamente elegible estuviera ausente de la cosecha actual de debutantes. —Bueno —dijo la señora Royle rápidamente—. Haz tu mejor esfuerzo. Es todo lo que podemos pedirte. —¡Oh! —gritó Cecily, dando un paso atrás desde la ventana—. ¡Creo que está aquí! Sarah se puso de pie y empezó a suavizar su falda perfectamente sin arrugas. —¿Estás segura? —Oh, sí. —Cecily casi suspiró de placer—. Oh, mi Dios, pero ese es un coche magnífico. Todas se quedaron inmóviles, en espera de su invitado. Honoria pensó que la señora Royle en realidad podría estar conteniendo el aliento. —¿No nos sentiremos tontas —le susurró al oído Iris—, si ni siquiera es él? Honoria reprimió una risa, empujando a su prima con el pie. Iris se limitó a sonreír. En el silencio fue fácil oír el golpe en la puerta, seguido por el leve crujido, cuando el mayordomo abrió. —Párate derecha —le susurró la señora Royle a Cecily. Y entonces, como una idea de último momento—: El resto de ustedes, también. Sin embargo, cuando el mayordomo apareció en la puerta, estaba solo. —Lord Chatteris ha enviado sus disculpas —anunció. Todo el mundo se desplomó. Hasta la señora Royle. Era como si cada una de ellas hubiera sido pinchada por un alfiler, el aire siendo exprimido directamente de ellas. —Envió una carta —dijo el mayordomo. La señora Royle tendió la mano, pero el mayordomo dijo: —Está dirigida a Lady Honoria. Honoria se enderezó y, consciente de que todos los ojos estaban colocados sobre ella ahora, se esforzó un poco más en suprimir el alivio que estaba segura de haber mostrado en su rostro. —Er, gracias —dijo ella, tomando la hoja de pergamino doblada del mayordomo. —¿Qué dice? —preguntó Sarah, antes de que Honoria, incluso pudiera romper el sello. —Un momento —murmuró Honoria, dando unos pasos hacia la ventana para poder leer la carta de Marcus en relativa privacidad—. No es nada, de verdad —dijo, una vez que había terminado las tres cortas frases—. Hubo una emergencia en su casa, y es incapaz de venir de visita esta tarde. —¿Eso es todo lo que dijo? —exigió la señora Royle. —Él no es de dar largas explicaciones —dijo Honoria. —Los hombres poderosos no explican sus acciones —anunció Cecily dramáticamente. Hubo un momento de silencio mientras todo el mundo digería eso, y luego con una voz deliberadamente alegre, dijo Honoria: —Él desea que todo esté bien. —No lo suficiente como para honrarnos con su presencia —murmuró la señora Royle. La pregunta obvia de la fiesta en la casa flotaba en el aire, con las señoritas mirando atrás y adelante entre ellas, en silencio, preguntándose quién daría un paso adelante para preguntar. Por último, todas las miradas se posaron en Cecily. Tenía que ser ella. Habría sido descortés que viniera de cualquier otra persona. —¿Qué vamos a hacer sobre la fiesta en Bricstan? —preguntó Cecily. Pero su madre estaba perdida en sus pensamientos, los ojos entornados y los labios fruncidos. Cecily se aclaró la garganta y luego dijo, un poco más fuerte: —¿Madre? —Aún es una buena idea —dijo la señora Royle repentinamente. Su voz era alta y con determinación, y Honoria casi sintió a las sílabas hacer eco en sus orejas. —¿Entonces aún deberíamos invitar a los estudiantes? —dijo Cecily. —Yo había pensado en Gregory Bridgerton —mencionó Sarah amablemente—. Y Neville Berbrooke. —Buenas elecciones —dijo la señora Royle, dirigiéndose a través del cuarto hasta su escritorio—. Buena familia, la de ambos. —Ella sacó varias hojas de papel de color crema, y luego dobló las esquinas, contándolas—. Escribiré las invitaciones de inmediato —dijo, una vez que tuvo el número correcto de hojas. Se volvió hacia Honoria, con el brazo extendido—. Excepto a este. —¿Perdone? —dijo Honoria, aunque sabía exactamente lo que la Sra. Royle quería decir. Sólo no quería aceptarlo. —Invite a Lord Chatteris. Así como planeamos. No para toda la fiesta, sólo para una tarde. Sábado o domingo, lo que él prefiera. —¿Está segura de que la invitación no debería venir de ti? —Cecily le preguntó a su madre. —No, es mejor de Lady Honoria —dijo la Sra. Royle—. Él la encontrará más difícil de rechazar, viniendo de una familiar amiga cercana. —Dio otro paso hacia adelante, hasta que no hubo manera de que Honoria pudiera evitar tomar el papel de su mano—. Somos buenos vecinos, por supuesto —agregó la Sra. Royle—. No pienses que no lo somos. —Por supuesto —murmuró Honoria. No había nada más que pudiera haber dicho. Y, pensó mientras miraba hacia abajo al papel en su mano, nada más que pudiera hacer. Pero entonces su suerte cambió. La Sra. Royle se sentó en el escritorio, lo que significaba que Honoria no tenía más remedio que retirarse a su habitación a escribir la invitación. Lo que significaba que nadie, además de Honoria y Marcus, por supuesto, sabrían que lo que realmente esta decía era: Marcus… La Sra. Royle me ha pedido que le extienda una invitación a Bricstan este fin de semana. Ella planea una pequeña fiesta en casa, con las cuatro damas que he mencionado, junto con cuatro jóvenes caballeros de la universidad. Se lo ruego, no acepte. Usted será miserable, y luego yo seré miserable, preocupándome por su miseria. Con afecto, etcétera y etcétera, Honoria Un tipo diferente de caballero se tomaría tal “invitación”, como un reto y aceptaría de inmediato. Pero no Marcus. Honoria estaba segura de ello. Él podría ser arrogante, podía ser desaprobador, pero él no era rencoroso. Y no iba a hacerse miserable sólo para hacerla desgraciada. Él era de vez en cuando la ruina de su existencia, pero era, de corazón, una buena persona. Razonable, también. Se daría cuenta de que la reunión de la Sra. Royle era exactamente el tipo de evento que lo hacía desear sacarse los ojos. Ella siempre se había preguntado por qué él iba a Londres durante la temporada; siempre parecía tan aburrido. Honoria selló la carta ella misma y la llevó escaleras abajo, entregándola a un lacayo para entregar a Marcus. Cuando la respuesta de Marcus llegó varias horas más tarde, fue dirigida a la Sra. Royle. —¿Qué dice? —preguntó Cecily sin aliento, corriendo al lado de su madre mientras ella la abría. Iris también se aglomeró, tratando de mirar por encima del hombro de Cecily. Honoria se quedó atrás y esperó. Sabía lo que esta diría. La Sra. Royle rompió el sello y desdobló la misiva, con los ojos moviéndose rápidamente a través de la escritura mientras leía. —Él envía sus disculpas —dijo ella rotundamente. Cecily y Sarah dejaron escapar gritos de desesperación. La Sra. Royle miró por encima a Honoria, que esperaba que estuviera haciendo un buen trabajo viéndose sorprendida cuando dijo: —Yo se lo pregunté. Es sólo que no es su tipo de entretenimiento, creo yo. En realidad él no es muy sociable. —Bueno, eso es muy cierto —se quejó la Sra. Royle—. No puedo recordar más de tres bailes de la temporada pasada en la que lo vi bailando. Y con tantas mujeres jóvenes sin pareja. Era francamente grosero. —Aunque es un buen bailarín —dijo Cecily. Todas las miradas se volvieron hacia ella. —Lo es —insistió, viéndose un poco sorprendida de que su declaración hubiera obtenido tanta atención—. Él bailó conmigo en el Baile Mottram. —Ella se volvió hacia las otras chicas, como para ofrecer una explicación—. Somos vecinos, después de todo. Fue sólo cortés. Honoria asintió con la cabeza. Marcus era un buen bailarín. Mejor de lo que ella era, a ciencia cierta. Ella nunca pudo entender las complejidades del ritmo. Sarah había intentado sin fin explicarle la diferencia entre un vals y un 4 por 45, pero Honoria nunca había sido capaz de captarlo. —Vamos a perseverar —dijo la Sra. Royle en voz alta, poniendo una mano sobre su corazón—. Dos de los otros cuatro caballeros ya han aceptado, y estoy segura de que vamos a escuchar de los otros en la mañana. Pero más tarde esa noche, mientras Honoria se estaba dirigiendo arriba para acostarse, la Sra. Royle la llevó aparte y en voz baja le preguntó: —¿Cree que haya alguna oportunidad de que Lord Chatteris cambie de opinión? Honoria tragó incómoda. —Me temo que no, señora. La Sra. Royle sacudió la cabeza y emitió un pequeño sonido de cacareo. —Es una lástima. Realmente habría sido la pluma en el sombrero. Bueno, buenas noches, querida. Felices sueños. 5 4 por 4: Es un tiempo de compás en la música donde este se divide en cuatro tiempos y en cada uno de estos entran cierta cantidad de notas. A un poco más de dieciocho kilómetros de distancia, Marcus estaba sentado solo en su estudio con una taza caliente de sidra, reflexionando sobre la reciente misiva de Honoria. Se había echado a reír al leerla, lo que se imaginaba que había sido su intención. Tal vez no su principal intención, ya que había sido sin duda detenerlo de asistir a la fiesta de la Sra. Royle, pero ella tendría que saber que sus palabras lo divertirían sin fin. Bajó la mirada hacia el papel de nuevo, sonriendo al volver a leerlo. Sólo Honoria le escribiría una nota, pidiéndole que rechazara la invitación que ella le había presentado, pero dos frases antes. Había sido bastante agradable, volver a verla. Había pasado un tiempo. No contó las numerosas veces que sus caminos se habían cruzado en Londres. Estas reuniones nunca podrían ser como los tiempos despreocupados que él había pasado con la familia de ella en Whipple Hill. En Londres estuvo esquivando a las mamás ambiciosas quienes estaban absolutamente seguras de que sus hijas habían nacido para ser la próxima Lady Chatteris, o tratando de vigilar a Honoria. O las dos cosas. En retrospectiva, era notable que nadie pensara que estaba interesado en ella para sí mismo. Sin duda había pasado suficiente tiempo involucrándose discretamente en su negocio. Había ahuyentado a cuatro caballeros el año anterior, dos de ellos cazadores de fortuna, uno con una vena cruel, y el último un pomposo y avejentado imbécil. Estaba bastante seguro de que Honoria habría tenido el sentido común de rechazar al último, pero el de la vena cruel lo escondió bien, y los cazadores de fortuna eran, había dicho, encantadores. Lo cual suponía que era un requisito previo para el puesto. Probablemente estaba interesada en uno de los caballeros que estarían asistiendo a la fiesta de la Sra. Royle y no lo quería allí para arruinar las cosas para ella. Él particularmente no quería estar allí, tampoco, por lo que en eso estaban de acuerdo. Pero necesitaba saber sobre quién había puesto sus ojos. Si no era alguien a quien conociera, las investigaciones tendrían que hacerse. No sería demasiado difícil obtener la lista de invitados; los sirvientes siempre sabían cómo conseguir cosas por el estilo. Y tal vez si el tiempo era bueno, daría un paseo. O una caminata. Había un sendero en el bosque que iba y venía a través de la línea de propiedad entre los Fensmore y los Bricstan. Él no podía recordar la última vez que lo había recorrido. Era irresponsable de su parte, de verdad. Un propietario debe conocer su propiedad en íntimo detalle. Un paseo sería, entonces. Y si pasaba que a lo largo de su recorrido se encontraba con Honoria y sus amigas, podría hablar con ellas el tiempo suficiente para obtener la información que necesitaba. Podría evitar la fiesta y averiguar a quien planeaba conquistar. Marcus terminó su sidra y sonrió. No podía imaginar un resultado más satisfactorio. Capítulo 3 Traducido por Lizzie Corregido por Marina012 or la tarde del domingo, Honoria estaba convencida de que había tomado la decisión correcta. Gregory Bridgerton sería un marido ideal. Ellos habían estado sentados uno junto al otro en la cena en P la casa de ciudad de los Royle unos pocos días antes, y había sido absolutamente encantador. Es cierto que no había mostrado signos de estar particularmente enamorado de ella, pero tampoco parecía tenerlos por nadie más. Él era amable, cortés y tenía un sentido del humor que coincida con el suyo. Más al punto, Honoria pensaba que si hacía el esfuerzo, tenía más de una oportunidad de pasar a capturar su interés. Era un joven —no, el hijo más joven— lo que significaba que las damas con la esperanza de enganchar un título lo considerarían por debajo de su atención. Y probablemente necesitaría dinero. Su familia era pasablemente rica y sería probable que le proporcionaran un ingreso, pero los hijos menores estaban notoriamente en la necesidad de la dote. La cual tenía Honoria. Nada sorprendente, pero Daniel le había revelado el monto antes de que él hubiera dejado el país, y era más que respetable. No iba a contraer matrimonio con las manos vacías. Todo eso haría ver al Sr. Bridgerton que estaban perfectamente emparejados. Y Honoria tenía un plan. Había llegado a ella en la iglesia esa mañana. (Las damas fueron, los caballeros de alguna manera consiguieron salir de ella). No era terriblemente complicado, necesitaba solamente un día soleado, un intermedio y aceptable sentido de la dirección, y una pala. Lo primero fue fácil, y de hecho regalado. El sol había estado brillando intensamente cuando ella entró en la pequeña iglesia parroquial, la cual era probablemente la que le había dado la idea, en primer lugar. Más al punto, seguía brillando cuando ella se fue, lo que, teniendo en cuenta los caprichos del clima inglés, no era algo con lo que siempre se podía contar. Lo segundo sería más complicado. Pero habían dado un paseo por el bosque el día anterior, y Honoria estaba bastante segura de que podría encontrar su camino de nuevo. No podría ser capaz de decir el norte del sur, pero podría seguir un bien cuidado camino. En cuanto a la pala, iba a tener que conseguir una más tarde. Cuando las damas regresaron a Bricstan después de la iglesia, fueron informadas de que los caballeros se habían ido a cazar y que regresarían para un almuerzo tardío. —Ellos estarán extremadamente hambrientos —anunció la Sra. Royle—. Tenemos que ajustar nuestros preparativos acorde a ello. Honoria era aparentemente la única que no se dio cuenta que esto significaba que necesitaba una asistente. Cecily y Sarah inmediatamente corrieron escaleras arriba para elegir a sus vestidos de tarde, e Iris expresó alguna tontería sobre un dolor de estómago y huyó. Honoria fue inmediatamente obligada a servir en el comité de dos de la Sra. Royle. —Había planeado servir pasteles de carne —dijo la Sra. Royle—. Son tan fáciles de manejar al aire libre, pero creo que necesitamos otra carne. ¿Cree que los caballeros disfrutarán de carne asada enchilada? —Por supuesto —respondió Honoria, siguiéndola a la cocina. ¿No lo harían todos? —¿Con mostaza? Honoria abrió la boca para responder, pero la Sra. Royle no debía haber estado esperando una respuesta, porque no dejaba de hablar: —Serviremos de tres tipos. Y una compota. Honoria esperó un momento y luego, cuando se hizo evidente que en esta ocasión la Sra. Royle esperaba que comentara, dijo: —Estoy segura de que será adorable. No fue el ejemplo más vibrante de sus habilidades de conversación, pero dado el tema, era lo mejor que podía hacer. —¡Oh! —La Sra. Royle se detuvo y se dio la vuelta tan de repente que Honoria casi se estrelló contra ella—. ¡Me olvidé de decirle a Cecily! —¿Decirle qué? —preguntó Honoria, pero la Sra. Royle ya estaba a seis pasos por el pasillo, llamando a una doncella. Cuando volvió, dijo—: Es muy importante que se vista de azul esta tarde. He oído decir que es el color favorito de dos de nuestros huéspedes. Cómo había determinado eso, Honoria no lo podía imaginar. —Y complementa a sus ojos —agregó la Sra. Royle. —Cecily tiene unos ojos preciosos —coincidió Honoria. La Sra. Royle la miró con una expresión extraña, entonces, dijo: —Debe considerar el uso del color azul con más frecuencia, también. Hará que sus ojos luzcan menos extraños. —A mí me gustan mis ojos —dijo Honoria con una sonrisa. Los labios de la Sra. Royle se apretaron. —El color es muy inusual. —Es un rasgo de la familia. Mi hermano tiene los mismos. —Ah, sí, su hermano —suspiró la Sra. Royle—. Es una lástima. Honoria asintió. Hace tres años se habría sentido ofendida por el comentario, pero era menos impetuosa ahora, más pragmática. Y, además, era verdad. Era una lástima. —Esperamos que pueda volver algún día. La Sra. Royle resopló. —No hasta que Ramsgate muera. Lo conozco desde que estaba en las correas principales6, y es tan terco como una mula. Honoria parpadeó con eso. Tanta franqueza de la Sra. Royle fue inesperada. —Bueno —dijo la Sra. Royle con un suspiro—, no hay nada que pueda hacer al respecto, y es una lástima. Ahora bien, la cocinera está haciendo bagatelas individuales de postre, con fresas y crema de vainilla. 6 Correas principales: son correas con las que se amaran a los niños que están aprendiendo a caminar. —Esa es una idea maravillosa —dijo Honoria, teniendo en cuenta que por ahora su trabajo era llegar a un acuerdo con la Sra. Royle siempre que fuera posible. —Tal vez debería decirle a la cocinera que horneara galletas, también —dijo la Sra. Royle con el ceño fruncido—. Ella hace un buen trabajo con ellos, y los señores estarán hambrientos. Cazar es bastante agotador. Honoria había pensado siempre que el deporte de tiro era mucho más intenso para las aves que para los seres humanos, pero esto lo mantuvo para sí misma. Aun así, no pudo evitar decir: —¿No es interesante que fueran a disparar esta mañana en vez de a la iglesia? —No es mi labor decirle a los jóvenes caballeros como conducir sus vidas —dijo la Sra. Royle remilgadamente—. A menos que sean mis hijos, en cuyo caso, se debe hacer lo que yo digo todo el tiempo. Honoria trató de detectar la ironía en la declaración, pero no encontró nada, así que se limitó a asentir. Tenía la sensación de que el futuro esposo de Cecily sería incluido en el grupo “debe hacer lo que yo digo”. Esperaba que el pobre hombre —quien sea que pudiera llegar a ser— supiera en lo que se estaba metiendo. Daniel una vez le había dicho que el mejor consejo que jamás había recibido sobre el tema del matrimonio había llegado —no solicitado, por supuesto— de Lady Danbury, una terrorífica vieja viuda que parecía disfrutar dando consejos a quien quisiera escucharlo. Y los muy pocos que no escuchaban, también. Pero al parecer, Daniel había tomado sus palabras en serio, o al menos grabado en su memoria. Y eso era que un hombre debe entender que cuando se casaba, él se casaba con su madre —en ley— tanto como se iba a casar con su novia. Bueno, casi lo mismo. Daniel se había reído disimuladamente por cómo había añadido su propio epílogo. Honoria lo había mirado fijamente, lo que le había hecho reír más. Él realmente era un miserable a veces. Sin embargo, lo echaba de menos. Pero, en verdad, la Sra. Royle no era tan mala. Estaba determinada, simplemente, y Honoria sabía por experiencia que las madres determinadas eran demasiado terribles. Su propia madre había sido una vez determinada. Sus hermanas aún contaban historias de sus días como señoritas solteras, cuando su madre había sido tan ambiciosa como la sociedad de moda7 jamás había sido. Margaret, Henrietta, Lydia y Charlotte Smythe-Smith había sido equipadas con las mejores ropas, siempre se habían visto en los lugares correctos en el momento adecuado, y ya se habían casado bien. No brillantemente, pero bien. Y ellas habían logrado hacerlo en dos temporadas o menos. Honoria, por otro lado, vio avecinarse la tercera temporada, y el interés de su madre de verla bien establecida era poco entusiasta en el mejor de los casos. No era que ella no quisiera casar a Honoria, sino que ella no se atrevía a cuidar demasiado de ella. Ella no se preocupó demasiado por nada después de que Daniel salió del país. Así que si la Sra. Royle corría a cocinar dulces extras y obligaba a su hija a cambiar los vestidos sobre la base de algo que podría haber escuchado sobre el color favorito de alguien, lo hacía por amor, y Honoria no podía culparla por eso. —Eres un encanto, querida, por ayudarme con los preparativos —dijo la Sra. Royle, dándole una palmadita a Honoria en el brazo—. Todas las tareas se hacen más fáciles con un par de manos extra, que es lo que mi madre siempre me dijo. Honoria pensó que estaba dando un par de orejas extra, no manos, pero murmuró su agradecimiento, sin embargo, y siguió a la Sra. Royle al jardín, donde quería supervisar el control del día de campo. —Creo que el Sr. Bridgerton ha estado buscando más profundamente a mi Cecily —dijo la Sra. Royle, saliendo absolutamente al sol—. ¿No cree? —No me había dado cuenta —dijo Honoria. No se había dado cuenta, pero maldición, ¿lo había hecho? —Oh, sí —dijo la Sra. Royle, de manera definitiva—, en la cena de anoche. Estaba sonriendo más ampliamente. Honoria se aclaró la garganta. —Él es más bien del tipo de caballero sonriente. —Sí, pero estaba sonriendo de manera diferente. —Supongo. —Honoria miró hacia el cielo. Las nubes estaban moviéndose sin lucir como si fuera a llover, sin embargo. 7 Original en inglés: The ton. —Sí, lo sé —dijo la Sra. Royle, siguiendo la mirada de Honoria y mal interpretando la razón de ello—. No está tan soleado como lo estaba esta mañana. Espero que el tiempo se mantenga para el día del campo. Y por lo menos dos horas después, Honoria esperaba. Tenía planes. Planes que —miró a su alrededor, estaban en el jardín, después de todo— requerían de una pala. —Será una tragedia si tenemos que movernos al interior —continuó la Sra. Royle—. Difícilmente se puede llamar un día de campo en este caso. Honoria asintió, ausente, aun analizando las nubes. Había una que estaba un poco más gris que el resto, ¿pero estaba a la deriva o lejos? —Bueno supongo que no hay nada que pueda hacer salvo esperar y ver —dijo la Sra. Royle—. Y en verdad hacerlo no perjudica a nadie. Es igual de probable que un caballero se enamore tanto en el interior como en el exterior, y si el Sr. Bridgerton le tiene echado el ojo a Cecily, por lo menos ella será capaz de impresionarlo en el pianoforte. —Sarah también es una experta —comentó Honoria. La Sra. Royle incluso de detuvo y giró. —¿Lo es? Honoria no estaba sorprendida de que la Sra. Royle pareciera sorprendida. Ella sabía a ciencia cierta que había asistido a sus musicales los últimos años. —Probablemente no estaremos en el interior, de todos modos —prosiguió la Sra. Royle antes de que Honoria pudiera hacer más comentarios—. El cielo no se ve tan terriblemente amenazador. Uhm. Supongo que debo admitir que había estado esperando que el Sr. Bridgerton pudiera tener un interés en Cecily, ¡oh, espero que la doncella la frene al momento de salir con el vestido azul! Ellas deberían cruzarse si tiene que cambiarse, pero por supuesto Lord Chatteris sería aún más emocionante. Alarmada, Honoria se giró de nuevo hacia su rostro. —Pero él no va a venir. —No, por supuesto que no, pero es nuestro vecino. Y como Cecily dijo el otro día, esto significa que bailará con ella en Londres, y uno debe aprovechar esas únicas oportunidades cuando pueda. —Sí, por supuesto, pero… —Él no otorga su favor a muchas damas jóvenes —dijo la Sra. Royle, con orgullo—. Usted, supongo, debido a su previa conexión, y tal vez una o dos más. Eso hará que sea más fácil para ella captar su atención. De esta manera, Lady Honoria —dijo ella, señalando hacia una fila de arreglos florales en una mesa cercana—. Y además — añadió—, nuestra propiedad es como un pequeño mordisco de la suya. Sin duda, él la querrá. Honoria se aclaró la garganta, no del todo segura de cómo responder. —No que pudiéramos darle todo a él —continuó la Sra. Royle—. Nada de eso se suponía, pero no puedo dejar a Georgie posiblemente a la ligera de esa manera. —¿Georgie? —Mi hijo mayor. —Se volvió a Honoria con un ojo evaluador, entonces, agitó la mano en el aire—. No, usted es demasiado mayor para él. Lástima. Honoria decidió que no podría haber una respuesta adecuada a eso. —Podemos añadir unas pocas hectáreas a la dote de Cecily, sin embargo —dijo la Sra. Royle—. Valdría la pena, para tener una condesa en la familia. —No estoy segura de que él esté buscando una esposa aún —aventuró Honoria. —Tonterías. Cada hombre soltero está buscando una esposa. Sólo que no siempre lo saben. Honoria esbozó una pequeña sonrisa. —Me aseguraré de recordar eso. La Sra. Royle se volvió y dio a Honoria un vistazo de cerca. —Debería—dijo finalmente, al parecer después de haber decidido que Honoria no estaba burlándose de ella—. ¡Ah, aquí estamos! ¿Qué piensa de estos arreglos florales? ¿Son un poco demasiado pesados sobre los azafranes? —Creo que son hermosos —dijo Honoria, admirando los de lavanda, en particular—. Además, es demasiado pronto en la primavera. Azafranes es lo que está en flor. La Sra. Royle dejó escapar un profundo suspiro. —Supongo. Pero yo los encuentro bastante comunes por mí misma. Honoria sonrió soñadora y perdió sus dedos a través de los pétalos. Algo acerca de los azafranes la hizo sentir completamente el contenido. —Yo prefiero pensar en ellos como pastorales. La Sra. Royle ladeó la cabeza hacia un lado, considerando el comentario de Honoria, entonces, debe haber decidido que no requería respuesta, porque se enderezó y dijo: —Creo que voy a pedirle a la cocinera que haga galletas. —¿Sería aceptable si me quedo aquí? —preguntó rápidamente Honoria. Prefiero disfrutar de arreglar las flores. La Sra. Royle miró las flores, que ya estaban expertamente dispuestos, y luego de vuelta a Honoria. —Sólo para esponjarlos —explicó Honoria. La Sra. Royle agitó la mano en el aire. —Si así lo desea. Pero no se olvide de cambiarse antes del regreso de los señores. Nada azul, sin embargo. Quiero que Cecily destaque. —No creo que incluso trajera un vestido azul —dijo Honoria diplomáticamente. —Bien, eso hará que sea más fácil —dijo la Sra. Royle rápidamente—. Que se divierta... eh... esponjando. Honoria sonrió y esperó a que su anfitriona volviera a desaparecer en la casa. Luego esperó un poco más, porque había varias criadas corriendo, agitando tenedores, cucharas y similares. Honoria hurgó en las flores, mirando a una y otra, hasta que vio el destello de algo plateado, sobre un rosal. Echando un vistazo para asegurarse de que las criadas estaban ocupadas, caminó través del césped para investigar. Era una pala pequeña, al parecer olvidada por los jardineros. —Gracias —articuló. No era una pala, pero serviría. Además, no había calculado con exactitud cómo podría utilizar las palabras “pala” y “discreta” en la misma frase. La pala aún iba a llevar un poco de planificación. Ninguno de sus vestidos tenía bolsillos, e incluso si lo hicieran, de alguna manera no creía que sería capaz de ocultar una pieza de metal de la mitad del tamaño de su antebrazo. Pero ella podría esconderla en algún lugar y recogerla más tarde, cuando fuera el momento adecuado. De hecho, decidió que era exactamente lo que haría. Capítulo 4 Traducido SOS por Zeth y Liseth Johanna ¿Q ué estaba haciendo? Corregido por Simoriah Marcus no había estado intentando mantenerse oculto, pero cuando se encontró con Honoria cavando en el suelo, no pudo evitarlo. Tuvo que retroceder y observar. Ella trabajaba con una pequeña pala, y cualquiera fuese el tipo de hoyo que estuviese cavando, no podría haber sido muy grande, porque después de apenas un minuto se puso de pie, inspeccionó su obra con los ojos, luego con el pie y después —en ese momento fue cuando Marcus se agachó más cuidadosamente detrás del árbol— miró alrededor hasta que encontró una pila de hojas muertas debajo de la cual podía esconder su pequeña pala. En ese momento estuvo a punto de revelar su presencia. Pero entonces ella regresó a su hoyo, lo miró fijamente con el ceño fruncido, y regresó a la pila de hojas para volver a recuperar su pala. Pequeña pala en mano, se puso en cuclillas e hizo ajustes a su obra. Sin embargo, ella le bloqueaba la visión, así que no fue hasta que regresó a las hojas muertas para deshacerse de lo que era ahora claramente una pieza de evidencia, que él se dio cuenta de que había apilado tierra suelta en un círculo alrededor del hoyo que había cavado. Había cavado una madriguera. Él se preguntó si ella se daba cuenta de que la mayoría de las madrigueras no existían aisladas. Si había una, usualmente había otra, visiblemente cercana. Pero quizás esto no importaba. Su intención —a juzgar por el número de veces que examinó el hoyo con su pie— era fingir una caída. O tal vez hacer que alguien más tropezara y cayera. De cualquiera manera, era dudoso que alguien buscase por una madriguera vecina después de haberse torcido un tobillo. Él observó por varios minutos. Uno lo habría considerado una empresa aburrida, observar a una señorita que no estaba haciendo nada excepto quedarse de pie sobre una madriguera casera, pero lo encontró sorprendentemente entretenido. Probablemente porque Honoria estaba trabajando tan duro para evitar aburrirse. Primero pareció estar recitando algo en voz baja, excepto que a juzgar por cómo arrugaba la nariz, no podía recordar como terminaba. Luego hizo una pequeña danza. Después bailó un vals, brazos extendidos para un compañero invisible. Estaba sorprendentemente elegante, allí en los bosques. Bailaba el vals considerablemente mejor sin música de lo que alguna vez lo había hecho con ella. En su vestido color verde pálido lucía un poco como un hada. Casi podía verla en un vestido hecho de hojas, saltando por el bosque. Siempre había sido una chica del campo. Había corrido salvaje en Whipple Hill, trepando árboles y rodando por las colinas. Usualmente intentaba pegarse a él y a Daniel, pero aun cuando ellos rechazaban su compañía, ella siempre había encontrado maneras de entretenerse, usualmente en el exterior. Una vez, recordó él, ella había caminado alrededor de la casa cincuenta veces en una tarde, sólo para ver si podía ser hecho. Era una casa grande, también. Había estado dolorida al día siguiente. Incluso Daniel había creído sus quejas. Imaginó Fensmore, su propia casa. Era monstruosamente enorme. Nadie en sus cabales caminaría alrededor de ella diez veces en un día, mucho menos cincuenta. Pensó por un momento, ¿Honoria la había visitado alguna vez? Él no podía imaginar cuando ella podría haberlo hecho; ciertamente él nunca invitaba a nadie cuando era niño. Su padre nunca había sido conocido por su hospitalidad, y lo último que Marcus hubiera querido era invitar a sus amigos al silencioso mausoleo de su infancia. Después de diez minutos, sin embargo, Honoria se aburrió. Y luego Marcus se aburrió, porque todo lo que ella hacía era estar sentada en la base de un árbol, los codos apoyados en las rodillas, el mentón apoyado en las manos. Pero entonces él oyó a alguien acercarse. Ella también lo oyó, porque se puso de pie de un salto, corrió a su madriguera, y metió el pie en ella. Después, con una incómoda postura de cuclillas, descendió hasta el suelo, donde se acomodó en la posición más elegante posible teniendo un pie en una madriguera. Ella esperó por un momento, claramente en alerta, y entonces, cuando quien fuera que estuviese en el bosque estuvo tan cerca como probablemente fuese a estar, dejó escapar un grito bastante convincente. Todas esas pantomimas familiares le habían sido útiles. Si Marcus no la hubiera visto orquestar su propia perdición, habría estado convencido de que ella se había herido. Esperó para ver quien aparecía. Y esperó. Y esperó. Ella también esperó, pero aparentemente por mucho tiempo, antes de dejar salir su segundo grito de “dolor”. Porque nadie se presentó para rescatarla. Dejó salir un último grito, pero su corazón claramente no estaba en él. —¡Maldición! —exclamó, sacando su pie del hoyo de un tirón. Marcus comenzó a reír. Ella jadeó. —¿Quién está ahí? Maldición, no había querido ser tan ruidoso. Se adelantó. No quería asustarla. —¿Marcus? Él alzó una mano a modo de saludo. Habría dicho algo, pero ella todavía estaba en el suelo, y su zapatilla estaba cubierta de tierra. Y su rostro… Oh, él nunca había visto nada tan divertido. Estaba indignada y mortificada y no parecía poder decidirse cuál era la emoción más fuerte. —¡Deja de reírte! —Lo lamento —dijo él, sin lamentarlo en lo absoluto. Sus cejas se unieron en un ceño fruncido divertidamente feroz. —¿Qué estás haciendo aquí? —Vivo aquí. —Se adelantó y le ofreció su mano. Parecía la cosa caballerosa que hacer. Los ojos de ella se entrecerraron. No le creyó ni por un segundo, eso era claro. —Bueno, vivo cerca —modificó—. Este camino pasa por la propiedad. Ella tomó su mano y le permitió que la ayudara a levantase, cepillando la tierra de su falda mientras lo hacía. Pero la tierra había estado húmeda, y partículas de tierra se pegaban a la tela, provocando suspiros y gruñidos por parte de Honoria. Finalmente, se rindió, luego alzó la mirada, preguntando: —¿Cuánto tiempo has estado ahí? Él sonrió. —Más de lo que desearías. Ella dejó escapar un agotado gemido, luego dijo: —No supongo que te guardaras esto. —No diré una sola palabra —prometió—. Pero ¿a quién, exactamente, estabas intentando atraer? Ella se mofó. —Oh, por favor. Eres la última persona a quien se lo diría. Él alzó una ceja. —En serio. La ultima. Ella le dio una mirada impaciente. —Más allá de la reina, del primer ministro… —Detente. —Pero ella escondía una sonrisa mientras lo decía. Y entonces se desanimó de nuevo—. ¿Te molesta si me siento de nuevo? —Para nada. —Mi vestido ya está sucio —dijo, encontrando un lugar en la base del árbol—. Unos pocos minutos más en la tierra no harán diferencia. —Se sentó y lo miró con una expresión irónica—. Aquí es donde se supone que me digas que luzco tan fresca como una margarita. —Depende de la margarita, creo. Ante eso, ella le dirigió una mirada de extrema incredulidad, la expresión tan familiar que era casi cómica. ¿Por cuántos años había estado ella poniéndole los ojos en blanco? ¿Catorce? ¿Quince? Realmente no se le había ocurrido hasta ese momento, pero ella era casi sin duda la única mujer que conocía que le hablaba con franqueza, saludables dosis de sarcasmo incluidas. Por eso él odiaba ir a Londres por la temporada. Las mujeres le sonreían con afectación, se pavoneaban y le decían lo que creían que él quería oír. Los hombres también. La ironía era que casi siempre estaban equivocados. Nunca había querido estar rodeado de aduladores. Odiaba tener gente que se aferrara a cada una de sus palabras. No quería que su chaleco perfectamente normal y corriente idéntico al de todo el mundo fuera adulado por su extraordinaria forma y extraordinario corte. Con Daniel lejos, no quedaba nadie que realmente lo conociera. Sin familia a menos que alguien estuviese dispuesto a retroceder cuatro generaciones para encontrar un ancestro en común. Era el hijo único de un hijo único. Los Holroyd no eran conocidos por su habilidad para procrear. Se recostó contra un árbol cercano y observó a Honoria, quien lucía cansada y miserable en el suelo. —¿La fiesta no fue el éxito que imaginaste, entonces? Ella levantó la mirada, sus ojos cuestionadores. —La hiciste sonar tan atractiva en tu carta —observó él. —Bueno, sabía que tú la odiarías. —Podría haberla encontrado divertida —dijo, aun cuando ambos sabían que no era verdad. Ella le dio otra de esas miradas. —Habría sido para cuatro jóvenes damas solteras, cuatro jóvenes caballeros de la universidad, el Sr. y la Sra. Royle y tú. —Y mientras esperaba que eso tuviera sentido, añadió—: Y posiblemente un perro. Él le dirigió una sonrisa seca. —Me gustan los perros. Aquello le hizo acreedor de una risita. Ella recogió una ramita que yacía cerca de su cadera y comenzó a dibujar círculos en el barro. Lucía completamente desolada, hebras de su cabello cayendo lacios desde su moño. Sus ojos también lucían cansados. Cansados y… algo más. Algo que a él no le gustaba. Lucía derrotada. Eso estaba mal. Honoria Smythe-Smith nunca debería lucir así. ―Honoria ―comenzó a decir. Pero ella levantó la mirada bruscamente ante el sonido de su voz. ―Tengo veintiún años, Marcus. Él hizo una pausa, intentando calcular. ―Eso no puede ser posible. Los labios de ella se presionaron malhumoradamente. ―Te aseguro que es sí. Hubo unos pocos caballeros el año pasado que pensé que podían estar interesados, pero ninguno cumplió con el protocolo. ―Se encogió de hombros―. No sé por qué. Marcus se aclaró la garganta, luego encontró que necesitaba ajustar su corbata. ―Supongo que fue para mejor ―continuó ella―. No adoraba a ninguno de ellos. Y uno de ellos era… bueno, una vez lo vi patear a un perro. ―Frunció el ceño―. Así que no podía posiblemente considerar… bueno, ya sabes. Él asintió. Ella se enderezó y sonrió, luciendo resolutamente alegre. Tal vez demasiado resolutamente alegre. ―Pero este año estoy determinada a hacerlo mejor. ―Estoy seguro de que lo harás ―dijo él. Ella lo miró con desconfianza. ―¿Qué dije? ―Nada. Pero no necesitas ser tan condescendiente. ¿De qué demonios estaba hablando? ―No lo estaba siendo. ―Oh, por favor, Marcus. Siempre eres condescendiente. ―Explícate ―dijo él bruscamente. Ella lo miró como si no pudiera creer que él no lo viera. ―Oh, sabes a qué me refiero. ―No, no sé a qué te refieres. Ella dejó salir un bufido a la vez que se ponía de pie una vez más. ―Siempre miras a la gente así. ―Y luego hizo una cara, una que él no podía comenzar a describir. ―Si alguna vez me veo así ―dijo él secamente―. Precisamente así, para ser más exacto, te autorizo a dispararme. ―Allí está ―dijo ella, triunfante―. Eso. Él comenzó a preguntarse si estaban hablando el mismo idioma. ―¿Así cómo? ―¡Eso! Lo que acabas de decir. Él se cruzó de brazos. Parecía la única respuesta aceptable. Si ella no podía hablar con oraciones completes, él no veía razón por la cual hablar en lo absoluto. ―Pasaste toda la temporada pasada mirándome mal. Cada vez que te veía, lucías tan desaprobador. ―Te aseguro que no fue mi intención. ―Al menos no con ella. Él desaprobaba a los hombres que la cortejaban, pero nunca a Honoria. Ella se cruzó de brazos y lo miró con una expresión contrariada. Él tuvo la clara impresión de que ella estaba intentando decidir si tomar sus palabras como una disculpa. No importaba que no hubieran sido una verdadera disculpa. ―¿Hay algo con lo que pueda ayudarte? ―preguntó él, escogiendo sus palabras, y su tono, con enorme cuidado. ―No ―dijo ella sucintamente. Y luego―: Gracias. Él suspiró cansadamente, pensando que podía ser el momento de cambiar de enfoque. ―Honoria, no tienes padre, tu hermano está en alguna parte de Italia, creemos, y tu madre quiere retirarse a Bath. ―¿Cuál es tu punto? ―espetó ella. ―Estás sola en este mundo ―respondió, casi tan bruscamente. No podía recordar la última vez que alguien le había hablado en tal tono―. O bien podrías estarlo. ―Tengo hermanas ―protestó ella. ―¿Alguna de ellas se ha ofrecido a acogerte? ―Por supuesto que no. Ellas saben que vivo con Madre. ―Quien quiere retirarse a Bath ―le recordó él. ―No estoy sola ―dijo ella calurosamente, y él estuvo horrorizado de oír un estrangulamiento en su voz. Pero si estaba cerca de derramar lágrimas, las retuvo, porque era toda furia e indignación cuando dijo―: Tengo montones de primos. Montones. Y cuatro hermanas que me acogerían en sus hogares en un momento si pensaran que fuera necesario. ―Honoria… ―Y también tengo un hermano, incluso si no sabemos dónde está. No necesito… ―Se detuvo, y parpadeó, como si estuviera sorprendida por las palabras en su lengua. Pero las dijo de todos modos―. No te necesito. Hubo un terrible silencio. Marcus no pensó en todas las veces que él se había sentado en su mesa. O en las pantomimas familiares en las que siempre había representado a un árbol. Habían sido espantosas, cada una de ellas, pero él había amado cada momento de ramas y hojas. Nunca había querido los papeles principales, le emocionaba no tener que hablar en absoluto, pero había amado hacer parte de ello. Había amado estar ahí. Con ellos. Como una familia. Pero no pensó en nada de eso. Estaba bastante seguro de que no estaba pensando en nada de eso mientras estaba de pie ahí, mirando fijamente a la chica que le estaba diciendo que no lo necesitaba. Y quizás no lo necesitaba. Y quizás ya no era una chica, tampoco. Maldición. Dejó salir un suspiro que estaba reprimiendo y se recordó que no importaba lo que ella pensara que sentía por él. Daniel le había pedido que la cuidara, y eso haría. ―Necesitas… ―Él suspiró, intentando pensar en una forma de decirlo que no la pusiera iracunda. No había ninguna, concluyó, así que solamente lo dijo―. Necesitas ayuda. Ella retrocedió. ―¿Estás ofreciéndote como mi guardián? ―No ―dijo vehemente―. No. Créeme, eso es lo último que quiero. Ella se cruzó de brazos. ―Porque soy un auténtico problema. ―No. ―Buen Dios, ¿cómo esa conversación se había deteriorado tan rápidamente? ―Sólo estoy intentando ayudar. ―No necesito otro hermano ―dijo ella bruscamente. ―No quiero ser tu hermano ―respondió él. Y luego la miró de nuevo, sin embargo, la miró de forma diferente. Quizás fueran sus ojos, o su piel, ruborizada. O la forma en que estaba respirando. O la curva de su mejilla. O el pequeño lugar en donde su… ―Tienes tierra en la mejilla ―dijo él, entregándole su pañuelo. Ella no tenía nada, pero necesitaba algo con que cambiar el tema. Ahora. Ella limpió su rostro con pequeños golpecitos del pañuelo, luego bajó la mirada a la todavía nívea tela blanca, frunció el ceño, y se limpió de nuevo. ―Ya no está ―dijo él. Ella le devolvió el pañuelo, luego sólo se quedó allí, dándole una mirada hosca y dura. Lucía como si tuviera doce años una vez más, o al menos tenía la expresión de una niña de doce años, lo que a él no le molestaba. ―Honoria ―dijo cuidadosamente―, como amigo de Daniel… ―No. ―Nada más. Sólo no. Él inhaló, haciendo uso del tiempo para escoger sus palabras. ―¿Por qué es tan difícil aceptar ayuda? ―¿A ti? ―contraatacó ella. Él la miró―. ¿A ti te gusta aceptar ayuda? ―aclaró. ―Depende de quien la ofrezca. ―Yo. ―Ella se cruzó de brazos, luciendo un tanto satisfecha con su respuesta, aunque por más que lo intentara, no tenía idea por qué―. Sólo imagínalo. Imagina que las cosas fueran al revés. ―Asumiendo que fuera un tema sobre el que tuvieras algo de experiencia, entonces sí, estaría encantado de aceptar tu ayuda. ―Se cruzó de brazos también, bastante satisfecho consigo mismo. Era una oración perfecta, apaciguante y agradable, y que no decía nada. Él esperó su respuesta, pero tras unos pocos minutos, ella sólo sacudió la cabeza un poco y dijo: ―Tengo que regresar. ―¿Te echarán de menos? ―Ya deberían estar extrañándome ―murmuró ella. ―El tobillo torcido ―murmuró. Con un asentimiento comprensivo. Ella se dio la vuelta con el ceño fruncido y se marchó. En la dirección incorrecta. ―¡Honoria! Ella se volvió. Se esforzó por no sonreír mientras le señalaba la dirección correcta. ―Bricstan está hacia allá. La mandíbula de ella se tensó, pero sólo dijo: ―Gracias. ―Y se dio vuelta de nuevo. Pero giró muy rápido y perdió el equilibrio. Dejó escapar un chillido mientras intentaba recobrar el equilibrio, y Marcus hizo lo que un caballero haría instintivamente. Se apresuró para ayudarla. Excepto que metió el pie en la maldita madriguera. La siguiente exclamación de sorpresa fue la suya, y algo profana, le avergonzaba admitir. Ambos cayeron cuando él perdió el equilibrio, y aterrizaron en la húmeda tierra con un golpe sordo, Honoria sobre su espalda, y Marcus justo sobre ella. Él inmediatamente se apoyó en sus codos, intentando apartar algo de su peso de ella mientras bajaba la mirada. Se dijo a sí mismo que era para ver si ella estaba bien. Iba a preguntárselo una vez que recuperara la respiración. Pero cuando la miró, ella estaba intentando recobrar su propia respiración. Sus labios estaban separados, y sus ojos aturdidos, y él hizo lo que cualquier hombre haría instintivamente. Bajó su cabeza para besarla. Capítulo 5 Traducido por Sprinkling y cookie3 Corregido por Simoriah n un momento Honoria estaba de pie; oh, bueno, no había estado de pie, no completamente. Había querido alejarse tan desesperadamente de Marcus que se había vuelto muy rápidamente, se había deslizado sobre la húmeda tierra, y había perdido el equilibrio. E Pero casi había estado erguida, y de hecho habría estado erguida en pocos momentos si Marcus no se hubiese precipitado (literalmente) a toda velocidad por el aire hacia ella. Esto la hubiera desorientado lo suficiente, excepto que su hombro la golpeó directamente en la parte media. El aliento voló de sus pulmones, y ambos cayeron al suelo, Marcus aterrizando de lleno sobre ella. Ese fue el momento en que Honoria muy posiblemente dejó de pensar por completo. Nunca había sentido un cuerpo masculino contra hecho? Había bailado el vals, ocasionalmente más pero no había sido nada como esto. Su peso, primitivo, y lo que era aún más extraño, había algo el suyo, cielos, ¿cuándo lo habría cerca de que lo que era apropiado, su calor. Se sentía extrañamente casi agradable en eso. Movió los labios para hablar, pero mientras yacía allí, mirándolo, no parecía poder encontrar las palabras. Él lucía diferente para ella. Había conocido a este hombre por casi tanto tiempo como podía recordar, ¿cómo era posible que nunca hubiese notado la forma de su boca? O sus ojos. Había sabido que eran marrones, pero era sorprendente lo tan ricamente coloreados que estaban, con manchas de color ámbar cerca del borde del iris. Y aun ahora, parecían cambiar a medida que se acercaba más… ¿Se acercaba más? Oh, por Dios. ¿Iba a besarla? ¿Marcus? La respiración se atascó en su garganta. Y sus labios se entreabrieron. Y algo dentro de ella se apretó con anticipación, y todo en lo que pudo pensar fue… Nada. O al menos eso era en lo que ella debería estar pensando, porque Marcus definitivamente no estaba planeando besarla. Soltó una serie de maldiciones de una talla que ella no había oído desde que Daniel había dejado el país, y luego se puso de pie de un tirón, dando un paso para atrás, y luego… —¡Demonios! Hubo una frenética ráfaga de movimiento, seguido de un ruido sordo y un gruñido, y otra sarta de blasfemias por las que Honoria era demasiado sensata para ofenderse. Con un horrible jadeo, se apoyó en los codos. Marcus estaba de nuevo en el suelo, y por la expresión de su rostro, esta vez realmente estaba herido. —¿Estás bien? —preguntó ella desesperadamente, aun cuando era claro que no lo estaba. —Fue el hoyo —espetó, apretando los dientes contra el dolor. Y luego, como si posiblemente requiriera una aclaración, añadió—: De nuevo. —Lo lamento —dijo ella rápidamente, poniéndose de pie torpemente. Y luego, porque la situación claramente pedía una disculpa más sustancial, lo dijo de nuevo—. Lo lamento, lo lamento mucho. Él no habló. —Debes saber que no fue mi intención… —no terminó. Una corriente de parloteo no iba a ayudar a su causa, y en efecto, él no parecía querer oír el sonido de su voz. Tragó nerviosamente, dando el más pequeño paso en dirección a él. Todavía estaba en el suelo, no del todo sobre su espalda y no del todo de costado. Había lodo en sus botas y en sus pantalones. Y en su chaqueta. Honoria hizo una mueca. A él no iba a gustarle eso. Marcus nunca había sido demasiado fastidioso, pero era una chaqueta muy linda. —¿Marcus? —preguntó con reticencia. El frunció el ceño. No a ella, específicamente, pero aun así, fue suficiente para confirmar su decisión de no contarle sobre las hojas muertas en su cabello. Él rodó ligeramente hacia un lado hasta que estuvo más apoyado sobre su espalda, luego cerró los ojos. Los labios de ella se entreabrieron, y casi habló, pero luego esperó. Él inhaló, luego lo hizo otra vez, luego una tercera, y cuando abrió sus ojos, su expresión había cambiado. Ahora estaba más calmado. Gracias a Dios. Honoria se inclinó un poco hacia adelante. Todavía creía prudente andar cuidadosamente alrededor de él, pero sí pensaba que él podría haberse calmado lo suficiente para aventurarse. —¿Puedo ayudarte a ponerte de pie? —En un momento —gruñó él. Se acomodó hasta ponerse en una posición casi sentada, luego tomó su pantorrilla con las manos, sacando la pierna herida de la madriguera. La cual, notó Honoria, estaba significativamente más grande ahora que él había metido el pie ahí en dos ocasiones. Ella observó mientras él cautelosamente rotaba su tobillo. Flexionó su pie hacia adelante y atrás, luego de lado a lado. Fue lo último lo que pareció causarle más dolor. —¿Crees que está roto? —preguntó ella. — No. —¿Doblado? Él gruñó su asentimiento. —¿Tú… ? La atravesó con una mirada tan feroz que ella cerró la boca inmediatamente. Pero después de quince segundos de hacer muecas de dolor, ella no pudo contenerse. —¿Marcus? No la había estado mirando cuando ella dijo su nombre, y no se volvió cuando lo oyó. Sí, sin embargo, dejó de moverse. —¿Piensas que deberías sacarte la bota? —Él no respondió—. En caso de que tu tobillo esté hinchado. —Sé —se detuvo, dejando salir el aliento, luego continuó con una voz ligeramente más controlada—, por qué hacerlo. Sólo estaba pensando. Ella asintió aun cuando él todavía le daba la espalda. —Por supuesto. Solo hazme saber, ehm… Él dejó de moverse una vez más. Ella dio un paso atrás. —No importa. Él extendió la mano para tocar el tobillo herido a través de la bota, presumiblemente para comprobar la hinchazón. Honoria se deslizó en torno a él para poder ver su rostro. Intentó discernir la extensión de su dolor a través de su expresión, pero fue difícil. Se veía tan al borde de su temperamento que uno realmente no podía decir mucho más allá de eso. Los hombres eran tan ridículos en esos casos. Se daba cuenta de que había sido su culpa que él se doblara el tobillo, y entendió que él iba a estar al menos un poco irritado con ella, pero aun así, era obvio que iba a necesitar su ayuda. No parecía capaz de ponerse de pie solo, mucho menos de hacer a pie todo el camino de vuelta hacia Fensmore. Si él estuviera pensando sensatamente, se daría cuenta de esto y le permitiría ayudarlo más temprano que tarde. Pero no, necesitaba comportarse como un tigre herido, como si eso pudiera hacerlo sentir a cargo de la situación. —Ehm… —Ella aclaró su garganta—. Sólo para asegurarme de que estoy haciendo lo correcto… ¿hay alguna manera en que pueda ayudarte, o sería mejor para mí no hacer ningún sonido? Hubo una pausa agonizantemente larga, y él luego dijo: —¿Podrías por favor ayudarme a sacarme la bota? —¡Por supuesto! —Se apresuró a acercarse a él—. Aquí, permíteme, eh… —Ella había hecho esto mucho tiempo atrás, cuando era una niña pequeña ayudando a su padre, pero no desde entonces, y ciertamente no con un hombre que había estado acostado encima suyo dos minutos atrás. Sintió su rostro arder. ¿De dónde había venido ese pensamiento? Había sido un accidente. Y éste era Marcus. Necesitaba recordar eso. Marcus. Sólo Marcus. Se sentó frente a él, en el otro extremo de su pierna extendida, y tomó la bota con una mano detrás del tobillo y la otra en la suela. —¿Estás listo? Él asintió sombríamente. Ella tiró de la mano que tenía en el tobillo y empujó con la otra, pero Marcus dejó escapar un grito de dolor tal que ella dejó caer su pie inmediatamente. —¿Estás bien? —Casi no reconoció su propia voz. Sonaba aterrorizada. —Sólo intenta de nuevo —dijo él ásperamente. —¿Estás seguro? Porque… —Sólo hazlo —dijo con esfuerzo. —Muy bien. —Ella tomó su pie una vez más, apretó los dientes, y tiró. Fuerte. Marcus no gritó esta vez, pero estaba haciendo un horrible sonido, del tipo que un animal hacía antes de ser sacrificado. Finalmente, cuando fue más de lo que Honoria podía soportar, ella se levantó—. No creo que esto esté funcionando. —Lo miró sobre el hombro—. Y con esto quiero decir que nunca la sacaré. —Intenta de nuevo —dijo él—. Estas botas siempre son difíciles de sacar. —¿Ah, sí? —preguntó ella, en completa incredulidad. Y la gente decía que las prendas de las damas eran poco prácticas. —Honoria. —Está bien. —Intentó de nuevo, con los mismos resultados—. Lo lamento, pero creo que vas a tener que cortarla cuando llegues a casa. Un destello de dolor cruzó el rostro de Marcus. —Es sólo una bota —murmuró ella compasivamente. —No es eso —replicó él—. Duele como el demonio. —Oh. —Ella aclaró su garganta—. Lo siento. Él dejó escapar una larga y temblorosa exhalación. —Vas a tener que ayudarme a ponerme de pie. Ella asintió y se levantó. —Aquí, permíteme tomar tu mano. —Tomó la mano de él en la suya y tiró hacia arriba, pero él no pudo mantener el equilibrio. Después de un momento se soltó. Honoria miró su mano. Lucía vacía. Y se sentía fría. —Vas a tener que tomarme de debajo de los brazos —dijo él. Esto podría haberla sorprendido antes, pero después de intentar sacarle la bota, no podía ver cómo esto podría ser posiblemente más impropio. Asintió una vez más y se inclinó, deslizando sus brazos alrededor de él. —Aquí vamos —dijo, dejando escapar un pequeño gruñido de esfuerzo mientras intentaba ponerlo de pie. Sostenerlo en brazos se sentía extraño, y terriblemente incómodo. Irónico, también. Si no fuera porque había metido el pie en la madriguera y se había caído sobre ella, esto habría sido lo más cerca que ellos habían estado jamás. Por supuesto, si él no hubiese metido el pie en la madriguera una vez más, no estarían en esta posición. Con un poco de maniobra y otra maldición de Marcus pronunciada a medias, lograron ponerlo de pie. Honoria retrocedió, poniendo una distancia más apropiada entre ellos, aunque le puso la mano en el hombro para estabilizarlo. —¿Puedes poner algo de peso sobre él? —preguntó. —No lo sé —dijo él, poniéndolo a prueba. Dio un paso completo, pero su rostro se retorció de dolor mientras lo hacía. —¿Marcus? —preguntó ella vacilante. —Estaré bien. Él lucía horrible para ella. —¿Estás seguro? —preguntó—. Porque de verdad creo… —Dije que estoy bie… ¡ouch! —Él tropezó, aferrándose del hombro de ella para evitar caerse. Honoria esperó pacientemente mientras él se recomponía, ofreciéndole su mano para un poco más de equilibrio. Él la tomo en su firme asidero, y una vez más le sorprendió cuan agradable era su mano, grande y tibia. Y segura, también, aunque no estaba segura de que tuviera ningún sentido. —Puede que necesite ayuda —dijo él, claramente odiando tener que admitirlo. —Por supuesto. Yo sólo… ah... —Se movió hacia él, luego se alejó un poco, después se volvió a acomodar. —Ponte junto a mí —dijo él—. Voy a tener que apoyarme en ti. Ella asintió y le permitió envolver sus hombros con un brazo. Se sentía pesado. Y agradable. —Aquí estamos —dijo ella, deslizando su brazo alrededor de la cintura de él—. Ahora, ¿cuál es el camino a Fensmore? Él señalo con la cabeza. —Por allá. Ella hizo girar a ambos para que miraran en la dirección correcta, luego dijo: —De hecho, creo que la pregunta más pertinente sería, ¿cuán lejos está Fensmore? —Cinco kilómetros. —Cin… —Se contuvo, bajando el volumen de su voz de un chillido a algo casi normal—. Lo lamento, ¿dijiste cinco kilómetros? —Aproximadamente. ¿Estaba loco? —Marcus, no hay forma de que pueda sostenerte por cinco kilómetros. Vamos a tener que ir a casa de los Royle. —Oh, no —dijo él, mortalmente serio—. No me presentaré en su umbral en esta condición. En privado, Honoria coincidió con él. ¿Un conde herido, soltero, dependiendo completamente de su misericordia? La señora Royle lo vería como un regalo del cielo. Probablemente se encontraría a sí mismo siendo conducido a una habitación para enfermos antes de que pudiera protestar. Con Cecily Royle como su enfermera. —No tendrás que ayudarme todo el camino, de todas formas —dijo él—. Mejorará a medida que camine. Ella lo miró. —Eso no tiene sentido. —Sólo ayúdame a llegar a casa, ¿por favor? —Sonaba exhausto. Quizás exasperado. Probablemente ambos. —Lo intentaré —accedió, pero sólo porque sabía que no iba a funcionar. Le daba cinco minutos como máximo antes de que él admitiera la derrota. Renguearon por unos pocos metros, entonces Marcus dijo: —Una madriguera habría sido mucho más pequeña. —Lo sé. Pero necesitaba ser capaz de poner mi pie en ella. Él dio otro paso, luego medio saltó para dar el siguiente. —¿Qué creíste que sucedería? Ella dejó escapar un suspiro. Hacía rato que había pasado el punto de avergonzarse. No parecía tener sentido pretender que tenía algo de orgullo restante. —No lo sé —dijo con preocupación—. Supongo que pensé que mi príncipe encantador vendría y me salvaría. Quizás me ayudaría a volver a casa precisamente en la manera en la que te estoy ayudando a ti. Él la miró fijamente. —Y el Príncipe Encantador es... Lo miró como si se hubiera vuelto loco. Sin duda no pensaba que ella iba a darle un nombre. —Honoria... —urgió. —No es asunto tuyo. Él rio entre dientes. —¿Qué crees que haré con la información? —Simplemente no quiero… —Me lesionaste, Honoria. Era un golpe bajo, pero efectivo. —Oh, muy bien —dijo ella, rindiéndose—. Si debes saberlo, era Gregory Bridgerton. Marcus dejó de caminar y la miró con un toque de sorpresa. —Greg… —El menor —lo interrumpió—. El hijo menor, quiero decir. El que no está casado. —Sé quién es. —Muy bien, entonces. ¿Qué tiene de malo? —Ella inclinó la cabeza y esperó ansiosamente. Él pensó por un momento. —Nada. —Tú… espera. —Pestañeó—. ¿Nada? Él sacudió la cabeza, luego movió su peso un poco; su pie sano estaba comenzando a acalambrarse. —Nada viene a mi mente. Era verdad. Ella podía elegir algo mucho peor que Gregory Bridgerton. —¿En serio? —preguntó ella con suspicacia—. No encuentras nada cuestionable en él. Marcus fingió pensarlo un poco más. Claramente se suponía que estaba jugando un rol en ese momento, probablemente el del villano. O sino era ese, el de viejo gruñón. —Supongo que es un poco joven —dijo. Señaló un árbol caído a aproximadamente cuatro metros de distancia—. Ayúdame a llegar allí, ¿por favor? Necesito sentarme. Juntos caminaron con dificultad hacia el grueso y largo tronco. Con cuidado Honoria desenvolvió el brazo de él de su hombro y lo ayudó a sentarse. —No es tan joven —dijo. Marcus miró su pie. Lucía tan normal dentro de la bota, y sin embargo se sentía como si alguien hubiera envuelto grilletes alrededor de él. Y luego hubiera metido todo dentro de la bota. —Todavía está en la universidad —dijo. —Es mayor que yo. Él la miró una vez más. —¿Ha pateado perros últimamente? —No que yo sepa. —Bueno, allí tienes. —Él hizo un gesto con la mano libre en un movimiento expansivo poco característico de él—. Tienes mi bendición. Los ojos de ella se entrecerraron. —¿Por qué necesito tu bendición? Dios mío, ella era difícil. —No la necesitas. Pero sería tan doloroso recibirla, ¿verdad? —No —dijo ella lentamente—. Pero… Él esperó. Y luego finalmente. —¿Pero qué? —No lo sé. —Ella pronunció cada palabra con notable entonación, sus ojos nunca abandonando los suyos. Él ahogó una risa. —¿Por qué desconfías tanto de mis motivos? —Oh, no lo sé —replicó ella, sarcásticamente—. Quizás porque te pasaste toda la temporada pasada fulminándome con la mirada. —No lo hice. Ella resopló. —Oh, sí lo hiciste. —Puedo haber fulminado con la mirada a uno o dos de tus pretendientes. —Maldita sea no había querido decir eso—. Pero no a ti. —Entonces estabas espiándome —dijo ella triunfalmente. —Claro que no —mintió él—. Pero tampoco podía no notarlo. Ella se quedó boquiabierta de horror. —¿Qué significa eso? Maldita sea, iba a tener problemas ahora. —No significa nada. Tú estabas en Londres. Yo estaba en Londres. —Cuando ella no respondió, agregó—: También todas las otras damas. —Y entonces, antes de darse cuenta de que era lo peor que podría haber dicho, añadió—: Tú sólo eres la única que recuerdo. Ella se quedó completamente inmóvil, mirándolo fijamente con esa inquietante mirada solemne suya. Odiaba cuando ella hacía eso. Significaba que estaba pensando demasiado, o viendo mucho, y se sentía expuesto. Incluso cuando era pequeña, parecía verlo más profundamente que el resto de la familia. No había tenido sentido; la mayor parte del tiempo era la alegre y jovial Honoria, pero entonces lo miraba de esa manera, con esos impresionantes ojos color lavanda, y él se daba cuenta de lo que su familia nunca había visto, que ella entendía a las personas. Lo entendía a él. Sacudió la cabeza, intentando alejar los recuerdos. No quería pensar en la familia de ella, en cómo se había sentido al sentarse a su mesa, siendo una parte de su mundo. Y tampoco quería pensar en ella. No quería mirar su rostro y pensar que sus ojos eran del exacto color de los jacintos de penacho que acababan de aparecer por todo el paisaje. Brotaban cada año en esta fecha, y él siempre había pensado —sólo por un momento antes de alejarlo— que esas eran sus flores. Pero no por los pétalos, eran muy oscuros. Los ojos de Honoria hacían juego con la parte más joven en la base de la flor, donde el color aún no se había vuelto totalmente azul. Su pecho se había apretado; intentó respirar. Realmente no quería pensar en el hecho de que sabía eso, en que podía mirar una flor y localizar el punto exacto del pétalo que hacía juego con sus ojos. Deseó que ella dijera algo, pero por supuesto no lo hizo. No ahora, no cuando él le habría dado la bienvenida a su parloteo. Y entonces, suavemente, ella dijo: —Podría presentarte. —¿Qué? —Él no tenía idea de qué estaba hablando. —Podría presentarte —dijo ella de nuevo—. A algunas jóvenes. Las que dijiste que no conocías. Oh, por amor de Dios, ¿ella creía que ese era el problema? Él había sido presentado a todas las damas de Londres; simplemente no conocía a ninguna de ellas. —Estaría feliz de hacerlo —dijo ella amablemente. ¿Amablemente? ¿Compasivamente? —Innecesario —dijo él con voz brusca. —No, por supuesto, ya has sido presentado… —Sólo no quiero… —Debes creernos tontas… —Ellas no hablan de nada… —Incluso yo me aburriría… —La verdad es —anunció él, deseoso de terminar con esa conversación—. Que odio Londres. Su voz salió con mucha más fuerza de lo que había querido, y se sentía como un tonto. Un tonto que probablemente iba a tener que tomar un cuchillo y romper su segundo mejor par de botas. —Esto no va a funcionar —dijo. Ella lució confundida. —Nunca llegaremos a Fensmore así —Él pudo verla conteniendo un te-lo-dije y decidió ahorrarles la humillación diciendo—: Necesitarás volver a Bricstan. Está más cerca, y sabes el camino. —En ese momento recordó con quien estaba hablando—. Sí conoces el camino, ¿verdad? Para su crédito, ella no se ofendió. —Sólo tengo que seguir el camino hasta llegar al pequeño estanque. Entonces subo la colina, y casi estoy allí. Él asintió. —Vas a tener que enviar a alguien a buscarme. No de Bricstan. Envía instrucciones a Fensmore. A Jimmy. —¿Jimmy? —Mi mozo de cuadra principal. Sólo dile que estoy en el camino a Bricstan, a cinco kilómetros de casa. Él sabrá qué hacer. —¿Estarás bien aquí solo? —Mientras no llueva —bromeó. Ambos levantaron la mirada. Una gruesa manta gris se extendía amenazante por el cielo—. Maldita sea —dijo. —Correré —dijo ella. —No lo hagas. —Era capaz de meter el pie en una verdadera madriguera y entonces, ¿qué sería de ambos? —No necesitamos que tú también tropieces y caigas. Ella se volvió para marcharse, luego se detuvo y dijo: —¿Enviarás un mensaje cuando estés a salvo en casa? —Por supuesto. —No podía recordar la última vez que había tenido que enviar un mensaje acerca de su bienestar a nadie. Había algo bastante desconcertante en eso. Pero también agradable. Él la observó alejarse, escuchando hasta que el sonido de sus pasos desapareció. ¿Cuánto tiempo tomaría antes de que llegara la ayuda? Ella necesitaba regresar a Bricstan, que estaba a un poco más de un kilómetro, asumiendo que no se perdiera. Luego tenía que escribir una carta y enviar a alguien que la entregara en Fensmore. Entonces Jimmy tenía que ensillar dos caballos y cabalgar por el bosque en un camino que era mucho más adecuado para caminar. ¿Una hora? No, noventa minutos. Probablemente más. Se deslizó hacia el suelo para poder apoyarse en el tronco caído. Dios, estaba cansado. Su tobillo dolía demasiado como para que durmiera, pero cerró los ojos de todos modos. Fue en ese momento que sintió la primera gota de lluvia. Capítulo 6 Traducido por Cami.Pineda y Aylinachan Corregido por Simoriah ara cuando Honoria llegó a Bricstan, estaba empapada hasta los huesos. La lluvia había comenzado apenas cinco minutos después de que dejara a Marcus en el árbol caído. Había sido ligera al comienzo; sólo unas pocas gotas gordas por allí y por aquí. Suficientes para molestar, pero no para hacer daño. P Pero tan pronto como alcanzó el final del camino había comenzado a caer con furia. Había corrido por el césped lo más rápido que podía, pero no había hecho diferencia. Diez segundos en el aguacero y estuvo empapada. No quería siquiera pensar en Marcus, varado en el bosque por al menos otra hora. Intentó recordar la topografía del lugar donde lo había dejado. ¿Los arboles lo protegerían de la lluvia? Todavía era primavera, y las ramas no estaban pobladas de hojas. Primero intentó entrar a Bricstan a través de una puerta lateral, pero estaba cerrada y trató de rodear el edificio hacia el frente. La puerta se abrió antes de que siquiera pudiera golpear, y ella entró a tropezones. —¡Honoria! —exclamó Sarah, corriendo hacia adelante para sostenerla—. Estaba observándote por la ventana. ¿Dónde has estado? He estado frenética. Estábamos a punto de enviar un grupo para buscarte. Dijiste que salías a buscar flores, pero luego nunca regresaste. Honoria intentó interrumpir en medio de cada oración de Sarah, pero sólo se las arregló para reunir el aliento suficiente para decir: —Detente. Bajó la mirada; charcos de agua se habían formado a sus pies. Un arroyuelo se había liberado del círculo y rodaba lentamente hacia la pared. —Necesitamos secarte —dijo Sarah. Tomó las manos de Honoria—. Estás congelada. —Sarah, detente. —Honoria liberó sus manos y tomó el hombro de su prima—. Por favor. Necesito algo de papel. Debo escribir una carta. Sarah la miró como si se hubiera vuelto loca. —Ahora. Tengo que… —¡Lady Honoria! —La Sra. Royle se apresuró hacia el salón—. ¡Nos tenía a todos tan preocupados! ¿A dónde se había ido? —Sólo estaba buscando flores —mintió Honoria—. Pero por favor, necesito escribir una carta. La Sra. Royle le tocó la frente. —No se siente afiebrada. —Está temblando —dijo Sarah. Miró a la Sra. Royle—. Debe haberse perdido. Es terrible en ese sentido. —Sí, sí —dijo Honoria, dispuesta a coincidir con cualquier insulto si eso significaba el final de esa conversación—. Pero por favor, escúchenme sólo un momento. Debo actuar rápidamente. Lord Chatteris está atrapado en el bosque, y le dije que… —¿Qué? –chilló la Sra. Royle—. ¿De qué está hablando? Brevemente, Honoria relató la historia que había inventado mientras corría a casa. Se había extraviado del grupo y se había perdido. Lord Chatteris había estado caminando en el bosque. Le había dicho que el camino unía ambas propiedades. Luego se había torcido el tobillo. Mayormente era verdad. —Lo traeremos aquí —dijo la Sra. Royle—. Enviaré a alguien enseguida. —No —dijo Honoria, todavía un poco sin aliento—. Él quiere ir a casa. Me pidió que envíe un mensaje al jefe de sus establos. Me dijo exactamente qué decir. —No —dijo la Sra. Royle firmemente—. Creo que él debe venir aquí. —Sra. Royle, por favor. Cada minuto que discutimos, él está allá afuera varado en la lluvia. La Sra. Royle estaba claramente conflictuada, pero finalmente asintió y dijo. —Sígueme. —Había un escritorio en un hueco al final del corredor. Sacó papel, pluma, tinta y dio un paso al costado para que Honoria se pudiera sentar. Pero los dedos de Honoria estaban adormecidos; apenas podía sostener la pluma. Y su cabello seguramente gotearía sobre el papel. Sarah dio un paso adelante. —¿Quieres que lo haga por ti? Honoria asintió agradecida y le dijo a Sarah exactamente que escribir, todo el tiempo intentando ignorar a la Sra. Royle, quien se cernía sobre ella, interrumpiendo a menudo con lo que creía eran comentarios que ayudaban. Sarah terminó la carta, firmó con el nombre de Honoria, y luego, ante el asentimiento de Honoria, se la entregó a la Sra. Royle. —Por favor envíelo con su jinete más veloz —rogó Honoria. La Sra. Royle la tomó y salió apresuradamente. Sarah inmediatamente se puso de pie y tomó a su prima de la mano. —Necesitas calentarte —dijo ésta en una voz que no admitía protesta—. Vendrás conmigo ya mismo. Ya le dije a una criada que caliente agua para el baño. Honoria asintió. Ya había hecho lo que necesitaba hacer. Ahora finalmente podía colapsar. La mañana siguiente amaneció burlonamente clara. Honoria había dormido doce horas, arropada bajo los edredones, con un ladrillo caliente a sus pies. Sarah se había deslizado en su habitación en algún momento para decirle que habían recibido noticias de Fensmore; Marcus había llegado a salvo a su casa y probablemente estaba en su propia cama, con su propio ladrillo caliente en los pies. Pero mientras Honoria se vestía, seguía preocupada. Había estado completamente congelada para cuando llegó a Bricstan, y él había estado en la lluvia mucho más tiempo que ella. También había estado ventoso; había oído los árboles crujiendo y chirriando a través de su ventana mientras tomaba un baño. Marcus casi definitivamente había pescado un refrío. ¿Y qué tal si su tobillo no estaba sólo torcido sino roto? ¿Ya habrían ido a buscar a un médico para arreglarlo? ¿Habrían sabido hacerlo? ¿Y quieres eran “ellos”, de todos modos? Marcus no tenía familia que ella conociera. ¿Quién lo cuidaría si se enfermaba? ¿Había alguien más en Fensmore aparte de los sirvientes? Iba a tener que comprobar su bienestar. De otro modo, no sería capaz de vivir consigo misma. En el desayuno, los otros huéspedes se sorprendieron de verla. Todos los caballeros habían regresado a Cambridge, pero las jóvenes damas estaban reunidas alrededor de la mesa, comiendo sus huevos cocidos y tostadas. —¡Honoria! —exclamó Sarah—. ¿Qué haces fuera de la cama? —Estoy perfectamente bien —le aseguró Honoria—. No tengo ni un estornudo. —Anoche sus dedos estaban como cubos de hielo —les dijo Sarah a Cecily e Iris—. No podía siquiera sostener una pluma. —Nada que un baño caliente y una buena noche de sueño no pudieran curar —dijo Honoria—. Pero me gustaría viajar a Fensmore esta mañana. Fue mi culpa que Lord Chatteris se torciera el tobillo, y de verdad siento que debo visitarlo. —¿Cómo fue tu culpa? —preguntó Iris. Honoria casi se muerde el labio. Había olvidado que ése era uno de los elementos faltantes en su historia. —No fue nada, realmente —improvisó—. Tropecé con la raíz de un árbol y él se adelantó para estabilizarme. Debe haber pisado una madriguera de topo. —Oh, odio los topos —dijo Iris. —Yo los encuentro más bien dulces —interpuso Cecily. —Debo encontrar a tu madre —dijo Honoria—. Debo pedir un carruaje. O supongo que podría cabalgar hasta allá. Ya no llueve. —Deberías desayunar primero —dijo Sarah. —Ella nunca te permitirá ir sola —respondió Cecily—, Fensmore es la casa de un soltero. —Difícilmente está solo —dijo Iris—. Debe tener muchos sirvientes. —Al menos cien, pienso —dijo Cecily— ¿Han visto la casa? Es enorme. Pero eso no indica nada. —Se volvió hacia Honoria—. Él aún vive solo. No hay nadie para actuar como chaperón apropiado. —Llevaré a alguien conmigo —dijo Honoria impacientemente—. Realmente no me importa. Sólo quiero ir. —¿Llevar a alguien contigo adónde? —preguntó la Sra. Royle, entrando al cuarto del desayuno. Honoria le repitió el requerimiento a la Sra. Royle, quien inmediatamente estuvo de acuerdo. —Absolutamente, tenemos que velar por el bienestar del conde. Sería positivamente anticristiano de nosotros no hacerlo. Honoria parpadeó. No había esperado que fuera tan fácil. —Iré contigo —dijo la Sra. Royle. Una taza de té golpeó contra su platillo. Cuando Honoria miró la mesa, Cecily lucía una sonrisa apretada, pero sus dedos prácticamente mordían la taza. —Madre —dijo Cecily—. Si tú vas, entonces yo también debería ir. La Sra. Royle hizo una pausa para considerarlo, pero antes de que pudiera responder, Sarah dijo: —Si Cecily va, yo también debería ir. —¿Por qué? —preguntó Cecily. —Estoy bastante segura —dijo Iris secamente—. De que no debería ir bajo ninguna circunstancia. —Realmente no me importa quién me acompañe —dijo Honoria, intentando no sonar tan irritada como se sentía—. Sólo me gustaría partir lo antes posible. —Cecily irá contigo —anunció la Sra. Royle—. Me quedaré aquí con Iris y Sarah. Sara estaba visiblemente molesta ante este giro de los acontecimientos, pero no discutió. Cecily, por otro lado, se puso en pie de un salto con una amplia sonrisa en el rostro. —Cecily, ve arriba y dile a Peggy que te reacomode el cabello —dijo la Sra. Royle—. No podemos… —Por favor —interrumpió Honoria—. Preferiría partir inmediatamente. La Sra. Royle lucía conflictuada, pero ni siquiera ella podía argumentar que el peinado de su hija era más importante que la salud del Conde de Chatteris. —Muy bien —dijo enérgicamente—. Partan, entonces. Pero quiero ser clara. Si está terriblemente enfermo, deben insistir en que se mude aquí para recuperarse. Honoria estaba bastante segura de que eso no iba a suceder, pero no dijo nada mientras avanzaba a grandes pasos hacia la puerta del frente, Cecily y la Sra. Royle en sus talones. —Y asegúrense de que sepa que no planeamos regresar a Cambridge por varias semanas —continuó la Sra. Royle. —¿No nos vamos? —preguntó Cecily. —No, y como estás completamente libre de obligaciones, puedes ir cada día para supervisar su cuidado. —La Sra. Royle hizo una pausa—. Ehm, si es lo que Lord Chatteris lo desea. —Por supuesto, Madre —dijo Cecily, pero lucía avergonzada. —Y denle mis saludos —continuó la Sra. Royle. Honoria se apresuró a bajar por las escaleras para esperar a que el carruaje fuera traído. —Y díganle que el Sr. Royle y yo rezamos por su pronta recuperación. —Puede que no esté enfermo, Madre —dijo Cecily. La Sra. Royle frunció el ceño. —Pero si lo está… —Le daré tus buenos deseos —concluyó Cecily por ella. —Aquí viene el carruaje —dijo Honoria, casi desesperada por huir. —¡Recuérdenlo! —exclamó la Sra. Royle a la vez que Honoria y Cecily eran ayudadas por un lacayo—. Si está enfermo, tráiganlo… Pero ya se estaban alejando. Marcus todavía estaba en cama cuando su mayordomo entró silenciosamente y le informó que Lady Honoria Smythe-Smith y la Señorita Royle habían llegado y estaban esperando en el cuarto de dibujo amarillo. —¿Debo decirles que no está disponible para recibir invitados? —preguntó el mayordomo. Por un momento Marcus estuvo tentado de decir que sí. Se sentía terrible, y estaba seguro de que lucía peor. Para cuando Jimmy lo había encontrado la tarde anterior, temblaba con tanta fuerza que le sorprendía que no se le hubieran caído los dientes. Entonces, cuando llegó, habían tenido que cortarle la bota. Lo cual habría sido lo suficientemente malo —le gustaban esas botas—, pero su ayudante había sido un poco más agresivo de lo necesario, y Marcus ahora tenía un corte de diez centímetros en la pierna izquierda. Pero si sus situaciones se vieran revertidas, hubiera insistido en determinar el bienestar de Honoria con sus propios ojos, así que parecía que iba a tener que permitirle hacer lo mismo. Y en lo que respecta a la otra chica —la Srita. Royle, pensó que había dicho el mayordomo— sólo esperaba que no fuera una mujer de sensibilidades delicadas. Porque la última vez que se había mirado al espejo, hubiera podido jurar que su piel estaba verde. Con la asistencia de su ayudante —tanto para vestirse como para bajar la escalera al cuarto de dibujo— Marcus pensó que lucía moderadamente presentable cuando saludó a las dos damas. —Buen Dios, Marcus —exclamó Honoria mientras se ponía de pie—. Luces como la muerte. Aparentemente, estaba equivocado. —Encantado de verte a ti también. Honoria. —Señaló el sofá cercano—. ¿Te importa si me siento? —No, por favor, hazlo. Tus ojos están terriblemente hundidos. —Sonrió mientras lo observaba intentar hacer su camino alrededor de una mesa—. ¿Puedo ayudarte? —No, no, estoy muy bien. —Dio dos saltos para llegar al borde de los cojines y luego prácticamente cayó de espaldas sobre el sofá. La dignidad, al parecer, no tenía lugar en la habitación de un enfermo. —Srita. Royle —dijo, dándole un asentimiento a la otra dama. La había visto una o dos veces a lo largo de los años, de eso estaba bastante seguro. —Lord Chatteris —dijo educadamente—. Mis padres le envían sus saludos y le desean una pronta recuperación. —Gracias —dijo, dándole un débil asentimiento. De repente, se sintió abrumadoramente cansado. El viaje de su habitación hacia abajo debió haber sido más difícil de lo que había anticipado. Tampoco había dormido bien la noche anterior. Había comenzado a toser en el momento en que su cabeza había tocado la almohada, y no se había detenido desde entonces. —Discúlpenme —les dijo a las damas mientras ponía un cojín en la mesa frente a él, luego apoyó su pie en él—. Me dijeron que debo elevarlo. —Marcus —dijo Honoria, dispensando inmediatamente toda pretensión de conversación educada—. No deberías estar fuera de la cama. —Es donde estaba —dijo secamente—. Hasta que fui informado de que tenía visitas. Eso le valió una mirada de reproche tal que le trajo a la mente a la señorita Pimm, su enfermera de tantos años atrás. ―Deberías haberle informado a tu mayordomo que estabas recibiendo ―dijo ella. ―¿En serio? ―murmuró él―. Estoy seguro que habrías aceptado eso humildemente y te habrías ido a casa segura de mi bienestar. ―Miró a la otra dama con una inclinación irónica de la cabeza―. ¿Qué piensa usted, Srita. Royle? ¿Lady Honoria se habría ido sin hacer comentarios? ―No, milord ―dijo la Srita. Royle, los labios crispados por la diversión―. Fue muy firme en su deseo de verlo por sí misma. ―¡Cecily! ―dijo Honoria con indignación. Marcus decidió ignorarla. ―¿Es eso cierto, Srita. Royle? ―dijo volviéndose aún más en su dirección―. Mi corazón arde por su preocupación. ―Marcus ―dijo Honoria―. Detén esto ahora mismo. ―Es una pequeña obstinada ―dijo él. ―Marcus Holroyd ―dijo Honoria severamente―. Si no dejas de burlarte de mí en este instante, informaré a la Sra. Royle de que efectivamente deseas ser trasladado a Bricstan para el resto de tu convalecencia. Marcus se quedó inmóvil, intentando no reír. Miró a la Srita. Royle, que también intentaba no reír. Ambos perdieron la batalla. ―La Sra. Royle está muy ansiosa de demostrar sus conocimientos de enfermería ―agregó Honoria con una sonrisa diabólicamente plácida. ―Tú ganas, Honoria ―dijo Marcus, recostándose en los cojines del sofá. Pero la risa dio lugar a un ataque de tos, y le tomó casi un minuto antes de sentirse bien una vez más. ―¿Cuánto tiempo estuviste bajo la lluvia anoche? ―exigió Honoria. Se puso de pie y le tocó la frente, haciendo que los ojos de la Srita. Royle se agrandaran por la intimidad. ―¿Tengo fiebre? ―murmuró. ―No lo creo. ―Pero ella fruncía el ceño mientras hablaba―. Podrías tener un poco de temperatura. Quizás debería conseguirte una manta. Marcus comenzó a decirle que no era necesario, pero entonces se dio cuenta de que, de hecho, una manta sonaba bastante agradable. Y estaba extrañamente agradecido de que lo hubiera sugerido. Así que asintió. ―Iré a buscarla ―dijo la Srita. Royle, poniéndose de pie de un salto―. Vi a una doncella en el vestíbulo. Una vez fuera, Honoria se sentó una vez más, mirándolo con preocupación en los ojos. ―Lo lamento tanto ―dijo una vez que estuvieron solos―. Me siento terrible por lo que te sucedió. Él descartó la disculpa con un movimiento de la mano. ―Estaré bien. ―Nunca me dijiste cuánto tiempo estuviste bajo la lluvia ―le recordó. ―¿Una hora? ―dedujo él―. Probablemente dos. Ella dejó escapar un suspiro abatido. ―Lo lamento tanto. Él curvó los labios en una pequeña sonrisa. ―Ya dijiste eso. ―Bueno, es así. Él intentó sonreírle una vez más, porque realmente, era una conversación ridícula, pero le vino otro ataque de tos. Ella frunció el ceño con preocupación. ―Quizás deberías venir a Bricstan. Él no podía hablar aún, pero no obstante le lanzó una mirada feroz. ―Me preocupa que estés aquí solo. ―Honoria ―se las arregló para decir, tosiendo dos veces más antes de continuar―. Volverás pronto a Londres. La Sra. Royle es una vecina de lo más amable, estoy seguro, pero preferiría recuperarme en mi propio hogar. ―Sí ―respondió Honoria, sacudiendo la cabeza―. Por no hablar de que probablemente tendrías que casarte con Cecily antes de que finalizara el mes. ―¿Alguien dijo mi nombre? ―preguntó Cecily alegremente, habitación con una manta de color azul oscuro. Marcus fue vencido por otro ataque de tos, éste sólo un poco fingido. regresando a la ―Aquí tiene ―dijo Cecily. Se acercó con la manta, luego pareció no saber qué hacer consigo misma―. Quizás deberías ayudarlo ―le dijo a Honoria. Honoria tomó la manta de sus manos y se acercó a él, desplegándola a medida que se acercaba. ―Aquí ―dijo suavemente, inclinándose para extender la suave lana encima de él. Sonrió delicadamente mientras la metía por debajo las esquinas―. ¿Está demasiado apretada? Él sacudió la cabeza. Era extraño, ser atendido. Cuando ella terminó con su tarea, se enderezó, respirando profundamente antes de anunciar que él necesitaba tomar el té. ―Oh, sí ―coincidió la Srita. Royle―. Eso sería lo justo. Marcus ni siquiera intentó protestar esta vez. Estaba seguro de que tenía un aspecto patético, envuelto en una manta con el pie apoyado sobre la mesa, y ni siquiera podía imaginar lo que ellas pensaban cada vez que comenzaba a toser. Sin embargo, estaba encontrado muy reconfortante el ser atendido, y si Honoria quería insistir en que él necesitaba té, estaría encantado de hacerla feliz bebiéndoselo. Le dijo dónde encontrar el llamador para pedir el té, y ella lo hizo, acomodándose frente a él después de que una doncella entrara y tomara su pedido. ―¿Ha venido un médico a examinarte el tobillo? ―preguntó ella. ―No es necesario ―le dijo―. No está roto. ―¿Estás seguro? No es el tipo de cosas con las que uno quisiera correr riesgos. ―Estoy seguro. ―Me sentiría mejor si… ―Honoria, silencio. No está roto. ―¿Y tu bota? ―¿Su bota? ―preguntó la Srita. Royle. Lucía perpleja. ―Ésa, me temo, está rota ―respondió él. ―Oh, Dios mío ―dijo Honoria―. Pensé que podrían haber tenido que cortarla. ―¿Tuvieron que cortar su bota? ―se hizo eco la Srita. Royle―. Oh, pero eso es terrible. ―Su tobillo estaba horriblemente hinchado ―le dijo Honoria―. Era la única manera. ―Pero una bota ―insistió la Srita. Royle. ―No era una de mis botas favoritas ―dijo Marcus, intentando levantarle el ánimo a la pobre Srita. Royle. Lucía como si alguien hubiera decapitado a un cachorro. ―Me pregunto si se podría fabricar una sola bota ―reflexionó Honoria―. Para hacer juego con la otra. Entonces no sería un completo desperdicio. ―Oh, no, eso nunca funcionaría ―dijo la Srita. Royle, al parecer era una experta en tales temas―. El cuero nunca sería igual. Marcus se salvó de una larga discusión sobre calzado por la llegada de la Sra. Wetherby, su ama de llaves desde hacía mucho tiempo. ―Ya había comenzado a preparar té antes de que lo pidieran ―anunció, ajetreada con una bandeja. Él sonrió, sin sorprenderse. Ella siempre estaba haciendo cosas por el estilo. Se las presentó a Honoria y a la Srita. Royle, y cuando saludó a Honoria sus ojos se iluminaron. ―¡Oh, debe ser la hermana del amo Daniel! ―exclamó la Sra. Wetherby, depositando sobre la mesa el juego de té. ―Lo soy ―respondió Honoria, radiante―. ¿Lo conoce, entonces? ―Lo conozco. Vino de visita unas pocas veces, generalmente cuando el conde anterior estaba fuera de la ciudad. Y por supuesto ha venido una o dos veces desde que el amo Marcus se convirtió en conde. Marcus se sintió enrojecer ante el uso del título infantil. Pero nunca la corregiría. La Sra. Wetherby había sido como una madre mientras crecía, a menudo la única sonrisa tibia o palabra de aliento en todo Fensmore. ―Es maravilloso conocerla ―continuó la Sra. Wetherby―. He oído tanto de usted. Honoria parpadeó con sorpresa. ―¿En serio? Marcus también parpadeó sorprendido. No podía recordar haber hablado jamás de Honoria con nadie, mucho menos su ama de llaves. ―Oh, sí ―dijo la Sra. Wetherby―. Cuando eran niños, por supuesto. Debo confesar, todavía pensaba en usted como una niña. Pero ya está bastante crecidita, ¿verdad? Honoria sonrió y asintió. ―Ahora, ¿cómo toman el té? ―preguntó el ama de llaves, rociando leche en las tres tazas después de que Honoria y la Srita. Royle le dijeran sus preferencias. ―Ha pasado mucho tiempo desde que vi al amo Daniel ―continuó, levantando la tetera para servir―. Es un poco bribón, pero me gusta. ¿Está bien? Hubo un silencio incómodo y Honoria inmediatamente aclaró su garganta y dijo: miró a Marcus buscando ayuda. Él ―No debo habérselo contado, Sra. Wetherby. Lord Winstead ha estado fuera del país por varios años. ―Le contaría el resto de la historia más tarde, pero no delante de Honoria y su amiga. ―Ya veo ―dijo ella, interpretando correctamente el silencio como una señal para no seguir adelante con el tema. Se aclaró la garganta varias veces, luego entregó la primera taza y platillo a Honoria―. Y uno para usted también ―murmuró, entregándole el segundo conjunto a la Srita. Royle. Ambas le agradecieron, y ella se puso de pie para entregarle su taza a Marcus. Pero luego se volvió hacia Honoria. ―Usted se asegurará de que lo beba todo, ¿verdad? Honoria sonrió. ―Por supuesto. La Sra. Wetherby se inclinó y le susurró en voz alta: ―Los caballeros son terribles pacientes. ―Oí eso ―comentó Marcus. Su ama de llaves le dirigió una mirada astuta. ―Se suponía que lo hiciera. ―Y con eso hizo una reverencia y salió de la habitación. El resto de la visita transcurrió sin incidentes. Bebieron el té (dos tazas para Marcus, ante la insistencia de Honoria), comieron sus bizcochos y hablaron de detalles varios hasta que Marcus comenzó a toser una vez más, esta vez con una duración tal que Honoria insistió en que regresara a la cama. ―Es hora de irnos de todos modos ―dijo, poniéndose de pie con la Srita. Royle―. Estoy seguro de que la Sra. Royle estará ansiosa por nuestro regreso. Marcus asintió y sonrió agradecido cuando insistieron en que no se pusiera de pie por ellas. Realmente se sentía terrible, y sospechaba que podría tener que tragarse el orgullo y pedir que lo cargaran de vuelta a su habitación. Después de que las damas se fueran, por supuesto. Ahogó un gemido. Odiaba estar enfermo. Una vez en el carruaje, Honoria se permitió sentarse y relajarse. Marcus lucía enfermo, pero no era nada que una semana de descanso y caldo no curara. Pero su momento de paz fue abruptamente interrumpido cuando Cecily anunció: ―Un mes. Honoria levantó la mirada. ―¿Perdón? ―Esa es mi predicción. ―Cecily levantó el dedo índice, formó un pequeño círculo con él y luego lo enderezó una vez más―. Un mes hasta que Lord Chatteris pida la mano. ―¿De quién? ―preguntó Honoria intentando ocultar su sorpresa. Marcus no había mostrado ninguna clara preferencia por Cecily, y más concretamente, no era propio de ella ser tan presumida. ―La tuya, tonta. Honoria casi se ahogó con su propia lengua. ―Oh ―dijo, con gran emoción―. Oh. Oh. Oh. Oh, no. Cecily sonrió. ―No, no. ―Honoria podría haber sido reducida a una idiota monosilábica, pero era una idiota monosilábica parlante―. No ―repitió―. Oh, no. ―Incluso estaría dispuesta a hacer una apuesta ―dijo Cecily con malicia―. Estarás casada para el final de la temporada. ―Eso espero ―dijo Honoria, finalmente encontrando su vocabulario―.Pero no será con Lord Chatteris. ―Oh, así que ahora es Lord Chatteris, ¿verdad? No creas que no noté que lo llamaste por su nombre durante todo el tiempo que estuvimos allí. ―Así es como lo llamo siempre ―protestó Honoria―. Lo conozco desde que tenía seis años. ―Sea como sea, ustedes dos… oh, ¿cómo puedo decirlo? ―Cecily frunció los labios y levantó la mirada hacia el techo del carruaje―. ¿Actuaban como si ya estuvieran casados? ―No seas ridícula. ―Digo la verdad ―dijo Cecily, luciendo extremadamente satisfecha consigo misma. Soltó una risita―. Espera a que les cuente a las otras. Honoria casi salta al otro lado del carruaje. ―¡No te atrevas! ―Me parece que la dama protesta demasiado. ―Por favor, Cecily, te lo aseguro, no hay amor entre Lord Chatteris, y te lo prometo, nunca nos casaremos. Esparcir rumores no hará más que hacer miserable mi vida. Cecily inclinó la cabeza hacia un lado. ―¿No hay amor? ―Ahora estás tergiversando mis palabras. Por supuesto que me importa. Fue como un hermano para mí. ―Muy bien ―accedió Cecily―. No diré nada. ―E… ―Hasta que estén comprometidos. Y entonces lo gritaré para aquel que lo oiga: ¡yo predije esto! Honoria ni siquiera se molestó en responder. No habría compromiso, y por lo tanto no habría gritos de nada. Pero de lo que no se dio cuenta hasta más tarde fue que por primera vez había dicho que Marcus había sido como un hermano para ella. Tiempo pasado. Y si ya no era un hermano para ella, ¿qué era? Capítulo 7 Traducido por Elenp y Caami Corregido por ★MoNt$3★ onoria volvió a Londres al siguiente día, la temporada no empezaría hasta dentro de un mes, pero había mucho qué hacer en preparaciones. De acuerdo con su recién casada prima Marigold, que vino a visitarla la primera tarde que estuvo de regreso, el rosa era ahora todo un furor, aunque si uno visitaba a la modista, tenía que tener cuidado de H llamarlo primrose, amapola o rubí. Además, una simplemente tenía que tener una colección de brazaletes. Nadie podía hacer nada sin ellos, le aseguró Marigold. Ese fue sólo el principio de los consejos de moda de Marigold, Honoria hizo planes para visitar a la modista más tarde esa semana. Pero antes tenía que hacer más que sólo seleccionar su tono favorito de rosa —primrose, para hacer las cosas simples—, una carta llegó para ella desde Fensmore. Honoria asumió que debía ser de Marcus, y la abrió con entusiasmo, sorprendida de que se hubiera tomado el tiempo para escribirle. Pero cuando desplegó la única hoja, la escritura era demasiado femenina como para haber venido de sus manos. Frunció el ceño con preocupación, se sentó para leer la carta. Mí querida Lady Honoria: Perdone mi atrevimiento de escribirle, pero no sé a quién más puedo acudir. Lord Chatteris no está bien, ha tenido fiebre por tres días y anoche estuvo inconsciente. El doctor ha llamado cada tarde, pero no tiene otro consejo más que el de esperar y observar. Como usted sabe el Conde no tiene familia. Pero siento que tengo que notificarle a alguien, y él siempre ha hablado tan bien de su familia. Suya: Sra. Wetherby Ama de llaves del Conde de Chatteris. —Oh, no —murmuró Honoria, mirando fijamente la carta hasta que sus ojos se cansaron. ¿Cómo puede ser esto posible? Cuando dejó Fensmore, Marcus tenía una terrible tos, sí, pero no había mostrado algún signo de fiebre. No había nada en su aspecto que indicara que empeoraría bruscamente. Y, ¿qué podría significar el hecho de que la Sra. Wetherby le enviara una carta? ¿Estaba simplemente informándole de la condición de Marcus, o estaba pidiéndole tácitamente que fuera a Fensmore? y si fuera lo último, ¿significaba eso que la condición de Marcus era grave? —¡Madre! —gritó Honoria. Se puso de pie sin pensar y empezó a caminar a través de la casa. Su corazón empezó a correr de prisa, y empezó a moverse más rápido, su voz también más alta—. ¡Madre! —¿Honoria? —Lady Winstead apareció escaleras arriba, agitando su abanico chino de seda favorito—. ¿Qué puede estar pasando? ¿Hubo algún problema con la modista? Pensé que habías planeado ir con Marigold. —No, no es eso —dijo Honoria, apurándose a subir las escaleras—. Es Marcus. —¿Marcus Holroyd? —Sí, recibí una carta de su ama de llaves. —¿De su ama de llaves? Por qué lo haría ella… —Lo vi en Cambridge, ¿te acuerdas? Te lo dije. —Oh, sí, sí. —Su madre sonrió—. Qué encantadora coincidencia que te hayas topado con él. La señora Royle me escribió una nota acerca de eso, pienso que ella espera que él pueda hacer una oferta para su hija. —Madre, aquí, por favor lee esto. —Honoria le enseñó la carta de la señora Wetherby—. Está muy enfermo. Lady Winstead rápidamente leyó la corta nota, su boca presionándose en un gesto preocupado. —Oh, querida. En efecto, éstas son muy malas noticias. Honoria colocó la mano sobre el brazo de su madre, tratando de convencerla de la gravedad de la situación. —Debemos salir para Fensmore. Ahora. Lady Wistead la miró sorprendida. —¿Nosotras? —No tiene a nadie más. —Bien, eso no puede ser verdad. —Lo es —insistió Honoria—. ¿No recuerdas que tan a menudo venía a quedarse con nosotras cuando él y Daniel estaban en Eton? Eso era porque no tenía ningún otro lugar a dónde ir. No creo que él y su padre se llevaran muy bien. —No lo sé, parece presuntuoso. —Su madre frunció el ceño—. No somos familia. —¡No tiene familia! Lady Winstead mordió su labio inferior. —Era un chico agradable, pero no creo… Honoria puso sus manos en las caderas. —Si no vienes conmigo, me iré sola. —¡Honoria!. —Lady Winstead se echó hacia atrás en shock y por primera vez en la conversación una chispa llameó en sus pálidos ojos—. Tú no harás tal cosa, tu reputación estará por los suelos. —Él podría estar muriendo. —Estoy segura que no es tan serio como eso. Honoria juntó sus manos. Habían empezado a temblar, y sus dedos se sentían terriblemente fríos. —Si no fuera así, su ama de llaves no me habría escrito. —Oh está bien —dijo Lady Winstead, con un ligero suspiro—. Saldremos mañana. Honoria sacudió su cabeza negando. —Hoy. —¿Hoy? Honoria, sabes que esos viajes necesitan prepararse, no puedo simplemente… —Hoy, madre, no hay tiempo que perder. —Honoria se apresuró a bajar las escaleras hablando sobre su hombro—. Veré lo de tener el carruaje preparado. ¡Estate lista dentro de una hora! Pero Lady Winstead, mostró algo del fuego que había poseído antes de que su único hijo fuera desterrado del país. Lo hizo mejor que eso. Estuvo lista en cuarenta y cinco minutos con sus maletas empacadas, acompañada por su doncella y esperando por Honoria al frente de la habitación de dibujo. Cinco minutos más tarde ellas estaban en camino. El viaje a Cambridgeshire del norte podría hacerse en un —largo— día, y era cerca de la medianoche cuando el carruaje Winstead se paró frente a Fensmore. Lady Winstead se quedó dormida en la parte norte de Saffron Walden, pero Honoria estuvo muy despierta. Desde el momento en que dieron la vuelta y se dirigieron por el largo camino hacia Fensmore, su postura se volvió tensa, alerta y fue lo único que pudo hacer para no agarrar la manilla de la puerta, tal como hizo cuando finalmente se pararon. No esperó por nadie para que la ayudara. En segundos abrió la puerta, la empujó, se bajó de un salto y fue apurándose por las escaleras del frente. La casa estaba tranquila, y Honoria pasó al menos cinco minutos golpeando la aldaba arriba y abajo antes de que finalmente viera el parpadeo de una luz de vela en una ventana y oyó pasos apresurados aproximándose. El mayordomo abrió la puerta —Honoria no recordaba su nombre— y antes de que él pudiera pronunciar una palabra, ella dijo: —La Señora Wetherby me escribió acerca de la condición del conde. Debo verlo de inmediato. El mayordomo se echó hacia atrás suavemente, sus modales tan orgullosos y aristocráticos como los de su señor. —Me temo que eso es imposible. —Honoria tuvo que agarrar con fuerza el marco de la puerta para sostenerse. —¿Qué quiere decir con eso? —susurró. Seguramente Marcus no podría haber sucumbido a la fiebre en el corto tiempo desde que la señora Wetherby le envió la carta. —El conde está dormido —replicó el mayordomo con irritación—. No lo voy a despertar a esta hora de la noche. El alivio inundó a Honoria como sangre corriendo hacia un miembro dormido. —Oh, gracias —dijo fervientemente, alcanzó y tomó su mano—. Ahora por favor, debo verlo. Prometo que no lo molestaré. El mayordomo lucía levemente alarmado por su mano sobre la suya. —No puedo permitir que lo vea a esta hora. Debo recordarle que usted aún no ha tenido a bien darme su nombre. Honoria Parpadeó. ¿Eran las visitas tan comunes en Fensmore que él no podía recordar su visita de hace una semana? Luego se dio cuenta de que él estaba bizqueando en la oscuridad. Buen Dios, probablemente no podía ver con claridad. —Por favor acepte mis disculpas —dijo en su voz más calmada—. Soy Lady Honoria Smythe-Smith y mi madre la condesa de Wistead, está esperando en el carruaje con su doncella, tal vez alguien pueda ayudarla. Un cambio enorme se produjo en la cara arrugada del mayordomo. —¡Lady Honoria! —exclamó—. Le ruego me perdone. No la reconocí en la oscuridad. Por favor, por favor, pase, adelante. —La tomó por un brazo y la condujo al interior. Honoria le permitió llevarla, disminuyendo el ritmo, se volteó para mirar hacia el carruaje. —Mi madre… —Llamaré un lacayo para que la atienda lo más pronto posible —aseguró el mayordomo—. Pero debemos encontrarle a usted una habitación inmediatamente. No tenemos una preparada, pero tenemos algunas que pueden estar listas en poco tiempo. —Se detuvo en una puerta, se inclinó y apretó varias veces una cuerda—. Las doncellas estarán en ello inmediatamente. —Por favor, no las despierte —dijo Honoria, aunque sospechaba que era muy tarde para eso, por el vigor con que él había jalado el cordón de la campanilla. —¿Podría hablar con la señora Wetherby? Odio despertarla, pero es de extrema importancia. —Por supuesto, por supuesto —aseguró el mayordomo, haciéndola adentrarse aún más en la casa. —Y mi madre… —dijo Honoria echando una ojeada nerviosa hacia atrás. Después de sus protestas iniciales, Lady Winstead había tenido un maravilloso humor todo el día. Honoria no quería dejarla durmiendo en el carruaje. El cochero y los mozos nunca la dejarían desatendida, y por supuesto estaba su doncella, sentada en el cojín de en frente también dormida, pero aun así, no parecía correcto. —La recibiré tan pronto como la ponga a usted en comunicación con la señora Wetherby —dijo el mayordomo. —Gracias, eh… —Se sintió incomoda al no saber su nombre. —Springpeace, mi lady. —Él tomó y apretó su mano entre las suyas. Sus manos estaban reumáticas y su agarre era inestable, pero había una cierta urgencia en su apretón, también gratitud. Levantó la mirada, sus ojos oscuros encontrándose con los de ella—. Puedo decir mi lady que estoy muy contento de que esté usted aquí. Diez minutos más tarde, la señora Wetherby estaba parada con Honoria afuera de la puerta de la habitación de Marcus. —No sé si al conde le gustaría que usted lo viera en tal estado —dijo el ama de llaves—. Pero viendo que ha venido de tan lejos a verlo… —No quiero molestarlo —aseguró Honoria—. Sólo necesito ver por mí misma que está bien. La señora Wetherby tragó y la miró con franqueza. —Él no está bien, señorita. Debe estar preparada para eso. —Yo… no quise decir “bien” —dijo Honoria titubeando—. Quise decir, oh, y no sé qué quise decir, sólo que… El ama de llaves le colocó una mano gentil en su brazo. —Entiendo. Está un poco mejor ahora que ayer cuando le escribí a usted. Honoria asintió con la cabeza, pero el movimiento se sintió apretado e incómodo. Pensó que el ama de llaves le estaba diciendo que Marcus no estaba en las puertas de la muerte. Pero esto hizo poco por asegurárselo, porque eso significaba que él lo había estado. Y si eso era verdad, no había razón para pensar que él no estaría allí otra vez. La señora Wetherby puso su dedo índice en sus labios, indicándole que guardara silencio, mientras entraban en la habitación. Ella giro el pomo de la puerta lentamente y la puerta se abrió sin el sonido de las bisagras. —Él está durmiendo —susurró la señora Wetherby. Honoria asintió y dio un paso adelante, parpadeando por la poca luz. Estaba muy caluroso dentro de la habitación, y el aire era espeso y denso. —¿No está muy caliente? —le susurró a la señora Wetherby. Casi no podía respirar en la bochornosa habitación y Marcus parecía estar enterrado en un montón de mantas y edredones. —Es lo que el doctor dijo que se hiciera —replicó la señora Wetherby—. Bajo ninguna circunstancia, debemos dejar que se enfríe. Honoria jaló el cuello de su vestido, deseando que hubiera una manera de soltarlo. Y buen Dios, si ella estaba tan incómoda, Marcus debía estar en agonía. No se podía imaginar que fuera saludable ser arropado con tanto calor. Pero si estaba sobrecalentado, al menos él estaba durmiendo. Su respiración sonaba normal, o al menos lo que Honoria creía normal. No tenía idea de cómo uno se podría escuchar en un lecho de muerte; suponía que no era nada fuera de lo normal. Se acercó un poco más, inclinándose. Se veía terriblemente sudado. Sólo podía ver un lado de su rostro, pero su piel brillaba de manera poco natural, y el aire tenía el rancio aroma del esfuerzo humano. —Realmente no creo que deba estar debajo de tantas mantas —susurró Honoria. La señora Wetherby dio un pequeño encogimiento desvalido. —El médico fue muy explícito. Honoria dio un paso más cerca, hasta que tocó con las piernas el lado de su cama. —No se ve cómodo. —Lo sé —coincidió la señora Wetherby. Honoria llevó una mano tentativa para ver si podía ser capaz de tirar las sabanas hacia atrás, aunque sólo fuera un centímetro o dos. Agarró el borde superior de la colcha, dio el más pequeño de los tirones, y entonces… —¡Aaaaaach! Honoria gritó y saltó hacia atrás, agarrándose del brazo de la señora Wetherby. Marcus prácticamente se había lanzado en una posición vertical y miraba frenéticamente por la habitación. Y no aparentaba estar vistiendo ropa. Al menos, no de la cintura para arriba, que era lo que ella podía ver. —Todo está bien, todo está bien —dijo, pero le faltaba confianza en la voz. A ella no le parecía todo bien, y no sabía cómo hacer que sonara bien si pensaba de otra manera. Él respiraba con dificultad, y estaba terriblemente agitado, pero sus ojos no parecían enfocarla. De hecho, no estaba segura de sí notó que se encontraba allí. Su cabeza se movió bruscamente hacia atrás y adelante, como si estuviera en busca de algo, y luego pareció apresurarse en una sacudida extraña. —No —dijo, aunque no fuertemente. No parecía enojado, sólo molesto—. No. —No está despierto —dijo suavemente la señora Wetherby. Honoria asintió lentamente, y la enormidad de lo que había llevado a cabo finalmente se estableció en ella. No sabía nada sobre la enfermedad, y ciertamente no sabía cómo cuidar a alguien con fiebre. ¿Era por lo que había venido? ¿Para cuidar de él? Había estado tan frenética de la preocupación después de leer el mensaje de la señora Wetherby que todo lo que había sido capaz de pensar era en verlo por sí misma. No había previsto nada por delante de eso. Qué idiota había sido. ¿Qué había pensado que iba a hacer una vez que lo viera? ¿Darse la vuelta e irse a casa? Iba a tener que cuidar de él. Estaba aquí ahora, y hacer cualquier otra cosa sería impensable. Pero la posibilidad la aterrorizaba. ¿Y si hacía algo mal? ¿Y si lo ponía peor? Pero, ¿qué otra cosa podía hacer? La necesitaba. Marcus no tenía a nadie, y Honoria se sorprendió —se avergonzó un poco—, ella no había notado esto hasta ahora. —Me sentaré con él —le dijo a la señora Wetherby. —Oh, no, señorita, usted no podría. No sería… —Alguien debería estar con él —dijo Honoria con firmeza—. No debería estar solo. —Tomó el brazo de la ama de llaves y la llevó al lado lejano de la habitación. Era imposible llevar a cabo una conversación cerca de Marcus. Volvía a estar acostado, pero estaba dando vueltas y se sacudía con tal violencia que Honoria se estremecía cada vez que lo miraba. —Me quedaré —dijo la señora Wetherby. Pero no sonaba como si de verdad lo quisiera hacer. —Sospecho que ha pasado muchas horas a su lado ya —dijo Honoria—. Tomaré un turno. Necesita descansar. La señora Wetherby asintió agradecida, y cuando llegó a la puerta del corredor, dijo: —Nadie va a decir nada. Acerca de usted estando en su habitación. Se lo prometo, ni un alma en Fensmore dirá una palabra. Honoria le dio lo que esperaba fuera una sonrisa tranquilizadora. —Mi madre está aquí. Quizás no aquí en la habitación, pero está aquí, en Fensmore. Eso debería ser suficiente para mantener los chismes lejos. —Con una inclinación de cabeza, la señora Wetherby salió de la habitación, y Honoria escuchó el sonido de sus pasos hasta que se retiraron en silencio. —Oh, Marcus —dijo suavemente, moviéndose lentamente de vuelta a su lado—. ¿Qué te paso? —Alzó una mano para tocarlo, entonces pensó: No, mejor no. No sería apropiado, y además, no quería molestarlo más de lo que ya estaba. Él lanzó un brazo debajo de las sabanas, rodando hasta que se instaló en una posición de lado, su brazo libre extendido encima de la colcha. No se había dado cuenta de que era tan musculoso. Por supuesto que sabía que era fuerte. Era obvio. Él era… se detuvo por un momento, pensando. En realidad, no era obvio. No podía recordar la última vez que le había visto levantar algo. Pero parecía fuerte. Él tenía esa mirada, una mirada muy suya. Capaz. No todos los hombres la tenían. De hecho, la mayoría no, al menos la mayor parte de los que conocía Honoria. Sin embargo, no se había dado cuenta que los músculos del brazo de un hombre podían ser tan bien definidos. Interesante. Se inclinó hacia delante un poco más, inclinando la cabeza hacia un lado, luego, movió la vela un poco hacia delante. ¿Cómo se llamaba ese músculo en el hombro? El suyo era realmente agradable. Jadeó, horrorizada por la dirección de sus inadecuados pensamientos, y dio un paso atrás. No estaba allí para echar una ojeada al pobre hombre, estaba allí para cuidar de él. Y además, si iba a comerse con los ojos a alguien, absolutamente no debería ser Marcus Holroyd. Había una silla a unos pasos de distancia, así que la tomó y la tiró hacia delante, lo suficientemente cerca de la cama que podría saltar y estar con él en un instante, pero no tan cerca como para que él pudiera pegarle en sus agitaciones. Parecía más delgado. No estaba segura de cómo podría decir esto entre todos los edredones y colchas, pero definitivamente había perdido peso. Su rostro estaba demacrado, e incluso en la tenue luz de la vela, podía ver extrañas sombras bajo sus ojos. Se sentó muy quieta durante varios minutos, sintiéndose bastante tonta, en realidad. Se sentía como si tuviera que estar haciendo algo. Supuso que mirarlo era algo, pero no parecía mucho, sobre todo porque ella estaba intentando mucho no ver ciertas partes de él. Parecía haberse calmado; de vez en cuando cambiaba agitadamente bajo las mantas, pero en su mayor parte, dormía. Pero, Señor, hacía mucho calor. Honoria estaba todavía en su ropa de día, un bonito vestido abotonado por la espalda. Era una de las ridículas piezas de indumentaria femenina en la que posiblemente no podría entrar —o salir— por su cuenta. Sonrió. Algo así como las botas de Marcus. Era bueno saber que los hombres podían ser tan poco prácticos en la moda como las mujeres. De todos modos, el vestido era absolutamente incorrecto para estar llevando como enfermera. Se las arregló para deshacer algunos de los botones superiores, prácticamente estaba sin aliento cuando los dejó sueltos. —Esto no puede ser saludable —dijo en voz alta, agarrándose el cuello con dos dedos y abanicándolos hacia atrás y adelante en un intento de ventilar su cuello sudoroso. Miró hacia Marcus. No parecía haberse molestado por su voz. Se quitó los zapatos y, a continuación, porque realmente, ya se había desnudado lo suficiente como para arruinar su reputación si alguien la encontraba por casualidad, se agachó y se quitó las medias. —Ugh. —Miró abajo a sus piernas con consternación. Las medias estaban casi empapadas. Con un suspiro de resignación las distribuyó en la parte posterior de una silla, pero se lo pensó mejor. Probablemente es mejor no tenerlos en tal muestra. Así que los arrugó en una pelota y los empujó dentro de sus zapatos. Y mientras estaba de pie, agarró la falda en sus manos y la agitó hacia delante y detrás, tratando de refrescar sus piernas. Esto era intolerable. No le importaba lo que había dicho el médico. No podía creer que esto fuera tolerable. Caminó hacia atrás, a la cama para mirar detenidamente hacia abajo a él otra vez, guardando distancia en caso de que repartiera golpes a diestro y siniestro. Calmadamente, con cautela, extendió una mano. No lo tocó, pero se acercó. El aire cerca de su hombro era por lo menos diez grados más caliente que el resto de la habitación. Teniendo en cuenta la exageración, que pensaba que era su derecho, dado su estado de sobrecalentamiento. Pero aun así. Miró alrededor de la habitación por algo con qué echarle aire. Caramba, debería haber mellado uno de los abanicos de seda chinos de su madre. Mamá siempre estaba abanicándose en estos días. Nunca iba a ninguna parte sin al menos tres de ellos embalados en su tronco. Que era realmente lo mejor, ya que tendía a abandonarlos por todas partes de la ciudad. Pero no había nada adecuado para abanicar, por lo que Honoria se inclinó y sopló gentilmente sobre Marcus. No se movió, lo que tomó como una buena señal. Envalentonada por su éxito —si de verdad eso era lo que era; ya que no tenía ni idea— lo intentó de nuevo, con un poco más de fuerza. Esta vez él tuvo un pequeño temblor. Ella frunció el ceño, insegura de si eso era una cosa buena o no. Si él estaba tan sudado como se veía, corría el riesgo de sobre enfriarlo. Que era precisamente lo que el doctor le había advertido. Se sentó de nuevo, luego se puso de pie, y luego se sentó, dando golpes sin descanso contra su muslo. Se volvió tan malo que prácticamente tuvo que cerrar de golpe la otra mano hacia abajo en la parte superior de la otra, sólo para mantenerla quieta. Esto era ridículo. Saltó a sus pies y caminó de regreso a él. Se estaba moviendo otra vez, golpeando bajo sus sabanas, aunque no con la fuerza suficiente para en verdad tirarlas. Ella debería tocarlo. Realmente debería. Era la única manera de determinar cuán caliente estaba su piel. No estaba segura de qué iba a hacer con la información, pero eso no importaba. Si era su enfermera —y aparentaba serlo— tendría que ser más atenta a su condición. Se adelantó y tocó ligeramente su hombro con sus dedos. No se sentía tan caliente como había esperado, pero eso podría deberse al hecho de que ella, también, se estaba asando. Estaba sudoroso sin embargo, y de cerca pudo ver que sus sabanas estaban empapadas. ¿Debería tratar de removerlas? Todavía tendría todas las otras mantas. Alargó la mano y dio a la sabana un tirón, manteniendo la otra mano en la parte superior de la manta para mantenerla en su lugar. Aun así, no funcionó, todo el conjunto se deslizó hacia ella, revelando una larga, pierna ligeramente doblada. Los labios de Honoria se separaron. Él también era bastante musculoso allí. No, no, no, no, no, no, no. Ella no estaba mirando a Marcus. No era así. No a él. Definitivamente no a él. Y además, tenía que devolver la manta a su lugar antes de que él diera vuelta y se revelara completamente, porque no tenía idea de si él llevaba ropa interior. No tenía nada en sus brazos, y nada en sus piernas, por lo que era razonable… Miró a su sección media. No, no podía. Continuaba cubierto, por supuesto, pero si accidentalmente se tropezara con la cama… Agarró un pedazo de edredón y la empujó, tratando de cubrirlo de vuelta. Alguien más iba a tener que cambiar sus sabanas. Dios mío, estaba caliente. ¿Cómo diablos podía haberse puesto más caliente aquí? Tal vez podría ir afuera por un momento. O ir a abrir la ventana un poco y estar cerca de ella. Abanicó el aire cerca de su cara con la mano. Tendría que sentarse de nuevo. Había una silla en perfecto estado, y ella podría sentarse allí, con las manos recatadamente en su regazo hasta la mañana. Solamente tomaría un vistazo más de él, sólo para estar segura de que estaba bien. Agarró la vela y la sostuvo sobre su rostro. Sus ojos estaban abiertos. Dio un cuidadoso paso atrás. Él había abierto sus ojos antes. Esto no significada que estuviera despierto. —¿Honoria? ¿Qué estás haciendo aquí? Él, sin embargo, lo estaba. Capítulo 8 Traducido por Sheilita Belikov M arcus se sentía terrible. Corregido por ★MoNt$3★ No, se sentía como si hubiera estado en el infierno. Y regresado. Y tal vez había ido de nuevo, sólo porque no estaba lo suficientemente caliente la primera vez. ¿Tal vez, un día? ¿Dos? No tenía idea de cuánto tiempo había estado enfermo. La fiebre había comenzado… ¿el martes? Sí, el martes, aunque eso en realidad no tenía importancia, ya que no tenía idea de qué día era hoy. O noche. Pensó que podría ser de noche. Parecía oscuro, y… Maldita sea, hacía calor. Realmente, era difícil pensar en algo más que el insoportable calor. Tal vez había estado en el infierno y luego traído todo el maldito lugar con él. O tal vez todavía estaba en el infierno, aunque si era así, las camas eran sin duda cómodas. Lo que parecía contradecir todo lo que había aprendido en la iglesia. Bostezó, estirando el cuello hacia la izquierda y la derecha antes de volver a colocar la cabeza en la almohada. Conocía esta almohada. Era suave, de pluma de ganso, y con el grosor adecuado. Estaba en su propia cama, en su propio dormitorio. Y era sin duda de noche. Estaba oscuro. Podía saberlo a pesar de que no podía reunir las fuerzas para abrir los párpados. Podía oír a la señora Wetherby andando de un lado a otro por la habitación. Supuso que había estado a su lado durante su enfermedad. Esto no lo sorprendió, pero aun así, estaba agradecido por su atención. Le había traído caldo cuando había comenzado a sentirse enfermo, y recordaba vagamente la consulta con un doctor. El par de veces que había atravesado su bruma febril, había estado en la habitación, velando por él. Le tocó el hombro, sus dedos suaves y ligeros. Sin embargo, eso no fue suficiente para sacarlo de su estupor. No podía moverse. Estaba muy cansado. No recordaba haber estado tan cansado. Le dolía todo el cuerpo, y su pierna realmente le dolía mucho. Sólo quería volver a dormir. Pero hacía tanto calor. ¿Por qué alguien mantendría una habitación tan caliente? Como si escuchara sus pensamientos, la señora Wetherby tiró de la manta, y Marcus felizmente rodó hacia su costado, sacando su pierna buena de debajo de las sábanas. ¡Aire! Querido Dios, se sentía bien. Tal vez podría apartar todas las mantas. ¿Estaría completamente escandalizada si yacía allí casi desnudo? Probablemente, pero si era en aras de la medicina. . . Pero entonces ella empezó a poner de nuevo las mantas sobre él, lo que era casi suficiente como para darle ganas de llorar. Invocando hasta la última reserva de energía, abrió los ojos, y… No era la señora Wetherby. —¿Honoria? —dijo con voz ronca—. ¿Qué estás haciendo aquí? Ella saltó hacia atrás sobre un pie, dejando escapar un peculiar chillido que lastimó sus oídos. Cerró los ojos otra vez. No tenía la energía para hablar con ella, aunque su presencia era muy extraña. —¿Marcus? —dijo, con una voz extrañamente urgente—. ¿Puedes decir algo? ¿Estás despierto? Le dio un pequeño asentimiento de cabeza. —¿Marcus? —Ahora estaba más cerca, y podía sentir su aliento en el cuello. Era horrible. Demasiado caliente, y muy cercano. —¿Por qué estás aquí? —preguntó de nuevo, arrastrando las palabras en su lengua como jarabe caliente—. Deberías estar… —¿Dónde debería estar? Londres, pensó. ¿No era así? —Oh, gracias a Dios. —Le tocó la frente con la mano. Su piel se sentía caliente, pero por otra parte, todo se sentía caliente. —Hon… Honor… —No podía lograr el resto de su nombre. Lo intentó; movió los labios, y tomó unas cuantas respiraciones más. Pero todo era demasiado esfuerzo, sobre todo porque no parecía responder a su pregunta. ¿Por qué estaba allí? —Has estado muy enfermo —dijo. Asintió con la cabeza. O podría haberlo hecho. Pensó en asentir, por lo menos—. La señora Wetherby me escribió a Londres. Ah, así que era eso. Aun así, era muy extraño. Ella tomó su mano entre las suyas, acariciándola con un gesto nervioso y ligero. —Vine tan pronto como pude. Mi madre también está aquí. —¿Lady Winstead? Trató de sonreír. Le gustaba Lady Winstead—. Creo que todavía tienes fiebre —dijo Honoria, sonando insegura—. Tu frente está bastante caliente. Aunque tengo que decir, que ésta habitación está rebosante de calor. No sé cómo puedo distinguir cuánto calor es tuyo, y cuánto es simplemente el aire. —Por favor —dijo gimiendo, balanceando un brazo hacia delante para alcanzar el suyo. Abrió los ojos, parpadeando ante la tenue luz—. La ventana. Negó con la cabeza. —Lo siento. Ojalá pudiera. La señora Wetherby dijo que el doctor indicó… —Por favor. —Estaba rogando, diablos, casi sonaba como si fuera a llorar. Pero no le importaba. Sólo quería que abriera la maldita ventana. —Marcus, no puedo… —Pero parecía destrozada. —No puedo respirar —le dijo. Y, honestamente, no creía estar exagerando. —Oh, está bien —dijo, apresurándose hacia la ventana—. Pero no le digas a nadie. —Promesa —murmuró. No podía obligarse a girar la cabeza para mirar, pero podía escuchar cada movimiento en el denso silencio de la noche. —La señora Wetherby fue muy firme —dijo, retirando la cortina—. La habitación debía de permanecer caliente. Marcus gruñó y trató de levantar una mano en un gesto despreciativo. —No sé nada sobre cuidado de enfermos… —Ah, en ese momento se oyó el ruido de la ventana siendo abierta—… pero no puedo imaginar que sea saludable asarse de tanto calor cuando se tiene fiebre. Marcus sintió los primeros indicios de aire más frío tocar su piel, y casi lloró de felicidad. —Nunca he tenido fiebre —dijo Honoria, volviendo a su lado—. O al menos no que yo recuerde. ¿No es eso extraño? Podía oír la sonrisa en su voz. Incluso sabía exactamente qué tipo de sonrisa era, un poco tímida, con una pizca de asombro. A menudo sonreía de esa manera. Y cada vez, el lado derecho de su boca se levantada un poquito más que el izquierdo. Y ahora podía oírla. Era encantadora. Y extraña. Qué raro que la conociera tan bien. La conocía, por supuesto, mejor que casi cualquier persona. Pero eso no era lo mismo que conocer las sonrisas de alguien. ¿O lo era? Ella acercó una silla a la cama y se sentó. —Nunca se me ocurrió hasta que llegué aquí a cuidar de ti. Me refiero a que nunca he tenido fiebre. Mi madre dice que son terribles. ¿Vino por él? No sabía por qué encontraba esto tan notable. No había nadie más en Fensmore por quien habría venido, y estaba allí, en su habitación de enfermo, pero aun así, de alguna manera parecía. . . Bueno, no extraño. Ni sorprendente, tampoco. Sólo… Inesperado. Trató de despejar su mente cansada. ¿Podría algo no ser sorprendente e inesperado? Porque eso es lo que era. Nunca hubiera esperado que Honoria dejara todo y viniera a Fensmore para cuidar de él. Y, sin embargo, ahora que estaba allí, no era sorprendente en absoluto. Se sentía casi normal. —Gracias por abrir la ventana —dijo en voz baja. —No hay de qué. —Trató de sonreír, pero no pudo ocultar la preocupación en su rostro—. Estoy segura de que no se necesitas mucho para convencerme. No creo haber tenido tanto calor en mi vida. —Ni yo. —Intentó bromear. Ella sonrió entonces, y lo hizo de verdad. —Oh, Marcus —dijo, extendiendo la mano para apartarle el pelo de la frente. Sacudió la cabeza, pero no parecía como si supiera por qué estaba haciéndolo. Su propio pelo le caía en el rostro, imperturbablemente liso como siempre. Sopló contra él, tratando de alejarlo de su boca, pero volvió a caer. Finalmente, lo movió con los dedos, metiéndolo detrás de su oreja. Cayó de nuevo sobre su rostro. —Te ves cansada —dijo con voz ronca. —Lo dice el hombre que no puede mantener los ojos abiertos. —Touché —dijo, de alguna manera logrando enfatizar la declaración con un pequeño movimiento de su dedo índice. Ella guardó silencio por un momento y luego dio un pequeño respingo. —¿Te gustaría beber algo? —Asintió con la cabeza—. Lo siento mucho. Debí haberlo preguntado cuando despertaste. Debes estar terriblemente sediento. —Sólo un poco —mintió. —La señora Wetherby dejó una jarra de agua —dijo, alargando la mano hacia algo en la mesa detrás de ella—. No está fría, pero creo que aun así será refrescante. Asintió con la cabeza otra vez. Cualquier cosa por debajo del hervor sería refrescante. Le tendió un vaso, luego se dio cuenta de que no iba a ser capaz de usarlo en su actual posición supina. —Déjame ayudarte a levantarte —dijo, dejando el vaso sobre la mesa. Extendió las manos alrededor de él y, con más determinación que fuerza, le ayudó a sentarse—. Aquí tienes —dijo, sonando tan eficiente como una institutriz—. Así que, ehm, hay que acomodar esa manta, y tomar un poco de agua. Parpadeó un par de veces, cada movimiento tan lento que no estaba muy seguro de si abriría sus ojos de nuevo. No llevaba una camisa. Era curioso cómo acababa de darse cuenta de ello. Más curioso aún que no fuera capaz de convocar ninguna preocupación por sus sensibilidades virginales. Ella podría estar sonrojándose. No podía saberlo. Estaba demasiado oscuro para ver. Pero no importaba. Ésta era Honoria. Era una buena persona. Una persona sensata. No quedaría marcada para siempre por la visión de su pecho. Tomó un sorbo de agua, y luego otro, apenas dándose cuenta cuando un poco le goteó por la barbilla. Querido Señor, se sentía bien en su boca. Su lengua había estado gruesa y seca. Honoria hizo un pequeño murmullo, y luego extendió la mano hacia adelante y limpió la humedad de su piel con ella. —Lo siento —dijo—. No tengo un pañuelo. Asintió despacio con la cabeza, algo dentro de él memorizando la forma en que sus dedos se sentían contra su mejilla. —Estuviste aquí antes —dijo. Lo miró en cuestionamiento. —Me tocaste. Mi hombro. Una leve sonrisa curvó sus labios. —Eso fue sólo hace unos minutos. —¿Lo fue? —Pensó en eso—. Oh. —He estado aquí durante varias horas —dijo. Su barbilla se movió unos pocos centímetros. —Gracias. —¿Esa era su voz? Maldita sea, sonaba débil. —No puedo expresar lo aliviada que estoy de verte despierto. Quiero decir, te ves terrible, pero te ves mucho mejor que antes. Estás hablando. Y estás siendo coherente. —Acercó las manos y las entrelazó, el gesto nervioso y tal vez incluso un poco frenético—. Qué es más de lo que puedo decir de mí ahora mismo. —No seas tonta —dijo. Ella sacudió la cabeza apresuradamente, luego miró hacia otro lado. Pero la vio secarse los ojos rápidamente con una mano. La había hecho llorar. Sintió que su cabeza caía un poco hacia un lado. Sólo pensar en eso era agotador. Desgarrador. Nunca había querido hacer llorar a Honoria. Ella… no debía estar… Tragó saliva. No quería que llorara. Estaba tan cansado. No sentía como si supiera mucho, pero sabía eso. —Me asustaste —dijo—. Apuesto a que no creías que podías hacer eso. —Parecía como si estuviera tratando de bromear con él, pero podía darse cuenta que estaba fingiendo. Valoró el esfuerzo, sin embargo. —¿Dónde está la señora Wetherby? —preguntó. —La envié a la cama. Estaba agotada. —Bien. —Ha estado cuidando muy diligentemente de ti. Asintió con la cabeza otra vez, ese pequeño movimiento que esperaba pudiera ver. Su ama de llaves lo había cuidado la última vez que había tenido fiebre, cuando tenía once años. Su padre no había entrado en la habitación ni una vez, pero la señora Wetherby no había dejado su lado. Quería contarle a Honoria sobre eso, o tal vez sobre la vez que su padre había salido de casa antes de Navidad y ella se había encargado de poner tanto acebo que Fensmore había olido como bosque durante semanas. Había sido la mejor Navidad del mundo, hasta el año que había sido invitado a pasarla con los Smythe-Smith. Esa había sido la mejor. Esa siempre sería la mejor. —¿Quieres más agua? —preguntó Honoria. Lo hacía, pero no estaba seguro de tener la energía para tragar adecuadamente. —Yo te ayudaré —dijo, colocando el vaso en sus labios. Dio un pequeño sorbo, luego dejó escapar un suspiro de cansancio. —Me duele la pierna. —Probablemente todavía tienes una torcedura —dijo con un asentimiento con la cabeza. Él bostezó. —Se siente… un poco ardiente. Un poco punzante. Sus ojos se ensancharon. No podía culparla. Tampoco tenía idea de lo que quería decir. Se inclinó hacia delante, con el ceño fruncido con preocupación, y una vez más palpó su frente con la mano. —Estás empezando a sentirte caliente de nuevo. Trató de sonreír. Pensó que tal vez lo había logrado por lo menos en uno de lo s lados de su boca. —¿No lo estuve la última vez? —No —dijo con franqueza—. Pero te sientes más caliente ahora. —Viene y se va. —¿La fiebre? Asintió con la cabeza. Ella apretó los labios, y pareció mayor de lo que jamás la había visto antes. No vieja; no podía verse vieja. Pero parecía preocupada. Su pelo lucía igual, recogido en su habitual moño suelto. Y se movía de la misma manera, con ese alegre modo de andar que era tan singularmente suyo. Pero sus ojos eran diferentes. De alguna manera, más oscuros. Tensando su cara con preocupación. No le gustaba. —¿Puedo tomar un poco más de agua? —preguntó. No recordaba haber estado tan sediento. —Por supuesto —dijo rápidamente, luego vertió más agua de la jarra en el vaso. Se la tomó de un trago, una vez más, demasiado rápido, pero esta vez se limpió el exceso de agua con el dorso de la mano. —Es probable que vuelva —le advirtió. —La fiebre. —Esta vez, cuando lo dijo, no era una pregunta. Él asintió con la cabeza. —Pensé que debías saber. —No entiendo —dijo, agarrando el vaso de su mano temblorosa—. perfectamente bien cuando te vi por última vez. Estabas Trató de levantar una ceja. No estaba seguro de haber tenido éxito. —Ah, muy bien —se corrigió—. No perfectamente bien, pero estabas claramente reponiéndote. —Tenía tos —le recordó. —Lo sé. Pero no creo… —Dejó escapar un resoplido autocrítico y sacudió la cabeza—. ¿Qué estoy diciendo? No sé nada sobre enfermedades. Ni siquiera sé por qué pensé que podría ser capaz de cuidar de ti. No pensé, en realidad. No tenía idea de qué estaba hablando, pero por alguna razón inexplicable, lo hacía feliz. Ella se sentó en la silla a su lado. —Sólo vine. Recibí la carta de la señora Wetherby, y ni siquiera me detuve a pensar en el hecho de que no había nada que pudiera hacer para ayudarte. Sólo vine. —Estás ayudando —susurró. Y lo hacía. Ya estaba sintiéndose mejor. Capítulo 9 Traducido por Cami.Pineda, Lizzie y Liseth Johanna Corregido por ★MoNt$3★ H onoria se despertó ese día con dolor. Su cuello estaba rígido, su espalda dolía, y su pie izquierdo se había dormido totalmente. Tenía calor y estaba sudorosa, lo cual, en adición a hacerla sentir incómoda, la hacía sentir extremadamente nada atractiva. Y posiblemente fragante. Y por fragante, se refería… Oh, para que molestarse, sabía a lo que se refería, y también cualquiera que se acercara a cinco metros de ella. Cerró la ventana luego de que Marcus se hubiera quedado dormido. Casi la había matado hacer eso; iba en contra de todo sentido común. Pero no estaba lo suficientemente segura como para desafiar las instrucciones del doctor y dejarla abierta. Se quitó los zapatos, haciendo una mueca mientras pequeñas agujas de dolor pasaban a través de ella. Además de todo, odiaba cuando su pie se dormía. Se agachó para apretarlo, tratando de restaurar la circulación, pero esto sólo hizo que toda la parte de debajo de su pierna izquierda se sintiera como si estuviera en fuego. Con un bostezo y un gruñido, se paró, tratando de ignorar el omnisciente crujido de sus articulaciones. Había una razón por la que los seres humanos no dormían en sillas, decidió. Si seguía ahí la noche siguiente, iba a pasarlo el piso. Medio caminando y medio cojeando, hizo su camino hasta la ventana, deseosa de retirar las cortinas y dejar que el menos un poco de sol entrara. Marcus estaba durmiendo, así que no quería poner todo muy brillante, pero estaba sintiendo un urgente deseo de verlo. El color de su piel, los círculos bajo sus ojos. No estaba segura de qué iba a hacer con esta información, pero luego de nuevo, no había estado segura de nada desde que entró en su habitación la noche anterior. Y necesitaba una razón para levantarse de esa condenada silla. Apartó a un lado de la cortina, parpadeando ante el torrente de luz. No podía ser mucho más allá del atardecer; el cielo aún tenía chispas de rosado y color durazno, y la niebla de la mañana estaba fluyendo suavemente por el césped. Se veía precioso ahí, suave y fresco, y Honoria abrió la ventana de nuevo, presionando su cara hacia la abertura pequeña, sólo para respirar el vapor frío. Pero tenía un trabajo que hacer. Así que dio un paso atrás y se dio la vuelta, con toda la intención de poner la mano en la frente de Marcus para comprobar si la fiebre había regresado. Pero antes de que hubiera dado más pasos, rodó estando dormido y… Buen Dios, ¿su cara había estado tan roja la noche anterior? Se apresuró a su lado, tropezando sobre su aún dormido pie izquierdo. Se veía terrible… rojo e hinchado, y cuando tocó su piel, estaba seca y árida. Y caliente. Terriblemente caliente. Rápidamente, Honoria corrió hacia la jarra de agua, no vio ninguna toalla o pañuelos, así que hundió sus manos dentro, luego las puso en sus mejillas, tratando de bajarle la temperatura. Pero era claro que esto no iba a ser una solución sostenible, por lo que se precipitó a un conjunto de cajones, tirando de ellos para abrirlos por turnos hasta que encontró lo que pensaba que eran pañuelos. Fue sólo cuando sacudió uno para mojarlo en la jarra, que se dio cuenta que era otra cosa. Oh, querido Dios. Estaba a punto de poner sus innombrables en su cara. Sintió que su propia cara se ponía roja mientras exprimía el exceso de agua y se apresuró para volver a su lado. Murmuró una disculpa —no es que él estuviera lo suficientemente sensible para entenderlo, o para ofenderse por lo que iba a hacer— y presionó la ropa mojada sobre su frente. Inmediatamente empezó a sacudirse y dar vueltas, haciendo extraños y preocupantes sonidos… gruñidos y medias palabras, palabras sin principio o fin. Escuchó un, “para” y “no”, pero también pensó que había escuchado: “facilitar, rape y pasarela”. Y definitivamente lo escuchó decir: —Daniel. Parpadeando las lágrimas, dejó su lado por un momento para acercar la jarra de agua. Él se había quitado la ropa fría de su cara para el momento en que ella volvió, y cuando trató de volverla a poner, él se la quitó. —Marcus —dijo severamente, aunque sabía que no podría escucharla—. Tienes que dejarme ayudarte. Pero él luchó contra ella, golpeando aquí y allá hasta que ella estaba prácticamente sentada en él sólo para mantenerlo abajo. —Para —gritó cuando la empujó—. Tú. No. Vas. A. Ganar. Y con eso… —Se atascó duramente a uno de sus hombros con el antebrazo—. Me refiero a que si gano, tú ganas. Él se irguió de repente y sus cabezas se golpearon. Honoria dejó salir un gruñido de dolor, pero no lo dejó ir. —Oh, no. No lo harás —dijo entre dientes—. Y por eso me refiero… —Puso su cara más cerca a la de él—. A que no te vas a morir. Usando todo su peso para mantenerlo abajo, estiró un brazo hacia la jarra de agua, tratando de volver a empapar la ropa. —Me vas a odiar mañana cuando te des cuenta de lo qué puse en tu cara —le dijo, poniéndolo de nuevo en su frente. No quería ser tan ruda, pero no le estaba dando muchas oportunidades de movimientos gentiles—. Cálmate —le dijo lentamente, moviendo la ropa a sus mejillas—. Te prometo que si te calmas, te sentirás mucho mejor. —Hundió la ropa de nuevo—. Lo que realmente palidece en comparación con lo mucho mejor que yo me sentiré. La siguiente vez logró poner la ropa mojada en su pecho, el cual desde hace mucho rato había notado que estaba desnudo. Pero no parecía que a él le gustara eso; la siguió empujando, fuertemente, tumbándola por el lado de la cama, cayendo sobre la alfombra con un ruido discordante. —Oh, no. No lo harás —murmuró, lista para volver a dar todo lo que tenía. Pero antes de que pudiera deslizarse alrededor de la cama hacia la jarra de agua, sacó una pierna por debajo de las cobijas, empujándola por el vientre. Se tambaleó, agitando los brazos hacia delante en un intento desesperado por recuperar el equilibrio antes de que cayera al suelo de nuevo. Sin pensarlo, agarró el primer objeto que su mano conectó. Marcus gritó. El corazón de Honoria golpeó con el triple de velocidad, y dejó ir lo que se dio cuenta que era su pierna. Sin nada que la sostuviera, cayó al suelo, aterrizando en su codo derecho. —¡Owwwww! —lloró, dejando salir su propio grito de dolor mientras espasmos bajaban hasta la yema de los dedos. Pero de alguna manera se puso sobre sus pies, sosteniendo el codo a su costado. El sonido que hizo Marcus... había sido inhumano. Todavía estaba sollozando cuando llegó al lado de la cama, y respiraba con dificultad, también, del tipo cortas, respiraciones superficiales hechas para evitar el dolor. —¿Qué paso? —susurró Honoria. Esto no era de fiebre. Su pierna. Ella le había agarrado la pierna. Ahí fue cuando se dio cuenta que su mano estaba pegajosa. Aun agarrando su codo, volteó su mano, girándola hasta que su palma quedó boca arriba. Sangre. —Oh, mi Dios. Con un sentimiento inestable en su estómago, dio un paso hacia él. No quería asustarlo; ya la había tumbado dos veces. Pero la sangre… no era suya. Él había vuelto a meter su pierna bajo los cobertores, así que con cuidado levantó la sábana, retrayéndola hasta que su pierna estuviera hasta su rodilla. —Oh, mi Dios. Una larga, irritada herida abierta en un lado de su pantorrilla, supurando sangre y algo más que ni siquiera quería considerar. La pierna estaba terriblemente hinchada y descolorida, la piel alrededor de la herida estaba roja y reluciente con un horrible brillo. Se veía terrible, como algo podrido. Con horror Honoria se preguntó si él estaba podrido. Dejó caer la manta y se tambaleó hacia atrás, apenas capaz de mantener dentro el contenido de su estómago. —Oh, mi Dios —dijo de nuevo, incapaz de decir algo más, apenas sin poder pensar algo más. Esto tenía que ser la causa de la fiebre. No tenía nada que ver con el resfriado y la tos. Su mente giró. Tenía infectada una herida. Tuvo que haber sido cuando su bota fue cortada. ¿Por qué no lo había mencionado antes? Debió habérselo dicho a alguien. Debió habérselo dicho a ella. Un pequeño golpe sonó en la puerta, y la Sra. Wetherby metió su cabeza. —¿Todo está bien? Escuché un golpe tremendo. —No —respondió Honoria, su voz estridente y con pánico. Necesitaba ser racional. No era de ayuda para alguien así—. Su pierna. ¿Sabía lo de su pierna? —¿De qué está hablando? —preguntó la Sra. Wetherby, viniendo rápidamente a su lado. —Su pierna está terriblemente infectada. Estoy segura que esa es la causa de su fiebre. Tiene que serlo. —El doctor dijo que era por el resfriado. Él… ¡Oh! —La Señora Wetherby se estremeció cuando Honoria levantó la sabana para mostrarle la pierna de Marcus—. Oh, mí querido cielo. —Dio un paso atrás, cubriendo su boca con su mano. Se veía como si estuviera enferma—. No tenía ni idea. Ninguno de nosotros. ¿Cómo es que no lo vimos? Honoria se estaba preguntando exactamente lo mismo, pero ese no era el momento de apuntar con el dedo. Marcus necesitaba que trabajaran juntas, no que se pelearan para ver quién tenía la culpa. —Tenemos que llamar al doctor —le dijo a la Sra. Wetherby—. Imagino que necesita ser limpiada. El ama de llaves le dio un pequeño asentimiento. —Voy a mandarlo traer. —¿Cuánto le tomará llegar? —Depende de si está viendo otros pacientes. Si está en su hogar, el lacayo puede estar de vuelta con él en menos de dos horas. —¡Dos horas! —Honoria mordió su labio en un tardío intento de amortiguar su grito. Nunca había visto algo así, pero había escuchado historias. Esto era un tipo de infección que mataba a un hombre. Rápidamente—. No podemos esperar dos horas. Necesita atención médica ahora. La Sra. Wethetby se volteó hacia ella con ojos asustados. —¿Sabe cómo limpiar una herida? —Por supuesto que no, ¿usted? —Nada como eso —respondió la Sra. Wetherby, mirando la pierna de Marcus con una expresión mareada. —Bueno, ¿cómo cuidaría de una más pequeña? —demandó Honoria—. Una herida, quiero decir. La Sra. Wetherby, retorció sus manos juntas, sus ojos llenos de pánico pasando de Honoria ha Marcus. —No lo sé —farfulló—. Una compresa, me imagino. Algo para sacar el veneno. —¿El veneno? —Honoria hizo eco. Buen Dios, eso sonaba de positivamente medieval—. Llame al médico —dijo, tratando de parecer más segura de lo que se sentía—. Ahora. Y luego venga de regreso. Con agua caliente. Y toallas. Y cualquier cosa que se pueda imaginar. —¿He de traer a su madre? —¿Mi madre? —Honoria la miró boquiabierta, no porque hubiera nada particularmente malo en tener a su madre en la habitación del enfermo. Por el contrario, ¿por qué la señora Wetherby pensaba en ello ahora?—. No lo sé. Lo que usted piensa que es lo mejor. Pero dese prisa. La señora Wetherby asintió con la cabeza y salió corriendo de la habitación. Honoria miró de vuelta a Marcus. Su pierna estaba aún expuesta al aire, la furiosa herida frente a ella como un hirviente ceño. —Oh, Marcus —susurró—. ¿Cómo pudo haber sucedido esto? —Tomó su mano, y por una vez él no la empujó a distancia. Parecía haberse calmado un poco, su respiración era mayor incluso de lo que había sido sólo unos minutos antes, ¿y era posible que su piel no fuera tan roja? ¿O estaba tan desesperada por cualquier signo de mejoría que estaba viendo cosas que no estaban allí? —Tal vez —dijo en voz alta—, pero yo tomaré cualquier signo de esperanza. —Se obligó a mirar su pierna más de cerca. Su estómago peligrosamente enturbiado, pero empujó hacia abajo su disgusto. Tenía que empezar a limpiar la herida. Sólo el cielo sabía cuánto tiempo le tomaría al médico volver, y aunque una compresa sería mejor con agua caliente, no parecía ninguna buena razón para no empezar con lo que tenía. Marcus había arrojado la ropa través de toda la habitación, innombrables, tratando de no hecho de que era ropa de cama húmeda que ella había estado usando para refrescarlo a así que fue a su cómoda y sacó otro par de sus darse cuenta de nada acerca de ellos que no fuera el bastante suave. Los enrolló en una forma cilíndrica suelta y sumergió un extremo en el agua. —Lo siento mucho, Marcus —susurró, y luego tocó el paño húmedo incluso más suavemente sobre la herida. Él no se inmutó. Dejó escapar el aliento que había estado conteniendo y miró la tela. Estaba roja con puntos de su sangre, y también amarillenta, por la infección que manaba de la herida. Sintiéndose un poco más segura de sus habilidades de enfermería, ajustó la tela a una zona limpia y otra vez presionó contra la herida, presionando un poquito más que la primera vez. No parecía molestarle demasiado, por lo que repitió el procedimiento, y luego otra vez, hasta que quedó un paño muy poco limpio. Echó una mirada preocupada a la puerta. ¿Dónde estaba la señora Wetherby? Honoria estaba haciendo progresos, pero estaba segura de poder hacer un mejor trabajo con agua caliente. No iba a parar, aún no, mientras que Marcus se mantuviera relativamente en calma. Fue al buró y dio con otro par de innombrables de Marcus. —No sé lo que vas a llevar cuando acabe contigo —le dijo, con las manos en las caderas—. De vuelta en el agua —se dijo a sí misma, mojando la tela—. Y de nuevo en ti. —Presionó, más fuerte esta vez. Se suponía que la presión sobre los cortes y rasguños detenía el sangrado, era lo mucho que sabía. No estaba exactamente sangrando ahora, pero seguramente la presión no haría daño. —Y con esto quiero decir hacerte daño de manera permanente —le dijo a Marcus, quien permaneció felizmente inconsciente—. Estoy bastante segura de que eso te haría daño ahora mismo. Sumergió la tela una vez más, encontrando un agradable parche de ropa limpia, y luego lo trasladó a la parte de la herida que sabía que había estado evitando. Ahí había un lugar cerca de la parte superior que era más feo que el resto… un poco más amarillo, sin duda más inflamado. Limpió ligeramente, tratando de no hacerle daño, y luego, cuando no hizo nada sino murmurar en su sueño, apretó un poco más fuerte. —Un paso a la vez —susurró, obligándose a tomar una respiración relajante—. Sólo uno. —Podía hacer esto. Podía ayudarlo. No, lo podía corregir. Era como si todo en su vida hubiera conducido a este momento—. Es por esto que no me casé el año pasado —le dijo—. No estaría aquí para cuidarte. —Pensó en eso por un momento—. Por supuesto, uno podría argumentar que no estarías en esta situación si no fuera por mí. Pero nosotros no vamos a fijarnos en eso. Se mantuvo en su trabajo, limpiando cuidadosamente su herida, y luego hizo una pausa para estirar el cuello de lado a lado. Miró la tela en sus manos. Aún era desagradable, pero ya no le molestaba más. —Ya ves —le dijo—. Debe significar que estoy mejorando en esto. Pensó que lo estaba haciendo mejor, también. Estaba tratando de ser tan importantede-hecho y práctica, pero luego, de la nada, justo después de que declarará con tanto garbo que estaba mejorando en “esto”, una gran explosión de sonido de asfixia salió de su garganta. Fue en parte un suspiro, en parte un espantoso jadeo, y la sorprendió por completo. Marcus podría morir. La realidad de esto se estrelló contra ella con la fuerza de la asfixia. Podía morir, y entonces ella estaría verdaderamente sola. Ni siquiera era como si se hubieran visto mucho el uno del otro en los últimos años, a excepción de las últimas semanas, por supuesto. Pero ella siempre había sabido que estaba allí. El mundo era simplemente un lugar mejor, sabiendo que estaba en él. Pero ahora él podía morir. Estaría perdida sin él. ¿Cómo no se dio cuenta de eso? —¡Honoria! Honoria se volvió. Era su madre, irrumpiendo a través de la puerta. —Vine tan pronto como pude —dijo Lady Winstead, corriendo por la habitación. Entonces vio la pierna de Marcus—. Oh, Dios mío. Honoria sintió otro de aquellos ásperos y resollados sonidos inflándose dentro de ella. Había algo en ver a su madre, en su madre viendo a Marcus. Era como si ella tuviera doce de nuevo, y se hubiera caído de su caballo. Había pensado que estaba bien; había caminado hasta casa, rasguñada y adolorida, su rostro sangrando en donde lo había golpeado contra una roca. Y luego había visto a su madre, y la expresión de su madre, y había empezado a chillar. Era lo mismo. Quería chillar. Queridísimo Dios, todo lo que quería hacer era apartarse, alejarse y llorar, llorar y llorar. Pero no podía. Marcus la necesitaba. Él necesitaba que ella estuviera en calma. Y competente. —La Sra. Wetherby va a traer agua caliente —le dijo a su madre—. Debería regresar pronto. —Bien. Necesitaremos mucha. Y brandy. Y un cuchillo. Honoria miró a su madre con sorpresa. Sonaba como si supiera lo que estaba haciendo. Su madre. —El doctor va a querer amputar la pierna —dijo Lady Winstead sombríamente. —¿Qué? —Honoria ni siquiera había considerado eso. —Y puede que tenga razón. El corazón de Honoria dejó de latir. Hasta que madre dijo: —Pero no todavía. —Honoria miró de nuevo a su madre con sorpresa. No podía recordar la última vez que la había escuchado hablar con tal decisión. Cuando Daniel huyó del país, se llevó una parte de su madre consigo. Ella había estado completamente perdida, incapaz de comprometerse con nada ni con nadie, incluso con su hija. Era casi como si no pudiera forzarse a tomar ninguna decisión, porque hacerlo significaría que aceptaba su vida como era ahora, con su único hijo lejos, posiblemente por siempre. Pero tal vez todo lo que había necesitado era una razón para despertar. Un momento crítico. Tal vez necesitaba ser necesitada. —Retrocede —dijo Lady Winstead, recogiéndose las mangas. Honoria dio un paso a un lado, intento ignorar la pequeña punzada de celos que se encendió dentro de ella. ¿Ella no había necesitado a su madre? —¿Honoria? Miró a su madre, que estaba observándola con una expresión expectante. —Lo lamento —murmuró Honoria, extendiendo la tela en su mano—. ¿Quieres esto? —Uno limpio, por favor. —Por supuesto. —Honoria se apresuró con la petición de su madre, agotando más el suministro de ropa interior de Marcus. Su madre tomó la tela, luego la miró con una expresión confundida. —¿Qué es…? —Fue todo lo que pude encontrar —explicó Honoria—. Y pensé que el tiempo era esencial. —Lo es —confirmó su madre. Levantó la mirada, sus ojos encontrando los de Honoria con una grave franqueza—. He visto esto antes —dijo, su temblorosa respiración el único signo de nerviosismo—. Tu padre. En su hombro. Fue antes de que nacieras. —¿Qué sucedió? Su madre observó la pierna de Marcus, entrecerrando sus ojos mientras examinaba la herida. —Ve si puedes traer más luz a esto. —Y luego, mientras Honoria iba a abrir las cortinas de las ventanas, dijo—: Ni siquiera sé cómo se cortó. Sólo que se infectó horriblemente. —Muy suavemente, añadió—: casi tan mal como esto. —Pero estaba bien —dijo Honoria, regresando junto a su madre. Esta era una historia de la cual conocía el fin. Su padre había tenido dos brazos perfectamente fuertes hasta el día en que murió. Su madre asintió. —Tuvimos suerte. El primer doctor quería amputar. Y yo… —Su voz se rompió, y hubo una pausa antes de que continuara—. Lo habría dejado hacerlo. Estaba tan preocupada por la vida de tu padre. —Usó la tela limpia para tocar la pierna de Marcus, intentando conseguir un mejor vistazo. Cuando habló de nuevo, su voz fue muy baja—. Habría hecho cualquier cosa que me dijeran. —¿Por qué no amputaron su brazo? —preguntó tranquilamente Honoria. Su madre dejó salir un corto suspiro, como si expulsara un mal recuerdo. —Tu padre pidió ver a otro doctor. Me dijo que si el segundo estaba de acuerdo con el primero, haría lo que le dijeran. Pero no se iba a amputar el brazo porque un hombre se lo dijera. —¿El segundo dijo que no tenían que hacerlo? Su madre dejó salir una sombría sonrisa. —No, dijo que casi lo habría cortado. Pero le dijo a tu padre que podía intentar limpiar la herida primero. Realmente limpiarla. —Eso es lo que he estado haciendo —dijo Honoria apresuradamente—. Conseguí sacar algo de la infección, creo. —Es un buen comienzo —dijo su madre—. Pero… —Tragó saliva. —¿Pero qué? Su madre mantuvo su atención firmemente en la herida de Marcus, presionándola ligeramente con la tela mientras examinaba. No miró a Honoria cuando dijo en una voz muy baja: —El doctor dijo que si tu padre no estaba gritando, no estábamos limpiándolo muy bien. —¿Recuerdas qué hizo él? —susurró Honoria. Lady Winstead asintió. —Todo —dijo suavemente. Honoria esperó más. Y luego deseó no haberlo hecho. Su madre finalmente levantó la mirada. —Vamos a tener que atarlo. Capítulo 10 Traducido por Sprinkling y Elenp Corregido por Pimienta T omó menos de diez minutos para llegar a la habitación de Marcus en la improvisada sala de operaciones. La Señora Wetherby volvió con agua caliente y una provisión de ropa limpia. Dos lacayos estaban instruidos para atar a Marcus estrechamente en la cama, lo que hicieron, a pesar del horror que mostraban claramente en sus rostros. Su madre pidió unas tijeras. El más fuerte y pequeño par que tuvieran. —Necesito cortar la piel muerta —le dijo a Honoria, con pequeñas líneas de determinación formándose en las esquinas de su boca—. Vi al doctor hacérselo a tu padre. —¿Pero lo hiciste? —preguntó Honoria. Su madre la miró a los ojos, luego se dio la vuelta. —No. —Oh. —Honoria tragó. No parecía haber nada más que pudiera servir posiblemente como réplica. —No es tan difícil mientras uno pueda controlar los nervios —dijo su madre—, uno no necesita ser terriblemente preciso. Honoria miró a Marcus, luego de nuevo a su madre, boquiabierta. —¿No ser preciso? ¿Qué quieres decir? ¡Es su pierna! —Me di cuenta de eso —replicó su madre—, pero te lo prometo, no lo heriré si corto demasiado. —No lo herirás. —Bien, por supuesto que estará herido —Lady Winstead miró hacia abajo a Marcus con una expresión de pesar—. Esto es por lo que teníamos que atarlo. Pero no será un daño permanente. Es mejor cortar demasiado que muy poco. Es absolutamente esencial que eliminemos toda la infección. Honoria asintió. Tenía sentido. Era horrible, pero tenía sentido. —Voy a empezar ahora —dijo su madre—. Hay mucho que puedo hacer aun sin tijeras. —Por supuesto —Honoria miró mientras Lady Winstead se sentaba al lado de Marcus y mojaba un paño en agua hirviendo—. ¿Hay algo en lo que pueda ayudar? —preguntó Honoria, sintiéndose bastante poco efectiva al pie de la cama. —Siéntate en el otro lado —respondió su madre—. Cerca de su cabeza. Háblale. Tal vez encuentre esto reconfortante. Honoria no estaba segura de que Marcus encontrara reconfortante nada de lo que ella hiciera, pero sabía que ella encontraría reconfortante el hacerlo. Nada sería mejor que pararse alrededor como una idiota, haciendo absolutamente nada. —Hola, Marcus —dijo ella, poniendo la silla cerca de la cama. No esperaba que él contestara y, en efecto, no lo hizo. —Estás un poco enfermo, ¿sabes? —continuó, tratando de mantener su voz brillante y feliz, aun si sus palabras no lo eran. Ella tragó, luego continuó en el más brillante tono de voz que pudo manejar—. Pero resulta que mi madre es un poco experta en este tipo de cosas. ¿No es eso notable? —Ella miró hacia su madre con un hinchado sentimiento de orgullo—. Debo confesar, no tenía idea que sabía tantas cosas —se inclinó y murmuró en su oído—, en realidad pensaba que era del tipo que se desmayaba con la vista de sangre. —Escuché eso —dijo su madre. Honoria le dio una sonrisa de disculpa. —Lo siento. Pero… —No es necesario una disculpa —Su madre la miró con una torcida sonrisa antes de reasumir su trabajo. Cuando habló, sin embargo, no miró hacia arriba—. No siempre he sido como… Había un indicio de pausa, justo lo suficiente para que Honoria notara que su madre no estaba del todo segura de qué decir. —Tan resuelta como tú necesitas que yo sea —terminó finalmente Lady Winstead. Honoria se sentó muy quieta, chupando su labio superior mientras dejaba que las palabras de su madre se asentaran en ella. Esto era una disculpa, tanto como si su madre hubiese dicho en realidad las palabras lo siento. Pero era también una solicitud. Su madre no quería discutir más sobre esto. Había sido dificultad suficiente sólo decir lo que dijo. Así Honoria aceptó la disculpa, exactamente de la manera en que su madre esperaba que ella hiciera. Ella se giró hacia Marcus y dijo: —De cualquier modo, no creo que nadie pensara en mirar tu pierna. La tos, ya sabes. El doctor pensó que era la causa de la fiebre. Marcus dejó escapar un pequeño llanto de dolor. Honoria miró rápidamente hacia abajo a su madre, que estaba ahora trabajando con las tijeras que la señora Wetherby había traído. Ella las abrió totalmente y estaba apuntando con un extremo hacia la pierna de Marcus como un escalpelo. Con un movimiento fluido, su madre hizo un largo corte, justo debajo del medio de la herida. —Él aun no retrocedió —Honoria dijo con sorpresa. Su madre no levantó la vista. —Esta no es la parte dolorosa. —Oh —dijo Honoria volviéndose hacia Marcus—. Bien. Veamos, esto no era tan malo. Él gritó. La cabeza de Honoria se levantó justo a tiempo para ver a su madre tendiéndole una botella de brandy de nuevo hacia un lacayo. —Muy bien, esto era malo —dijo hacia Marcus—. Pero las buenas noticias son que es improbable que se ponga mucho peor. Él gritó de nuevo. Honoria tragó. Su madre había ajustado la tijera y ahora estaba en realidad recortando pedazos de pañuelos. —Muy bien —dijo de nuevo, dándole a su hombro una pequeña palmadita—, podría no ponerse mejor, también. La verdad es que no tengo ni idea. Pero voy a estar aquí contigo todo el tiempo. Lo prometo. —Esto es peor de lo que pensé —dijo su madre, mayormente para sí misma. —¿Puedes sujetarlo? —preguntó Honoria. —No lo sé. Puedo intentarlo. Esto sólo… —Lady Winstead hizo una pausa, expirando una larga y lenta respiración entre sus labios fruncidos—, ¿puede alguien limpiar mi frente? Honoria empezó a levantarse, pero la Señora Wetherby saltó a la acción, secando el rostro de Lady Winstead con una tela fresca. —Hace mucho calor aquí —dijo Lady Winstead. —Nos dijeron que mantengamos las ventanas Wetherby—. El doctor insistió. cerradas —explicó la señora —¿El mismo doctor que no había notado esta enorme herida en su pierna? —preguntó fuertemente Lady Winstead. La señora Wetherby no respondió. Pero se movió hacia la ventana para abrirla parcialmente. Honoria miró a su madre atentamente, apenas capaz de reconocer está enfocada y determinada persona. —Gracias, mamá —susurró. Su madre levantó la vista. —No voy a dejar morir a este chico. Ya no era un chico, pero Honoria no estaba sorprendida de que su madre aún pensara así de él. Lady Winstead volvió a su trabajo y dijo, en una muy baja voz: —Se lo debo a Daniel. Honoria se quedó absolutamente inmóvil. Era la primera vez que oía a su madre pronunciar su nombre desde que él había abandonado el país en desgracia. —¿Daniel? —ella se hizo eco, su voz llana y cuidadosa. Su madre no levantó la vista. —Ya he perdido a un hijo. —Fue todo lo que dijo. Honoria miró a su madre sorprendida, luego abajo hacia Marcus, y luego hacia arriba de nuevo. Ella no se había dado cuenta de que su madre había pensado en él de ese modo. Y se preguntó si Marcus lo sabía, porque… Bajó la vista hacia él de nuevo, tratando de ahogar sus lágrimas lo más tranquilamente posible. Él había gastado toda su vida anhelando una familia. ¿Había incluso notado que tenía una en la suya? —¿Necesitas un descanso? —preguntó su madre. —No —respondió Honoria, sacudiendo la cabeza aunque su madre no estaba mirándola—. No. Estoy muy bien. —Se tomó un momento para recomponerse, luego se dobló para susurrar en el oído de Marcus. —¿Oíste eso? Mamá está muy determinada. Así que no la decepciones —Ella acarició su cabello, apartando un grueso mechón oscuro de su frente—. O a mí. —¡Aaaargh! Honoria se estremeció, volviéndose por su llanto. De vez en cuando su madre haría algo que lo hiriera más de lo usual, y su cuerpo entero se revolvía contra las tiras de tela que ellos usaron para atarlo. Era horrible de ver, y aún peor de sentir. Era como si su dolor golpeara a través de ella. Excepto que no lastimaba. Sólo la hacía sentir enferma. Enferma del estómago. Enferma consigo misma. Fue su culpa que él cayera en ese estúpido agujero lunar falso, su culpa que él se doblara el tobillo. Era su culpa que ellos tuvieran que cortar su bota, y su culpa que él estuviera tan enfermo por esto. Y si él moría, sería su culpa, también. Ella tragó, tratando de acabar con la protuberancia asfixiante que se estaba formando en su garganta, y se inclinó un poco más cerca para decir: —Estoy tan arrepentida. Ni siquiera podría comenzar a decirte lo arrepentida que estoy. Marcus se quedó muy quieto, y por un momento Honoria pensó que ella había oído. Pero luego se dio cuenta que era sólo porque su madre había hecho una pausa en su trabajo. Era su madre quien había oído sus palabras, no Marcus. Pero si su madre estaba curiosa, ella no lo le dio importancia. No preguntó por el significado de la disculpa de Honoria, sólo le dio un pequeño asentimiento y volvió a su trabajo. —Estoy pensando que cuando estés mejor deberías ir a Londres —empezó Honoria, fijando su voz de nuevo en una imitación de buen ánimo—, si no hay nada más, necesitarás un par de botas nuevas. Tal vez algo de un ajuste holgado. No es tu estilo, lo sé, pero tal vez puedas establecer una nueva tendencia. Él se estremeció. —O podemos permanecer en el país. Saltarnos la temporada. Sé que te dije que estaba desesperada por casarme este año, pero… —Ella captó una sigilosa mirada de su madre, luego se inclinó más cerca de su oído y susurró—: Mi madre parece de repente muy diferente. Creo que puedo manejar otro año en su compañía. Y veintidós no es muy mayor para casarse. —Tienes veintiuno —dijo su madre, sin levantar la mirada. Honoria se congeló. —¿Cuánto de lo que dije oíste? —Sólo el último pedacito. Honoria no tenía ni idea de si su madre estaba diciendo la verdad. Pero parecían tener un tácito acuerdo de no hacer preguntas, así que Honoria decidió responder diciendo: —Me refiero a que si no me caso hasta el año que viene, cuando tenga veintidós, no me importa. —Eso significará otro año con el cuarteto de la familia —dijo su madre con una sonrisa. Y no una tortuosa sonrisa. Una completamente sincera, completamente alentadora sonrisa. Honoria se preguntó, no por primera vez, si su madre era un poco sorda. —Estoy segura que tus primas estarán contentas de tenerte por otro año —continuó Lady Winstead—. Cuando te vayas, Harriet tendrá que tomar tu lugar, y ella realmente es un poco joven. No creo que tenga diecisiete aún. —No hasta septiembre —confirmó Honoria. Su prima Harriet, la hermana menor de Sarah, era muy posiblemente la peor música de la familia Smythe-Smith. Y era realmente decir bastante. —Pienso que tal vez necesite más practica —dijo Lady Winstead con una mueca—. Pobre chica. Ella no parece entender la forma de hacer esto. Debe ser difícil para ella, con toda una familia de músicos. Honoria trató de no mirarla boquiabierta. —Bien —dijo ella, tal vez un poco desesperadamente—, ella parece preferir pantomimas. —Es difícil creer que no hay nadie para tocar el violín entre tú y Harriet —remarcó Lady Winstead. Frunció el ceño, entornando los ojos hacia abajo, a la pierna de Marcus, luego volvió a trabajar. —Sólo Daisy —replicó Honoria, refiriéndose a su otra prima, esta de una rama diferente de la familia—, pero ella fue redactada en servicio ahora que Viola se ha casado. —¿Redactada? —Su madre se hizo eco con un retintín de risa—. Lo haces sonar como si fuera una faena. Honoria hizo una pausa por sólo un momento, tratando de no dejar a su boca caerse abierta. O reír. O tal vez llorar. —Por supuesto que no. —Finalmente se las arregló para decir—: Adoro los cuartetos. Esto era verdad. Ella amaba practicar con sus primas, aún si ella tenía que ponerse cosas en las orejas con tacos de algodón antes de tiempo. Eran sólo sus actuaciones las que eran horribles. O, como Sarah tenía la costumbre de decirlo, horrendo. Horrible. Apocalíptico. Sarah siempre tenía un poco una tendencia hacia la hipérbole. Pero por alguna razón Honoria nunca lo había tomado embarazosamente personal, y ella era capaz de mantener una sonrisa en su rostro todo el tiempo. Y cuando ella tocó el arco como su instrumento, lo hizo con gusto. Su familia estaba mirando, después de todo, y significaba mucho para ellos. —Bien, de todas formas —dijo ella, tratando de devolver la conversación al tema anterior, que era ahora tan “anterior” que le tomó un momento recordar cual era—, estoy segura que no me saltaré la temporada. Sólo estaba hablando. Haciendo conversación —ella tragó—. Balbuceando, realmente. —Es mejor casarse con un buen hombre que darse prisa y casarse con un desastre —dijo su madre, sonando terriblemente sabia—. Todas tus hermanas encontraron buenos maridos. Honoria estuvo de acuerdo, aun cuando sus cuñados no eran la clase de hombres a quienes ella encontraría atractivos. Pero ellos trataban a sus esposas con respeto, todos y cada uno de ellos. ―No todas se casan en su primera temporada —añadió lady Winstead, sin levantar la vista de su trabajo. —Eso es verdad, pero creo que todas lo hicieron para el final de la segunda. —¿Es eso así? —Su madre levantó la vista y parpadeó. —Supongo que estas en lo cierto. ¿Incluso Henrietta…? Bien, pues sí, supongo que lo hizo bien al final —ella regresó a su labor. —Encontrarás a alguien. No estoy preocupada por eso. Honoria dejó salir un pequeño bufido. —Estoy contenta de que no lo estés —No estoy segura que lo pasó el año pasado. Verdaderamente pensé que Travers te lo propondría y si no era él, entonces Lord Fotheringham. Honoria sacudió la cabeza negando. —No lo sé. También pensé que ellos lo harían. Lord Bailey en particular parecía bastante interesado. Pero repentinamente todos ellos… nada. Fue como si todos perdieran el interés en una noche. —Ella se encogió de hombros y miró a Marcus. —Tal vez es lo mejor. ¿Qué piensas Marcus? A ti no te gustaban mucho ninguno de ellos, creo. —Ella suspiró. —No es que tenga nada que ver con eso, pero supongo, que valoro su opinión. Dejó escapar una pequeña carcajada. — —¿Puedes creer que acabo de decir eso? Él volteó la cabeza. —¿Marcus? —¿Estaba despierto? Se inclinó para mirarlo más de cerca, buscando en su cara algún signo de…algo. —¿Qué es? —preguntó su madre. —No estoy segura. Él movió la cabeza, quiero decir, por supuesto que lo ha hecho antes, pero esto fue diferente. Ella apretó su hombro rezando para que él pudiera sentirla a través de la neblina de su fiebre. —Marcus ¿Puedes escucharme? Sus labios secos y agrietados, se movieron apenas. —Hon… Hon… ¡Oh, gracias a Dios! —No hables —dijo ella—, todo está bien. —Duele —jadeó él—. Como el… demonio. —Lo sé, lo sé. Lo siento mucho. —¿Él está consciente? —preguntó su madre. —Apenas. —Honoria estiró su brazo hacia abajo a lo largo de la cama para poder tomar la mano de Marcus. Ella entrelazó los dedos a través de los de él y los mantuvo apretados. —Tienes un terrible corte en la pierna. Estamos tratando de limpiarlo. Va a doler, bastante, pero debemos hacerlo. Él asintió con la cabeza levemente. Honoria levantó la mirada hacia la señora Wetherby. —¿Tenemos algo de láudano? quizá debamos darle un poco mientras es capaz te tragar. —Creo que sí tenemos —dijo el ama de llaves. Ella no había parado de retorcerse las manos desde que había regresado con el agua caliente y las toallas, se veía aliviada de tener algo que hacer—. Puedo ir a comprobarlo ahora mismo. Sólo hay un lugar donde debería estar. —Buena idea —dijo Lady Winstead. Luego se paró y se movió hacia la cabeza de la cama. —Marcus, ¿puedes oírme? Su barbilla se movió, no mucho, pero un poco. —Estás muy enfermo —dijo ella. Él realmente sonrió. —Sí, sí —dijo Lady Winstead, sonriendo de regreso. —Señalando lo obvio, lo sé. Pero vas a estar perfectamente bien, te lo aseguro. Sólo va a ser un poquito doloroso al principio. —¿Un poquito? Honoria sintió una sonrisa temblorosa subir a sus labios. Ella no podía creer que él pudiese bromear en un momento tal. Estaba muy orgullosa de él. —Vamos a sacarte de esto Marcus —dijo ella y después antes de que tuviera una idea de lo que estaba a punto de hacer, se inclinó hacia abajo y lo besó en la ceja. Él se volvió para enfrentarla, sus ojos casi completamente abiertos. Su reparación era laboriosa, y su piel estaba todavía terriblemente caliente. Pero cuando ella lo miró a los ojos, lo vio allí, a través de la fiebre, bajo el dolor. Él todavía era Marcus, y ella no dejaría que nada le pasara. Treinta minutos más tarde, los ojos de Marcus se cerraron otra vez. Su sueño ayudado considerablemente por una dosis de láudano. Honoria había ajustado su posición así ella podía sostener su mano, y mantener un flujo constante de conversación. No parecía importar lo que decía, ella no era la única que había notado que el sonido de su voz lo calmaba. O al menos ella esperaba que lo hiciera, porque si no lo hacía, entonces ella sería completamente inútil. Y eso era más de lo que podía soportar. —Creo que ya casi hemos terminado —le dijo. Ella le dio una cautelosa mirada a su madre quien todavía estaba trabajando diligentemente en la pierna de Marcus. —Creo que esto será todo, no puedo ver que más queda por limpiar. Sin embargo, su madre dejó escapar un suspiro de frustración y se sentó, haciendo una pausa para limpiar su frente. —¿Hay algún problema? —preguntó Honoria. Su madre sacudió la cabeza y volvió a su trabajo, pero después de sólo un momento se apartó. —No puedo ver. —¿Qué? No, eso es imposible. —Honoria respiró profundo tratando de calmarse—. Simplemente pon tu cabeza más cerca. Lady Winstead sacudió la cabeza negando. —Ese no es el problema. Es como cuando estoy leyendo, tengo que sostener el libro lejos de mis ojos, yo sólo… No puedo… —Ella dejó salir un impaciente y resignado suspiro. —No puedo ver lo suficientemente bien, no las cosas pequeñas. —Yo lo haré —dijo Honoria, su voz más segura que el resto de ella. Su madre la miró, pero no con sorpresa. —No es fácil. —Lo sé. —Él podría gritar. —Ya lo ha hecho —dijo Honoria, pero su garganta se sentía cerrada, y su corazón estaba latiendo fuerte. —Es duro de escuchar cuando eres la que tiene las tijeras —dijo su madre suavemente. Honoria quería decir algo elegante, algo heroico acerca de lo mucho más duro que sería si él moría y ella no hubiera hecho todo lo que pudiera para salvarlo. Pero no lo hizo, no pudo. Sólo había dejado mucho en su interior y las palabras en este momento no eran el mejor uso de su energía. —Puedo hacerlo. —Fue todo lo que dijo. Miró a Marcus, todavía inmovilizado firmemente en su cama. En la pasada hora él había ido desde el ardiente rojo a la palidez de muerte. ¿Era eso una buena señal? Le pregunto a su madre, pero ella tampoco sabía. —Puedo hacerlo. —Repitió Honoria, aun cuando ya su madre le había entregado las tijeras. Lady Winstead se levantó de su silla y Honoria se sentó tomando una profunda respiración. —Poco a poco —Se dijo a sí misma, mirando de cerca la herida antes de proceder. Su madre le había mostrado como identificar cual tejido debía quitar. Todo lo que necesitaba hacer era mirar una pieza y cortarla. Y después cuando estuviera hecho, debía encontrar otro. —Corta tan cerca del tejido sano como puedas —dijo su madre. Honoria asintió, moviendo las tijeras hacia la herida. Apretando los dientes, cortó. Marcus dejó escapar un quejido, pero no se despertó. —Bien hecho —dijo suavemente Lady Winstead. Honoria asintió parpadeando las lágrimas. ¿Cómo podían esas pequeñas palabras hacerla sentir tan emocional? —Había un poco en la parte inferior que no pude sacar —dijo su madre—. No pude ver los bordes lo suficientemente bien. —Lo veo —dijo Honoria, sombríamente. Ella cortó un poco de tejido muerto, pero el área todavía se sentía inflamada. Tomando la punta de la tijera, como había visto a su madre hacer, la puso en ángulo contra él y perforó el tejido, permitiendo escapar al exudado amarillo de la infección. Marcus se tensó contra sus amarres, y ella susurró una disculpa, pero no se detuvo. Tomó una toalla y presionó fuerte. —Agua, por favor. Alguien le entregó una taza de agua, y ella la vertió en la herida, tratando fuertemente de no oír a Marcus gimiendo de dolor. El agua estaba caliente, muy caliente, pero su madre le juró que eso era lo que había salvado a su padre hace años. El calor sacó la infección. Honoria rezó porque ella tuviera razón. Presionó una toalla contra él, quitando el exceso de agua. Marcus hizo un extraño ruido otra vez, aunque no tan desgarrador como antes. Pero luego él empezó a temblar. —¡Oh, Dios mío! —gritó ella sacando la toalla—. ¿Qué le he hecho? Su madre miró hacia abajo con una expresión perpleja. —Él casi luce como si se estuviera riendo. —¿Podemos darle más láudano? —preguntó la señora Wetherby. —No creo que deberíamos —dijo Honoria—. He oído de personas que no han despertado cuando tomaron demasiado. —Yo realmente creo que él se ve como si se estuviera riendo —dijo su madre otra vez. —Él no se está riendo —dijo Honoria categóricamente—. ¡Cielo santo! ¿Qué sobre la tierra podría hacerlo reír en un momento como este? —Ella le dio a su madre un pequeño empujón para que retrocediera, y vertió más agua caliente en la pierna de Marcus, trabajando hasta que estuvo satisfecha de haber limpiado la herida lo mejor posible. —Creo que eso es todo —dijo Honoria sentándose, tomó un profundo respiro. Se sentía irremediablemente tensa, cada músculo de su cuerpo apretado. Ella dejó las tijeras y trató de estirar las manos, pero se sentían como si fueran garras. —¿Y si ponemos láudano directamente en la herida? —pregunto la señora Wetherby. La señora Winstead parpadeó. —No tengo idea. —¿No lo lastimaría, o si? —preguntó Honoria—. No es como que le irritaría la piel si es algo que puede ser tragado. Y si puede hacer algo para aliviar el dolor… —Lo tengo justo aquí —dijo la señora Wetherby, sosteniendo la pequeña botella marrón. Honoria la tomó y sacó el corcho. —¿Madre? —Sólo un poquito —replicó Lady WInstead, viéndose nada segura de su decisión. Honoria roció un poco de láudano sobre la pierna de Marcus, y él instantáneamente aulló de dolor. —Oh, querido —gimió la señora Wetherby—, lo siento tanto. Fue mi idea. —No, no —dijo Honoria. —Eso es el jerez. Es como lo hace. —¿Por qué ella sabía esto? No tenía la menor idea, pero estaba bastante segura que la siniestra botella (decía VENENO en letras mucho más grandes que LÁUDANO) También contenía canela y azafrán. Ella mojó ligeramente un dedo en el láudano y le dio una ligera probada. —¡Honoria! —exclamó su madre. —Oh, Dios mío, es espantoso —dijo Honoria, frotando su lengua contra el paladar de su boca en un intento infructuoso de deshacerse del sabor—. Pero, definitivamente contiene jerez. —No puedo creer que hayas tomado un poco de eso —dijo Lady Winstead—. Es peligroso. —Sólo tenía curiosidad, él sólo puso mala cara cuando se lo dimos y fue claramente doloroso cuando lo derramamos sobre él. Además, fue sólo una gota. Su madre suspiró, viéndose muy agraviada. —Desearía que el médico llegara. —Le tomará todavía algo de tiempo —dijo la señora Wetherby—. Creo que al menos una hora. Y eso si estaba en casa cuando recibió el llamado. Si él está fuera… —Su voz se fue apagando. Por algunos momentos, nadie habló, el único sonido fue el de la respiración de Marcus, extrañamente superficial y laboriosa. Finalmente, Honoria fue incapaz de mantener el silencio por más tiempo. Y preguntó. —¿Qué haremos ahora? —Miró hacia la pierna de Marcus, lucía abierta y en carne viva, todavía sangrando ligeramente en algunos lugares—. ¿Deberíamos ponerle un vendaje? —No lo creo —dijo su madre—. Tendríamos que quitarlo cuando el doctor llegue. —¿Tienen ustedes hambre? —pregunto la señora Wetherby. —No —dijo Honoria, excepto que sí tenía hambre. Voraz. Sólo que no podía pensar en comer. —¿Lady Winstead? —dijo la señora Wetherby silenciosamente. —Quizás, algo pequeño —murmuró sin quitar los ojos de Marcus. —¿Tal vez, un Sándwich? —sugirió la señora Wetherby—. ¡Oh Dios mío! Desayuno, ninguna de ustedes ha tomado el desayuno. Podría pedirle a la cocinera que prepare huevos y tocino. —Lo que sea más fácil —replicó Lady Winstead—. Y por favor, también algo para Honoria. —Ella miró a su hija—. Debes tratar de comer. —Lo sé. Yo sólo… —Ella no terminó de hablar. Estaba segura que su madre sabía exactamente lo que estaba sintiendo. Una mano se posó gentilmente en su hombro. —También debes sentarte. Honoria se sentó. Y esperó. Fue la cosa más dura que alguna vez había hecho. Capítulo 11 Traducido por Lizzie E l láudano era una cosa excelente. Corregido por Pimienta Marcus normalmente evitaba la droga, y de hecho tenía la sensación de que había mirado con desprecio a aquellos que lo utilizaban, pero ahora se preguntaba si tal vez les debía una disculpa. Tal vez una disculpa a todo el mundo. Porque claramente él nunca había estado con un verdadero dolor de cabeza antes. No como ese. No era tanto el piquete y el corte. Uno podría pensar que sería doloroso tener trozos de su cuerpo llevados lejos como un pájaro carpintero golpeando el tronco de un árbol, excepto que realmente no era tan malo. Eso dolía, pero no era algo que él no pudiera soportar. No, lo que lo mató (o al menos se sintió como eso) fue cuando Lady Winstead vertió el brandy. De vez en cuando tiraba lo que tenía que haber sido un galón de la cosa por encima de su abierta y hueca herida. Ella podría haberle prendido fuego y no hubiera dolido tanto. Él nunca bebería brandy de nuevo. No a menos que fuera una cosa realmente buena. E incluso entonces, sólo lo haría en principio. Debido eso era realmente la cosa buena. La cual necesitaba beber. Pensó en eso por un momento. Eso tenía sentido la primera vez que lo había considerado. No, aún tenía sentido. ¿Lo tenía? En cualquier caso, poco después de que Lady Winstead había vertido lo que él esperaba no fuera el buen brandy en la pierna, había conseguido una dosis de láudano bajando en su garganta, y realmente, él tenía que decir, que era una maravilla. Su pierna aún se sentía como si estuviera siendo asada lentamente en un asador, lo que la mayoría de la gente consideraría desagradable, pero después de soportar los “cuidados” de Lady Winstead sin ningún tipo de anestesia, encontraba positivamente agradable ser apuñalado con un cuchillo bajo la influencia de un opiáceo. Casi relajante. Y más allá de eso, se sintió inexplicablemente feliz. Sonrió a Honoria, o mejor dicho, sonrió a dónde él pensaba que ella podría estar sus párpados habían sido claramente lastrados con piedras. En realidad, él sólo pensaba que sonreía; su boca se sentía algo pesada, también. Pero él quería sonreír. Él lo habría hecho, si hubiera podido. Seguramente eso tenía que ser la cosa más importante. El golpeteo en su pierna se detuvo un poco, y luego comenzó de nuevo. Entonces hubo una maravillosa y corta pausa, y después… Maldición, eso duele. Pero no lo suficiente como para gritar. A pesar de que podría haber gemido. No estaba seguro. Habían derramado agua caliente sobre él. Mucha de ella. Se preguntó si estaban tratando de hervir su pierna. Carne cocida. Qué terriblemente británico de ellos. Se rió entre dientes. Él estaba divertido. ¿Quién sabía que era tan divertido? —¡Oh, Dios mío! —Escuchó gritar a Honoria—. ¿Qué le he hecho? Se rió un poco más. Debido a que sonaba ridículo. Casi como si estuviera hablando a través de una sirena de niebla. Oooorrrrrhhhh Drrrrrriorrrs Mrrrrrriiiiiiorr. Se preguntó si ella podía oírlo, también. Espera un momento. . . Honoria ¿estaba preguntando que le había hecho? ¿Significaba eso que ella estaba empuñando las tijeras ahora? No estaba seguro de cómo se debía sentir al respecto. Por otro lado. . . ¡carne cocida! Se rió de nuevo, decidiendo que no le importaba. Dios, él estaba divertido. ¿Cómo era posible que nadie le hubiera dicho antes, jamás, que él era divertido? —¿Deberíamos darle más láudano? —dijo la señora Wetherby. Oh, sí, por favor. Pero no lo hicieron. En su lugar, trataron de hervirlo de nuevo, con un poco más de picar y apuñalar en buena medida. Pero después de sólo unos pocos minutos más, terminaron. Las mujeres comenzaron a hablar de nuevo sobre el láudano, lo cual resultó ser increíblemente cruel de ellas, porque nadie consiguió un vaso o una cuchara para darle de comer. En su lugar, vertieron la cosa justo en su pierna, lo que… —¡Aaaargh! —Duele más que el brandy, al parecer. Sin embargo, las mujeres deben haber finalmente decidido que estaban torturándolo, porque después de alguna discusión, desataron sus ataduras y lo trasladaron al otro lado de la cama, que no estaba mojada por el agua caliente que habían estado utilizando para hervirlo. Y luego, bueno. . . Podría haber dormido un poco. Él esperaba que estuviera durmiendo, porque estaba seguro de que había visto un conejo de dos metros saltando a través de su alcoba, y si eso no era un sueño, todos estaban en un problema muy grande. Aunque realmente, no era el conejo el que era tan peligroso como la zanahoria gigante sobre la que se balanceaba como una maza. Esa zanahoria alimentaría al pueblo entero. A él le gustaban las zanahorias. A pesar de que el naranja nunca había sido realmente uno de sus colores favoritos. Siempre lo había encontrado un poco chocante. Parecía que para que aparecía cuando no lo esperaba, y él prefería su vida sin sorpresas. Azul. Ahora, ahí había un color apropiado. Encantador y relajante. La luz azul. Al igual que el cielo. En un día soleado. O los ojos de Honoria. Ella los llamaba lavanda, los tenía desde que era una niña, pero no lo eran, no en su opinión. Primero que todo, eran demasiado luminosos para ser lavanda. El lavanda es un color plano. Casi tan gris como era el color púrpura. Y demasiado quisquilloso. Le hizo pensar en ancianas de luto. Con turbantes en sus cabezas. Nunca había entendido por qué el lavanda era considerado el paso adecuado del negro en el calendario de luto. ¿No habría sido más apropiado el café? ¿Algo más a medio tono? ¿Y por qué las ancianas llevaban turbantes? Eso era realmente muy interesante. No creía nunca haber pensado con tanta fuerza sobre el color antes. Tal vez debería haber prestado más atención cuando su padre le había hecho tomar esas clases de pintura hace muchos años. Pero realmente, ¿por qué un niño de diez años querría pasar cuatro meses en un tazón de fruta? Pensó en los ojos de Honoria de nuevo. Ellos realmente eran un poco más azules que el lavanda. A pesar de que tenían ese toque púrpura que les hacía tan poco comunes. Eso era cierto, nadie tenía los ojos tan parecidos a los suyos. Incluso los de Daniel no eran precisamente los mismos. Los suyos eran más oscuros. No por mucho, pero Marcus podía decir la diferencia. Honoria no estaría de acuerdo, sin embargo. Cuando era una niña con frecuencia se había ido sobre como ella y Daniel tenía los mismos ojos. Marcus siempre había pensado que estaba buscando un vínculo entre ellos, algo que los conectara de una manera especial. Ella sólo había querido ser parte de las cosas. Eso era todo lo siempre había querido. No es de extrañar que ella estuviera tan ansiosa de estar casada y fuera de su silenciosa, y vacía casa. Ella necesitaba el ruido. Risas. Ella necesitaba no estar sola. Necesitaba no estar sola nunca más. ¿Estaba aún en la habitación? Estaba más bien tranquilo. Trató de nuevo de abrir los ojos. No hubo suerte. Rodó sobre su lado, feliz de estar libre de esas malditas ataduras. Siempre había sido de dormir de lado. Alguien tocó su hombro, entonces, jaló sus mantas para cubrirlo. Trató de hacer un pequeño sonido murmurando para mostrar su agradecimiento, y supuso que debió de haber sido un éxito porque escuchó decir a Honoria: —¿Estás despierto? Hizo el mismo sonido de nuevo. Parecía ser el único que podía hacer funcionar. —Bueno, tal vez un poco despierto —dijo—. Eso es mejor que nada, supongo. Él bostezó. —Aún estamos esperando al médico —dijo—. Esperaba que él estuviera aquí ahora. —Ella se quedó callada por unos momentos, y luego añadió con una voz brillante—: Tu pierna se ve mucho mejor. O al menos eso es lo que dice mi madre. Seré honesta, aún luce terrible para mí. Pero definitivamente no tan terrible como lo hacía esta mañana. ¿Esta mañana? ¿Quería eso decir que era por la tarde? Deseaba que pudiera tener sus ojos abiertos. —Ella fue a su habitación. Mi madre, quiero decir. Dijo que necesitaba un respiro del calor. —Otra pausa, y entonces—: Está demasiado caliente aquí. Abrimos la ventana, pero sólo un poco. La señora Wetherby tenía miedo de que pescaras un resfriado. Lo sé, es difícil imaginar que se pudieras conseguir un resfriado cuando esto está tan caliente, pero ella me aseguró que es posible. —Me gusta dormir en un cuarto frío con una pesada manta —agregó—. No es que me imagine que te importa. A él le importaba. Bueno, no tanto lo que decía. A él solo le gustaba escuchar su voz. —Y mamá siempre está caliente últimamente. Me vuelve loca. Está caliente, luego fría, después caliente está otra vez, y juro que no hay rima o razón para ello. Pero ella parece estar caliente más veces que fría. En caso de que en algún momento desees comprarle un regalo, te recomiendo un ventilador. Ella está siempre en la necesidad de uno. Ella le tocó el hombro de nuevo, después, su frente, cepillando ligeramente el cabello de su frente. Se sentía bien. Suave y dócil, y cuidado de una manera que era totalmente desconocida para él. Era un poco como cuando había entrado y lo había obligado a tomar el té. A él le gustaba que se desvivieran por él. Imagina eso. Dejó escapar un pequeño suspiro. Sonó como uno feliz a sus oídos. Él esperaba que ella pensara lo mismo. —Has estado durmiendo desde hace bastante tiempo —dijo Honoria—. Pero creo que la fiebre ha bajado. No del todo, pero pareces tranquilo. Aunque, ¿sabías que hablas en sueños? ¿En serio? —En serio —dijo—. Hoy más temprano podría haber jurado que dijiste algo acerca de un rape. Y justo hace un rato creo que dijiste algo acerca de las cebollas. ¿Cebollas? ¿No zanahorias? —¿Qué estás pensando? me pregunto. ¿Alimentos? ¿Rape con cebolla? No sería lo que yo quisiera cuando estoy enferma, pero a cada uno lo suyo. —Le acarició el cabello otra vez, y luego, para su sorpresa y deleite, ella lo besó en la mejilla suavemente—. No eres tan terrible, ¿sabes? —dijo con una sonrisa. No podía ver la sonrisa, pero él sabía que estaba allí. —Te gusta pretender que eres terriblemente distante y melancólico, pero no es así. A pesar de que frunces un poco el ceño. ¿Lo hacía? No era su intención. No con ella. —Casi me habías engañado, sabes. Realmente estabas empezando a no gustarme en Londres. Pero era sólo que te había olvidado. Quién solías ser, quiero decir. Quien probablemente eres aún. No tenía idea de lo que estaba hablando. —No te gusta dejar que la gente vea quien eres realmente. Ella estaba tranquila otra vez, y le pareció oír su movimiento, tal vez ajustando su posición en la silla. Y cuando habló, la escuchó sonriendo de nuevo. —Creo que eres tímido. Bueno, por el amor de Dios, él le podría haber dicho eso. Odiaba hacer conversación con la gente que no conocía. Siempre lo había hecho. —Es extraño pensar eso de ti —continuó—. Uno nunca piensa en un hombre como tímido. No podía imaginar por qué no. —Eres alto —dijo con una voz reflexiva—, y atlético, e inteligente, y se supone que un hombre sea todas esas cosas. Se dio cuenta de que no lo llamó apuesto. —Por no mencionar ridículamente rico, ah, y por supuesto, ahí está ese título, también. Si fueras de la idea de casarte, estoy bastante segura de que podrías escoger a cualquiera que desees. ¿Pensaba que era feo? Picó su hombro con el dedo. —No te puedes imaginar a cuánta gente le encantaría estar en tus zapatos. No en este momento, no lo harían. —Pero eres tímido —dijo, casi con admiración. Podía sentir que ella se había movido más cerca, su respiración estaba aterrizando suavemente en su mejilla—. Creo que me gusta que seas tímido. ¿De verdad? Porque él siempre lo había odiado. Todos esos años en la escuela, observando a Daniel hablar con todos y cada uno sin ni siquiera un momento de vacilación. Siempre necesitando un poco más de tiempo para averiguar cómo podría encajar. Eso era la razón por la que había amado pasar tanto tiempo con los SmytheSmith. Su casa siempre había sido tan caótica y loca, que se había deslizado sin pena ni gloria en su vida sin rutina y convertido en uno de la familia. Era la única familia que siempre había conocido. Ella le tocó la cara otra vez, pasando un dedo por el puente de la nariz. —Serías demasiado perfecto si no fueras tímido —dijo—. Un héroe de cuento de hadas en exceso. Estoy segura de que nunca has leído novelas, pero siempre he pensado que mis amigas te veían como un personaje de los góticos de la señora Gorely. Él sabía que había una razón por la que nunca le habían gustado sus amigas. —Aunque nunca estuve muy segura de sí eras el héroe o el villano. Decidió no encontrar insulto en esa declaración. Podía decir que ella sonreía maliciosamente mientras lo decía. —Necesitas ponerte mejor —susurró—. No sé qué haré si no lo haces. —Y luego, en voz tan baja que apenas la oyó—: Creo que podrías ser mi roca de toque. Trató de mover los labios, trató de decir algo, porque ese no era el tipo de cosa que uno deje ir sin una respuesta. Pero su cara se sentía aún torpe y pesada, y todo lo que pudo manejar eran algunos ruidos jadeantes. —¿Marcus? ¿Quieres un poco de agua? Él lo hacía, en realidad. —¿Estás despierto aún? Más o menos. —Toma —dijo—. Prueba esto. Sintió algo frío tocar sus labios. Una cuchara, goteando agua fría en su boca. Era difícil de pasar, sin embargo, y ella sólo le permitía tener unas cuantas gotas. —No creo que estés despierto —dijo. La oyó sentarse de nuevo en su silla. Ella suspiró. Su voz sonaba cansada. Él odiaba eso. Pero se alegraba de que estuviera aquí. Tenía la sensación de que podría ser su roca de toque, también. Capítulo 12 Traducido por kathesweet Corregido por Pimienta ―¡D octor! ―Honoria se puso de pie cerca de veinte minutos más tarde cuando un hombre sorprendentemente joven entró en la habitación. Ella no creía haber conocido alguna vez a un médico que no tuviera cabello gris―. Es su pierna ―dijo―. No creo que usted la viera cuando… ―No lo vi antes ―dijo el médico bruscamente―. Mi padre lo hizo. ―Oh. ―Honoria dio un paso respetuoso hacia atrás mientras el médico se inclinaba sobre la pierna de Marcus. Su madre, que había entrado justo detrás de él, se acercó a Honoria. Y entonces tomó su mano. Honoria la apretó como si ésta fuera una cuerva de salvamento, agradecida por la conexión. El hombre joven miró la pierna de Marcus por no casi tanto tiempo como Honoria habría pensado necesario, entonces se inclinó y puso su oreja contra su pecho. ―¿Cuánto láudano le dieron? Honoria miró a su madre. Ella había sido la encargada de darle la dosis. ―Una cucharada ―dijo Lady Winstead―. Quizás dos. La boca del médico se apretó mientras se enderezaba y las encaraba. ―¿Fue una, o fueron dos? ―Es difícil decirlo ―contestó Lady Winstead―. Él no lo tragó todo. ―Tuve que limpiar su cara ―agregó Honoria. El médico no comentó. Puso su oreja de nuevo sobre el pecho de Marcus, y sus labios se movieron, casi como si estuviera contando para sí mismo. Honoria espero por tanto tiempo como pudo soportar, entonces dijo: ―Doctor, eh… ―Winters ―facilitó su madre. ―Sí, eh, Dr. Winters, por favor díganos, ¿le dimos demasiado? ―No lo creo ―contestó el Dr. Winters, pero todavía mantuvo su oreja contra el pecho de Marcus―. El opio suprime los pulmones. Es la razón por la cual su respiración es tan superficial. Honoria puso su mano sobre su boca en horror. Ni siquiera se había dado cuenta que su respiración era superficial. De hecho, había pensado que sonaba mejor. Más tranquila. El médico se enderezó y regresó su atención a la pierna de Marcus. ―Es fundamente que tenga toda la información pertinente ―dijo bruscamente―. Estaría mucho más preocupado si no supiera que le han dado láudano. ―¿No está preocupado? ―preguntó Honoria en incredulidad. El Dr. Winters la miró con aspereza. ―No dije que no estuviera preocupado. ―Regresó a la pierna de Marcus, examinándola de cerca―. Sólo que estaría más preocupado si no se lo hubieran dado. Si su respiración estuviera tan superficial sin láudano, esto indicaría una infección seria. ―¿Esto no es serio? El médico le dio otra mirada irritada. Él no apreciaba sus preguntas, eso estaba muy claro. ―Por favor contenga sus comentarios hasta que termine de examinarlo. Honoria sintió su cara completa apretarse en irritación, pero se alejó. Sería educada con el Dr. Winters aunque eso la matara, si alguien tenía oportunidad de salvar la vida de Marcus, era él. ―Explíquenme exactamente lo que hicieron para limpiar la herida ―demandó el médico, levantando la mirada brevemente de su examen de la pierna de Marcus―. Y también quiero saber cómo se veía antes de que empezaran. Honoria y su madre se turnaron para decirle lo que habían hecho. Él pareció aprobarlo, o al menos, no lo desaprobaba. Cuando terminaron, él volvió a la pierna de Marcus, la miró una vez más, y dejó escapar una exhalación larga. Honoria esperó por un momento. Él parecía como si estuviera tomándose tiempo para pensar. Pero maldición, estaba tomándose mucho tiempo para pensar. Finalmente no pudo soportarlo. ―¿Cuál es su opinión? ―dejó escapar. El Dr. Winters habló lentamente, casi como si estuviera pensando en voz alta. ―Podría conservar la pierna. ―¿Podría? ―repitió Honoria. ―Es demasiado pronto para decirlo con seguridad. Pero si la conserva… ―Las miró a ambas, a Honoria y a su madre―, habrá sido por su buen trabajo. Honoria parpadeó en sorpresa; no había esperado un elogio. Entonces hizo la pregunta que temía: ―¿Pero vivirá? Los ojos del médico encontraron los de Honoria con franca firmeza. ―Sin duda vivirá si amputamos su pierna. Los labios de Honoria temblaron. ―¿Qué quiere decir? ―susurró. Pero sabía exactamente lo que quería decir; simplemente necesitaba escucharlo decirlo. ―Estoy seguro que si quito su pierna en este momento él vivirá. ―Volvió a mirar a Marcus, como si otra mirada pudiera ofrecer una última pista―. Si no quito su pierna, puede que se recupere completamente. O puede que muera. No puedo predecir lo mucho que la infección progresará. Honoria se quedó inmóvil. Sólo sus ojos se movieron, de la cara del Dr. Winters, a la pierna de Marcus, y de regreso. ―¿Cómo sabremos? ―preguntó en voz baja. El Dr. Winters inclinó su cabeza hacia un lado en duda. ―¿Cómo sabremos cuándo tomar la decisión? ―aclaró, su voz elevándose en volumen. ―Hay señales que deben buscar ―respondió el médico―. Si empiezan a ver rayas de color rojo formándose a lo largo de su pierna, por ejemplo, sabremos que debemos amputar. ―¿Si eso no sucede, significa que está sanando? ―No necesariamente ―admitió el médico―, pero hasta este punto, si no hay cambio en la apariencia de la herida, lo tomaré como una buena señal. Honoria asintió lentamente, tratando de comprenderlo. ―¿Permanecerá aquí en Fensmore? ―No puedo ―le dijo, girándose para empacar su bolso―. Debo ver a otro paciente, pero regresaré esta noche. No creo que necesitemos tomar ninguna decisión hasta entonces. ―¿No lo cree? ―preguntó Honoria con brusquedad―. ¿Entonces no está seguro? El Dr. Winters suspiró, y por primera vez desde que había entrado en la habitación, pareció cansado. ―Uno nunca está seguro en la medicina Mi lady. Quisiera que no fuera el caso. ―Miró hacia la ventana, cuyas cortinas estaban retiradas para revelar el verde infinito del jardín sur de Fensmore―. Quizás algún día eso cambiará. Pero no en nuestro tiempo, me temo. Hasta entonces, mi trabajo sigue siendo más un arte que una ciencia. No era lo que Honoria había querido escuchar, pero lo reconocía como la verdad, así que le dio un asentimiento, agradeciéndole por sus servicios. El Dr. Winters regresó la cortesía con una reverencia, entonces le dio a Honoria y a su madre instrucciones y se fue, prometiendo que regresaría más tarde esa noche. Lady Winstead lo acompañó, dejando a Honoria una vez más sola con Marcus, que yacía espantosamente inmóvil sobre su cama. Por varios minutos, se paró sin moverse en el centro de la habitación, sintiéndose extrañamente lánguida y perdida. Realmente no había nada que hacer. Había estado tan asustada esa mañana, pero al menos entonces había sido capaz de concentrarse en tratar su pierna. Ahora todo lo que podía hacer era esperar, y su mente, negada a una tarea específica, no tenía nada más que miedo para llenarse. Qué elección. Su vida o su pierna. Y ella podría tener que ser la que elige. No quería la responsabilidad. Querido Dios, no la quería. ―Oh, Marcus ―suspiró, finalmente caminando hasta la silla al lado de su cama―. ¿Cómo sucedió esto? ¿Por qué sucedió? No es justo. ―Se sentó y se inclinó contra el colchón, doblando sus brazos y descansando su cabeza en la curva de uno de sus codos. Ella, por supuesto, sacrificaría su pierna para salvar su vida. Eso era lo que Marcus escogería si estuviera lo suficientemente consciente para hablar por sí mismo. Era un hombre orgulloso, pero no tanto para preferir la muerte sobre una discapacidad. Ella sabía eso de él. Nunca habían hablado sobre ello, por supuesto, ¿Quién hablaba de tales cosas? Nadie se sentaba en la mesa hablando sobre si amputar o morir. Pero sabía lo que él querría. Lo había conocido por quince años. No necesitaba haberle hecho la pregunta para saber su elección. Sin embargo, estaría enojado. No con ella. Ni siquiera con el médico. Con la vida. Quizás con Dios. Pero persistiría. Ella se aseguraría de ello. No dejaría su lado hasta que él… Hasta que él… Oh, querido Dios. Ni siquiera podía imaginarlo. Tomó una respiración, tratando de calmarse. Parte de ella quería salir de la habitación y rogarle al Dr. Winters que le quitara la pierna justo ahora. Si eso era lo que garantizaría su supervivencia, entonces ella sostendría el maldito serrucho. O al menos se lo entregaría al médico. No podía enfrentar la idea de un quedaba aquí en Cambridgeshire Yorkshire, Gales o Islas Orcadas vivo y bien, montando a caballo, lado del fuego. mundo sin él. Incluso si no estaba en su vida, si se y ella se iba y se casaba con alguien que viviera en y nunca lo veía de nuevo, todavía sabría que estaba o leyendo un libro, o quizás sentado en una silla al Todavía no era momento de tomar una decisión, no importaba lo mucho que odiara la incertidumbre. No podía ser egoísta. Necesitaba mantenerlo completo tanto como fuera posible. ¿Pero qué si, al hacerlo, esperaba demasiado tiempo? Cerró sus ojos con fuerza aun cuando su cabeza estaba enterrada en sus brazos. Podía sentir las lágrimas quemando contra sus parpados, amenazando con brotar con todo el terror y frustración construyéndose dentro de ella. ―Por favor no te mueras ―susurró. Frotó su cara contra su antebrazo, tratando de limpiar las lágrimas, luego volvió a caer en la cuna de sus brazos. Quizás debería estar rogándole a su pierna, no a él. O quizás a Dios, o al diablo, Zeus, o Thor. Le rogaría al hombre que ordeñaba las vacas si creyera que eso haría alguna diferencia. ―Marcus ―dijo otra vez, porque decir su nombre parecía traerle consuelo―. Marcus. ―’Noria. Ella se congeló, entonces se sentó. ―¿Marcus? Sus ojos no se abrieron, pero pudo ver movimiento bajo los parpados, y su barbilla se balanceó de arriba abajo tan ligeramente. ―Oh, Marcus ―sollozó. Las lágrimas derramándose―. Oh, lo siento. No debería estar llorando. ―Buscó impotente un pañuelo y finalmente se limpió los ojos con su sábana―. Simplemente estoy tan feliz de escuchar tu voz. Aun cuando no suenas en absoluto como tú. ―Qué-qué… ―¿Quieres agua? ―preguntó, interrumpiendo sus palabras rotas. Otra vez, su barbilla se movió. ―Aquí, déjame sentarte sólo un poco. Lo hará más fácil. ―Alcanzó bajo sus brazos y logró enderezarlo unos centímetros. No fue mucho, pero fue algo. Un vaso de agua estaba sobre la mesa de noche, la cuchara todavía dentro de la última vez que había tratado de darle de beber―. Sólo voy a darte unas gotas ―le dijo―. Sólo un poco a la vez. Estoy asustada de que te ahogues si te doy demasiado. Sin embargo, él lo hizo mucho mejor esta vez, y ella logró que tomara la mejor parte de ocho cucharadas antes de indicar que había tenido suficiente y se desplomara de forma horizontal. ―¿Cómo te sientes? ―preguntó, tratando de encrespar su almohada―. Además de terrible, quiero decir. Él movió su cabeza ligeramente a un lado. Parecía ser una interpretación enclenque de un encogimiento de hombros. ―Por supuesto que te sientes terrible ―aclaró―, ¿pero hay algún cambio? ¿Más terrible? ¿Menos terrible? No respondió. ―¿La misma cantidad de terrible? ―Ella se rió. En realidad se rió. Sorprendente―. Sueno ridícula. Él asintió. Fue un movimiento pequeño, pero más grande de lo que había logrado hasta ahora. ―Me escuchaste ―dijo, incapaz de contener la sonrisa enorme y temblorosa sobre su cara―. Te burlaste de mí, pero me escuchaste. Asintió de nuevo. ―Eso es bueno. Puedes sentirte libre. Cuando estés mucho mejor, y lo estarás, no permitiré que hagas eso, y por eso me refiero a burlarte de mí, pero por ahora, puedes seguir adelante. ¡Oh! ―Se puso de pie, repentinamente explotando con energía nerviosa―. Debería revisar tu pierna. Ha pasado tiempo desde que el Dr. Winters se fue, lo sé, pero no hay razón para no ver. Tomó sólo dos pasos y un segundo ver que su pierna no había cambiado. La herida todavía estaba de un rojo brillante e inflamado, pero no había partes con amarillo nauseabundo, y lo más importante, no veía rayas color rojo recorriendo el miembro. ―Lo mismo ―le dijo―. No es que pensara que habría un cambio, pero como dije, no hay razón para no… bueno, ya sabes. ―Sonrió tímidamente―. Ya lo dije. Se quedó en silencio por un momento, feliz de sólo mirarlo. Sus ojos estaba cerrados, y de hecho, no parecía nada diferente a como estaba cuando el Dr. Winters había estado examinándolo, pero Honoria había escuchado su voz, y le había dado agua, y eso era lo suficiente para traer esperanza a su corazón. ―¡Tu fiebre! ―exclamó de repente―. Debería comprobar eso. ―Tocó su frente―. Te sientes igual para mí. Que es decir que, estás más caliente de lo que deberías. Pero mejor que como estabas. Definitivamente estás mucho mejor que como estabas. ―Se detuvo, preguntándose si estaba hablando en niebla proverbial―. ¿Todavía puedes oírme? Él movió su cabeza. ―Oh, bien, porque sé que sueno tonta, y no hay razón en sonar tonta para nadie. Su boca se movió. Ella pensó que podría estar sonriendo. De alguna manera en su mente, él estaba sonriendo. ―Estoy feliz de ser tonta por ti ―anunció. Él asintió. Ella puso una mano sobre su boca, dejando que su codo descansara sobre el brazo opuesto, el cual estaba cruzado sobre su cintura. ―Desearía saber en qué estás pensando. Él dio un pequeño encogimiento de hombros. ―¿Estás tratando de decirme que no estás pensando en nada? ―Lo señaló con un dedo―. Porque eso no lo creeré. Te conozco demasiado bien. ―Esperó por otra respuesta, sin importar lo pequeña. No obtuvo una, así que siguió hablando. ―Probablemente estás pensando en la mejor manera de maximizar tu cosecha de maíz para este año ―dijo―. O quizás preguntándote si tus rentas son demasiado bajas. ―Pensó en ello por un momento―. No, estarás preguntándote si tus rentas son demasiado altas. Estoy bastante segura de que eres un arrendatario de corazón blando. No quieres que nadie pelee. Él sacudió la cabeza. Sólo lo suficiente así que ella pudo decir lo que quiso decir. ―¿No, no quieres que nadie pelee, o no, no es eso en lo que estás pensando? ―Tú ―dijo con tono áspero. ―¿Estás pensando en mí? ―susurró. ―Gracias. ―Su voz era suave, apenas audible, pero lo escuchó. Y tomó cada pizca de su fuerza no llorar. ―No te dejaré ―dijo, tomando su mano en la suya―. No hasta que estés bien. ―Gra… gra… ―Está todo bien ―le dijo―. No necesitas decirlo de nuevo. No necesitabas decirlo la primera vez. Pero estaba feliz de que lo hiciera. Y no estaba segura de cuál de sus declaraciones la había tocado más: sus dos palabras de gracias, o la primera, su simple y solitario “Tú”. Él estaba pensando en ella. Mientras estaba allí acostado, posiblemente cerca de la muerte, aún más, posiblemente, al borde de una amputación, él estaba pensando en ella. Por primera vez desde que había llegado a Fensmore, ella no estaba asustada. Capítulo 13 Traducido por Niii Corregido por Liseth Johanna L a siguiente vez que Marcus despertó, podía decir que algo había cambiado. En primer lugar, su pierna dolía como el demonio otra vez. Pero de algún modo sospechaba que eso no era algo tan malo. En segundo lugar, tenía hambre. Estaba hambriento, de hecho, como si no hubiera comido en días. Lo que probablemente era verdad. No tenía idea de cuánto tiempo había pasado desde que se había enfermado. Por último, podía abrir sus ojos. Esa era una excelente noticia. No estaba seguro de qué hora era. Estaba oscuro, pero bien podrían haber sido las cuatro de la mañana como las diez de la noche. Era malditamente desorientador, estar enfermo. Tragó, intentando humedecer su garganta. Algo de agua sería agradable. Giró su cabeza hacia la mesita de noche. Sus ojos todavía no se habían ajustado a la oscuridad, pero podía ver que alguien se había quedado dormido en una silla junto a su cama. ¿Honoria? Probablemente. Tenía la sensación de que ella no había dejado su habitación a través de toda esta prueba. Parpadeó, intentando recordar cómo había llegado ella a Fensmore. Oh, sí, la Sra. Wetherby le había escrito. No podía imaginar por qué su ama de llaves había pensado en hacer eso, pero estaría eternamente agradecido de que lo hubiera hecho. Más bien sospechaba que estaría muerto si no fuera por la agonía que Honoria y su madre habían infligido a su pierna. Pero eso no era todo. Sabía que había estado entrando y saliendo de la consciencia, y sabía que siempre habría enormes lagunas en su memoria de este terrible momento. Pero incluso así, había sabido que Honoria estaba aquí, en esta habitación. Había sostenido su mano, y le había hablado, su suave voz alcanzando su alma incluso cuando él no había sido capaz de distinguir las palabras. Y saber que ella estaba aquí… había hecho todo más fácil. No había estado solo. Por primera vez en su vida, no había estado solo. Dejó escapar un pequeño bufido. Estaba siendo demasiado dramático. No era como si hubiera caminado alrededor con alguna clase de escudo invisible, manteniendo a todas las personas a distancia. Podría haber tenido a más gente en su vida. Podría haber tenido a mucha más gente. Era un conde, por el amor de Dios. Podría haber chasqueado sus dedos y llenado esta casa. Pero nunca había deseado compañía sólo en aras de la charla ociosa. Y durante todas las cosas que habían significado algo en su vida, había estado solo. Era lo que él había querido. Lo que él había pensado que quería. Parpadeó un par de veces más, y su habitación comenzó a enfocarse. Las cortinas no habían sido cerradas, y la luna le proveía la suficiente luz para distinguir las gradaciones de color más elementales. O tal vez era sencillamente que sabía que sus paredes eran de color burdeos y el paisaje gigante que colgaba sobre su chimenea era mayormente verde. Las personas veían lo que esperaban ver. Era una de las verdades más básicas de la vida. Giró su cabeza otra vez, mirando a la persona que estaba en la silla. Definitivamente era Honoria, y no sólo porque fuera la persona que él esperaba ver. Su cabello estaba un poco despeinado, y era claramente de un color castaño claro, no lo suficientemente oscuro para ser el de Lady Winstead. Se preguntó cuánto tiempo llevaría sentada allí. No había forma de que estuviera cómoda. Pero no debería molestarla. Sin duda necesitaba de su sueño. Intentó empujarse hasta una posición sentada, pero descubrió que estaba demasiado débil para lograr moverse algo más que un par de centímetros. Aun así, podía ver un poco mejor, tal vez incluso extender su mano un poco más allá de Honoria para alcanzar el vaso de agua sobre la mesa. O tal vez no. Levantó su brazo unos 15 centímetros antes de que volviera a caer a su lado. Maldición, estaba cansado. Y sediento. Su boca se sentía como si hubiera estado llena de aserrín. El vaso de agua se parecía al cielo. El cielo, justo fuera de su alcance. Maldición. Suspiró, entonces deseó no haberlo hecho, porque hizo que sus costillas dolieran. Todo su cuerpo dolía. ¿Cómo era posible que un cuerpo pudiera doler en absolutamente todos los lugares? Excepto por su pierna, que ardía. Pero pensaba que tal vez ya no tenía fiebre. O al menos no mucha. Era difícil de decir. Ciertamente se sentía más lúcido de lo que se había sentido en algún tiempo. Observó a Honoria por un minuto o algo así. No se movía en absoluto en su sueño. Su cabeza estaba inclinada hacia un costado en un ángulo poco natural, y él solo podía pensar que iba a despertar con un terrible calambre en el cuello. Tal vez debería despertarla. Sería lo más educado de hacer. —Honoria —dijo con voz ronca. Ella no se movió. —Honoria. —Intentó decirlo más fuerte, pero salió igual: con voz áspera y ronca, como un insecto chocando solo contra la ventana. Sin mencionar que el esfuerzo era agotador. Intentó alcanzarla otra vez. Su brazo se sentía como un peso muerto, pero de algún modo lo sacó de la cama. Solo quería pincharla con su dedo, pero su mano aterrizó pesadamente sobre sus piernas extendidas. —¡Aaaaah! —Despertó con un grito, su cabeza se levantó tan rápido que se chocó la parte de atrás de la misma con uno de los pilares de la cama—. Ay —gimió, levantando su mano para frotar el punto sensible. —Honoria —dijo otra vez, intentando obtener su atención. Ella murmuró algo y dejó escapar un gran bostezo mientras frotaba su mejilla con el talón de su mano. Y luego: —¿Marcus? Sonaba somnolienta. Sonaba maravillosa. —¿Puedo tener un poco de agua, por favor? —le preguntó. Tal vez debería haber dicho algo más profundo; había, después de todo, prácticamente regresado de la muerte. Pero estaba sediento. Sediento como si vagara en el desierto. Y pedir agua era probablemente lo más profundo que podía llegar a ser en su condición. —Por supuesto. —Sus manos se movieron torpemente en la oscuridad hasta que aterrizaron en el vaso—. Oh, maldición. —La escuchó decir—. Un momento. La observó mientras se ponía de pie y se dirigía a otra mesa, de donde recogió una jarra. —No queda mucha —dijo atontada—. Pero debería ser suficiente. —Vertió un poco en el vaso, luego agarró la cuchara. —Puedo hacerlo —le dijo él. Ella lo miró con sorpresa. —¿En serio? —¿Puedes ayudarme a sentarme? Ella asintió y envolvió sus brazos a su alrededor, casi como un abrazo. —Aquí vamos —murmuró, tirando de él hacia arriba. Sus palabras aterrizaron suavemente en el hueco de su cuello, casi como un beso. Él suspiró y se quedó inmóvil, permitiéndose un momento para saborear la calidez de su aliento contra su piel. —¿Estás bien? —preguntó ella, inclinándose hacia atrás. —Sí, sí, por supuesto —dijo, saliendo de su ensoñación con tanta velocidad como un hombre en su condición podía manejar—. Lo siento. Juntos, lo acomodaron en una posición sentada, y Marcus se tomó el vaso de agua sin ayuda. Era sorprendente lo mucho que eso se sintió como un triunfo. —Te ves mucho mejor —dijo Honoria, parpadeando para alejar el sueño de sus ojos—. Yo… yo… —Parpadeó otra vez, pero esta vez él pensó que era para evitar llorar—. Es tan bueno verte de nuevo. Asintió y extendió el vaso. —Más, por favor. —Por supuesto. —Lo llenó otra vez y se lo entregó. Lo bebió con avidez, exhalando sólo cuando se hubo terminado todo el vaso. —Gracias —dijo, entregándoselo de nuevo. Ella lo tomó, lo dejó en la mesa, y volvió a sentarse en la silla. —Estaba tan preocupada por ti —dijo. —¿Qué ocurrió? —preguntó él. Recordaba algo de ello: su madre y las tijeras, el conejo gigante. Y que ella lo había llamado su roca. Siempre recordaría eso. —El médico ha venido a verte dos veces —le dijo—. El Dr. Winters. El joven Dr. Winters. Su padre… bien, no estoy segura de lo que le ocurrió a su padre, pero honestamente, no me interesa saberlo. Ni siquiera miró tu pierna. No tenía idea de que tenías una herida infectada. Si la hubiera visto antes de que se pusiera tan mal, bueno, supongo que todo podría haber resultado de la misma forma. —Sus labios se apretaron con frustración—. Pero tal vez no. —¿Qué dijo el Dr. Winters? —preguntó Marcus, luego clarificó—: El joven. Ella sonrió. —Él piensa que mantendrás tu pierna. —¿Qué? —Sacudió su cabeza, intentando entender. —Teníamos miedo de que tal vez habría que amputar. —Oh, Dios mío. —Se permitió hundirse en las almohadas—. Oh, Dios mío. —Es probablemente para mejor que no supieras que era una posibilidad —dijo con suavidad. —Oh, Dios mío. —No podía imaginar vivir sin una pierna. Suponía que nadie podía, hasta que tenía que hacerlo. Ella tomó su mano entre las suyas. —Va a estar bien. —Mi pierna —susurró. Tenía una irracional urgencia de sentarse y mirarla, sólo para asegurarse de que todavía estaba ahí. Se obligó a permanecer inmóvil; ella sin duda pensaría que era más que estúpido querer verlo por sí mismo. Pero dolía. Dolía un montón, y estaba agradecido por el dolor. Al menos sabía que todavía estaba donde se suponía que tenía que estar. Honoria liberó su mano para sofocar un enorme bostezo. —Oh, discúlpame —dijo cuando terminó—. Me temo que no he dormido demasiado. Su culpa, se dio cuenta. Otra razón por la que le debía su gratitud. —Esa silla no puede ser cómoda —le dijo—. Deberías tomar el otro lado de la cama. —Oh, no podría. —No es posible que sea más impropio que cualquier otra cosa que haya ocurrido hoy. —No —dijo ella, viéndose como si fuera a reír si no estuviera tan cansada—, quiero decir, no podría. El edredón todavía está mojado de cuando limpiamos tu pierna. —Oh. —Y luego se rio. Porque era gracioso. Y porque se sentía tan bien el reír. Ella se retorció un poco, intentando ponerse cómoda en la silla. —Tal vez podría yacer encima de la colcha —dijo, estirando el cuello para mirar por encima de él el lugar vacío. —Lo que desees. Dejó escapar un suspiro de agotamiento. —Puede que mis pies se mojen. Pero no creo que me importe. Un momento después ella estaba en la cama, acostada sobre el edredón. Él lo estaba, también, en realidad, aunque la mayor parte de él estaba bajo una segunda colcha; suponía que ellos habían querido dejar su pierna expuesta al aire. Ella bostezó otra vez. —Honoria —susurró él. —¿Mmmm? —Gracias. —Mmm-hmm. Un momento pasó, y luego él dijo, porque tenía que decirlo: —Me alegra que estuvieras aquí. —A mí también —dijo ella somnolienta—. A mí también. Su respiración se regularizó poco a poco, y luego también lo hizo la suya. Y durmieron. La mañana siguiente, Honoria despertó deliciosa y cómodamente cálida. Con los ojos todavía cerrados, estiró los dedos de sus pies, luego flexionó sus pies, rotando un tobillo y luego el otro. Era su ritual matutino, estirarse en la cama. Sus manos eran lo siguiente. Se extendían como pequeñas estrellas de mar y luego se volvían garras. Luego su cuello, hacia atrás y hacia adelante y luego girando en un círculo. Bostezó, curvando sus manos en puños cuando extendió sus brazos hacia adelante y… Chocó con alguien. Se congeló. Abrió sus ojos. Todo regresó a ella. Santo cielo, estaba en la cama con Marcus. No. Esa no era la forma correcta de expresarlo. Estaba en la cama de Marcus. Pero no estaba con él. Impropio, sí, pero seguramente había una dispensación especial para las jóvenes señoritas que eran encontradas en la cama con un caballero que claramente estaba demasiado enfermo como para comprometerlos. Lentamente, intentó alejarse un centímetro. No había necesidad de despertarlo. Probablemente él ni siquiera tenía idea de que ella estaba ahí. Y por ahí ella se refería a junto a él, lado a lado, sus pies tocando los suyos. Ciertamente no al otro extremo de la cama, donde ella había comenzado la noche anterior. Doblando sus rodillas, afirmó la planta de sus pies en el colchón para mejorar la tracción. Primero levantó sus caderas, moviéndolas unos centímetros a la derecha. Luego sus hombros. Luego sus caderas otra vez, y luego sus pies para avanzar por completo. Tiempo para los hombros, y luego… ¡Whomp! Uno de los brazos de Marcus cayó pesadamente sobre ella. Honoria se congeló otra vez. Cielo santo, ¿qué se suponía que hiciera ahora? Tal vez si esperaba un minuto o dos, él rodaría de regreso a su posición anterior. Esperó. Y esperó. Y él se movió. Hacia ella. Honoria tragó nerviosamente. No tenía idea de qué hora era —algún momento después del amanecer, pero aparte de eso, no tenía idea—, y en serio que no quería que la Sra. Wetherby entrara para encontrarla presionada contra la cama de Marcus. O peor aún, su madre. Seguramente nadie pensaría mal de ella, especialmente no después de todo lo que había ocurrido el día anterior. Pero no estaba casada, y tampoco él, y era una cama, y él estaba usando muy poca ropa, y… Eso era todo. Iba a salir. Si despertaba, despertaba. Al menos no estaría con una proverbial arma en su espalda, apuntándolo hacia el matrimonio. Se enderezó y salió de la cama, intentando ignorar los más que agradables sonidos somnolientos que él hacía mientras rodaba y se acurrucaba bajo el edredón. Una vez que estuvo firmemente asentada sobre la alfombra, dio un rápido vistazo a su pierna. Parecía estar sanando apropiadamente, sin señales de esas siniestras rayas rojas de las que el Dr. Winters le había advertido. —Gracias —susurró, enviando una breve oración por su continua recuperación. —De nada —murmuró Marcus. Honoria dejó escapar un pequeño grito de sorpresa, saltando atrás casi 30 centímetros. —Lo siento —dijo él, pero se estaba riendo. Era el sonido más adorable que Honoria había escuchado jamás. —No estaba hablando contigo —dijo animadamente. —Lo sé. —Sonrió. Intentó alisar su falda, que estaba horriblemente arrugada. Estaba usando el mismo vestido azul que se había puesto en Londres, lo que había sido —oh, cielo santo—, dos días antes. Ni siquiera quería imaginar lo horrorosa que debía verse. —¿Cómo te estás sintiendo? —preguntó. —Mucho mejor —dijo él, sentándose. Notó que había tirado de las mantas junto con él. La cual sin duda fue la única razón por la que su sonrojo era de un color rosa en lugar de rojo intenso. Era divertido… casi. Había visto su pecho desnudo cientos de veces el día anterior, había pinchado y empujado su pierna desnuda, e incluso —no es que ella le fuera a decir sobre esto jamás—, había alcanzado a ver una de sus nalgas cuando él se había estado moviendo por el dolor. Pero ahora, cuando ambos estaban completamente despiertos y lejos de las puertas de la muerte, ni siquiera podía obligar a sus ojos a encontrarse con los suyos. —¿Es muy doloroso todavía? —preguntó, señalando su pierna, que asomaba por debajo de las sábanas. —Más como un dolor sordo. —Tendrás una terrible cicatriz. Él sonrió con ironía. —La llevaré con orgullo y mendacidad. —¿Mendacidad? —repitió ella, incapaz de contener su diversión. Inclinó la cabeza hacia un lado mientras consideraba la enorme herida en su pierna. —Estaba pensando que podría decir que la conseguí luchando con un tigre. —Un tigre. En Cambridgeshire. Se encogió de hombros. —Es más probable que un tiburón. —Un jabalí —decidió ella. —Ahora, eso sí es indigno. Ella apretó los labios, luego dejó escapar una pequeña burbuja de risa. Él lo hizo, también, y fue sólo entonces que ella se permitió creer: Iba a recuperarse. Era un milagro. No podía pensar en otra forma de describirlo. El color había regresado a su rostro, y si tal vez se veía demasiado delgado, eso no era nada comparado con la claridad en sus ojos. Se iba a poner bien. —¿Honoria? Levantó la vista de forma interrogante. —Te estabas balanceando —dijo él—. Te ayudaría, pero… —Me siento un poquito inestable —dijo, avanzando hasta la silla junto a su cama—. Creo… —¿Has comido? —Sí —dijo—. No. Bueno, algo. Probablemente debería hacerlo. Solo creo que estoy… aliviada. —Y luego, para su máximo horror, comenzó a sollozar. Vino repentinamente, golpeándola como una enorme ola. Cada pedacito de ella había estado sujeto tan apretadamente. Se había estirado tanto y tan lejos como había podido ir, y ahora que sabía qué él se pondría mejor, se vino abajo. Estaba como la cuerda de un violín, tensa, y luego se partió en dos. —Lo siento —dijo, jadeando en busca de aire entre sollozos—. No sé… No era mi intención… Es solo que estoy tan feliz… —Shhhh —canturreó él, tomando su mano—. Está bien. Todo estará bien. —Lo sé —sollozó—. Lo sé. Por eso estoy llorando. —Por eso estoy llorando yo, también —dijo él en voz baja. Ella se dio vuelta. No había lágrimas corriendo por su rostro, pero sus ojos estaban húmedos. Nunca lo había visto demostrar tanta emoción, ni siquiera hubiera pensado que fuera posible. Con una mano temblorosa, se estiró y tocó su mejilla, luego el rabillo de su ojo, alejando sus dedos cuando una de sus lágrimas se deslizó en su piel. Y luego hizo algo tan inesperado que los tomó a ambos por sorpresa. Lanzó sus brazos a su alrededor, enterrando la cara en el hueco de su cuello, y lo sostuvo con firmeza. —Estaba tan asustada —susurró—. Creo que ni siquiera sabía lo asustada que estaba. Sus brazos la rodearon, vacilantes al principio, pero luego, como si hubiera necesitado solo un pequeño empujón, se relajó en su abrazo, sujetándola suavemente contra él, acariciando su cabello. —Simplemente no lo sabía —dije—. No me di cuenta. —Pero eran sólo palabras ahora, con significados que ni siquiera ella entendía. No tenía idea de lo que estaba hablando… de lo que no sabía o no entendía. Ella sólo… ella sólo… Levantó la mirada. Ella sólo necesitaba ver su rostro. —Honoria —susurró él, mirándola como si nunca la hubiera visto antes. Sus ojos eran cálidos, marrón chocolate y ricos en emociones. Algo se encendió en sus profundidades, algo que no acababa de reconocer, y lento, muy lento, sus labios descendieron para encontrarse con los de ella. Marcus jamás podría haber explicado por qué besó a Honoria. No sabía por qué lo había hecho. La estaba sosteniendo mientras ella lloraba, y había parecido la cosa más natural e inocente de hacer. No había habido ninguna intención de besarla, sin embargo, ninguna necesidad de llevarlo más lejos. Pero entonces lo había mirado. Sus ojos —oh, esos increíbles ojos—, brillando con lágrimas, y sus labios, llenos y temblando. Dejó de respirar. Dejó de pensar. Algo más se apoderó de él, algo muy profundo en su interior que sentía a la mujer en sus brazos, y estuvo perdido. Cambió. Tenía que besarla. Tenía que hacerlo. Era tan básico y elemental como su respiración, su sangre, su mismísima alma. Y cuando lo hizo… La Tierra dejó de girar. Los pájaros dejaron de cantar. Todo en el mundo se detuvo, todo excepto él y ella, y el beso tan ligero como una pluma que los conectaba. Algo saltó a la vida en su interior, una pasión, un deseo. Y se dio cuenta de que si no hubiera estado tan débil, tan falto de fuerzas, lo hubiera llevado más lejos. No hubiera sido capaz de detenerse. Hubiera presionado su cuerpo contra el suyo, maravillándose en su suavidad, su esencia. La hubiera besado profundamente, y la hubiera tocado. En todas partes. Le hubiera rogado. Le hubiera rogado que se quedara, le hubiera rogado que le diera la bienvenida a su pasión, le hubiera rogado que lo tomara en su interior. La deseaba. Y nada podría haberlo aterrorizado más. Esta era Honoria. Había jurado protegerla. Y en lugar de eso… Levantó los labios de los suyos, pero no pudo obligarse a alejarse. Apoyando su frente contra la suya, saboreando un último toque, susurró: —Perdóname. Ella se fue entonces. No pudo salir de la habitación lo suficientemente rápido. La observó irse, vio sus manos sacudirse, sus labios temblar. Era una bestia. Ella había salvado su vida, ¿y esto era lo que él hacía en respuesta? —Honoria —susurró. Tocó sus labios con un dedo, como si de algún modo pudiera ser capaz de sentirla allí. Y lo hizo. Era la cosa más malditamente extraña. Él todavía sentía su beso, todavía vibraba con el ligero toque de sus labios bajo los suyos. Ella todavía estaba con él. Y tuvo la más extraña sensación de que siempre lo estaría. Capítulo 14 Traducido por Viktoriak Corregido por Liseth Johanna G racias a Dios Honoria no tuvo que pasar el siguiente día de su vida agonizando por su breve beso con Marcus. Era un corto paseo desde la alcoba de Marcus hasta la suya, En su lugar, ella durmió. por lo que sólo tuvo que poner su mente en la tarea en cuestión, es decir, poner un pie delante del otro permaneciendo en posición vertical el tiempo suficiente para conseguir llegar a su dormitorio. Y una vez que lo hizo, se acostó en la cama y no se levantó de nuevo durante las siguientes veinticuatro horas. Si soñó, no recordó nada después. Era de mañana cuando finalmente despertó, y todavía estaba en el mismo vestido que había estado usando desde que se vistió —¿Cuantos días habían sido?—, en Londres. Un baño parecía ser la orden del día, un nuevo cambio de ropa, y luego el desayuno por supuesto, en el que felizmente insistió en que la señora Wetherby se le uniera a la mesa, para hablar de todo tipo de cosas, que nada tuvieron que ver con Marcus. Los huevos fueron extremadamente interesantes, al igual que lo fue el tocino. Las hortensias fuera de la ventana eran absolutamente fascinantes. Hortensias. ¿Quién lo habría imaginado? Con todo, ella no estaba simplemente evitando a Marcus, sólo que todos los pensamientos acerca de él se mantuvieron en silencio, o al menos así fue hasta que la señora Wetherby preguntó: —¿Ya ha ido a ver a su señoría esta mañana? Honoria hizo una pausa, su panecillo quedó suspendido a medio camino de su boca. —Er…. todavía no— dijo. La mantequilla de su panecillo goteaba en su mano. Lo puso de vuelta en el plato y se limpió los dedos. Y entonces la señora Wetherby dijo: —Estoy segura de que le encantaría verla. Lo que significaba que Honoria tenía que ir. Después de todo el tiempo y esfuerzo que había puesto cuidando de él cuando había estado en las profundidades de la fiebre, se habría visto muy extraño, si ella simplemente hubiese sacudido la mano restándole importancia y dicho: “Oh, estoy segura de que él está bien”. La caminata desde la sala de desayuno hasta la alcoba de Marcus tomó aproximadamente tres minutos, que fueron los tres minutos más largos de los que quiso pasar pensando en el beso de tres segundos. Ella había besado al mejor amigo de su hermano. Había besado a Marcus… quien, según había creído, se había convertido en uno de sus mejores amigos también. Y eso la detuvo casi tanto como el beso lo había hecho ¿Cómo había sucedido? Marcus siempre había sido el mejor amigo de Daniel, no suyo. O más bien, amigo de Daniel en mi primer lugar, y suyo en segundo. Lo cual no era por decir… Se detuvo. Estaba mareándose por sí sola. Al diablo. Lo más probable era que él ni siquiera hubiera pensado en ello al menos una sola vez. Tal vez sólo había estado un poco delirante. Tal vez ni siquiera lo recordaba. ¿Y podría en verdad llamársele beso? Había sido muy, muy corto. ¿Y contaba para algo, si el besador (él) se hubiese estado sintiendo terriblemente agradecido con la besada (ella) e incluso en deuda, en el más elemental de los sentidos? Ella había salvado su vida, después de todo. Un beso no estaba del todo fuera de orden. Además, él había dicho: “Perdóname” ¿Contaba cómo beso si el besador había pedido perdón? Honoria pensó que no. Sin embargo, la última cosa que quería era hablar con él sobre esto, así que cuando la señora Wetherby le dijo que él seguía durmiendo cuando había ido a ver cómo estaba, Honoria decidió hacer su visita a toda prisa con el fin de atraparlo antes de que despertara. Su puerta había quedado entreabierta, por lo que ella puso su mano contra la madera oscura y empujó muy lentamente. Era incomprensible que una casa tan bien gestionada como Fensmore pudiese tener bisagras chirriantes en sus puertas, pero una nunca podía ser demasiado cuidadosa. Una vez que ella hubo hecho una abertura del tamaño de la cabeza, se metió en ella, giró el cuello para poder verlo, y… Él se volvió hacia ella y la miró. —¡Oh, estás despierto! —Las palabras saltaron de su boca como el trino de un pequeño pájaro aturdido. ¡Caray! Marcus estaba sentado en la cama, las mantas colocadas cuidadosamente alrededor de su cintura. Honoria notó con alivio que por fin se había puesto un camisón de dormir. Él sostuvo en alto un libro. —He estado intentando leer. —Ah, entonces no te molestaré —dijo ella rápidamente, aunque su tono de voz había sido claramente de: He-estado-intentando-leer-pero-simplemente-no-consigo-sentirme-a-gusto. Entonces ella hizo una reverencia. ¡Una reverencia! ¿Por qué, en la tierra, había hecho ella una reverencia? Nunca le había hecho una reverencia a Marcus en su vida. Había asentido con la cabeza, e incluso inclinado un poco las rodillas, pero, Dios mío, él se habría derrumbado por la risa si ella hubiese hecho una reverencia. De hecho, muy posiblemente estaría riendo ahora mismo. Pero nunca lo sabría, porque huyó antes de que pudiese emitir sonido alguno. Sin embargo, cuando se encontró con su madre y la señora Wetherby en el salón de dibujo más tarde ese día, ella pudo decir con su mayor grado de honestidad posible que había ido a visitar a Marcus, y lo había encontrado bastante mejorado. —Incluso está leyendo —dijo, sonando maravillosamente casual—. Eso debe ser una buena señal. —¿Qué estaba leyendo? —preguntó su madre con cortesía, inclinándose para servir su taza de té. —Ehm… —Honoria parpadeó, no recordando nada más allá de la piel de color rojo oscuro de la cubierta del libro—. No me di cuenta, en realidad. —Probablemente deberíamos llevarle unos cuantos libros para que tenga de dónde escoger —dijo Lady Winstead, tendiéndole a Honoria su té—. Está caliente —advirtió, luego continuó—: Es terriblemente aburrido estar confinado en una cama. Hablo por experiencia. Estuve confinada durante cuatro meses cuando te iba a tener a ti, y tres con Charlotte. —No lo sabía. Lady Winstead le restó importancia con un ademán con la mano. —No había nada que hacer al respecto. No es como si tuviera elección. Pero te puedo decir positivamente que los libros salvaron mi cordura. Uno puede leer o bordar, y no veo Marcus cogiendo una aguja e hilo. —No —estuvo de acuerdo Honoria, sonriendo ante la idea. Su madre tomó otro sorbo de su té. —Deberías buscar en su biblioteca y ver qué puedes encontrarle. Y puede quedarse con mi novela cuando nos vayamos. —Dejó la taza—. Traje una de Sarah Gorely. Ya casi termino con ella. Hasta ahora ha sido maravillosa. —¿La señorita Butterworth y el Barón loco? —preguntó Honoria dudosa. Ella la había leído también, y la había encontrado muy divertida, pero era casi igual de ridículamente melodramática, y no podía imaginar a Marcus disfrutándola. Si Honoria recordaba correctamente, había un montón de colgados de acantilados. Y de árboles. Y de los alféizares de las ventanas—. ¿No crees que él preferiría algo más serio? —Estoy segura de que él piensa que preferiría algo más serio. Pero ese muchacho es demasiado serio ya. Necesita más ligereza en su vida. —Difícilmente sigue siendo un muchacho. —Para mí, él siempre será un muchacho. —Lady Winstead se dirigió a la señora Wetherby, que había permanecido en silencio durante todo el intercambio—. ¿No está de acuerdo? —Oh, claro —coincidió la señora Wetherby—. Pero por supuesto, yo lo conozco desde que estaba en pañales. Honoria estuvo segura de que Marcus no aprobaría esta conversación. —Tal vez tú puedas elegir algunos libros para él, Honoria —dijo su madre—. Estoy segura de que conoces su gusto mejor que yo. —En realidad, no estoy segura de que sea así —dijo Honoria, mirando su té. Por alguna razón eso le molestaba. —Tenemos una biblioteca bastante amplia aquí en Fensmore —dijo la señora Wetherby con orgullo. —Estoy segura de que encontraré algo —dijo Honoria, poniendo una sonrisa en su rostro. —Tendrás que —dijo su madre—, a menos que desees enseñarle a bordar. Honoria le lanzó una mirada de pánico, y luego vio la risa en sus ojos. —Oh, ¿te imaginas? —dijo Lady Winstead con una sonrisa—. Sé que los hombres hacen una maravillosa sastrería, pero estoy segura de que cuentan con equipos de costureras escondidas en sus cuartos traseros. —Sus dedos son demasiado grandes —coincidió la señora Wetherby—. Ellos no pueden sostener las agujas correctamente. —Bueno, él no podría ser peor de lo que lo era Margaret. —Lady Winstead se volvió hacia la señora. Wetherby y explicó—: Mi hija mayor. Nunca he visto a nadie menos calificado con una aguja. Honoria miró a su madre con interés. Nunca se había dado cuenta de que Margaret era tan funesta en la costura. Pero, de nuevo, Margaret era diecisiete años mayor que ella. Ella había estado casada y fuera de la casa Smythe-Smith antes que Honoria hubiera sido aún lo suficientemente mayor empezar a guardar recuerdos. —Lo bueno es que tenía talento para el violín —continuó Lady Winstead. Honoria alzó la vista bruscamente ante esto. Ella había escuchado a Margaret tocar. “Talento” no era la palabra que ella habría usado para describirlo. —Todas mis hijas tocan el violín —dijo Lady Winstead con orgullo. —¿Incluso usted, Lady Honoria? —preguntó la señora Wetherby. Honoria asintió con la cabeza. —Incluso yo. —Ojala hubiese traído usted el instrumento. Me habría encantado escucharla tocar. —No soy tan capaz como mi hermana Margaret —dijo Honoria. Lo cual, por desgracia, era verdad. —Oh, no seas tonta —dijo su madre, dándole una palmada juguetona en el brazo—. Pensé que estuviste magnífica el año pasado. Sólo tienes que practicar un poco más. —Ella se volvió hacia la señora Wetherby—. Nuestra familia ofrece una velada musical cada año. Es una de las más solicitadas invitaciones de la ciudad. —Es un tesoro provenir de una familia de músicos. —Oh —dijo Honoria, porque no estaba segura de que sería capaz de arreglárselas para decir otra cosa—. Sí. —Espero que tus primas estén ensayando en tu ausencia —dijo su madre con una expresión de preocupación. —No estoy segura de cómo podrían —dijo Honoria—. Es un cuarteto. Una no puede realmente ensayar si falta uno de los violines. —Sí, supongo que sí. Es sólo que Daisy es tan novata. —¿Daisy? —preguntó la señora Wetherby. —Mi sobrina —explicó Lady Winstead—. Ella es muy joven y, —Su voz se convirtió en un susurro, aunque por su vida entera, Honoria no pudo imaginarse por qué—, no es muy talentosa. —Oh, Dios mío —exclamó la señora Wetherby, una de sus manos elevándose hacia su pecho—. ¿Y ahora qué van a hacer? Su velada musical se arruinará. —Estoy bastante segura de que Daisy se mantendrá al día con el resto de nosotras —dijo Honoria con una débil sonrisa. A decir verdad, Daisy era pésima. Pero era difícil imaginar que su interpretación volviera al cuarteto peor de lo que era. Y ella traería un poco de entusiasmo muy necesario al grupo. Sarah seguía afirmando que preferiría que le arrancaran los dientes antes que tocar con el cuarteto de nuevo. —¿Ha ido alguna vez Lord Chatteris a la velada musical? —preguntó la señora Wetherby. —Oh, él viene cada año —respondió Lady Winstead—. Y se sienta en la primera fila. Era un santo, pensó Honoria. Al menos por una noche al año. —Es un amante de la música —dijo la señora Wetherby. Un santo. Un mártir, incluso. —Supongo que tendrá que perdérselo este año —dijo Lady Winstead, con un triste suspiro—. Tal vez podemos arreglar que las chicas que vengan aquí para un concierto especial. —¡No! —exclamó Honoria tan fuerte, que ambas mujeres la miraron—. Quiero decir, que a él no le gustaría, estoy segura. A él no le gusta que la gente se tome tantas molestias por él. —Pudo ver por la expresión en el rostro de su madre que este argumento no resultaba ser lo suficientemente fuerte, por lo que agregó—: Además, a Iris no le sienta bien viajar. Una mentira flagrante, pero fue lo mejor que pudo lograr en tan poco tiempo. —Bueno, supongo —reconoció su madre—. Pero siempre estará el próximo año. — Luego, con un destello de pánico en sus ojos, añadió—: Aunque tú no estarás tocando, estoy segura. —Cuando se hizo evidente que tendría que explicarse, se volvió hacia la señora Wetherby y dijo—: Cada hija Smythe-Smith debe dejar el cuarteto cuando se casa. Es una tradición. —¿Está comprometida para casarse, Lady Honoria? —le preguntó la señora Wetherby, su ceño fruncido en confusión. —No —respondió Honoria—, y yo… —Lo que ella quiere decir —interrumpió su madre—, es que esperamos que esté comprometida para el final de la temporada. Honoria sólo pudo quedarse mirando. Su madre no había mostrado tal determinación o estrategia durante sus dos primeras temporadas. —Espero que no sea demasiado tarde para Madame Brovard —reflexionó su madre. ¿Madame Brovard? ¿La modista más exclusiva de Londres? Honoria se quedó atónita. Apenas hacía unos días su madre le había preguntado para ir de compras con su prima Marigold para "buscar algo de color rosa”. ¿Ahora ella quería que Honoria fuera a ver a Madame Brovard? —Ella no usa la misma tela dos veces si es importante. —Su madre le explicaba a la señora Wetherby—. Es por eso que es considerada la mejor. La señora Wetherby asintió, claramente disfrutando de la conversación. —Pero el inconveniente es que si una va a verla demasiado tarde en la temporada — Lady Winstead levantó las manos de forma fatalista—, todos los buenos tejidos se han acabado. —Oh, eso es terrible —respondió la señora Wetherby. —Lo sé, lo sé. Y quiero asegurarme de que encontremos los colores correctos para Honoria este año. Para resaltar sus ojos, sabe. —Ella tiene unos hermosos ojos —coincidió la señora Wetherby. Se volvió a Honoria—. Los tiene usted. —Eh, gracias —dijo Honoria de forma automática. Era extraño, ver a su madre actuando como... bueno, como la señora Royle, para ser completamente honestos. Desconcertante—. Creo iré a la biblioteca ahora —anunció. Las dos mujeres habían entrado en una animada discusión sobre la distinción entre el lavanda y el bígaro. —Que pases un buen rato, querida —dijo su madre sin siquiera mirar en su dirección—. Le digo señora Wetherby, si usted tuviera un tono más claro de bígaro… Honoria se limitó a sacudir la cabeza. Necesitaba un libro. Y tal vez otra siesta. Y una rebanada de pastel. Y no necesariamente en ese orden. El doctor Winters vino aquella tarde y declaró a Marcus en el buen camino de la recuperación. La fiebre había desaparecido completamente, la pierna sanaba espléndidamente, e incluso su esguince en el tobillo —del cual todos se habían olvidado—, ya no mostraba signos de inflamación. Con la vida de Marcus fuera de peligro, Lady Winstead anunció que ella y Honoria empacarían y partirían a Londres inmediatamente. —Ha sido muy irregular hacer el viaje en primer lugar —le dijo a Marcus en privado—. Dudo que se hable, dada nuestra relación anterior y la precariedad de tu salud, pero ambos sabemos que la sociedad no será tan indulgente si nos demoramos. —Por supuesto —murmuró Marcus. Era lo mejor, en verdad. Él estaba más allá de lo aburrido y echaría de menos tenerlas, pero la temporada iba a comenzar seriamente muy pronto y Honoria tenía que volver a Londres. Era una hija soltera de un conde y por tanto era importante la búsqueda de un marido adecuado, no había otro lugar para ella en esta época del año. Tendría que ir también, para cumplir su promesa con Daniel y asegurarse de que ella no se casara con un idiota, pero estaba en cama —por órdenes del médico—, y lo estaría por lo menos otra semana. Después estaría confinado en su casa por una semana más, posiblemente dos, hasta que el doctor Winters estuviese seguro que estaba libre de la infección. La señora Winstead le había hecho prometer que seguiría las directivas del médico. —No salvamos tu vida para que la malgastaras —le dijo. Sería cerca de un mes antes de que pudiera seguirlas a la ciudad. Él encontró esto inexplicablemente frustrante. —¿Dónde está Honoria? —le preguntó a Lady Winstead, a pesar de que sabía que no debía preguntar por una mujer soltera a su madre. Pero estaba tan aburrido. Y echaba de menos su compañía. Lo cual no era en absoluto lo mismo que echarla de menos a ella. —Tomamos el té hace muy poco —dijo Lady Winstead—. Ella dijo que te vio esta mañana. Creo que planea buscarte algunos libros en la biblioteca de aquí. Me imagino que estará aquí con ellos en la noche. —Lo apreciaré mucho. Ya casi termino con… —Él miró sobre su mesa de noche. ¿Qué había estado leyendo?—. Las preguntas filosóficas sobre la esencia de la libertad humana. Sus cejas se levantaron. —¿Lo estabas disfrutando? —No mucho, no. —Le diré a Honoria que se dé prisa con los libros, entonces —dijo ella con una sonrisa divertida. —Realmente lo espero —dijo él. Comenzó a sonreír y, a continuación, se contuvo y asumió un semblante más serio. —Estoy segura de que ella también —dijo Lady Winstead. De esto Marcus no estaba tan seguro. Pero aun así, si Honoria no mencionaba el beso, entonces él tampoco lo haría. Era una cosa sin importancia, de verdad. O si no, entonces debería serlo. Fácilmente olvidado. Estarían de regreso a su vieja amistad en muy poco tiempo. —Creo que ella todavía está cansada —dijo Lady Winstead—, aunque no puedo imaginar por qué. Durmió durante veinticuatro horas, ¿sabías eso? No, él no lo sabía. —Ella no se alejó de tu lado hasta que la fiebre bajó. Me ofrecí a ocupar su lugar, pero no lo concedió. —Estoy muy en deuda con ella —dijo Marcus en voz baja—. Y con usted también, por lo que entiendo. Por un momento, Lady Winstead no dijo nada. Pero entonces, abrió los labios, como si estuviera decidiendo si hablar o no. Marcus esperó, sabiendo que el silencio era a menudo el mejor ánimo, y unos segundos más tarde, Lady Winstead se aclaró la garganta y dijo: —No habríamos venido a Fensmore si Honoria no hubiera insistido. No estaba seguro de qué decir a eso. —Le dije que no debíamos venir, que no era adecuado, ya que no somos familia. —No tengo familia —dijo él en voz baja. —Sí, eso es lo que dijo Honoria. Sintió una extraña punzada debido a eso. Por supuesto, Honoria sabía que él no tenía familia, todo el mundo lo sabía. Pero de alguna manera, al oírselo decir, o sólo escuchar que alguien le dijera que lo había dicho... Le dolió. Sólo un poco. Y no entendía por qué. Honoria había visto más allá de todo eso, por fuera de su soledad y dentro también. Ella la había visto —no, lo vio a él—, en una forma que incluso él no había llegado a entender. No se había dado cuenta de lo solitaria que su vida era hasta que ella había tropezado de nuevo en ella. —Fue de lo más insistente —dijo Lady Winstead, irrumpiendo en sus pensamientos. Y luego, en voz tan baja que apenas la oyó, dijo—: Pensé que debías saberlo. Capítulo 15 Traducido por Dai y Lizzie Corregido por Liseth Johanna V arias horas después, Marcus estaba sentado en la cama, ni siquiera fingiendo leer “Solicitudes filosóficas de la esencia de la libertad humana” cuando Honoria pasó por otra visita. Ella sostenía alrededor de media docena de libros en sus brazos y estaba acompañada por una criada que llevaba una bandeja con la cena. Él no estaba sorprendido de que ella hubiera esperado hasta que alguien más hubiera tenido que subir a su cuarto. —Te traje algunos libros —dijo ella con una sonrisa decidida. Esperó hasta que la criada pusiera la bandeja en su cama y luego dejó la pila de libros sobre la mesa de noche. —Mamá dice que probablemente necesitarías entretenimiento. —Ella sonrió de nuevo, pero su expresión estaba demasiado resuelta como para haber sido espontánea. Con un pequeño asentimiento, se dio vuelta y empezó a seguir a la criada fuera del cuarto. —¡Espera! —la llamó. No podía dejarla ir. No todavía. Ella se detuvo, se dio vuelta y le dio una mirada interrogativa. —¿Siéntate conmigo? —preguntó él, inclinando su cabeza hacia la silla. Ella dudó, por eso él añadió—: Sólo me he tenido a mí mismo de compañía por la mejor parte de dos días. —Ella todavía lucía vacilante, entonces él sonrió irónicamente y dijo—: Me encuentro un poco aburrido, lo lamento. —¿Sólo un poco? —contestó ella, probablemente antes de recordar que estaba tratando de no entrar en su conversación. —Estoy desesperado, Honoria —le dijo. Ella suspiró, pero tenía una sonrisa melancólica cuando lo hizo, y caminó dentro del cuarto. Dejo la puerta hacia el pasillo abierta; ahora que él no estaba en la puerta de la muerte, había algunas normas que debían obedecer. —Odio esa palabra —dijo ella. —¿Desesperado? —adivinó— ¿La encuentras muy usada? —No —suspiró, sentándose en una silla cerca de la cama—. Con frecuencia demasiado acertada. Es un sentimiento terrible. Él asintió, aunque en verdad, él no creía entender la desesperación. La soledad seguramente sí, pero no la desesperación. Ella se sentó lentamente a su lado, sus manos dobladas en su regazo. Había un largo silencio, ni muy incómodo pero tampoco cómodo, y luego ella dijo de repente: —El caldo es de ternera. Él miró hacia abajo al pequeño cuenco de porcelana en su bandeja, todavía cubierto por una tapa. —La cocinera lo llama boeuf consommé —continuó, hablando un poco más rápido de como lo hacía normalmente—, pero es caldo, simple y llano. La Sra. Wetherby insiste que sus poderes curativos no tienen comparación. —No supongo tener otra cosa más que caldo —dijo él con pesar, mirando hacia abajo a su escasa bandeja. —Tostada seca —dijo comprensivamente Honoria—. Lo siento. Él sintió su cabeza caer otra pulgada. Daría todo por una rebanada de pastel de chocolate de Flinde. O una tarta de nata con manzanas. O un bizcocho con masa de manteca, o un bollo Chelsea o cualquier maldita cosa que tuviera mucha azúcar. —Huele bastante bien —dijo Honoria—, el caldo. Olía bastante bien, pero no tan bien como lo haría el chocolate. Él suspiró y tomó una cucharada, soplándola antes de probarla. —Está buena —dijo él. —¿De verdad? —Ella lucía con dudas. Él asintió y comió un poco más. O más bien bebió más. ¿Uno comía sopa o la bebe? Y otro punto, ¿podría conseguir algo de queso para derretir encima? —¿Qué cenaste tú? —le preguntó él. Ella sacudió la cabeza. —No quieres saber. Él comió/bebió otra cucharada. —Probablemente no. —Luego no pudo detenerse—. ¿Había jamón? Ella no dijo nada. —Lo había —dijo él acusadoramente. Miró hacia abajo a los restos de su sopa. Supuso que podía usar la tostada seca para absorberlo. No había dejado suficiente líquido y después de dos bocados, la tostada estaba realmente seca. Aserrín. Vagando por el desierto. Se detuvo por un momento. ¿No había estado vagando sediento por el desierto hace unos días? Tomó una mordida de su completamente desagradable tostada. Nunca en su vida había estado en un desierto, y probablemente nunca lo estaría, pero por lo que los hábitats geográficos eran parecía estaban ofreciéndole un montón de símiles. —¿Por qué sonríes? —pregunto Honoria con curiosidad. —¿Lo estoy? Era una sonrisa muy, muy triste, te lo aseguro. —Contempló su tostada—. ¿De verdad hubo jamón? —Y luego, aun cuando sabía que no quería saber la respuesta—. ¿Había budín? Él la miró. Ella tenía una expresión culpable. —¿Chocolate? —susurró él. Ella sacudió la cabeza. —¿Baya? Ca... Oh, Señor ¿cocinó tarta de melaza? Nadie hacía la tarta de melaza como la cocinera de Fensmore. —Estaba deliciosa —admitió ella, con uno de esos suspiros felices reservados para los recuerdos de los mejores postres—. Fue servida con nata y fresas. —¿Queda? —preguntó él con pesar. —Creería que debe. Fue servido en un enorme... espera un momento —Sus ojos se estrecharon y ella le lanzó una mirada de sospecha—. No me estás pidiendo que robe un pedazo, ¿verdad? —¿Lo harías? —Él esperó que su cara luciera tan patética como su voz. Realmente necesitaba que ella lo compadeciera. —¡No! —Pero sus labios se presionaban en un claro intento de no reírse—. Tarta de melaza no es un alimento apropiado para un enfermo. —No veo por qué no —contestó con extrema sinceridad. —Porque se supone que tienes caldo, gelatina de pie de ternera y aceite de hígado de bacalao. Todos lo saben. Él forzó a su estómago a no vomitar ante la mención. —¿Alguna de esos manjares alguna vez te hizo sentir mejor? —No, pero no creo que ese sea el punto. —¿Cómo posiblemente ese no es el punto? Sus labios se separaron para una respuesta rápida, pero ella todavía fue lo bastante cómica. Sus ojos se voltearon y miraron hacia la izquierda, casi como si estuviera buscando en su mente una respuesta conveniente. Finalmente, ella dijo con deliberada lentitud: —No lo sé. —Entonces ¿me robarás una porción? —Él le dio su mejor sonrisa. Su mejor casimuero-entonces-cómo-me-lo-puedes-negar sonrisa. O al menos así esperó que apareciera. La verdad era, él no era un conquistador muy dotado, y tal vez podría haber salido como estoy-medio-transtornado-entonces-está-en-el-interés-de-todos-si-pretendes-estár-de-acuerdoconmigo sonrisa. Realmente no había manera de saber. —¿Tienes idea de en cuántos problemas podría meterme? —preguntó Honoria. Ella se inclinó hacia adelante de una manera furtiva, como si alguien pudiera estar espiándonos. —No mucho —contestó él—, es mi casa. —Eso importa muy poco cuando hay que presentarse ante la ira de la Sra. Wetherby, el Dr. Winters y mi mamá. Él se encogió. —Marcus... Pero ella no tenía ninguna protesta coherente más allá de esa. Entonces, él dijo: —Por favor. Ella lo miró. Él intentaba lucir patético. —Oh, está bien. —Ella soltó un pequeño resoplido, que capitulaba con una notable falta de gracia—. ¿Tengo que ir ahora mismo? Él unió sus manos piadosamente. —Estaría más agradecido si lo hicieras. Ella no movió su cabeza pero sus ojos se movieron hacia un lado y luego hacia el otro, y no se podía decir si estaba tratando de disimular. Luego se paró y sacudió la tela verde pálida de su falda con sus manos. —Volveré —dijo. —No puedo esperar. Ella marchó hacia la puerta y se giró. —Con tarta. —Eres mi salvadora. Sus ojos se estrecharon. —Me la debes. —Te debo mucho más que tarta de melaza —le dijo seriamente. Ella salió del cuarto sin otra palabra, dejando a Marcus con su cuenco vacío y la corteza del pan. Y libros. Revisó la mesa donde ella había dejado los libros para él. Con cuidado de no tirar el vaso con limonada tibia que la Sra. Wetherby había preparado para él, movió la bandeja hacia el otro lado de la cama. Inclinándose, agarró el primer libro y lo miró. Sorprendentes y pintorescos dibujos del magnífico, hermoso, maravilloso e interesante paisaje alrededor del Lago Earn. ¡Por Dios! ¿Había encontrado eso en la biblioteca? Miró el siguiente. La Srta. Butterworth y el Barón Loco. No era algo que él escogería normalmente, pero comparado con Sorprendentes y maravillosos dibujos del magnífico, hermoso, etcétera, etcétera en algún lugar inexplorado de Escocia, debería aburrirte a muerte, lucía un poco más positivo. Se acomodó contra sus almohadas, pasó las páginas hasta estar en el primer capítulo y se sentó para leer. Era una noche oscura y ventosa... ¿No había escuchado eso antes? …y la Srta. Priscilla Butterworth estaba segura de que en cualquier momento la lluvia comenzaría, cayendo desde el cielo a cántaros y chorros. Para el momento en que Honoria regresó, la Srta. Butterworth había sido abandonada en el umbral de una puerta, sobrevivido a una plaga y había sido perseguida por una tabla salvaje. Ella era de pies bastantes ligeros, la Srta. Butterworth. Marcus dio vuelta con impaciencia el capítulo tres, donde él esperaba que la Srta. Butterworth tropezara con una plaga de langostas y estaba absorto cuando Honoria apareció en la puerta, sin respiración y con un repasador en las manos. —Entonces ¿no la conseguiste? —preguntó, mirándola por encima del libro de la Srta. Butterworth. —Por supuesto que la conseguí —contestó con desdén. Abrió el repasador y lo extendió para revelar algo quebradizo pero sin embargo reconocible, una tarta de melaza—. Traje una tarta entera. Marcus sintió a sus ojos abrirse. Estaba cosquilleando. Honestamente. Cosquilleando con anticipación. La Srta. Butterworth y sus langostas no eran nada comparado con esto. —Eres mi heroína. —Por no decir nada de haberte salvado la vida —bromeó ella. —Bueno, eso también —objetó. —Uno de los lacayos me persiguió. —Ella miró sobre su hombro a través de la puerta abierta—. Creo que podría haber pensado que era una ladrona, aunque realmente si yo viniera para robarle a Fensmore, no empezaría por la tarta de melaza. —¿De verdad? —preguntó, su boca llena de cielo—. Es exactamente donde yo empezaría. Ella partió un pedazo y lo puso en su boca. —Oh, está bueno —suspiró ella—, incluso sin nata y fresas. —No puedo pensar en nada mejor —dijo él con un suspiro feliz—. Excepto, tal vez, pastel de chocolate. Ella se puso en el costado de la cama y tomó otro pequeño pedazo. —Lo siento —dijo, tragando antes de continuar—, no sabía dónde conseguir tenedores. —No me importa —dijo él. No lo hacía. Sólo estaba tan malditamente feliz de estar comiendo comida real, con verdadero sabor. Eso requería masticar de verdad. Él nunca sabría por qué la gente pensaba que los líquidos eran la clave para recuperarse de una fiebre. Empezó a fantasear con una empanada de carne. El postre era maravilloso, pero iba a necesitar algún sustento verdadero. Carne picada. Patatas cortadas, ligeramente doradas en el horno. Casi podía saborearlas. Miró a Honoria. De alguna manera él no creía que ella fuera capaz de sacar eso de la cocina en un repasador. Honoria se estiró por otro pedazo de tarta. —¿Qué estás leyendo? —preguntó ella. —La Srta. Butterworth y el, eh... —Miró al libro, que yacía abierto sobre sus páginas en la cama—... el barón loco, al parecer. —¿De verdad? —Ella lucía atontada. —No podía hacerme abrir Reflexiones e iluminaciones de una pequeña área en Escocia. —¿Qué? —Este —dijo él, dándole el libro. Ella miró hacia abajo y se dio cuenta de que sus ojos tuvieron que moverse para captar todo el título. —Luce muy descriptivo —dijo ella con un pequeño encogimiento de hombros—, pensé que lo disfrutarías. —Sólo si estaba preocupado de que la fiebre no me haya matado —dijo con un resoplido. —Creo que suena interesante. —Deberías leerlo, entonces —dijo con un ademan amable—. No lo extrañaré. Sus labios se presionaron juntos con impaciencia. —¿Miraste algo más de lo que te traje? —Realmente no. —Sostuvo a la Srta. Butterworth—. Esto era realmente intrigante. —No puedo creer que lo estés disfrutando. —Entonces ¿lo has leído? —Sí, pero... —¿Lo terminaste? —Sí, pero... —¿Lo disfrutaste? No parecía tener una respuesta lista, entonces él aprovechó su distracción y acercó más el repasador. Algunas pulgadas más, y la tarta estaría completamente fuera de su alcance. —Lo disfruté —dijo finalmente—, aunque encontré algunas partes inverosímiles. Él se tiró sobre el libro y miró hacia abajo. —¿De verdad? —No estás muy lejos de él —dijo Honoria, jalando de regreso el repasador en su dirección—. Su madre es picada hasta la muerte por palomas. Marcus miró al libro con respeto recién descubierto. —¿De verdad? —Es bastante macabro. —No puedo esperar. —Oh, por favor —dijo ella—, probablemente no quieres leerlo. —¿Por qué no? —Es tan... —Ella sacudió una mano en el aire mientras buscaba la palabra correcta—. Poco serio. —¿No puedo leer algo poco serio? —Bueno, por supuesto que puedes. Sólo encuentro difícil imaginar que habrías elegido hacerlo. —¿Y eso por qué? Sus cejas se levantaron. —Estás sonando terriblemente a la defensiva. —Tengo curiosidad. ¿Por qué no elegiría para leer algo poco serio? —No lo sé. Tú eres tú. —¿Por qué eso suena como un insulto? —dijo con nada más que curiosidad. —No lo es. —Ella tomó otro pedazo de tarta de melaza y lo mordió. Y ahí fue cuando ocurrió lo extraño. Sus ojos volaron a los labios de ella, y cuando miró, la lengua de ella revoloteaba fuera de su boca para lamer a una miga errante. Era el movimiento más diminuto, terminado en menos de un segundo. Pero un disparo eléctrico lo atravesó y con un jadeo se dio cuenta de que era deseo. Caliente, apretado deseo. Por Honoria. —¿Estás bien? —preguntó ella. No. —Sí, eh, ¿por qué? —Pensé que podría haber herido tus sentimientos —admitió ella—. Si lo hice, por favor acepta mis disculpas. De verdad, no quise que pareciera un insulto. Eres perfectamente agradable de la forma en que eres. —¿Agradable? —Una palabra muy suave. —Es mejor que no agradable. Era en este punto que un hombre diferente podría haberla agarrado y mostrado con precisión cuán "no agradable" él podía ser, y Marcus estaba actualmente lo suficientemente "no agradable" como para imaginar la escena con gran detalle. Pero también aún estaba sufriendo las secuelas de una fiebre casi mortal, por no hablar de la puerta abierta y su madre, quien estaba probablemente justo en el pasillo. Así que en lugar de eso, dijo: —¿Qué más me trajiste para leer? Era un camino mucho más seguro de conversación, especialmente desde que había pasado gran parte del día convenciéndose a sí mismo que besarla no tenía nada que ver con el deseo. Había sido una aberración completa, una explosión momentánea de la locura provocada por una emoción extrema. Este argumento, por desgracia, acababa de recibir un disparo partiéndolo en pedazos. Honoria había cambiado su posición por lo que podría llegar a los libros sin pararse, y esto significaba que se había movido a su parte inferior un poco más cerca a. . . bueno, a su parte inferior, o realmente, la cadera, si uno quería poner un fino punto en eso. Había una sábana y una manta entre ellos, por no hablar de su camisa de dormir y su vestido y el cielo sabía qué otra cosa tenía debajo de él, pero querido Dios nunca había sido tan consciente de otro ser humano, como de ella en este justo momento. Y él todavía no estaba seguro de cómo había sucedido. —Ivanhoe —dijo. ¿De qué estaba hablando? —¿Marcus? ¿Me estás escuchando? Te he traído Ivanhoe. Por Sir Walter Scott. Aunque, mira esto, ¿no es interesante? Parpadeó, seguro de que se debía haberse perdido algo. Honoria había abierto el libro e iba pasando las páginas desde el principio. —Su nombre no aparece en el libro. Yo no lo veo por ninguna parte. —Le dio la vuelta y lo levantó—. Simplemente dice: “Por el autor de Waverley”. Mira, incluso en el lomo. Él asintió con la cabeza, porque eso era lo que él pensaba que se esperaba de él. Pero al mismo tiempo, parecía que no podía apartar los ojos de sus labios fruncidos, los cuales estaban juntos en esa cosa budista que hacía cuando estaba pensando. —No he leído Waverley, ¿tú sí? —Ella miró hacia arriba con los ojos brillantes. —No —respondió él. —Tal vez yo debería —murmuró ella—. Mi hermana me dijo que ella lo disfrutaba. Pero en cualquier caso, yo no te traje Waverley, te he traído Ivanhoe. O, más bien, el primer volumen. No vi ningún punto en traer los tres. —He leído Ivanhoe —le dijo. —Oh. Bueno, vamos a ponerlo a un lado, entonces. —Ella miró hacia abajo al siguiente. Y él la miró a ella. Sus pestañas. ¿Cómo nunca se dio cuenta de cuán largas eran? Era bastante extraño, porque ella no tenía la coloración que usualmente acompañaba a las pestañas largas. Tal vez por eso no se había fijado en ellas, eran largas, pero no oscuras. —¿Marcus? ¡Marcus! —¿Hmmm? —¿Está todo bien? —Ella se inclinó hacia adelante, con respecto a él con cierta preocupación—. Te ves un poco sonrojado. Se aclaró la garganta. —Tal vez algo más de agua de limón. —Bebió un sorbo y luego otro, una buena medida. —¿Encuentras caliente aquí? —No. —Arrugó la frente—. No. —Estoy seguro de que no es nada. Yo… Ella ya tenía su mano en su frente. —No te sientes caliente. —¿Qué más has traído? —preguntó él con rapidez, haciendo un gesto con la cabeza hacia los libros. —Oh, eh, aquí estamos. . . —Ella se apoderó de otro y leyó la portada—. Historia de las Cruzadas para la Recuperación y Posesión de la Tierra Santa. Oh, Dios mío. —¿Qué es? —Traje sólo el Volumen Dos. No puedes empezar por ahí. Te pierdes el asedio entero de Jerusalén y todo lo relacionado a los noruegos. Que se diga, Marcus pensó secamente, que nada enfría el ardor de un hombre, como las Cruzadas. Aún. . . Él la miró interrogante. —¿Los noruegos? —Una cruzada poco conocida en el comienzo —dijo, moviendo de lado lo que probablemente fue una buena década de historia con un movimiento de su muñeca—. Casi nadie habla de ello. —Ella miró hacia él y vio lo que debe haber sido una expresión de asombro—. Me gustan las Cruzadas —dijo encogiéndose de hombros. —Eso es. . . excelente. —¿Qué hay de La Vida y la Muerte del Cardenal Wolsey? —preguntó, levantando otro libro—. ¿No? También tengo Historia de la Aparición, Evolución y Término de la Revolución Americana. —Realmente crees que soy aburrido —le dijo. Ella lo miró acusadoramente. —Las Cruzadas no son aburridas. —Pero sólo trajiste el Volumen Dos —le recordó. —Puedo regresar y buscar el primer volumen. Decidió interpretar eso como una amenaza. —Oh, aquí estamos. Mira esto. —Ella levantó un muy delgado, libro de bolsillo con una expresión triunfal—. Yo tengo uno de Byron. El hombre menos aburrido en existencia. O al menos eso me han dicho. Nunca me he encontrado con él por mí misma. —Ella abrió el libro a la página del título—. ¿Has leído El Corsario? —En el día de su publicación. —Oh. —Ella frunció el ceño—. Este es otro de Sir Walter Scott. Peveril del Pico. Es mucho más largo. Debe mantenerte ocupado durante algún tiempo. —Creo que Butterworth. estaré atrapado con La Señorita —Si así lo deseas. —Ella le lanzó una mirada como diciendo: No hay manera de que te vaya a gustar—.Pertenece a mi madre. A pesar de que dijo que puedes conservarlo. —Si nada más, estoy seguro de que reavivará mi amor por el pastel de pichón. Ella se echó a reír. —Le diré a la cocinera que lo prepare para después que nos vayamos mañana. —Ella levantó la vista de repente—. ¿Sabías que salimos para Londres mañana? —Sí, tu madre me dijo. —No nos iríamos a menos que tuviéramos la certeza de que te estabas recuperando —le aseguró. —Lo sé. Estoy seguro de que tienen mucho que atender en la ciudad. Ella hizo una mueca. —Ensayos, en realidad. —¿Ensayos? —Para el… Oh, no. —…musical. La velada musical de Las Smythe-Smith. Aquello terminó lo que las Cruzadas habían comenzado. No había un hombre vivo que pudiera mantener un pensamiento romántico cuando se enfrentaba al recuerdo —o la amenaza—, de una velada musical Smythe-Smith. —¿Aún estás tocando el violín? —preguntó cortésmente. Ella le dio una mirada extraña. —Apenas he tocado el Chelo desde el año pasado. —No, no, no, por supuesto. —Había sido una cosa tonta para preguntar. Pero, posiblemente, la única pregunta educada que podría haber llegado—. Eh, ¿ya sabes para cuando está programada la velada musical de este año? —El catorce de abril. No es tan lejos. Sólo un poco más de dos semanas. Marcus tomó otro pedazo de tarta de melaza y masticó, tratando de calcular cuánto tiempo podría necesitar para recuperarse. Tres semanas parecía exactamente el tiempo correcto. —Lamento que me lo perderé —dijo. —¿De verdad? —Ella sonaba positivamente interpretar eso. incrédula. No estaba seguro de cómo —Bueno, por supuesto —dijo, tartamudeando un poco. Nunca había sido un mentiroso terriblemente bueno—. No me la he perdido por años. —Lo sé —dijo, sacudiendo la cabeza—. Ha sido un magnífico esfuerzo de tu parte. Él la miró. Ella lo miró. Él la miró más de cerca. —¿Qué estás diciendo? —preguntó cuidadosamente. Sus mejillas se volvieron muy ligeramente rosadas. —Bueno —dijo ella, mirando hacia una pared totalmente blanca—, me doy cuenta de que no somos las más. . . eh… —Se aclaró la garganta—. ¿Hay un antónimo de discordantes? Él la miró con incredulidad. —¿Estás diciendo que sabes?. . . . ehm, es decir… —¿Qué somos horribles? —terminó ella por él—. Por supuesto que lo sé. ¿Me crees una idiota? ¿O sorda? —No —dijo, sacando la silaba con el fin de darse tiempo para pensar. Aunque que bien le iba a hacer, no tenía ni idea—. Simplemente pensé. . . Él lo dejó en eso. —Somos terribles —dijo Honoria con un encogimiento de hombros—. Pero no hay un punto en el histrionismo o el mal humor. No hay nada que podamos hacer al respecto. —¿Practicar? —sugirió, pero muy cuidadosamente. No hubiera pensado que una persona pudiera ser al mismo tiempo desdeñosa y divertida, pero si la expresión de Honoria era una indicación, ella lo había conseguido. —Si yo pensara que la práctica podía realmente hacernos mejores —dijo ella, con los labios muy ligeramente fruncidos, incluso cuando sus ojos bailaban con la risa—, creo, que yo sería la más diligente estudiante de violín que el mundo haya visto. —Tal vez, si… —No —dijo ella, con bastante firmeza—. Somos terribles. Eso es todo lo que hay. No tenemos hueso musical en nuestro cuerpo, y sobre todo no en nuestros oídos. No podía creer lo que estaba oyendo. Él había estado en tantas veladas musicales Smythe-Smith que era un milagro que aún pudiera apreciar la música. Y el año pasado, cuando Honoria había hecho su debut con el violín, se había visto positivamente radiante, interpretando su parte con una amplia sonrisa por lo que uno sólo podía suponer que había estado perdida en un rapto. —En realidad —continuó—, me parece un poco entrañable. Marcus no estaba seguro de que ella fuera capaz de localizar a otro ser humano vivo que estuviera de acuerdo con esa evaluación, pero no vio ninguna razón para decir eso en voz alta. —Así que sonrío —continuó Honoria—, y pretendo que lo disfruto. Y en cierto modo lo disfruto. Los Smythe-Smith han estado teniendo veladas musicales desde 1807. Es toda una tradición familiar. —Y luego, en una zona más tranquila, la voz más contemplativa, agregó—: Me considero muy afortunada al tener tradiciones de la familia. Marcus pensó en su propia familia, o más bien, en el gran agujero enorme en el que una familia nunca había estado. —Sí —dijo en voz baja—, lo eres. —Por ejemplo —dijo—, me pongo zapatos de la suerte. Él estaba seguro de que no podía haber oído bien. —Durante la velada musical —explicó Honoria con un pequeño gesto—. Se trata de una costumbre específica de mi rama de la familia. Henrietta y Margaret están siempre discutiendo sobre quién la empezó, pero siempre usamos zapatos rojos. Zapatos rojos. Ese pequeño rizo del deseo que había sido erradicado por la idea de cruzadas con músicos aficionados volvió a la vida. De repente, nada en este mundo podría haber sido más seductor que los zapatos rojos. Buen Señor. —¿Seguro que todo está bien? —preguntó Honoria—. Luces un poco sonrojado. —Estoy bien —dijo con voz ronca. —Mi madre no lo sabe —dijo. ¿Qué? Si no se hubiera sonrojado antes, lo estaría ahora. —¿Disculpa? —Acerca de los zapatos rojos. Ella no tiene idea de que los usamos. Se aclaró la garganta. —¿Hay alguna razón en particular para que lo mantengan en secreto? Honoria pensó por un momento, y luego extendió la mano y rompió otro trozo de tarta de melaza. —No lo sé. No lo creo. —Ella lo metió en su boca, masticó y se encogió de hombros— . En realidad, ahora que lo pienso, no sé por qué son zapatos rojos. Podrían fácilmente ser verdes. O azules. Bueno, no azules. Eso no sería lo más mínimo fuera de lo normal. Sin embargo, el verde funcionaría. O rosa. Nada funcionaría tan bien como el rojo. De esto Marcus estaba seguro. —Me imagino que empezaremos a ensayar tan pronto como regresemos a Londres — dijo Honoria. —Lo siento —dijo Marcus. —Oh, no —le dijo—. Me gustan los ensayos. Especialmente ahora que todos mis hermanos se han ido, y mi casa es nada sino el tic tac de los relojes y comidas en las bandejas. Es encantador reunirse y tener a alguien con quien hablar. —Ella lo miró con una expresión tímida—. Hablamos por lo menos tanto como ensayamos. —Esto no me sorprende —murmuró Marcus. Ella le lanzó una mirada que decía que no había perdido su pequeña puya. Pero ella no se ofendió, había sabido que ella no lo haría. Y entonces se dio cuenta: a él le gustaba que él hubiera sabido que ella no se ofendería. Había algo maravilloso de conocer tan bien a otra persona. —Entonces —continuó, muy decidido a terminar el tema—, Sarah estará en el piano de nuevo este año, y ella en verdad es mi amiga más cercana. Tenemos un gran tiempo juntas. E Iris se unirá a nosotras en el chelo. Ella es casi exactamente de mi edad, y siempre he destinado pasar más tiempo con ella. Ella estaba con los Royle, también, y yo… Se detuvo. —¿Qué es? —preguntó. Ella parecía casi preocupada. Honoria parpadeó. —Creo que ella podría ser realmente buena. —¿En el chelo? —Sí. ¿Te imaginas? Decidió ver la pregunta como retórica. —De todos modos —continuó—, Iris estará tocando, al igual que su hermana Daisy, que, temo decir, es terrible. —Ehm. . . —¿Cómo preguntar eso cortésmente? —¿Terrible, en comparación con la mayoría de la humanidad o terrible para las Smythe-Smith? Honoria parecía que estaba tratando de no sonreír. —Terrible incluso para nosotras. —Eso es gravísimo —dijo, sorprendentemente, con una cara seria. —Lo sé. Creo que la pobre Sarah tiene la esperanza de ser alcanzada por un rayo en algún momento en las próximas tres semanas. Ella apenas se ha recuperado del año pasado. —¿Puedo entender que ella no sonrió y puso cara de valiente? —¿No estabas allí? —Yo no estaba mirando a Sarah. Sus labios se separaron, pero no de sorpresa, no al principio. Sus ojos estaban todavía encendidos con anticipación, del tipo que se siente cuando uno está a punto de dar un comentario brillantemente ingenioso. Pero entonces, antes de que cualquier sonido surgiera, ella pareció darse cuenta de lo que había dicho. Y fue sólo entonces cuando se dio cuenta de lo que él había dicho. Lentamente, su cabeza se inclinó hacia un lado, y ella lo estaba mirando como si… Como si… Él no lo sabía. No sabía lo que quería decir, excepto que él habría jurado que sus ojos se oscurecieron aun cuando ella se sentó allí, mirándolo fijamente. Más oscuros y más profundos, y todo lo que podía pensar era que ella podía ver en él, hasta llegar a su corazón. Justo bajo su alma. —Yo estaba mirándote a ti —dijo, su voz tan baja que casi no se escuchó—. Estaba mirándote sólo a ti. Pero eso era antes. . . Ella puso su mano sobre la suya. Parecía pequeña, y delicada, y rosadamente pálida. Se veía perfecta. —¿Marcus? —susurró. Y entonces finalmente lo supo. Eso era antes de que la amara. Capítulo 16 Traducido por Liseth Johanna Corregido por Lizzie E ra extraordinario, pensó Honoria, pero el mundo de verdad había dejado de girar. Estaba segura de ello. No podía haber otra explicación para el mareo, el vértigo, la pura singularidad del momento, de ese momento, justo allí, en su habitación, con la bandeja de la cena, una tarta de melaza robada y la añoranza de un único y perfecto beso. Ella se dio vuelta, y sintió su cabeza inclinarse ligeramente a un lado, como si, de alguna manera, si cambiara su ángulo, lo vería más claramente. Y, sorprendentemente, lo hizo. Se movió, y él entró en foco, lo que era tan extraño, porque ella habría jurado que su visión había sido tan clara como el cristal justo un momento antes. Era como si nunca lo hubiera visto antes. Miró en sus ojos, y vio más que color, más que forma. No era que su iris fuera marrón, o que su pupila fuera negra. Era que él estaba allí, y ella podía verlo, cada parte de él, y pensó: lo amo. Aquello hizo eco en su mente. Lo amo. Nada podría haber sido más sorprendente, y al mismo tiempo más simple y verdadero. Sintió como si algo dentro de ella que hubiera estado desplazado por años, y que él, con cinco inocentes palabras —No estaba mirando a Sarah—, había puesto en su lugar. Ella lo amaba. Siempre lo amaría. Tenía tanto sentido. ¿A quién más podría ella amar que a Marcus Holroyd? —Te estaba mirando a ti —dijo él, tan suavemente que ella no podía estar segura de haberlo oído—. Te estaba mirando a ti. Ella bajó la mirada. Su mano estaba sobre la suya. No recordaba haberla puesto allí. —¿Marcus? —susurró, y no sabía por qué aquello era una pregunta. Pero no podía haberse obligado a decir ninguna otra palabra. —Honoria —susurró él, y luego… —¡Mi Dios! ¡Mi Dios! Honoria retrocedió de un salto, casi cayéndose de la silla. Había una pequeña conmoción en el corredor, el sonido de pies apresurándose hacia ellos. A toda prisa, Honoria se levantó y retrocedió en la silla. Un momento después, la madre de Honoria y la Sra. Wetherby entraron de golpe a la habitación. —Una carta ha llegado —dijo sin aliento Lady Winstead—. De Daniel. Honoria se balanceó ligeramente, luego agarró el respaldo de su silla en busca de soporte. No habían escuchado de su hermano en cerca de un año. Bueno, tal vez Marcus sí, pero ella no, y Daniel había dejado hacía ya tiempo de escribirle a su madre. —¿Qué dice? —preguntó Lady Winstead, incluso aunque Marcus todavía estaba rompiendo el sello. —Déjalo abrirla primero —amonestó Honoria. Tenía en la punta de la lengua decir que debían dejar la habitación para permitirle leer la carta en privado, pero no pudo forzarse a hacerlo. Daniel era su único hermano, y lo había extrañado tan horriblemente. Mientras los meses pasaban sin siquiera una simple nota de su parte, ella se había dicho a sí misma que él no había tenido la intención de ignorarla. Su carta seguramente se había perdido; la mensajería internacional era notoriamente poco fiable. Pero justo ahora, a ella no le importaba por qué no había sabido nada de él por tanto tiempo; sólo quería saber qué había en su carta para Marcus. Así que se quedaron allí, mirando fijamente a Marcus con ansiedad. Era más que grosero, pero nadie estaba dispuesto a moverse. —¿Está bien? —preguntó su madre finalmente cuando Marcus terminó la primera página. —Sí —murmuró, parpadeando como si no pudiera leer lo que estaba leyendo—. Sí. De hecho, vendrá a casa. —¿Qué? —Lady Winstead palideció y Honoria se apresuró a su lado en caso de que necesitara apoyo. Marcus se aclaró la garganta. —Escribe que ha recibido algún tipo de correspondencia de Hugh Prentice. Ramsgate finalmente ha accedido a dejar que las ofensas del pasado, permanezcan como ofensas del pasado. En cuanto a las ofensas del pasado, no pudo evitar pensar Honoria, esta era una bien grande. Y la última vez que ella había visto a la Marquesa de Ramsgate, casi había sufrido una apoplejía al verla. Concedido, eso había sido cerca de un año atrás, pero aun así. —¿Podría Lord Hugh está tendiendo una trampa? —preguntó Honoria—. ¿Para atraer a Daniel de vuelta al país? —No lo creo —dijo Marcus, mirando la segunda página de la carta—. Él no es de la clase que hace ese tipo de cosas. —¿No de esa clase? —hizo eco Lady Winstead, la incredulidad haciendo que su voz se elevara de tono—. Él ha arruinado la vida de mi hijo. —Eso es lo que lo hace todo muy extraño —dijo Marcus. Todavía estaba mirando abajo, leyendo las palabras en el papel incluso mientras hablaba—. Hugh Prentice siempre ha sido un buen hombre. Es excéntrico, pero no carece de honor. —¿Daniel dice cuándo regresará? —preguntó Honoria. Marcus sacudió la cabeza. —No es específico. Menciona que tiene unos cuantos asuntos de los que encargarse en Italia, y luego comenzará su viaje a casa. —Oh, cielos —dijo Lady Winstead, dejándose caer en una silla cercana—. Nunca pensé que vería el día. Nunca incluso me permití a mí misma pensar en ello. Lo que, por supuesto, significa que no pensé en nada más. Por un momento, Honoria no pudo hacer nada más que mirar a su madre. Por tres años ella no había mencionado siquiera el nombre de Daniel. ¿Y ahora estaba diciendo que él era todo en lo que había pensado? Honoria sacudió la cabeza. No había utilidad en enojarse con su madre. Lo que fuera que ella había hecho o cómo había estado estos últimos años, lo había más que redimido en los últimos días. Honoria sabía sin duda que Marcus no estaría vivo si no fuera por las habilidades de enfermería de su madre. —¿Cuánto tiempo llevara viajar de Italia a Inglaterra? —preguntó Honoria, porque seguramente esa tenía que ser la pregunta más importante. Marcus levantó la mirada. —No tengo idea. Ni siquiera estoy seguro de en qué parte de Italia está él. Honoria asintió. Su hermano siempre había tenido el hábito de contar historias y dejar de lado los detalles más importantes. —Esto es muy emocionante —dijo la Sra. Wetherby—. Sé que todos ustedes lo han extrañado terriblemente. Por un momento, la habitación se quedó en silencio. Era uno de aquellos comentarios que era tan obvio que nadie sabía cómo expresar su acuerdo. Finalmente, Lady Winstead dijo: —Bueno, si es una buena cosa que ya estemos planeando ir a Londres mañana. De verdad odiaría estar lejos de casa cuando él llegue. —Ella miró a Marcus y dijo—: Debemos irnos por esta noche. Estoy segura de que deseas algo de descanso. Ven, Honoria. Tenemos mucho que discutir, tú y yo. Lo que Lady Winstead deseaba discutir resultó ser cómo debían celebrar el regreso de Daniel. Pero la discusión no llegó muy lejos; Honoria señaló sensiblemente que no había mucho que pudieran hacer si no conocían la fecha de su llegada. Su madre se las arregló para ignorar esto por al menos diez minutos, debatiendo pequeñas reuniones contra grandes, y si debían invitar o no a Lord Ramgsgate y Lord Hugh, y si era sí, ¿podían estar seguras de que declinarían la invitación? Cualquier persona razonable lo haría, pero con Lord Ramsgate uno nunca podía estar seguro. —Madre —dijo Honoria de nuevo—, no hay nada que podamos hacer hasta que Daniel llegue. Puede que él ni siquiera quiera una celebración. —Tonterías. Por supuesto que la querrá. Él… —Dejó el país en desgracia —interrumpió Honoria. Odiaba ser tan directa, pero no había nada más al respecto. —Sí, pero no fue justo. —No importa si no fue justo. Es lo que es, y puede que él no desee recordar nada de ello. Su madre lució poco convencida, pero dejó el asunto de lado, y luego no hubo nada más que hacer que ir a la cama. A la siguiente mañana, Honoria se levantó con el sol. Debían partir temprano; era la única forma de llegar a Londres sin tener que detenerse en la noche a lo largo de la ruta. Después de un rápido desayuno, se dirigió a la habitación de Marcus para despedirse. Y quizás más. Pero cuando llegó, él no estaba en la cama. Una mucama estaba allí, sin embargo, quitando las sábanas del colchón. —¿Sabe en dónde está Lord Chatteris? —inquirió Honoria, esperando que no hubiera sucedido nada. —Está en la habitación de al lado —respondió la mucama. Luego sus mejillas se sonrojaron un poco—. Con su ayuda de cámara. Honoria tragó y probablemente se sonrojó ella misma, entiendo bastante bien que esto significaba que Marcus estaba tomando un baño. La mucama partió con su lío de linos y Honoria se quedó sola en el dormitorio de él por un buen rato, preguntándose qué hacer. Supuso que tendría que despedirse por escrito. No podía esperarlo aquí; era más que irregular, más que incluso las otras irregularidades que habían cometido la semana pasada. Había ciertas reglas de propiedad que podían romperse cuando alguien estaba enfermo de muerte, pero ahora Marcus estaba de nuevo en pie, y aparentemente en algún grado de desnudez. No había forma de que la presencia de ella en su habitación pudiera conducir a algo más que una completa ruina. Además, su madre estaba más que impaciente por irse. Ella buscó papel y pluma en la habitación. Había un pequeño escritorio junto a la ventana, y en la mesa de noche ella vio la carta de Daniel. Yacía en donde Marcus la había puesto la noche anterior, dos páginas de alguna manera arrugadas llenas con la pequeña y apretada letra que la gente usaba cuando estaban intentando ahorrar gastos de envío. Marcus no le había dicho nada que estuviera en la carta más del hecho de que Daniel venía a casa. Lo que, por supuesto, era la cosa más importante, pero aun así, ella estaba hambrienta de noticias. Había pasado tanto tiempo desde que había tenido alguna información de él. No le importaba si solo mencionaba lo que había comido para el desayuno…. Sería un desayuno en Italia, además de terriblemente exótico. ¿Qué estaba él haciendo? ¿Estaba aburrido? ¿Podía hablar en italiano? Ella se quedó mirando las dos hojas de papel. ¿Sería tan terrible si echara un vistazo? No. No podía. Sería una grosera violación de confianza, una completa invasión a la privacidad de Marcus. Y de la de Daniel. Pero entonces, ¿de qué podría hablar que no fuera de su interés? Se dio vuelta, mirando hacia la puerta hacia la que la mucama se había dirigido. No pudo escuchar nada del otro lado. Si Marcus había terminado con su baño, seguramente lo escucharía moviéndose. Miró de vuelta a la carta. Era una lectora muy rápida. Al final, ni siquiera tomó la decisión de leer la carta de Daniel para Marcus. De hecho, no se permitió decidirlo. Era una distinción pequeña, pero una que de alguna forma le permitió ignorar su propio código moral y hacer algo que habría indignado su hubiera sido su carta sobre la mesa. Se movió con rapidez, como si la velocidad pudiera empequeñecer el pecado, y manoteó las dos hojas de papel. Querido Marcus, etc, etc… Daniel escribía acerca del apartamento que había alquilado, describiendo todas las tiendas del barrio con precioso detalle, pero arreglándoselas para omitir el nombre de la ciudad en que estaba. Luego hablaba de la comida, que insistía era superior a la inglesa. Después de eso había un pequeño párrafo acerca de sus planes de venir a casa. Sonriendo, Honoria fue a la segunda hoja de la carta. Daniel escribía de la forma en que hablaba, y ella prácticamente podía oír su voz viniendo de la página. En el siguiente párrafo, Daniel le pedía a Marcus que le informara a su madre de su inminente regreso, lo que hizo sonreír abiertamente a Honoria. Daniel jamás podría haberse imaginado que ella estaría junto a Marcus cuando él leyera la misiva. Y luego, al final, Honoria vio su propio nombre. No he escuchado noticias de que Honoria se case, así que asumo que todavía está soltera. Debo agradecerte por apartar a Fotheringham el año pasado. Es un canalla, y me enfurece que incluso intentara cortejarla. ¿Qué era esto? Honoria parpadeó, como si aquello pudiera cambiar de alguna manera las palabras en la página. ¿Marcus había tenido algo que ver con que Lord Fotheringham no hiciera una propuesta? Ella había decido que no lo que gustaba Lord Fotheringham y no lo aceptaría, pero aun así… A Travers también, habría sido una mala alianza. Espero que no tuvieras que pagarle para dejarla en paz, pero si lo hiciste, te lo reembolsaré. ¿Qué? ¿A la gente la pagaban para… qué? ¿Para no cortejarla? Eso ni siquiera tenía sentido. Aprecio que cuides de ella. Fue algo muy importante que pedir, y sé que no te di muchas posibilidades, pidiéndolo como lo hice en las vísperas de mi partida. Asumiré la responsabilidad cuando regrese, y serás libre de dejar Londres, que sé que detestas. Y así era como Daniel terminaba su carta. Dejando libre a Marcus de la horrorosa carga que era, aparentemente, ella. Dejó las paginas en la mesa, luego las arregló de modo que lucieran como había estado cuando ella las había recogido. ¿Daniel le había pedido a Marcus que cuidara de ella? ¿Por qué Marcus no había dicho nada? ¿Y cuán estúpida era ella, de verdad, que no se había dado cuenta? Tenía un perfecto sentido. Todas esas fiestas cuando ella había visto a Marcus mirando con seriedad en su dirección —él no la había estado mirando mal porque desaprobara su comportamiento; había estado de mal humor porque estaba atascado en Londres hasta que ella recibiera una buena propuesta matrimonial. No había duda de por qué se había visto tan miserable todo el tiempo. Todos esos pretendientes que la habían dejado misteriosamente, él los había apartado. Él había decidido que no eran lo que Daniel querría para ella, y había estado tras de ella y los había apartado. Debería estar furiosa. Pero no lo estaba. No por eso. Todo lo que podía pensar era lo que él había dicho la noche anterior. —No estaba mirando a Sarah. Por todos los cielos, claro que no había estado mirando a Sarah. La había estado viendo a ella porque se había visto forzado a hacerlo. Él la había estado mirando porque su mejor amigo le había hecho prometerlo. La había estado mirando porque ella era una obligación. Y ahora ella estaba enamorada de él. Una horrorizada risa histérica se escapó de su garganta. Tenía que salir de su habitación. La única cosa que podía hacer su mortificación más completa sería que él la atrapara leyendo su correspondencia. Pero no podía irse sin dejar una nota. Eso estaría completamente fuera de su carácter; él sabría que seguramente algo habría sucedido. Encontró papel y encontró una pluma, y garabateó una despedida perfectamente ordinaria y aburrida. Y luego se fue. Capítulo 17 Traducido por Andy Parth y rihano Corregido por Lizzie La siguiente semana. El recientemente ventilado salón de música. Casa Winstead, Londres. —¡M cumpleaños. ozart este año! —anunció Daisy Smythe- Smith. Ella sostuvo su nuevo violín en el aire con tanto vigor que sus rizos rubios casi rebotaron fuera de su peinado—. ¿No es hermoso? Es un Ruggieri. Padre lo compró para mi dieciseisavo —Es un instrumento hermoso —convino Honoria—. Pero hicimos Mozart el año pasado. —Hacemos a Mozart cada año —dijo Sarah arrastrando las palabras desde el piano. —Pero yo no toqué el año pasado —dijo Daisy. Le disparó a Sarah una mirada malhumorada—. Y esta es sólo tu segunda vez en el cuarteto, así que difícilmente puedes quejarte de lo que haces cada año. —Creo que puedo matarte antes de que la temporada termine —comentó Sarah, en gran parte en el mismo tono que usaba cuando decía, creo que tendré limonada en lugar de té. Daisy sacó su lengua. —¿Iris? —Honoria miró a su prima en el violonchelo. —No me importa —dijo Iris malhumoradamente. Honoria suspiró. —No podemos hacer lo que hicimos el año pasado. —No veo por qué no —dijo Sarah—. No puedo imaginar a nadie que lo reconocería de nuestra interpretación. Iris se desplomó. —Pero habrá sido impreso en el programa —apuntó Honoria. —¿Realmente piensas que alguien guarda nuestros programas de un año al siguiente? —preguntó Sarah. —Mi madre lo hace —dijo Daisy. —También la mía —respondió Sarah—. Pero no es como si los sacara y comparara lado a lado. —Mi madre lo hace —dijo Daisy otra vez. —Querido Dios —gimió Iris. —No es como si el Sr. Mozart hubiera escrito solo una pieza —dijo Sarah impertinente—. Tenemos un montón para elegir. Creo que debemos tocar Eine Kleine Nachtmusik. Es mi favorita absoluta. Es tan certera y alegre. —No tiene parte de piano —le recordó Honoria. —No tengo objeción —dijo Sarah rápidamente. Desde detrás del piano. —Si tengo que hacerlo, tú tienes que hacerlo —Iris prácticamente le siseó. Sarah de hecho se retiró en su asiento. —No tenía idea de que podías verte tan venenosa Iris. —Eso es porque ella no tiene pestañas —dijo Daisy. Iris se volvió a ella con completa calma y dijo: —Te odio. —Esa es una cosa terrible para decir Daisy —dijo Honoria, girando hacia ella con una expresión severa. Era cierto que Iris era extraordinariamente pálida, con el tipo de cabello rubio fresa que parecía hacer sus pestañas y cejas casi invisibles. Pero ella siempre había pensado que Iris era absolutamente hermosa, una vista casi etérea. —Si ella no tuviera pestañas, estaría muerta —dijo Sarah. Honoria giró hacia ella, incapaz de creer la dirección de la conversación. Bueno, no, eso no fue completamente certero. Ella lo creía (desafortunadamente). Simplemente no lo entendía. —Bueno, es cierto —dijo Sarah defensivamente—. O al menos, ciega. Las pestañas mantienen todo el polvo de nuestros ojos. —¿Por qué estamos teniendo esta conversación? –se preguntó Honoria en voz alta. Daisy respondió inmediatamente: —Porque Sarah dijo que no creía que Iris podía verse tan venenosa, y luego yo dije… —Lo sé —la cortó Honoria y luego, cuando se dio cuenta que Daisy todavía tenía su boca abierta, viéndose como si estuviera solo esperando el momento justo para completar su oración, dijo otra vez—: Lo sé, fue una pregunta hipotética. —Todavía tenía una respuesta completamente válida —dijo Daisy con un lloriqueo. Honoria se volvió a Iris. A los veintiuno, tenían exactamente a la misma edad, pero Iris no tuvo que tomar parte en el cuarteto hasta este año. Su hermana Marigold conservó la parte del violonchelo en un agarre de muerte hasta que se hubo casado el otoño pasado. —¿Tienes alguna sugerencia Iris? —preguntó Honoria alegremente. Iris cruzó sus brazos y se inclinó sobre sí misma en el asiento. Para Honoria, parecía como si estuviera intentando de doblarse en la nada. —Algo sin el violonchelo — murmuró. —Si tengo que hacerlo, tú tienes que hacerlo —dijo Sarah con una sonrisita. Iris miró hacia ella con toda la furia de un artista incomprendido. —No lo entiendes. —Oh créeme, lo hago —dijo Sarah con gran sentimiento—. Toqué el año pasado, si recuerdas. He tenido un año entero para entender. —¿Por qué todo el mundo está quejándose? —preguntó Daisy con impaciencia—. ¡Esto es emocionante! Conseguimos actuar. ¿Saben cuánto tiempo he estado esperando por este día? —Desafortunadamente, sí —dijo Sarah rotundamente. —Casi tanto como yo he estado temiéndolo —murmuró Iris. —Es realmente muy notable —dijo Sarah—. Que ustedes dos sean hermanas. —Me maravillo con eso cada día —dijo Iris rotundamente. —Debe ser un cuarteto de piano —dijo Honoria rápidamente, antes de que Daisy descubriera que estaba siendo insultada—. Desafortunadamente, no hay muchos para elegir. Nadie ofreció una opinión. Honoria luchó contra un gemido. Estaba claro que ella iba a tener que tomar las riendas, para no caer en la anarquía musical. Aunque ella suponía que la anarquía podría de hecho ser una mejora sobre el estado habitual de los romances SmytheSmith. Esa fue una declaración triste. —Cuarteto de Piano de Mozart Nº 1 o Cuarteto de Piano de Mozart Nº 2 anunció, sosteniendo las dos partituras distintas—. ¿Alguien tiene una opinión? — —Cualquiera que sea el que no hicimos el año pasado —suspiró Sarah. Ella dejó descansar su cabeza sobre el piano. Entonces realmente dejó caer su cabeza a las teclas. —Eso sonó bien —dijo Daisy con sorpresa. —Sonó como un pez vomitando —dijo Sarah en el piano. —Una encantadora imagen —remarcó Honoria. —No creo que los peces vomiten —comentó Daisy—. Y si lo hacen, no creo que sonarían como… —¿No podemos ser el primer conjunto de primas en amotinarse? —cortó Sarah, levantando su cabeza—. ¿No podemos simplemente decir que no? —¡No! —aulló Daisy. —No —convino Honoria. —¿Si? —dijo Iris débilmente. —No puedo creer que quieras hacer esto otra vez —dijo Sarah a Honoria. —Es tradición. —Es una tradición horrible, y me tomará seis meses recuperarme. —Nunca me voy a recuperar —se lamentó Iris. Daisy se veía como si pudiera pisotear su pie. Probablemente lo habría hecho si Honoria no la hubiera reprimido con una fuerte mirada. Honoria pensó en Marcus, entonces se obligó a no pensar en Marcus. —Es tradición —dijo de nuevo—. Y somos afortunadas de pertenecer a una familia que premia la tradición. —¿De qué estás hablando? —preguntó Sarah, sacudiendo su cabeza. —Algunas personas no tienen una —dijo Honoria apasionadamente. Sarah la miró fijamente por un momento más, entonces dijo otra vez. —Lo siento, pero ¿de qué estás hablando? Honoria miró a todas ellas, consciente de que su voz fue subiendo con sentimiento pero completamente incapaz de modularla. —Puede no gustarme actuar en musicales, pero amó ensayar con ustedes tres. Sus tres primas la miraron fijamente, momentáneamente confundidas. —¿No se dan cuenta de lo afortunadas que somos? —dijo Honoria. Y entonces, cuando nadie saltó a un acuerdo, agregó—: ¿De tenernos unas a otras? —¿No podíamos tenernos unas a otras durante un juego de cartas? —sugirió Iris. —Somos Smythe-Smith —dijo Honoria entre dientes—. Y esto es lo que hacemos. — Y luego antes de que Sarah pudiera ofrecer una palabra de protesta, dijo—: Tú, también, a pesar de tu apellido. Tu madre era una Smythe-Smith y eso es lo que cuenta. Sarah suspiró, alto, largo y cansado. —Vamos a recoger nuestros instrumentos y tocar Mozart —anunció Honoria—. Y vamos a hacerlo con una sonrisa en nuestro rostro. —No tengo idea de lo que alguna de ustedes está hablando —dijo Daisy. —Tocaré —dijo Sarah—. Pero no hago promesas sobre una sonrisa. —Ella miró al piano y parpadeó—. Y no estoy levantando mi instrumento. Iris realmente rió. Entonces se iluminaron sus ojos. —Puedo ayudarte. —¿A levantarlo? La sonrisa de Iris creció positivamente diabólica. —La ventana no está tan lejos… —Sabía que te quería —dijo Sarah con una amplia sonrisa. Mientras Iris y Sarah estaban haciendo planes para destruir el flamante pianoforte de Lady Winstead, Honoria volvió a la música, tratando de decir cuál partitura usar. — Hicimos Cuarteto Nº 2 el año pasado —dijo, incluso aunque solo Daisy estaba escuchando—. Pero estoy reacia a elegir el Cuarteto Nº 1 —¿Por qué? —preguntó Daisy. —Es bastante famoso por ser difícil. —¿Por qué es eso? —No lo sé —admitió Honoria—. Sólo he escuchado que es así y lo suficientemente a menudo para hacerme desconfiar. —¿Hay un Cuarteto Nº 3? —Me temo que no. —Entonces creo que debemos hacer el Nº 1 —dijo Daisy audazmente—. Nada aventurado, nada ganado. —Sí, pero es un hombre sabio el que conoce sus límites. —¿Quién dijo eso? —preguntó Daisy. —Yo lo hice —respondió Honoria impacientemente. Levantó la partitura del Cuarteto Nº 1—. No creo que nosotras posiblemente podamos aprendernos esto, incluso si tenemos como mucho tres veces para practicar. —No tenemos que aprendérnoslo. Tendremos la música frente a nosotras. Esto iba a ser mucho peor de lo que Honoria había temido. —Creo que deberíamos hacer el Nº 1 —dijo Daisy enfáticamente—. Será embarazoso si realizamos la misma pieza que el año pasado. Iba a ser embarazoso independientemente de qué música escogieran, pero Honoria no tenía el corazón para decírselo a la cara. Por otro lado, cualquier pieza que tocaran, serían seguramente una carnicería más allá de reconocimiento. ¿Una pieza difícil mal tocada podía ser peor que una pieza un poco menos difícil mal tocada? —Oh, ¿Por qué no? —consintió Honoria—. Haremos el Nº 1. —Ella sacudió su cabeza. Sarah iba a estar furiosa. La parte del piano era especialmente difícil. Por otro lado, no era como si Sarah se hubiera dignado a formar parte en el proceso de selección. —Un acierto —dijo Daisy con gran convicción—. ¡Estamos haciendo el Cuarteto Nº 1! —gritó sobre sus hombros. Honoria miró pasándola a ella, hacia Sarah e Iris, quienes de hecho estaban empujando el pianoforte varios metros a través de la habitación. —¿Qué están haciendo? —casi gritó. —Oh, no te preocupes —dijo Sarah con una carcajada—. Realmente no vamos a empujarlo por la ventana. Iris colapsó positivamente en el banquillo del piano, todo su cuerpo agitándose con carcajadas. —Eso no es gracioso —dijo Honoria, incluso aunque lo era. Ella estaría más que encantada de unirse a su prima en la tontería, pero alguien tenía que hacerse cargo, y si ella no lo hacía, lo haría Daisy. Santo Cielo. —Hemos elegido El Cuarteto de Mozart para Piano Nº 1 —dijo Daisy de nuevo. Iris se puso totalmente pálida, lo cual para ella significaba casi espectral. —Estás bromeando —No —respondió Honoria, con toda honestidad, un poco harta—. Si tenías una opinión fuerte, deberías haberte unido a la conversación. —¿Pero sabes lo difícil que es? —¡Es por eso que queremos hacerlo! —proclamó Daisy. Iris miró a su hermana por un momento y luego se volvió hacia Honoria, a quien ella claramente juzgaba era la más sensata de las dos. —Honoria —dijo ella—, no podemos hacer el Cuarteto Nº 1. Es imposible. ¿Alguna vez lo has escuchado? —Solamente una vez —admitió Honoria—, pero no lo recuerdo muy bien. —Es imposible —exclamó Iris—. No está destinado a los aficionados. Honoria no era tan pura de corazón para que no estuviera disfrutando del malestar de su prima solo un poco. Iris se había estado quejando toda la tarde. —Escúchame —dijo Iris de nuevo—. Si tratamos esta pieza, seremos masacradas. —¿Por quién? —preguntó Daisy. Iris se limitó a mirarla, completamente incapaz de articular una respuesta. —Por la música —añadió Sarah. —Oh, ustedes han decidido unirse a la discusión, entonces —dijo Honoria. —No seas sarcástica —cortó Sarah. —¿Dónde estaban ustedes dos cuando yo estaba tratando de recoger algo? —Ellas estaban moviendo el piano. —¡Daisy! —gritaron las tres. —¿Qué dije? —exigió Daisy. —Trata de no ser tan literal —espetó Iris. Daisy resopló y empezó a hojear la partitura. —He estado tratando de mantener el ánimo de todas —dijo Honoria, plantando las manos en sus caderas mientras encaraba a Sarah e Iris—. Tenemos una presentación para la que practicar, y no importa cuánto sea lo que te quejes, no hay forma de salir de esto. Así que deja de tratar de hacer mi vida tan difícil y haz lo que dices. Sarah e Iris sólo podían mirar. —Eh, por favor —añadió Honoria. —Tal vez este sería un buen momento para un descanso corto —sugirió Sarah. Honoria se quejó. —Ni siquiera hemos empezado. —Lo sé. Pero necesitamos un descanso. Honoria se detuvo por un momento, sintiendo su cuerpo desinflado. Esto era agotador. Y Sarah estaba en lo cierto. Ellas necesitaban un descanso. Un descanso de no hacer absolutamente nada, pero sin embargo un descanso. —Además —dijo Sarah, dándole una mirada socarrona—, estoy sedienta. Honoria levantó una ceja. —¿Todas estas quejas te han dado sed? —Precisamente —volvió Sarah con una sonrisa—. ¿Tienes algo de limonada, querida prima? —No sé —dijo Honoria con un suspiro—, pero supongo que podría preguntar. Lo de la limonada sonaba bien. Y para ser perfectamente honesta, no practicar también sonaba bien. Ella se levantó para llamar a un criado y apenas se había sentado de nuevo cuando Poole, el mayordomo de toda la vida de la Casa Winstead, apareció en la puerta. —Eso fue rápido —comentó Sarah. —Una visita para usted, Lady Honoria —entonó Poole. ¿Marcus? El corazón de Honoria latió salvajemente en su pecho hasta que ella se dio cuenta de que posiblemente podría no ser Marcus. Él todavía estaba confinado a Fensmore. El Doctor Winters había insistido. Poole se acercó con su bandeja y se le adelantó para que Honoria pudiera tomar la tarjeta de presentación. Dios mío, era Marcus. ¿Qué diablos estaba haciendo en Londres? Honoria se olvidó por completo de estar mortificada, enojada o lo que fuera que estaba sintiendo (no lo había decidido del todo) y se encaminó directamente cien por ciento molesta. ¿Cómo se atreve a arriesgar su salud? Ella no se había esclavizado a su lado, desafiando el calor, la sangre y el delirio sólo para que él se derrumbara en Londres porque era demasiado estúpido para quedarse en casa, a donde él pertenecía. —Hágalo entrar de una vez —le espetó, y debe haber sonado muy feroz, porque sus tres primas se volvieron para mirarla con expresiones de idénticas conmoción. Ella les frunció el ceño a todas. Daisy de hecho dio un paso atrás. —Él no debería estar fuera de casa —gruñó Honoria. —Lord Chatteris —dijo Sarah, con total confianza. —Quédense aquí —dijo Honoria a las demás—. Volveré dentro de poco. —¿Tenemos que practicar en tu ausencia? —preguntó Iris. Honoria puso los ojos, negándose a dignificar eso con una respuesta. —Su Señoría ya está esperando en el salón —le informó Poole. Por supuesto. Ningún mayordomo insultaría a un conde obligándolo a dejar su tarjeta en la bandeja de plata e irse. —Estaré de vuelta pronto —dijo Honoria a sus primas. —Dijiste eso —dijo Sarah. —No me sigan. —Dijiste eso, también —dijo Sarah—. O algo muy parecido. Honoria le dio una última mirada antes de salir de la habitación. Ella no le había dicho mucho a Sarah acerca de su tiempo en Fensmore, sólo que Marcus se había enfermado, y ella y su madre le habían ayudado en su convalecencia. Pero Sarah la conocía mejor que nadie; ella iba a tener curiosidad, sobre todo ahora que Honoria casi había perdido su temperamento ante la mera visión de la tarjeta de presentación de Marcus. Honoria marchó a través de la casa, su enojo creciendo con cada paso. ¿Qué demonios estaba pensando? El Doctor Winters no podía haber sido más claro. Marcus tenía que quedarse en la cama durante una semana y luego, permanecer en casa durante una semana más después de eso, posiblemente dos. En ningún universo matemático eso podría equivaler a que estuviera aquí en Londres en ese momento. —¿En qué diablos estabas… —Ella entró intempestivamente en el salón, pero se detuvo en seco cuando lo vio de pie junto a la chimenea, una verdadera imagen de la salud—. —¿Marcus? Él sonrió, y su corazón, órgano miserable y traidor, se derritió. —Honoria —dijo—. Es estupendo verte, también. —Te ves… —Ella parpadeó, aún sin poder creer en sus ojos. Su color era bueno, sus ojos habían perdido esa mirada hundida, y él parecía haber recuperado todo el peso que había perdido—. …bien —terminó ella por fin, incapaz de evitar la sorpresa de su voz. —El Dr. Winters me declaró en condiciones de viajar —explicó—. Él dijo que nunca había visto a nadie recuperarse de la fiebre con tal velocidad. —Debe haber sido la tarta de melaza. Sus ojos grises cálidos. —De hecho. —¿Qué te trae a la ciudad? —preguntó ella. Quería añadir: Dado que has sido recientemente liberado de tu obligación de garantizar que no me case con un idiota”. Ella fue, quizás, un poco amarga. Sin embargo, no estaba enojada. No tenía sentido, y de hecho ninguna razón, para estar enojada con él. Había estado haciendo solamente lo que Daniel le había pedido. Y no era como si hubiera frustrado algún romance verdadero. Honoria no había estado terriblemente enamorada de ninguno de sus pretendientes, y la verdad era, que si alguno de ellos se lo hubiera propuesto, probablemente no habría aceptado. Pero era muy vergonzoso. ¿Por qué alguien no podría haberle dicho a ella que Marcus se había estado entrometiendo en sus asuntos? Ella podría haber hecho un escándalo, oh, muy bien, sin duda habría hecho un escándalo, pero no uno grande. Y si hubiera sabido, no habría malinterpretado sus acciones en Fensmore. No habría pensado que tal vez él podría estar enamorándose un poco de ella. Y ella no se habría permitido a sí misma enamorarse de él. Pero si había una cosa de la que estaba segura, era que ella no iba a dejarle saber que algo estaba fuera de lo común. Hasta donde él sabía, ella aún seguía ajena a sus maquinaciones. Así que puso su mejor sonrisa en la cara y estaba muy segura de que ella parecía muy interesada en todo lo que él tenía que decir mientras él respondía: —Yo no quería perderme la velada musical. —Oh, ahora sé que estás mintiendo. —No, en serio —insistió él—. El conocimiento de tus verdaderos sentimientos traerá una nueva dimensión a la empresa. Ella puso los ojos. —Por favor. No importa cuánto creas que te estás riendo conmigo, y no de mí, no puedes escapar de la cacofonía. —Estoy pensando en discretas bolas de algodón para los oídos. —Si mi madre te atrapa, estará mortalmente herida. Y ella, fue quien te salvó de una herida mortal. Él la miró con cierta sorpresa. —¿Ella todavía piensa que tienes talento? —Cada una de nosotras —confirmó Honoria—. Creo que ella está un poco triste porque yo soy la última de sus hijas en tocar. Pero supongo que pronto pasará la antorcha a una nueva generación. Tengo muchas sobrinas que están practicando sus pequeños dedos en sus diminutos violines. —¿En serio? ¿Pequeños? —No. Solo que suena mejor describirlas de esa manera. Él se rió de eso, entonces se quedó en silencio. Ambos estaban en silencio, parados en la sala, extrañamente torpes y, bueno, en silencio. Era extraño. No eran como ellos en absoluto. —¿Te importaría dar un paseo? —preguntó él de repente—. Hace buen tiempo. —No —dijo ella, un poco más bruscamente de lo que le habría gustado—. Gracias. Una sombra pasó sobre sus ojos y luego se había ido tan rápidamente que ella pensó que podría haberlo imaginado. — Muy bien —dijo él con frialdad. —No puedo —agregó ella, porque no había querido realmente herir sus sentimientos. O tal vez quería, y ahora se sentía culpable—. Mis primas están todas aquí. Estamos practicando.Una débil mirada de alarma cruzó su rostro. —Probablemente querrás encontrar algún tipo de negocio que te aleje de Mayfair por completo —le dijo—. Daisy aún no tiene controlado el pianísimo. —A su mirada en blanco, añadió—: Ella toca alto. —¿Y el resto de ustedes no? —Touché, pero no, no así. —¿Así que lo que estás diciendo es que cuando asista a la velada musical, debería esforzarme por conseguir un asiento en la parte de atrás? —En la habitación de al lado, si puedes conseguirla. —¿En serio? —Parecía sorprendido, no, eso lo hizo cómicamente, esperanzado—. ¿Habrá asientos en la habitación de al lado? —No —respondió ella, rodando los ojos una vez más—. Pero no creo que la fila de atrás te vaya a salvar. No de Daisy. Él suspiró. —Deberías haber considerado esto antes de recortar tu convalecencia. —Me estoy dando cuenta. —Bueno —dijo ella, tratando de sonar como si fuera una joven dama muy ocupada con muchas citas y unas cuantas cosas por hacer, así también pasó a no estar suspirando por él en lo más mínimo—, realmente debo irme. —Por supuesto —dijo él, dándole un asentimiento cortés de despedida. —Adiós. —Pero ella no acababa de moverse. —Adiós. —Fue muy bueno verte. —Y a ti —dijo él—. Por favor dale mis saludos a tu madre. —Por supuesto. Ella estará encantada de saber que estás tan bien. Él asintió con la cabeza. Y se quedó allí. Y finalmente dijo: —Bueno, entonces. —Sí —dijo ella a toda prisa—. Tengo que irme. Adiós —dijo otra vez. Esta vez ella salió de la habitación. Y ni siquiera miró por encima de su hombro. Lo cual era más un logro que ella nunca habría soñado. Capítulo 18 Traducido por Sheilita Belikov y Kathesweet Corregido por Lizzie a verdad era, Marcus pensó mientras estaba sentado en su estudio en su casa de Londres, que sabía muy poco acerca de cortejar señoritas. Sabía mucho acerca de evitarlas, y quizás aún más acerca de cómo evitar a sus madres. También sabía mucho acerca de investigar de forma discreta L a otros hombres que estaban cortejando señoritas (más específicamente, a Honoria), y más que todo sabía cómo ser tranquilamente amenazante mientras los convencía de abandonar su persecución. Pero en cuanto a sí mismo, no tenía la menor idea. ¿Flores? Había visto a otros hombres con flores. A las mujeres les gustaban las flores. Diablos, a él también le gustaban las flores. ¿A quién no le gustaban las flores? Pensó que podría querer encontrar algunos jacintos de uva que le recordaban los ojos de Honoria, pero eran flores pequeñas, y no creía que funcionarían bien en un ramo. Y, además, ¿se suponía que se las entregaría y le diría que le recordaban a sus ojos? Porque entonces tendría que explicar que se refería a una parte muy específica de la flor, en la parte inferior del pétalo, justo al lado del tallo. No podía imaginar nada que pudiera hacerlo sentir más tonto. Y el problema final con las flores era que nunca antes se las había dado. Ella se sentiría inmediatamente curiosa y luego recelosa, y si no correspondía sus sentimientos (y no tenía ninguna razón en particular para suponer que lo hacía), entonces se quedaría atrapado ahí en el salón de su casa, pareciendo un completo idiota. Considerando todas las cosas, se trataba de una situación que preferiría evitar. Era más seguro cortejarla en público, decidió. Lady Bridgerton era la anfitriona de un baile de cumpleaños al día siguiente, y sabía que Honoria asistiría. Aunque no quisiera, iría a pesar de eso. Habría demasiados solteros elegibles en la asistencia como para que declinara. Esto incluía a Gregory Bridgerton, sobre el que Marcus había cambiado de opinión: aún estaba demasiado verde para tomar esposa. Si después de todo Honoria decidía que estaba interesada en el joven Sr. Bridgerton, Marcus iba a tener que intervenir. En su habitual forma reservada y tras bambalinas, por supuesto. Pero aun así, había otra razón por la que tenía que estar presente. Bajó la vista hacia su escritorio. A la izquierda había una invitación grabada para Bridgerton House. A la derecha estaba la nota que Honoria le había dejado en Fensmore cuando se había marchado la semana anterior. Era una misiva increíblemente sosa. Un saludo, una firma y dos frases comunes en medio. No había nada que pudiera indicar que una vida había sido salvada, un beso había ocurrido, una tarta de melaza había sido robada. . . . Era el tipo de nota que uno escribía cuando deseaba agradecer a una anfitriona por una fiesta de jardín perfectamente correcta y cortés. No era el tipo que uno le escribía a alguien con quien podría considerar casarse. Porque eso era lo que pretendía. Tan pronto como Daniel trajera su maldito trasero de vuelta a Inglaterra, iba a pedirle su mano. Pero hasta entonces, tenía que cortejarla. De ahí su dilema. Suspiró. Algunos hombres sabían instintivamente cómo hablar con las mujeres. Habría sido muy conveniente haber sido uno de esos hombres. Pero no lo era. En cambio, era un hombre que sólo sabía hablar con Honoria. Y últimamente incluso eso no estaba saliéndole muy bien. Por lo tanto, la noche siguiente, se encontró en uno de sus lugares menos favoritos en la tierra: Un salón de baile en Londres. Ocupó su posición habitual, a un lado, de espaldas a la pared, donde podía ver la reunión y fingir que no le importaba. No por primera vez, se le ocurrió que era excesivamente afortunado de no haber nacido mujer. La señorita a su izquierda era un florero; él consiguió ser distante, oscuro, y melancólico. La fiesta era una aglomeración desenfrenada —Lady Bridgerton era inmensamente popular— y Marcus no podía saber si Honoria estaba allí o no. No la veía, pero por otra parte tampoco podía ver la puerta por la que había entrado. Nunca sabría cómo alguien esperaba pasar un buen rato en medio de tanto calor, sudor y gentío. Miró otra vez de soslayo a la señorita a su lado. Le resultaba familiar, pero no podía reconocerla. Tal vez no estaba en la inocencia de la juventud, pero dudaba que fuera mucho mayor que él. Ella suspiró, el sonido largo y cansado, y él no pudo dejar de pensar que estaba junto a un espíritu afín. Ella también estaba mirando por encima de la multitud, tratando de fingir que no estaba buscando a alguien en particular. Pensó en decir buenas noches, o tal vez preguntarle si conocía a Honoria y, si era así, si la había visto. Pero justo antes de que se volviera a saludarla, ella se volvió en la dirección opuesta, y podría haber jurado que la oyó murmurar: —Maldito sea todo, voy a conseguir un éclair. Se alejó, abriéndose paso entre la multitud. Marcus la miró con interés; parecía saber exactamente a dónde iba. Lo que significaba que si había oído bien. . . Ella sabía dónde se podía obtener un éclair. Inmediatamente fue detrás de ella. Si iba a estar atrapado en este salón de baile sin siquiera ver a Honoria, que era la única razón por la que se había sometido a esta aglomeración, sin duda alguna iba a conseguir el postre. Desde hacía mucho que había perfeccionado el arte de moverse con propósito, aun cuando no tenía ningún objetivo o meta particular, y logró evitar conversaciones innecesarias simplemente manteniendo su mentón en alto y la mirada aguda y por encima de la multitud. Hasta que algo lo golpeó en la pierna. Ouch. —¿Y por qué es esa cara, Chatteris? —Se oyó una imperiosa voz femenina—. Apenas te toqué. Se mantuvo inmóvil, porque conocía esa voz, y sabía que no había escapatoria. Con una pequeña sonrisa, bajó la mirada hacia el rostro arrugado de Lady Danbury, quien había estado aterrorizando las Islas Británicas desde la época de la Restauración. O al menos eso parecía. Ella era tía abuela de su madre, y juraría que tenía cien años. —Una herida en mi pierna, mi lady —dijo él, haciéndole su reverencia más respetuosa. Ella golpeó su arma (que otros podrían llamar bastón, pero él lo sabía mejor) contra el suelo. —¿Te caíste del caballo? —No, yo… —¿Te tropezaste por las escaleras? ¿Dejaste caer una botella sobre tu pie? —Su expresión se tornó astuta—. ¿O involucra a una mujer? Él luchó contra el impulso de cruzar los brazos. Ella lo miraba con una pequeña sonrisa. Le gustaba burlarse de su compañía; una vez le había dicho que la mejor parte de envejecer era que podía decir lo que quisiera con toda impunidad. Se inclinó y dijo con mucha seriedad: —La verdad es que fui apuñalado por mi ayuda de cámara. Era, quizás, la única vez en su vida que había logrado dejarla en silencio. Su boca se abrió, sus ojos se ensancharon, y le hubiera gustado pensar que incluso se puso pálida, pero para empezar su piel tenía un tono tan extraño que era difícil de decir. Entonces, después de un momento de conmoción, soltó una carcajada y dijo: —No, en serio. ¿Qué pasó? —Exactamente como dije. Fui apuñalado. —Esperó un momento y luego añadió—: Si no estuviéramos en medio de un salón de baile, se lo mostraría. —¡No me digas! —Ahora estaba realmente interesada. Se acercó, con los ojos brillantes de macabra curiosidad—. ¿Es horrible? —Lo fue —confirmó. Ella apretó los labios y estrechó los ojos cuando preguntó: —¿Y dónde está tu ayuda de cámara ahora? —En la Casa Chatteris, probablemente tomando una copa de mi mejor coñac. Ella soltó otra de sus carcajadas entrecortadas. —Siempre me has divertido declaró—. Creo que eres mi segundo sobrino favorito. — No podía pensar en otra respuesta que: —¿En serio? —Sabes que la mayoría de la gente no tiene sentido del humor, ¿no? —Le gusta ser franca —murmuró él. Ella se encogió de hombros. —Eres mi sobrino nieto. Puedo ser tan franca como quiera. —La consanguinidad nunca ha parecido ser uno de sus requisitos previos para hablar claro. —Touché —replicó, dándole un asentimiento de aprobación—. Estaba meramente señalando que eres muy sigiloso en tu buen humor. Esto lo aplaudo de todo corazón. —Estoy temblando de alegría. Ella agitó un dedo contra él. —Esto es precisamente de lo que estoy hablando. Eres realmente muy divertido, no que dejes que nadie lo vea. Pensó en Honoria. Él la hacía reír. Era el sonido más bello que conocía. —Bueno —declaró Lady Danbury, golpeando su bastón—, basta de eso. ¿Por qué estás aquí? —Creo que fui invitado. —Oh, tonterías. Odias estas cosas. Él le dio un pequeño encogimiento de hombros. —Estas atento a esa chica Smythe-Smith, me imagino —dijo. Había estado mirando sobre su hombro, tratando de localizar los éclairs, pero ante eso, se volvió bruscamente. —Oh, no te preocupes —dijo rodando los ojos desdeñosamente—. No voy a difundir que estás interesado en ella. Es una de las que tocan el violín, ¿no? Dios mío, te quedarás sordo en una semana. Abrió la boca para defender a Honoria, para decir que era parte de la broma, salvo que se le ocurrió que no era una broma para ella. Sabía perfectamente que el cuarteto era horrible, pero seguía adelante porque era importante para su familia. Poder tomar su lugar en el escenario y pretender que pensaba que era una violinista virtuosa requería un enorme valor. Y amor. Ella amaba muy intensamente, y todo en lo que podía pensar era: Quiero eso. —Siempre has estado cerca de esa familia —dijo Lady Danbury, irrumpiendo sus pensamientos. Parpadeó, necesitando un momento para volver a la conversación actual. —Sí dijo finalmente—. Fui a la escuela con su hermano. — —Oh, sí —dijo, suspirando—. Qué tontería fue esa. Ese chico nunca debería haber sido expulsado del país. Siempre dije que Ramsgate era un idiota. Él la miró con conmoción. —Como dijiste —dijo alegremente—, la consanguinidad nunca ha sido un requisito previo para hablar francamente. —Al parecer no. —Oh, mira, ahí está —comentó Lady Danbury. Ladeó la cabeza hacia la derecha, y Marcus siguió su mirada hacia Honoria, que estaba charlando con otras dos señoritas que no pudo identificar desde la distancia. Ella no lo había visto todavía, y aprovechó el momento para empaparse de su visión. Su cabello se veía diferente; no podía precisar que le había hecho —nunca había entendido las sutiles distinciones de los peinados femeninos— pero pensó que era encantador. Toda ella era encantadora. Tal vez debería haber pensado en alguna otra forma más poética para describirla, pero a veces las palabras más simples son las más sinceras. Era encantadora. Y la anhelaba. —La amas —susurró Lady Danbury. Él se dio vuelta. —¿De qué está hablando? —Está escrito en toda tu cara, trillada como la expresión puede ser. Oh, sigue adelante y pídele un baile —dijo, levantando su bastón y señalando con él a Honoria— . Podrías hacerlo mucho peor. Hizo una pausa. Con Lady Danbury era difícil saber cómo interpretar hasta la más simple de las frases. Por no hablar de que todavía tenía alzado su bastón. Uno nunca podía tener demasiado cuidado cuando ese bastón estaba en movimiento. —Vamos, vamos —instó ella—. No te preocupes por mí. Encontraré a algún otro desprevenido y pobre tonto para torturar. Y sí, antes de que sientas la necesidad de protestar, acabo de llamarte tonto. —Ese, creo, puede ser el único privilegio que la consanguinidad permite. Ella se rió con deleite. —Eres un príncipe entre los sobrinos —proclamó. —Su segundo favorito —murmuró él. —Subirás a la cima de la lista si encuentras una manera de destruir su violín. Marcus no debería haberse reído, pero lo hizo. —Es una maldición, en realidad —dijo Lady Danbury—. Soy la única persona que conozco de mi edad que tiene una audición perfecta. —La mayoría llamaría a eso una bendición. Ella soltó un bufido. —No con esa velada musical avecinándose. —¿Por qué asiste? —preguntó—. No es especialmente cercana a la familia. Puede declinar con facilidad. Ella suspiró, y por un momento sus ojos se ablandaron. —No sé —admitió—. Alguien tiene que aplaudirle a esas pobrecitas Vio cómo su rostro volvía a su gesto normal y endurecido. —Es una persona agradable la que deja entrever —dijo él, sonriendo. —No se lo digas a nadie. Hmmph. —Ella golpeó su bastón—. He terminado contigo. Él le hizo una reverencia con todo el respeto debido a una aterradora tía bisabuela y se dirigió hacia Honoria. Estaba vestida con el más pálido de los azules, su vestido era una confección ampona que no podría describir, excepto que dejaba sus hombros al descubierto, lo que decidió aprobaba, mucho. —Lady Honoria —dijo una vez que llegó a su lado. Ella se volvió, y él le hizo una reverencia cortés. Un destello de felicidad iluminó sus ojos y luego le hizo una cortés reverencia, murmurando: —Lord Chatteris, qué placer verlo. Esta era la razón por la que odiaba estas cosas. Toda su vida le había llamado por su nombre de pila, pero pónganla en un salón de baile de Londres y de pronto era Lord Chatteris. —Por supuesto recuerda a la señorita Royle —dijo Honoria, señalando a la señorita a su derecha, que estaba vestida con un tono azul más oscuro—. Y mi prima, Lady Sarah. —Señorita Royle, Lady Sarah. —Hizo una reverencia para cada una. —Qué sorpresa verlo aquí —dijo Honoria. —¿Sorpresa? —No había pensado… —Ella se interrumpió, y sus mejillas se volvieron curiosamente rosas—. No es nada —dijo, evidentemente mintiendo. Pero él no podía presionarla en un lugar tan público, por lo que en lugar de eso dijo algo asombrosamente suspicaz e interesante: —Hay toda una aglomeración esta noche, ¿no les parece? —Oh, sí —murmuraron las tres señoritas, con varios grados de volumen. Una de ellas incluso podría haber dicho “Ya lo creo”. Hubo una pequeña pausa, y luego Honoria espetó: —¿Ha sabido algo más de Daniel? —No —respondió—. Espero que esto signifique que ya ha comenzado su viaje de regreso. —Así que no sabe cuándo estará de regreso —dijo. —No —respondió. Curioso. Habría pensado que fue claro en su declaración anterior. —Ya veo —dijo ella, y luego puso una de esas sonrisas de estoy-sonriendo-porque-notengo-nada-que-decir. Lo cual era aún más extraño—. Estoy segura de que no puede esperar a que regrese —dijo, una vez que habían pasado varios segundos sin que nadie contribuyera a la conversación. Era obvio que había un mensaje implícito en sus declaraciones, pero no tenía idea de cuál era. Ciertamente, no su mensaje implícito, que era que estaba esperando que su hermano regresara para poder pedirle permiso para casarse con ella. —Tengo muchas ganas de verlo, sí —murmuró. —Como todos —dijo la señorita Royle. —Oh, sí —intervino la prima hasta ahora en silencio de Honoria. Hubo otra larga pausa, y luego Marcus se volvió hacia Honoria y dijo: —Espero que me reserve un baile. —Por supuesto —dijo ella, y pensó que parecía contenta, extraordinariamente difícil leerla esta noche. pero le resultaba Las otras dos señoritas estaban allí, completamente inmóviles, con los ojos grandes y sin pestañear. En realidad, le trajo a la mente a un par de avestruces, y entonces Marcus se dio cuenta de lo que se esperaba de él. —Espero que las tres me reserven un baile —dijo cortésmente. Las tarjetas de baile fueron inmediatamente llevadas adelante. Un minueto fue asignado a la señorita Royle, una contradanza para Lady Sarah, y para Honoria reclamó un vals. Que las malas lenguas hicieran con ello lo que quisieran. No era como si nunca antes hubiera bailado el vals con ella. Una vez que los bailes se habían resuelto, ellos se pararon allí de nuevo, un cuarteto poco silencioso (todos los cuartetos deberían ser silenciosos, pensó Marcus), hasta que la prima de Honoria se aclaró la garganta y dijo: ―En realidad, creo que el baile está empezando ahora. Lo que significaba que era el momento para el minué. La Srta. Royle lo miró y sonrió con alegría. Tardíamente recordó que la madre de ella tenía la idea de emparejarlos. Honoria lo miró como si dijera: Ten mucho miedo. Y todo lo que él pudo pensar fue: Maldición, nunca conseguiré uno de esos pastelillos. ―A él le gustas ―dijo Sarah, al momento en que Marcus y Cecily se alejaron para su minué. ―¿Qué? ―preguntó Honoria. Ella tuvo que parpadear. Sus ojos habían empezado a desenfocarse de mirar fijamente a la espalda de Marcus mientras él se alejaba. ―A él le gustas ―dijo Sarah. ―De qué estás hablando, por supuesto que le gusto. Hemos sido amigos desde siempre. ―Bueno, eso no era tan cierto. Se habían conocido desde siempre. Se habían convertido en amigos, verdaderos amigos, más recientemente. ―No, a él le gustas ―dijo Sarah, con gran exageración. ―¿Qué? ―dijo Honoria otra vez, porque claramente había sido reducida a la idiotez―. Oh. No. No, por supuesto que no. Pero aun así, su corazón saltó. Sarah sacudió su cabeza lentamente, como si estuviera dándose cuenta mientras hablaba: ―Cecily me dijo que lo sospechaba, antes cuando ustedes dos fueron a comprobarlo en Fensmore después de qué se quedara atrapado en la lluvia, pero creí que estaba imaginando cosas. ―Deberías prestar enérgicamente. atención a tus primeras inclinaciones ―dijo Honoria Sarah frunció el ceño ante eso. ―¿No viste la manera en que estaba mirándote? Honoria, prácticamente rogando estar en contradicción, dijo: ―Él no estaba mirándome. ―Oh, sí lo estaba ―contraatacó Sarah―. Oh, y por cierto, en caso de que estuvieras preocupada, no estoy interesada en él. Honoria sólo pudo parpadear. ―Antes, en casa de los Royle… ―le recordó Sarah―, ¿cuándo yo estaba pensando en la posibilidad de que él pudiera enamorarse rápidamente de mí? ―Oh, cierto ―recordó Honoria, tratando de no notar cómo su estómago se retorció ante el pensamiento de Marcus enamorándose de alguien más. Se aclaró la garganta―. Lo había olvidado. Sarah se encogió de hombros. ―Fue una esperanza desesperada. ―Miró sobre la multitud, murmurando―: Me pregunto si hay algún caballero aquí que podría estar dispuesto a casarse conmigo antes del miércoles. ―¡Sarah! ―Estoy bromeando. Dios mío, deberías saber eso. ―Y entonces dijo―: Te está mirando otra vez. ―¿Qué? ―Honoria en realidad saltó en sorpresa―. No, no puede estar haciéndolo. Está bailando con Cecily. ―Está bailando con Cecily y mirándote ―respondió Sarah, sonando bastante satisfecha con su apreciación. A Honoria le habría gustado haber pensado que eso significaba que a él le importaba, pero después de haber leído la carta de Daniel, ya lo sabía mejor. ―No es porque yo le importe ―dijo, sacudiendo la cabeza. ―¿De verdad? ―Sarah parecía como si pudiera cruzar sus brazos―. Entonces, dime por favor, ¿qué es? Honoria tragó saliva y miró furtivamente alrededor. ―¿Puedes guardar un secreto? ―Por supuesto. ―Daniel le pidió que “me vigilara” mientras él estuviera fuera. Sarah no parecía impresionada. ―¿Por qué eso es un secreto? ―No lo es, supongo. Bueno, sí, sí lo es. Porque nadie me dijo sobre ello. ―¿Entonces cómo lo sabes? Honoria sintió que sus mejillas se calentaban. ―Puede que haya leído algo que no debería ―murmuró. Los ojos de Sarah se ensancharon. ―¿De verdad? ―dijo, inclinándose―. Eso es poco característico de ti. ―Fue un momento de debilidad. ―¿Uno que ahora lamentas? Honoria pensó en eso por un momento. ―No ―admitió. ―Honoria Smythe-Smith ―dijo Sarah, sonriendo felizmente―. Estoy tan orgullosa de ti. ―Preguntaría por qué ―respondió Honoria con cautela―, pero no estoy segura de que quiera conocer la respuesta. ―Probablemente esta es la cosa más inapropiada que alguna vez has hecho. ―Eso no es cierto. ―Oh, ¿quizás olvidaste decirme sobre la vez que corriste desnuda a través de Hyde Park? ―¡Sarah! Sarah rió. ―Todos han leído algo que no deberían en algún punto de sus vidas. Simplemente estoy feliz de que finalmente hayas escogido unirte al resto de la humanidad. ―No soy tan rígida y correcta ―protestó Honoria. ―Por supuesto que no. Pero no te llamaría aventurera. ―Yo tampoco te llamaría aventurera. ―No. ―Los hombros de Sarah se hundieron―. No lo soy. Se quedaron allí de pie por un momento, un poco tristes, un poco pensativas. ―Bueno ―dijo Honoria, tratando de inyectar una nota de ligereza en el aire―, no vas a correr desnuda a través de Hyde Park, ¿verdad? ―No sin ti ―dijo Sarah astutamente. Honoria rió ante eso, luego impulsivamente puso su brazo alrededor de los hombros de su prima y le dio un pequeño apretón. ―Te quiero, lo sabes. ―Por supuesto que lo sé ―respondió Sarah. Honoria esperó. ―Oh, sí, también te quiero ―dijo Sarah. Honoria sonrió, por un momento todo se sintió bien con el mundo. O si no bien, entonces al menos normal. Estaba en Londres, en un baile, parada al lado de su prima favorita. Nada podría haber sino más ordinario. Inclinó su cabeza un poco a un lado, observando a la multitud. El minué realmente era un baile encantador para ver, tan majestuoso y elegante. Y quizás era la imaginación de Honoria, pero parecía como si las damas estuvieran vestidas en colores similares, brillando a través de la pista de baile en azules, verdes, y plateados. ―Casi parece como una caja musical ―murmuró. ―Sí ―concordó Sarah, luego arruinó el momento diciendo―: Odio el minué. ―¿Lo haces? ―Sí ―dijo―. No sé por qué. Honoria siguió mirando a los bailarines. ¿Cuántas veces se habían parado de esta manera, ella y Sarah? Lado a lado, ambas mirando fijamente a la multitud mientras seguían una conversación sin siquiera mirarse una vez una a la otra. En realidad no necesitaban hacerlo; se conocían tan bien que las expresiones faciales no eran necesarias para saber lo que estaba sintiendo la otra. Marcus y Cecily finalmente aparecieron a la vista, y Honoria observó mientras daban pasos adelante y atrás. ―¿Crees que a Cecily Royle le interesa Marcus? ―preguntó. ―¿Tú crees? ―contraatacó Sarah. Honoria mantuvo sus ojos sobre los pies de Marcus. Él era verdaderamente muy grácil para ser un hombre tan grande. ―No lo sé ―murmuró. ―¿Te importa? Honoria pensó por un momento en qué tanto de sus sentimientos estaba dispuesta a compartir. ―Creo que sí ―dijo finalmente. ―No importará si ella está interesada ―respondió Sarah―. Él no está interesado en ella. ―Lo sé ―dijo Honoria suavemente―, pero tampoco creo que esté interesado en mí. ―Sólo espera ―dijo Sarah, finalmente girándose para verla a los ojos―. Sólo espera. Una hora o así más tarde, Honoria estaba junto a un plato vacío en la mesa de los postres, felicitándose por haber agarrado el último pastelillo, cuando Marcus llegó a reclamar su vals. ―¿Conseguiste uno? ―le preguntó ella. ―¿Conseguir qué? ―Un pastelillo. Estaban maravillosos. Oh. ―Trató de no sonreír―. Lo siento. Por tu expresión puedo ver que no. ―He estado intentado llegar aquí toda la noche ―admitió. ―Podrían haber más ―dijo ella, en su mejor imitación de optimismo. Él la miró con una sola ceja arqueada. ―Pero probablemente no ―dijo―. Lo siento tanto. Quizás podamos preguntarle a Lady Bridgerton dónde los consiguió. O… ―Trató de parecer astuta― si su propio cocinero los hace, quizás podamos contratarlo. Él sonrió. ―O podríamos bailar. ―O podríamos bailar ―concordó con felicidad. Puso su mano sobre su brazo y le permitió que la llevara hacia el centro del salón de baile. Habían bailado antes, incluso el vals una o dos veces, pero esto se sentía diferente. Incluso antes de que la música empezara, ella sintió como si estuviera deslizándose, moviéndose sin esfuerzo sobre el piso de madera pulido. Y cuando su mano fue a posarse en la parte baja de su espalda, y ella levantó la mirada hacia sus ojos, algo caliente y líquido empezó a desenredarse dentro de ella. Estaba ingrávida. Estaba jadeante. Se sentía hambrienta, necesitada. Quería algo que no podía definir, y lo quería con una intensidad que debería haberla asustado. Pero no lo hizo. No con la mano de Marcus en su espalda. En sus brazos se sentía segura, incluso mientras su propio cuerpo era azotado por un frenesí. El calor de su piel se filtraba a través de su ropa como alimento, una infusión embriagadora que la hizo querer ponerse sobre las puntas de sus pies y luego despegar en un vuelo. Lo quería. Vino a ella en un instante. Esto era deseo. No era de extrañar que las chicas se arruinaran a sí mismas. Había escuchado de chicas que habían “cometido errores”. Personas susurrando que ellas eran lascivas, que habían sido engañadas. Honoria nunca lo había entendido bien. ¿Por qué alguien tiraría por la borda una vida de seguridad por una sola noche de pasión? ―¿Honoria? ―La voz de Marcus flotó hasta sus oídos como estrellas fugaces. Levantó la mirada y lo vio observándola con curiosidad. La música había empezado pero ella no había movido los pies. Él inclinó su cabeza a un lado, como si le hiciera una pregunta. Pero no necesitó hablar, y ella no necesitó responder. En su lugar, apretó su mano, y empezaron a bailar. La música bajó y aumentó, y Honoria siguió la dirección de Marcus, nunca quitando sus ojos de su cara. La música la elevó, la transportó, y por primera vez en su vida, sintió como si entendiera lo que significaba bailar. Sus pies se movieron en el tiempo perfecto del vals ―uno-dos-tres uno-dos-tres― y su corazón se elevó. Sentía los violines a través de su piel. Los instrumentos de viento hicieron cosquillear su nariz. Se convirtió en uno con la música, y cuando ésta terminó, cuando se apartaron, e hizo una reverencia a su inclinación, se sintió despojada. ―¿Honoria? ―preguntó Marcus suavemente. Parecía interesado. Y no interesado de la forma lo que sea que pueda hacerla adorarme. No, definitivamente era más a lo largo de las líneas de Querido Dios ella va a enfermarse. No parecía como un hombre enamorado. Parecía como un hombre que estaba preocupado de que estuviera parado al lado de alguien con una desagradable enfermedad estomacal. Había bailado con él y se sintió absolutamente transformada. Ella, que no podía seguir una melodía o mover sus pies a un ritmo, se había sentido mágica en sus brazos. El baile había sido como el cielo, y la mataba que él no se hubiera sentido de la misma manera. Él no podía haber terminado. Ella apenas podía mantenerse de pie, y él simplemente parecía… Como él. El mismo viejo Marcus, que la veía como una carga. Y no una carga completamente desagradable, sino una carga en todo caso. Sabía por qué no podía esperar a que Daniel regresara a Inglaterra. Eso significaba que él podría irse de Londres y volver al campo, donde era más feliz. Eso significaba que sería libre. Dijo su nombre otra vez, y ella de alguna manera logró salir del aturdimiento. ―Marcus ―dijo abruptamente―, ¿por qué estás aquí? Por un momento se quedó mirándola como si le hubiera salido otra cabeza. ―Fui invitado ―respondió, un poco indignado. ―No. ―Su cabeza dolía, y quería frotar sus ojos, pero sobre todo, quería llorar―. No aquí en este baile, aquí en Londres. Sus ojos se estrecharon con recelo. ―¿Por qué preguntas? ―Porque odias Londres. Se ajustó su corbata. ―Bueno, no odio… ―Odias la temporada ―interrumpió―. Me lo dijiste. Empezó a decir algo, luego se detuvo después de media sílaba. Fue cuando Honoria recordó que era un terrible mentiroso. Siempre lo había sido. Cuando eran niños, él y Daniel una vez habían arrancado un candelabro completo del techo. Hasta la fecha, Honoria todavía se preguntaba cómo lo habían hecho. Cuando Lady Winstead había ordenado que confesaran, Daniel le había mentido directo a la cara, y tan encantadoramente que Honoria pudo ver que su madre no había estado segura si estaba diciendo la verdad. A Marcus, por otra parte, se le habían sonrojado las mejillas, y había tirado del cuello de su camisa como si su cuello tuviera picazón. Justo como estaba haciendo ahora. ―Tengo… responsabilidades aquí ―dijo incómodamente. Responsabilidades. ―Veo ―dijo ella, casi ahogándose con las palabras. ―Honoria, ¿estás bien? ―Estoy bien ―chasqueó, y se odió por ser tan corta de temperamento. No era su culpa que Daniel lo hubiera cargado con, bueno, ella. Ni siquiera era su culpa por aceptar. Cualquier caballero habría hecho lo mismo. Marcus se mantuvo inmóvil, pero sus ojos revolotearon a los lados, casi como si estuviera buscando alguna explicación a por qué ella estaba comportándose tan extrañamente. ―Estás enojada ―dijo, un poco conciliador, quizás incluso condescendiente. ―No estoy enojada ―intervino. La mayoría de las personas habrían respondido que ella sonaba enojada, pero Marcus simplemente la miró de esa manera molestamente compuesta tan suya. ―No estoy enojada ―murmuró, porque su silencio prácticamente demandó que dijera algo. ―Por supuesto que no. Su cabeza se levantó. Eso había sido condescendiente. El resto podría haber sido imaginación, pero no esto. Él no dijo nada. No lo haría. Marcus nunca haría una escena. ―No me siento bien ―dejó escapar. Eso, al menos, era cierto. Su corazón dolía y estaba sobrecalentada y desequilibrada y todo lo que quería era ir a casa y arrastrarse a su cama y poner las cobijas sobre su cabeza. ―Te llevaré a tomar algo de aire ―dijo rígidamente, y puso su mano en su espalda y la llevó a las puertas francesas que llevaban a un jardín. ―No ―dijo, y la palabra brotó demasiado alta y disonante―. Quiero decir, no, gracias. ―Tragó saliva―. Creo que iré a casa. Él asintió. ―Buscaré a tu madre. ―Yo lo haré. ―Estoy feliz de… ―Puedo hacer cosas por mí misma ―explotó. Querido Dios, odió el sonido de su propia voz. Sabía que era tiempo de callarse. No era capaz de decir las palabras correctas. Y no era capaz de detenerse―. No necesito ser tu responsabilidad. ―¿De qué estás hablando? No podía contestar esa pregunta, así que en su lugar dijo: ―Quiero ir a casa. Él se quedó mirándola por lo que se sintió como una eternidad, luego le dio una reverencia rígida. ―Como desees ―dijo, y se alejó. Así que ella fue a casa. Como lo deseaba. Había obtenido exactamente lo que había pedido. Y fue horrible. Capítulo 19 Traducido por Lore_Mejia(SOS) y Purplenightlight Corregido por Lizzie El día del musical Seis horas antes de la presentación —¿D ónde está Sarah? Honoria levantó la mirada de su música. Ella había estado escribiendo unas notas en los bordes. Nada de lo que escribía tenía sentido, pero le daba la ilusión de que sabía un poco sobre lo que estaba haciendo, así que se aseguraba de tener algún tipo de anotación en cada página. Iris estaba de pie en el medio del salón de música. —¿Dónde está Sarah? —dijo otra vez. —No sé —dijo Honoria. Miró para un lado y luego para el otro—. ¿Dónde está Daisy? Iris señaló impacientemente hacia la puerta. —Se detuvo para atenderse después de que llegamos. No te preocupes por ella. No se lo perdería por nada del mundo. ¿Sarah no está aquí? Iris parecía preparada para explotar. —¿La ves? —¡Iris! —Lo siento. No quiero ser grosera, pero ¿Dónde diablos está? Honoria dejo salir una exhalación irritada. ¿Acaso Iris no tenía algo más importante por lo que preocuparse? Ella no se había humillado completamente delante del hombre del cual, recientemente, se había dado cuenta que estaba enamorada. Tres días habían pasado y se sentía mal de sólo pensarlo. Honoria no recordaba lo que había dicho exactamente. En vez de eso se acordaba del terrible sonido de su voz, entrecortada y ahogada. Recordaba que su cerebro le rogaba a su voz para que dejara de hablar y también recordaba que su boca no le hizo caso. Había sido completamente irracional, y si él la había considerado su responsabilidad antes, ahora seguro pensaba que era su tarea. E incluso antes de eso, antes de haber empezado a decir idioteces y a comportarse tan sensiblemente que los hombres del mundo se sintieron justificados al pensar en las mujeres como el sexo más caprichoso, ella había sido una tonta. Había bailado con él como si hubiera sido su salvación, lo había mirado con el corazón en sus ojos y él había dicho… Nada. No había dicho nada. Solo su nombre. Y luego la había mirado como si se hubiera puesto verde. Él probablemente había pensado que ella iba a vomitar y a arruinar otro perfecto par de sus botas. Eso había pasado hace tres días. Tres días. Sin comunicarse. —Ella debió haber llegado al menos hace veinte minutos —rezongó Iris. A lo que Honoria respondió: —Él debió haber venido hace dos días. Iris se volteó molesta. —¿Qué dijiste? —¿Tal vez había tráfico? —preguntó Honoria, recobrándose rápidamente. —Vive a menos de un kilómetro. Honoria asintió distraídamente. Bajó la mirada hacia las notas que había hecho en la página dos de su partitura y se dio cuenta que había escrito el nombre de Marcus. Dos veces. No, tres veces. Había un pequeño M.H. escrito en letra cursiva escondido al lado de una nota a medias. Dios santo. Era patética. —¡Honoria! ¡Honoria! ¿Me estás escuchando? Iris otra vez. Honoria trato de no gruñir. —Estoy segura de que pronto estará aquí — dijo en tono de conciliación. —¿Lo estás? —preguntó Iris—. Porque yo no lo estoy. Sabía que me iba a hacer esto. —¿Hacerte qué? —¿No entiendes? No va a venir. Honoria levantó la mirada. —No seas tonta. Sarah nunca haría eso. —¿En serio? —Iris le dirigió una mirada de incredulidad. Y pánico—. ¿En serio? Honoria la miró por un rato, y luego: —Ay Dios bendito. —Te lo dije, no debiste haber escogido el primer cuarteto. Sarah no es tan mala en el piano, pero esa parte es demasiado difícil. —Es difícil para nosotros también —dijo Honoria débilmente. Estaba empezando a sentirse enferma. —No tan difícil como en el piano. Y además, no importa que tan difíciles son las partes de los violines, porque— Iris se detuvo. Tragó y sus mejillas se sonrojaron. —No vas a herir mis sentimientos —le dijo Honoria—. Sé que soy terrible. Y sé que Daisy es aún peor. Haríamos un trabajo igual de pésimo con cualquier tipo de música. —No lo puedo creer —dijo Iris, desesperada empezando a dar vueltas por la habitación—. No puedo creer que hiciera esto. —No sabemos si no va a tocar —dijo Honoria. Iris se dio la vuelta. —¿No? Honoria tragó incómodamente. Iris tenía razón. Sarah nunca había llegado veinte, no, ahora veinticinco minutos tarde para un ensayo. —Esto no hubiera pasado si no hubieras escogido una parte tan compleja —acusó Iris. Honoria se levantó molesta. —¡No trates de culparme! No soy yo la que se pasó la última semana quejándome sobre… Oh, no importa. Yo estoy aquí, y ella no, y no veo como eso es mi culpa. —No, no, por supuesto —dijo Iris sacudiendo la cabeza—. Es solo que… ¡Oh! gritó con frustración—. No puedo creer que me hiciera esto. — —Nos hiciera —le recordó Honoria calmadamente. —Sí, pero yo soy quien no quería tocar. A ti y a Daisy no les importaba. —No veo que tiene que ver eso—dijo Honoria. —No lo sé —chilló Honoria—. Es solo que se suponía que íbamos a estar juntas en esto. Eso es lo que dijiste. Todos los días lo decías. Y si yo iba a tragarme mi orgullo y a humillarme frente a todas las personas que conozco, entonces Sarah también tenía que hacerlo. En ese momento Daisy llegó. —¿Qué está pasando? —preguntó—. ¿Por qué Iris está tan molesta? —Sarah no está aquí —explicó Honoria. Daisy miró el reloj de la repisa. —Eso está mal. Tiene media hora de retraso. —No va a venir —dijo Iris. —No estamos seguros de eso —dijo Honoria. —¿Qué quieres decir con que no va a venir? —dijo Daisy—. No puede no venir. ¿Cómo vamos a interpretar un cuarteto de piano sin un piano? Un largo silencio se instauró en la habitación, Iris jadeó. —Daisy eres brillante. Daisy se veía complacida, pero aun así dijo: —¿Lo soy? —¡Podemos cancelar la presentación! —No —dijo Daisy, negando con su cabeza. Se volvió hacia Honoria—. No quiero hacer eso. —No tenemos elección —continuó Iris, sus ojos iluminados con júbilo—. Es justo como lo dijiste. No podemos interpretar un cuarteto de piano sin un piano. Oh, Sarah es brillante. Honoria, sin embargo, no estaba convencida. Ella adoraba a Sarah, pero era difícil pensar que ella planearía algo tan desinteresado, especialmente en estas circunstancias. —¿Crees que hizo esto en un intento de cancelar la presentación? —No me importa por qué lo hizo —dijo Iris francamente—. Estoy tan feliz que podría— Por un momento literalmente no podía hablar. —¡Soy libre! ¡Somos libres! Somos— —¡Chicas! ¡Chicas! Iris se detuvo en la mitad de su celebración cuando se voltearon hacia la puerta. La madre se Sarah, su tía Charlotte —conocida por el resto del mundo como Lady Pleinsworth— estaba entrando a la habitación, seguida por una joven mujer de cabello oscuro que tenía puesto un traje bien hecho pero terriblemente plano, que la marcó enseguida como una institutriz. Honoria tenía un presentimiento muy malo sobre esto. No sobre la mujer. Se veía perfectamente agradable, tal vez un poco incomoda por haber sido arrastrada a una disputa familiar. Pero la tía Charlotte tenía un brillo aterrador en los ojos. —Sarah se enfermó anunció. — —Oh no —lloró Daisy, dramáticamente cayendo sobre una silla—. ¿Qué vamos a hacer? —Voy a matarla —le murmuró Iris a Honoria. —Naturalmente, no podía permitir que la presentación se cancelara, —continuó la tía Charlotte—. Nunca podría vivir conmigo mi misma si semejante tragedia sucediera. —A ella también —dijo Iris en voz baja. —Mi primer pensamiento fue que podríamos romper la tradición y dejar que uno de los músicos tocara con el grupo, pero no hemos tenido un pianista en el cuarteto desde que Philippa tocó en 1816. Honoria miró a su tía sorprendida. ¿En realidad se acordaba de esos detalles o los había escrito? —Philippa está a punto de dar a luz —dijo Iris. —Lo sé —respondió la tía Charlotte—. Le queda menos de un mes, pobrecita, y está enorme. Puede que hubiera podido tocar el violín, pero no hay manera de que quepa en un piano. —¿Quién tocaba antes de Philippa? —preguntó Daisy. —Nadie. —Bueno, eso no puede ser verdad —dijo Honoria—. ¿Dieciocho años de musicales y los Smythe-Smiths solo han producido a dos pianistas? —Es cierto —confirmó la tía Charlotte—. Estaba tan sorprendida como tú. Vi todos los programas solo para asegurarme. Muchos de los años fueron dos violines, una viola y un violonchelo. —Un cuarteto de cuerdas —dijo Daisy sin necesidad—. El grupo clásico de cuatro instrumentos. —¿Cancelamos entonces? —preguntó Iris, Honoria tuvo que dirigirle una mirada de advertencia. Iris sonaba demasiado emocionada con esa posibilidad. —Absolutamente no —dijo la tía Charlotte, y señaló a la mujer a su lado—. Esta es la señorita Wynter. Va a reemplazar a Sarah. Todas se giraron hacia la mujer de cabello oscuro que estaba de pie silenciosa y ligeramente detrás de la tía Charlotte. Era, en una palabra, hermosa. Todo lo que tenía que ver con ella era perfecto, desde su cabello brillante hasta su piel cremosa. Su cara tenía forma de corazón, sus labios eran gruesos y rosados, y sus pestañas eran tan largas que Honoria pensó que tocarían sus cejas si abría demasiado sus ojos. —Bueno —le dijo Honoria a Iris—, al menos nadie nos va a mirar. —Ella es nuestra institutriz —explicó la tía Charlotte. —¿Y toca? —preguntó Daisy. —No la hubiera traído si no tocara —dijo la tía Charlotte impacientemente. —Es una parte difícil —dijo Iris, su tono bordeaba en la ferocidad—. Una pieza muy difícil. Muy, muy— Honoria le dio un codazo en las costillas. —Ya la sabe tocar —dijo la tía Charlotte. —¿Se la sabe? —preguntó Iris. Se giró hacia la señorita Wynter desconcertada y, para ser completamente honesta, desesperada—. ¿Se la sabe? —No muy bien —respondió la señorita Wynter con la voz suave—, pero he tocado algunas partes antes. —Los programa ya están impresos —intentó Iris—. Pusieron a Sarah en el piano. —Pon el programa —dijo la tía Charlotte irritada—. Haremos un anuncio al momento de iniciar. Lo hacen todo el tiempo en el teatro. —Meneó la mano hacia la señorita Wynter, accidentalmente pegándole en el hombro—. Consideren que Sarah está bajo estudio. Hubo un momento de silencio un poco maleducado, luego Honoria dio un paso adelante. —Bienvenida —dijo, lo suficientemente firme para que Iris y Daisy entendieran que tenían que seguir sus pasos—. Estoy encantada de conocerle. La señorita Wynter hizo una pequeña reverencia. —Y yo a usted, eh… —Oh, lo siento mucho —dijo Honoria—. Soy Lady Honoria Smythe-Smith, pero por favor, si va a tocar con nosotras, debe usar nuestros nombres. —Señaló a sus primas—. Esta es Iris y esta es Daisy. También son Smythe-Smith. —Como yo lo fui una vez —dijo la tía Charlotte. —Yo soy Anne —dijo la señorita Wynter. —Iris toca el violonchelo —continuó Honoria—. Y Daisy y yo somos violinistas. —Las dejo para que ensayen —dijo la tía Charlotte, dirigiéndose a la puerta—. Tienen una tarde muy ocupada por delante, estoy segura. Las cuatro músicos esperaron hasta que se fue y luego Iris preguntó: —En realidad no está enferma, ¿cierto? Anne claramente sorprendida por el fervor en la voz de Iris, dijo: —¿Disculpa? —Sarah —dijo Iris poco amable—. Está fingiendo. Lo sé. —No sabría decirlo —dijo Anne con gran diplomacia—. Ni siquiera la vi. —Tal vez tiene alergia —dijo Daisy—. Jamás dejaría que alguien la viera si tuviera manchas. —Nada menos que una desfiguración permanente me podría satisfacer —gruñó Iris. —¡Iris! —la regañó Honoria. —No conozco muy bien a Lady Sarah —dijo Anne—. Fui contratada este año y ella no necesita una institutriz. —No te escucharía de todas formas —dijo Daisy—. ¿Por lo menos eres mayor que ella? —¡Daisy! —la regañó Honoria. Por los santos cielos, estaba regañando demasiado. Daisy se encogió de hombros. —Si ella va a usar nuestros nombres cristianos puedo preguntarle cuántos años tiene. —Es mayo que tú —dijo Honoria—. Lo que significa que no, no puedes preguntar. —No es para preocuparse —dijo Anne, dirigiéndole una pequeña sonrisa a Daisy—. Tengo veinticuatro. Tengo a cargo a Harriet, Elizabeth y Frances. —Dios la ayude —dijo Iris. Honoria no pudo contradecir. Las tres hermanas menores de Sarah eran, cuando se las tenía por separado, perfectamente amorosas. Juntas, por lo contrario… había una razón por la que en la casa Pleinsworth nunca faltaba el drama. Honoria suspiró. —Supongo que deberíamos ensayar. —Debo advertirles —dijo Anne—. No soy muy buena. —Eso está bien. Nosotras tampoco. —¡Eso es mentira! —protestó Daisy. Honoria se inclinó para que las otras no pudieran escuchar y le susurró a la señorita Wynter: —Iris es algo talentosa, y Sarah era adecuada, pero Daisy y yo somos malísimas. Mi consejo es que sea valiente y se abra camino. Anne se veía levemente alarmada. Honoria respondió con un encogimiento de hombros. Pronto aprendería lo que significaba presentarse en un musical de las Smythe-Smith. Y si no, se volvería loca intentándolo. Marcus llego temprano esa noche, aunque no estaba seguro si para asegurar un lugar enfrente o uno en la parte de atrás. Había traído flores —no jacintos color uva, nadie tenía de esos de todas formas— mejor una docena de animosos tulipanes de Holanda. Nunca le había comprado flores a una mujer antes. Y lo hizo preguntarse, qué demonios había hecho con su vida hasta ahora. Había pensado en saltarse la presentación. Honoria había actuado muy extraño en el baile de cumpleaños de Lady Bridgerton. Estaba claramente enojada con él por alguna razón. Él no tenía idea, pero ni siquiera estaba seguro de que importara. Y ella parecía inusualmente distante cuando él se topó con ella después de su regreso a Londres. Pero luego, cuando bailaron… Había sido magia. Él podía haber jurado que ella lo sintió también. El resto del mundo simplemente se había ido. Habían sido solo ellos dos entre lo borroso del color y el sonido, y ella no lo había pisado ni una sola vez. Lo que había sido verdaderamente una hazaña. Tal vez solo estaba imaginándoselo. O tal vez había sido simplemente algo que sólo él sintió. Porque cuando la música se detuvo ella había sido cortante y seca, y aunque dijo que no se sentía bien, había rechazado todos sus ofrecimientos de ayuda. Nunca entendería a las mujeres. Él había pensado que tal vez ella era la excepción, pero aparentemente no. Y se había pasado los últimos tres días pensando por qué. Al final se dio cuenta de que no podía perderse el musical. Era, como Honoria se lo había explicado elocuentemente, tradición. Él había ido a cada uno de ellos, desde que tuvo la edad suficiente para ir a Londres solo, y si no asistía después de haber dicho que era la única razón por la que volvió tan rápido después de su enfermedad, Honoria lo vería como una bofetada en la cara. Él no podía hacer eso, no importaba que ella hubiera estado enojada con él. No importaba que él estuviera enojado con ella y qué pensará que tenía todo el derecho para estarlo. Ella se había comportado de la manera más extraña y hostil y no le había dado ninguna explicación de por qué. Ella era su amiga. Aunque ella no lo amara, ella siempre sería su amiga. Y no podía herirla más deliberadamente de lo que se cortaría la mano derecha. Él pudo haberse enamorado de ella recientemente, pero la conocía desde hacía quince años. Quince años. Quince años para saber qué clase de latido su corazón emitía. Él no iba a revisar su opinión acerca de ella por una simple y extraña noche. Fue hacia el cuarto de música, que era un hervidero de actividad, mientras los sirvientes se preparaban para la próxima presentación. Él solamente vislumbraría a Honoria, tal vez ofrecería unas cuantas palabras de aliento antes del concierto. Diablos, él pensaba que el necesitaba palabras de aliento. Iba a ser doloroso sentarse ahí y verla hacer la presentación de su vida solo para complacer a su familia. Él se mantuvo rígidamente a un lado de la habitación, deseando no haber llegado tan temprano. Parecía buena idea en el momento, pero ahora no tenía idea de que había estado pensando. Honoria no estaba en ningún lugar. Debió haberse imaginado que no lo estaría. Debió haberse dado cuenta que no estaría; ella y sus primas estaban seguramente calentando sus instrumentos en algún lugar de la casa. Y los sirvientes le estaban dando miradas extrañas, como diciendo: “¿Qué está haciendo aquí?” Él alzó la barbilla y saludó a la habitación de la misma manera que hacía en la mayoría de los eventos formales. Probablemente se miraba aburrido, ciertamente se miraba orgulloso pero ninguna de las dos era estrictamente verdad. Sospechaba que ninguno de los otros invitados iba a llegar por lo menos en los próximos treinta minutos, y estaba preguntándose si debería esperar en el salón, el cual seguramente estaría vacío. Cuando vislumbró algo rosa se dio cuenta de que era Lady Winstead, imponiéndose en la habitación con inusual frenesí. Ella lo vio y luego se abalanzó. —Oh, gracias al cielo que estas aquí —dijo. Él tomó la frenética expresión de su rostro. —¿Está todo bien? —Sarah se ha enfermado. —Siento escuchar eso —dijo educadamente— ¿Estará bien? —No tengo idea —respondió Lady Winstead algo severamente, considerando que estaba hablando de su sobrina—. No la he visto. Lo único que sé, es que no está aquí. Él trató de calmar el vertiginoso sentimiento en su pecho. —Entonces, ¿tendrá que cancelar el musical? —¿Por qué todo el mundo sigue preguntando eso?, Oh no importa. Por supuesto que no podemos cancelar. —La institutriz de Pleinsworth puede tocar y va a tomar la parte de Sarah. —Entonces todo está bien —dijo aclarando su garganta—. ¿Verdad? Ella lo miró como si fuera un niño de lento aprendizaje. —No sabemos si esta institutriz es buena. Él no veía como las habilidades de la institutriz con el piano podían marcar la diferencia en la calidad general de la presentación, pero se resistió a hacer esta declaración en voz alta. En vez de eso dijo algo como: “Ah, sí” o tal vez, “cierto”. De cualquier forma, sirvió para hacer ruido sin decir absolutamente nada. Que era realmente lo mejor que podía esperar bajo esas circunstancias. —Este es nuestro musical número dieciocho, ¿sabías eso? —preguntó lady Winstead. No lo sabía. —Todos han sido un éxito, y ahora esto. —Tal vez la institutriz será muy talentosa —dijo él, tratando de consolarla. Lady Winstead le lanzó una mirada impaciente. —El talento importa poco cuando uno ha tenido solo seis horas para practicar. Marcus podía ver que no había forma en que la conversación fuera a algún lugar, iba en círculos, así que preguntó educadamente si había algo que pudiese hacer para ayudar a la presentación, esperando a que dijera que no , lo que le dejaría libre para disfrutar un solitario vaso de brandy en el salón. Pero para su sorpresa y —honestamente— horror. Ella tomó su mano, en un ferviente gesto y dijo: —¡Sí! Él se congeló. —¿Disculpe? —¿Podrías llevarle limonada a las chicas? Ella que quería que él… —¿Qué? —Todo el mundo está ocupado, Todo el mundo. —Ella movía sus brazos para demostrarlo—. Los lacayos ya han reacomodado las sillas tres veces. Marcus hecho un vistazo a la habitación, preguntándose qué podía ser lo complicado de doce hileras iguales. —Usted quiere que les lleve limonada —repitió. —Estarán sedientas —explicó. —No van a cantar. —Dios, qué horror. Ella presionó sus labios a manera de enojo. —Por supuesto que no. Pero han estado ensayando todo el día. Es un trabajo extenuante. ¿Tocas? —¿Un instrumento?, no —Era una de las pocas habilidades que su padre no había considerado necesarias que aprendiera. —Entonces, no entenderás —dijo dramáticamente—. Esas pobre chicas estarán muertas de sed. —Limonada —dijo de nuevo, preguntándose si deseaba que la trajera en una bandeja—. Muy bien. Ella alzó las cejas, se veía un poco molesta ante su lentitud. —Asumo que eres lo suficientemente fuerte para cargar la bandeja. Mientras los insultos seguían, eran lo suficientemente absurdos para molestarlo. —Creo que podré manejarlo —dijo secamente. —Bien, está por ahí —dijo, moviendo su mano hacia una mesa al lado de la habitación—. Y Honoria está justo detrás de esa puerta. —Apuntó al fondo. —Sólo Honoria. Sus ojos se estrecharon. —Por supuesto que no. Es un cuarteto. —Dicho esto se fue, dirigiendo lacayos, interrogando doncellas y generalmente intentando supervisar lo que parecía, en la opinión de Marcus, un asunto dirigido suavemente. Caminó hacia una de las mesas de refrigerio y tomó una jarra con limonada. Al parecer no había vasos todavía, lo que le hizo pensar si Lady Winstead esperaba que él sirviera la limonada en la garganta de las chicas. Sonrió. Era una imagen entretenida. Con la jarra en la mano, caminó hacia la puerta que Lady Winstead le había indicado, moviéndose en silencio para no interrumpir algún ensayo. No había ensayo. En vez de eso, vio a cuatro mujeres discutiendo como si el destino de Gran Bretaña dependiera de ello. Bien, no, de hecho, solo tres mujeres discutían. La que estaba en el piano, él asumió que era la institutriz, estaba sabiamente fuera del asunto. Lo notable era que las tres Smythe-Smith se las habían arreglado para hacerlo todo sin levantar su voz, un acuerdo tácito, asumió, por los invitados que ellas sabían, llegarían pronto a la habitación contigua. —Si pudieras sonreír, Iris —espetó Honoria—, todo sería mucho más fácil. —¿Para quién? ¿Para ti? Porque te aseguro, no será más fácil para mí. —No me importa si sonríe —dijo otra—. No me importa si llega a sonreír. Ella es malvada. —¡Daisy! —exclamó Honoria. Daisy estrechó sus ojos y miró a Iris. —Eres malvada. —Y tú eres una idiota. Marcus miró a la institutriz. Tenía la cabeza recostada sobre el piano, lo que le hizo preguntarse cuanto tiempo tenían peleando las tres Smythe-Smith. —¿Puedes intentar sonreír? —preguntó Honoria cansinamente. Iris estrechó sus labios en una expresión tan aterradora que Marcus casi dejaba la habitación. —Oh Dios, olvídalo —musitó Honoria—. No hagas eso. —Es difícil fingir buen humor cuando todo lo que deseo es tirarme de la ventana. —La ventana está cerrada —dijo Daisy oficiosamente. La mirada de Iris era veneno puro. —Precisamente. —Por favor —rogó Honoria—. ¿No podemos llevarnos bien? Yo creo que sonamos maravillosamente —dijo Daisy—. Nadie sabrá que tuvimos seis horas para practicar con Anne. La institutriz miró hacia arriba cuando escuchó su nombre. Volvió cuando se dio cuenta de que no necesitaba responder. a recostarse Iris se volteó hacia su hermana con algo parecido a la malevolencia. —Tú no sabrías bien… ¡Ugh! ¡Honoria! —Perdón. ¿Fue ese mi codo? —En mis costillas. Honoria susurró algo a Iris que Marcus supuso solo ella debía oír, pero era claramente acerca de Daisy, porque Iris le dio una mirada despectiva a su hermana menor , luego rodó sus ojos y dijo: —Bien. Marcus volvió a fijar su mirada en la institutriz. Parecía estar contando los puntos del techo. —¿Lo intentamos una última vez? —dijo Honoria con determinación. —No puedo imaginar cuanto bien nos puede hacer. —Esto salió de Iris, naturalmente. Daisy le lanzó una mirada fulminante y espetó: —La práctica hace la perfección. Marcus pensó ver a la institutriz tratar de reír. Ella finalmente lo había visto ahí con su jarra de limonada. Él se llevó el dedo a los labios, y ella asintió despacio, sonrió y se volteó de nuevo al piano. —¿Estamos listas? —preguntó Honoria. Las violinistas levantaron sus instrumentos. Las manos de la institutriz revoloteaban sobre las teclas de su piano. Iris dejó salir un gemido miserable pero aun así puso su proa en el cello. Y comenzó el horror. Capítulo 20 Traducido por LizC, Liseth Johanna (SOS) y Lizzie (SOS) Corregido por Mari NC M arcus no podría haber descrito el sonido que salía de los cuatro instrumentos en la sala de ensayo SmytheSmith. No estaba seguro de que hubiera palabras que pudieran ser adecuadas, al menos no en buena compañía. Él se resistía a llamarlo música; con toda honestidad, era más un arma que otra cosa. A su vez, miraba a cada una de las mujeres. La institutriz parecía un poco desenfrenada, con la cabeza balanceándose adelante y atrás entre las teclas y su música. Daisy tenía los ojos cerrados y estaba tejiendo y balanceándose, como si estuviera atrapada en la gloria del, bueno, él suponía que tenía que llamarlo música. Iris parecía como si quisiera llorar. O posiblemente asesinar a Daisy. Y Honoria... Se veía tan hermosa que él tenía ganas de llorar. O posiblemente asesinar a su violín. Ella no se veía como se había visto en la velada musical del año pasado, cuando su sonrisa había sido beatífica y sus ojos brillaban con pasión. En cambio, atacaba a su violín con gran determinación, con los ojos entornados, sus dientes apretados, como si estuviera llevando a sus tropas a la batalla. Era el pegamento que mantiene este cuarteto ridículo junto, y él no pudo haberla amado más por ello. No estaba seguro de si habían tenido la intención de hacer toda la pieza, pero por suerte Iris miró hacia arriba, lo vio y dejó escapar un lo suficientemente fuerte “¡Oh!” para detener el proceso. —¡Marcus! —exclamó Honoria, y habría jurado que se veía feliz de verlo, salvo que él no estaba tan seguro de que confiara en su juicio sobre el asunto por más tiempo—. ¿Por qué estás aquí? —preguntó. Él alzó la jarra. —Tu madre me envió con limonada. Por un momento lo miró fijamente, y entonces se echó a reír. Iris hizo lo mismo, y la institutriz incluso esbozó una sonrisa. Daisy sólo se quedó allí, con cara de perpleja. —¿Qué es tan gracioso? —exigió. —Nada —farfulló Honoria—. Es, simplemente, buenos cielos, todo el día, y ahora mi madre ha enviado a un conde a servirnos limonada. —No me parece tan gracioso —dijo Daisy—. Me parece inadecuado en extremo. —No le prestes atención —dijo Iris—. No tiene sentido del humor. —¡Eso no es cierto! Marcus se mantuvo muy quieto, permitiendo que sólo sus ojos miraran por encima a Honoria para recibir orientación. Ella asintió con la cabeza levemente, confirmando la evaluación de Iris. —Díganos, señor —dijo Iris con gran exageración—, ¿qué piensa de nuestro desempeño? Bajo ninguna circunstancia iba a responder a eso. —Estoy aquí para servir la limonada —dijo. —Bien hecho —murmuró Honoria, poniéndose de pie para unirse a él. —Espero que tengas vasos —le dijo—, porque no había ninguno que me trajera. —Tenemos —dijo ella—. Por favor, ¿podrías servir a la señorita Wynter en primer lugar? Ella ha estado trabajando más duro, habiéndose unido al cuarteto esta misma tarde. Marcus murmuró su asentimiento y se acercó al piano. —Eh, aquí tiene —dijo un poco rígido, pero de nuevo, no estaba acostumbrado a ofrecer bebidas. —Gracias, milord —dijo ella, alzando su vaso. Le sirvió, y entonces le dio una cortés inclinación de cabeza. —¿Nos conocemos? —preguntó él. Ella parecía condenadamente familiar. —No lo creo —respondió ella, y rápidamente tomó un trago. Él se encogió de hombros mentalmente y se trasladó hacia Daisy. Habría supuesto que la institutriz simplemente tenía una de esas caras que siempre resultaban familiares, excepto que no lo hacía. Era asombrosamente bella, pero de una manera tranquila y serena. No, en absoluto el tipo de persona que una madre por lo general desea contratar como institutriz. Supuso que Lady Pleinsworth se había sentido segura al hacerlo; no tuvo hijos, y si su marido alguna vez dejaba Dorset, Marcus nunca lo había visto. —Gracias, milord —dijo Daisy cuando él le vertió a ella—. Es de lo más democrático de su parte encargarse de tal tarea. No tenía idea de qué decir a eso, por lo que sólo le dio un torpe asentimiento y se volvió a Iris, quien estaba rodando los ojos en abierta burla a su hermana. Ella le sonrió agradecida cuando le sirvió, y finalmente fue capaz de regresar de nuevo a Honoria. —Gracias —dijo ella, tomando un sorbo. —¿Qué vas a hacer? Ella lo miró interrogante. —¿Sobre qué? —El musical —dijo, pensando que debería ser obvio. —¿Qué quieres decir? Voy a tocar. ¿Qué otra cosa puedo hacer? Él le indicó a la institutriz con un sutil movimiento de la cabeza. —Tienes una excusa perfecta para su cancelación. —No puedo hacer eso —respondió Honoria, pero había más que una punzada de pesar en su voz. —No tienes porqué sacrificarte por tu familia —dijo él en voz baja. —No es un sacrificio. Es… —Sonrió tímidamente, tal vez un poco con nostalgia—. No sé lo que es, pero no es un sacrificio. —Ella lo miró, sus ojos enormes y cálidos en su cara—. Es lo que hago. —Yo… Ella esperó un momento, y luego dijo: —¿Qué pasa? Quería decirle que pensaba que era posiblemente la más valiente y más egoísta persona que él conocía. Quería decirle que se sentaría a través de un millar de musicales Smythe-Smith, si eso era lo que necesitaba hacer sólo para estar con ella. Quería decirle que la amaba. Pero no podía decirlo aquí. —No es nada —dijo—. Sólo que te admiro. Ella soltó una risita. —Es posible que retires lo dicho para el final de la noche. —No podría hacer lo que haces —dijo en voz baja. Ella se volvió y lo miró, sorprendida por la gravedad en su voz. —¿Qué quieres decir? No estaba muy seguro de cómo expresarlo, así que finalmente continúo, vacilante: —No me gusta estar en el centro de atención. Inclinó la cabeza hacia un lado, y lo miró durante un largo rato antes de decir: —No. No lo haces. —Y luego—: Siempre fuiste un árbol. —¿Discúlpeme? Sus ojos se hicieron aún más sensibles. —Cuando llevábamos a cabo nuestras terribles pantomimas de niños. Siempre fuiste un árbol. —Nunca tuve que decir nada. —Y siempre tuviste que situarte en la parte de atrás. Se sintió sonreír, hacia un lado y de verdad. —Me gustaba ser un árbol. —Eras un árbol muy bueno. —Ella sonrió entonces, también; una cosa radiante, maravillosa—. El mundo necesita más árboles. Al final de la velada musical, la cara de Honoria dolía de tanto sonreír. Ella sonrió a través del primer movimiento, resplandeció a través del segundo, y para el momento en que llegaron a través del tercero, muy bien podría haber estado en el dentista, de tanto que había mostrado sus dientes. La interpretación había sido tan terrible como había temido. De hecho, había sido, posiblemente, la peor en la historia de los musicales Smythe-Smith, y eso era una verdadera y lamentable hazaña. Anne estuvo razonablemente bien en el piano, y si hubiera tenido más de seis horas para averiguar lo que estaba haciendo, podría haber hecho un buen trabajo en ello, pero como era, había estado siempre a una y la mitad de otra barra atrás al resto del cuarteto. Lo cual era complicado por el hecho de que Daisy había estado siempre a una y la mitad de otra barra por delante. Iris había tocado brillantemente, o más bien, podría haber tocado brillantemente. Honoria la había oído practicar por su cuenta y se había sentido tan asombrada por su nivel de habilidad que no se habría sorprendido si Iris de repente se ponía de pie y anunciaba que había sido adoptada. Sin embargo, Iris había estado tan miserable por haber sido forzada a estar en el escenario improvisado que se había movido con su arco sin ningún vigor en absoluto. Sus hombros habían caído, su expresión había sido dolorosa, y cada vez que Honoria echaba una mirada hacia ella, había parecido estar al borde de atravesarse con el cuello de su violonchelo. En cuanto a Honoria en sí misma... Bueno, había sido terrible. Pero había sabido que lo sería. En realidad, pensó que podría haber estado aún peor que de costumbre. Había estado tan concentrada en mantener la boca estirada en aquella sonrisa entusiasta que con frecuencia había perdido su lugar en la escala. Pero había valido la pena. Gran parte de la primera fila de la audiencia estaba llena con su familia. Su madre estaba allí, y todas sus tías. Varias hermanas, montones de primos... Todos estaban sonriéndole radiantemente de vuelta a ella, tan orgullosos y tan felices de ser parte de la tradición. Y si los demás miembros de la audiencia parecieron levemente acometidos, bueno, tenían que haber sabido en lo que se estaban metiendo. Después de dieciocho años, nadie asistía a una velada musical Smythe-Smith, sin algún indicio de los horrores que se avecinaban. Hubo una gran ronda de aplausos, casi con toda seguridad para celebrar el final del concierto, y cuando terminaron, Honoria siguió sonriendo y saludó a los invitados con el valor suficiente para acercarse al escenario. Ella sospecha que la mayoría dudaba de su capacidad para mantener una cara seria, mientras que felicitaban a los músicos. Y entonces, justo cuando pensó que ya había terminado de fingir que creía en todas las personas que estaban pretendiendo que habían disfrutado del concierto, el último bienqueriente llegó hasta ella. No era Marcus, claro está. Él parecía estar en una profunda conversación con Felicity Featherington, quien todo el mundo sabía que era la más bonita de las cuatro hermanas Featherington. Honoria trató de estirar su ahora apretada mandíbula en una sonrisa mientras saludaba a… Lady Danbury. Oh, Dios mío. Honoria trató de no estar aterrorizada, pero caramba, la señora le daba miedo. Tum tum —resonó el bastón—, seguido por: —No eres una de las nuevas, ¿verdad? —¿Discúlpeme, señora? —respondió Honoria, porque en verdad, no tenía idea de lo que eso significaba. Lady Danbury se inclinó, con el rostro retorcido en tal estrabismo que sus ojos casi desaparecen. —Tocaste el año pasado. Yo reviso mi programa, pero no los guardo. Demasiado papel. —Oh, ya veo —respondió Honoria—. No, señora, quiero decir, sí, no soy una de las nuevas. —Ella trató de hacer un seguimiento de todas las dobles negaciones y, finalmente, decidió que no importaba si lo había dicho bien, Lady Danbury pareció entender lo que había querido decir. Por no hablar de que al menos la mitad de su cerebro se centraba en Marcus, y el hecho de que todavía estaba hablando con Felicity Featherington. Quién, Honoria no podía dejar de notar, se veía realmente hermosa esa noche con un vestido del tono primaveral exacto que ella había tenido la intención de comprar antes de que hubiera tenido que dejar Londres para cuidar a Marcus cuando él había tenido fiebre. Había una hora y un lugar para todo, decidió Honoria, incluso para la mezquindad. Lady Danbury se inclinó y echó un vistazo al violín en sus manos. ―¿Violín? Honoria devolvió la mirada a Lady Danbury. ―Ehm, sí, señora. La condesa mayor la miró con una astuta mirada en sus ojos. ―Puedo ver que quería hacer un comentario acerca de que no es un pianoforte. ―No, señora. ―Y luego, porque había sido ese tipo de noche, Honoria dijo―: Iba a hacer un comentario sobre que no era un chelo. El arrugado rostro de Lady Danbury explotó con una sonrisa, y ella rió audiblemente, lo suficiente para hacer que la madre de Honoria mirara con alarma. ―Encuentro difícil distinguir un violín y una viola ―dijo Lady Danburry―. ¿No le pasa a usted? ―No ―respondió Honoria, sintiéndose un poco más valiente ahora que se sentía más cómoda―, pero eso debe ser porque, de hecho, toco el violín. Bueno, pensó ella como un apéndice, “tocar” podría ser un verbo muy ambicioso. Pero aquello se lo guardó para sí misma. Lady Danbury le dio un golpe a su bastón. ―No reconocí a la chica en el piano. ―Esa es la Señorita Wynter, la institutriz de las más jóvenes Pleinsworth. Mi prima Sarah enfermó y necesitaba ser reemplazada. ―Honoria frunció el ceño―. Pensé que iban a hacer un anuncio al respecto. ―Puede que sí. Estoy segura que no estaba escuchando. Estaba en la punta de la lengua de Honoria decir que esperaba que Lady Danbury no hubiera estado escuchando a nada aquella noche, pero se tragó la réplica. Tenía una divertida fachada que mantener, y culpaba por completo a Marcus ―y, en menor medida, a Felicity Featherington—, por ponerla tan irritable. ―¿A quién está mirando? ―preguntó con astucia Lady Danbury. Honoria fue muy rápida en contestar: —A nadie. ―¿Entonces a quien está buscando? Santo cielo, la mujer era un percebe. ―De nuevo, a nadie, señora ―dijo Honoria, esperaba que dulcemente. ―Hmmmph. Es mi sobrino, sabe. Honoria intentó no alarmarse. ―¿Disculpe? ―Chatteris. Mi tátara-tátara-sobrino, si una debe señalar eso, pero todos esos tátaras sí la hacen sentir a una vieja. Honoria miró a Marcus, luego de vuelta a Lady Danbury. ―¿Mar…quiero decir, Lord Chatteris es su sobrino? ―No que me visite tan seguido como debería. ―Bueno, a él no le gusta Londres ―murmuró Honoria sin pensar. Lady Danbury dejó salir una astuta sonrisa. —¿Sabe eso, no es así? Honoria odiaba que sus mejillas estuvieran calentándose. ―Lo he conocido casi toda mi vida. ―Sí, sí ―dijo Lady Danbury, desechándolo―, eso he oído. Yo… ―Algo pareció captar su atención, y luego se inclinó con una terrorífica mirada en sus ojos―. Le voy a hacer un muy grande favor. ―De verdad desearía que no lo hiciera ―dijo Honoria débilmente, seguramente nada bueno saldría de la expresión en la cara de Lady Danbury. porque ―Pffft. Déjemelo a mí. Tengo un excelente historial con este tipo de cosas. ―Hizo una pausa―. Bueno, uno a uno, de cualquier manera, pero soy optimista respecto al futuro. ―¿Qué? ―preguntó Honoria desesperadamente. Lady Danbury la ignoró. ―¡Sr. Bridgerton! ¡Sr. Bridgerton! ―llamó ella entusiastamente. Saludó con la mano, pero desafortunadamente aquel apéndice estaba unido a su bastón y Honoria tuvo que zigzaguear e inclinarse a la derecha para evitar que le cortara la oreja. Para cuando Honoria se enderezó, un guapo hombre con una diabólica sonrisa en sus ojos verdes se les había unido. Le tomó un momento, pero justo antes de que él se presentara, ella lo reconoció como Colin Bridgerton, uno de los hermanos mayores de Gregory Bridgerton. Honoria no lo conocía personalmente, pero había escuchado a sus hermanas mayores suspirar por él incesantemente cuando salían y no estaban casadas. Su encanto era casi tan legendario como su sonrisa. Y su sonrisa estaba directamente frente a ella. Honoria sintió su estómago retorcerse y rápidamente lo compuso. Si no estuviera desesperadamente enamorada de Marcus —cuya sonrisa era mucho más sutil, y por consiguiente, más significativa—, este sería un hombre muy peligroso, efectivamente. ―He estado fuera del país ―dijo suavemente el Sr. Bridgerton, justo después de que besara su mano―, así que no estoy seguro de que hayamos sido presentados. Honoria asintió y estaba a punto de decir algo completamente olvidable cuando vio que su mano había sido vendada. ―Espero que su herida no sea severa ―dijo ella cortésmente. ―Oh, ¿esto? ―Levantó su mano. Sus dedos eran libres de moverse, pero el resto de ello lucía más como un mitón―. No es nada. Un altercado con un abrecartas. ―Bueno, por favor tenga cuidado con la infección ―dijo Honoria, de alguna manera más forzadamente de lo que era el rigor―. Si se pone roja, o se hincha, o incluso peor, se pone amarilla, entonces debe ver al doctor de inmediato. —¿Verde? —bromeó. —¿Disculpe? —Enumeró tantos colores sobre los que debo ser cuidadoso. Por un momento Honoria sólo podía mirar. La infección de una herida no era un asunto de risa. —¿Lady Honoria? —murmuró. Ella decidió seguir adelante como si hubiera dicho nada. —Lo más importante, debe estar atento por las rayas rojas extendiéndose de la herida. Esas son las peores. Él parpadeó, pero si se sorprendió por el giro de la conversación, no lo demostró. En su lugar, miró su mano con un ojo curioso y le dijo: —¿Cómo de rojas? —¿Disculpe? —¿Cómo de rojas las rayas tienen que estar antes de que deba preocuparme? —¿Cómo sabe tanto sobre la medicina? —cortó Lady Danbury. Sabe, no estoy segura de cómo de rojas —dijo Honoria al Sr. Bridgerton—. Yo pensaría que no cualquier raya roja debe ser un motivo de alarma. —Luego se volvió hacia lady Danbury, y dijo—: Recientemente ayudé a alguien que tenía una herida con una terrible infección. —¿Mano? —ladró Lady Danbury. Honoria no podía empezar a imaginar de qué estaba hablando. —¿Fue en la mano de ella? ¿Brazo? ¿Pierna? Está todo en los detalles, entiende. —Le dio un golpe a su bastón, pasando muy cerca del pie del señor Bridgerton—. De lo contrario la historia es aburrida. —Lo siento, ehm… pierna. —Honoria no vio ninguna razón para decir que había sido un él, no una ella. Lady Danbury se quedó en silencio por un momento, y luego se rió de manera positiva. Honoria no tenía ni idea por qué. Entonces ella dijo algo sobre la necesidad de hablar con la otra violinista, y se alejó, dejando a Honoria sola —o tan sola como dos personas podrían estar en un cuarto lleno de gente— con el señor Bridgerton. Honoria no podía evitar sino verla hacer su camino hacía Daisy, y el señor Bridgerton dijo: —No se preocupes, ella es sobre todo inofensiva. —¿Mi prima Daisy? —preguntó dubitativa. —No —respondió él, momentáneamente desconcertado—. Lady Danbury. Honoria miró más allá de él a Daisy y Lady Danbury. —¿Es sorda? —¿Su prima Daisy? —No, Lady Danbury. —No lo creo. —Oh. —Honoria hizo una mueca—. Eso es muy malo. Ella podría estarlo por el momento por causa de Daisy. En eso el señor Bridgerton no pudo resistirse a mirar por encima del hombro. Fue recompensado con la vista —o más correctamente, el sonido— de Daisy haciendo sus oraciones fuertes y lentas para Lady Danbury. Hizo una mueca, también. —Eso no va a acabar bien —murmuró. Honoria no podía hacer nada, sino negar con la cabeza y murmurar: —No. —¿Tiene su prima cariño por sus dedos de los pies? Honoria parpadeó con la confusión. —Yo creo que sí. —Querrá vigilar el bastón, entonces. Honoria miró hacia atrás justo a tiempo para ver a Daisy dejar escapar un pequeño grito mientras trataba de saltar de nuevo. Ella no tuvo éxito con este último; el bastón que Lady Danbury tenía la inmovilizó con bastante firmeza. Se quedaron allí por un momento, ambos tratando de no sonreír, a continuación, el Sr. Bridgerton dijo: —Tengo entendido que estuvo en Cambridge el mes pasado. —Lo estuve —respondió Honoria—. Tuve el placer de cenar con su hermano. —¿Gregory? ¿En verdad? ¿Usted lo clasifica como un placer? —Pero él estaba sonriendo mientras lo decía, y Honoria podía imaginar al instante como debe ser la vida en el hogar Bridgerton: una gran cantidad de bromas y una gran cantidad de amor. —Él era el más amable conmigo —dijo con una sonrisa. —¿Puedo decirle un secreto? —murmuró el señor Bridgerton, y Honoria decidió que en su caso, era correcto y apropiado escuchar los chismes, él era un coqueto increíble. —¿Debo mantener el secreto? —preguntó, inclinándose hacia adelante siempre tan levemente. —Definitivamente no. Ella le dio una sonrisa radiante. —Entonces sí, por favor. El señor Bridgerton se inclinó, casi en la medida que ella lo había hecho. —Él ha sido conocido por catapultar guisantes a través de la mesa de la cena. Honoria le dio una muy sombría inclinación. —¿Ha hecho esto recientemente? —No demasiado recientemente, no. Ella apretó los labios, tratando de no sonreír. Era una maravilla presenciar este tipo de bromas entre hermanos. Solía haber mucho de esto en su casa, aunque la mayoría de las veces ella había sido sino un testigo. Ella era mucho más joven que el resto de sus hermanos, con toda honestidad, la mayor parte del tiempo que probablemente sólo se olvidaban de tomarle el pelo. —Sólo tengo una pregunta, señor Bridgerton. Él ladeó la cabeza. —¿Cómo se construyó esta catapulta? Él sonrió. —Con una simple cuchara, Lady Honoria. Pero en las retorcidas manos de Gregory, no había nada sencillo al respecto. Ella se echó a reír, y luego de repente sintió una mano en su codo. Era Marcus, y se miraba furioso. Capítulo 21 Traducido por Dai, Lizzie (SOS) y Liseth Johanna (SOS) Corregido por Mari NC arcus no podía recordar la última vez que había sido empujado hacia la violencia, pero mientras estuvo parado allí, mirando la cara sonriente de Colin Bridgerton, fue tentado profundamente. M —Lord Chatteris —murmuró Bridgerton, saludándolo cortésmente con la cabeza. Un asentimiento educado y una mirada. Si Marcus hubiera estado de mejor humor, podría haber sido capaz de expresar que fue lo que lo irritó tanto en esa mirada, pero Marcus no estaba de buen humor. Lo había estado. Había estado de muy buen humor, en realidad, a pesar de haber soportado la posiblemente peor interpretación de Mozart que haya conocido el hombre. No importaba que alguna trágica porción de sus oídos hubiera muerto esta noche, el resto de él había sido inundado con felicidad. Se había sentado en su asiento y mirado a Honoria. Si ella había sido una guerrera durante el ensayo final, luego era una feliz integrante del cuerpo del concierto. Ella había sonreído todo el tiempo y él sabía que no había estado sonriendo por las audiencias, o incluso por la música. Había estado sonriendo por la gente que amaba. Y él podía, por cualquier momento de alivio, imaginar que él era una de esas personas. En su corazón, ella había estado sonriendo por él. Pero ahora estaba sonriendo a Colin Bridgenton, al de los famosos encantadores y brillantes ojos verdes. Eso había sido casi tolerable, pero cuando Colin Bridgerton había empezado a sonreírle a ella... Algunas cosas no podían ser resistidas. Pero antes de que pudiera interceder, tuvo que salirse de su conversación con Felicity Featherington, o más bien su madre que lo tenía atrapado. Probablemente habría sido descortés, no, seguro lo había sido, pero escapar de los Featheringtons no era algo que uno lograra con tacto o sutileza. Finalmente, después de literalmente tirar su brazo del agarre de la Sra. Featherington, caminó hacia Honoria, quien estaba radiante, riendo alegremente con el Sr. Bridgerton. Tenía toda la intención de ser cortés. De verdad. Pero tan pronto se acercó, Honoria dio un pequeño paso hacia un lado y él lo vio, asomando por el dobladillo de su falda, un destello de satén rojo. Su zapato rojo de la suerte. De repente, estaba ardiendo. No quería que otro hombre viera aquellos zapatos. No quería que otro hombre supiera de ellos. Él miro mientras ella daba otro paso en el lugar, la parte roja seductora escondiéndose de nuevo entre su falda. Él se acercó y dijo, tal vez en un tono más frío del que había querido: —Lady Honoria. —Lord Chatteris —contestó ella. Él odiaba cuando lo llamaba Lord Chatteris. —Que encantador verle. —El tono de ella era de un conocido, o tal vez un primo muy distante—. ¿Conoce al Sr. Bridgerton? —Lo conozco —fue la sucinta respuesta de Marcus. Bridgerton asintió, luego Marcus asintió y eso, parecía, era el grado de conversación que los dos hombres desearon compartir. Marcus esperó que Bridgeton inventara una excusa para irse, porque seguro él entendía que eso era lo que esperaba de él. Pero el molesto cabrón sólo se quedó parado sonriendo, como si no le importara el mundo. —El Sr. Bridgerton estaba diciendo... —empezó Honoria en el preciso momento que Marcus dijo: —Si me disculpas. Necesito hablar en privado con Lady Honoria. Pero Marcus fue más fuerte y, más al grano, él terminó su oración. Honoria mantuvo su boca cerrada y se retiró en un silencio sepulcral. El Sr. Bridgerton le dio una mirada asesina, sosteniendo su terreno por sólo lo suficiente para hacer que la mandíbula de Marcus se apretara, y luego, como si el momento nunca hubiera ocurrido, se tornó encantador en un segundo, hizo una reverencia y dijo: —Pero, por supuesto. Justo estaba pensando que me gustaría un vaso de limonada por sobre todas las cosas. Hizo una reverencia, sonrió y se marchó. Honoria esperó hasta que él no pudiera escuchar, luego se giró hacia Marcus con el ceño enfadado. —Eso fue muy grosero de tu parte. Él le dio una mirada severa. —A diferencia del menor Sr. Bridgerton, este no inocente. —¿De qué estás hablando? —No deberías estar coqueteando con él. La boca de Honoria se abrió. —¡No lo estaba! —Claro que lo estabas —replicó él—, te estaba mirando. —No, no lo hacías —ella devolvió—. ¡Hablabas con Felicity Featherington! —Quien es una cabeza más baja que yo. Podía ver justo sobre ella. —Si deberías saber —ganó terreno Honoria, bastante incapaz de creer que él estaba actuando como el apenado del grupo—, tu tía lo invitó. ¿Esperas que sea grosera y lo corte aquí en mi propia casa? ¿A un evento al cual, debería agregar, posee una invitación? Ella no creía estrictamente lo último pero no podía imaginar que su madre no habría invitado a uno de los Bridgerton. —¿Mi tía? —preguntó él. —Lady Danbury. Tú tatara-tatara-tatara-tatara... Él la miró. —Tatara-tatara-tatara... —continuó, sólo para ser molesta. Marcus dijo algo en voz baja, luego dijo en un tono un poco más apropiado: —Ella es una amenaza. —A mí me gusta —dijo Honoria desafiante. Él no dijo nada pero lucía furioso. Y todo lo que podía pensar Honoria era ¿por qué? ¿Por qué diablos tenía que estar tan enfadado? Ella era la que estaba enamorada de un hombre que claramente pensaba en ella como una carga. Incluso ahora él estaba guiado por su estúpida promesa a Daniel, espantar a los caballeros que no considere apropiados. Si él no iba a amarla, entonces al menos podría dejar de arruinar sus oportunidades con todos los demás. —Me voy —declaró, porque simplemente no podía aguantarlo más. No quería verlo y no quería ver a Daisy, o Iris, o su mamá, o incluso al Sr. Bridgerton, quien estaba en la esquina con su limonada, siendo encantador con la hermana mayor de Felicity Featherington. —¿A dónde vas? —demandó él. Ella no contestó. No creía que eso fuera asunto suyo. Dejó el cuarto sin mirar hacia atrás. ¡Mierda! A Marcus le habría gustado seguir a Honoria fuera del cuarto. Pero nada habría causado una escena más grande. También le gustaría pensar que nadie había notado su pelea, pero Colin Bridgerton estaba sonriendo en la esquina por encima de su vaso de limonada, y Lady Danbury tenía esa mirada yo-lo-sé-todo-y-soy-todapoderosa en su cara que normalmente odiaba. Esta vez, sin embargo, tenía una sospecha de que de alguna manera ella había organizado su caída. Finalmente, cuando el molesto Sr. Bridgerton levantó su mano vendada en un saludo fingido, Marcus decidió que había tenido suficiente y cruzó la misma puerta por la cual Honoria había salido. Al diablo con los chismes. Si alguien se daba cuenta que los dos se habían ido y querían hacer un escándalo por ello, podrían demandar que Marcus le proponga matrimonio. Él no tenía problemas con eso. Después de buscar en el jardín, el cuarto de dibujo, el cuarto de música, la biblioteca e incluso las cocinas, finalmente encontró a Honoria en su habitación, una ubicación que había forzado a su mente a ignorar. Pero había pasado suficiente tiempo en la casa Winstead para saber dónde estaban los apartamentos privados y después de examinar cada una de las malditas habitaciones, bueno, ¿de verdad ella esperaba que él no lo encontrara ahí? —¡Marcus! —ella casi chilló—. ¿Qué estás haciendo aquí? Aparentemente había esperado que no la encontrara aquí. Las primeras palabras que salieron de su boca fueron las menos aconsejables. —¿Qué pasa contigo? —¿Qué pasa conmigo? —Ella se sentó rápido en su cama, inclinando su cuerpo hacia la cabecera de la cama como un cangrejo—. ¿Qué está mal contigo? —Yo no fui el que salió hecho una furia de la fiesta para ir a enfurruñarse en un rincón. —No es una fiesta. Es una velada musical. —Es tu velada musical. —Y me enfurruñaré si quiero —masculló. —¿Qué? —Nada. —Ella lo miró, cruzando sus brazos en su pecho—. No deberías estar aquí. Él movió rápido su palma en el aire como si dijera —con mucho sarcasmo—: Oh, ¿de verdad? Ella miró a su mano y luego su cara. —¿Qué se supone que significa eso? —Tú acabas de pasar casi toda una semana en mi habitación. —¡Estabas casi muerto! Ella tenía un punto bastante bueno, pero él no estaba preparado para admitirlo. —Ahora mira aquí —dijo él, regresando al punto que realmente importaba—. Estaba haciéndote un favor cuando le pedí a Bridgerton que se fuera. Su boca se abrió indignada. —Tú... —Él no es la clase de persona con quien deberías asociarte —dijo él, cortándola. —¿Qué? —¿Mantendrás tu voz baja? —siseó él. —No estaba haciendo ruido hasta que tú entraste —ella siseó de regreso. Él se acercó un paso, incapaz de mantener a todo su cuerpo bajo control. —No es el hombre correcto para ti. —¡Nunca dije que lo fuera! Lady Danbury lo trajo. —Ella es una amenaza. —Ya dijiste eso. —Merece ser repetido. Ella se levantó —¡finalmente!— de la cama. —¿Qué diablos es tan amenazante en presentarme a Colin Bridgerton? —¡Porque ella estaba tratando de ponerme celoso! —él gritó. Luego los dos se quedaron en absoluto silencio, y luego, después de una rápida mirada hacia la puerta, él se acercó de prisa y la cerró. Cuando se giró hacia Honoria, ella estaba parada tan cerca que él podía verla tragar. Sus ojos eran enormes en su cara... esa mirada de búho de ella que siempre lo ponía nervioso. A la luz de la vela, ellos brillaron casi plateados, y él se sintió casi hipnotizado. Ella era hermosa. Ya sabía eso, pero lo golpeó de nuevo, con una fuerza que casi lo derriba sobre sus rodillas. —¿Por qué ella querría hacer eso? —preguntó ella suavemente. Él apretó sus dientes juntos en un intento de no contestar, pero finalmente dijo: —No lo sé. —¿Por qué ella pensó que podría hacerlo? —presionó Honoria. —Porque ella cree que puede hacer cualquier cosa —dijo Marcus desesperadamente. Cualquier cosa para evitar decir la verdad. No era que no quisiera decirle que la amaba, pero no era el momento. Esta no era la manera en que él quería hacerlo. Ella tragó de nuevo, el doloroso exagerado movimiento por la calma en el resto de ella. —¿Y por qué crees que es tu trabajo seleccionar con que hombre puedo asociarme y con cuál no? Él no dijo nada. —¿Por qué, Marcus? —Daniel me pidió que lo hiciera —dijo con una voz uniforme y ceñida. No estaba avergonzado por eso. Ni siquiera estaba avergonzado de decírselo. Pero él no apreció estar atrapado en un rincón. Honoria respiró largo y débil, luego lo dejó salir. Llevó una mano a su boca, capturando el último soplo de aire, y luego apretó sus ojos cerrados. Por un momento, él pensó que ella lloraría, pero luego se dio cuenta que estaba haciendo lo que necesitaba para contener sus emociones. ¿Dolor? ¿Furia? Él no podía decirlo y por alguna razón eso le clavó una estaca en el corazón. Él quería conocerla. Él quería conocerla completamente. —Bueno —dijo ella finalmente—, él vuelve dentro de poco, estás absuelto de tus responsabilidades. —No. —La palabra salió de él como un juramento, saliendo de lo más profundo de su ser. Ella lo miró con impaciente confusión. —¿A qué te refieres? Él se acercó. No estaba seguro de lo que estaba haciendo. Sólo sabía que no podía parar. —Me refiero a que no. No quiero ser absuelto. Los labios de ella se separaron. Él dio otro paso. Su corazón latía con fuerza y algo dentro de él se había calentado, y puesto codicioso, y si había algo en el mundo además de ella, además de él... no lo sabía. —Te quiero —dijo, las palabras abruptas, y casi duras, pero absoluta e increíblemente ciertas—. Te quiero —dijo de nuevo, y se estiró y tomó su mano—. Yo te quiero. —Marcus, yo... —Quiero besarte —dijo y con un dedo tocó sus labios—. Quiero sostenerte. —Y luego, porque él no podía seguir guardándolo dentro de sí por un segundo más, dijo—: Ardo por ti. Él tomó su cara en sus manos y la besó. La besó con todo lo que había estado creciendo dentro de él, cada última dolorosa y hambrienta expresión de deseo. Desde el momento en que se había dado cuenta que la amaba, esta pasión había estado creciendo dentro de él. Probablemente había estado allí mucho tiempo, sólo esperando que él se dé cuenta. La amaba. La quería. La necesitaba. Y la necesitaba ahora. Había pasado su vida siendo un perfecto caballero. Nunca había sido un ligón. Nunca había sido un pícaro. Odiaba ser el centro de atención, pero por Dios, que quería ser el centro de su atención. Quería hacer las cosas equivocadas, cosas malas. Quería tirar de ella en sus brazos y llevarla a su cama. Él quería pelar hasta el último centímetro de ropa de su cuerpo, y entonces él quería adorarla. Él quería mostrarle todas las cosas que él no estaba seguro de que sabía cómo decir. —Honoria —dijo, porque al menos podía decir su nombre. Y tal vez ella oía lo que él sentía en su voz. —Yo… Yo… —Le tocó la mejilla, los ojos moviéndose inquisitivamente en su rostro. Sus labios estaban entreabiertos, lo suficiente para que pudiera ver la punta rosada de su lengua, lanzándose a humedecerlos. Y entonces él no lo podía soportar. Tenía que besarla de nuevo. Necesitaba abrazarla, sentir su cuerpo contra el suyo. Si hubiera dicho que no, si hubiera movido la cabeza o hecho alguna indicación de que ella no quería esto, habría dado la vuelta y salido de la habitación. Pero no lo hizo. Ella se le quedó mirando, los ojos muy abiertos y llenos de asombro, y por eso tiró de ella hacía adelante, envolvió sus brazos alrededor de ella y la besó de nuevo, esta vez permitiéndose a sí mismo dejar de lado el último hilo de moderación que había estado conteniendo tan fuertemente. Él la empujó contra él, deleitándose con las curvas y huecos de su cuerpo. Dejó escapar un pequeño gemido —¿De placer? ¿De deseo?— y eso puso la llama dentro de él excitándolo. —Honoria —gimió, sus manos moviéndose frenéticamente a lo largo de su espalda, hasta la deliciosa curva de su parte inferior. Apretó, y luego se presionó, forzando la gentil suavidad de su vientre en contra de su excitación. Dejó escapar un grito ahogado de sorpresa al contacto, pero no tenía en él apartarla y exponerse. Ella era una inocente, él lo sabía, y probablemente no tenía idea de lo que significaba que su cuerpo reaccionara de esta manera. Él debía ir más despacio, guiarla a través de este, pero no pudo. No había límites para el control de un hombre, y él había pasado su momento en que ella había estirado la mano y tocado su mejilla. Ella era suave y flexible en su abrazo, su ignorante boca con impaciencia volviendo a sus besos, y él la tomó en sus brazos, llevándola rápidamente a la cama. Él la acostó, con tanta ternura como pudo y, entonces, aún completamente vestido, bajó de encima de ella, cerca de la explosión con la sensación de su cuerpo por debajo del suyo. Su vestido tenía las pequeñas mangas infladas que las damas parecían preferir, y Marcus pronto descubrió que se fijaban a su piel con un poco de rigor, cuando estaba acostada. Sus dedos encontraron el borde y lo deslizaron hacía debajo, dejando al descubierto uno de sus lechosos hombros. Con una respiración entrecortada, se echó hacia atrás y la miró hacia abajo. —Honoria —dijo, y si no hubiera sido liquidado con tanta fuerza, que podría haber reído. Su nombre era el único sonido que parecía ser capaz de hacer. Tal vez era la única palabra que importaba. Ella miró arriba hacía él, con los labios inflamados y llenos con la intimidad. Ella era la cosa más hermosa que había visto, con los ojos brillando con deseo, su pecho subía y bajaba con cada respiración acelerada. —Honoria —dijo de nuevo, y esta vez era una pregunta, o tal vez una súplica. Se incorporó para quitarse la chaqueta y la camisa. Necesitaba la sensación del aire en la piel, necesitaba la sensación de ella en su piel. Cuando su ropa cayó al suelo, ella se acercó y lo tocó, poniendo una suave mano en su pecho. Ella susurró su nombre, y él se deshizo. Honoria no estaba segura de cuando había hecho su decisión de entregarse a él. Tal vez fue cuando él había dicho su nombre, y ella extendió la mano y le tocó la mejilla. O tal vez fue cuando la miró, sus ojos calientes y hambrientos, y le dijo: Ardo por ti. Pero tenía la sensación de que era el momento en que había irrumpido en la habitación. En ese momento, algo dentro de ella había sabido que esto iba a suceder, que si no hacía nada para indicar que la amaba, o incluso que la quería, ella se perdería. Ella había estado sentada en su cama, tratando de averiguar cómo la noche había ido tan inexplicablemente mal, y luego de repente él estaba allí, como si ella le hubiera conjurado. Habían discutido, y si alguien hubiera estado allí para preguntar, ella habría insistido en que su único objetivo había sido echarlo a patadas de la habitación y atrancar la puerta, pero en lo profundo, algo dentro de ella estaba comenzando a encenderse y brillar. Estaban en su habitación. Ella estaba en su cama. Y la intimidad del momento era abrumadora. Y entonces, cuando cerró la distancia entre ellos y dijo: Ardo por ti, ella no podía negar su deseo más de lo que podía su propia respiración. Cuando se puso de espaldas sobre la cama, sólo podía pensar que era donde debía estar, y él pertenecía a ese lugar con ella. Él era suyo. Era tan simple como eso. Él se quitó su camisa, dejando al descubierto su musculoso pecho firme. Lo había visto antes, por supuesto, pero no así. No con él cerniéndose sobre ella, sus ojos llenos de una necesidad primitiva a reclamarla. Y ella quería eso. ¡Oh, cuánto lo quería. Si él era de ella, entonces ella con mucho gusto sería suya. Siempre. Alargó la mano y lo tocó, maravillada con el calor de su cuerpo. Podía sentir su corazón latir en su interior, y se escuchó susurrar su nombre. Era tan guapo, tan serio, y tan… bueno. Él era bueno. Era un hombre bueno, con un buen corazón. Y, querido Dios, lo que fuera que estaba haciendo con los labios en la base de su cuello… él era muy bueno en eso, también. Se había quitado los zapatos antes de que él incluso hubiera llegado a su cuarto, y con sus pies descalzos, ella pasó los dedos de sus pies a lo largo de su… Se echó a reír. Marcus se echó hacia atrás. Sus ojos estaban interrogantes, pero también muy, muy divertidos. —Tus botas —balbuceó ella. Se quedó quieto, luego volvió lentamente la cabeza hacia sus pies. Y entonces: —¡Maldita sea! Ella se echó a reír aún más fuerte. —No es divertido —murmuró—. Es… De alguna manera contuvo la respiración. —… divertido —admitió. Ella se echó a reír tan fuerte que toda la cama estaba temblando. —¿Puedes quitártelas? —jadeó. Él le dirigió una mirada desdeñosa y se empujó a sí mismo a una posición sentada en el borde de la cama. Después de tomar unas cuantas respiraciones, se las arregló para decir: —Bajo ninguna circunstancia estoy tomando un cuchillo para que las quites. Su respuesta fue un fuerte thunk mientras su bota derecha golpeaba el suelo. Y entonces: —Ningún cuchillo será necesario. Ella trató con una expresión seria. —Estoy muy contenta de escucharlo. Él dejó caer su otra bota y se volvió hacia ella con una mirada enmarcada por pesadas pestañas que hacía derretir sus adentros. —También yo —murmuró él, tendiéndose junto a ella—. También yo. Sus dedos encontraron la pequeña línea de botones en la parte trasera de su vestido, y la seda coloreada de rosa pareció derretirse, cayendo de su cuerpo como un susurro. Las manos de Honoria fueron instintivamente a cubrir sus pechos. Él no discutió, no intentó apartarlas. En su lugar, simplemente la volvió a besar, su boca caliente y apasionada contra la suya. Y con cada momento profundizador, ella se relajó más en sus brazos hasta que, de repente, se dio cuenta que no estaba su mano en su pecho, sino la de él. Y ella lo adoró. No se había dado cuenta que su cuerpo —cualquier parte de su cuerpo—, podía sentirse tan sensible, tan necesitado. —¡Marcus! —jadeó, su espalda encontraron su sonrosada punta. arqueándose en sorpresa cuando sus dedos —Eres tan hermosa —susurró él, y ella se sentía hermosa. Cuando él la miraba, cuando la tocaba, se sentía como la mujer más hermosa alguna vez creada. Su boca reemplazó sus dedos, y ella dejó salir un callado gemido de sorpresa, sus piernas se extendieron y estiraron mientras enterraba sus dedos en su cabello. Tenía que agarrar algo. Tenía que hacerlo. De lo contrario, simplemente caería de cara en la tierra. O volaría lejos. O sencillamente desaparecería, explotando del calor y la energía que la atravesaban. Su cuerpo se sentía tan extraño, tan complemente diferente a lo que hubiera imaginado antes. Y, al mismo tiempo, se sentía tan natural. Sus manos parecían saber exactamente a dónde ir, y sus caderas sabían cómo moverse, y cuando los labios de él se movieron a su estómago, dejando un rastro de besos por el costado del vestido que tan diligentemente le estaba quitando, ella supo que era lo correcto, y que era bueno, y no simplemente lo quería, quería más. Y en seguida, por favor. Sus manos agarraron sus muslos y gentilmente los abrieron, y ella se derritió en la posición, gimiendo: “Sí” y “Por favor”, y “¡Marcus! Y luego él la besó. Aquello no lo había esperado, y pensó que podría morirse de placer. Cuando él la separó, ella había contenido el aliento, preparándose para la íntima invasión. Pero en su lugar, la adoró con su boca, sus labios, hasta que no fue más que un jadeante e incoherente fajo de necesidad, retorciéndose. —Por favor, Marcus —rogó ella, y deseó saber exactamente por qué estaba rogando. Pero lo que fuera que fuera, sabía que él se lo daría. Él sabría cómo saciar el exquisito dolor dentro de ella. Él podría enviarla al cielo, y podría traerla de vuelta a la tierra para que ella pudiera pasar una vida entera en sus brazos. Él se apartó de ella por un momento, y casi lloró por la pérdida de su toque. Él prácticamente estaba arrancándose sus pantalones y, cuando regresó, estuvieron a la par longitudinalmente, su rostro cerca del suyo, su mano en la suya, y sus caderas estableciéndose urgentemente entre sus piernas. Sus labios se separaron cuando intentó respirar equilibradamente. Cuando lo miró, sus ojos estaban en su cara, y todo lo que él dijo fue: —Tómame. La punta de él presionó contra ella, luego la abrió, y ella lo entendió. Era tan difícil, porque todo lo que quería era apretar cada músculo en su cuerpo, pero de alguna manera se relajó lo suficiente de modo que con cada estocada, él entraba más profundamente, hasta que con un jadeo de sorpresa, se dio cuenta de que él estaba complemente envainado dentro de ella. Él se estremeció de placer y empezó a moverse en un nuevo ritmo, deslizándose atrás y adelante dentro de ella. Ella empezó a decir cosas, no sabía qué. Quizá le estaba rogando, o suplicando, o intentando hacer algún tipo de trato para que él hiciera esto, y la llevara consigo, y lo hiciera terminar, y que nunca se detuviera, y… Algo sucedió. Cada pizca de su ser se unió en una pequeña bola y luego se apartó, como uno de aquellos petardos que había visto en el Vauxhall. Marcus, también, gritó y dio una última estocada, vertiéndose a sí mismo dentro de ella, antes de colapsar completamente. Por varios minutos, Honoria no pudo hacer más que yacer ahí, maravillándose por la calidad de su cuerpo junto al suyo. Marcus había empujado una suave sábana sobre ellos, y juntos habían hecho su propio pequeño cielo. Su mano estaba en la suya, sus dedos entrelazados, y ella no podía imaginar un momento más pacífico y adorable. Sería suyo. Por el resto de su vida. Él no había mencionado el matrimonio, pero esto no la preocupaba. Este era Marcus. Él jamás abandonaría a una mujer tras un momento como este. Y, probablemente, sólo estaba esperando la mejor manera de proponerlo. A él le gustaba hacer las cosas apropiadamente, a su Marcus. Su Marcus. A ella le gustaba la forma en que eso sonaba. Por supuesto, pensó con un brillo en sus ojos, él no había sido ni un poquito apropiado esta noche. Así que tal vez… —¿En qué estás pensando? —preguntó él. —En nada —mintió ella—. ¿Por qué lo preguntas? Él cambió de posición de modo que pudiera inclinarse en su codo y mirarla. —Tienes una mirada aterradora en tu cara. —¿Aterradora? —Taimada —corrigió. —No estoy segura cuál prefiero. Él rió, un bajo y caluroso ruido que hizo eco desde su cuerpo hasta el suyo. Luego su cara se puso seria. —Tendremos que regresar. —Lo sé —dijo ella con un suspiro—. Nos extrañarán. —A mí no, pero a ti sí. —Siempre puedo decirle a mi madre que me enfermé. Le diré que atrapé lo que fuera que afectó a Sarah. Qué es decir, nada, pero nadie sabe eso de Sarah. —Presionó su boca en una malhumorada sonrisa—. Y yo. E Iris. Y probablemente la señorita Wynter también. Pero aun así. Él rió de nuevo, luego se inclinó hacia abajo y la besó ligeramente en la nariz. —Si pudiera, me quedaría aquí para siempre. Ella sonrió mientras la calidez de sus palabras se deslizaba a través de ella como un beso. —Estaba pensando que esto es justo como el cielo. Él estuvo en silencio por un momento, y luego, tan suavemente que ella no estaba segura de haberlo escuchado correctamente, susurró: —El cielo no podría posiblemente comparársele. Capítulo 22 Traducido por Caami Corregido por Mari NC P or suerte para Honoria, su cabello no había sido preparado con un estilo elaborado. Que con ensayos adicionales por la tarde, no había tenido tiempo para replicar el peinado. La corbata de Marcus era otra historia. No importa lo que hicieran, no podían recuperar su nudo crujiente, intrincado. —Nunca serás capaz de dejar ir a tu ayuda de cámara —le dijo Honoria después de su tercer intento con la misma—. De hecho, es posible que necesites aumentar su salario. —Ya le dije a Lady Danbury que él me apuñaló —murmuró Marcus. Honoria se tapó la boca. —Estoy tratando de no sonreír —dijo—, porque no es gracioso. —Y sin embargo lo es. Ella resistió el tiempo que pudo. —Lo es. Él le sonrió, y se veía tan feliz, tan despreocupado. Hizo que el corazón de Honoria cantara. Qué extraño y sin embargo cuán espléndido que su felicidad pudiera ser tan dependiente de la felicidad de otro. —Déjame intentar —dijo él, y tomó los extremos y se colocó a sí mismo en frente de su espejo. Ella lo observó durante unos segundos antes de declarar: —Tendrás que ir a casa. Sus ojos no dejaron el reflejo de su corbata en el espejo. —Aún no he pasado el primer nudo. —Y no lo harás. Él le dirigió una mirada desdeñosa, con ceja levantada y todo. —Nunca vas a hacer las cosas bien —ella sentenció—. Debo decir, entre esto y las botas, estoy revisando mi opinión sobre las pocas prácticas de alta costura, hombres contra mujeres. —¿En serio? —Su mirada cayó a sus botas, pulidas con un brillo perfecto. —Nadie ha tenido que tomar un cuchillo para mi calzado. —Yo no llevo nada más que los botones encima de mi espalda —él contestó. —Es cierto, pero puedo elegir un vestido con los botones en el frente, mientras que no se puede salir de casa sin corbata. —Puedo en Fensmore —murmuró, todavía tenía los dedos tratando de trabajar con la tela cada vez más arrugada. —Pero no estamos en Fensmore —le recordó con una sonrisa. —Me rindo —él dijo, arrancándose la corbata completamente. La metió en su bolsillo, meneando la cabeza mientras decía—: Es lo mejor, en realidad. Incluso si llegara a mantener esta maldita cosa correctamente atada, no tendría sentido para mí volver a la velada musical. Estoy seguro de que todo el mundo piensa que he ido a casa. —Hizo una pausa, entonces añadió—: Si han pensado en mí en absoluto. Como había varias mujeres solteras jóvenes en la asistencia, y tal vez más a tal punto, varias madres de damas solteras, Honoria estaba bastante segura de que su ausencia se había notado. Pero aun así, su plan era uno bueno, y juntos se colaron por las escaleras traseras. El plan de Honoria era cortar a través de varias habitaciones de la sala de ensayo cerca de la velada musical, mientras que el plan de Marcus era caer al exterior a través de la puerta de servicio. En el lugar en donde tenían que separarse, Marcus la miró, tocando suavemente su mejilla con la mano. Ella sonrió. Había demasiada felicidad estallando en su interior como para mantenerla dentro. —Voy a apelar por ti mañana —dijo. Ella asintió con la cabeza. Y luego, porque ella no lo pudo evitar, susurró: —¿Beso de despedida? No necesitaba más insistencia, y él se inclinó, tomando su rostro entre las manos, mientras capturaba su boca en un beso apasionado. Honoria se sintió ardiendo, a continuación, fusionándose, entonces muy positivamente evaporándose. Ella casi se echó a reír con alegría, y se levantó en las puntas de sus pies, tratando de acercarse y entonces… Él se había ido. Hubo un grito terrible, y Marcus salió volando a través del pequeño espacio del pasillo, golpeando contra la pared opuesta. Honoria dejó escapar un grito y corrió hacia adelante. Un intruso había ingresado en la casa, y tenía a Marcus por la garganta. Ella ni siquiera tuvo tiempo para estar aterrorizada. Sin pensarlo, se arrojó al intruso, saltando sobre su espalda. —Déjalo ir. —Ella tiraba de él, tratando de soltar su brazo para que dejara de golpear a Marcus otra vez. —Por el amor de Dios —le espetó el hombre—. Suéltame, Insecto. ¿Insecto? Ella se aflojó. —¿Daniel? —¿Quién diablos podría ser? Honoria podía pensar un buen número de respuestas a eso, teniendo en cuenta que él había estado fuera del país por más de tres años. No importa que el haya escrito que iba a regresar; él no había estimado decirle a alguien cuándo. —Daniel —dijo otra vez, bajando de su espalda. Se alejó un paso y se limitó a mirarlo. Parecía más viejo, por supuesto que sí, pero parecía viejo en algo más que en años. Tal vez más cansado, tal vez más cansado del mundo. O tal vez era sólo por su reciente viaje. Todavía estaba polvoriento y azotado por el viento, cualquiera se vería cansado y hastiado del mundo después de un largo viaje de Italia a Londres. —Volviste —dijo ella estúpidamente. —En efecto —dijo bruscamente—, ¿y qué diablos está pasando? —Yo… Daniel levantó la mano. —Fuera de esto, Honoria. ¿Acaso él no le había hecho una pregunta? —Dios querido, Daniel —dijo Marcus, volviendo a sus pies. Se tambaleó un poco, frotando la parte posterior de su cabeza donde había conectado con la pared—. La próxima vez, considera decirnos… —Tú bastardo —susurró Daniel, y dio un puñetazo en la mejilla a Marcus. —Daniel —gritó Honoria. Volvió a saltar sobre su espalda, o más bien lo intentó, y él la quitó de encima como… Bueno, como un insecto, molesto, ya que lo era. Ella intentó ponerse de pie para detenerlo de nuevo, pero Daniel siempre había sido ágil, y ahora mismo él estaba furioso. Antes de que pudiera siquiera ponerse a sí misma en posición vertical, había golpeado a Marcus de vuelta. —No quiero pelear contigo, Daniel —dijo Marcus, limpiándose la sangre de su barbilla con la manga. —¿Qué demonios estabas haciendo con mi hermana? —Estás… ¡Euf! —…loco —gruñó Marcus, su voz aparentemente atragantada por la fuerza del puño de Daniel en su vientre. —Te pedí que cuidaras de ella —espetó Daniel, puntuando cada palabra con un fuerte golpe a la sección media de Marcus—. Qué. La. Cuidaras. —¡Daniel, detente! —suplicó Honoria. —Ella es mi hermana —escupió Daniel. —Lo sé —gruñó Marcus de vuelta. Parecía estar recuperando su equilibrio, echó atrás su brazo y dio un puñetazo en la mandíbula de Daniel—. Y tu… Pero Daniel no estaba interesado en hablar al menos a no ser que Marcus respondiera a sus preguntas específicas. Antes de que Marcus pudiera acabar la frase, Daniel lo agarró por el cuello y lo inmovilizó contra la pared. —¿Qué —dijo entre dientes otra vez—, le estabas haciendo a mi hermana? —Lo vas a matar —chilló Honoria. Corrió de nuevo hacia adelante, tratando de que Daniel diera marcha atrás, pero Marcus debe haber sido capaz de valerse por sí mismo, porque su rodilla se disparó, alcanzando a Daniel de lleno en la ingle. Daniel dejó escapar un sonido que era positivamente inhumano, y se cayó, llevando a Honoria con él. —Los dos están locos —exclamó ella, tratando de desentrañar sus piernas de las su hermano. Pero ellos no estaban escuchando, ella podría haber estado también hablando de las tablas del suelo. Marcus se tocó su garganta con sus manos, haciendo una mueca mientras se frotaba donde Daniel le había ahorcado. —Por el amor de Dios, Daniel —dijo—. Casi me matas. Daniel miró hacia él desde el piso mientras jadeaba a través de su dolor. —¿Qué le estabas haciendo a Honoria? —No hacia… —ella trató de interceder, trató de decir esto que no importaba, pero Marcus la interrumpió con: —¿Qué has visto? —No importa lo que yo vi —espetó Daniel—. Te pedí que la cuidaras, no que tomaras ventaja… —Me pediste —le cortó Marcus con enojo—. Sí, vamos a pensar acerca de eso. Me pediste que cuidara a tu joven hermana, soltera. ¡Yo! ¿Qué diablos sé yo de cuidar una jovencita? —Al parecer más de lo que deberías —escupió Daniel—. Tuviste tu lengua bajando por su… La boca de Honoria se abrió, y ella golpeó a su hermano en un lado de su cabeza. Ella le habría golpeado otra vez, salvo que Daniel le había dado un empujón a cambio, pero antes de que pudiera hacer un movimiento, Marcus se precipitó a través del aire. —¡Hhhhhrrrrrrcccchhhh! —Surgió un sonido de su boca que era completamente ininteligible. Era el sonido de la furia, pura y simple, y Honoria se las arregló para deslizarse fuera del camino antes de que Marcus se arrojara sobre el hombre que siempre había considerado su único verdadero amigo. —Por el amor de Dios, Marcus —exclamó Daniel entre golpes—. ¿Qué diablos está mal contigo? —No vuelvas a hablar de ella de esa manera —bulló Marcus. Daniel se deslizó por debajo de él y se puso de pie. —¿Cómo qué? Yo te estaba insultando a ti. —¿En serio? —Marcus habló arrastrando las palabras, también en aumento—. Bueno, entonces este —su puño conectó con el lado de la cara de Daniel—, es por el insulto. Y este —otro puño, al otro lado de la cara—, es por abandonarla. Fue muy dulce de su parte, pero Honoria no estaba segura de que fuera lo bastante exacto. —Bueno, él realmente no… Daniel agarró su boca, que estaba chorreando sangre. —¡Estaba colgado! Marcus empujó el hombro de Daniel, y luego lo empujó de nuevo. —Podrías haber vuelto hace mucho tiempo. Honoria jadeó. ¿Era eso cierto? —No —respondió Daniel, empujando a Marcus exactamente como antes—. No pude. ¿O no te diste cuenta que Ramsgate es un loco? Marcus se cruzó de brazos. —No le has escrito por más de un año. —Eso no es cierto. —Es cierto —dijo Honoria, aunque nadie la estaba escuchando. Y fue entonces cuando ella se dio cuenta. No la iban a escuchar. En esta pelea, al menos. —Tu madre estaba arruinada —dijo Marcus. —No había nada que pudiera hacer al respecto —respondió Daniel. —Me voy —dijo Honoria. —Podrías haberle escrito. —¿A mi madre? ¡Lo hice! Ella nunca me escribió de vuelta. —Me voy —repitió Honoria, pero ellos ahora estaban casi nariz a nariz, silbando epítetos y el cielo sabe qué más. Ella se encogió de hombros. Al menos ya no estaban tratando de matarse el uno al otro. Todo estaría bien. Habían peleado antes y probablemente lo harían de nuevo, y tenía que admitir que una pequeña parte —oh, muy bien, un poco más grande que una parte— de ella estaba contenta de que habían llegado a las manos por ella. No tanto por su hermano, pero Marcus… Suspiró, recordando la feroz expresión en su rostro cuando la defendió. Él la amaba. Él no lo había dicho aún, pero lo hacía, y lo haría. Él y Daniel solucionarían todo lo que tuvieran que resolver, y esta historia de amor —su historia de amor, pensó soñadora— tendría un final completamente feliz. Se casarían, tendrían montones de niños para convertirse en una familia feliz, burlando a la familia que ella había tenido una vez. La feliz, burlona familia que Marcus siempre había merecido. Y habría tarta de melaza por lo menos una vez a la semana. Lanzó una última mirada a los hombres, que se apretujaban en los hombros del otro, aunque afortunadamente sin la bastante fuerza de antes. Ella podría volver a la velada musical. Alguien tenía que decirle a su madre que Daniel estaba de vuelta. —¿A dónde fue Honoria? —preguntó Daniel unos minutos más tarde. Estaban sentados uno junto al otro en el suelo, apoyados contra la pared. Las piernas de Marcus estaban dobladas; las de Daniel extendidas. En algún punto de sus codazos y empujones habían parado, y en silencioso acuerdo habían caído por el muro, haciendo una mueca de dolor cuando sus mentes finalmente se encontraron con sus cuerpos y se dieron cuenta de lo que se habían hecho entre los dos. Marcus levantó la cabeza y miró a su alrededor. —De vuelta en la fiesta, imagino. —Realmente esperaba que Daniel no se pusiera beligerante de nuevo, porque no estaba seguro de tener la suficiente fuerza para lanzarse a él otra vez. —Te ves como el infierno —dijo Daniel. Marcus se encogió de hombros. —Te ves peor. —Por lo menos eso esperaba. —La estabas besando —dijo Daniel. Marcus le lanzó una mirada molesta. —¿Y? —¿Qué vas a hacer al respecto? —Iba a pedirte su mano antes de que me dieras un puñetazo en el intestino. Daniel parpadeó. —Oh. —¿Qué demonios pensaste que iba a hacer? ¿Seducirla y luego lanzarla a los lobos? Daniel se puso instantáneamente tenso, y sus ojos brillaban con furia. —¿La sedu…? —No —Marcus lo detuvo, levantando una mano—. No hagas esa pregunta. Daniel se mordió la lengua, pero miró a Marcus con recelo. —No —dijo Marcus otra vez, sólo para que quede claro. Extendió su mano y tocó su barbilla. Maldita sea, dolía. Miró a Daniel, quien tenía una mueca de dolor mientras flexionaba sus dedos y examinaba las contusiones en sus nudillos—. Bienvenido a casa, por cierto. Daniel miró hacia arriba, levantando una peculiar ceja. —La próxima vez, dinos cuando planeas llegar. Parecía como si Daniel fuera a responder, pero sólo rodó los ojos. —Tu madre no mencionó tu nombre por tres años —dijo Marcus en voz baja. —¿Por qué me dices eso? —Porque te fuiste, te fuiste, y… —No tenía otra opción. —Podrías haber vuelto —dijo Marcus con desdén—. Sabías que… —No —interrumpió Daniel—. No podía. Ramsgate tenía a alguien siguiéndome en el continente. Marcus se quedó en silencio por un momento. —Lo siento. No sabía. —Todo está bien. —Daniel suspiró y dejó reposar la parte de atrás de su cabeza contra la pared—. Ella nunca contestó mis cartas. Marcus lo miró. —Mi madre —aclaró Daniel—. No estoy sorprendido que ella nunca mencionara mi nombre. —Fue muy difícil para Honoria —dijo Marcus en voz baja. Daniel tragó. —¿Cuánto tiempo has, eh… —Sólo esta primavera. —¿Qué pasó? Marcus se sintió sonreír. Bueno, con uno de los lados de su boca. El otro estaba empezando a hincharse. —No estoy seguro —admitió. No parecía correcto decirle acerca del agujero del topo, o del esguince en el tobillo, o de la infección en la pierna, o de la tarta de melaza. Esos sólo fueron eventos. No tenían que ver con lo que había sucedido en su corazón. —¿La amas? Marcus alzó la vista. Asintió. —Bueno, entonces. —Daniel le dio un encogimiento de un solo hombro. Era todo lo que tenía que decir. Era todo lo que siempre decía: Marcus se dio cuenta. Ellos eran hombres, y eso era lo que los hombres hacían. Pero era suficiente. Comenzó a extender la mano, para darle una palmeada a Daniel en la pierna o el hombro. Pero en lugar de eso le dio un empujón amistoso con su codo a sus costillas. —Me alegro de que estés en casa —dijo. Daniel se quedó callado por varios segundos. —Yo también, Marcus. Yo también. Capítulo 23 Traducido por LizC Corregido por Simoriah espués de dejar a Marcus y a Daniel en el pasillo, Honoria se deslizó silenciosamente en la sala de ensayos. Estaba vacía, como había esperado, y podía ver una franja de luz derramarse sobre el piso donde la puerta de la habitación principal estaba entreabierta. Honoria revisó su reflejo por última vez en un espejo. Estaba oscuro, así que no podía D estar segura, pero pensó que se veía presentable. Todavía había unos cuantos huéspedes deambulando, los suficientes para que Honoria tuviera la esperanza de que no la hubieran echado de menos, al menos no nadie ajeno a su familia. Daisy estaba llevando a cabo una charla cerca del centro de la sala, explicando a quien quisiera escuchar cómo su violín Ruggieri había sido construido. Lady Winstead estaba parada a un lado, luciendo terriblemente feliz y contenta, e Iris estaba… —¿Dónde has estado? —siseó Iris. Justo al lado de ella, al parecer. —No me sentía bien —dijo Honoria. Iris resopló con disgusto. —Oh, lo próximo que vas a decirme es que has atrapado lo que sea que Sarah tiene. —Eh, tal vez. Esto fue recibido con un suspiro. —Todo lo que quiero hacer es irme, pero Madre no quiere saber nada de eso. —Lo lamento —dijo Honoria. Era difícil sonar realmente comprensiva cuando estaba rebosante de alegría, pero lo intentó. —Lo peor es Daisy —dijo Iris malévolamente—. Ha estado paseándose como… ¿ es sangre eso en tu manga? —¿Qué? —Honoria torció el cuello para echar un vistazo. Había una mancha del tamaño de una moneda en la parte abultada de su manga. Sólo el cielo sabía a qué hombre pertenecía; ambos habían estado sangrando cuando ella se fue—. Oh. Eh, no, no sé lo que es. Iris frunció el ceño y miró con más atención. —Creo que es sangre. —Puedo decirte a ciencia cierta que no lo es —mintió Honoria. —Bueno, entonces, ¿qué…? —¿Qué hizo Daisy? —interrumpió Honoria con rapidez. Y cuando Iris solo parpadeó, dijo—: Dijiste que ella era la peor. —Bueno, lo es —declaró Iris fervientemente—. No necesita hacer nada específico. Sólo… Fue interrumpida por un fuerte trino de risa. Que venía de Daisy. —Puede que llore —anunció Iris. —No, Iris, tú… —Permítanme mi miseria —interrumpió Iris. —Lo siento —murmuró Honoria contrita. —Éste fue el día más humillante de mi vida. —Iris sacudió la cabeza, su expresión casi aturdida—. No puedo hacer esto de nuevo, Honoria. Te digo, no puedo. No me importa si no hay otra chelista esperando para tomar mi lugar. No puedo hacerlo. —Si te casas... —Sí, soy consciente de eso —estalló Iris—. No creas que no se me cruzó por la mente el año pasado. Casi acepté a Lord Venable sólo para no tener que unirme al cuarteto. Honoria hizo una mueca. Lord Venable era lo suficientemente mayor para ser su abuelo. Y algo más. —Por favor, sólo no vuelvas a desaparecer de nuevo —dijo Iris, el ahogo en su voz a punto de convertirse en un sollozo—. No puedo manejar cuando la gente viene a mí para elogiarme por una interpretación. No sé qué decir. —Por supuesto —dijo Honoria, tomando la mano de su prima. —¡Honoria, ahí estás! —Era su madre, corriendo hacia ella—. ¿Dónde has estado? Honoria se aclaró la garganta. —Subí a recostarme por unos minutos. Estaba agotada de repente. —Sí, bueno, fue un largo día —dijo su madre con un asentimiento. —No sé dónde se fue el tiempo. Debo haberme quedado dormida —dijo Honoria en tono de disculpa. ¿Quién sabía que era tan buena mentirosa? Primero la sangre y ahora esto. —No tiene importancia —dijo su madre antes de volverse hacia Iris—. ¿Has visto a la Srta. Wynter? Iris negó con la cabeza. —Charlotte está lista para irse a casa y no la puede encontrar en ninguna parte. —¿Tal vez fue al cuarto de descanso? —sugirió Iris. Lady Winstead lucía dudosa. —Ha estado desaparecida bastante tiempo para eso. —Eh, Madre —dijo Honoria, pensando en Daniel en el pasillo—. Si pudiera hablar contigo. —Tendrá que esperar —dijo Lady Winstead, sacudiendo la cabeza—. Estoy comenzando a preocuparme por la Srta. Wynter. —Quizás también necesitaba recostarse —sugirió Honoria. —Supongo. Espero que Charlotte piense en darle un día libre extra en agradecimiento esta semana. —Lady Winstead hizo un pequeño asentimiento, como coincidiendo consigo misma—. Creo que iré a buscarla ahora mismo y haré esa sugerencia. Es lo menos que podemos hacer. La señorita Wynter realmente salvó el día. Honoria e Iris la observaron retirarse, y entonces Iris dijo: —Supongo que depende de tu definición de la palabra “salvó”. Honoria soltó una risita y pasó el brazo por el de su prima. —Ven conmigo —dijo—. Daremos una vuelta por la habitación y luciremos felices y orgullosas al hacerlo. —Feliz y orgullosa está más allá de mis capacidades, pero… Iris fue interrumpida por un resonante estrépito. O no exactamente un estrépito. Más bien como el sonido de algo fragmentándose. Con algunos estallidos. Y retintines. —¿Qué fue eso? —preguntó Iris. —No sé. —Honoria estiró su cuello—. Sonó como… —¡Oh, Honoria! —Ambas oyeron a Daisy chillar—. ¡Tú violín! —¿Qué? —Honoria caminó lentamente hacia la conmoción, no del todo capaz de sumar dos y dos. —Oh, mi Dios —dijo Iris repentinamente, su mano yendo hacia su boca. Apoyó una mano contenedora en Honoria, como si dijera; “es mejor que no veas esto”. —¿Qué está sucediendo? —La mandíbula de Honoria se aflojó. —¡Lady Honoria! —bramó Lady Danbury—. Lamento mucho lo de su violín. Honoria sólo parpadeó, mirando los restos destrozados de su instrumento. —¿Qué? ¿Cómo...? Lady Danbury sacudió la cabeza con lo que Honoria sospechaba era exagerado arrepentimiento. —No tengo idea. El bastón, ya sabe. Debo haberlo derribado de la mesa. Honoria sintió que su boca se abría y cerraba, pero ningún sonido emergió. Su violín no lucía como si hubiera sido derribado de una mesa. Honestamente, Honoria no podía comprender cómo podría haber llegado a ese estado. Estaba absolutamente destruido. Cada cuerda se había cortado, trozos de madera estaban separados por completo, y el respaldar de la barbilla no estaba a la vista. Claramente, había sido pisoteado por un elefante. —Insisto en comprarle uno nuevo —anunció Lady Danbury. —Oh. No —dijo Honoria, con una extraña falta de inflexión—. No es necesario. —Y además —dijo Lady Danbury, ignorándola por completo—. Será un Ruggieri. Daisy jadeó. —No, en serio —dijo Honoria. No podía apartar los ojos del violín. Había algo en él que era absolutamente fascinante. —Yo causé este daño —dijo Lady Danbury grandiosamente. Movió su brazo a través del aire, el gesto dirigido más hacia la multitud que hacia Honoria—. Tengo que hacer lo correcto. —¡Pero un Ruggieri! —exclamó Daisy. —Lo sé —dijo Lady Danbury, colocando una mano sobre su corazón—. Son terriblemente costosos, pero en tal caso, sólo lo mejor será suficiente. —Hay una gran lista de espera —dijo Daisy con un resoplido. —En efecto. Lo mencionaste antes. —Seis meses. Tal vez incluso un año. —¿O más? —preguntó Lady Danbury, tal vez con un toque de alegría. —No necesito otro violín —dijo Honoria. Y no lo necesitaba. Iba a casarse con Marcus. Nunca tendría que tocar en otra velada musical por el resto de su vida. Por supuesto, no podía decirle eso a nadie. Y él tenía que proponerle matrimonio. Pero eso parecía una cuestión sin importancia. Estaba segura de que lo haría. —Puede usar mi viejo violín —dijo Daisy—. No me importa. Y mientras Lady Danbury discutía con ella sobre eso, Honoria se inclinó hacia Iris y, sin dejar de mirar el desorden en el suelo, dijo: —Es realmente notable. ¿Cómo crees que lo hizo? —No sé —dijo Iris, igualmente desconcertada—. Se necesitaría más de un bastón. Creo que necesitarías un elefante. Honoria jadeó con deleite y finalmente apartó los ojos de la carnicería. —¡Eso es exactamente lo que estaba pensando! Sus miradas se encontraron y luego se echaron a reír, ambas con tal fervor que Lady Danbury y Daisy dejaron de discutir para mirarlas. —Creo que está abrumada —dijo Daisy. —Bueno, por supuesto, tontita —bramó Lady Danbury—. Acaba de perder su violín. —Gracias a Dios —dijo alguien. Con gran sentimiento. Honoria echó un vistazo. Ni siquiera estaba segura de quién era. Un caballero de mediana edad a la moda con una dama igualmente a la moda a su lado. Le recordaba a los dibujos de Beau Brummell que ella había visto, el hombre vivo más a la moda cuando sus hermanas mayores habían hecho su debut. —La chica no necesita un violín —agregó él—. Necesita tener sus manos atadas para que no pueda tocar un instrumento de nuevo. Unas pocas personas rieron tontamente. Otras se veían muy incómodas. Honoria no tenía idea de qué hacer. Había una regla no escrita en Londres que, si bien uno podía burlarse de la velada musical Smythe-Smith, jamás debía hacerlo al alcance del oído de un verdadero Smythe-Smith. Incluso los columnistas de chismes nunca mencionaban lo terribles que eran. ¿Dónde estaba su madre? ¿O Tía Charlotte? ¿Lo habían oído? Eso las mataría. —Oh, vamos —dijo, dirigiendo sus palabras a la pequeña multitud que se había reunido a su alrededor—. ¿Todos estamos tan poco dispuestos a decir la verdad? Son terribles. Una abominación contra la naturaleza. Unas cuantas personas más rieron. Detrás de sus manos, pero aun así. Honoria intentó abrir la boca, intentó emitir un sonido, cualquier sonido que pudiera interpretarse como una defensa hacia su familia. Iris se aferraba a su brazo como si quisiera morir en el acto, y Daisy se veía simplemente atónita. —Te lo ruego —dijo el caballero, volviéndose para enfrentar a Honoria directamente—. No aceptes un nuevo violín de la condesa. Ni siquiera vuelvas a tocar uno. —Y entonces, después de una risita tonta dirigida a su compañera, como si dijera: “sólo espera a escuchar lo que tengo para decir a continuación”, le dijo a Honoria—: Eres pésima. Haces llorar a los pájaros cantores. Casi me haces llorar a mí. —Yo todavía podría hacerlo —dijo su compañera. Sus ojos se encendieron y le lanzó una mirada alegre a la multitud. Estaba orgullosa de su insulto, satisfecha de que su crueldad tuviera un dejo ingenioso. Honoria tragó, parpadeando para contener las lágrimas de furia. Siempre había pensado que si alguien la atacaba públicamente respondería con ingenio cortante. Su ritmo sería impecable; repartiría una repulsa con tanto estilo y garbo que su oponente no tendría más remedio que escabullirse, con la proverbial cola entre las piernas. Pero ahora que estaba sucediendo, estaba paralizada. Sólo podía mirar, sus manos temblando mientras luchaba por mantener la compostura. Más tarde esa noche se daría cuenta de lo que debería haber dicho, pero ahora su mente era una nube arremolinada e incipiente. No podría haber armado una frase decente incluso si alguien hubiera colocado las obras completas de Shakespeare en sus manos. Oyó reír a otra persona, y luego a otro. Él estaba ganando. Este hombre terrible, cuyo nombre ella ni siquiera conocía, había llegado a su casa, la había insultado frente a todos los que ella conocía, y estaba ganando. Estaba equivocado por tantas razones, salvo en la más básica. Era horrible en el violín. Pero, sin duda —sin duda— las personas sabían que no debían actuar de esa manera. Seguramente alguien saldría en su defensa. Y entonces, sobre las risas silenciadas y susurros siseados llegó el inconfundible sonido de botas resonando sobre un piso de madera. Poco a poco, como en una ola, la multitud levantó la cabeza hacia la puerta. Y lo que vieron... Honoria se enamoró de nuevo. Marcus, el hombre que siempre había querido ser el árbol en las pantomimas; Marcus, el hombre que prefería llevar sus asuntos en silencio, detrás de escena; Marcus, el hombre que odiaba ser el centro de atención... Estaba a punto de hacer una escena muy grande. —¿Qué le dijiste? —exigió, cruzando la habitación como un furioso dios. Un magullado y ensangrentado dios furioso al que resultó le faltaba una corbata, pero aun así, definitivamente furioso. Y en su opinión, definitivamente un dios. El caballero de pie frente a ella retrocedió. En realidad, unas cuantas personas retrocedieron; Marcus lucía un poco salvaje. —¿Qué le dijiste, Grimston? —repitió Marcus, sin detenerse hasta que estuvo directamente frente al torturador de Honoria. El destello de un recuerdo se encendió a través de Honoria. Era Basil Grimston. Había estado fuera de la ciudad por varios años, pero durante su época de gloria había sido conocido por su brutal ingenio. Sus hermanas lo habían odiado. El Sr. Grimston alzó la barbilla y dijo. —Sólo dije la verdad. Una de las manos de Marcus formó un puño; la otra mano lo acunó. —No serías la primera persona a la que golpeo esta noche —dijo con calma. Fue entonces que Honoria finalmente pudo verlo bien. Lucía positivamente indómito; su cabello apuntando en todas direcciones, el ojo rodeado de tonos de negro y azul, y su boca parecía estar comenzando a hincharse en el lado izquierdo. Su camisa estaba desgarrada, manchada de sangre y polvo, y si no estaba equivocada había una pequeña pluma pegada al hombro de su chaqueta. Pensó que podría ser el hombre más guapo que había visto. —¿Honoria? —susurró Iris, los dedos hundiéndose con fuerza en su brazo. Honoria se limitó a sacudir la cabeza. No quería hablar con Iris. No quería apartar la cabeza de Marcus ni por un segundo. —¿Qué le dijiste? —preguntó Marcus una vez más. El Sr. Grimston se volvió hacia la multitud. —Seguramente él debe ser sacado. ¿Dónde está nuestra anfitriona? —Aquí mismo —dijo Honoria, dando un paso adelante. No era estrictamente cierto, pero su madre no estaba en ninguna parte, y se imaginó que ella era quien seguía. Pero cuando miró a Marcus, él le dio una pequeña negativa con la cabeza, y silenciosamente volvió a su lugar junto a Iris. —Si no te disculpas con Lady Honoria —dijo Marcus, su voz tan suave como para ser aterrador—. Te mataré. Hubo un jadeo colectivo, y Daisy fingió un desmayo, deslizándose con elegancia contra Iris, quien de inmediato se hizo a un lado y dejó que cayera al suelo. —Oh, vamos —dijo el Sr. Grimston—. Seguramente no llegará a las pistolas al amanecer. —No estoy hablando de un duelo —dijo Marcus—. Quiero decir que te mataré aquí mismo. —Estás loco —jadeó el Sr. Grimston. Marcus se encogió de hombros. —Tal vez. La mirada del Sr. Grimston fue de Marcus a su amiga, a la multitud, y luego de vuelta a su amiga. Nadie parecía estar ofreciéndole ningún asesoramiento, en silencio o de otra forma, y por lo tanto, como cualquier petimetre a punto de conseguir que su rostro fuera destruido haría, se aclaró la garganta, se volvió hacia Honoria, y le dijo a su frente. —Le ruego me disculpe, Lady Honoria. —Hazlo bien —ladró Marcus. —Pido disculpas —dijo Grimston con los dientes apretados. —Grimston... —advirtió Marcus. Finalmente, el Sr. Grimston bajó la mirada hasta que estuvo mirando a Honoria a los ojos. —Por favor acepte mis disculpas —le dijo. Lucía miserable y sonaba furioso, pero lo dijo. —Gracias —dijo ella rápidamente, antes de que Marcus pudiera decidir que la disculpa no pasaba el examen. —Ahora vete —ordenó Marcus. —Como si soñara con quedarme —dijo Grimston con un resoplido. —Voy a tener que golpearte —dijo Marcus, sacudiendo la cabeza con incredulidad. —Eso no va a ser necesario —dijo rápidamente la amiga del Sr. Grimston, echando una mirada cautelosa a Marcus. Dio un paso adelante, tomó su brazo, y tiró de él hacia atrás—. Gracias —le dijo a Honoria—. Por una velada encantadora. Puede estar segura de que si alguien pregunta, diré que transcurrió sin incidentes. Honoria todavía no sabía quién era ella, pero asintió de todos modos. —Gracias a Dios se han ido —murmuró Marcus, a medida que ellos se retiraban. Se frotaba los nudillos. —Realmente no quería tener que golpear a alguien de nuevo. Tu hermano tiene una cabeza dura. Honoria se sintió sonreír. Era una razón ridícula para sonreír, y un momento aún más ridículo para sonreír. Daisy seguía tendida en el suelo, gimiendo en su falso desmayo, Lady Danbury estaba ladrando a todo el que quisiera escuchar que no había “nada que ver, nada que ver”, e Iris no paraba de hacerle preguntas sobre quién sabe qué. Sin embargo, Honoria no estaba oyendo a Iris. —Te amo —dijo, tan pronto como los ojos de Marcus cayeron sobre su rostro. No había querido decirlo en ese momento, pero no había forma de guardárselo para sí—. Te amo. Siempre lo he hecho. Alguien debe de haberla oído, y ese alguien debe haberle dicho a otra persona, quien le dijo a otra persona, porque en cuestión de segundos, la habitación se quedó en silencio. Y una vez más, Marcus se encontró en el centro absoluto de atención. —Yo también te amo —dijo con voz firme y clara. Y luego, con los ojos de la mitad de la gente sobre él, le tomó las manos, se puso de rodillas y le dijo—: Lady Honoria Smythe-Smith, ¿me harías el inmenso honor de convertirte en mi esposa? Honoria intentó decir que sí, pero su garganta estaba ahogada por la emoción. Así que asintió con la cabeza. Asintió a través de sus lágrimas. Asintió con tal velocidad y vigor que casi perdió el equilibrio y no tuvo más remedio que caer en sus brazos cuando él retrocedió. —Sí —susurró finalmente—. Sí. Iris le dijo más tarde que toda la sala lanzó vítores, pero Honoria no oyó nada. En ese momento perfecto, no había nada más que Marcus, y ella, y la forma en que él sonreía mientras apoyaba su nariz contra la de ella. —Te lo iba a decir —dijo él—. Pero me ganaste de mano. —No fue mi intención —admitió ella. —Estaba esperando el momento adecuado. Ella se puso de puntillas y lo besó, y esta vez sí oyó la alegría que estalló a su alrededor. —Creo que éste es el momento adecuado —susurró. Él debió haber estado de acuerdo, porque él la besó de nuevo. A la vista de todos. Epílogo Traducido por Niii Corregido por Mari NC Un año después o estoy seguro de que la primera fila sea el mejor punto de vista —dijo Marcus, dirigiendo una mirada de anhelo hacia el resto de las sillas vacías. Él y Honoria habían llegado temprano al musical de las Smythe-Smith de este año; ella había sido más que insistente en que debían —N hacerlo para así asegurarse los “mejores” asientos. —No se trata de puntos de vista —dijo ella, mirando de arriba a abajo la primera fila con ojo conocedor—. Se trata de escuchar. —Lo sé —dijo él, malhumorado. —Y de cualquier modo, en realidad ni siquiera se trata de escuchar, se trata de mostrar nuestro apoyo. —Le dio una sonrisa brillante y se instaló en su asiento escogido: primera fila, en el centro exacto. Con un suspiro, Marcus tomó el asiento a su derecha. —¿Estás cómoda? —preguntó. Honoria estaba embarazada, y en una etapa tan avanzada que en realidad no debería estar haciendo apariciones públicas, pero había insistido en que el musical era una excepción. “Es una tradición familiar” había replicado. Y para ella, esa era explicación suficiente. Para él, era el motivo por el que la amaba. Era tan extraño, ser parte de una familia propia. No sólo la horda de Smythe-Smith, quienes eran tantos en número que todavía no podía seguirles la pista. Cada noche mientras yacía junto a su esposa, no podía terminar de creer que ella le pertenecía. Y él a ella. Una familia. Y pronto serían tres. Asombroso. —Sarah e Iris todavía están muy descontentas por tener que presentarse —susurró Honoria, aunque no había nadie alrededor. —¿Quién está tomando tu lugar? —Harriet —dijo, luego agregó—: La hermana pequeña de Sarah. Sólo tiene quince, pero no había nadie más antes que ella. Marcus pensó en preguntarle si Harriet era buena, pero luego decidió que no quería saber la respuesta. —Son dos parejas de hermanas en el cuarteto este año —dijo Honoria, al parecer sólo notándolo en ese momento—. Me pregunto si eso habrá ocurrido alguna vez antes. —Tu madre lo sabrá —dijo él con aire ausente. —O la tía Charlotte. Se ha convertido en la historiadora de la familia. Alguien pasó junto a ellos en su camino hacia un asiento en la esquina, y Marcus miró alrededor, notando que la habitación se estaba llenando lentamente. —Estoy tan nerviosa —dijo Honoria, dándole una sonrisa emocionada—. Esta es mi primera vez en la audiencia, sabes. Él parpadeó con confusión. —¿Qué hay de los años antes de que tocaras? —Es diferente —dijo, dándole una mirada de no es posible que lo entiendas—. Oh, aquí vamos, aquí vamos. Está a punto de comenzar. Marcus le dio palmaditas en la mano, luego se instaló en su asiento para ver a Iris, Sarah, Daisy, y Harriet tomar sus posiciones. Pensó que tal vez había escuchado a Sarah gemir. Y luego comenzaron a tocar. Era horrible. Él había sabido que sería horrible, por supuesto; siempre era horrible. Pero de algún modo sus oídos habían logrado olvidar cuán horrible era. O tal vez eran incluso peor de lo usual este año. Harriet dejó caer su arco en dos ocasiones. Eso no podía ser bueno. Miró a Honoria, seguro de que vería una expresión de empatía en su rostro. Ella había estado allí, después de todo. Sabía exactamente cómo se sentía el estar sobre ese escenario, creando ese ruido. Pero Honoria no se veía ni remotamente molesta por sus primas. En lugar de eso, las miraba con una sonrisa radiante, casi como una mamá orgullosa deleitándose en los logros de sus magníficas pupilas. Tuvo que mirar dos veces para asegurarse de que no estaba viendo cosas. —¿No son maravillosas? —murmuró ella, ladeando su cabeza hacia la suya. Sus labios se abrieron con sorpresa. No tenía idea de cómo responder. —Han mejorado tanto —susurró ella. Eso bien podría haber sido verdad. Si era así, estaba ferozmente alegre de no haber tenido que sentarse en ninguno de sus ensayos. Pasó el resto del concierto observando a Honoria. Ella sonrió, suspiró; una vez puso una mano sobre su corazón. Y cuando sus primas bajaron sus instrumentos —o en el caso de Sarah, puso los ojos el blanco y levantó sus dedos de las teclas—, Honoria fue la primera en estar de pie, aplaudiendo frenéticamente. —¿No sería maravilloso que tuviéramos hijas que pudieran tocar en el cuarteto? —le dijo a él, dándole un impulsivo beso en la mejilla. Él abrió su boca para hablar, y con toda honestidad, no tenía idea de lo que planeaba decir. Pero ciertamente no era lo que sí dijo, que fue: —No puedo esperar. Pero mientras se encontraba de pie ahí, su mano descansando en la parte baja de la espalda de su esposa, escuchándola hablar con sus primas, sus ojos se dirigieron a su vientre, donde una nueva vida se estaba formando. Y se dio cuenta de que era verdad. No podía esperar. Por nada de ello. Se inclinó hacia abajo y susurró: —Te amo —susurró en el oído de Honoria. Sólo porque quería hacerlo. Ella no levantó la vista, pero sonrió. Y él sonrió también. FIN Just Like Heaven Smythe-Smith Quartet Julia Quinn A Night Like This (Smythe-Smith Quartet #2) El trabajo de Anne Wynter como institutriz de tres jóvenes damas de alta cuna puede ser un desafío, en una sola semana ella se encuentra escondida en un armario lleno de tubas, jugando a ser la reina malvada en una obra y con tendencia a las heridas del oh- tan-elegante Conde de Winstead. Después de años de evadir los avances no deseados, él es el primer hombre que realmente la ha tentado, y es cada vez más y más difícil recordarse que una institutriz no tiene por qué coquetear con un noble. Daniel Smythe-Smith podría estar en peligro de muerte, pero eso no va a detener al joven conde de enamorarse. Y cuando él ve a una misteriosa mujer en la velada musical anual de su familia, se compromete a perseguirla. Pero Daniel tiene un enemigo, alguien que se ha comprometido a verlo muerto. Y cuando Anne es lanzada al peligro, no se detendrá ante nada para asegurar su final feliz. .