La Integración Sensorial y el niño Ayres A. Jean Capítulo 10: Terapia de Integración Sensorial Lectura Obligatoria para la clase “Intervención en Integración Sensorial”. Docente: Vanesa Bron Skewes, Terapeuta Ocupacional. A medida que surgen problemas en nuestra sociedad, también surgen intentos para resolverlos. Conforme aumenta la frecuencia de los desórdenes del aprendizaje y de las disfunciones cerebrales en los niños, cada vez más profesionales tratan de entender la naturaleza del problema y buscan la manera de corregirlo. La primera idea acerca de este problema fue que estos niños a menudo tenían una deficiencia en la percepción auditiva y visual. Estudios posteriores mostraron que una insuficiente integración sensorial de las sensaciones del cuerpo y del sistema vestibular eran la base de algunos problemas auditivos y de la mayoría de los problemas visuales. Originalmente, la terapia ocupacional fue diseñada para ayudar a personas con desventajas motoras y de comportamiento a formar respuestas adaptativas que les permitieran mejorar su propia condición. Algunos terapeutas ocupacionales modificaron estas técnicas para aplicarlas a niños con problemas de integración sensorial. Estos procedimientos se han desarrollado en los {últimos 20 años y no se han dado a conocer ni se han utilizado ampliamente. El trabajo de investigación ha demostrado que son efectivos para algunos, pero no para todos los niños con problemas de aprendizaje y de comportamiento. Investigadores de otros campos han estudiado como es que las sensaciones del cuerpo y la interacción con el ambiente físico tienen una influencia en el crecimiento y desarrollo. Este capítulo revisa primero algunas de las investigaciones sobre el tema y después describe la terapia en la que se utilizan la estimulación sensorial y la interacción física para mejorar la integración sensorial y así mejorar el aprendizaje y el comportamiento. Es importante recordar que nuestro ambiente nos proporciona oportunidades de sensaciones de la vista, del oído, del olfato, del gusto, de la gravedad y algunas del tacto. Nuestro cuerpo debe proporcionar las sensaciones de movimiento y mediante éste, el resto de nuestras sensaciones del tacto a medida que nos abrimos paso en el mundo. Por medio del movimiento nos llegan sensaciones de los músculos y de las articulaciones del interior de nuestro cuerpo. Son todas esas sensaciones y nuestras respuestas a ellas lo que causa que el cerebro se desarrolle. Una terapia que incluye estimulación sensorial y respuestas a la estimulación, con frecuencia resulta más efectiva para ayudar a que un cerebro disfuncional se corrija a sí mismo, que el uso de medicamentos, de psicoanálisis o de premios y castigos. La terapia integrativa sensorial es completamente natural. Las interacciones naturales es un ambiente normal proporcionan la estimulación sensorial y las respuestas adaptativas suficientes para desarrollar el cerebro en la mayoría de los niños pequeños. La naturaleza diseñó el cerebro de manera que se desarrolle mediante actividades físicas normales. Cuando algo interfiere con este desarrollo in útero o durante los primeros años de vida, lo mejor es probar un medio natural para eliminar la interferencia. Algunos niños pueden presentar una integración sensorial insuficiente a una edad temprana y después ellos mismos corrigen el problema casi del todo, por medio de respuestas adaptativas naturales de la infancia y la niñez. Si un niño tiene problemas de integración sensorial que no ha podido corregir en casa y mediante el juego, entonces necesitará una terapia especial que lo ayude a hacer lo que es natural. INTEGRACION SENSORIAL Y COMPETENCIA POR MEDIO DE LA INTERACCION AMBIENTAL Todavía después de la Segunda Guerra Mundial la mayoría de los filósofos y científicos creían que la interacción del niño con su ambiente no tenia efecto alguno en su inteligencia y en su capacidad de aprender. Algunos pensaban que la capacidad de aprender estaba predeterminada desde antes del nacimiento, por lo que la persona no podía aumentar si propio potencial. Otros creían que el niño estaba condicionado por las propias cosas que le sucedían y que su propia actividad no alteraba ese condicionamiento. El psicólogo suizo Jean Piaget fue uno de los primeros en reconocer que la interacción del niño con su ambiente es un factor crítico en su desarrollo. Piaget vio que los niños siguen una secuencia predeterminada en los pasos del desarrollo, en los cuales el aprendizaje se da como respuesta a las cosas que suceden. Enfatizo que el aprendizaje no es algo que simplemente nos sucede. Creamos nuestro propio proceso de aprendizaje al responder a lo que nos sucede. Algunos comportamientos específicos son, casi enteramente, el resultado de la manera en que el sistema nervioso está diseñado y otros son resultado de condicionamientos; pero la mayor parte de la inteligencia no está no predeterminada ni condicionada. La inteligencia es, en gran parte, producto de la interacción con el ambiente. Tal como Piaget lo describió, el niño se acomoda a su ambiente y lo asimila para si mismo. La combinación de dar y recibir produce una respuesta adaptativa que es eficiente, fluida y satisfactoria. Tanto la acomodación como la asimilación desarrollan una parte de la inteligencia. El niño con disfunción integrativa sensorial no puede adaptarse a un ambiente normal de manera eficiente, con fluidez y satisfacción, porque su cerebro no ha desarrollado los procesos que integran las sensaciones del ambiente. Necesita un ambiente altamente especializado, diseñado a la medida de su sistema nervioso, por tanto, si el ambiente, se establece en la forma apropiada, el niño podrá integrar sensaciones que nunca antes había integrado. Si al cerebro se le proporciona la oportunidad, este se organizará por sí mismo. Un ambiente enriquecido y el cerebro normal En los últimos 15 años, los neurocientificos han demostrado que la interacción con el ambiente realmente mejora la estructura química y las funciones del cerebro. La mayor parte de las investigaciones se han hecho con ratas de laboratorio. El cerebro de una rata es mucho más simple que el nuestro, pero los procesos básicos de la formación de sinapsis son los mismos. Al igual que el cerebro humano, el cerebro de la rata tiene un impulso interior para desarrollarse. Cuando los neurocientificos proporcionan al cerebro de la rata más oportunidades para desarrollarse, este lo hace más eficientemente. Los pioneros en este tipo de investigaciones han sido el doctor Mark Rosenzweig y sus colaboradores de la Universidad de Berkeley, California; sin embargo, destacaron que el anatomista italiano Michele Gaetano Malacarne realizó experimentos similares en el siglo XVIII. Malacarne encontró que los perros y pájaros que entreno durante un largo periodo, desarrollaron más pliegues en el cerebelo que otros de las mismas crías que no recibieron entrenamiento. Sus descubrimientos sugieren que la estimulación sensorial comprendida en el entrenamiento, aumentó el desarrollo natural del cerebro. Pero no fue sino hasta la década de los 50 que los científicos tuvieron técnicas para medir los cambios en la estructura celular del cerebro posteriores a una experiencia sensorial. En los experimentos realizados por Rosenzweig y sus colaboradores, un grupo de ratas paso más tiempo en un ambiente enriquecido, mientras que otro grupo estuvo en un ambiente empobrecido. El ambiente enriquecido consistía en una jaula en la cual había muchas cosas que hacer, como subir escaleras, correr por cilindros, caminar sobre las cerdas de un cepillo, y explorar laberintos, las ratas de esta jaula fueron cargadas por personas. El ambiente empobrecido era una jaula sin ninguna de las oportunidades de estimulación vestibular, táctil o propioceptiva. Después de un tiempo se sacrificaron las ratas y se analizaron sus cerebros. Al igual que Rosenzweig muchos científicos han realizado variaciones sobre este experimento. En casi todos los casos se encontró que la corteza cerebral de las ratsa del ambiente enriquecido pesaba más, tenía mayor cantidad de elementos químicos que mantienen sano al cerebro, mayor cantidad de los elementos químicos necesarios para la transmisión de impulsos mediante las sinapsis, y mayor cantidad de interconexiones entre las neuronas. Todo esto indica que estas ratas tuvieron una mayor capacidad para procesar sensaciones y para utilizar la información sensorial. También se comprobó el desempeño de tareas motoras en las ratas de ambos ambientes. En la mayoría de estas pruebas, las ratas del ambiente enriquecido tuvieron más éxito al aprender y realizar una actividad dada que las ratas del ambiente empobrecido. No era necesario que las ratas pasaran todo el tiempo en el ambiente enriquecido para que resultaran beneficiadas. Rosenzweig encontró que dos horas diarias durante un mes eran suficientes para producir cambios significativos en el cerebro de las ratas. La mejoría ocurría en las ratas de cualquier edad, pero era mayor si la rata era muy joven. Se encontraron los mismos resultados positivos en estudios similares realizados con monos y perros. Por tanto, los científicos ya empiezan a aceptar la idea de que la interacción con el ambiente mejora las operaciones del cerebro. Únicamente ver el ambiente enriquecido no produjo estos cambios, las ratas tuvieron que explotar el ambiente con sus sentidos y movimientos. Los experimentadores no hicieron que el cerebro de las ratas mejorara, éstas tuvieron que lograrlo por sí mismas. Así es como sucede con la terapia. El niño debe organizar su propio cerebro. Existen pocos estudios sobre el efecto de la interacción ambiental en el cerebro humano y por supuesto que nadie va a duplicar los experimentos de las ratas con seres humanos. El trabajo realizado ha mostrado que los bebés humanos responden en igual medida que los animales. El doctor David Clark y sus colaboradores de la universidad del estado de Ohio han encontrado que la estimulación vestibular ayuda a desarrollar mejores habilidades motoras, tanto en niños normales como en niños con problemas neurológicos. La doctora Claudette Gregg y algunos colegas suyos de la universidad de Stanford encontraron que mecer suavemente a un bebé o permitirle que succione un chupón, ayuda a sus ojos a seguir un objeto en movimiento. El doctor J. McVicker Hunt ha revisado varios estudios acerca del efecto del ambiente en el desarrollo de los niños. Su conclusión fue la siguiente: “La competencia intelectual parece crecer con las oportunidades para explorar y manipular objetos, así como para hacer preguntas. Un grupo de madres diseñó un ambiente físico lleno de objetos manipulables y visuales muy detallados, cosas para trepar y fomentar habilidades motoras y una extensa variedad de objetos visuales, promoviendo así el desarrollo. McVicker cree que tal ambiente puede incrementar considerablemente el coeficiente intelectual del niño. AMBIENTE ENRIQUECIDO COMO MEDIDA CORRECTIVA Estimulación vestibular y bebés prematuros El vientre materno es un medio que está en constante movimiento. Los movimientos de la madre mecen al bebé durante nueve meses. Cuando un bebé nace antes de tiempo, con frecuencia se le dificulta tener un buen desarrollo y no está tan bien preparado para vivir fuera del vientre materno como debería. Numerosas investigaciones han descubierto que la estimulación vestibular y táctil ayuda a estos bebés prematuros a alcanzar a los bebés normales en su desarrollo. La doctora Mary Neal de la Escuela de Enfermería de la Universidad de Maryland colocó una hamaca en las incubadoras y meció a los bebés por períodos de media hora, tres veces al día. La doctora Neal encontró que estos bebés desarrollaron su tono muscular, movimientos de cabeza, movimientos de extensión y contracción y respuestas visuales y auditivas, más rápidamente que los bebés a los que no se meció. También aumentaron de peso a un ritmo más rápido. Otros han usado camas de agua para proporcionar estimulación vestibular a bebés prematuros y éstos mostraron una mejoría en la coordinación motora, mayor aumento de peso, mejor succión, y una respiración más regular. Usted se preguntará ¿por qué el mecerlos en una hamaca o el ponernos en una cama de agua los lleva a tan grandes mejorías?. Superficialmente la estimulación vestibular tiene poca relación con el peso corporal o con la respiración; sin embargo, dentro del cerebro, la estimulación vestibular prepara y unifica al sistema nervioso. Para un bebé prematuro, el hecho de subir de peso es una señal de que su sistema nervioso está realizando varias tareas adecuadamente. La doctora Ruth Rice puso a algunas mamás a acariciar, masajear y abrazar a sus bebés prematuros 15 minutos, cuatro veces al día, durante un mes a partir del momento en que salieron del hospital. Otro grupo de mamás no hizo esto. Los bebés que recibieron una estimulación sensorial adicional subieron más de peso y tuvieron un mejor desarrollo neurológico y mental que los otros bebés. Otros estudios han mostrado que la estimulación sensorial puede lograr que un bebé prematuro alcance y en ocasiones rebase a un bebé normal de término. Los doctores Terry White y Richard Labarba encontraron que los bebés prematuros comían más y aumentaban más de peso cuando se les proporcionaba estimulación vestibular y táctil. La doctora Marlene Kramer encontró que en un grupo de bebés, la estimulación táctil adicional promovió la socialización con otros bebés. Enriquecimiento y recuperación del daño cerebral Algunos experimentos con animales han mostrado que un ambiente enriquecido ayuda al cerebro a recuperarse de daños neurológicos y a desarrollar un funcionamiento sano. Si las neuronas lesionadas han de recuperarse, deben usarse; al igual que en un desarrollo normal, éste depende del uso. Si el sistema visual está lesionado, es necesaria una estimulación visual para la recuperación de la vista; si la lesión se encuentra en las partes del cerebro que procesan los sonidos, el cerebro requiere de experiencias auditivas para organizar nuevas funciones. Sin embargo, las experiencias vestibulares y táctiles simultáneas tienen un efecto benéfico sobre todo el sistema nervioso. Los doctores Robert Walsh de la universidad de Stanford y Robert Cummins de la universidad de Queensland realizaron numerosos estudios acerca de los ambientes terapéuticos. Encontraron que un factor crítico en la recuperación era la interacción física activa con el ambiente sensorial. Cuando la persona recibió la estimulación sensorial únicamente en forma pasiva, su cerebro no se recuperó. El paciente debe “servir como su propia fuente de estímulo”. El cerebro debe dirigir su propia recuperación, adaptándose a los estímulos y proporcionándose a sí mismo una mayor estimulación. Nadie puede hacerlo en su lugar. Lo mismo procede en la terapia para niños con disfunciones de interacción sensorial. Piaget enfatizó que los estímulos y las respuestas son circulares. En un ambiente donde hay muchos estímulos la persona responde más a menudo y en formas más variadas, y crea mayor cantidad y variedad de estímulos para sí misma. En la terapia de Integración Sensorial los niños aprenden habilidades específicas y comportamientos sin siquiera darse cuenta. Pero éste no es el objetivo. Lo que queremos son actividades físicas que produzcan sensaciones que den paso a respuestas adaptativas que proporcionen más sensaciones que provoquen respuesta adaptativas todavía más complejas. De esta manera el cerebro mejora de forma general la eficiencia de sus funciones. LA NATURALEZA DE LA TERAPIA DE INTEGRACIÓN SENSORIAL Si la interacción con el ambiente ayuda a desarrollar el cerebro, y si éste se organiza cuando se le proporciona la oportunidad, entonces ¿por qué necesita el niño ir a terapia?, ¿por qué no se da terapia él mismo en casa o en el parque? A continuación trataremos de responder estas preguntas. Un niño normal no necesita ir a terapia, porque el juego le proporciona la estimulación sensorial que su cerebro necesita y le permite responder de manera significativa a estos estímulos. Los problemas neurológicos de un niño con disfunción integrativa sensorial no le permiten procesar las sensaciones de su propio juego, por tanto no puede desarrollar las respuestas adaptativas que organizan el cerebro. En otras palabras, el niño juega, pero no lo hace de manera integrativa. Necesita un ambiente diseñado especialmente a sus propias necesidades. Por lo general este ambiente no está disponible en casa ni en la escuela. La sociedad está poniendo más énfasis en el desarrollo académico, intelectual y del lenguaje, y menos en construir los cimientos sensoriomotores necesarios para desarrollar estas funciones. La televisión ha capturado a los niños de manera que pasan menos tiempo en los columpios y en los areneros. Se espera que en el jardín de niños se les enseñe a leer, cuando con más frecuencia deberían proporcionar oportunidades para que el niño acreciente sus funciones vestibulares, pues una mejor función vestibular le facilitaría el aprendizaje de la lectura más adelante. El terapeuta de integración sensorial tiene preparación en las neurociencias y puede hacer un diagnóstico de cómo están trabajando los sistemas sensoriales del niño, entonces puede diseñar un ambiente que permita al niño interactuar de manera más eficaz de la que lo haya hecho antes. Los niños con disfunciones de integración sensorial evitan seguir su impulso interior, por lo que el terapeuta debe motivar, engatusar, atraer y manipular al niño para que elija actividades que ayudarán a su cerebro a desarrollarse. El terapeuta no puede organizar el cerebro del niño, él debe hacerlo por sí mismo, pero es evidente que no puede hacer sin ayuda. Principios centrales de la terapia La idea central de esta terapia es proporcionar y controlar la entrada sensorial, especialmente la del sistema vestibular, músculos, articulaciones y de la piel; de manera que el niño, espontáneamente, forme respuestas adaptativas que integren esas sensaciones. Para lograr que esta idea funcione con un niño disfuncional, se requiere de un terapeuta preparado y de una habitación amplia con bastante equipo. Cuando el terapeuta hace su trabajo eficientemente y el niño está organizando su sistema nervioso, parece como si el niño nada más estuviera jugando. La terapia es más efectiva cuando el niño dirige sus propias acciones y el terapeuta, discretamente, dirige el ambiente. La integración se da más cuando el niño quiere los estímulos e inicia una actividad para obtener esas sensaciones. Si el niño desea una actividad, por lo general su cerebro puede organizar las sensaciones de esa actividad. El cerebro está diseñado para proporcionarse a sí mismo las experiencias que son necesarias para su desarrollo. Esto es lo que los cerebros de los vertebrados han hecho durante 500 millones de años de evolución y es lo que el cerebro de cada niño está tratando de hacer actualmente. Los niños con desórdenes más severos, en especial los niños con espectro autista, requieren de más dirección y estructura externa. A veces el miedo, la hostilidad u otras emociones interfieren con la autodirección. Es entonces que el terapeuta ayuda al niño a liberar estas emociones negativas al mismo tiempo que obtiene la entrada sensorial que necesita y forma la respuesta adaptativas que organizan esa información. Golpear y patear cajas de cartón puede tener tanto valor sensoriomotor como emocional. No estamos tratando de enseñar al niño la actividad que él está realizando ni ninguna otra habilidad motora. Enseñar habilidades motoras es tarea del profesor de educación física. En lugar de esto, nuestro objetivo es enseñar al niño a funcionar mejor física, emocional y académicamente. Queremos ayudarle a ser más capaz de aprender cualquier habilidad motora o académica, o cualquier tipo de comportamiento positivo que necesite en su vida. Más actividad motora es valiosa en tanto que proporciona la información sensorial que ayuda a organizar el proceso de aprendizaje, así como los movimientos corporales de los animales primitivos llevaron a la evolución de un cerebro que puede pensar y leer. Diagnóstico Antes de tratar al niño, hacemos un diagnóstico de su problema. Para los niños entre la edad de cuatro a nueve años, algunos terapeutas utilizan pruebas con observaciones estructuradas para medir la eficiencia de los procesos sensoriales del niño. Estas pruebas muestran de qué manera el niño está integrando las sensaciones vestibulares, visuales, táctiles y propioceptivas y qué tan bien está su capacidad de planeación motora, su coordinación ojo-­‐mano, y cómo produce respuestas posturales y de los músculos de los ojos. También puede evaluar que sistemas están subactivos y cuales sobreactivos. El terapeuta evalúa la percepción visual del niño y en ocasiones la percepción auditiva, si es que no lo ha hecho antes algún especialista. También determina si el niño ha establecido una preferencia normal de sus manos y la lateralización de las funciones cerebrales. Basado en las pruebas y en sus propias observaciones, el terapeuta determina dónde se encuentra el problema y qué es lo que el niño necesita. Algunos niños necesitan primordialmente entrada vestibular, otros necesitan gran cantidad de sensaciones táctiles y propioceptivas junto con entrada vestibular. Muchos necesitan aprender a modular la entrada sensorial que inunda su cerebro y los vuelve hiperactivos, distraídos, táctilmente defensivos y/o gravitacionalmente inseguros. Todos los niños con disfunciones de integración sensorial necesitan experiencias en las cuales produzcan respuestas adaptativas, pero cada niño necesita diferentes tipos de respuestas adaptativas. Aplicación directa de la entrada sensorial Aunque por lo general la terapia comprende algo de autodirección por parte del niño, algunas necesidades sensoriales las puede cubrir el terapeuta más eficazmente aplicando directamente al niño estímulos sensoriales. El cepillado o frotado de la piel manda estímulos táctiles que fluyen hacia varias partes del cerebro. La estimulación táctil puede tener un efecto ya sea activador o inhibidor, dependiendo de qué partes del cuerpo se estimulen y también de que el estímulo sea ligero o intenso. Los efectos del tacto son mucho más poderosos de lo que podría parecer. Por esta razón se recomienda que si la persona no tiene una preparación previa, no cepille la piel de un niño, a menos que tenga la estricta supervisión de un terapeuta de integración sensorial. Las sensaciones de intensa presión frecuentemente ayudan a organizar al niño táctilmente defensivo, al niño hiperactivo o al distraído. Con frecuencia proporcionamos sensaciones de intensa presión poniendo al niño entre dos tapetes para hacerlo “hamburguesa”, entonces el terapeuta ejerce presión sobre el niño pretendiendo que le ponen los condimentos. Durante otras actividades el terapeuta puede llegar a apretar los huesos de una articulación o a veces los estira, estimulando así los receptores sensoriales de ésta. La vibración es una excelente forma de estimular los receptores sensoriales en la mayoría de los tejidos del cuerpo, especialmente aquellos relacionados con los huesos. Para esto usamos un vibrador facial común o una tabla vibradora en la cual el niño se puede sentar, parar o acostar. La vibración de los huesos transmite impulsos al sistema vestibular. Otra forma de estimulación sensorial es por medio del sentido del olfato. Los olores fuertes activan el sistema reticular. Julia Fox encontró que los niños no videntes podían identificar con exactitud objetos puestos en sus manos inmediatamente después de haber rociado el ambiente con esencias específicas. Un tipo de sensación ayuda al cerebro a procesar otros tipos de sensaciones. Una razón para ello es que el sistema de activación reticular influye sobre todos los demás sistemas sensoriales. En la terapia, el sistema vestibular recibe la mayor pare de la estimulación, y esto es, probablemente, lo que hace que la terapia de integración sensorial sea efectiva para niños que no se han beneficiado con otras clases de terapia. Lo mejor es permitir que el niño “sirva como su propia fuente de estimulación” eligiendo qué piezas del equipo usará para activar sus receptores vestibulares. Si necesita activar ciertas partes de su sistema vestibular, puede ser que elija equipo en el cual pueda moverse con rapidez y en muchas direcciones. Si necesita modular un exceso de actividad vestibular en su cerebro, puede ser que evite todo movimiento adicional y el terapeuta necesitará proporcionar la entrada propioceptiva y táctil que ayude a modular la entrada vestibular. Casi invariablemente, la respuesta del niño a la entrada sensorial es una buena guía para saber qué tan bien su cerebro está integrando la información. El terapeuta observa cuidadosamente a cada niño para ver el efecto de los estímulos. A veces los efectos no son inmediatos, pero aparecen media hora después o un poco más tarde. La entrada vestibular es particularmente poderosa, y puede ser tanto desorganizadora como organizadora; asimismo, afecta la respiración y el ritmo cardiaco. Si el niño no la puede procesar, la entrada vestibular lo puede dejar inconsciente o puede provocar convulsiones en un niño que tenga esa tendencia. Los padres, maestros y educadores físicos nunca deben imponer entrada vestibular a un niño que no la quiera. El uso de estímulos vestibulares para influir en las funciones cerebrales se debe dejar al terapeuta ocupacional o físico. Actividad terapéutica La integración sensorial ocurre cuando el niño espontáneamente planea y ejecuta una respuesta adaptativa a la entrada sensorial. Como describimos al principio de este capítulo, el niño debe participar activamente con el ambiente para mejorar la organización de su sistema nervioso. El impulso de hacer debe salir del interior del niño, aunque no haya sido capaz de hacerlo con éxito antes. Debe dar cada paso del desarrollo por sí mismo aunque en el pasado le haya resultado difícil desarrollarse. El equipo usado en la terapia de integración sensorial está diseñado para tentar al niño a realizar actividades que proporcionen sensaciones que tienden a organizar los cerebros humanos jóvenes. La terapia de integración sensorial tiene un enfoque integral, comprende todo el cuerpo, todos los sentidos y todo el cerebro. Cuando los músculos trabajan juntos para formar un movimiento corporal adaptativo, los músculos y las articulaciones mandan sensaciones bien organizadas al cerebro. Los movimientos de cuerpo entero proporcionan bastante entrada vestibular, lo cual ayuda a unificar los otros sistemas sensoriales. La habilidad para organizar las sensaciones provenientes del cuerpo y hacer las respuestas adecuadas a éstas, ayuda al cerebro a organizar otras funciones. Analizaremos dos piezas estándar del equipo utilizado en la terapia de integración sensorial. Ambas parecen simples, pero en realidad han sido especialmente diseñadas para estimular ciertos sistemas sensoriales y para motivar respuestas específicas a esa estimulación. Las respuestas generalmente reflejan patrones de movimiento de los primeros años de vida. Esos patrones forman cimientos más fuertes para las reacciones más complejas que se esperan de un niño de más edad. La patineta La patineta consiste en una pieza de madera montada sobre cuadro ruedas, que ruedan y giran en cualquier dirección. Su uso se muestra en la figura 1.1. La tabla es lo suficientemente grande para soportar las partes medias del cuerpo del niño, mientras éste mantiene su cabeza, la parte superior de su pecho y sus piernas fuera de la superficie de la tabla. Esta cubierta de alfombra o de algún otro material para que resulte cómoda. Los niños por lo regular se colocan en posición prona sobre la patineta. Se deslizan generalmente por una rampa, manteniendo ambos extremos del cuerpo hacia arriba, en contra de la atracción gravitacional. Andar rápido en una patineta es todo un reto y resulta muy divertido. La posición prona es la posición en la que los bebés normales desarrollan muchas de las respuestas posturales y motoras que los llevan a ponerse de pie, a caminar y a otras actividades sensoriomotoras adultas. Sostener ambos extremos del cuerpo hacia arriba en posición prona alrededor de los cuatro y seis meses de edad es un gran paso en el desarrollo de la integración sensorial. La habilidad para sostener esta posición “de avioncito” sin demasiado esfuerzo es una de las pruebas de eficiencia del sistema vestibular. Las fuerzas que permiten que el bebé se desarrolle también operan en niños más grandes, por lo que generalmente queremos que los niños hagan muchas cosas en la posición prona. Afortunadamente la mayoría de los niños disfrutan estar en esta posición. Figura 1.1.-­‐ Desplazamiento en una rampa por medio de una patineta La posición prona estimula ciertos receptores de la fuerza de gravedad. A medida que el niño se desliza por la rampa, la aceleración activa otros receptores de la gravedad, así como los receptores de los canales semicirculares. Al tiempo que el niño baja por la rampa y llega al nivel del piso, las explosiones de entrada vestibular abren las vías hacia muchas partes de su sistema nervioso. El fuerte estímulo activa reflejos que no se desarrollaron en el pasado; estos reflejos sostienen la cabeza y las piernas hacia arriba en contra de la atracción gravitacional. La contracción de los músculos del cuello y el movimiento de los ojos, conforme siguen lo que está sucediendo, mandan impulsos propioceptivos al tallo cerebral, donde interactúan con la entrada vestibular. La integración de estos flujos sensoriales es de gran ayuda para los músculos de los ojos y hacen más fácil la percepción visual. Estos impulsos son particularmente importantes para organizar procesos sensoriales y motores en el tallo cerebral. El tallo cerebral contribuye con información importante acerca de la relación del cuerpo del niño con el espacio. Esto incluye la localización de un objeto o un sonido con referencia a uno mismo, para que las acciones se puedan coordinar con esa información sensorial. Los procesos auditivos y visuales no se desarrollarán bien en los hemisferios cerebrales si no se desarrollan medianamente bien en el tallo cerebral en conjunto con el procesamiento de las sensaciones del cuerpo y de la gravedad. Los movimientos de cuerpo entero sobre la patineta y la entrada sensorial junto con la organización que esos movimientos conllevan, forman los cimientos para procesos cerebrales, como el lenguaje y la lectura. Los movimientos de cuerpo entero también proporcionan cimientos para los movimientos de manos y dedos, como los que se requieren para escribir y para usar herramientas. El niño con una integración sensorial adecuada anda en la patineta con gracia y sin gran esfuerzo, porque las sensaciones le ayudan a mantener el cuerpo extendido. El niño con un sistema vestibular subactivo deja caer la cabeza y arrastra los pies por el piso. Debe hacer un gran esfuerzo y se cansa rápido al igual que para aprender en la escuela. Al niño con un sistema vestibular sobreactivo puede darle terror el tener que deslizarse por la rampa estando sobre la patineta. El niño dispráxico puede tener dificultad para colocar su cuerpo sobre la patineta y puede llegar a caerse fácilmente. La patineta origina entrada sensorial y respuestas motoras que no se obtienen estando sentado o de pie. Conforme el niño gradualmente domina estas sensaciones y respuestas, su cerebro aprende a modular la actividad sensorial y forma una representación más precisa de su cuerpo. Afortunadamente andar en la patineta resulta muy divertido, pues una vuelta no va a hacer una gran diferencia en un sistema nervioso desordenado. Tomará muchas, pero muchas vueltas fortalecer las conexiones neurales entre el sistema vestibular y todos los lugares donde se necesita la entrada vestibular y para reorganizar las fuerzas inhibidoras y activadoras que actúan a través de estas conexiones. El terapeuta debe atraer al niño a que dé más vueltas apilando cajas de cartón a unos pasos frente a la rampa para que el niño choque con ellas y las tire. Al tirar las cajas el niño se siente fuerte y esto le brinda la experiencia que todo niño desea y necesita. Cuando el niño ha dominado el reto de bajar por la rampa y el entusiasmo empieza a decaer, le proporcionamos otros retos que requieren de integración sensorial más completa y de respuestas adaptativas que comprendan mayor planeación motora. Por ejemplo, el terapeuta puede instalar un túnel para que el niño lo recorra en la patineta o puede colgar una pelota del techo para que el niño le pegue cuando pasa por ahí. La vista por sí sola no es suficiente para guiar al niño en la realización de estas tareas, la entrada vestibular derivada de andar en la patineta le ayuda a percibir el túnel o la pelota en relación con su propio cuerpo. En el niño normal, el cerebro unifica las sensaciones vestibulares, propioceptivas y táctiles, de manera que el niño pueda sentir cómo realizar una tarea. Si esta integración no se da o si se da demasiado despacio, el niño no puede sentir hacia dónde va o cómo guiar la patineta y no le atina a la pelota o golpea con los costados del túnel. Al tiempo que el niño realiza estos juegos en la patineta, una y otra vez, su cerebro experimenta sensaciones de cada parte de su cuerpo. Estas sensaciones y las órdenes motoras resultantes, dejan recuerdos almacenados en su cerebro, y así el niño forma una representación más precisa de su cuerpo. Los mapas sensoriales internos que se desarrollan en la patineta ayudan al niño con su planeación motora, ya sea en casa o en la escuela. Una integración sensorial mejorada ayuda a las partes del sistema nervioso que organizan el pensamiento y también las emociones. Además, al tener éxito en estas tareas, el niño se siente más seguro de sí mismo. Las entradas vestibular y propioceptiva que se derivan de andar en la patineta ayudan a normalizar el sistema del tacto del niño táctilmente defensivo. Esta entrada sensorial reduce la hiperactividad y también proporciona energía al sistema nervioso para lograr una actividad provista de más significado. Después de andar en la patineta, el niño se encuentra más calmado y más enfocado, permaneciendo así por algún tiempo. A los padres puede resultarles difícil creer que andar en patineta realmente pueda ayudar a su hijo con el lenguaje, la lectura y el comportamiento. Visto superficialmente, parece obvio que necesita terapia de lenguaje, clases de lectura o más disciplina. Sin embargo, el cerebro es tan complejo que estas operaciones nunca son obvias superficialmente. Si el lenguaje, la lectura o el comportamiento son insuficientes porque el cerebro no está trabajando bien, tiene sentido construir un cimiento sobre el cual el cerebro puede trabajar mejor. Si una vez concluida la terapia, ya que se hayan alcanzado todos los logros posibles, el niño todavía tiene dificultades, puede ser necesario que se le dé apoyo de otro tipo. Un columpio diferente Esta pieza del equipo tiene un centro duro y está recubierta con hule espuma y un forro de tela. Mide aproximadamente 2 metros de largo por 1 metro de diámetro. Se sostiene con cuerdas en cada extremo y está suspendido en dos armellas colocadas en el techo. El niño se monta en el columpio, ya sea acostado y sujetándose con los brazos y piernas o lo monta como a caballo. Puede jalar las cuerdas para mecerse hacia atrás y hacia adelante o puede mecerlo el terapeuta. Poder sostenerse en el columpio acostado requiere de un buen patrón de flexión. Flexión es la habilidad de arquear los brazos y piernas. El patrón de flexión está firmemente arraigado en el sistema nervioso y su importancia se observa fácilmente en los monos bebés que se deben flexionar para agarrarse de su madre. La aprehensión es el primer movimiento de cuerpo entero que un bebé realiza y proporciona muchos bloques de construcción para el desarrollo de funciones sensoriomotoras. Algunos niños con dispraxia no han desarrollado un buen patrón de flexión. Agarrarse del columpio ayuda a cubrir algunos pasos del desarrollo y facilita al niño el desarrollo de la planeación motora. El patrón de flexión depende especialmente de la integración de sensaciones del tacto, vestibulares y propioceptivas. Al tiempo que el niño se sujeta del columpio, recibe mucha estimulación táctil del forro del columpio, mucho estímulo propioceptivo de los músculos que se contraen para sujetarse, algo de estímulo de sus articulaciones y una gran cantidad de sensaciones vestibulares al columpiarse. La emoción, que actúa por medio del sistema límbico y del sistema reticular de activación, ayuda al niño a agarrarse con más fuerza, mientras el columpio se mece por las alturas. Para practicar en esto el terapeuta y el niño pueden hacer de cuenta que el columpio es un toro, un barco en una tormenta, o un encuentro con una ballena. Algunos niños desean desarrollar un sentimiento de dominio, por lo que piden al terapeuta que los columpie más y más fuerte para saber cuánto pueden aguantar. Montar el columpio como si fuera un caballo desarrolla respuestas posturales y del equilibrio. Si el niño no tiene la habilidad para dirigirse él solo en una actividad, entonces el terapeuta lo ayudará hasta que su cerebro esté más organizado. Ella se sube al columpio con el niño y le dice: “somos dos vaqueros rumbo a México”, por ejemplo, y sujeta al niño por la cadera para evitar que se caiga. Los movimientos del columpio crean una demanda de reacciones de equilibrio, mientras que, simultáneamente, la entrada vestibular le facilita al niño en desarrollo de estas reacciones. El terapeuta observa cuidadosamente y siente qué tan bien el niño mantiene su equilibrio. A medida que sus reacciones de equilibrio mejoran, se suelta la cadera del niño para que él tome el control. El niño debe aprender gradualmente a ser independiente, para lo cual necesita justo la cantidad correcta de apoyo en el momento adecuado. Figura 1.2.-­‐ Un columpio diferente A los niños que se sientan lo bastante bien, el terapeuta los mece en todas direcciones para activar tantos receptores vestibulares como sea posible. Si el niño necesita desarrollar reacciones posturales o de equilibrio, el terapeuta tiene mucho cuidado de no mecerlo demasiado fuerte para que no se caiga. Para este niño, caerse sería una respuesta no adaptativa que no ayudaría al cerebro a trabajar mejor. Él necesita tener experiencias en las que su cuerpo trabaje correctamente y domine la situación. Por otra parte, algunos niños desean caerse y obtienen sensaciones de profunda presión y excitación emocional. Si caerse ayuda al niño a desarrollar su cerebro, entonces el ambiente estará preparado para que se caiga sin lastimarse. El columpio también se puede usar para mejorar la planeación motora. El terapeuta esparce “peces” de juguete en las colchonetas que se encuentran por debajo y alrededor del columpio. Entonces mece al niño que maniobra de un extremo del columpio al otro, colgado como puede, mientras trata de pescar los “peces” con la mano. La información táctil propioceptiva y vestibular le ayuda en la planeación motora de su “viaje de pesca”. Por ser divertida, esta actividad aprovecha el impulso interior que es tan necesario para la organización neural. Un observador que no tenga preparación, ve únicamente que el niño está divirtiéndose y realizando una actividad motriz. Mientras que el terapeuta ve que ciertos sistemas sensoriales están recibiendo estimulación y algunas respuestas motoras se dan o no se dan. Compara estas respuestas con las calificaciones de las pruebas de diagnóstico del niño anteriores a la terapia. Tiene los reportes y su propia memoria de cómo ha progresado el niño en sesiones de terapia anteriores. A medida que observa al niño, relaciona toda la información de éste y sus experiencias con otros niños con disfunciones similares, con reportes publicados por terapeutas de todo el mundo y con investigaciones neurocientíficas. Puede parecer que el terapeuta solamente está jugando con el niño, pero en realidad está trabajando muy duro para hacer que “el juego” mejore su sistema nervioso. Para ser terapeuta se requiere de gran cantidad de entrenamiento, imaginación y sensibilidad. Otros procedimientos Cada niño tiene diferentes necesidades neurológicas y estas necesidades cambian con el tiempo, por lo que la terapia debe proveer una amplia variedad de oportunidades para las sensaciones y el movimiento. Por esta razón el terapeuta debe tener una gran colección de equipo para mecerse, girar, rodar, trepar, gatear, montar y realizar otros movimientos de cuerpo entero. También debe tener muchas cosas que el niño pueda recoger, manipular y aventar. Aunque la pieza más importante del equipo es el propio cuerpo del niño. Si el niño tiene la capacidad, elige el equipo que va a usar, si no, el terapeuta lo guía para que haga una elección apropiada. No todos los procedimientos terapéuticos pueden resultar divertidos. A veces hay que hacer cosas aburridas o que requieren de un cuidadoso control. De tal manera, el terapeuta hace que el niño realice ejercicios que cubran sus necesidades. Debe ser cauteloso al imponer la entrada sensorial y debe reconocer cuando el niño se está sobrecargando de sensaciones. Una sobrecarga de sensaciones no es buena para el sistema nervioso, y ésta se da más rápida y fácilmente con un sistema nervioso disfuncional. Por esta razón se aconseja a los padres y educadoras que no impongan entrada sensorial sin la guía cuidadora de un terapeuta físico y ocupacional. Una hora de terapia Los niños con disfunciones de integración sensorial tienen la capacidad de elegir exactamente la clase de actividad que produce la entrada sensorial y ésta crea la demanda motora que ayuda al niño a organizar esa entrada. Algunos neurocientíficos han mostrado que tanto animales como los humanos reciben señales internas que los llevan a hacer lo que es mejor para ellos en ese momento, aunque el individuo no se da cuenta de esas señales. Por ejemplo, si a un animal se le priva de ciertas vitaminas, comerá alimentos que contengan esas vitaminas aunque éstos no sean parte de su dieta. Cuando el animal tiene suficiente cantidad de esta vitamina en su cuerpo, volverá a su dieta habitual. Obviamente el animal no entienden de nutrición ni tiene una razón consciente para la elección de sus alimentos, pero su cuerpo le dice qué comer y qué tanto necesita. Los niños también siguen señales internas en la terapia. Sus acciones tienen un propósito, aunque el niño piensa que sólo está jugando, con frecuencia está integrando bloques de construcción para algún desarrollo futuro. La atmósfera terapéutica Uno de los objetivos de la terapia es fortalecer la dirección interna del niño para que sea capaz de dirigirse a sí mismo en la vida. La mayor parte de la educación se dirige externamente y probablemente así tenga que ser casi todo el tiempo; pero los niños también necesitan desarrollar una guía interna en su relación con el ambiente físico y las personas. La confianza en uno mismo se basa en la habilidad para dirigirse por sí mismo. El foco del control personal se empieza a formar en el segundo y tercer año de vida cuando el niño se da cuenta de que él y su madre son dos seres individuales y que él tiene algún dominio sobre sí mismo. A esta edad el control consiste en caminar, empezar a trepar, construir cosas y cambiar las cosas en el ambiente físico y social. El niño puede correr y decirle que “no” a su mamá. Mientras mejor integrado esté su sistema nervioso, mejor podrá establecer esta independencia. La mayoría de los niños con problemas de Integración Sensorial tienen poca confianza en sí mismos. Es difícil sentirse bien con uno mismo cuando uno no está bien. Además, la disfunción los hace menos competentes que los demás. De pequeños descubren que no pueden hacer lo mismo que sus amiguitos, y se comparan desfavorablemente. Empiezan a sentirse inferiores e impotentes, controlados por fuerzas externas y propensos al fracaso. Muchos delincuentes juveniles crecieron sintiéndose de esa manera. Los niños a veces llegan a terapia con temor de hacer casi cualquier cosa, a excepción de las actividades más elementales. Sienten miedo de hacer cosas para las cuales son perfectamente capaces. No quieren demostrar lo mal que hacen las cosas. Han aprendido que, por lo general, la gente espera demasiado de ellos, o encuentran fallas y sienten temor de que el terapeuta haga lo mismo. Todos estos temores hacen que el niño resista su impulso interior y entonces evita las actividades que desarrollarían sus funciones sensoriomotoras. Cuando esto sucede, el terapeuta debe pasar un tiempo lidiando con esta resistencia. Debe ayudar al niño a que aprenda a confiar en él y en el ambiente terapéutico. Debido a que únicamente el niño puede organizar su propio cerebro, el terapeuta debe aprovechar su impulso interior ofreciéndole retos en los que pueda tener éxito. Las actividades disponibles en el cuarto de terapia deben estar dirigidas a las necesidades y a la capacidad de integración sensorial del niño, y deben ser tentadoras y no amenazantes para un niño que se amedrenta fácilmente. El terapeuta está ahí para ayudar a que el niño se proporcione, por sí solo, experiencias vestibulares, propioceptivas y táctiles, y para que forme respuestas que resulten más adaptativas que las que el niño haya logrado formar anteriormente. Si el ambiente es óptimo para el crecimiento del niño, éste sentirá que la terapia es “divertida” y querrá hacer más terapia. Conforme empieza a darse cuenta de su potencial latente y que experimenta satisfacción con su sistema nervioso mejor organizado, muestra más entusiasmo por las actividades terapéuticas. Este entusiasmo le dice al terapeuta que el movimiento está proporcionando al cerebro lo que necesita para desarrollarse. El niño con un sistema nervioso bien organizado muestra este entusiasmo en casi todo su juego libre. Enfrentarse a los retos de la fuerza de gravedad, del movimiento y de la planeación motora es divertido. Los adultos experimentan el mismo regocijo cuando expresan su impulso interior por las sensaciones y el movimiento. Algunos necesitan un estímulo vestibular o propioceptivo muy intenso para sentir este entusiasmo, por lo que escalan montañas, saltan en paracaídas o corren autos de carreras; para otros es suficiente con las sensaciones más leves que les proporcionan el baile, la natación o la caminata. El impulso interior para la integración sensorial existe en la mayoría de los niños pequeños, pero con frecuencia está escondido bajo un sentimiento de inadecuación o de fracaso. Se requiere de una gran habilidad e imaginación para proveer un ambiente que invite al juego y que no resulte amenazante, en el cual el niño pueda dirigir su propio crecimiento. Se necesita valor para dejar que el niño refunfuñe, se resista y explore a su manera, dando la impresión de que pierde el tiempo. Si no puede explorar por sí mismo, el terapeuta interviene, lo asiste y consigue que saque lo que tiene dentro y que no puede sacar por sí solo. El terapeuta intenta, cuidadosamente, balancear la estructura y la libertar de manera que lleven a una exploración constructiva. Este balance no se consigue fácilmente. No es que el juego libre aumente inevitablemente la integración sensorial, si así fuera, muchos niños habrían resuelto sus propios problemas; pero demasiada estructura tampoco permite el crecimiento. Con este balance de estructura y libertad, el terapeuta ayuda al niño a desarrollar tanto su organización neural como su dirección interna. Se le proporciona al niño el control que pueda manejar sobre la terapia, siempre y cuando su actividad sea terapéutica. El terapeuta controla el ambiente, mientras que el niño controla sus propias acciones. La confianza en sí mismo o una mejor actitud consigo mismo es, a menudo, el primer cambio que los padres observan en su hijo cuando éste empieza con la terapia. El niño tiene más dominio de su vida porque su sistema nervioso trabaja mejor. Comparación de la terapia de integración sensorial con otros enfoques La terapia de integración sensorial es una especialidad de la terapia ocupacional, una profesión que ha hecho énfasis en la comprensión del comportamiento humano desde un punto de vista neurobiológico. El término “ocupacional” significa que el terapeuta ayuda al paciente o cliente a realizar algunas actividades con un propósito. La mayoría de las actividades en la terapia de integración sensorial tienen un propósito, pues al realizarlas, el niño tiene una meta. Realizar actividades físicas intencionales en lugar de pensar o hablar acerca de ellas es lo ideal para mejorar el funcionamiento humano cuando el problema se encuentra en la manera en que el cerebro está trabajando. Psicoterapia La terapia de integración sensorial difiere de la psicoterapia clásica en que ayudando al cerebro a ser más eficiente, intenta ayudar al niño para que esté al nivel de las exigencias de la vida. La psicoterapia generalmente se ocupa de analizar las relaciones de las personas y de hablar de por qué la gente hace las cosas que hace; conversar no es la mejor manera de desarrollar un cerebro que necesita de estímulos sensoriales y de respuestas corporales adaptativas, pero más adelante pudiera ser una buena forma de entender nuestras propias sensaciones desde un punto de vista intelectual. Terapia de Juego Hay una forma de psicoterapia para niños conocida como “terapia de juego”-­‐ Dado que la terapia de integración sensorial parece juego, se podría pensar que es un tipo de terapia de juego, pero no lo es. La terapia de juego tiene un enfoque psicodinámico; el terapeuta trata de que el niño tenga ciertas experiencias emocionales y sociales. Pr supuesto que la terapia de integración sensorial se ocupa del crecimiento emocional y social, pero únicamente como productos finales de funciones básicas de integración sensorial. Entrenamiento perceptivo-­‐motor La terapia de integración sensorial no es entrenamiento perceptivo-­‐motor, que enseñe al niño percepciones y habilidades específicas, como armar rompecabezas o jugar rayuela. Es bueno aprender habilidades motoras específicas, pero no espere que ayuden al niño académicamente si es que necesita otra cosa. Los maestros y educadores físicos pueden proporcionar un entrenamiento en habilidades perceptivo-­‐motoras, pero esto no tiene relación con ayudar al niño a mejorar la manera en la que su cerebro trabaja de manera integral. ¿Por qué funciona la terapia de Integración Sensorial? El cerebro, especialmente el cerebro joven, es flexible y capaz de tener cambios naturales, por lo que a medida que el cerebro madura, algo de esta flexibilidad se pierde. Si el niño es lo suficientemente pequeño para lograr un excelente nivel de neuroplasticidad (antes de los dos años) entonces es posible que la terapia ayude a lograrlo, si el niño es mayor, parece que la terapia facilita la transmisión de mensajes entre las neuronas para que éstos fluyan más fácilmente y con mayor eficiencia. Si existe demasiada inhibición en el cerebro, la entrada sensorial invalida este proceso inhibidor. Si el niño responde excesivamente, la entrada sensorial y las respuestas adaptativas ayudan a modular las conexiones neurales que ya existen. La terapia de integración sensorial funciona porque el cerebro está diseñado para que las funciones que se usan sean las que tienen más posibilidades de desarrollarse. Funciona porque el ambiente terapéutico está montado de tal manera que el niño se divierte al usar sus procesos sensoriales, como nunca antes los había podido usar. Funciona porque casi todo ser humano tiene un impulso interior para la integración sensorial y la terapia es, simplemente, una manera de hacer lo que ni la naturaleza, ni el niño, ni su madre habían podido hacer.