[párr. 8] A esto añadí que, supuesto que yo conocía algunas perfecciones que me faltaban, no era yo el único ser que existiese (aquí, si lo permitís, haré uso libremente de los términos de la escuela), sino que era absolutamente necesario que hubiese algún otro ser más perfecto de quien yo dependiese y de quien hubiese adquirido todo cuanto yo poseía; pues si yo fuera solo e independiente de cualquier otro ser, de tal suerte que de mí mismo procediese lo poco en que participaba del Ser perfecto, hubiera podido tener por mí mismo también, por idéntica razón, todo lo demás que yo sabía faltarme, y ser, por lo tanto, yo infinito, eterno, inmutable, omnisciente, omnipotente y, en fin poseer todas las perfecciones que podía advertir en Dios 1. El conocimiento de perfecciones superiores implica la existencia de un ser superior. a. Esto desmonta la concepción solipsista. 2. La existencia de un ser perfecto se deduce de la ausencia de algunas perfecciones en uno mismo. a. De no existir este ser, todo provendría de uno mismo. 3. Este ser perfecto es Dios. Conclusión: Dios existe ya que la perfección implica la existencia. Tesis: La existencia de Dios es evidente debido a que las perfecciones ya que nadie salvo el es perfecto. De este modo, las perfecciones con las que cada individuo cuenta vienen de Dios. La filosofía que abarca los siglos XVII y XVIII en Europa, recibe el nombre de filosofía moderna. Como máximos representantes encontramos dos corrientes de pensamiento: el empirismo británico, con Locke, Hume y Berkeley; y el racionalismo continental, con Spinoza, Leibniz y Descartes. Es de hecho este último, el considerado como primer filósofo moderno, ya que romperá con el paradigma de la etapa anterior, otorgando a la filosofía moderna una serie de características definidoras. Entre ellas destacan la secularización, la autonomía de la razón frente a la fe, la influencia de la ciencia moderna y el subjetivismo. Como punto de partida de esta nueva corriente de pensamiento encontramos la obra por excelencia del filósofo francés René Descartes, publicada en 1637, bajo el nombre de Discurso del método, a la cual pertenece, y en concreto a su cuarta parte, el fragmento que nos atiende. En este texto, el padre de la filosofía moderna sostiene que Dios existe, ya que conociendo las perfecciones de las que él mismo carece, deduce que aquellas con las que cuenta han de venir de un ser más perfecto. Ese ser el cual poseía “todas las perfecciones que podía advertir” es Dios. Como punto de partida para llegar a la idea de Dios y al resto de ideas propias de la filosofía cartesiana, es necesario comprender, a grandes rasgos, el método en el que el autor se basa para llegar a dichas nociones. De este modo, el método cartesiano, enunciado en la segunda parte del mismo libro, consta de cuatro reglas, con el objetivo de establecer verdades indubitables: La primera regla es la regla de la evidencia, mediante la cual se somete a duda toda cosa, hasta que se verifique que esta es evidente, implicando así su veracidad. La segunda regla, es la regla del análisis, la cual consiste en fragmentar todas las ideas en otras más simples e indivisibles, sus axiomas; con el fin de resolver las dudas más fácilmente. A continuación, encontramos la regla de la síntesis, empleada para reordenar todas las ideas simples encontradas, a fin de reestructurar el pensamiento y de llegar a lo desconocido mediante la deducción. Por último, tenemos la regla de la enumeración, mediante la cual se comprueba la veracidad de nuestras operaciones, evitando la precipitación. En resumen, tras descomponer cualquier cuestión en sus partes últimas, es necesario recomponerla y reordenarla a fin de llegar a lo desconocido. A pesar de la aparente veracidad del método, con el objetivo de probarla, Descartes recurrió a la duda metódica, dudando así incluso del propio método que aparentemente estaba enunciado para probar verdades indubitables. Esta duda cartesiana es planteada en primera instancia debido a una serie de motivos. En primer lugar, los sentidos nos engañan en ocasiones, por lo que podrían hacerlo siempre. En segundo lugar, la razón no deja de estar expuesta a error. Por último, las experiencias podrían ser igual de falsas que aquellas que ocurren en sueños, lo que sugiere que puede que cualquier idea en estado de vigilia haya surgido del sueño lo que desemboca en el error. De aquí se extrae la hipótesis de un Dios engañador o de un genio maligno. Se descarta la primera, ya que siendo Dios un “Ser perfecto”, como sostiene el texto, no contaría con el defecto del engaño. Así, se mantiene la hipótesis del genio maligno, por el cual estamos predestinados al fallo. Tomando todo lo anterior en consideración, Descartes llega a la conclusión de que el acto de dudar lleva a la existencia “cogito ergo sum”, “pienso, luego soy”. Esta es la idea en torno a la cual gira toda la filosofía cartesiana, argumentando que para que se de un pensamiento tiene que haber una existencia. Es esta existencia de hecho la que conforma a la sustancia pensante, el alma (res cogitans), Como toda sustancia (res), tiene la perfección de existir, siendo Dios necesario para esta existencia. De este modo, de esta primera idea innata, se establecen los tipos de sustancia. Una sustancia infinita, la cual existe por sí misma y en sí misma (Ens perfectissimum, Dios) y dos sustancias que no necesitan de nada para existir excepto de Dios. Son el antes mencionado res cogitans (sustancia pensante), cuyo atributo es el pensamiento; y la Res extensa (sustancia extensa), cuyo atributo es la extensión. Llegados a este punto, Descartes hace el intento de probar la existencia de Dios, como se aprecia en el párrafo que nos atiende, mediante tres mecanismos: El primero de todos discute el origen de Dios a partir del propio concepto de perfección. Así, Descartes argumenta que, si el yo consta de perfección, esta tiene que venir dada por algo. No puede proceder de la extensión, ya que todas las ideas del mundo exterior son adventicias (formadas a través de la experiencia); ni de la nada, ya que esta por definición no es; y tampoco puede venir del yo, ya que lo perfecto no puede proceder de lo menos perfecto. En conclusión, la idea de perfección sólo puede venir dada por un Ser perfectísimo, el propio Dios. El siguiente argumento, que aparece reflejado en el fragmento que nos atiende, sostiene que el hecho de conocer perfecciones que no están presentes en el yo, indica necesariamente la existencia de un Ser que cuente con ellas: “conocía algunas perfecciones que me faltaban, no era yo el único ser que existiese […], sino que era absolutamente necesario que hubiese algún otro ser más perfecto de quien yo dependiese y de quien hubiese adquirido todo cuanto yo poseía”. Por último, la existencia de Dios se puede probar mediante el argumento ontológico, proveniente de la escolástica de San Anselmo, la cual desarrollaremos y contrastaremos con más profundidad más adelante. Este criterio se basa en la idea preconcebida de Dios. En otras palabras, Dios es demostrado a priori. Habiendo considerado todo lo anterior, Descartes constata que Dios es evidente, lo que implica su existencia. De este modo, se refuta la concepción solipsista del yo, previa a la demostración de la existencia de Dios. Como tercera idea innata, deducible a través de Dios, llegamos al mundo, res extensa, cuyo atributo es la extensión. Dios es el criterio mediante el cual se verifican las ideas innatas, como es el caso del mundo. Este, está concebido según el modelo mecanicista, que sostiene que todo es materia y movimiento. El mecanicismo es aplicable a su vez al cuerpo humano, el cual se constituye mediante la unión accidental de la res cogitans con la res extensa (cuerpo y alma), como dos sustancias individuales. Una vez englobada toda la filosofía cartesiana, cabe destacar el notable error argumental en el que su artífice cae. Para demostrar la existencia de Dios, el filósofo francés hace gala de la primera idea innata, la cual a su vez es explicada a través de la propia existencia de Dios. Esta sucesión infinita en la cual un elemento es justificado mediante el otro, recibe el nombre de círculo cartesiano. Por último, como se mencionó anteriormente, Descartes emplea el argumento ontológico de San Anselmo como una de las pruebas de la existencia de Dios. Este argumento parte de la idea de que Dios existe, para así justificarlo. Contrariamente, el argumento para demostrar la existencia de Dios de otro gran escolástico como es Santo Tomás de Aquino, sostiene que la existencia de Dios se demuestra de la experiencia, del resultado de su acción sobre nuestro mundo. Tomás de Aquino habría descartado los argumentos de San Anselmo y Descartes, al tratarse de argumentos a priori, como todo su propio método, frente a los argumentos a posteriori del mismo Aquinate. Habiendo tomado en consideración todos los puntos anteriores, podemos concluir que este fragmento es muy representativo en cuanto a lo que el pensamiento cartesiano se refiere, ya que en el se refleja su segunda idea innata, la existencia de Dios, sin la cual su método quedaría incompleto y basado en el solipsismo.