H l \ > í u r - s l A I J N I V L I ' - C i A L DESCUBRIMIENTOS Y REFORMAS I M I M O N Título de la obra original VÁRLDHISTORIA, FOLKENS LIV OCH KULTUR (g) 1967, por Ediciones Daimon, MarmeJ Tamayo, Madrid, Barcelona, México. Copyright por P. A. Norstedt & Soners. Stockholm (Suecia) Este sexto volumen de la H IST O R IA UNIVERSAL DAIM ON, de Cari Grimberg y Ragnar Svanstróm, dirigida en su versión francesa por Georges - H. Dumont, ha sido traducido por E. Rodríguez. La revisión del original y su adaptación española ha sido efectuada por J. J. Llopis, A. Domingo y E. Mascaré, bajo la dirección de M. Tamayo. Texto ín te g ro Edición c o m p le ta ISBN 84-231-0586-5 D epósito legal: B. 2979-82 Gratos, S. A. Arte sobre papel. Paseo Carlos l, 157 - Barcelona 13 PILAKJ W S W l & R I © E l Renacimiento en Italia Florencia, ciudad m a d re ..................................... 'Desarrollo del capitalismo. — La casa de los Médicis. — Su aporta­ ción al mundo de las artes y de las ciencias. — Cosme de Médicis. Milán, posición clave ................................................................... Los Sforza entran en escena. —. Florencia y Milán se complemen­ tan. —. Francisco Sforza, duque de Milán. El humanismo ita li a n o .......................................................................... La cultura antigua y las nuevas ideas. — Niccolini y sus libros. — El bibliófilo P oggio (Bracciolini. — El libelista Pietro Aretino. — Lo­ renzo Valla, un humanista radical. —>Nicolás V. — Eneas Silvio, otro papa renacentista. — El Renacimiento y la religión. Los Médicis y el pontificado................................................................... ■Los últimos años de Cosme de Médicis. ■ —•Pedro de Médicis y su política financiera. —• Lorenzo el Magnífico. —■La conjura de los Pazzi. — La vuelta de los Médicis. —’ El «mecenas renacentista». Savonarola, la austeridad m ilita n te .................................................... U n dominico excepcional. — La elocuencia de la moralidad. — Complica.ciones políticas en Italia. — La invasión francesa. — Los fran­ ceses se retiran. — La caída de Savonarola. La familia Borgia .................................................................................. Rodrigo Borgia, papa Alejandro VI. — La Roma pagana entra en el Vaticano. — Lucrecia (Borgia, la sirena de la familia. — César Borgia: crimen, intriga y acción. —■«O César, o nada». El nacionalismo ita lia n o ........................................................................... Julio II, un pontífice belicoso. — Italia, botín político. — Reacción antifrancesa. —■Nicolás Maquiavelo, un poltico realista. — La crisis y sus consecuencias. — «El Príncipe» o el despotismo permanente. Literatura italiana ............................................................ . . . Ludovico Ariosto y su «Orlando». —■Torcuato Tasso, un poeta des­ dichado. — «La Jerusalén liberada». El arte del Renacimiento italiano 1 '' Los artistas del círculo de Cosme de M é d ic is .............................. La renovación: Ghiberti, Brunelleschi, Alberti. —. Donatello y otros artistas. —>La pintura: de M asaccio a Filippo Lippi. — Piero della Francesca y Benozzo Gozzoli. Los artistas del círculo de Lorenzo el M agnífico.............................. Sandro Botticelli, creador idealista. —■Doménico Ghirlandajo, pintor mundano. —• Luca Signorelli, el genio de Orvieto. 6 • Pían y sumario Los comienzos del Renacimiento en Roma, centro y norte de Italia. Pinturicchio, pintor biógrafo. —• M elozzo da Forli y la corte de Urbino. —■Mantegna, viril y plástico. —■El (Perugino y Verrocchio. — Los artistas venecianos de finales del siglo xv. ■— (Bellini. Máximo esplendor del arte ren a c e n tista ............................................ Características generales. —• Leonardo de Vinci, hombre universal. — El autor de la «Gioconda». ■ —•(Bramante, padre de la arquitectura vaticana. —■Rafael, pintor polifacético. — Grandes obras rafaelistas. Miguel Angel, el ú n ic o ......................................................................... Una adolescencia genial. — Miguel Angel y Julio n . — Creando una «Creación», —■Epoca de turbulencias. •— El «Juicio Final». El arte en Parma y V e n e c i a ........................................................... El Correggio, pintor de la belleza expresiva. —■El Renacimiento en Venecia. — Giorgione, el hombre y la Naturaleza. — El Ticiano, un veneciano genial. —■E l1 mundo del desnudo artístico. —■Carlos V y el Ticiano. — Paolo Veronés. — El Tintoretto: belleza y pasión. El m a n ie ris m o ........................................................................................ Arte florentino a mediados del siglo xvi. —• Angiolo Bronzino y el retrato cortesano. —■Un orfebre: (Benvenuto Cellini. — Juan de Bolo­ nia y Horacio Fontana. — Arte renacentista en Vicenza y Génova. Renacimiento y humanismo al norte de los Alpes El arte de los Países Bajos a fines de la Edad Media . Van Eyck, realista y sincero. —■Van der Weyden, el sentimiento trá­ gico de la vida. —• Hans Memling, el melancólico. — Van der Goes. Arte francés y a le m á n ......................................................................... La serenidad olímpica de Jean Fouquet. —■Griinewald y Cranach, fieles al gótico tardío. — El genial Alberto (Durero. — Pirckheimer, un mecenas alemán. —■La obra de (Durero. El humanismo g e r m á n i c o .................................................................. Su esencia y significación.—'Reuchlin: helenismo y hebraísm o.— Ulrico de Hutten, el primer nacionalista. — Hutten y la Reforma. Erasmo de R o t t e r d a m ............................. ....... Un holandés universal. — Erasmo en Francia y en Inglaterra. — La internacional humanista. —• El «Elogio de la locura». — Un mundo de controversias. —■Erasmo y Lutero. — Fracaso de un arbitraje. El humanismo en Inglaterra .................................................................. Tomás Moro, el canciller filósofo. — El supramundo de la «Uto­ pía». —. Una iniciativa socialista y audaz. Filósofos, teólogos y poetas renacentistas en Francia . El poeta Clemente Marot. — Margarita de Navarra, reina y poetisa. — El escéptico Etiénne Dolet. — Rabelais, un genio alegre y desenvuelto. Los grandes descubrimientos geográficos ¿■'7: La hora de P o r t u g a l ......................................................................... Caminos a la expansión. —• La Orden de Cristo. — Enrique el Nave­ gante. — El espejismo del preste Juan de las Indias. — El gran periplo africano. — El cabo de las Tormentas. Plan y sumario • 7 ' 163 La hora de E s p a ñ a ......................................................................... Cristóbal Colón. —• U n cruzado de la geografía. — La mayor decisión histórica. — A través del «mar tenebroso». — El descubrimiento de América. — Un mundo fascinador y paradisíaco. — Otros viajes d© Colón. — Muere el primer Almirante de Indias. Los portugueses en las I n d i a s .......................................................... 173 España y Portugal se reparten el nuevo mundo. — Vasco de Gama. •— Recepción en Malabar. — La conquista de las Indias. — Almeida su­ cedo a Vasco de Gama. —• Alfonso de Alburquerque. — El poeta na­ cional portugués. — El poema de los descubrimientos. América, Oceanía, mundos n u e v o s ................................................... 185 Los comienzos de la conquista. — Américo Vespucio, un enigma. — Balboa y el «mar del Sur®. — Magallanes y la cuestión de las Molucas. —• Rumbo al Pacífico. — La primera vuelta al mundo. La antigua América, un mundo enigmático Méjico p r e c o l o m b i n o ......................................................................... 199 Hernán Cortés, un héroe de leyenda. —•¡Prehistoria americana. — Los aztecas en Tenochtitlán. — Religión y militarismo, —. El empera­ dor Moctezuma y el dios Quetzalcoatl. La conquista de M é jic o ......................................................................... 207 Cortés se pone en marcha. —• Una recepción amistosa. — Prisión de Moctezuma. — La «noche triste», —• Asedio y conquista de Méjico. El mundo m a y a ........................................................................................ 215 La península yucateca. — Chichén-Itzá, ciudad santa de los mayas. —■ La «fuente sagrada». — Una arqueología sorprendente. El Perú arcaico . ..................................... .................................... 221 Francisco Pizarro prepara su expedición. —• El pueblo de los incas. — Un antiguo socialismo de Estado. — Cultos y ritos incaicos. Conquista del P e r ú ................................................................................. 228 Pizarro y la guerra civil incaica. — Atahualpa en Cajamarca. — Ase­ sinato de Pizarro. Otros descubrimiento y e x p lo r a c io n e s ............................................ 231 La carrera hacia el Sur. —■Entre el trópico y los desiertos. — Tierra Firme y el país de los chibchas. —■El gran río de las Amazonas. — Arauco indómito. — Organización de los imperios luso y español. Europa occidental a principios del siglo XVI > El césar C a r lo s ........................................................................................ r. 243 Carlos I de España. —■La elección imperial de 1519. — Margarita de Austria, una estadista. — Carlos V de Habsburgo. — Francisco I, un rival peligroso. — Rey y caballero andante. Inglaterra y A le m a n ia ............................................ ....... 251 Enrique VIII, otro monarca renacentista. —. Inglaterra en la encruci­ jada poltica. —■El cardenal Wolsey, — La casa Fiigger en Augsburgo. —■Jacobo Fiigger. —• Grandesa y servidumbre económicas. Carlos V contra Francisco I .......................................................... Carlos V comienza su reinado. — Coronación a la antigua usanza. — 258' 8 • Plan y sumario Los comuneros de Castilla. ■ — La rota de Villalar. — La Dieta de W oim s. —• Francisco i y el condestable de 'Borbón. — D os papas dis­ tintos: Adriano VI y Clemente VII. — La batalla de Pavía. La segunda guerra h isp a n o fra n c e sa .................................................... 26 7 Clemente VII atrae el rayo de la guerra. — Una trágica marcha sobre Roma. — Saqueo de la Ciudad Eterna. — La «Paz de las Damas». Carlos V y E s p a ñ a ................................................................................. 271 La preocupación por la amenaza islámica. — El problema económi­ co. —. Comiénza el Siglo de Oro literario. — Garcilaso de la Vega, poeta y soldado. — El «Príncipe de los poetas españoles». r La Reform a en Alemania M artín Lutero . ................................................................................. 279 'Punto de partida: afán de renovación. — Lutero y sus proposicio­ nes. —■Personalidad de Lutero. —. D e la celda a la cátedra. La r e b e ld ía ............................................................................................... 284 La cuestión de las indulgencias. — Controversia Lutero-Johann Eck. — La Dieta de Worms y el castillo de Wartburg. Lutero en la in tim id a d ......................................................................... 289 Lutero se casa con una monja. — Un cierto franciscanismo... — Con­ versaciones íntimas. ■ —-El reverso: el lenguaje de la violencia. — Los últimos combates. —• Grandeza y errores de Lutero. Reformadores suizos Ulrico Z u in g lio ........................................................................................ 299 Infancia y estudios. —. Zuinglio inicia su carrera. — La parroquia de Einsiedeln. — El reformador en Zurich. Conflictos religiosos................................................................................. 303 En busca de orientaciones. — Zuinglio y el luteranismo, — La lucha entre la antigua y la nueva fe. —. Los caminos de la intolerancia. Estalla la lu c h a ........................................................................................ 307 La controversia de Marburgo. — Al borde del abismo. — La batalla de C a p p el.— Zuinglio y su reforma. Juan C a l v i n o ........................................................................................ 311 D e ¡Noyon al refugio de B asilea.— Calvino en Ginebra. — Ginebra llama de nuevo a Calvino. — Calvino y Castellion. Otro foco de in to le r a n c ia .................................................................. 317 Sendas de amargura. —• Miguel Servet, el inconformista. — Una «In­ quisición calvinista». —. Las reacciones imponderables. La Reforma se c o n s o l i d a .................................................................. 321 La «nueva Jerusalén». — Muerte de Calvino. —. El calvinismo y la economía capitalista. —-Calvino, 'Lutero y Zuinglio. La imprenta y las nuevas id e a s ........................................................... La imprenta en Oriente. — Guttenberg, el genio creador. — Expan­ sión de la imprenta. ■ —■Los primeros libros, 324 Plan y sumario • 9 Entre luteranos y turcos L o s p r o b le m a s d e A l e m a n i a .................................................................................. Carlos V, emperador de Occidente. — La «guerra de los campesi­ n o s» ,—■El comunismo de M unzer.— Los protestantes «protestan»... Las andanzas de 'Felipe de ‘H esse. 329 L u c h a s in te r n a s y e x t e r n a s .................................................................................. Tercera guerra entre Carlos V y Francisco I. — El espejismo de un concilio. — La campaña de Mühlberg. —■Traición de Mauricio de Sajonia. —■Vida privada del emperador. — Abdicación de Carlos V. 335 L a o f e n s iv a tu rca ..................................................................................................... Selim I: el peligro o tom an o.— Solimán el Magnífico. — El «rey cristianísimo» se alia con los turcos. —■La invasión de Hungría. 344 El 350 im p e r io d e la S u b lim e P u e r t a ................................................................ Derrota de los turcos ante Viena. — Nuevas campañas de Solimán. — La vida en el Imperio otomano. — Los jenízaros. La Reforma anglicana E l d iv o r c io d e E n r iq u e V I I I ......................................................................... Lady Ana B olen a.—• Catalina de Aragón y W olsey.— La política del cardenal. — El espinoso asunto del divorcio. 35 7 T r iu n fo d e A n a B o le n a ............................................................................................ Ana (Bolena y Tomás Cranmer. — Un nuevo consejero, Cromwell. — El «Parlamento de la ¡Reforma». — La excomunión de Enrique VIII. 361 El p a r to s a n g r ie n to d e l a n g l i c a n i s m o ....................................................... La caída de Tomás Moro. —■Ocaso de Ana Bolena. — Juana Seymur, la nueva estrella. — Cromwell y la política anticatólica. 365 C u a r to , q u in to y s e x t o m a tr im o n io s . . . . . . . . Una cuarta boda, razón de Estado. — Contactos con Alemania. — Ana de Cléves, la flamenca repudiada. — Catalina Howard y Catalina Parr. 369 La Contrarreforma o reforma católica N u e v a d i s c i p l i n a ..................................................................................................... El Oratorio del Amor Divino. — Los papas reformistas. — Régimen interno. La Inquisición. — El Indice de libros prohibidos. 375 L a C o m p a ñ ía d e J e s ú s ............................................................................................ Un caballero andante «a lo divino». —• Estudios de Ignacio de Loyola. —■Una Orden militante. — La obediencia integral. — Los ejerci­ cios espirituales. —■El arte terrible de la sugestión. 380 E x p a n s ió n d e la C o m p a ñ ía . .............................................. Una «Internacional». —■Francisco Javier, el divino impaciente. — Los jesuítas en el Paraguay. — Pedagogía e interpretativa jesuíticas. 386 E l c o n c ilio d e T r e n t o ........................................................................................... Trento, ciudad frontera. — La primera fase conciliar. —■Su clausura. 390 N u e v a s p e r s p e c t iv a s c i e n t í f i c a s ......................................................................... L a m e d i c i n a ....................................................................................................................... ....................................................... I d e a s r e v o lu c io n a r ia s e n c o s m o g o n ía In d ic e c r o n o ló g ic o (d e lo s a ñ o s 1275 a 1 5 5 8 )............................. I n d ic e a l f a b é t i c o ....................................................... ......... 396 397 400 403 417 lltfDICX! DE} lilM IlA S Las páginas que se citan son las que se hallan frente a la lámina en cuestión. Las ilustraciones que no llevan indicación de página form an la doble lá­ m ina interior y llevan el epígrafe en la anterior o en la siguiente. Cosme y Lorenzo de M é d ic is ...................................................................................24 La Florencia del Renacimiento. Julián de Médicis, por Sandro B o t t i c e l l i ............................................................ 25 César Borgia y M aq u iavelo.......................................................................................... 48 Savonarola, Plaza de la Señoría, en Florencia. Ludovico Sforza, ducjue de M i l á n ........................................................................... 49 «íLa creación del hombre» de Miguel A n g e l............................................................ 72 «La Virgen de las rocas» de Leonardo de V in c i.....................................................72 La Piazzetta de Venecia (Escuela veneciana s. xvi). Retrato del dux Loredano, por Giovanni B e llin i.....................................................73 Una «Pietá» de Giovanni Bellini...................................................................................96 Retrato de una cortesana, por Carpaccio (siglo xv). El Tintoretto, «Autorretrato». El desnudo artístico en el siglo XVI........................................................................... 97 Las primeras grandes escuelas de pintura en Flandes y Francia . . . . 144 Maestro de Moulins: Margarita de Austria. Hugo van der Goes: «La adoración de los pastores». El espíritu del Renacimiento llega a A le m a n ia .....................................................145 Cabeza de adolescente maya (siglo v n ) .................................................................... 216 Llegada de Cortés a Méjico, visto por los aztecas. El dios del maíz, de la mitología azteca. Cristóbal Colón desembarca en G u an ah ah í............................................................ 217 Culturas preincaicas en el P e r ú .............................. ....... 288 La batalla de Marifián y Francisco I, rey de Francia. El humanismo en las letras, la filosofía y late o lo g ía ........................................ 289 Martín Lutero, según C r a n a c h ...................................................................................360 Solimán el Magnífico y Carlos V. Enrique VIII, rey de In glaterra...................................................................................361 fW W lCH DB M APAS La Italia r e n a c e n t is t a .................................................................................................. 17 Rutas de los grandes descubridores........................................................................... 158-159 Castilla y Portugal se dividen el m u n d o ....................................................................174 La ruta de Vasco de G a m a .......................................................................................... 177 Dos grandes civilizaciones: los mayas y los a z te c a s............................................. 203 El imperio de los in c a s ........................................................................... ....... 223 Descubrimientos y exploraciones en América del N o r t e ......................................236 Descubrimientos y exploraciones en América del S u r ......................................237 Dos imperios rivales: Carlos V y Solimán el M ag n ífico ......................................337 Europa durante las guerras de religión (siglo x v i ) ............................................. 392-393 O T j lIIiCIMIBITO K MITALIA FLORENCIA, CIUDAD MADRE Desarrollo del capitalismo El dinero no había desempeñado papel muy importante a comienzos de la Edad Media y el trueque de mercancías era entonces la forma de comercio más extendida. Toda la sociedad feudal se apoyaba en la posesión de tierras. La economía finan­ ciera no se desarrolló hasta iniciarse el tráfico de carácter internacional, consecuencia de las Cruzadas, impulso que ejer­ ció sobre todo en las ciudades italianas bajo tutela florentina. Tal evolución acarreó importantes consecuencias en el ám­ bito social. La nobleza y el clero poseían las tierras y habían dominado por tal motivo la antigua sociedad medieval. Los nu­ merosos conflictos, entre otros la prolongada lucha entre papas y emperadores, ocasionaron a los grandes terratenientes serias dificultades financieras y su único recurso, aunque momentáneo, fue pedir préstamos de dinero a los burgueses, que exigían inte­ reses muy elevados, y los terratenientes se vieron obligados a hipotecar sus territorios, solución de fatales consecuencias para ellos. Si los deudores no podían pagar sus deudas, cosa que su­ cedía con frecuencia, sus acreedores burgueses se apoderaban simplemente de sus propiedades agrarias, base de su poderío. Los aristócratas se arruinaron por este procedimiento; sus tie­ rras pasaron a los burgueses, que se elevaron de pronto a una posición social preponderante y que intentaron incluso superar esta posición buscando nuevos campos de actividad. Individua­ listas de carácter, aplicaron el principio de la libre concurren­ cia, sin retroceder jamás ante los peligros inherentes a tal sis­ tema; y este individualismo económico produjo las condiciones psicológicas y materiales indispensables para la emancipación 1400-1500 12 • El Renacimiento en Italia de las almas en todos los ámbitos de la cultura, es decir, el Renacimiento. El capitalismo fue, en consecuencia, un importante factor en la gran transformación que acabó con el universalismo inte­ lectual y político. En un solo campo, el de la política, la influen­ cia del dinero adquirió una significación muy particular en los últimos tiempos de la Edad Media. «Quien tiene dinero y tiem­ po, y sabe además cómo emplearlos, puede hacer, u ordenar que hagan, todo cuanto le place», decía Alberti, célebre arquitecto del Renacimiento. La casa de los Médicis En 1429 moría un anciano burgués de Florencia, el banquero e industrial Juan de Médicis. Reunió a sus hijos en torno a su lecho mortuorio y les formuló sus sabios y últimos consejos, resumiendo para ellos las enseñanzas de una existencia prolon­ gada y llena de contenido. Juan de Médicis legaba un apellido respetado y una inmensa fortuna. Poseía notables manufacturas y había hecho de su banca una de las más prósperas de Florencia e incluso de toda Italia. Figuraban reyes y cardenales entre sus deudores y fue nombra­ do banquero oficial del papa a comienzos del siglo xv; desem­ peñó un papel importante en el concilio de Constanza (14141418) y se enriqueció, además, con otros acertados préstamos. Juan de Médicis había hecho célebre su apellido en toda Europa. Suele idealizarse la historia de los Médicis, considerándoles únicamente como resortes del impulso cultural de la Florencia del siglo xv, sin conceder una atención suficiente al origen de todas sus glorias. Es preciso no perder de vista que la parte principalísima que tuvieron los Médicis en el desarrollo de las ciencias y las artes, sólo fue un aspecto de sus diversas acti­ vidades. Eran comerciantes, industriales, banqueros y políticos. Los Médicis se preocuparon, en primer lugar, del precio de la lana en Inglaterra y en Flandes, de las relaciones entre los par­ tidos de los Armagnacs y de los Borgoñones en Francia, de los candidatos a la siguiente elección pontificia y de los salarios pa­ gados a los trabajadores de Florencia. Cuando se indagan los fundamentos en que descansaba el poderío de los Médicis y de otros industriales florentinos, se llega a la conclusión de que la lucha por el dinero era tan encarnizada en el siglo xv como en nuestros días, si no lo era más. A finales de la Edad Media un comerciante debía poseer inteligencia despierta, nervios bien 1429 IConcilio de Constanza (1414-1418) Fines de la Edad M edia • 13 Una amputación. E l instrumental esparcido por el s u e lo s era m uy rudimentario: una sierra, una esponja, unas tijeras, un ovillo de hilo, agujas y algunas vendas. E l paciente no era anestesiado. Su única defensa contra el dolor consistía en unos tragos de aguardiente. Una operación de este tipo era m uy peligrosa y por esto no es de extrañar la presencia de un sacerdote. 1400-1500 14 • Bl Renacimiento en Italia templados y carencia total de escrúpulos, si quería mantenerse frente a la competencia. Los burgueses poderosos prohibían con todo rigor a sus trabajadores abandonar Florencia y man­ tenían despiadadamente los salarios al más bajo nivel. La historia del Renacimiento, tan brillante en su aspecto cultural, lo es mucho menos en el terreno social: las clases trabajadoras vivían en una miseria espantosa y no participaban en modo alguno en el desarrollo cultural y artístico. Los obreros de las fábricas permanecían en un estado de indigencia casi permanente y se les prohibía unirse para que estas asociaciones no pudieran defender sus propios intereses. El obrero ni siquiera sabía si tendría trabajo al día siguiente. Si sobrevenía una crisis económica, con amenaza de paro par­ cial o total en la fabricación, o se producía una afluencia de obreros extranjeros dispuestos a trabajar por un salario aún más miserable, el operario florentino era simplemente arrojado a la calle. Sin embargo, debía componérselas como pudiera. Escar­ necido y oprimido, este primitivo proletario arrastraba una vida miserable sin la menor posibilidad de mejorar su condición. Nadie acudía a defender sus intereses. En cambio, los artesanos y los pequeños comerciantes de Florencia, eran protegidos por la familia de los Médicis; desde luego, padecían la opresión de poderosos capitalistas, pero su filiación a una corporación les otorgaba ciertos derechos políticos. Cosme de Médicis Cuando Cosme, el hijo mayor de Juan de Médicis, asumió la dirección de los negocios familiares en 1429, estos iniciaban una etapa de auténtica prosperidad. Gracias a las iniciativas de su padre, los agentes de los Médicis ya habían extendido sus actividades lejos de las fronteras italianas creando una red de sucursales. que cubría gran parte de Europa. La sucursal de Brujas ocupaba una posición de primera categoría; debía vigilar el mercado flamenco de la lana, muy importante para Florencia, y desempeñó también notable papel desde el punto de vista cultural y político. Cosme sucedió a su padre en Florencia como jefe del par­ tido popular. Pese a toda su habilidad, Cosme era demasiado poderoso para no suscitar los recelos de la aristocracia. En 1433 estalló bruscamente esta hostilidad y Cosme fue encarcelado y acusado de alta traición. En aquellos días críticos pareció que no sobreviviría a tan peligrosa aventura. Pero Cosme no perdió 1429-1433 Cosme de Médicis (1389-1464) La autocracia medicea 9 15 la serenidad. Conocía demasiado a los seres humanos para Ig­ norar que el dinero sirve para comprar no sólo mercancías, sino también las personas y las conciencias. Bastaron mil florines para salvarle la vida y asegurarle una sentencia relativamente suave: diez años de destierro. «Estos señores no son muy astu­ tos —anotó en su Diario^—. Hubieran conseguido diez mil o más, si hubiesen sido bastante inteligentes para exigirlos». Cuan­ do se dictó su sentencia pronunció un discurso ante la asamblea afirmando que se hallaba dispuesto a ofrecer la vida por su ciudad natal, si ello reportara a Florencia algún beneficio, y luego tomó el camino del destierro. Al año siguiente regresó a Florencia porque la ciudad difí­ cilmente podía prescindir de él y de sus capitales. A partir de entonces reinó en Florencia como verdadero autócrata y se vengó sin piedad de sus enemigos. Evitó el derramamiento de sangre, pero aplicó otros métodos no menos eficaces. En 1434, unas ochenta familias fueron condenadas al destierro. Arrojadas a la calle sin forma alguna de proceso, los exilados hubieron de abandonar sus hogares a toda prisa, Cosme empleó también otro método para desembarazarse de eventuales contrincantes. Bastaba con despojarles de sus bie­ nes sometiéndolos a un impuesto extraordinario y muy gravoso. Las pobres víctimas apelaban a la autoridad, pero veían recha­ zadas todas sus quejas. N o les quedaba otra solución que pagar hasta arruinarse. Abandonar Florencia era entonces la única manera de escapar a tales impuestos. Cosme no era sólo hombre genial para los negocios, sino también un soberado preocupado por la prosperidad de su Es­ tado y siempre dispuesto a ofrecer su fortuna personal para el bien de la comunidad. Mantuvo una política inteligente, supo preverlo todo con debida anticipación y aseguró así la paz en Italia durante decenas de años; su gobierno fue considerado desde diversos puntos de vista como un ejemplo en la historia de la política europea. Para comprenderla, debemos considerar la situación general de Italia en esta época. MILÁN, POSICIÓN CLAVE Los Sforza entran en escena En un pueblecito de la Romaña, no lejos del mar Adriático, hacia los años 1380 y 1390, cierto día terminaba un joven su 1434 16 • E l Renacimiento en Italia jornada de trabajo en la granja paterna y se ocupaba en reco­ ger sus aperos. Acertaron a pasar algunos mercenarios, en fun­ ciones de reclutamiento para su jefe, un célebre «condottiero»,1 y aquellos soldados se detuvieron apenas divisaron al jovén campesino, ya que el muchacho parecía hecho para la vida militar. Al acercarse, entablaron conversación y describieron al joven su fabulosa vida de aventuras y viajes mundo adelante. «¿Por qué no nos acompañas?» le propusieron al fin. El joven dudó un instante, y cuenta la leyenda que tomando un hacha contestó a sus interlocutores que dejaba al azar que decidiese su porvenir: si el hacha quedaba clavada en el árbol, marcharía con ellos; si el hacha se caía, quedaría en casa. El hacha se quedó clavada. Aquella misma noche se des­ lizó en la oscuridad, ensilló uno de los caballos de su padre y abandonó para siempre la casa paterna. Así se convirtió en un poderoso guerrero que, al servicio de muchos príncipes, adqui­ rió poder y riquezas. En la cumbre de su gloria obligó al papa a concederle en feudo la población donde había nacido. A su muerte, en 1424, dejaba un hijo que siguió las huellas de su padre y fue también un «condottiero» mimado por la suerte: el célebre Francisco Sforza. El joven Francisco llegó a la meta de su carrera cuando en 1424 Felipe Visconti, duque de Milán, le confió una parte de sus tropas. Esta relación con la casa Visconti fue particular­ mente valiosa para Francisco, que vislumbró su mejor oportu­ nidad entre 1430 y 1440, cuando las disensiones internas esta­ llaron de nuevo en Italia. Gracias a su energía indomable, Francisco se fue encumbrando cada vez más. Cambió de par­ tido cuando comprendió que este viraje político era necesario para alcanzar su fín supremo, que nunca perdió de vista: hacerse dueño de Milán. Felipe Visconti le había otorgado su hija en matrimonio y, gracias a este enlace, podía aspirar a la heren­ cia de Felipe. Los sangrientos desórdenes tan característicos del Renaci­ miento en Italia, se prolongaron varios años. Numerosas co­ marcas fueron devastadas y muchos hombres asesinados; de continuo, pueblos y ciudades cambiaron de dueño en una su­ cesión ininterrumpida de expediciones militares y de intrigas diplomáticas. Surgieron las personalidades más extraordinarias, aunque ninguna tan grotesca como la de Segismundo Mala1 El término italiano «condottiero» designa a un jefe de mercenarios. Los con­ d otieros desempeñaron, a menudo, papel bastante importante en las luchas políticas de Ja 'Edad Media. 1424-1440 Francisco Sforza (1401-1466) La Italia del siglo X V • 17 IT A L IA E N 1455 Entre la multitud de pequeños estados italianos, la política peninsular gravitaba en torno a media docena de ellos: Génova, Milán y Venecia, al norte, Florencia y los Estados Pontificios, en el centro, y Nápoles en el sur. 18 • El Renacimiento en Italia testa, señor de Rímini, uno de los «condotieros» más apasio­ nados y menos escrupulosos. Florencia y Milán se complementan En medio de esta confusa lucha por el dominio del norte de Italia, Cosme de Médicis permanecía tranquilo en Florencia y trazaba sus planes. Italia era uno de los países más ricos de Europa, Gracias a sus posibilidades económicas y a su exce­ lente diplomacia, podía consolidar y extender su influencia sobre la evolución de otras naciones europeas, con la única condición de no exponerse demasiado a las disensiones internas. A la larga, tales disturbios debían inspirar necesariamente ideas de conquista a las potencias extranjeras y ofrecerles excelentes oca­ siones de entrometerse. ¿Acaso el rey de Francia, Carlos VII, no había manifestado ya en diversas ocasiones un creciente interés por Italia? Un tratado amistoso entre Florencia y Milán podría apor­ tar como resultado una situación de equilibrio político; resul­ taría entonces difícil para los franceses entrometerse con éxito en los asuntos internos de Italia. Tales reflexiones decidieron a Cosme a solicitar la ayuda de Francisco Sforza. Se había encontrado con el célebre «condottiero» por vez primera en 1435 y ambos entablaron pronto buenas relaciones. Francisco carecía de auténtica cultura y se mostraba grosero y rudo; pero Cosme no veía en ello ningún inconveniente. Al contrario, el hombre que reinase en Milán debería ser, ante todo, un hom­ bre de acción y con temperamento de caudillo. Por su parte, Sforza no hubiera podido encontrar mejor aliado que el gran comerciante florentino. Comprendió todo el valor de esta amistad "cuándo Felipe Visconti murió en 1447 sin dejar herederos y la burguesía de Milán ofreció a Sforza el mando de las tropas de la ciudad. En aquel momento el dinero de Cosme le fue muy útil y le permitió encaminarse con dere­ chura a su fin. En 1450, Francisco Sforza, hijo de un hombre que había iniciado su carrera como simple ayudante de gran­ jero, fue proclamado duque de Milán. Y este triunfo de Sforza decidió la lucha por el norte de Italia. La alianza Florencia-Milán era tan poderosa que ningún otro estado pudo amenazarla. La mayoría de las ciudades esco­ gieron, por consiguiente, la paz y así se entablaron negociacio­ nes que condujeron, en 1455, a la creación de una Liga que integraba a todos los estados importantes de Italia. La caída 1447-1455 F. Sforza, duque de Milán (1450) Los «Síudia Humanitatis» • 19 de Constantinopla en 1453 aceleró la formación de esta Liga, pues los políticos italianos más influyentes llegaron a la con­ clusión de que sólo uniendo todas sus fuerzas contra los turcos podrían asegurar el comercio marítimo. Por otra parte, el pe­ ligro francés les impulsaba igualmente a concertar aquel trata­ do. En el mismo año de 1453, el fin de la guerra de los Cien Años dejaba al rey de Francia las manos libres para volverse contra Italia. Cosme había logrado el fin que se propuso. La paz en Italia quedaba asegurada para bastante tiempo. Gracias a su hábil diplomacia, Florencia se había convertido en mantenedora de la paz y del equilibrio político. Cosme permaneció fiel toda su vida a la alianza milanesa. Aquel tratado era la clave de su po­ lítica exterior. EL HUMANISMO ITALIANO La cultura antigua y las nuevas ideas Mientras Cosme de Médicis empleaba todas las .sutilezas de su diplomacia en restablecer el sosiego y el equilibrio político en Italia, el Renacimiento se propagaba a todos los países. El propio Cosme fue uno de sus principales protectores. A él se debe, en gran parte, el que Florencia se convirtiera en centro de esta vida artística particularmente fecunda y de estas nuevas corrientes científicas y literarias que se engloban bajo el nombre de «humanismo». Los italianos del Renacimiento estaban entusiasmados por la Antigüedad. Querían vivir, estudiar, pensar y escribir como los antiguos griegos y romanos, y así, profesores, monjes, fun­ cionarios y mercaderes rivalizaban en entusiasmo por coleccio­ nar manuscritos antiguos y comentarios sobre los mismos. Los Síudia Humanitatis, el estudio de la humano, tal era el nombre con que designaban sus actividades intelectuales. Las generaciones medievales precedentes habían estudiado también a los autores clásicos, pero sin permitir que su filosofía y su forma de vida influyera en ellos. Si en la Edad Media se leía a los escritores de la Antigüedad, era sobre todo para encontrar materia con qué defender la doctrina cristiana. El Renacimiento, por el contrario, estudiaba la literatura antigua por sus valores intrínsecos. Desde sus comienzos, esta corriente estuvo impregnada de Ccáda de Constantinopla (1453) 1453 20 • E l Renacimiento en Italia nacionalismo. Aureolados de gloria, Escipión y Séneca parecía que se levantaban de su tumba más que milenaria para inflamar de amor a la patria a una Italia que se desgarraba en luchás intestinas. El entusiasmo que animaba a los propagadores de los ideales humanistas logra hacer apasionante esta época. Ateso­ raban objetos de arte antiguo; estaba de moda organizar biblio­ tecas; reunían verdaderos tesoros artísticos y literarios de todos los lugares donde podían encontrarlos. Niccolini y sus libros En el primer decenio del siglo xv podía verse en las calles de Florencia a un hombre de cierta edad dirigiendo la palabra a los jóvenes transeúntes, y con cierta dulzura impregnada de firmeza, les demostraba la vanidad de los placeres materiales, y les aconsejaba ante todo el estudio de la Antigüedad, porque sólo en ella encontrarían auténtica satisfacción. Nicoló Niccolini .—así se llamaba este hombre singular'— era el más entu­ siasta de los bibliófilos de Florencia y, además, excelente cono­ cedor de los manuscritos antiguos. Su pasión le costaba una fortuna, pero Niccoló no se descorazonaba por ello; cuando se le acababa el dinero, podía pedirlo siempre a sus amigos, Cosme de Médicis, por ejemplo. La casa de Niccoló permanecía abierta a todos cuantos de­ seaban consultar sus colecciones; él mismo estaba dispuesto siempre para informar y aconsejar a sus visitantes. Uno de sus amigos humanistas, Vespasiano Bisticci, describe así a Niccoló en su casa: «Numerosos prelados y jóvenes eruditos le hacían frecuentes visitas; tan pronto como llegaba un huésped, le ponía un libro en las manos y le rogaba que lo leyera. A menudo, diez o doce señores de elevada alcurnia se entregaban al estudio junto a él». A su muerte, la colección de Niccoló comprendía ochocien­ tos volúmenes, cifra impresionante para aquella época. Había hecho firme promesa de que esta biblioteca permanecería acce­ sible a todo el mundo; Cosme de Médicis tuvo el mayor interés en que se cumpliera su deseo. Pagó las deudas considerables que Niccoló contrajera e hizo donación de su biblioteca al con­ vento de San Marcos; allí todos cuantos lo deseasen podían hacer uso de ella. Así nació en Europa la primera biblioteca pública que se fundó desde la Antigüedad. El citado Vespasiano Bisticci era otra figura de primera categoría en los círculos intelectuales de Florencia; propietario 1400-1410 Niccoló Niccolini (1364-1437) Primitivos humanistas • 21 de la mayor librería de la ciudad, Bisticci reunía en su «tienda» a los florentinos más importantes y cultos. Las Memorias de este genial librero describen los personajes que conoció, cuya mayor parte eran íntimos amigos suyos; una obra que todavía se lee con interés. El bibliófilo Poggio Braccioiini El simpático Vespasiano cita con particular respeto al hu­ manista Poggio Braccioiini, que fue durante muchos años secre­ tario en la cancillería pontificia. Participó en el concilio de Constanza (1414-1418) y aprovechó la ocasión para efectuar numerosos viajes en busca de documentos clásicos. Poggio vio recompensados sus esfuerzos y molestias: en la abadía de Cluny y en Colonia descubrió manuscritos de obras de Cicerón, toda­ vía desconocidas, y en las ruinas de la abadía de Saint-Gall encontró el famoso tratado de la Institución Oratoria del ro­ mano Quintiliano. Nada arredraba a Poggio cuando estaba poseído por el demonio de la paleografía. Si no le autorizaban a llevarse los manuscritos descubiertos, los hacía copiar por un secretario que le acompañaba a todas partes. Más de una vez, en momentos de debilidad, se guardó en alguno de sus enormes bolsillos algún pergamino muy codiciado. Poggio describe cuanto vio y vivió, en el curso de sus via­ jes, en elegantes cartas que los contemporáneos y la posteridad admiran unánimes. En ellas cuenta, sobre todo, su estancia ma­ ravillosa entre la buena sociedad de la pequeña ciudad de Badén, una villa de aguas termales en lá Suiza septentrional. Aquellos baños eran saludables para toda clase de enfermeda­ des, pero nada curaban tan rápidamente y tan bien como la esterilidad de las mujeres, según cuenta Poggio. Los esposos de aquella región no eran excesivamente celosos; dejaban a sus jóvenes esposas descansar solas en las casas de baño, donde podían entregarse a los más refinados placeres de la tierra. Poggio se divertía como una divinidad olímpica cuando desde la galería contemplaba tan agradables cuadros vivientes: «Es divertido ver a viejas ajadas por la edad entrar en los baños en compañía de doncellas jóvenes medio desnudas y exponerse a las miradas de los hombres. Estas damas desayunaban a menudo en sus baños, servidas en mesas que parecían flotar sobre el agua. Se permitía participar libremente a los señores en esta distracción. Estas jóvenes doncellas, de rostro resplandeciente, hermosas como jóvenes diosas, son un regalo para la vista. D anzan y cantan en el agua o bien juegan a lanzarse una pelota unas a otras.» Poggio (1389-1459) 1414-1418 22 • E l Renacimiento en líatia La libertad de costumbres de que nos habla Poggio Bracciolini era una característica del Renacimiento. E ste grabado antiguo representa una cena celebrada durante un baño mixto. En una tal descripción de felicidad y juventud, Poggio se hace eco del placer que los antiguos sentían por la belleza, pero también es eco de su sensualidad. Hay otro aspecto de la an­ tigüedad romana que se expresa en la célebre carta en que Poggio describe el proceso llevado a cabo contra Jerónimo de 1400-1450 E l «cuarto de la mentira » • 23 Praga, discípulo de Hus. En él se siente revivir la admiración por la firmeza y fuerza de ánimo varonil de los héroes antiguos. Otras andanzas de Poggio Clausurado el concilio de Constanza, Poggio se dirigió a Inglaterra invitado por un alto dignatario de la Iglesia y per­ maneció allí cuatro años. Se tropezó con un materialismo brutal y mal disimulado que no pudo soportar más tiempo: «Entre los ingleses, el arte culinario prevalece sobre las demás artes y ciencias», escribía al regresar a Italia. Los ingleses podían tragar comida durante cuatro horas sin interrupción: cuatro ho­ ras de suplicio para Poggio. Para mayor desdicha, no había ningún manuscrito interesante en aquel país bárbaro. Según Poggio, los conventos estaban llenos de viejos fárragos esco­ lásticos. Desde luego, Italia le sentaba mejor a Poggio. A su regreso fue nombrado secretario en la corte del papa. En tierra italiana podía frecuentar el trato con gentes cultas, que compartían sus gustos y sus ideas. Por lo general, este círculo de amigos se reunía por las tardes en una sala llamada «cuarto de la menti­ ra», en un ala separada del palacio pontificio; charlaban, bebían y se divertían. Allí se contaban los últimos chismes mundanos de Roma, y también anécdotas groseras. En sus últimos años, Poggio reunió tales anécdotas en un volumen, que obtuvo gran éxito, lo que hizo exclamar a su autor, satisfecho: «Los asuntos más ordinarios pueden ser tratados igualmente en buen latín». Estos humanistas italianos eran personas muy vanidosas y poseídas de sí mismas; una generación que ilustraba a maravilla un aforismo de Poggio que afirmaba que cada cual debía con­ siderar su mujer y su filosofía como lo mejor del mundo. Ello no obsta para que se considerasen representantes de una cultura nueva y superior. Surgían humanistas en todas las cortes principescas y en las universidades y eran recibidos en todas partes con los brazos abiertos. En Milán, Francisco Sforza retenía a Francisco Filel£o, erudito belicoso, codicioso y de una vanidad sin límites, si bien el mejor helenista de la época. Filelfo proclamaba sin rebozo que, para él, el honor sin dinero era tan despreciable como el dinero sin honor. Filelfo, enemigo declarado de los Médicis, y Poggio, amigo de Cosme, entablaron una de esas disputas literarias tan carac­ terísticas del Renacimientos. Los dos sabios humanistas se lan1418-1425 24 ® E l Renacimiento en Italia zaban terribles diatribas, y en libelos muy divulgados se arroja­ ban recíprocamente injurias mortales e hirientes acusaciones. Según Poggio, Filelfo era un auténtico ladrón y un adúltero, que incluso abusaba de los jovencitos. «¡Bestia repugnante! —exclamaba-—, ¡Monstruo cornudo! ¡Despreciable murmura­ dor! ¡Que la cólera divina te aniquile!» Y Filelfo respondía en el mismo tono, superando incluso a Poggio en su odio, cosa difícil de lograr. Entretanto, sus contemporáneos presenciaban la escena con gran interés y maliciosa satisfacción. Y así, fue enorme su decepción cuando se enteraron de que ambos enemi­ gos habían hecho las paces. N o era preciso molestarse en in­ dagar las razones de tal cambio: Filelfo había comprendido que resultaba más ventajoso estar en buenas relaciones con Cosme de Médicis; rogó, pues, a Poggio que le perdonara. ¿Habría dicho su colega, quizás, a su poderoso amigo algunas palabras amistosas en su favor? El libelista Pietro Aretino Filelfo y Poggio eran técnicos ambos en el arte de abrirse paso a codazos; sin embargo, todavía les superó un hombre de otra generación, Pietro Aretino, que se dio a conocer durante la primera mitad del siglo xvi y se atrajo el sobrenombre de «fustigador de príncipes». Es difícil comprobar la importancia del papel que desempeñó el Aretino en el desarrollo de la cultura humanística. Sus obras teatrales son clasificadas entre las mejores de la literatura italiana y sus libelos le han valido el título de «padre del periodismo». Fue también a su modo un gran artista, dotado de vigorosa imaginación y profunda cultu­ ra. Además, juzgaba a la perfección su época y sus contempo­ ráneos. Pero la forma de expresarse en sus críticas ha hecho que se le considere, con razón, como uno de los personajes menos escrupulosos en la crónica de la literatura mundial. El Aretino inició su carrera como auxiliar de un rico ban­ quero romano. A la muerte del papa León X, y cuando la lucha por la sucesión era más enconada, participó en la controversia con una serie de sátiras en que se mofaba de todos los carde­ nales de la Curia. N o se detuvo en ello y poco después ilustró veinte grabados del célebre artista Raimondi, con sonetos licen­ ciosos del mismo cariz. El papa Clemente VII hubo de interve­ nir personalmente en el asunto. El Aretino se defendió con su brutalidad característica. «¿Qué mal puede haber en que un hombre tenga una amante? .—exclamaba.—■. ¿Entra en vuestras 1400-1450 Cosm e (a la izquierda) y Lorenzo de M édicis, figuras ejem p lares del R enacim iento que dieron a la ciudad de Florencia un poderío y un p restigio sin igual. He aquí una im agen casi idéntica de la Florencia del Re­ nacim iento: a la izquierda, la cúpula de márm ol blanco del B aptisterio, y d etrás, el domo de la iglesia de San Lorenzo. En el cen tro , la catedral de Santa M aría del Fiore con el «cam panile» a la izquierda y la cúpula de Brunelleschi a la derecha. En el cen tro , la to rre del palacio del Bargello. i i i 9 9 H 9M 9— 9 » ^ ^ M BB fsBSPiSPjj 9 9 9 W s SKSm 99Jl.„ saaj-i B ¡i" ‘V U S ■ 9a99^ 99i . rt Q ¡:j<LvIK ¥ i « • ^^í»^»w *^a ijl» S eB iei.íe* S te £ S S B se B 2 K .aa 8 S S @ B ^™ H > <. f .'f f i i ¡f'«.l B- /:*Y-"v;'' \ ■ ■ ifl • J ^ ‘ \ Í i í l ’ 1! : . l ! J \ - ^ í C I aBpgfgw f f;^, lH M — .I-«s^ £ • * & !*• t j í \ i . ' í t ó r i i H í ' ¡¿ ¡¥ ■! $ A& \r ' .'¡V lj. ' ? i‘ (‘- ¡i»"¡ " - -', ’í ; í f y L ...... " " ‘ ■ * 9 9•*1 }j*rW J’"',1•!/.* ... 991 •i /■*? t'iK " HH m tm m m -l','< ¿d*#?*-- f r*Jt z%t~'*^h^'^,'^^l*'^'‘f',' • '«US / ’ **** ’< ' 4 --í i ■ ■’»' > ■ '■ * •■ ‘ • f „.1 i i ’ ‘ fywé* WEM Mü P f* lF W M Sm M m k •. ■ ' ■ - % & . t ■ *' í '- - ’- "- ^ -■ ír F iF 'ti' ^ '-. >í’. l 5 ¡ !■} .l|i-;>¡.Í! i j ' í R etrato de Julián de M éd icis, por Sandro B otticelli. E l « fustigadoc de príncipes » • 25 intenciones el dar a los animales mayor libertad que a los hom­ bres? Yo dedico mis sonetos a todos esos hipócritas que fingen no estar de acuerdo con aquello que más les gusta.» Tamaño escándalo obligó al Aretino a abandonar Roma. Se unió a uno de los «condottieros» más brutales y famosos de la época, Juan de las Bandas Negras, que pertenecía a la familia de los Médicis. Durante algunos meses llevaron ambos una vida henchida de aventuras y de proyectos fantásticos. El Areti­ no soñó incluso con un principado para él, pero un día, su amigo el «condottiero» fue herido en un combate. Su estado era crítico y era preciso que le amputaran inmediatamente un pie. Cuenta la anécdota que el propio Juan sostuvo la antorcha a cuya luz se practicó operación tan dolorosa. Con inmensa pena de su amigo, el «condottiero» murió a consecuencia de esta intervención. El Aretino quedóse sin saber qué hacer. Decidió dirigirse a Venecia: quería enriquecer su pobreza, decía, con la libertad veneciana. El Aretino gozó la mejor época de su vida en aquella ciudad; pronto encontró allí relaciones de que sentía tanta necesidad y llegó a ser amigo íntimo del gran pintor Ticiano. Obtuvo la protección de Carlos V, y también la del rey de Francia, Francisco I, enemigo declarado del em­ perador. Ambos preferían subvencionar al Aretino antes que verse atacados en sus escritos. Una vez que el dinero llegaba en abundancia a sus manos, el Aretino se instaló en una mag­ nífica mansión junto al Gran Canal y vivió en medio del lujo y de la opulencia. En esta casa, que se hizo célebre, mantenía lo que podría llamarse un harén, donde numerosas damiselas cui­ daban de sus asuntos domésticos, le otorgaban sus favores y le proporcionaban hijos. A veces las había acogido en su casa sólo porque no tenían a nadie a quien acudir. En cuanto a ellas, podían permanecer con él todo el tiempo que desearan, pues el Aretino, que mostraba tanto cinismo y brutalidad en perseguir a ricos y nobles, sentía profunda compasión por todos los deshe­ redados y jamás rehusaba tenderles una mano protectora. N o hay en todo el Renacimiento un materialismo más radical que el de Pedro Aretino. Los eruditos que han estudiado su correspondencia examinando con detenimiento sus concepciones filosóficas, manifiestan que su extraordinaria seguridad en sí mismo estaba menos justificada de lo que pueda creerse. El Aretino era una personalidad puramente negativa, incapaz de construir: sólo sabía destruir. N o poseía ninguna convicción seria ni firmeza de carácter. Existen numerosos indicios que demuestran que él se percataba perfectamente de ello. Pietro Aretino (1492-1556) 1527 26 ® E l Renacimiento en Italia Lorenzo Valla, nía humanista radical N o todos los humanistas eran Filelfos o Aretinos. La ma­ yoría se hallaban poseídos del sincero ideal de su misión y trabajaban según un programa establecido, que sería de la mayor importancia para el desarrollo de la cultura humana. Su objetivo era descubrir un método que permitiera someter a examen concienzudo todas las obras que constituyesen el fun­ damento de la cultura europea y rechazar todo cuanto no fuera auténtico. Los humanistas comprendían cuán necesario era leer bien las obras de los clásicos romanos y estudiar a fondo los filósofos griegos en su lengua original. Este programa sentó las bases de la historia y de la filosofía modernas. Lorenzo Valla fue uno de los mayores representantes de esta tendencia. Vivió en la primera mitad del siglo xv y ha sido llamado «el humanista radical». Para hacerse cargo del ideal que le animaba y de las concepciones en que fundamentaba su trabajo, era preciso leer su obra maestra: Elegantiae latinae linguae. Valla era de esos hombres que llevan la pasión de la polémica en sus venas. Se creía obligado a sustentar una opi­ nión muy personal en todas las cosas y opuesta a la de sus contemporáneos. En su primera obra, D el deleite, sólo se pro­ pone sorprender y llamar la atención. Entre quienes más apreciaban los elegantes diálogos del joven humanista figuraba Alfonso V, rey de Aragón y de Nápoles, soberano hábil y digno de encomio por el interés que mos­ traba por la cultura y por su generosidad hacia los humanistas que reunió en su torno. Hizo acudir a Valla a su corte y pagó espléndidamente su colaboración. Cuando Alfonso V tuvo con­ flictos con el papa, Valla aprovechó la ocasión para agradecer la hospitalidad recibida. Escribió su célebre obra en que se mani­ fiesta opuesto a la famosa «donación de Constantino». Este discutido documento, que se decía promulgado por Constan­ tino el Grande, afirmaba que el emperador, en el momento de trasladar la capital imperial a Constantinopla, había transferido al obispo de Roma la soberanía temporal y espiritual sobre el Occidente europeo. Dicho documento desempeñó un papel im­ portante en la Edad Media con ocasión de los conflictos entre el papa y el emperador. Valla demostró que no contenía ningún valor histórico, ya que era imposible que el emperador Cons­ tantino tuviera con él la menor relación. Esta obra de Valla muestra profundos conocimientos filosóficos y acertado sentido histórico y abrió el camino a la crítica textual moderna. 1407-1457 Lorenzo Valla (1407-1457) Inicios de la Biblioteca Vaticana 9 27 Pueden citarse otras obras de Valla: traducciones del Nuevo Testamento, de Herodoto y de Tucídides; las escribió por en­ cargo de la corte pontificia. La forma en que había desmentido la «donación de Constantino» no le impidió ser nombrado en el año 1447 secretario del papa Nicolás V. Un papa promotor: Nicolás V Nicolás V es una de las figuras más importantes del huma­ nismo. Se ha dicho que, gracias a él, el Renacimiento llegó hasta el trono pontificio. Nicolás era hijo de un simple médico y en su juventud padeció pobreza y privaciones. En Florencia se puso en contacto con el ideal humanista. Era uno de los asiduos a la librería de Vespasiano Bisticci y alcanzó renombre como experto conocedor de manuscritos clásicos. Sentía igual interés por la teología, la filosofía clásica, la ciencia, la medi­ cina y, en resumen, por todos los aspectos del saber humano de su época. Después de vivir muchos años desconocido, N i­ colás fue nombrado obispo de Bolonia, en 1444, y cardenal, en 1446. Al año siguiente era elevado a la sede apostólica. Al fin podría realizar su anhelado sueño: reunir una gran biblioteca y emprender grandiosos trabajos de construcción. Pero otros proyectos, aún más colosales, ocupaban su espíritu: quería devolver a Roma su aureola de centro cultural de Italia. Proyectaba hacer traducir al latín todas las obras de la Anti­ güedad griega a fin de hacerlas accesibles a los círculos no eruditos. Para la realización de tal proyecto, hizo acudir a Roma a cuantos humanistas pudo encontrar. Nicolás mantenía un verdadero ejército de secretarios, cuya tarea era copiar los manuscritos que sus agentes buscaban por toda Europa. Poco a poco formó la mayor biblioteca de Italia. Contaba nada menos que 350 obras griegas y 800 latinas, colección que constituyó la base de la célebre Biblioteca Vaticana. Los proyectos arquitectónicos de Nicolás no eran menos impresionantes. A comienzos del siglo xv, Roma se hallaba en una lamentable estado de decadencia. La antigua red de caminos había quedado destruida, edificios impresionantes se ha­ llaban en ruinas y sólo una pequeña parte del área de ía antigua Roma estaba habitada. Convenientemente asesorado por el gran arquitecto León Bautista Alberti, Nicolás inició la exhumación de estas ruinas. El castillo de Santángelo, antiguo mausoleo de Adriano, fue reconstruido por entero; lo restauró dándole forma de un magNicolás V, papa (1447-1455) 1447 28 • E l Renacimiento en Italia nífico palacio renacentista. El propio Vaticano fue transforma­ do; la Capilla Nicolina fue decorada con maravillosos frescos de Fra Angélico. Pero no era esto sólo: todos los alrededores del Vaticano debían convertirse en una ciudad digna de la Santa Sede: debían crearse nuevas bibliotecas, erigir nuevos palacios, obras de arte y jardines. N o obstante, Nicolás, llevado por su afán renovador, se hizo culpable de vandalismo contra los monumentos antiguos, de los que extrajo los materiales nece­ sarios para las nuevas construcciones. El Foro, el Coliseo y el Aventino fueron desmoronados como canteras de donde se sacaba la piedra y el mármol. Sin duda fue Nicolás V con quien mejor se comprueba el entusiasmo que caracteriza el período de expansión del huma­ nismo. Cabe sospechar que algún fin político se disimulara tras sus iniciativas culturales. Convirtiendo Roma y la corte ponti­ ficia en centro de esta nueva corriente espiritual, quería ponerla bajo la soberanía temporal de la Iglesia. De todos modos, no cabe duda alguna acerca del interés de Nicolás por la cultura clásica. Al morir este papa se rindió homenaje unánime a su memo­ ria, sobre todo por parte del obispo de Siena, Eneas Silvio Piccolomini, uno de los hombres más discutidos y admirados de la época. Lo propio que otras figuras de primera línea, Eneas Silvio debe a Florencia los estímulos y el impulso decisivo para sus posteriores actividades vitales. De allí procede su amor por la cultura antigua y en la ciudad florentina entabló lazos de amis­ tad con un notable eclesiástico que allí se detuvo camino del concilio de Basilea (1341). El prelado quedó tan gratamente impresionado por Eneas, que le tomó a su servicio como se­ cretario. Eneas Silvio, otro papa renacentista Así comenzaron los largos viajes de Eneas Silvio por el extranjero. Permaneció más de veinte años fuera de Italia y vivió muchas y extraordinarias peripecias. En Basilea se hizo célebre por la singular elocuencia que manifestó al defender los derechos del concilio contra la Santa Sede. En Escocia intrigó en provecho de Francia, para lanzar los escoceses contra Inglaterra. En Alemania, después del concilio de Basilea, fue nombrado secretario de la corte imperial y se convirtió pronto en uno de los principales consejeros de Federico III. La exis­ tencia de Eneas nada tenía de monótona. Escribió audaces 1450 Semblanza de P ío // • 29 poemas y licenciosas obras de teatro, tuvo más de una aventura amorosa y discutió de política eclesiástica con el emperador. Tenía formada menguada opinión del imperio y de los príncipes alemanes. Según él, éstos no eran tan generosos como debieran ser hacia los jóvenes literatos ambiciosos. «Ya que se interesan más por la compañía de caballos y perros que por la de los poetas —decía Eneas, furioso.—■, |deberían también morir como caballos y como perros: sin honor!» Al iniciar su carrera, Eneas apreciaba muy poco el poder pontificio, pero en 1458, al ser elegido papa él mismo (bajo el nombre de Pío II), pensó de muy diversa manera. Aprovechán­ dose de la gran experiencia política adquirida durante sus viajes, Pío II dirigió la lucha contra cuantos pretendían limitar el poder de Roma. Impulsó con nuevo vigor la antigua idea de una cru­ zada europea contra los turcos y apremió a todos los príncipes a que apoyaran la empresa. El nuevo pontífice manifestó que tomaría él mismo el mando de la flota que conduciría los cruza­ dos a Constantinopla. La noticia dejó estupefactos a sus con­ temporáneos. El viejo Cosme de Médicis movió su cabeza con escepticismo: «El papa es un anciano —dijo—, y vedle consa­ grado a una empresa que sólo un hombre joven podría llevar a buen fin». Pío II no realizaría sus temerarios designios. Venecia pro­ metió poner una flota a su disposición y el papa se dirigió a Ancona, puerto del Adriático, para embarcar en el navio que debía conducirle a la gran contienda. Pero sus días estaban contados. Casi moribundo, esperaba aún la llegaba de la flota. Un día, el vigía anunció que por fin estaba ya a la vista. Pío II hizo que le llevaran a la ventana y, temblando de emoción, vio entrar doce grandes navios en el puerto. Murió al día siguiente. Pío II recibió también universal homenaje: siendo papa se había arrepentido de sus pecados de juventud, pero jamás renunció a su viejo ideal humanista. Se sentía satisfecho por sus éxitos diplomáticos y su rápida carrera al servicio de la Iglesia; pero los trabajos literarios que prosiguió, pese a su elevación al trono pontificio, le proporcionaron alegrías aún mayores. Pío II es autor de una grandiosa obra acerca de Europa, llena de descripciones pintorescas de todas las ciudades y países que había visitado. Proyectaba completarla y hacer de ella una amplia historia universal, según un plan fundamentado en lo geográfico. Asia le sugirió el tema de otra obra histórico-geográfica importante. «La Historia nos enseña a conocer la época en que vivimos», afirmaba convencido. Sus Memorias son tam­ Eneas Silvio (1405-1464) 1458 30 • E l Renacimiento en Italia bién célebres; en ellas observa y describe a numerosas persona­ lidades extraordinarias que caracterizaron esta época. El Renacimiento y la religión Pío II fue un típico representante del Renacimiento en su primera fase. Pocos han demostrado en forma tan diversa y destacada aquello que los hombres del Renacimiento entendían bajo el concepto de vivtus, que tanto admiraban. Para po­ seerla, era preciso estar dotado de viva inteligencia, pasiones violentas, una voluntad indomable y una energía a toda prueba, estar dispuesto a aceptar el propio destino tanto en lo prós­ pero como en lo adverso y llevar la astucia hasta el refinamien­ to, cualidades que hacían del hombre un artista capaz de mol­ dear su propia vida. Tal era el ideal humano del Renacimiento y Pío II supo acercarse a él. Podrá parecer extraño que un hombre dotado de tales cualidades fuera colocado al frente de la Iglesia como «vicario de Cristo en la tierra». Con fre­ cuencia se le ha reprochado al Renacimiento que secularizó el poder del papa y los hombres perdieron su antigua fe, rebelán­ dose contra los preceptos morales del cristianismo y convir­ tiéndose en verdaderos paganos. Ello no significa, sin embargo, que el humanismo como tal tuviera un carácter pagano, hostil al cristianismo, como pretendía Berdiaeff. Al ignorar sistemá­ ticamente la filosofía mística de Marsilio Ficino, se pregunta con fundamento Fred Bérence por qué «el Renacimiento ex­ presa con un canto nuevo la alegría del alma aclamando a su Creador y el entusiasmo del espíritu al recibir la luz». Otros autores pretenden ver el verdadero núcleo del humanismo en una aspiración consciente hacia la reforma de la vida espiritual sobre bases religiosas. Hacen notar, además, que las generacio­ nes de finales de la Edad Media deseaban una vida nueva y mejor, un resurgimiento, un renacimiento de la vida espiritual. Este deseo se expresa vagamente en los grandes movimientos heréticos franceses e italianos de los siglos xn y xm, y en el que animaba a los franciscanos en su lucha contra la seculari­ zación del pontificado. El ideal de reforma —afirman— fue la consigna de finales de la Edad Media. Según ellos, Dante y Petrarca, los dos pre­ cursores del humanismo, habían propagado tales ideas religiosas renovadoras, al manifestar tan apasionado odio a su época. Ambos detestaban la filosofía, la teología y la literatura de sus contemporáneos, y expresaron mejor que nadie el enorme dese­ 1400-1500 Corrientes reformistas 0 31 quilibrio vital del siglo xiv, forjando el deseo de cosas mejores y más bellas, el anhelo de un perfeccionamiento de la humani­ dad. Dante y Petrarca pretendían renovar el cristianismo con ayuda de la antigua cultura pagana. A su modo de ver, el cristianismo era la única base sobre la que podían levantarse Europa. H acia 1400, el humanismo se erigió en portavoz de la vida cultural en Italia: «Considerado en pleno curso general de la Historia, no fue, Una escena de la vida diaria en tiempos del Renacimiento. E n primee término, un mercader y su amanuense. A la izquierda, un artesano realiza al torno una talla en madera. M ás arriba, un pintor con su discípulo. E n el centro, un médico y dos astrólogos. A la derecha, un organista y su ayudante, que se ocupa de los fuelles. Y al fondo, un panadero tras el mostrador. 1400-1500 32 • El Renacimiento en Italia según Huizinga, sino la suplantación de la esperanza en una renova­ ción humana más vasta que había llenado el alma de los seres durante siglos». A hora bien, pese a esta suplantación, el espíritu cristiano de Dante y de Petrarca pudo ser continuado en más de un aspecto, ani­ mando a los humanistas del siglo xv. A menudo, eran adversarios de la jerarquía eclesiástica, pero ello no significa que sintieran odio al cristianismo. Considerándolo con mesura, eran tan buenos cristianos como las generaciones de los siglos XIII y xiv. E n el tei'reno religioso seguían su propio camino, a menudo trazado por la tradición, que no era incompatible con el ideal humanista. Podrían ofrecerse numerosos ejemplos de ello. Niccoló Niccolini no quiso morir sin que se celebrara una misa en su casa. Es sabido que, en Inglaterra, atravesó Poggio una profunda crisis religiosa, durante la cual estudió exclusivamente a los Padres de la Iglesia y después ya no volvió a manifestar jamás la menor duda sobre la verdad del dogma cristiano. Huizinga ha descrito de este modo las relaciones entre el Renaci­ miento y la religión: «Los humanistas que eran verdaderos ateos o se hacían pasar por tales, no representan la esencia del Renacimiento. U n examen profundo m uestra claramente que el' contenido espiritual del Renacimiento, pese a los elementos clásicos y paganos, era y per­ maneció cristiano, lo mismo que antes el arte medieval y más tarde la Contrarreform a, T anto si escogemos a pintores flamencos o italianos, Leonardo o Rafael, V eronés o Guido Reni, observaremos que, incluso en el período barroco, las principales fuentes de inspiración del arte figurativo fueron escenas bíblicas. E n general, se considera indiscutible que el arte de la E dad M edia está imbuido de una profunda piedad. Por otra parte, nadie pone en duda la devoción sincera de quienes fueron inspirados por un catolicismo depurado con posterioridad a la Contrarreform a. ¿No resulta absurdo admitir que el verdadero arte del Renacimiento — comprendido entre la E dad M edia y la C ontrarre­ forma— no fue más que una prolongada hipocresía, una simple actitud decorativa? ¿Cómo hubiera sido posible ese maravilloso impulso del arte sin un mínimo de verdadera inspiración? Con tal m anera de ver las cosas ¿no resultaría incomprensible todo el Renacimiento?». LOS MÉDICIS Y EL PONTIFICADO Los últimos años de Cosme de Médicis Se ha calculado en unos 130 000 el número de habitantes de Florencia a mediados del siglo xv: gozaba fama de ser la ciudad más hermosa de Europa. En 1459, a la edad de dieciséis años, Galeazzo Sforza, hijo de Francisco, hizo un viaje a Florencia. Cosme de Médicis, el viejo amigo de su padre, le acogió con todos los honores. El jo­ ven quedó profundamente impresionado por cuantas bellezas le 1459 M uerte de un gran mecenas • 33 ofrecía la ciudad; pero le maravilló ante todo el palacio de los Médicis: «Es, sin duda alguna, el palacio más hermoso del mun­ do», escribía a su padre. Palabras que despertaron en el viejo Cosme un sentimiento de profunda satisfacción y le persuadie­ ron de que había realizado una obra perfecta. Reinaban la paz y la prosperidad en esta ciudad, que gobernaba desde hacía años y a la que había dotado por sus propios medios de las más hermosas obras de arte. Hizo construir iglesias y conventos y se enorgullecía sobre todo de la ayuda que prestó al convento de San Marcos. Entre 1434 y 1471, él y su familia invirtieron allí de 600 000 a 700 000 florines, un capital fabuloso. Cosme tenía reservada una celda en el convento de San Marcos y se retiraba a ella cuando sentía necesidad de reposo y de paz y allí mantenía prolongadas pláticas con su confesor. «Cosme hablaba de libros con los literatos y de teología con los sacerdotes», dice Vespasiano Bisticci en sus Memorias. Desde su juventud, Cosme se había apasionado por la filosofía de Platón; cuando en 1438, en el concilio de Florencia, algunos helenistas atacaron dicha filosofía, Cosme decidió hacer algo para devolverle toda su autoridad al platonismo. Quería resuci­ tar la academia de Platón, pero antes debía encontrar el hombre a quien confiar la dirección de la Academia que pretendía fun­ dar. Creyó haber descubierto el candidato ideal en un joven de apenas veinte años de edad, Marsilio Ficino, hijo del mé­ dico de los Médicis. Le expuso sus proyectos y le rogó acudiera a palacio para residir en él. Le prometió que podría dedicarse al estudio de la filosofía sin inquietarse por su subsistencia, a fin de prepararse para su futura tarea: la de director de la acade­ mia platónica. Marsilio aceptó con agradecimiento tan regia proposición. Marsilio Ficina correspondió perfectamente a las esperan­ zas que Cosme depositó en él y pese a la enorme diferencia de edad, nació entre ambos una amistad profunda. Pero Cosme envejecía y sentía que decaían sus fuerzas. Los últimos años de su vida fueron ensombrecidos por contratiempos familiares. La muerte de Juan, su hijo preferido, en 1463, fue el golpe más penoso que sufrió. El gran mecenas murió en 1464. Su hijo Pedro describe sus últimos momentos en una carta que dirigió a sus dos hijos: «En primer lugar, llevó a cabo un examen de su vida. Luego habló del gobierno de la ciudad, de la administración de nuestra for­ tuna, de las posesiones de la familia y de vuestro porvenir. Se regocijó de que hayáis demostrado ser jóvenes capacitados y 1434-1471 34 ® E l Renacimiento en Italia llenos de promesas. Me aconsejó que os proporcionase una buena educación, a fin de que así pudierais ser para mí una ayu­ da preciosa. Dos cosas le apenaban, decía: primero, que no había logrado realizar todo cuanto pudo y quiso hacer; luego, que yo no gozaba de buena salud y mantenía una existencia difícil, a la vez que se alegraba de haber vivido mucho tiempo y con tal conducta que estaba dispuesto a morir cuando la Providencia lo dispusiera». Marsilio Ficino escribió también líneas impregnadas de afec­ to hacia su bienhechor, que había sido poco menos que un padre para él: «Su sabiduría no tenía igual. Era piadoso, noble y justo hacia sus contemporáneos. Durante doce años he pla­ ticado con él de filosofía; y demostraba ser tan profundo en este terreno, que incluso superaba a su inteligencia y energía en la vida práctica». Por último, la ciudad de Florencia honró de modo especial al primero de sus ciudadanos, grabando las palabras «Padre de la Patria» sobre su monumento funerario. Pedro de Médicis y su política financiera Pedro, hijo mayor y heredero de Cosme, ha vivido mucho tiempo en la Historia entre su célebre padre y su hijo Lorenzo, más famoso todavía. Pedro fue considerado como el menos importante y peor dotado de los antiguos Médicis, si bien las investigaciones de modernos historiadores han demostrado que ello constituye injusticia notoria, ya que era habilísimo nego­ ciante y a su agudo sentido de la política unía excelentes dis­ posiciones para la diplomacia. A la muerte de Cosme, descubriéronse numerosos créditos que, por razones políticas, nunca había querido recuperar. Cuan­ do Pedro asumió la dirección de la firma y realizó un balance de la situación financiera, juzgó indispensable reclamar todo cuanto se les debía, y exigió el reembolso de todos los préstamos con­ cedidos por su padre. Una grave crisis económica fue el resul­ tado de tal decisión. Muchas familias quedaron al borde de la miseria y suplicaron a Pedro que les concediera moratorias, pero nada ni nadie fue capaz de disuadirle. Después de consolidar en tal forma los' asuntos financieros de la familia, Pedro pudo dedicarse con mayor soltura al es­ tudio de la política internacional y a las consecuencias económi­ cas que se derivaban de ello. Se interesó, ante todo, por su filial de Brujas, dirigida a la sazón por Tomás Portinari, que fue famoso por su sentido artístico y desempeñó notable papel polí­ 1464 Florencia, sede europea del dinero • 35 tico como representante de la firma de los Médicis. E l rey de Inglaterra y el duque de Borgofia recibieron de él préstamos muy cuantiosos. Desde sus primeras cartas previno Pedro a su amigo Tomás con respecto a ciertas relaciones íntimas en exceso con príncipes y otros grandes señores y le exhortó a que no residiese demasiado tiempo en la corte de Borgoña. En dichos mensajes, Pedro se revela como el perfecto tipo de burgués comerciante que evita dejarse ablandar por el favor de los príncipes. Cuando Carlos el Temerario heredó el ducado de Borgoña, el florentino comprendió muy pronto que era preciso observar la mayor prudencia en sus relaciones con el nuevo soberano. Luis XI se había informado de que el representante de los Médicis tenía adelantadas importantes sumas a Carlos y no ocultó su desagra­ do a Pedro. Este último no sentía deseo alguno de provocar una ruptura con Francia, pues compartía por entero las opiniones de su padre y creía, como él, que la política exterior de Florencia debía apoyarse en la alianza con Milán y en la amistad con el monarca francés. Gracias a su talento político, pudo Pedro evitar toda desavenencia con Luis XI. En general, sus gestiones fueron tan acertadas que su régimen es considerado como el período de mayor expansión en la historia de los Médicis. Mantuvo la poderosa influencia de su casa en el mercado inter­ nacional y robusteció, al propio tiempo, la soberanía de su familia en Florencia. Intentaron derribarle en 1466 y evitó el peligro gracias a su intervención rápida y enérgica. Pedro mu­ rió en 1469. Nunca había gozado de buena salud. La presuntuosa superioridad de los florentinos de la época queda reflejada con bastante elocuencia en este párrafo de una carta que un mercader florentino dirige a otro veneciano: «Pretendéis que la muerte de Cosme nos arrastra a la quiebra. Si acaso hemos perdido dinero, se debe sólo a la mala fe de vuestros mercaderes levantinos, que nos ha costado muchos millares de florines. Sí: Cosme ha muerto y está sepultado, pero no se llevó consigo sus capitales y sus negocios al otro mundo. Los ha dejado a su hijo y a su nieto, que se esfuerzan por acrecentar todavía más su fortuna... para mayor fastidio de los venecianos y de otros competidores envidiosos». Lorenzo el Magnífico Lorenzo de Médicis apenas había cumplido veinte años cuan­ do recibió la rica herencia de su padre. El joven era poco atracGobierno de P. de Médicis (1464-1469) 1465-1469 36 • E l Renacimiento en Italia fcivo a primera vista, pero sus cualidades de jefe, su inteligencia superior y su encanto irresistible hicieron de él una de las ma­ yores figuras de su época. Fue llamado Lorenzo el Magnífico. Superó los límites que se habían impuesto su padre y su abuelo, por estar dotado de una personalidad más recia y abierta. Con­ sideraba el comercio como la manera de ganar dinero y dey servirse de él para gobernar un país y como una tarea impor­ tante a la que no intentaba en modo alguno sustraerse; pero no lo convirtió en eje de su existencia, como Pedro y Cosme. Para Lorenzo, lo esencial no era amasar la mayor fortuna de su ciudad ni ser el ciudadano más poderoso: exigía más de la vida. Ante todo, pretendía gozar de todo ló que podía ofrecerle en cuanto a belleza y alegría. En política interna, Lorenzo fue lo suficiente realista para seguir, sin desviarse un ápice, el camino trazado por su padre y su abuelo. Ello suponía, entre otras cosas, que no toleraría en la ciudad oposición alguna a su régimen. Su política comer­ cial se apoyaba en un programa progresivo. Se esforzó en inducir a los comerciantes florentinos a que construyeran sus propios navios para transportar sus productos hacia nuevos mercados, y no depender así de los fletes de otras ciudades o estados. Pero aun a pesar de la competencia y capacidad de Lorenzo, su régimen señala un retroceso en la firma familiar. En Inglaterra, la guerra de las Dos Rosas ocasionó profundos trastornos en la vida económica y los Médicis sufrieron, dé rechazo, sus consecuencias. Esta casa había prestado enormes sumas de dinero a Eduardo IV y su sucursal de Londres no vislumbraba posibilidad alguna de obtener los reembolsos. La situación se hizo insostenible y, en 1478, Lorenzo viose obli­ gado a cerrar su filial londinense con grandes pérdidas. Ya en 1471 hubo de prohibir al director de su sucursal de Brujas que pasara de cierto tope en sus anticipos al duque de Bor­ goña. En 1480, Lorenzo vendió esta oficina de Brujas a Portinari; la casa matriz perdía así uno de sus empleados más eficientes. L a conjura de los Pazzí En aquellos años, Lorenzo tenía verdadera necesidad de dinero en efectivo. De hecho, en 1478 se halló en situación muy peligrosa durante una intentona rebelde en Florencia. Algunos miembros de la antigua y rica familia de los Pazzi organizaron una conspiración. Había estallado un conflicto entre 1478 Lorenzo el Magnífico (1449-1492) Atentado en la catedral • 37 ellos y Lorenzo, y decidieron asesinarle junto con su hermano menor, Julián, joven tan inteligente como amable de carácter. Después de largas deliberaciones, acordaron que el atentado se efectuaría el domingo 26 de abril, en la catedral de Florencia, donde ambos hermanos solían asistir a misa. Algunos sacer­ dotes aceptaron el compromiso de ejecutar por sí mismos a Lorenzo. Llegó el día fatídico. Los fíeles se apretujaban en la inmensa catedral. Lorenzo había llegado al frente de un séquito nume­ roso, pero Julián se hacía esperar. Varios conjurados corrieron hacia él y le llevaron al templo entre alegres chanzas. En el preciso momento en que el oficiante elevaba la Hostia y los fieles bajaban humildes la cabeza, los conjurados se arrojaron sobre Julián y le acribillaron a puñaladas. El joven se desplomó moribundo. En un instante, la catedral fue un inmenso descon­ cierto. Lorenzo pudo desprenderse de su capa y arrollársela al brazo izquierdo para detener los golpes de sus agresores. Lenta­ mente retrocedió hacia la sacristía, con intención de refugiarse en ella. En el último momento se cerró tras él la pesada puerta de bronce, regalo de Pedro de Médicis a la catedral. Lorenzo se había salvado. Cuando se restableció poco después el orden en el templo, un grupo de amigos le escoltó hacia palacio. Los partidarios de los Médicis exigieron despiadada ven­ ganza. El arzobispo de Florencia, complicado en la conjura, fue ahorcado, revestido de sus ornamentos litúrgicos, de una de las ventanas del Ayuntamiento. La mayoría de los Pazzi fueron condenados a muerte o encarcelados. Lorenzo de Médicis apareció en el balcón de su palacio la misma tarde del atentado y fue aclamado por una delirante multitud. En lo sucesivo, es­ taba seguro de su poder en Florencia. Pero sus enemigos exte­ riores no quedaron desarmados. Entre ellos figuraba el propio pontífice. Sixto IV inició su campaña contra Lorenzo, declarando el interdicto a Florencia. Esta era una medida eficaz, pero aún más lo fue la alianza de Roma, Nápoles, Siena y Lucca contra Florencia. Cuando los coaligados enviaron un ejército con­ tra la ciudad, Lorenzo comprendió cuán grave era su situación. Se encontraba por vez primera en su vida sin dinero. Para evitar tal amenaza, hubo de adoptar drásticas medidas de defensa y el allegar recursos le condujo a los mayores extre­ mos: echó mano de las arcas del Estado y además vendió cuanto pudo de sus bienes personales. La fortuna familiar se diluyó con increíble rapidez. Conjura de los Pazgi (1478) 1478 38 ® E l Renacimiento en Italia La veelía el© ¡os Médicis En situación tan desesperada, Lorenzo arriesgó un viaje a Nápoles para iniciar negociaciones con el rey Fernando. D es­ plegó entre sus presuntos aliados un esplendor y un lujo que superaba con mucho cuanto había exteriorizado hasta entonces. Supo atraerse a los napolitanos por su generosidad, inteligencia y cortesía; el rey Fernando no resistió mucho las sutilezas de su diplomacia. Era indispensable, aseguraba Lorenzo a Fernando, marchar unidos contra el papa, que pretendía anexionarse terri­ torios de otros Estados, aun siendo ya demasiado poderoso. Prosiguieron las negociaciones en tal sentido y, en febrero de 1480, ambas partes se hallaban prácticamente de acuerdo en todo. Fernando se declaró dispuesto a concertar una paz con los florentinos. Lorenzo regresó a Florencia entre las aclamaciones de su pueblo, que organizó suntuosas fiestas en su honor. Fue precisa­ mente para rendirle homenaje, cuando Botticelli pintó su célebre cuadro simbólico Palas Atenea venciendo al Centauro. Y Lo­ renzo gobernó a Florencia desde entonces como dueño absoluto. Todas las funciones municipales recayeron en personas con quienes podía contar. Algunas felices especulaciones financie­ ras le devolvieron la mayor parte del dinero perdido. Sin em­ bargo, la coyuntura económica nunca volvió a ser tan favorable como a principios de siglo. El ocaso del siglo xv vio iniciarse la época de los grandes descubrimientos geográficos, una nueva era que no favorecería tanto a los estados mercantiles italianos. Entonces sonó la hora de España, de Portugal, y también la de Inglaterra. El Atlántico sustituía al Mediterráneo. El primer objetivo de la política exterior de Lorenzo era mantener la paz, finalidad que consiguió. Pero Lorenzo el Mag­ nífico comprendía demasiado a fondo la situación general de Europa para regocijarse en exceso. Francia, sobre todo, le inquietaba: «Quiera Dios que el rey de Francia no tenga un día la idea de probar fortuna en una campaña contra nuestro país ■ —declaró en cierta ocasión— En tal caso, Italia estaría perdida». E l circulo de Lorenzo La vida cotidiana de Lorenzo de Médicis era de una senci­ llez digna y distinguida. Su mesa estaba siempre propicia para sus amigos y para aquellos cuyo trabajo o personalidad le pa1479-1480 Alianza Flor encía-Nápoles (1480) La intelectualidad florentina ® 39 recían interesantes; si bien esta hospitalidad ilimitada no iba acompañada de un lujo exagerado. Los mejores amigos de Lorenzo eran los hombres de ciencia, artistas y literatos, entre ellos Cristóbal Landino, el comenta­ rista de Dante; los filósofos Marsilio Ficina, cuya Academia Platónica vivía entonces su mejor época, y el conde Pico de la Mirandola; los poetas Angelo Poliziano y Luigi Pulci. Lorenzo procuraba ayudar a todos ellos con los medios a su alcance. Constituía el verdadero eje de esta compañía intelectual, no sólo por su riqueza, sino también por su talento personal, de cua­ lidades tan profundas como variadas. Cuando le preguntaban cómo lograba hallar tiempo para consagrarse a la ciencia y a la literatura, Lorenzo respondía: «Ello me alivia y me proporciona sosiego espiritual». En 1475, Julián, hermano de Lorenzo, organizó un torneo en honor de su amada, la bella Simonetta. La justa fue acom­ pañada de un gran festín, donde Poliziano halló tema para sus célebres Estancias o poemitas, trabajo que nunca fue termi­ nado. Julián fue asesinado en 1478 y el poeta no pudo continuar su obra, aunque los fragmentos llegados a nosotros dan clara idea del ansia de belleza que embargaba a los íntimos de Lorenzo. Nunca hasta entonces había expresado el Renacimiento en forma tan exquisita su ideal de belleza femenina. Hay motivos para creer que el poema inspiró la célebre Venus de Botticelli. Las Estancias son algo más que una simple adulación. Poliziano estaba muy ligado a los Médicis, a Lorenzo, sobre todo. Fue él quien le salvó, en la catedral de Florencia, cerrando oportuna­ mente la pesada puerta de la sacristía. Lorenzo y Poliziano gustaban de conversar juntos y pasaban horas agradables escri­ biendo poemas, redactando los programas de los carnavales, torneos y partidas de caza. También discutían los medios más eficaces para hacer buenos ciudadanos a los hijos de Lorenzo, cuya educación estaba encomendada a Poliziano. La conver­ sación se elevaba a un nivel superior cuando Marsilio Ficino se unía a ambos amigos; Marsilio era el florentino más sabio de su época, y sin duda también el filósofo más independiente, y por ello Lorenzo le mostraba tan singular afecto. Marsilio Ficino se había propuesto la misión de establecer lo que él llamaba religión natural, eclecticismo religioso cuyos principios esenciales serían idénticos para todas las doctrinas y seres humanos. Ante todo, pretendía demostrar que el cris­ tianismo podía concordar con la doctrina platónica y la filosofía Marsilio Ficino (1433-1499) 1475-1478 40 • E l Renacimiento en Italia antigua en general. Quería llegar a una armonía completa entre los diversos mundos de la fe, de la ciencia y de la belleza. Otro amigo de Lorenzo, filósofo de alta alcurnia, fue el conde Pico de la Mirandola. Lorenzo no cesaba de manifestar que «había muy pocos hombres hacia quienes sentía un respeto mayor y una simpatía tan profunda como a Pico de la Mirán­ dola». En cuanto a este humanista, gozaba reputación de ser un pozo de ciencia. Apenas cumplidos los veinte años sor­ prendió a sus contemporáneos invitando a todos los eruditos del mundo a un debate sobre novecientos principios filosóficos y teológicos formulados por él. Tan extraordinaria reunión fue prohibida por las autoridades eclesiásticas, que creían vislum­ brar ciertas herejías en las tesis de Pico de la Mirandola. Furioso entonces, publicó un escrito para defenderlas. Fue des­ terrado y se refugió en Francia, donde fue reducido a prisión, aunque recobró su libertad algunos meses más tarde y acudió a establecerse en Florencia, donde tomó parte activa en los debates acerca de Platón organizados por Lorenzo y Marsilio. Como éste, Pico de la Mirandola buscaba una síntesis entre las diferentes religiones y sistemas filosóficos. Pico de la Mirandola sufrió mucho a causa de tales acusa­ ciones heréticas fulminadas contra él, que no fueron retiradas hasta 1493 por el papa Alejandro VI. En Florencia conoció también al prior del convento de San Marcos, Jerónimo Savonarola, que comenzaba a darse a conocer por sus tentativas de reforma religiosa. El humanista fue muy influido por este reli­ gioso. El antigua sibarita abandonó todos sus bienes y se retiró del mundo, para consagrarse al estudio y a meditaciones pia­ dosas. Murió joven, a los treinta y un años de edad, en 1494; pronunció los votos monásticos en su lecho de muerte y fue enterrado con hábito de dominico. El «mecenas renacentista» Lorenzo era, en cierto modo, la síntesis del grupo; reunía en su persona talento y cualidades de todos sus amigos. Poseía la seriedad y la profundidad de Marsilio, era jovial y popular corrio Poliziano, aristócrata y señorial como Pico de la Mi­ randola. Estos diferentes rasgos de carácter se manifiestan en su poesía y aunque sólo componía versos como pura distrac­ ción, sus obras figuran entre las mejores de la literatura del Renacimiento italiano. Así, es célebre su gran poema mitológico y alegórico sobre 1490-1494 Pico de la Mirandola (1463-1494) La poesía de Lorenzo de M édicis • 41 la ninfa Ambra —nombre dado por Lorenzo a una de sus villas campestres— y el dios Ombrone, que personifica el riachuelo que atraviesa la finca. El poema cuenta cómo el dios del río ve a la hermosa ninfa, se enamora perdidamente de ella e intenta raptarla. Ombrone, al no conseguir apoderarse por sí mismo de la ninfa, va en busca de Arno, otro dios de los ríos, en de­ manda de ayuda. Arno se compadece del desgraciado amante y ambos emprenden su persecución. Desesperada Ambra, invoca a la diosa Diana e implora su protección, y apenas termina su ruego, la diosa Diana la metamorfosea en roca y la libra de este modo de sus perseguidores. En este poema, Lorenzo expresa de manera patente su amor por la naturaleza y la vida de la campiña. Le gustaba caminar por los bosques y nada apreciaba tanto como la caza. «Cazamos de la mañana a la noche —es­ cribía Poliziano durante una de esas temporadas pasadas en el campo—■. Puede decirse que no hacemos otra cosa. Según me acaban de informar, vamos ahora a cazar ciervos para cambiar un poco.» En los célebres poemas de carnaval nos encontramos con otro Lorenzo distinto: no canta aquí a la hermosa y casta ninfa Ambra. Puede decirse que las fiestas de carnaval eran la más característica manifestación de la alegría de vivir de Florencia, y Lorenzo participaba personalmente en ellas con el mayor entusiasmo. Estaba dispuesto siempre a organizar, incluso a su costa, estos regocijos populares. Es cierto que los carnavales de Lorenzo labraron más su popularidad que todos sus triunfos diplomáticos y el generoso apoyo que dispensaba a sabios y hombres de letras. Los alegres cortejos recorrían las calles de Florencia cantando las canciones que había compuesto el primer ciudadano de la población y, de hecho, su dictador. Estos cantos reflejaban cierto goce de vivir impregnado de sensualidad y trasluciendo entre líneas cuanto se quisiera, salvando las bue­ nas formas. La poesía filosófica y religiosa dé Lorenzo, sus Laudi, re­ presentan un tercer matiz de su talento poético. Parecen muy influidos por Marsilio y en general por la tendencia platónica. Sus reflexiones aparecen penetradas de profunda piedad, de un sincero deseo de paz y singular clarividencia en los grandes problemas de la vida. Lorenzo se muestra aquí muy próximo a Pico de la Mirandola, siempre sediento de verdad. La salud de Lorenzo se resentía desde tiempo atrás, y en 1492 se vio obligado a guardar cama. Sintiendo próxima su muerte, hízose conducir a su casa de campo de Careggi, donde, 1492 42 • E l Renacimiento en Italia antes que él, acabaron sus días muchos otros Médicis. Allí congregó por última vez a todos sus amigos. Lorenzo deseaba en especial que acudiera Pico de la Mirandola y, al verle, su rostro, señalado ya por el estigma de la muerte, se iluminó de gozo. Lorenzo se entretuvo largo tiempo con él, y dio gracias a su amigo por todo cuanto le había enseñado, expresándole en términos emotivos cuánto sentía dejar la vida: «Hubiera que­ rido vivir mucho más para ver al. ñn completada tu biblio­ teca». Lorenzo murió en abril de 1492; con él se disipaba la época más gloriosa de la historia de Florencia y quizá de todo el Renacimiento italiano. SAVONAROLA» L A A U S T E R ID A D M IL IT A N T E Un dominico excepcional Lorenzo no convocó sólo a sus amigos íntimos a su lecho de muerte. Recibió también a uno de sus enemigos más encar­ nizados: Jerónimo Savonarola, célebre en la Historia por su moral rigurosa y su celo reformista. La tradición tejió muchas leyendas acerca de la confrontación de ambas personalidades tan diferentes, por no decir opuestas. Pretende, por ejemplo, que Savonarola exigió del moribundo la restitución de los bienes mal adquiridos y la libertad de Florencia. Habiéndose negado Lorenzo a ello, Savonarola se alejó sin escucharle en confesión. Todo lo cual es pura leyenda. Lorenzo pidió la bendición de Savonarola con tacto y sencillez, y éste se la dio en tono amistoso. Pero si en la alcoba mortuoria de Lorenzo no estalló el con­ flicto descrito por la tradición, el encuentro entre el Magnífico y su adversario no fue por ello menos dramático. Savonarola cumplió con sus deberes de sacerdote y mostró caridad cristiana, pero salió de allí convencido de que los ideales humanistas de­ fendidos por Lorenzo le acompañaban a éste hasta la tumba. Savonarola nació en Ferrara en 1452. Ante todo, su padre le hizo estudiar filosofía, el joven leyó a Platón y no sintió por él ningún entusiasmo. En cambio, le atrajo Aristóteles y, en consecuencia, la filosofía que le impresionó más fue la de Tomás de Aquino: la doctrina del gran escolástico tuvo un efecto decisivo en la evolución ideológica de Savonarola. Una vez Jerónimo hubo pasado sin tropiezos su examen de maestro en filosofía, inició el estudio de ía medicina para seguir la tradi­ 1452-1470 Savonarola (1452-1498) Una voz en el desierto 43 ción familiar, aunque desde su infancia se sintió atraído por la religión. Siendo joven estudiante, tuvo oportunidad de observar el mundo y le espantó la corrupción que le rodeaba. En la corte de Ferrara, donde reinaba la célebre familia de Este, las costumbres eran muy licenciosas. El abuelo del soberano reinante, Hércules, se había entregado a una vida desordenada y se le atribuían ochocientas amantes. El carácter de Savona­ rola fue además influido por una dolorosa experiencia personal. Se había enamorado de una joven perteneciente a la ilustre familia florentina de los Strozzi; intentó pedir su mano y la joven le respondió altanera: «¿Cómo puedes imaginar que una Strozzi vaya a desposarse con un Savonarola?». Tan desgraciada aventura incrementó el disgusto que Sa­ vonarola ya sentía por la vida mundana. Decidió interrumpir sus estudios de medicina para entrar en religión. En 1475, Savonarola partió hacia Bolonia, donde fue admitido en la orden de los dominicos y una vez en el convento puso tanto ardor en el estudio de la teología que atrajo pronto la atención de sus superiores. Le enviajan a la universidad de Ferrara, en 1479, para perfeccionar en ella su educación científica. Dos años más tarde fue trasladado al célebre convento de San Mar­ cos de Florencia. L a elocuencia de la moralidad Savonarola fue nombrado «lector» del convento florentino. Su misión consistía en explicar la Sagrada Escritura a los mon­ jes y a los laicos que se interesaban en su estudio. Destacóse por la elocuencia de sus sermones, en que el joven dominico no cesaba de repetir que la Iglesia debía ser purificada y renovada lo antes posible. Pero lo cierto es que el régimen entonces vigente en Florencia no podía apreciar el valor de tales prédi­ cas, aunque es posible también que Lorenzo de Médicis no deseara que el pueblo fuese dirigido por otra voz que no fuera la suya. Por una u otra razón, el joven reformador de San Marcos se enteró un día que le habían destinado a Ferrara y que debía abandonar Florencia inmediatamente. A Savonarola no le quedó otro recurso que obedecer, pero tres años más tarde volvió de nuevo al convento de San Mar­ cos. Es posible que Pico de la Mirandola defendiera su causa. Esta vez Savonarola regresó con carácter definitivo. En 1491 fue nombrado prior de San Marcos e inició en el mismo año sus sermones en la catedral de Florencia, donde el número siempre 1475-1491 44 • E l Renacimiento en Italia creciente de sus oyentes atestiguó bien pronto su influencia. Fustigaba sin descanso la impiedad de los florentinos y con­ denaba con pasión la filosofía puesta de moda en los últimos decenios: la filosofía del humanismo y del goce de vivir. Sus acusaciones se dirigían en especial contra las autoridades de la ciudad, que patrocinaban tanta corrupción mundana, y contra los sacerdotes, que no hacían nada por oponerse a ella. Savo­ narola se tornaba cada vez más temerario y se inflamaba de entusiasmo ante la idea de un renacimiento de la Santa Iglesia de Dios. Por todo ello, es injusto catalogar a Savonarola entre los precursores de la Reforma. En modo alguno tenía Savonarola predicando en Florencia. intención de oponerse a la doctrina misma de la Iglesia, Su doctrina teológica se basaba en los escritos de santo Tomás de Aquino y Savonarola no atacaba el poder temporal del papa, sino la forma excesivamente secular que este poder había adoptado en su época. Savonarola estaba íntimamente convencido de que Dios le ordenaba allanar el camino a una nueva reforma de la Iglesia. 1491 Rendición de Granada (1491-1492) Ludovico el Moco • 45 Se creía dotado de poderes extraordinarios, sobre todo de ca­ pacidad para leer en el porvenir. De hecho, Savonarola era más profeta que reformador y predecía acontecimientos concre­ tos. Un poderoso dominador, un nuevo Ciro descendería de los Alpes para saquear y castigar Italia. Después, Florencia ten­ dría un nuevo gobierno. Nada contribuyó tanto al prestigio de Savonarola como la realización de esta profecía, puesto que la predicación se hizo realidad en 1494, un año singularmente importante en la historia de Italia y de toda Europa. Complicaciones políticas en Italia En Florencia, al morir Lorenzo de Médicis en 1492, empuñó las riendas del gobierno su hijo Pedro el Joven. Más que a su padre, Pedro se parecía a su madre, la altiva aristócrata Clarisa Orsini. N o se observa en él rastro alguno de aquella sencillez característica de los primeros Médicis. Pero era orgulloso, despectivo, con la triste habilidad de crearse enemigos. Pronto fue evidente que Pedro no desempeñaría un papel de primera categoría como banquero ni como político. Los primeros Mé­ dicis habían cimentado su política exterior en dos principios; Florencia debía conservar a cualquier precio la alianza con Milán y la amistad con Francia. Pero en sus últimos, años, Lorenzo no había observado estas normas con toda la firmeza que la situación requería. La alianza con el rey Fernando de Nápoles perjudicó sus buenas relaciones con Milán, a conse­ cuencia de las graves diferencias entre Milán y Nápoles. A la larga resultó imposible mantener la común alianza con cada una de estas potencias. En Milán, había muerto Francisco Sforza en 1466, dejando heredero del ducado a su hijo Galeazzo María Sforza, y el nuevo duque puso todo su empeño en convertir su corte en la más brillante de Europa. Procedía de su madre la tenden­ cia a cierta debilidad mental, propia de los Visconti, y en Galeazzo la tara familiar se manifestó en una crueldad real­ mente patológica. Fue asesinado en 1476, y su hijo menor, Juan Galeazzo, fue proclamado duque de Milán, aunque, en realidad, el poder pasó a manos de Ludovico el Moro, hermano del soberano asesinado. Desde su juventud, Juan Galeazzo arrastró una existencia disipada: bebía sin moderación y sus desórdenes .sexuales sor­ prendieron incluso a sus contemporáneos, tan poco sensibles a tales escrúpulos. Ludovico impulsaba a su sobrino al vicio, Descubrimiento de América (1492) 1492 46 • El .Renacimiento en Italia ya que su propio poder quedaba así fortalecido, de forma que Ludovico pudo regir Milán bastantes años, en el más absoluto desprecio de los derechos de su sobrino. Con su mujer, la alegre y altiva Beatriz de Este, llevaba en su corte una fastuosa y espléndida existencia. Pero Ludovico aprendería a su costa que nada hay seguro en la vida. Juan Galeazzo se desposó con Isabel de Aragón, nieta de Fernando I de Nápoles, joven enérgica e inteligente, que no soportó mucho tiempo las humillaciones que Ludovico les hacía sufrir tanto a ella como a su veleidoso marido. Fue 1 a quejarse a su padre Alfonso, hijo y heredero de Fernando, y en él halló protección: hizo comprender a Ludovico que había sonado la hora de resignar el poder y devolverlo a su legítimo poseedor. Al comprobar que sus advertencias resulta­ ban inútiles, Alfonso concentró sus tropas dispuesto a marchar contra Milán. Y ante tan delicada situación, Ludovico el Moro solicitó el apoyo del monarca francés. Reinaba en Francia entonces Carlos VIII, hijo de Luis XI. Según un cronista, este soberano se parecía más a un mons­ truo que a un hombre. En realidad, era un romántico, un so­ ñador. En su juventud había escuchado embobado la bella retórica ampulosa en que se exaltaba hasta la hipérbole el papel histórico de los reyes de Francia, protectores -oficiales del papa y de la cristiandad, teorías más o menos ingenuas que debían ser realizadas en Italia. En otro tiempo, la casa de Anjou había reinado en Nápoles, y hubo de ceder su lugar a la dinastía aragonesa a mediados del siglo xv, pero sus derechos habían sido transmitidos a la corona de Francia. Carlos VIII decidió hacer valer tales derechos y se sintió con vocación a las grandes hazañas. Cuando hubiera sometido Nápoles, la ciudad dorada por el sol, se pondría al frente de una cruzada y arrojaría a los turcos de Europa. La invasión francesa En 1494, los ejércitos de Carlos VIII se pusieron en marcha, no hallando por parte alguna verdadera resistencia. Milán tri­ butó a Carlos una grandiosa acogida: las fiestas se sucedieron sin interrupción y, tras esta grata hospitalidad, el rey se diri1 Alfonso V, llamado el Magnánimo, hijo de Fernando de Antequera y m o­ narca de Aragón y Cataluña, había conquistado Nápoles en 1443, y al morir legó esta reino a su hijo natural Fernando, que gobernó Nápoles de 1458 a 1494, sucediéndole su hijo Alfonso, que sólo ocupó el trono un año i 1494-1495). 1490-1494 Juan Galeazzo Sforza (1469-1494) Savonarola, sucesor de los Médicis # 47 gió a Florencia. La noticia de su llegada sumió a los habitantes en la más profunda consternación y Pedro de Médicis no sabía qué partido adoptar. Cuando los florentinos se persuadieron de que ni siquiera intentaría contener a los invasores franceses, su actitud se hizo tan amenazadora que Pedro hubo de abandonar precipitadamente aquella ciudad que sus antepasados habían go­ bernado durante tantos años. El populacho saqueó su espléndido palacio. El prestigio de Savonarola se incrementó a medida que de­ clinaba el de Pedro. ¿Acaso no había demostrado ser aquel monje un verdadero profeta del Señor? En medio de la con­ fusión general, el poder pasó por unos instantes a manos de Savonarola, el enviado de Dios, que cargó sobre sí la responsa­ bilidad de negociar con Carlos y se puso al frente de una de­ legación para darle la bienvenida fuera de los muros de la ciudad. Al fin, el 17 de noviembre de 1494, el rey de Francia efectuaba su entrada en Florencia. Marsilio Ficino, gran hu­ manista y director de la Academia Platónica, pronunció un discurso en su honor. Carlos no permaneció mucho tiempo en Florencia. Continuó su ruta hacia el sur, donde le requerían sus grandiosos proyec­ tos. Y Florencia experimentó entonces un cambio de régimen, según lo predijo Savonarola. Desapareció la forma política creada por los Médicis y el gobierno volvió a ser teóricamente democrático, aunque de hecho el prior de San Marcos reafirmó su dictadura sobre la ciudad. Fue a la sazón cuando Savonarola inició un período de reformas, soñando con trasformar Floren­ cia en una ciudad de Dios, una nueva Nazaret, desde donde la renovación religiosa se propagaría a otras regiones de Italia y de Europa. El reformador actuó con energía contra la corrupción de costumbres y la frivolidad de sus contemporáneos y no retro- • cedió ante las medidas más extremadas. Florencia acogió mul­ titud de niños abandonados que vagabundeaban por los cami­ nos y a Savonarola se le ocurrió la idea de reclutarlos para que constituyeran la juvenil vanguardia de su movimiento y una especie de policía infantil. Su plan superó todas las esperanzas. Un «despertar» religioso cundió entre la juventud abandonada; los niños acudían en gran número a ingresar en el servicio de Dios. Una vez pronunciados sus votos, eran enviados a la po­ blación para iniciar en ella su obra. Y así, durante algún tiempo, la exaltación religiosa y el fanatismo triunfaron en Florencia, mientras que fuera de la ciudad se desarrollaban importantes Carlos VIII en Italia (1494) 1494 48 • El Renacimiento en Italia acontecimientos. Carlos VIII había entrado en Roma sin en­ contrar la menor oposición. Poco después, las tropas francesas se encaminaron hacia Nápoles. El rey Alfonso perdió la serenidad, como antes Pedro de Médicis y el papa. Abandonó su trono y se refugió en un convento donde murió algún tiempo después. Ante la confusión general, también Nápoles se rindió en febrero de 1495. Carlos había podido atravesar toda Italia sin entablar una sola batalla. Angustiadas, las gentes comentaban que ni el propio Julio César había logrado semejantes victorias en tan poco tiempo. Los franceses se retiran La inquietud de los italianos ante los éxitos de Carlos VIII era compartida por el emperador Maximiliano I y por los Reyes Católicos, decididos a oponerse al avance triunfal de los fran­ ceses en Italia. En 1495, España, el emperador y varios es­ tados italianos, construyeron una Liga que logró expulsar de Italia a Carlos VIII, que perdió todas sus conquistas. Tales acontecimientos reportarían consecuencias. Sólo un estado italiano, aunque de los más importantes, había rehusado categóricamente adherirse a la alianza contra Carlos. Para el reformador florentino, Carlos VIII era un hombre providencial. Proclamaba en el púlpito, en patéticos sermones, que el mundo entero nada podría contra Carlos, elegido de Dios. Y al infor­ marse el papa Alejandro VI de su actitud, comprendió hasta qué punto era peligroso Savonarola. La primera medida que adoptó fue prohibirle predicar y luego le llamó a Roma para que le rindiera cuentas de su actuación. Savonarola no obedeció al Papa ni se presentó en Roma. Al contrario, desafió con audacia a las mayores dignidades eclesiásticas y se mostró aun más hostil a la Iglesia y más en­ carnizado en su oposición. Sus grupos infantiles recibieron orden de inspeccionar las casas y confiscar cuantos objetos frívolos y dañosos a la moral encontrasen en ellas. Cumplida su misión, los niños trasladaron su botín en procesión solemne a la plaza del Ayuntamiento y allí amontonaron los espejos, estuches de polvos y maquillaje, naipes, dados, cuadros de valor artístico innegable, libros y obras de Petrarca, Boccaccio y otros escri­ tores más o menos famosos. Formaron una enorme pira con todo ello y le prendieron fuego entre las aclamaciones de la muchedumbre. Los mercaderes florentinos propagaron el nombre de Savonarola por toda Europa. Se hablaba de él en los mer1495 Coalición contra Francia (1495) M ien tra s que C és ar Borgia (a la izquierda) sirvió las am bi­ ciones vaticanas m ediante la intriga y la corrupción, M a ­ quiavelo, el p rim e r teo rizan te político, observó sus m anio­ bras, y analizó, en «El Príncipe», los m ecanism os del poder. Savonarola fue un d etra cto r violento de las costum bres de su época y fustigó la corrupción de la Iglesia. Sus ansias reform adoras le condujeron a la hoguera. (Plaza de la Señoría, en Florencia, el día de su ejecución, y retrato del céleb re dom inicano, inm ortalizado por Fray B artolom eo.) E S E E o " ? ! M oTo 6 o t a MJ L á ,'ú o L í í d t ° d e S t e " am ad° Últimos años del predicador • 49 cados de Lyon, de Bruselas y de Londres y el propio sultán de Constantinopla se interesó por el prior de San Marcos, pi­ diendo al cónsul de Florencia noticias más precisas sobre el terrible monje. La Italia de aquel tiempo vivía presa de angustia y deses­ peración. Las gentes creían otra vez cercano el fín del mundo, superstición demoledora en extremo. La terrible epidemia de sífilis que diezmó el ejército de Carlos VIII ante los muros de Nápoles contribuyó mucho a extender tal creencia. Según parece, fue esta, la primera vez que dicha plaga hizo su apari­ ción en Europa. El azote castigó a todas las clases sociales y los médicos se consideraban impotentes para combatirlo. La caída de Savonarola Cuando el papa se convenció de que era imposible lograr que Savonarola se retractase, le desterró (1497). Savonarola se defendió encolerizado y clamó contra la injusticia del interdicto: «Sólo predico la verdadera doctrina católica, tal como la ha expuesto la Iglesia romana», escribía a Roma. Entretanto, en Florencia cambiaba la situación. Constituyó­ se un poderoso partido de burgueses influyentes, adversarios de Savonarola por acarrear su régimen de austeridad desastrosas consecuencias financieras para los mercados florentinos. El reformador fue pronto objeto de violentos ataques, pero no se consideró vencido. Savonarola declaró que continuaría predi­ cando y en su primer sermón en la catedral de Florencia tronó contra el papa y sus predecesores en el solio, en especial Boni­ facio VIII por haber relajado la Orden de los dominicos indu­ ciéndoles a la codicia de los bienes temporales y de los honores seculares. Savonarola declaraba que el poder supremo de la Iglesia reposaba en manos indignas: «Hoy, los prelados hablan con descaro de sus hijas, las prostitutas van y vienen por los corredores del Vaticano y se cometen pecados en público». Y proseguía: «No tengo intención de derribar a la máxima autoridad de la Iglesia, sino al contrario, lo que deseo es hacerla más fuerte». Savonarola esperaba convencer a los soberanos de Occidente para que exigieran la convocatoria de un concilio general que acabara con Alejandro VI y sus partidarios. Sabía que Maximiliano era favorable a este proyecto, <y esperaba gdemás obtener apoyo de Carlos VIII. Escribió a ambos monarcas para exponerles sus proyectos, pero no recibió de ellos respuesta alguna. 1497-1498 50 ® E l Renacimiento en Italia Descorrióse el telón ante el último acto de la vida de Savo­ narola. Cierto monje franciscano exigió del prior que se some­ tiera a un juicio de Dios (la prueba del fuego), ofreciéndose a su vez a pasar también por ella. La prueba decidiría si el interdicto fulminado contra Savonarola estaba o no justificado y si el predicador era o no un enviado de Dios. La noticia de tan singular desafío se propagó como reguero de pólvora por toda la población y durante muchos días fue motivo de conver­ saciones, Savonarola se vio obligado a aceptar. Sin embargo, no sería él quien sufriría la prueba del fuego, sino uno de sus más fieles partidarios o colaboradores. Si aquel sustituto no su­ peraba la prueba, Savonarola prometía abandonar la ciudad en el acto. Los florentinos esperaban aquel extraordinario espectáculo con impaciencia. Erigióse un andamiaje de madera, de varios centenares de metros de largo, donde se colocaría el fuego; ambos adversarios debían recorrerlo una vez en cada sentido. La experiencia quedó fijada para el 7 de abril de 1498. Aquel día toda la población estuvo pendiente del suceso. Pero trans­ currían las horas sin qüe ocurriera nada. La muchedumbre se impacientó. Al fin se anunció que no se llevaría a cabo el es­ pectáculo, porque era demasiado tarde y la oscuridad imposi­ bilitaba su realización. A la mañana siguiente circuló el rumor de que Savonarola se había retirado con vanos pretextos y el populacho se enar­ deció. Entraron en escena hábiles instigadores que turbaron los ánimos con.sus insinuaciones y amotinaron a los descontentos hasta tal punto que la muchedumbre prendió fuego al convento de San Marcos y se apoderó de Savonarola. El dictador caído fu^ sometido a prolongada tortura antes de iniciar su proceso y fue «interrogado» aplicándole uno de los métodos más eficaces a la sazón: con las manos atadas a la espalda, el prisionero fue izado hasta el techo. N i los más valientes resistían este tormento. Para Savonarola fue también excesivo y, vencido por el dolor, declaróse dispuesto a firmar una confesión completa. El juicio pudo llevarse entonces a efecto y Savonarola fue con­ denado a perecer en la hoguera. La sentencia se ejecutó el 23 de mayo de 1498. Una inmensa muchedumbre acudió para ver cómo llevaban a Savonarola a la hoguera. A fin de abreviar sus padecimientos, le ahorcaron antes de entregar su cuerpo a las llamas. Sus cenizas fueron arrojadas al Arno. 1498 Suplicio de Savonarola (1498) Un español en el solio pontificio * 51 LA FAMILIA BORGIA . i Rodrigo Borgia, papa Alejandro VI Las acusaciones que Savonarola profería contra su peor enemigo, el papa Alejandro VI, eran fundadas en su mayor parte. Alejandro era un hábil político, pero nada tenía de re­ ligioso. A él debía aludir cierto embajador francés que, a co­ mienzos del siglo xvi, escribía el comentario siguiente: «Muy cierto es que resulta difícil ser' al propio tiempo soberano secu­ lar y hombre piadoso. Quien lea atentamente la Biblia, podrá reconocer que los papas, llamados también Vicarios de Jesu­ cristo desde el momento de su elección, han introducido una nueva doctrina que nada tiene de común con la de Cristo, salvo el nombre. Pues Jesucristo predicó la pobreza y ellos buscan la riqueza; El hizo de la humildad un deber, pero ellos siguen las leyes del orgullo; El exigió la obediencia y ellos pretenden dominar el mundo.» Antes de ser elevado al trono pontificio, Alejandro VÍ se llamaba Rodrigo Borgia. Nació en España, entró muy pronto al servicio de la Iglesia e hizo rápida carrera. Elegante, apues­ to, inteligente y sin escrúpulos, tenía, además, poderosos pro­ tectores; el más importante de ellos su tío, el papa Calixto III, quien durante los tres años de su pontificado (1455-1458) nom­ bró a su sobrino cardenal y vicecanciller de la corte pontificia. Pronto figuró entre los más opulentos cardenales. Una fortuna llegada con oportunidad, pues Rodrigo Borgia ostentaba una vida lujosa y mundana. Galanteaba a las mujeres con éxito y con desenvoltura, y viose complicado en tales escándalos que Eneas Silvio hubo de dirigirle enérgicas reconvenciones. La Roma pagana entra en el Vaticano Rodrigo Borgia contribuyó como nadie a hacer famosa la Roma renacentista a causa de la corrupción de su clero. Un elevado dignatario de la corte pontificia describe en un Diario de finales del siglo xv que «todos los eclesiásticos, desde el primero al último peldaño de la jerarquía, mantienen amantes y no tratan de ocultarlo». Lorenzo de Médicis dijo que Roma era una ciénaga. En cuanto al cardenal Rodrigo Borgia, no era entonces el único prelado romano que llevaba vida disi­ pada. Sólo se diferenciaba de sus colegas en que no perdía de 1450-1500 52 • E l Renacimiento en Italia vista su carrera personal. Cuando Inocencio VIII murió en 1492, Rodrigo manejó todos los recursos a su alcance para asegurar su elección,, aun sobornando al Sacro Colegio. El 11 de agosto de 1492, Roma se informó de que Rodrigo Borgia acababa de ser elegido papa. Alejandro VI entró así en el Vaticano, pero no solo: se llevó consigo a toda su familia. Había tenido un número con­ siderable de amantes que le habían dado muchos hijos, con quienes demostraba ser un excelente padre. Su hijo César, que eligió la carrera eclesiástica, podía alardear de un título de car­ denal. Otro de sus hijos, el joven Juan, duque de Gandía, prefe­ ría la vida secular. Lucrecia, hija de Rodrigo, figuraba entre las damas más elegantes de Roma y el papa estaba muy orgulloso de ella, esmerándose en proporcionarle una situación espléndida. La corte de Alejandro observó muy pronto • que el nuevo pontífice dedicaría interés secundario a sus deberes sacerdotales, porque le preocupaban otros asuntos. Poco antes de su elec­ ción había escogida una nueva amante, la joven y rubia Julia Farnesio y necesitaba distraerla y ocuparla. Alejandro se dedicó a ello, ofreciendo a su amada una serie ininterrumpida de ban­ quetes y festejos, Alejandro VI era un político hábil y astuto que no perdía nunca de vista sus propósitos concretos. Los Estados Pontifi­ cios que regía se hallaban en su mayor parte en manos de fa­ milias feudales y Alejandro pretendía asumir plena influencia política, a fin de realizar en sus estados la unidad, que Luis XI logró en Francia y los Reyes Católicos en España. Lucrecia Borgia, la sirena de la familia Pocas familias han alcanzado tan pésima reputación en la Historia como la casa nobiliaria de los Borgia, cuyo apellido evoca por sí solo los más abominables peqados, la más desen­ frenada lujuria y los crímenes más espantosos. La tradición hace del puñal y del veneno los atributos característicos de Lucrecia Borgia, mujer que no vaciló en convertirse en amante de su padre y de su hermano, según se ha propalado insisten­ temente, aunque tales relatos son sin duda exagerados. El histo­ riador Gregorovius, que consagró a Lucrecia un estudio bio­ gráfico, no la cree mejor ni peor que otras damas de su época. Amaba la vida, demostraba poca sensatez y se dejaba influir con facilidad: «Los Borgia no vivían ni obraban de manera distinta a la mayoría de los soberanos de aquella época, que re­ 1492 Alejandro VI, papa (1492-1503) Una vida novelesca ® 53 currían sin rebozo alguno al veneno y al puñal cuando alguien se cruzaba en el camino de sus ambiciones y se vanagloriaban del éxito de sus diabólicas hazañas. Lucrecia fue una de las más bellas mujeres de su siglo, siempre rodeada de un enjambre de pretendientes, pero su de­ bilidad de carácter y su falta de voluntad la convirtieron en un juguete en manos de su padre y de sus hermanos. Para ellos, en especial para César, Lucrecia era un peón muy valioso en el tablero político. Podía servir de señuelo cuando se trataba de anudar ventajosas relaciones con otras familias. Lucrecia sólo contaba unos doce o trece años cuando ya fue prometida por tres veces consecutivas a nobles españoles. Se desposó al fin con Juan Sforza, sobrino de Ludovico el Moro y señor de Pesaro. La boda se celebró en el Vaticano, con indescriptible lujo. El papa ofreció en honor de la joven pareja un festín en que su concubina, la bella Julia Farnesio, desempeñó funciones de anfltriona. Años después Alejandro y el astuto César opi­ naron que Juan Sforza no era ya el esposo ideal para Lucrecia. El poder de Ludovico el Moro iniciaba su declive, lo que debi­ litaba en igual proporción la posición de Juan. César se entre­ vistó con su hermana y trató de persuadirla de que era necesario desembarazarse de un marido tan poco útil. Pero Lucrecia previno del peligro a Juan, que escapó de Roma a toda prisa. En el acto, y sin protesta alguna, Lucrecia admitió el di­ vorcio y aceptó el nuevo esposo que el consejo de familia le tenía ya designado: el príncipe Alfonso de Bisceglia. Pero al cabo de dos años, César juzgó que Lucrecia debía deshacerse de su segundo marido de quien ya no obtenía ventajas políticas. Una tarde del año 1500 cuando el príncipe salía del Vaticano, fue atacado y acribillado a puñaladas por un grupo de bandi­ dos enmascarados. Acudió junto a él Lucrecia, que parece le tenía sincero afecto, y le cuidó personalmente; tratamiento que resultó demasiado eficaz a juicio de César, que organizó un segundo intento de asesinato. Un día sus esbirros irrumpieron en el aposento de Alfonso, arrojaron de allí a Lucrecia y estran­ gularon al convaleciente. Ante tamaño crimen, Lucrecia perdió la calma y deploró sinceramente la muerte de su esposo; pero se consoló muy pronto. Libre ya su hija para un tercer matrimonio, el papa creyó hallar un candidato ideal en Alfonso, hijo mayor y heredero de Hércules, duque de Ferrara. La boda se celebró en diciem­ bre de 1501. Lucrecia entonces abandonó definitivamente Roma y pasó el resto de sus días en Ferrara, donde murió en 1519. 1492-1519 54 • E l ¡Renacimiento en Italia Reunió en su corte un círculo de poetas y de artistas, entre ellos Ariosto y el Ticiano, y fue ensalzada por su mecenazgo. Lucrecia tuvo aún otras aventuras amorosas en su nueva resi­ dencia, pero parece se volvió algo más juiciosa con los años. César Borgia: crimen, intriga y acción Mientras Lucrecia se entregaba sin límites a cuantos place­ res le brindaba el Vaticano, hasta trasladarse al fin al ambiente más tranquilo y sosegado de Ferrara, su padre y sus dos her­ manos desarrollaban una encarnizada lucha para consolidar el poder de los Borgia. Su política se orientó en primer lugar contra los aristócratas romanos que gobernaban la Romaña en calidad de vasallos del papa y que, a causa de sus incesantes contiendas, habían inquietado la Italia central sublevando al pueblo contra ellos. Los Borgia aprovecharon la oportunidad para someterlos y adueñarse de sus territorios. César sentía por su segundo hermano Juan, duque de Gandía, creciente antipatía porque le suplantaba cada vez más en el afecto paterno. Todo parecía indicar que serían Juan y no César quien recogiera los frutos de la campaña emprendida contra los feudatarios del papa. Una tarde de verano de 1497, ambos hermanos merendaron con su madre, antigua amante de Ale­ jandro VI, salieron juntos y luego se separaron. Dos días des­ pués apareció un cadáver en el Tiber con la cabeza cortada y el cuerpo cosido a puñaladas: eran los despojos mortales de Juan Borgia. Nadie fue encarcelado por el asesinato del duque de Gandía, pero todas las sospechas recayeron en su hermaso César. Al enterarse el papa de la muerte de su hijo predilecto, quedó ano­ nadado; se encerró en sus habitaciones privadas y rehusó, durante varios días, dirigir la palabra a nadie. Muerto su hermano, César renunció a su título de cardenal. Aspiraba al poder secular y codiciaba las posesiones de las , familias aristocráticas romanas; Orsini, Colonna y tantas otras. ' Procuró ante todo atraerse un excelente aliado, el rey de Francia. ' Carlos VII había muerto, y al no dejar descendencia le sucedió el duque de Orleans con el nombre de Luis XII. El nuevo rey era tan cínico y realista como fue iluso y poco práctico Carlos VIII. Al ocupar el trono se propuso dos obje­ tivos : en primer lugar, anexionar Bretaña a Francia, despo­ sándose con la viuda de Carlos VIII, Ana de Bretaña, y luego 1493-1497 César Borgia (1476-1507) Las victorias del Gran Capitán • 55 conquistar Milán. Alegaba derechos sobre este ducado por ser su abuela una hermana del último Visconti. «O César, o nada» Italia observaba atenta este cambio de gobierno. Ludovico Sforza de Milán intuía que el porvenir nada bueno le reser­ vaba. César Borgia estaba dispuesto a apoyar los proyectos del nuevo rey francés, muy oportunos para él, ya que para casarse de nuevo, Luis debía separarse antes de su esposa, la desgraciada Juana de Francia, .y para cualquier divorcio era indispensable la aprobación del papa. Después de deliberar acerca de ello con su hijo, Alejandro decidió otorgar dicha autorización a Luis a condición de que éste prestara determi­ nados servicios a César. Ante todo, gestionar su boda con una princesa francesa. Podría luego concertarse un acuerdo entre el papa y el rey de Francia, en que Alejandro se comprometiera a poner su diplomacia al servicio de las pretensiones francesas al Milanesado; por su parte, César sería apoyado por las tropas francesas en su lucha contra los príncipes de la Romaña. Así dispusieron las cosas Alejandro y su hijo. Luis aceptó el trato y, a invitación suya, César Borgia hizo en 1498 un viaje a la corte francesa, en la que desplegó un lujo fabuloso. Luis recibió autorización para divorciarse y César Borgia fue nombrado duque de Valentinois y se le concedió la mano de una princesa joven y hermosa, hermana del rey de Navarra. Luego, los acontecimientos no se hicieron esperar. Después de firmar un tratado con Venecia, Luis XII invadió Italia en 1499 y conquistó Milán, sin que Ludovico el Moro opusiera apenas resistencia. Al .año siguiente, Luis XII y Fernando el Católico firmaron un pacto para repartirse el reino de Nápoles, y el mo­ narca aragonés envió a Italia a Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán; pronto surgieron desavenencias entre franceses y españoles, y en 1503 el Gran Capitán lograba las espectacu­ lares victorias de Ceriñola y río Garellano y entraba triunfal­ mente en Nápoles, Entretanto, César había sometido la Romaña en tres cam­ pañas (1499-1502). El propio Luis XII comenzó a recelar ante éxitos tan fulminantes. César coronó su obra en el puerto adriático de Sinigaglia, en Italia central, donde precipitó en una trampa a varios «condottieros» rebeldes que condenó a muerte. Sus contemporáneos admiraron tan pérfido golpe de mano. César juzgaba indispensable crearse un brillante porvenir Luis X II en Italia (1499) 1497-1502 56 • E l Renacimiento en Italia lo antes posible y por sus propios medios, ya que su padre empezaba a envejecer. Se mostraba cada vez más cruel con sus enemigos. Sin embargo, no debe imaginarse que sólo se dedicó a asesinar, saquear y destruir; tambiéñ hizo algo provechoso. Alejandro y César Borgia acabaron con las disensiones feuda­ les y la anarquía que imperaba en la Romaña, implantaron en los Estados Pontificios un gobierno fuerte y homogéneo y esta fue su contribución positiva para la historia. Alejandro VI murió en 1503. En nuestra época se comprende mejor hasta qué punto ayudó a su hijo. Nuevas personalida­ des figuraron en primer plano, firmemente resueltas a no tolerar por más tiempo el régimen de terror que impuso César. El tira­ no viose obligado a abandonar Roma. Luego fue hecho prisio­ nero por los españoles y conducido a España. Logró escapar en 1506 y se refugió junto al rey de Navarra, en el asedio de Viana, contra el conde de Beaumont, sublevado contra los reyes navarros Catalina y Juan de Albret, a instigación de Fernando el Católico. Al año siguiente, César Borgia murió guerreando a su servicio; sólo contaba 31 años, pero su corta existencia fue colmada en exceso. EL RACIONALISMO ITALIANO Julio n , un pontífice belicoso La intervención de la familia Borgia en la historia de Italia constituyó el preludio de acontecimientos de mayor trascen­ dencia. César Borgia aniquiló el feudalismo en los Estados Pon­ tificios e instauró en ellos una administración homogénea. Inten­ tó hacer de estos estados un principado secular para reinar en él personalmente. El papa Julio II se beneficiaría de estas premi­ sas políticas de su antecesor. Electo en 1503, procuró como César Borgia implantar su poder absoluto en los Estados Ponti­ ficios, pero sin perseguir objetivos egoístas o dinásticos; si tra­ taba de consolidar el poder temporal de la Iglesia, era para convertir el solio pontificio en el decisivo factor político de Italia. Por ello se proponía acabar con el dominio extranjero que pesaba sobre Milán, Nápoles y otros lugares. Proyectaba conquistar Bolonia, limitar el influjo político de Venecia y, por último, expulsar de Italia a los franceses y alemanes, una vez se hubiera aprovechado de su ayuda contra Venecia; así, en el 1503 Julio II, popa (1503-1513) Italia, sojuzgada • 57 terreno de la política, Julio II aparece como el primer repre­ sentante de un incipiente nacionalismo italiano. Ahora bien: ¿puede hablarse en realidad de nacionalismo italiano en la época del Renacimiento? Unos historiadores lo ponen en tela de juicio y otros lo afirman. Estos consideran que el factor nacionalista es el elemento esencial del Renaci­ miento italiano y sostienen que humanismo y nacionalismo sur­ gieron simultáneos. El recuerdo de la antigua grandeza romana llenaba a los italianos de orgullo patriótico y de ahí la consig­ na: liberar Italia de los «bárbaros» franceses y alemanes, que la sometían a su yugo. En términos generales, tal estado de ánimo fue evidente en diversas ocasiones, ya que la vida polí­ tica del siglo xv se basaba siempre en el patriotismo local. Mientras en Francia, en Inglaterra y en España el feudalismo se desvanece ante el estado nacional con un poder fuertemente centralizado, los pequeños principados italianos se hallaban aún enzarzados en continuas guerras intestinas, tratando de conser­ var su independencia a cualquier precio. De la confusión rei­ nante durante la primera mitad del siglo xv surgió un sistema de equilibrio italiano, que aseguró la paz en la península du­ rante bastantes años. Mientras perduró tal sistema, Italia no logró un auténtico sentimiento de unidad nacional. Italia, botín político De 1490 a 1500, las tempestades políticas estallaron con redoblada violencia. Príncipes sedientos de conquista invadie­ ron Italia al frente de sus ejércitos y, al repartirse el botín, procuraron que el poder de sus rivales no alcanzara excesivo incremento. Acaso en el seno de esta situación excepcional, el sen­ timiento de unidad italiana adquirió significación política. Inclu­ so los príncipes qué por razones egoístas franquearon las puer­ tas de Italia a las tropas extranjeras, se adhirieron a la ideología nacionalista. «¡Que Dios tenga piedad de quienes llamaron a los france­ ses a este país, ya que de ello proceden todas nuestras desgra­ cias!», se lamentaba Alejandro VI, aun cuando no tuviese clara conciencia de la situación. Más tarde, el milanés Ludovico el Moro se lamentó de igual modo; precisamente quien provocó la invasión de Italia por Carlos VIII y cuya intervención se­ ñaló el comienzo de las invasiones extranjeras. «Confieso <—decía Ludovico.— que he ocasionado mucho daño a Italia, pero lo hice para conservar mi poder. En cambio, en estos últimos tiem­ 1490-1500 58 @ E l Renacim iento en Italia pos he dedicado toda mi energía a liberar Italia de los ex­ tranjeros.» N o obstante, no fue de Milán de donde vino la liberación, sino de Roma. Cuando Julio II llegó al trono pontificio se hallaba resuelto a ser el heredero espiritual de aquel César Borgia a cuya caída tanto contribuyó. El nuevo papa aborrecía de tal modo a la familia Borgia que rehusó ocupar en el Vaticano los aposentos que antes habitara Alejandro VI. Pero también otros deseaban aprovechar esta oportunidad excepcional para incrementar sus posesiones. La república de Venecia se había apoderado de diversas ciudades de la Ro­ mana. N o obstante, la gran metrópoli mercantil no sentía ani­ madversión hacia el papa. El dux y su consejo no concebían que el nuevo señor de Roma pudiera ser tan temible adversario y que Julio II, condujera la política italiana del Renacifniento a tan alto nivel. Su primer objetivo fue Venecia, ciudad tan poderosa que el papa incluso temía que sometiera a la Romaña y ampliara progresivamente su poder a toda la península, lo que no estaba dispuesto a tolerar. Italia no debía ser gobernada por Venecia, sino por Julio II y sus sucesores en el trono de San Pedro. D e todo punto era preciso oponerse a los poderosos merca­ deres venecianos, aunque el papa no ignoraba cuán dura sería la lucha. «Para recuperar las ciudades que Venecia ha con­ quistado en la Romaña debo hacerme esclavo de Francia, de España y de Alemania», dijo un día Julio II a un diplomático extranjero. En primer lugar, convenció en 1504 al emperador Maxi­ miliano y a Luis XII para atraerlos a una alianza contra V enecia. En persona y armado de pies a cabeza, se puso al frente de sus tropas para conducirlas contra los «enemigos de la cris­ tiandad». Cinco años necesitaron los ejércitos y la diplomacia pontificia para lograr la capitulación de Venecia. Julio II con­ quistó numerosas ciudades, Rimini, Faenza, Perusa y Bolonia. En 1508 se procedió a la firma del tratado de Cambra!, por los reyes de Francia y España, el emperador de Alemania y el papa, que se adhirió a la alianza con el fin de debilitar a los venecianos. En efecto, Julio II se había vendido a Francia, Alemania y España, para poder aniquilar a Venecia, si bien alegaba que sus intenciones eran irreprochables porque com­ batía por la Iglesia y por Italia. En la primavera de 1509 las tropas de Venecia se Enfren­ taron con los coaligados. El grito de guerra de los venecianos 1504-1509 Liga de Cam brai (1508) Política exterior de Julio II • 59 resonó claro y preciso: «¡Libertad e Italia!», y se defendieron con bravura contra los ejércitos más aguerridos de Europa. A la larga, no pudieron resistir mucho y fueron derrotados, pero pronto recobraron el ánimo. Venecia había sido vencida por una coalición integrada por los soberanos más poderosos del continente. La diplomacia veneciana lograría enemistar entre sí a los miembros de la Liga. Decidieron «ir a Canosa» y co­ municaron al papa que Venecia se hallaba dispuesta a ceder los territorios conquistados en la Romaña. Reacción antifrancesa Julio II previo en ello su gran oportunidad. En 1510 firmó la paz con Venecia y anunció su retirada de aquella coalición que él mismo había organizado. Con su energía característica, manifestó en tal ocasión que no sentía deseos de dormirse sobre sus laureles y que, por el contrario, proseguiría la lucha, esta vez contra un nuevo enemigo: Francia. Desde entonces su consigna bélica fue: «¡Arrojad a los bár­ baros!»; palabras que llenaron de entusiasmo y esperanza el corazón de muchos italianos, y se consagró con ardor a la gran aventura que se le ofrecía. En otoño, Julio II logró un nuevo triunfo diplomático. Nunca confió en derrotar por sí solo a los franceses. Se había puesto en contacto con el rey de España, Fernando, y le propuso una coalición contra Francia, surgiendo así la célebre Santa Liga entre el Papa, España y Venecia. En 1512, Luis XII inició su ofensiva, resuelto a aniquilar de una vez a un pontífice que con tanta doblez le había enga­ ñado. Nápoles era el objetivo de sus operaciones militares. Si conseguía conquistar la ciudad a los españoles, Italia entera caería en sus manos. En abril de 1512, los adversarios se en­ frentaron cerca de Rávena, logrando los franceses la victoria. El camino de Roma y de Nápoles quedaba libre y la suerte adversa de Julio II parecía decidida. Un cambio inesperado modificó la situación. Las tropas suizas al servicio del Papa consiguieron no sólo contener al ejército francés sino hacerle retroceder al otro lado de los Alpes. Al propio tiempo, el papa movilizó una nueva ofensiva diplomática. En noviembre de 1512, organizaba otra coalición que aislaba por completo a Francia. Julio II atrajo a su bando no sólo a Venecia y a España, sino también al rey de Ingla­ terra y al emperador Maximiliano. Los coaligados confiaban en repartirse Francia. Si bien, como otras veces, Julio II no había Santa Liga (1512) 1510-1512 60 • E l Renacimiento en Italia manifestado con claridad sus verdaderas intenciones. N o le hubiera disgustado, en verdad, apoderarse de algunas comarcas francesas, pero su verdadero objetivo era arrojar en seguida a los españoles de Italia, como antes hiciera con los franceses. Cuando un cardenal le preguntó lo que sinceramente opinaba de su aliado Fernando, Julio II golpeó con violencia el suelo con su báculo y exclamó: «Si Dios me concede tiempo para ello, liberaré también a los napolitanos de su yugo.» En 1513, parecía que su anhelo de ver una Italia libre de la dominación extranjera iba a realizarse, pero Julio II murió en febrero del mismo año. El ideal de su vida desapareció con él. Nicolás Maquiavelo, un político realista El mismo año en que falleció Julio II, alguien terminaba de escribir una pequeña obra que alcanzaría mucha celebridad. Se titulaba II Principe (El Príncipe) y su autor era el diplomático y magistrado florentino Nicolás Maquiavelo. El papa Julio II fue el genio práctico de la política italiana del Renacimiento y Maquiavelo su gran teórico. Otro punto de contacto entre ambas figuras era su patriotismo, que orientaba su anhelo de liberar Italia de la dominación «bárbara». Maquiavelo aparece por vez primera en la historia en 1498, al ser nombrado secretario de la cancillería de Florencia; con­ taba entonces unos treinta años. Un contemporáneo le describe como «hombre bajo y delgado, de cabellos negros, labios finos y apretados, nariz recta y ojos pequeños e inquietos bajo una frente despejada». Poco antes, Florencia había acabado con el régimen de Savonarola. Tales circunstancias le proporcionaron a Maquiavelo, fu­ turo canciller de Florencia, la oportunidad de demostrar su capacidad. En aquellos años, la lucha por la posesión de Italia llegaba a su paroxismo: Luis XII arrojaba a Ludovico el Moro de su ducado milanés, Fernando el Católico conquistaba N á­ poles, César Borgia despojaba la Romaña de feudatarios inca­ paces y Julio II emprendía sus aventuras políticas de largo al­ cance. La república de Florencia ordenó a Maquiavelo que tomase contacto con los diversos puntos neurálgicos del mo­ mento y el joven observador se abrió camino entre un labe­ rinto de intrigas. Se relacionó con los hombres más importantes de su época, el rey de Francia, el emperador Maximiliano y el papa. Negoció también con César Borgia en situaciones crí1513 Maquiavelo (1469-1527) Los M édicis recuperan el poder 9 61 ticas y, al principio, manifestó por éste una admiración sin límites. La misión de Maquiavelo, observador de la república de Florencia, no era fácil ni agradable. En aquellos primeros años del siglo xvi el gobierno florentino hubo de renunciar a desem­ peñar un papel de primera categoría en la política italiana. La república debía mantenerse todo lo posible al margen de los conflictos provocados por personalidades tan arrolladoras como César Borgia y Julio II. Sus jefes sortearon los escollos diplo­ máticos que planteaba la situación y despojados de su antiguo poder hubieron de humillarse ante otros más fuertes que ellos. i A juicio de Maquiavelo, la situación empeoraba en progre­ sión creciente. Tuvo ocasión de estudiar el ambiente político y social en Francia, y en Alemania y al establecer comparacio­ nes con la situación reinante en Italia, no tenía sobrados mo­ tivos para sentirse tranquilizado; comprobaciones desagradables que revelan en Maquiavelo un patriotismo engendrado en su admiración por la grandeza política y moral de la antigua Roma. Desde su adolescencia se había dedicado con sincera pasión al estudio de los historiadores antiguos. La crisis y sus consecuencias La crisis estalló al fin. Florencia acogió con alegría la no­ ticia de la victoria de Francia sobre los venecianos en Rávena (1512); triunfo de su antigua aliada y regocijo efímero para los florentinos. En efecto, la reacción inesperada de Julio II des­ concertó a Florencia y aun más cuando los franceses fueron de­ rrotados y las tropas enemigas avanzaron hacia la ciudad. En momento tan crítico se produjo un golpe de estado en la repú­ blica florentina. Destituyeron a su gobierno y llamaron de nuevo a la familia de los Médicis. Muerto Pedro, sus hermano? Juan y Julián eran los personajes más importantes de la familia. Al año siguiente (1513), Juan fue elegido papa y adoptó el nombre de León X. La familia de los Médicis recuperaba la iniciativa en Italia. Estos acontecimientos fueron fatales para Maquiavelo. Con ocasión de un registro domiciliario, la policía encontró en casa de un adversario notorio de los Médicis una relación de perso­ nas complicadas en una conjuración. La lista comprendía una veintena de nombres, entre ellos el del propio Maquiavelo, que fue encarcelado en una de las prisiones más lóbregas de Flo­ rencia y sufrió malos tratos, tanto corporales como espirituales. 1512-1513 62 ® E l Renacimiento en Italia Para aliviar allí sus penas escribía de vez en cuando algún so­ neto. En uno de sus poemas expresa su deseo de que capturen a los verdaderos conjurados para facilitar así su liberación. Lo que ocurrió al fin: ciertos jóvenes culpables, fueron ahorca­ dos y Maquiavelo pudo salir de la prisión. Se instaló en una casa de campo de las afueras de Florencia y allí esperó un cambio en la situación política. Como pasatiempo, se consagró al estudio de la historia y al de las condiciones sociales de la vida en la Antigüedad. También se dedicó a ordenar sus recuerdos; rememoró cuanto había visto y conocido en otros tiempos, cuando él mismo desem­ peñaba un papel importante en la escena política y resumió sus opiniones sobre el pasado y el presente en dos escritos de apa­ rición casi simultánea. El primerd es un comentario sobre las Decadas del historiador romano Tito Livio, y el otro, su cé­ lebre obra El Príncipe. Existe entre ambas una diferencia sor­ prendente que ha desconcertado a muchos investigadores. «El Príncipe», o el despotismo permanente Resumiendo, podría formularse su contenido diciendo que en su comentario de Tito Livio, Maquiavelo describe el Estado como debería ser, según su concepción del mismo, mientras que en El Príncipe nos muestra cómo es gobernado en épocas de crisis y decadencia. Cuando Maquiavelo en El Príncipe aconseja al soberano que se sitúe por encima de toda consi­ deración moral, deduce consecuencias teóricas de una política aplicada con bastante éxito por los príncipes ingleses, franceses y españoles de finales de la Edad Media. Tales soberanos partían del principio de que el interés del estado es la única regla que debe regir las acciones de un gobernante. Maquia­ velo recogió este principio: absolutamente todo le está permi­ tido al príncipe cuando labora por el bienestar de su país. Sólo puede ser considerado un verdadero soberano quien posea ener­ gía, capacidad y poderío necesarios para emplear cuantos medios tenga a su disposición. Maquiavelo desprecia a los gobernantes que se contenten con soluciones a medias, que no sirven para nada. Así, en el capítulo tercero: «Conviene observar que los hombres deben ser atraídos por los halagos o bien aniquilados; porque pueden vengarse fácilmente de las heridas leves, pero no de las graves; por ello, la ofensa que se hace a un hombre debe ser tal que no pueda temerse su venganza». Luego Maquiavelo se pregunta si es preferible para un prín­ 1513 «El Príncipe» (1513) El teórico de la perfidia política • 63 cipe ser amado o ser temido, y opina: «Creo que serían desea­ bles ambas cosas, pero como es difícil reunirías, hay mayor seguridad en ser temido que en ser amado». ¿Qué debe hacer un príncipe para adquirir fama que ase­ gure su posición y le confiera un poder ilimitado sobre sus súbditos y sus contemporáneos? Según Maquiavelo, «un prín­ cipe debe tener como único objetivo y pensamiento la guerra; y riada debe considerar tan importante como su organización, su disciplina... Las tropas mercenarias son inútiles y peligrosas y quien confía en estas tropas para proteger su estado, no tendrá nunca paz ni seguridad... El príncipe debe mandar per­ sonalmente el ejército y cumplir su función de jefe.» «Un principe que quiera mantenerse, en el poder —prosigue M a­ quiavelo— debe aprender a no tener escrúpulos, y a ser fiel o dejar de serlo según las circunstancias». Y ante todo no debe preocuparse de­ masiado de sus promesas. Insiste en ello con más detalle, en el capí­ tulo XVIII de su obra, acaso el más célebre y discutido: «Nadie duda que sea laudable para un príncipe perm anecer fiel a sus compromisos y no guiarse por la astucia sino por la lealtad. N o obstante, la experiencia actual nos muestra príncipes que no se han considerado ligados por sus compromisos y han llevado a cabo grandes cosas, que engañaron con astucia a los hombres y acabaron dominando a quienes adoptaron como norma la lealtad. En consecuencia, hay dos formas de luchar: la que tiene por armas las leyes y la que emplea la violencia. La primera es propia del ser humano; la segunda, de los animales; pero como la primera resulta insuficiente, es preciso recurrir a la segunda. Por ello, un príncipe debe saber desempeñar perfectamente el papel de la bestia y el del hombre... Un príncipe prudente no puede ni debe ser fiel a sus compromisos, si esta fidelidad le perjudica y cuando los moti­ vos que le obligaron a aceptar compromisos hayan desaparecido. Si todos los hombres fueran virtuosos, tal precepto carecería de valor; pero como son pérfidos y no suelen m antener su palabra, tampoco debe uno ser leal con ellos... Además, no es necesario que un príncipe posea cualidades, pero es imprescindible que aparente tenerías. Me atrevería incluso a decir que, si realmente las poseyera y las practicara siempre, le resultarían perjudiciales, mientras que le será siempre pro­ vechoso fingir tenerlas; y así aparentará ser compasivo, leal, humano, religioso, íntegro y mejor aún si al mismo tiempo lo es en realidad... Es preciso comprender bien que un príncipe recién entronizado, apenas puede practicar aquellas cualidades que los seres humanos consideran virtuosas, ya que a menudo se ve obligado, para mantener su sobe­ ranía, a obrar contra la lealtad, la caridad, la compasión y la religión. Por tal motivo debe disponer su alma a orientarse en el sentido que le impongan las circunstancias y cambios de fortuna y así, como queda indicado, debe conservar su bondad, si puede, y adaptarse a la maldad si la necesidad lo exige.» 1513-1515 64 • El Renacimiento en Italia M aquiavelo cita a César Borgia como ejemplo del príncipe ideal. Pese a las severas críticas dirigidas en otro tiempo al tirano más rudo y aventurero del Renacimiento, M aquiavelo lo describe en El Príncipe como tipo casi perfecto de ellos. En busca de un ideal negativo Maquiavelo observó de cerca sus contemporáneos, y sólo consideraba a escasas personas de categoría capaces de reunir las condiciones analizadas por él y llegar a convertirse en nuevos César Borgia e incluso mejores, entre ellos, algunos Médicis. Así, el papa León X acariciaba grandes proyectos con respecto a sus parientes más allegados y trataba de integrar diversos estados menores, como Parma, Plasencia, Módena y Reggio, en un ducado bajo dominio de los Médicis, que alcan­ zara influencia preponderante en Italia. Al frente de dicho es­ tado, pretendía el papa colocar a su hermano Julián. A Maquiavelo no le desagradaba tal proyecto: un estado susceptible de convertirse en trampolín ideal para la unificación italiana. Depositó todas sus esperanzas en Julián, pero éste murió en 1516, y luego en el sobrino del difunto, Lorenzo de Médicis el Joven, duque de Urbino, a quien Maquiavelo dedicó El Príncipe, obra escrita hacía años y en cuyo último capítulo la exhorta «a liberar a Italia de los bárbaros» Maquiavelo cosecharía otra decepción, pues Lorenzo el Joven murió en 1519, a los 27 años, agotado por los excesos. Desde entonces, aquel ardiente patriota buscó en vano al hombre que pudiera desempeñar el papel de «Príncipe» y convertirse en libertador de Italia. El mismo año en que murió Maquiavelo (1527) la cristiandad se estremeció ante el terrible saqueo de Roma por mercenarios extranjeros, escena final de la prolon­ gada tragedia política de la Italia renacentista. La posteridad olvidó al patriota Maquiavelo y sólo recordó de él un proto­ tipo de cínico refinado, el inventor del «maquiavelismo» y gran teórico de la perfidia política. Sus ideas no hallaron eco en Italia pero suscitaron gran interés entre los soberanos extran­ jeros. La historia nos ofrece en este caso otro ejemplo de trá­ gica ironía: los consejos que Maquiavelo recopiló en su obra encaminados a salvar a su país de una situación desesperada, se aplicaron contra la propia Italia, durante varios siglos de vio­ lencia. 1516-1527 Un canto inmortal • 65 LITERATURA ITALIANA Ludovico Ariosto y su «O rlando» Ludo vico Ariosto le disputa a Torcuato Tasso el título del mayor poeta italiano después de Dante. Dio formas nuevas a la antigua Canción de Roldán en su gran poema épico Orlando furioso, cuya primera edición data de 1516 y de la que Ariosto no quedó satisfecho; la obra fue reimpresa en 1532 y esta se­ gunda versión fue sensiblemente ampliada y mejorada, con casi cuarenta mil versos que harían mundialmente célebre a su autor. En 1518, Ariosto entró al servicio del duque Alfonso I de Este, en la corte de Ferrara. Sus obligaciones eran ayudar a Alfonso en su correspondencia y escribir versos en honor de la casa reinante, pero el poeta no se resignaba a trabajar de en­ cargo y le era imposible crear a sus anchas en un ambiente de opresión. A tal propósito se cita una anécdota reveladora de su carácter: aún joven, Ariosto recibió una terrible reprimenda de su padre, hombre honrado que no toleraba que su hijo prefiriera escribir versos en vez de estudiar Derecho; la cólera paterna llegaba a su paroxismo y el joven Ludovico escuchaba sin re­ plicar palabra y con enorme atención. Precisamente estaba com­ poniendo una comedia en una de cuyas escenas debía aparecer un padre enfurecido y ello le servía de inspiración. En el Orlando furioso convierte a Roldán en un caballero andante que se consume de amor en vana pasión por Angélica, hermosa y veleidosa princesa sarracena. Orlando y otros caba­ lleros enamorados parten hacia Oriente a la búsqueda de la bella desaparecida y corren innumerables aventuras, cada vez más fantásticas. Orlando se entera al fin de que Angélica ama a otro hombre, el joven sarraceno Medoro, y enloquece de dolor. En realidad, la epopeya constituye una larga sucesión de cuadros abigarrados; brutales combates alternan con tiernos idi­ lios, el humorismo sucede a lo grotesco, el hada caprichosa que llaman Azar lo transforma todo con su varita mágica y el lector se siente transportado a un mundo de ensueños, irreal y su­ gestivo. Ariosto es un maestro de la versificación y sus estrofas re­ flejan un encanto irresistible. Murió en 1533, un año después de publicar el Orlando furioso en su edición definitiva. Se hizo célebre como poeta épico y autor de comedias; y aunque éstas hayan sido eclipsadas por la fama de su Orlando, no por ello Ariosto (1474-1533) 1516-1518 66 @ E l Renacimiento en Italia dejan de ser consideradas entre las mejores obras en prosa de su época. -i Torcuata Tasso, un poeta desdichado Torcuato Tasso conoció la celebridad, pero no la dicha. Su carácter le predisponía a la melancolía y su vida fue además amargada por la muerte de su madre, joven y cariñosa, que lo significaba todo para él. Nació el Tasso diez años después de la muerte de Ariosto y, como su ilustre predecesor, halló co­ locación en la regocijada y espléndida corte de Ferrara cuando contaba unos veinte años. El duque y sus dos hermanas admi­ raban mucho al joven poeta; en particular las damas se extasia­ ban con las numerosas obritas de circunstancias que escribía para ellas. Algún tiempo después, el Tasso fue nombrado historiador oficial del ducado, mientras su vida transcurría entre muestras de admiración. Pero el joven era demasiado egocéntrico para hallar satisfacción en los elogios y alabanzas; su hipersensibilidad soportaba a disgusto la existencia agitada de la corte, donde a cada instante era preciso torturar el espíritu a fin de divertir al duque, y escribir poemas intrascendentes y suges­ tivos para agradar a las damas. Le era imposible conciliar tales obligaciones con su anhelo de dedicarse a componer auténtica poesía, y todo ello le impulsaba a abandonar la corte y Ferrara. Tal aversión por las vanidades mundanas procedía en gran parte de sus preocupaciones religiosas; inquieto por la salva­ ción de su alma, el Tasso temía caer a su muerte en los tor­ mentos infernales. Desde su juventud, había sufrido tantos con­ tratiempos que su estado degeneró en una enfermedad mental, torturado por alucinaciones, profunda melancolía y manía per­ secutoria y como su dolencia se agravaba, el poeta hubo de per­ manecer siete años recluido, hasta que en 1586 pareció la sufi­ ciente restablecido para que se decidieran a ponerle en libertad. Abandonó Ferrara y llevó desde entonces una existencia errante, presa de una angustia interior que le impulsaba a vagar de un lugar a otro, sin tregua ni descanso. Halló por fin la paz en el convento de San Onofrio, en Roma, cuya «camera del Tasso» perpetúa hoy el recuerdo de sus últimos días, conservándose allí, entre otras cosas, su mascarilla fúnebre. A su llegada al convento, el Tasso se hallaba ya estigmati­ zado por la muerte, y entregó su alma poco después, en la primavera de 1595, a los cincuenta y un años de edad. 1545-1595 Tasso (1544-1595) Armida y Reinaldo • 67 D e haber vivido unos días más, hubiera recibido la distin­ ción que tan ardientemente anheló durante su enfermedad, ser coronado de laurel en el Capitolio como poeta nacional, insig­ ne honor que no se había vuelto a conceder desde la corona­ ción de Petrarca, en 1314; precisamente es a Petrarca, sin dis­ cusión, el poeta italiano a quien más se parece el Tasso. «La Jerusalén libertada» Dicha distinción le era atribuida al Tasso por su grandioso poema épico, terminado en 1575, La Gerusalemme libevata (La Jerusalén libertada), «canto de cisne del Renacimiento»; una des­ cripción de la primera cruzada a la cual el poeta añade episo­ dios en que el amor es el principal motivo y donde poderes sobrenaturales, ángeles, demonios, hechiceros y hadas, intervie­ nen en el curso de los acontecimientos; episodios donde el poema logra precisamente su valor artístico. Desde luego, el Tasso se inspiró ante todo en la Ilíada; así, Jerusalén es la Troya cristia­ na y, como en la Ilíada, fuerzas sobrenaturales participan en la lucha; los griegos no podían conquistar Troya sin ayuda de Aquiles y de igual modo, los cristianos no pueden tomar Jeru­ salén mientras el bravo caballero Reinaldo se retira del com­ bate en un acceso de cólera. La epopeya del Tasso posee cierto valor histórico; en efecto, La Jerusalén libertada constituye la gran epopeya de la Contra­ reforma, el canto de guerra del catolicismo reanimado y presto al combate. Sus páginas más brillantes describen la isla donde vive Armida, una seductora sarracena de m aravillosa belleza, isla fantástica, donde coinciden prim avera, verano y otoño. Armida atrae al héroe Reinaldo, y con sus encantamientos le hace olvidar sus deberes de caballero cris­ tiano, obligándole a quedarse, seducido por los placeres del amor. Se presentan en la isla otros dos caballeros para hacerle volver a las duras realidades de la guerra y llevarle de nuevo al campo, ante los muros de Jerusalén, pero también ambos mensajeros tienen que realizar enor­ mes esfuerzos para resistir los mágicos encantos de la isla maravillosa; al fin, consiguen sobreponerse a ellos y sus exhortaciones logran que Reinaldo vuelva a su deber. El caballero recobra su espíritu y abandona sus placeres para vol­ ver al combate. En una escena emotiva, Reinaldo se despide de Armida y cuando la seductora comprende que ni lágrimas ni súplicas podrán retener al héroe, exclama: «...¡Pues bien, pacte! Surca el mar, combate y conquista lo que deseas...» «La Jerusalén libertada» (1575) 1575 68 • B l Renacimiento erí Italia Armida reaparece cuando la confrontación decisiva se halla en todo furor ante Jerusalén, y acude a v e n g a r s e í pero no puede impedir la victoria de los cristianos. E n su desesperación, intenta suicidarse, y Reinaldo la salva en el último momento. El final del poema permite suponer que la bella sarracena se convierte a la verdadera fe. Como en Ariosto, las cualidades artísticas del T asso comprendían también otros géneros literarios, y así le debemos obras dram áticas y líricas, con fragmentos inspirados en el estilo de 1a época; «|A h! ¡Cuánto más bella resplandecería en medio de los atracti­ vos ingenuos de la sencilla naturaleza! Bajo sus pasos, abrirían sus corolas flores de todas las estaciones; se detendrían en su camino los arroyos límpidos y claros como el cristal, e impulsarían junto a ella sus ondas, ávidas de que las tocara; los dulces céfiros de la prim avera revolotearían en torno suyo para hacerle corte, y los rebaños, ena­ morados de tan encantadora criatura, saltarían balando inocentemente alrededor de ella.» su El Tasso se cubrió también de gloria como prosista, en par­ ticular gracias a su drama pastoril Aminta, que algunos con­ sideran incluso superior a La Jerusalén libertada. Aminta es un pastor locamente enamorado de la pastora Silvia, cruel y co­ queta, que se burla de él hasta que consigue salvarla del cau­ tiverio. La obra constituye una de las primeras manifestaciones del género pastoril que pronto se propagaría por toda Europa. 1573-1575 «Aminta» (1573) Kfc ®JS1 j » E M A (D S M I E I T O LOS ARTISTAS DEL CIRCULO DE COSME DE MÉDICIS La renovación: Ghiberti, Brunelleschi, Alberíi Florencia, la ciudad mercantil, experimentó a comienzos del siglo xv una profunda renovación en el ámbito artístico, tanto en arquitectura como en escultura, en pintura y en artesanía, En 1401 se ofreció a concurso la decoración de dos puertas de bronce destinadas a una vieja iglesia octogonal, santuario que fue en otro tiempo catedral de Florencia y que se destinó luego a simple baptisterio, al terminar la construcción de Santa María dei Fiore. Los más notorios competidores fueron Ghiberti y Brunelleschi y el primero consiguió el encargo. El tema del concurso era Bl sacrificio de Isaac y Ghiberti había sido pre­ ferido en el tema de composición de la obra. Decoró una de las puertas con relieves que representaban escenas inspiradas en la vida de Jesús y, poco antes de su muerte, terminó la otra puerta con temas sacados del Antiguo Testamento, ambas en 1403-1424 y 1425-1452, respectivamente. Medio siglo más tarde, Miguel Angel añrmó que esta última era digna de ser llamada «la puerta del paraíso». Brunelleschi, rival de Ghiberti, era orfebre y escultor, pero logró más fama como arquitecto al construir, en 1418-1434, la cúpula de la catedral. Como dice Bérence, fue «el genio que realizó las aspiraciones confusas hasta aquel momento» en tal sentido que, a diferencia de los arquitectos góticos que no ad­ mitían límites, quiso vencer la masa imponiéndoselos y «propor­ cionándoles un ritmo de acuerdo con las medidas terrestres». Amigo de Brunelleschi era León Bautista Alberti, arquitecto, pintor, músico y poeta, pero ante todo teorizante del arte. «La Brunelleschi (1377-1444) 1403-1452 70 • E l arte del Renacim iento italiano belleza resulta lograda —decía—' cuando se considera per­ judicial cualquier cambio.» Y también: «La naturaleza es el mejor artífice». Después de un prolongado destierro y de haber viajado por Francia, Países Bajos y Alemania, Alberti regresó a Italia y se estableció en Roma para estudiar en ella a fondo el arte clásico. Construyó en Mantua la iglesia de San Andrés, con grandes bóvedas. El nombre de Alberti se relaciona igualmente con la ciudad adriática de Rímini, localidad que fue teatro en 1288 de un crimen pasional que proporcionó tema a las crónicas de la época. Juan Malatesta el Libertino sorprendió a su mujer Fran­ cisca de Rímini en compañía de su hermano Paolo Malatesta, a quien Dante llama «el hermoso». El gran florentino menciona el acontecimiento en su evocación del infierno, donde describe a la enlazada pareja errante por las profundidades infernales. La familia Malatesta contaba con algunos grandes capitanes y amigos de las artes; a mediados del siglo xv, el inteligente tirano Segismundo Malatesta vivía en Rímini con su amante, la bella Isotta, a quien deseaba hacer su esposa. A la «divina Isotta» se le dedicó el «templo de Malatesta»; en realidad, una trans formación parcial de la iglesia gótica de San Francisco según planos de León Bautista Alberti, Aparece en ella Isotta bajo' los rasgos de un ángel esculpido por un artista de la época. Todó el templo está impregnado de un intenso matiz paga­ nizante. En el siglo xv, todos los palacios florentinos semejaban for­ talezas, pero las ventanas entre esbeltas columnas, así como la forma de las portadas, confieren singular distinción a las mora­ das de las familias más opulentas, como lo atestigua el palacio Rucellai, ejecutado por Rossellino según planos de León Bau­ tista Alberti. Donatello y otros artistas Lo que Brunelleschi fue para la arquitectura y Masaccio para la pintura, Donatello lo fue para la escultura; es decir, uno de los tres grandes innovadores del Renacimiento. Dejando a Ghiberti el encanto de los temas y la exquisitez en la ejecución, Donatello se orientó apasionadamente hacia la realidad, fuese bella o no. Se cuenta que esculpiendo con entu­ siasmo la estatua de un hombre calvo, su famoso Zuccone, la apostrofaba exclamando: «Habla, en nombre de Dios, habla». En cuanto a su San Jorge, de cuerpo admirablemente vertical, 1400-1450 Artistas del fenecim iento • 71 parece vibrar bajo la armadura. Esta energía interior e inmovili­ dad impuesta por una férrea voluntad no tienen precedentes en la escultura anterior a Donatello. N o obstante, supo interpretar también la inocencia y la picardía infantiles. Bajo su cincel, los cupidos se transforman en querubines, pero esta metamorfosis no altera su gracia y siguen siendo tan bellos como sus prede­ cesores paganos. Es obvio insistir en el carácter casi revolucio­ nario del David, silueta de largos brazos, o de María Mag­ dalena, profundamente demacrada y medio cubierta por su larga caballera. En el ocaso de su vida se le encargó a Donatello la ejecu­ ción de una estatua ecuestre, en bronce, de un «condottiero» veneciano a quien su ímpetu ante el enemigo le valió el sobre­ nombre de Gattamelata .—el leopardo—, Donatello admiraba en extremo un monumento clásico de la antigüedad, la estatua ecuestre del emperador Marco Aurelio, posteriormente trasla­ dada al Capitolio (1538), pero que entonces adornaba la plaza de Letrán, donde era muy popular bajo el nombre de «el empe­ rador Constantino». El artista inspiróse en ella para su Gatta­ melata, aunque acaso menos aún que en los célebres caballos de bronce trasladados de la antigua Roma a Constantinopla y de esta ciudad a Venecia, donde ■ —tras breve excursión a París en época napoleónica— adornan aún hoy la fachada de San Marcos. En Padua, el Gattamelata de Donatello se yergue altivo sobre su arrogante caballo y parece seguir las inciden­ cias de un combate con majestuosa serenidad. Una energía enor^ me, si bien disciplinada por la inteligencia, una belleza varonil impresionante —que los admiradores contemporáneos llamaron «terribilitá»'—■son las características de esta gran obra postrera de Donatello, realizada a mediados del siglo xv. Su autor mu­ rió en 1466, a los ochenta años de edad, y, según su deseo, fue sepultado cerca de Cosme de Médicis, en la sacristía de San Lorenzo. Contemporáneo de Donatello y menos genial, aunque más reflexivo que él, Lucca della Robbia volvió literalmente a inventar el arte de la cerámica esmaltada, tan apreciada por babilonios, persas y árabes. Sus Niños cantores en el pulpito de la catedral expresan una alegría apolínea: la de la música, en lo que tiene de purificación y no de exaltación. De Desiderio de Settignano puede afirmarse que es una sín­ tesis de Ghiberti, de Donatello y de Lucca della Robbia, mientras que Jacobo della Quercia representa la-transición entre los si­ glos xvi y X V . Nació en Siena, donde erigió la Fuente Gaia; D onatello (¿1386-1466) 1400-1466 72 @ E l arte del Renacimiento italiano por lo que es llamado a veces Jacobo della Fonte. Esculpió los relieves de mármol que adornan las puertas de acceso a la cate­ dral de San Petronio en Bolonia; pese a su rudeza, estas obras rebosan monumentalidad. Una de ellas tiene por tema el pecado original y los dos espléndidos cuerpos aparecen separados por la serpiente, que, como en otras obras similares de los siglos xv y xvi, ostenta una cabeza humana. La pintura: de Masaccio a Filippo LIppI «Y por fin, llegó Masaccio..,», palabras que no constituyen una parodia de Boileau. Son de Leonardo de Vinci, que añadía: «Demostró con la perfección de sus obras pictóricas que todos aquellos que no se inspiran en la naturaleza, en vano se esfuer­ zan en crear arte». Mientras Giotto, heredero todavía de los bizantinos, no per­ mite el acceso directo a su mundo religioso e impone una especie de meditación previa, Masaccio nos provoca sentimientos me­ diante la intuición o la emoción. Sus frescos 1 de la capilla Brancacci en la iglesia florentina de Santa María del Carmen muestran idéntica severidad y majestad trágicas que las figuras bíblicas de Jacobo della Quercia. Se ha dicho que los apóstoles de Masaccio recordaban a los senadores de la antigua Roma, sobre todo en el fresco de El tributo del denario. Masaccio murió muy joven, en 1428, pero sus obras ejercie­ ron profundo influjo e n ío s artistas jóvenes; fueron estudiadas y copiadas durante todo el siglo xv. Además de Masaccio y sus epígonos, en la primera mitad del siglo xv destacaron otros dos pintores nacidos a finales del siglo anterior. Ambos se hallaban influidos en el espíritu del xiv, uno por su piedad y otro por su ideal secular. El primero de ellos, el monje dominico Fra Giovanni, beatificado por el papa y llamado «Angélico». Vivió en el convento de San Marcos en Florencia, donde decoró salo­ nes y celdas con frescos cuyo arte iguala a su piedad y con la 1 La palabra «fresco» procede del italiano «al fresco», lo que significa pintura al agua, «sobre el fresco», es decir sobre los muros de yeso tierno, todavía húmedos, que absorben los colores mientras está fraguando. En otros procedimiento pictóricos se empleaba, en cambio, los «tempera» o al huevo. Los colores se mezclaban con cola y blanco o amarillo de huevo, u otro ingrediente — llamado aglutinante— des­ tinado a hacerlos más homogéneos. Este método no permitía la transparencia — la aplicación de una capa de fino color transparente— que es posible cuando los colores están disueltos en aceite. Se pintaba en tablas de madera, cuidadosamente preparadas sobre paneles impregnados previamente de color y una capa de estuco. En Italia se empezó a emplear la pintura al óleo a finales del siglo xv, técnica qfue parece origina­ ria de los Países Bajos y que se generalizó en el siglo xvi. 1401-1423 M asa ccio (1401-1428) «La creación del hom bre», por M iguel Angel (fresco de la capilla S ix tin a ). D etalle de «La Virgen de las rocas», de Leo­ nardo de V in c i, donde se conjuga m isterio sa­ m ente el m ovim iento de tres manos. El s en ti­ m iento religioso casi desaparece en prove­ cho de una construc­ ción cerebral y de un deseo de perfección absoluta. La Piazzetta de V en ecia, que une la plaza de San M arco s con el Gran C a­ nal. A la derecha, el palacio de los Dux; al fondo, la fachada lateral de la Basílica. (Escue­ la veneciana del si­ glo X V I.) *> * o +‘ ‘ V M En su retrato del dux Loredano, Giovanni Bellini realza adm ira­ b lem en te la energ ía y la voluntad reflexiva del hom bre que hizo fracasar a Luis X II. Grandes maestros de ■la pintara • 73 delicadeza peculiar de los sieneses. Por orden del pontífice pintó también frescos en Roma, donde murió en 1455. Dícese que cuando Fra Angélico pintaba los sufrimientos de Jesucristo y de los santos se le inundaba de lágrimas el rostro, y pocos son, en efecto, los artistas que han expresado su devoción contanta sinceridad. Nadie ha reflejado el amor a la naturaleza y la admiración por las flores y vegetales, característica de los co­ mienzos del Renacimiento, con tan delicados matices malvas, lilas, rosas, verdes, amarillos y azules. Si Fra Angélico dirige sus miradas al cielo, en cambio, sólo la tierra preocupa al excelente medallista y pintor de animales Antonio Pisano, llamado también Pisanello, que se recrea en evocar galantes señores y gentiles damas, revestidos con mara­ villosos trajes de terciopelo bordados en oro y rodeados de briosos corceles, ligeros galgos y ciervos esbeltos. Los retratos y cuadros que se atribuyen a Domenico Veneziano no carecen de originalidad; perfiles muy precisos confie­ ren a los rostros de sus damas renacentistas cierta semejanza a medallas. En cuanto a Fra Filippo Lippi, era un monje opuesto en absoluto a Fra Angélico. Se afirma de él que sentía tal pasión por las mujeres, que era capaz de sacrificarlo todo por ellas. Se han atribuido numerosas anécdotas a los artistas floren­ tinos; tales relatos, de una autenticidad más que dudosa, pro­ ceden de Jorge Vasari, a la vez pintor, arquitecto y escritor. En 1550, un siglo posterior a Fra Filippo Lippi, escribió su obra crítica -—más bien biográfica— sobre los principales pin­ tores, escultores y arquitectos de Florencia. Con todo, Fra Filippo Lippi llevó una vida muy agitada, lina encantadora novicia, Lucrezia Butti, había posado para sus retratos de la Virgen María; el monje se prendó de tal modo de su modelo, que acabó por raptarla. En aquella época existía mucha indulgencia en estas cuestiones, pero esta vez se había llegado demasiado lejos. El papa zanjó por fortuna el asunto dispensando a ambos fugitivos de sus votos y autorizó que se casaran. Cosme de Médicis, insigne admirador del arte y de la cien­ cia, como es sabido, gobernaba entonces la República florentina «con su inteligencia, su dinero y su paciencia». Filippo Lippi pintó para su palacio una imagen de la Virgen con manto azul claro, de rodillas en la hierba ante un Niño Jesús inspirado en modelo del natural. Según se cree, en este cuadro también tomó por modelo a Lucrezia. Tuvieron un hijo, Filippino, que, Fra Angélico (1387-1455) 1450 74 ® E l arte del Renacimiento italiano *tras de haber aprendido a preparar los colores de su padre, supo evocar la sinfonía del universo conjugando la sensación de mo­ vimiento con una gama extraordinaria de colorido. Piero della Francesca y Benozzo Gozzoli En Umbría, cerca de las fuentes del Tíber, apareció a me­ diados del siglo xv el pintor Piero della Francesca, quien, a ejemplo de su maestro, Paolo Uccello, evidenciaba gran interés por la perspectiva. En sus escritos, Piero trató de este problema y de otras cuestiones técnicas que interesaron en aquella época a numerosos pintores de Italia central. Pero en sus cuadros, de severa belleza, supo resolver estos problemas mediante la con­ junción del espacio con la luz. La obra más antigua de Piero es un retablo que representa a la Virgen rodeada de un grupo de orantes. La obra fue en­ cargada por los Hermanos de la Misericordia, cuya misión caritativa era enterrar a los muertos, y que aún hoy perduran en Italia. Su rostro permanece siempre oculto bajo una capucha negra. El segundo personaje a la izquierda del cuadro de la Madonna della Misericordia es uno de dichos hermanos. Esta Virgen era invocada en especial por los apestados. La Virgen del altar extiende su manto sobre hombres y mujeres con un gesto majestuoso y los acoge bajo su particular protección. Entre las obras maestras de Piero, recordemos también los retratos de Federico de Urbino y de su primera esposa, así como varios frescos ejecutados entre 1460 y 1470 para la iglesia de San Francisco de Arezzo. En ella pintó sobre grandes lienzos la Invención de la Cruz, donde el triste realismo de una Eva descarnada y de senos caídos contrasta con la indiferente des­ preocupación de un robusto campesino. La torre de Pisa se inclinaba hacía ya unos trescientos años cuando, entre 1470 y 1480, el pintor Benozzo Gozzoli comenzó sus frescos a poca distancia del célebre monumento, en el Cam­ po Santo. Este cementerio, cuya tierra procede de Palestina, está plantado de cipreses y rodeado de un pórtico. Sobre los muros interiores de este peristilo, Benozzo Gozzoli pintó nada menos que veinticuatro enormes frescos durante dieciséis años. Cuando murió, en 1498, era muy anciano y los habitantes de Pisa le demostraron su agradecimiento sepultándole en el mismo ce­ menterio, lo cual constituía un privilegio. Sus frescos represen­ tan escenas del Antiguo Testamento, pero describen al propio tiempo la vida de Toscana a mediados del siglo xv. 1460-1480 El pintor de la melancolía • 75 Gozzoli gusta del dibujo y de la descripción. En su escena de la Torre de Babel se distingue a la vez la columna de Trajano en Roma y el Ayuntamiento de Florencia; entre los curio­ sos que contemplan los trabajos de la Torre, se identifica a Cosme y su familia. En cuanto a las obras más importantes de Benozzo son, sin duda, los frescos que ejecutó para Cosme en la capilla del palacio de los Médicis: un largo y alegre cor­ tejo de príncipes y caballeros, vestidos con la indumentaria usual a mediados del siglo xv. El fresco representa el viaje de los Reyes Magos a Belén y aparecen allí los rostros de tres de los Médicis, que recorren con sus cortesanos florentinos el valle del Arno y sus colinas plantadas de cipreses. Benozzo Gozzoli, nacido en Florencia en 1420, fue discípulo de Ghiberti y ayudó a su maestro a realizar la segunda puer­ ta de la catedral. Su vida transcurrió probablemente tranquila y dedicada a su trabajo. LOS ARTISTAS DEL CÍRCULO DE LORENZO EL MAGNIFICO Ghiberti, Brunelleschi, Donatello, Filippo Lippi,y Benozzo Gozzoli pertenecían al círculo de artistas florentinos a quienes Cosme protegió como mecenas de 1430 a 1460. Cuando su extraordinario nieto, Lorenzo el Magnífico, asumió el gobierno de Florencia, integróse otro círculo en torno suyo y los artistas citados prosiguieron su obra bajo el nuevo gobierno. Sandro Botticelli, creador idealista De entre los primitivos renacentistas, Sandro Botticelli, na­ cido en Florencia en 1446, fue el pintor más admirado durante la segunda mitad del siglo xix, siendo considerada su obra como el perfecto ideal de la pintura italiana del siglo xv. Sandro o Alessandro Felipepi, que firmaba con el seudónimo de Botticelli, era un bello adolescente, de carácter atractivo y temperamento soñador. Fue primero orfebre, pero abandonó pronto esta profesión para seguir las lecciones del jovial Fra Filippo Lippi, que sentía gran afecto por su discípulo. Desde la segunda mitad del siglo XVI hasta mediados del xix, Botticelli no atrajo mucho la atención, pero en época moderna ha gozado de admiración creciente. A finales del pasado siglo su reputación eclipsaba la de Rafael. Los críticos de arte hallaban 1430-1460 76 • E l arte del Renacimiento italiano en Botticelli mayor sensibilidad y se conmovían ante el aspecto más o menos desmañado, aunque profundo, que muestran las imágenes de sus Vírgenes melancólicas. Muchos preferían las creaciones de Botticelli a las composiciones de Rafael, de mayor perfección y minuciosidad casi matemática; en conse­ cuencia, más frías y menos atrayentes. Pintó en honor de Lorenzo de Médicis un maravilloso cuadro de Palas, protectora de la sabiduría y de las leyes; en su mano izquierda, la diosa empuña una gran alabarda y su diestra des­ cansa sosegada sobre la cabeza de un velludo centauro de triste mirada. Interpretando la fábula, los salvajes centauros, mitad hombres y mitad caballos, simbolizaban los enemigos del oráen y de la ley. Al propio tiempo que Palas, pintó Botticelli una de sus más bellas Vírgenes; unos ángeles sostienen una corona encima de María, que inclina con suavidad su cabeza. El Niño Jesús contempla un libro abierto donde puede leerse el himno de la Virgen «Mi alma enaltece al Señor», es decir, el Magní­ ficat (primera palabra del himno en latín). El cuadro se titula la Madonna del Magníficat. Botticelli fue muy estimado por el papa Sixto IV, por su encanto y talento; fue el encargado de ejecutar los grandes frescos en la Capilla Sixtina dedicada a este papa. Botticelli no debe su gloria sólo a la belleza melancólica de sus V írgenes de manto color celeste; es aún más famoso por sus cuadros con motivos de la A ntigüedad clásica, la Primavera y el N acim iento de Venus. La Primavera es un homenaje a las flores, a la belleza y al amor; tema adecuado a Florencia, cuyo nombre significa «ciudad de las flores». En un parque en cuyos árboles centellean las naranjas en sazón, avanza un solemne cortejo sobre la hierba tapizada de flores; al frente, Mercurio, hermoso joven que recuerda a Julián de Médicis, que murió asesinado; en pos de él danzan las Gracias. La Prim avera aparece simbolizada por una joven de extraordinaria belleza, revestida de un m anto cuajado de claveles y m argaritas. E n medio del grupo, una Venus con el rostro melancólico de la bella Simonetta, la amante del joven Julián de Médicis. Sobre su cabeza, un Amor de ojos ven» dados dispara una flecha a las jóvenes bailarinas. Esta Primavera, en realidad, podría no ser más que el sueño de una noche de verano. V enus, o la N aturaleza, asiste a la danza de la Vida (simbolizada por las Gracias) y de la M uerte, representada por el Céfiro inclinado hacia la ninfa que sujeta una flor cortada en sus labios. En cuanto al Nacimiento de Venus, sólo tiene de antiguo el tema. La diosa del amor nada debe a griegos ni a romanos; cubierta por su dorada cabellera, vibra en ella una pura y cálida encarnación del Rena­ 1450-1500 Botticelli (1446-1510) Genios de la pintura • 77 cimiento, emergiendo de las oscuras olas azules y llevada hacia las playas de Italia. Algunos autores pretenden que, en el ocaso de su vida, Botticelli se afilió al partido de Savonarola. Durante la dic­ tadura del exaltado dominico, el pintor se refugió en casa de uno de sus hermanos, defensor acérrimo del predicador. Deseaba simplemente ponerse a salvo de las persecuciones; demostró además su fidelidad a los Médicis ilustrando la Divina Comedia para la segunda rama de la familia. N o hay que buscar en los sermones de Savonarola la explicación del carácter de las últi­ mas obras de Botticelli, sino en su melancolía, que derivó en enfermiza y degeneró en neurastenia. Pintó aún una obra maes­ tra, la Natividad llamada de Londres, y luego se limitó a sobre­ vivir a su época, hasta 1510. Al morir contaba setenta años. Domenico Ghirlandajo, pintor mundano Domenico Ghirlandajo pertenecía también al círculo de Lo­ renzo y decoró con sus frescos la iglesia florentina de Santa María Novella. La fachada de este templo es obra de León Bautista Alberti y por primera vez enlazáronse las partes supe­ rior e inferior de la fachada, llenando los ángulos rectos con volutas en forma de S, procedimiento que se generalizó a finales del Renacimiento. Los frescos de Ghirlandajo nos ofrecen hom­ bres distinguidos y sabios y también bellas mujeres. Estas evi­ dencian el mismo carácter mundano que con tanta violencia combatía Savonarola: «Los jóvenes dicen de la primera mu­ chacha que encuentran por la calle: "Ahí está María Magdale­ na”, pues hoy las mujeres de la calle prestan sus facciones a las santas en las iglesias. De este modo se va a buscar lo sagrado en el fango y la vanidad entra en la casa del Señor. Es impo­ sible creer que la Virgen anduviera vestida como la representáis vosotros. Os lo aseguro: ella llevaba vestidos pobres, pero voso­ tros la pintáis como una cortesana». Pero todo ello no impide que el goce de vivir expresado por la pintura de Ghirlandajo se mantenga en el marco de una encantadora reserva y de una composición de alta calidad. Ltíca Signorelli, el genio de Orvleto En la antigua ciudad de Orvieto, sobre una elevada planicie rocosa entre Roma y Florencia, Lucca Signorelli decoró la Ghirlandajo (1449-1494) 1450-1500 78 © E l arte del Renacimiento italiano catedral con grandiosos frescos. Era toscano, murió a la edad de unos ochenta años, en 1523, o sea, tres después de Rafael, y tuvo su mejor época hacia 1500. Los frescos de Signorelli constituyen el triunfo del desnudo y del dramatismo. La catedral gótica de Orvieto fue quizá construida por el arquitecto de la catedral de Florencia, Arnolfo di Cambio, quien terminó el edificio a principios del siglo xiv. La decisión de erigir una catedral en Orvieto fue adoptada apenas se produjo un espectacular milagro, en 1263, en la vecina localidad de Bolsena: residía aquí un sacerdote bohemio que sentía dudas acerca de la transubstanciación, es decir, el cambio real del pan y del vino en cuerpo y sangre de Jesucristo, en la Eucaristía. Poco antes, la Iglesia había proclamado el dogma de la transubstanciación. Un día, el sacerdote incrédulo vio con estupor que sangraba la Hostia que acababa de consagrar. Unos dos siglos y medio después del prodigio, Rafael decoró el Vaticano con un fresco que representaba la misa de Bolsena, dando así al episodio su última forma artística. Medio siglo antes que Signorelli iniciara sus trabajos en la catedral de Orvieto, Fra Angélico había trabajado en Roma para el sabio Nicolás V, uno de los papas más representativos del Renacimiento. Con ayuda de Benozzo Gozzoli, el piadoso artista pintó en las bóvedas de una de las capillas el advenimiento de Cristo y sus apóstoles en el día del Juicio. La obra quedó interrumpida en 1455 por la muerte del artista y del papa, Medio siglo des­ pués, Signorelli emprendió la obra de decorar los muros de la capilla y completar los trabajos de Fra Angélico. Signorelli nos muestra cómo el Anticristo pierde a los seres humanos con sus predicaciones y prodigios. Otro fresco de Signorelli representa la Resurrección. Ange­ les musculosos hacen sonar las trompetas y el sonido se prolonga a lo lejos, sobre la tierra. Los muertos recuperan sus formas terrestres y los esqueletos se recubren de carne; aparecen cabe­ zas y piernas esparcidas por el suelo, y los cadáveres se agitan y renacen; jóvenes y doncellas se divierten y manifiestan su alegría. Pero Signorelli no hubiera sido un auténtico pintor rena­ centista de no haber mostrado en la capilla de Orvieto, junto a escenas de juicio y de castigo, el aspecto agradable de la vida terrena. Se identifican en estos frescos los retratos de Virgilio, Ovidio, Horacio y Dante, rodeados de una multitud de faunos y animales extraños, inspirados en el rico tesoro decorativo tan popular durante la segunda etapa del Renacimiento, y que cons­ 1500 Luca Signorelli (¿-1523) El pintor de los Borgia • 79 tituye la principal contribución de este período al desarrollo ornamental. Signorelli, pintor de la belleza varonil, trabajó sobre todo en Umbría, pero mantuvo relación con Lorenzo de Médicis, en Florencia, a quien dedicó su célebre Pan, los pastores y la ninfa Eco, en que aparece el dios del campo bajo los rasgos de un muchacho con patas de macho cabrío y llevando la media luna sobre la cabeza. Los contrastes de los cuerpos blancos y morenos, su modelado exquisito y una admirable luz plateada invitan a comparar tan bella composición con la pseudo-Pnmavera de Botticelli. LOS COMIENZOS DEL RENACIMIENTO EN ROMA, CENTRO Y NORTE DE ITALIA Pinturicchio, pintor biógrafo Pinturicchio nació en Perusa hacia 1455, y utilizó, como Signorelli, ornamentación de grutescos, para el encuadre de sus frescos en los aposentos vaticanos del papa Alejandro VI Borgia, y son considerados como de los mejores realizados en los primeros tiempos del Renacimiento. Se ha tratado de identificar a Lucrecia Borgia, hija favorita de Alejandro, en un personaje de la obra: una hermosa joven, dé rubia cabellera, que discute con cincuenta filósofos acerca de las leyes. La joven es santa Catalina, patrona de la Facultad de Filosofía de la universidad de París. En los mismos frescos aparece el tirano Majencio, a quien se ha querido identificar con César Borgia, hermano de Lucrecia. Pinturicchio representó a Alejandro VI, entonces de unos sesenta años de edad, revestido de manto recamado de perlas y la cabeza con tonsura sacerdotal; a sus pies, una tiara de oro. Su rostro, de rasgos precisos, contempla respetuoso una imagen de Jesucristo. Todas estas salas Borgia del Vaticano impresionan por su riqueza, colorido, variedad de temas, de figuras y otros detalles decorativos. En un lugar, dos viejos libertinos intentan seducir a la hermosa Susana, sentada en la fuente; en otro, aparecen todas las ramas del saber, simbolizadas por jóvenes; en otra parte, las divinidades Isis, Osiris y el buey Apis; este último alude al toro heráldico de la familia Borgia... Cuando murió Alejandro, Pinturicchio trabajaba en la biblio­ teca de la catedral de Siena, en una serie de frescos que repre­ Pinturicchio (1454-1513) 1450-1500 80 • Bl avie del Renacimiento italiano sentaban, como en un pictórico cuento de hadas, las efemérides más notables de Pío II, predecesor de Alejandro. Entre una multitud de personajes, se ve a Eneas Piccolomini (el futuro Pío II) durante un viaje, proclamado príncipe de los poetas, y, por fin, tras una vida de estudio y de placeres, entronizado en el solio pontificio. Su elección, representada en uno de los frescos, tuvo efecto en la basílica de Constantino en Roma, el templo más antiguo de la cristiandad; algunos decenios más tarde, con una estrechez de miras poco menos que vandálica y auténtica carencia de piedad, este maravilloso edificio sería des­ truido, para edificar en su lugar la nueva basílica de San Pedro. Melozzo da Forli y la corte de Urbino Se ha aludido al papel que desempeñaron durante el Re­ nacimiento italiano los príncipes, los papas y otras personali­ dades de primera fila: los Gonzaga en Mantua, la familia de Este en Ferrara, los Sforza en Milán, la familia Malatesta en Rímini, Cosme y Lorenzo de Médicis en Florencia y los papas Nicolás V, Pío II, Sixto IV y Alejandro VI Borgia en Roma. En Italia central, a algunos kilómetros del Adriático, se yergue sobre una montaña la pequeña ciudad de Urbino, que fue también importante centro artístico durante la segunda mitad del siglo xv. Gobernaba allí Federico de Montefeltro, nom­ brado duque por Sixto IV, un «condottiero», antiguo discípulo del humanista y pedagogo Vittorino da Feltre, que se inte­ resaba mucho por las artes y las ciencias. Fue protector ,de Piero della Francesca, que, en prenda de gratitud, pintó su duro perfil de nariz aguileña; Montefeltro ayudó también a Melozzo da Forli, discípulo de Piero, que realizó numerosos cuadros para el palacio que el duque se hizo construir en Urbino, en los que representa a Federico y a otros eruditos arrodillados ante siluetas femeninas, alegorías de las ciencias que se estudiaban en la' corte de Urbino. Federico de Montefeltro hizo traducir a Aristóteles y alcan­ zó reputación de literato. En Urbino también trabajó Juan Santi, padre de Rafael, gran artista, pero que casi no pudo ejercer influjo alguno sobre su hijo, pues murió cuando el niño apenas tenía once años. En aquella época, Guidobaldo, hijo de Federico, ya había sucedido a su padre; compartía su afición a las artes, lo propio que su bella esposa, Isabel Gonzaga. En la corte de Urbino se representó, en 1513, la primera comedia 1450-1500 El teatro, en el Renacimiento ® 81 en italiano, titulada La Calandria, debida al futuro cardenal Bibbiena, cuyo estilo parece influido por Boccaccio. El argu­ mento de La Calandria se desenvuelve en torno a un hermano y una hermana que se parecen extraordinariamente y que son separados por las vicisitudes de la guerra, aunque llegan juntos a Roma, ignorando cada uno la presencia del otro en la ciudad. Todos los papeles eran, por supuesto, desempeñados por hom­ bres. La obra se representó en Roma incluso en presencia del papa León X, cuando Bibbiena había recibido ya el capelo cardenalicio. Muchas de estas representaciones teatrales se hacían inter­ minables, hasta para el público de la época. Isabel de Este nos dice que los espectadores a menudo bostezaban de aburrimien­ to. En su inmensa mayoría, las obras no eran más que serviles imitaciones de comedias griegas y latinas, que sólo podían divertir a los eruditos. Es preciso esperar hasta fines del si­ glo xvi para que el drama moderno llegue a su perfección en Inglaterra, con las obras de Shakespeare, cuyas piezas, rebo­ santes de poesía, intriga y belleza, nos muestran con frecuencia un reflejo del Renacimiento italiano, o en España con las co­ medias de Lope de Vega. Andrea Mantegna, viril y plástico A mediados del siglo xv, Andrea Mantegna era todavía un adolescente, pero era ya considerado como un gran artista. Originario de Vicerfza, trabajó primero en Padua, y luego en Mantua, durante los cuarenta últimos años de su prolongada existencia. La vida artística era muy intensa en Padua y su universidad era un foco cultural de la Italia del centro, lo bas­ tante importante para merecer el sobrenombre de «segunda Florencia». Fue allí donde Giotto pintó sus maravillosos frescos a principios del siglo xiv y asimismo trabajó allí el florentino Filippo Lippi. Donatello, también florentino, realizó en Padua su estatua ecuestre del «condottiero» veneciano Gattamelata, la primera obra de este género creada desde la antigüedad clásica. En política, Padua militaba junto a Venecia desde comienzos del siglo xv. El estilo de Mantegna, severo, viril y plástico, evidencia un conocimiento profundo de la arquitectura romana y también una aguda sensibilidad por la belleza. Sus pinturas recuerdan a veces unos relieves romanos redivivos. Sus cartones, proba­ blemente concebidos para tapices, describen el triunfo de Julio 1450-1500 82 • El arte del Renacimiento italiano César con admirable riqueza de detalles; en ellos se perciben muchedumbres de guerreros romanos, jarros gigantescos, ele­ fantes de combate y, por fin, al propio César, en su carro de guerra. Cartones que eran empleados como elementos decorati­ vos de teatro, cuando se representaban obras de Plauto y de Terencio. Mantegna fue también el renovador del grabado. Sus obras vigorosas influyeron en el mejor artista del Renacimiento ale­ mán, Alberto Durero, discípulo suyo a los cuarenta años. Donde demostró ser un verdadero precursor fue en los techos que pintó, en los que se diria que se abren para dejar ver el cielo, tanta es su extraordinaria ilusión espacial. Estos techos fueron muy admirados por los pintores de los siglos xvn y xvni, quie­ nes, en cambio, despojaron de todo mérito el resto de su obra. En la corte de los Gonzaga, tan amigos de las artes, pudo Mantegna demostrar de cuánto era capaz. El marqués Luis Gonzaga le encargó un grupo de retratos que debía ejecutar para una sala del palacio de Mantua y que se consideran los primeros retratos modernos. Cierto es que Gozzoli y Ghirlandajo habían representado en sus frescos temas religiosos, con importantes políticos y sabios de Florencia asistiendo a deter­ minados episodios bíblicos, pero Mantegna hizQ algo distinto. Pintó a diversos miembros de la familia juntos, en varios fres­ cos, y sin la menor disimulación bíblica. En el fresco de más amplio desarrollo, se identifica a Ludovico, entonces sexagena­ rio, en el momento de recibir una carta y junto a él aparece su esposa Bárbara dé Hohenzollern, con aspecto de robusta ale­ mana; hijos y nietos están agrupados en torno a sus padres. El pedagogo Vittorino. da Feltre se halla también con ellos .—a título postumo.—, lo que evidencia el afecto que se le profesaba en la corte ducal. Otro de los frescos representa un paisaje con un primer plano de los caballos y perros de la familia. También en otro se divisa una ciudad de Italia central, que ocupa el último plano; en primer término, los jóvenes príncipes de la familia Gonzaga saludan a sus antepasados. Andrea Mantegna murió en 1506. En 1474, el año mismo en que pobló sus frescos de príncipes, niños, caballos y perros, nacía en el castillo de Ferrara una princesita, la citada Isabel de Este, que sería con el tiempo, si cabe expresarse así, la encarnación de todas las cualidades que el Renacimiento con­ cebía en una princesa de finales del siglo xv y comienzos del xvi. Mantua se halla situada a siete kilómetros al sur del lago de Garda. Ferrara, a once kilómetros al suroeste de 1450-1500 Mantegna (1431-1506) E l más grande pintor de Perusa • 83 Mantua. Las familias de Este y de Gonzaga estaban unidas por firmes lazos de amistad. Isabel recibió una excelente edu­ cación y, lo propio que su padre Hércules, se interesaba por las artes, el teatro y los viajes. ;Adoraba la música, bailaba mara­ villosamente y hablaba el latín mejor que cualquier otra dama de su época; le encantaban los poetas cuando le dedicaban sus elogios y, más que protegerlos, los consideraba como de la familia. El Perugino y Andrea VerroccMo Como Urbino y Orvieto, otra antigua ciudad de Umbría, Perusa, está situada sobre una plataforma montañosa, y se dijo de ella que la Perusa del siglo xv era la ciudad más sangrien­ ta de Italia; reinaba allí entonces la familia Baglioni. A finales del siglo xv, el mejor pintor de Perusa era Pietro Perugino, maestro de Rafael, que paradójicamente intentaba pintar temas de piedad y de paz en esta ciudad de violencias. Incluso los héroes de sus frescos del Cambio de Perusa tienen algo de apa­ cible y melancólico, aunque se propongan representar el ardor del combate y el arte bélico. El Perugino fue un maestro de la composición simétrica y su discípulo Rafael aprendió mucho de él en tal aspecto. La tranquilidad melancólica de sus personajes es también un rasgo común de ellos, al menos durante el primer período de Rafael. El Perugino no tenía un temperamento simpático; se enemistó con papas y potentados porque no cumplía sus promesas. Era preciso pertenecer a elevada categoría religiosa o política —o de mucho dinero— para conseguir que terminara un encargo en la fecha prevista. La codicia de dinero que caracteriza al Perugino contrasta con la incapacidad para hacer fortuna de Andrea Verrocchio, perpetuamente rodeado de una multitud de hermanos, herma­ nas, nietos y sobrinos, que vivían a sus expensas. Hombre poli­ facético, Verrocchio era escultor, pintor, arquitecto, orfebre, músico, matemático y anatomista, y así no es extraño que un genio tan universal atrajera tan poderosamente al joven Leo­ nardo de Vinci, de quien fue maestro entre 1470 y 1480. Los Médicis fueron cautos y prudentes en evitar las reacciones desagradables de los florentinos, procurando que no se erigiera estatua alguna de la familia en lugares públicos, y reservándose este goce para la intimidad. Lorenzo de Médicis debió de ser bastante feo, pero V e­ rrocchio modeló de él un busto de barro cocido, que demuestra cómo El Perugino (1446-1524) 1470-1480 84 • E l arfe del Renacimiento italiano el arte puede embellecer al más ingrato de los modelos. Su Lorenzo es ciertamente feo, pero «esta fealdad tiene algo de atractivo». Tam bién para Lorenzo el Magnífico, e inspirándose en uno de sus poemas, V errocchio esculpió en mármól el busto de una joven apretando sobre su pecho un ramillete de violetas: M is queridas violetas, esta mano, al escogeros entre muchas otras, os ha dado toda vuestra hermosura y valor... Verrocchio pintó, asimismo, V írgenes de majestuosa belleza, sin olvidar la V irgen rubia y m aravillada de La Gran Anunciación del museo de los Uffizi, cuyo ángel bien podría ser del joven Leonardo de V inci y las flores de algún otro discípulo de su taller. Poco antes de la famosa conspiración de los Pazzi, Verroc­ chio legó al arte occidental la escultura más espiritualizada de D avid: el héroe esboza una sonrisa que expresa su victoria con discreción exquisita. Por su afán de perfección, y sin duda también como consecuencia de su dispersión artística, Verroc­ chio empleó casi veinte años en acabar su Incredulidad de Santo Tomás, para la iglesia de Or' San Michele, y falleció en 1488, antes de que se erigiese en Venecia su grandiosa estatua ecues­ tre del «condottiero» veneciano Colleone, que, de pie sobre los estribos, parece formar un todo con su fogoso caballo de guerra. Los artistas venecianos de finales del siglo XV La maravillosa Venecia, reina del Adriático, la ciudad donde se aunaban la mística, el esplendor, los placeres y los crímenes, vivió su etapa de máximo impulso en el siglo xv, si bien en el siguiente, su intensa vida artística y refinados placeres atraían aún hacia ella las miradas de toda Europa. La ciudad contaba unos 200 000 habitantes a finales del siglo xv y era una de las mayores ciudades europeas, constituyendo el vínculo entre el norte de Europa y Oriente. Los espléndidos mosaicos de San Marcos, proyectan sus dorados reflejos sobre el arte veneciano hasta el siglo xv. La Edad Media duró allí más que en el resto de Italia, confun­ diéndose el gótico y el Renacimiento durante la primera mitad del siglo xv. Carlos Crivelli nos permite fijar un punto de par­ tida en cuanto al arte de esta ciudad singular. Formado en la escuela de Murano y luego en la de Padua, Crivelli se orientó pronto hacia una técnica en la que dominan influencias bizantinas y alemanas. Durante toda su vida artística 1450-1500 Verrocchio (1435-1488) M aestros venecianos de la pintura • 85 permaneció fiel a una sobriedad de dibujo que matiza y enri­ quece la magnificencia de los decorados arquitectónicos, la suntuosidad de los trajes, la variedad en las telas e incluso el aterciopelado de los festones de frutas. Su arte semeja el de un orfebre del color que utiliza intencionadamente el oro como elemento esencial. Pero existe en este primitivismo tardío algo de fantástico e irónico que le distingue claramente de los verdaderos pin­ tores del gótico. Su vida —si fuera algo más conocida— nos revelaría más, sin duda, sobre su desconcertante visión del mundo y de los hombres. Las santas que pintó parecen coque­ tear con los viejos y barbudos doctores de la Iglesia; su María Magdalena; de nariz afilada, lanza de soslayo una mirada tam­ bién coquetona; su apóstol Andrés tiene rasgos y gestos que rozan la caricatura... Ahora bien, el hecho de que Carlos Crivelli, pintor de iglesias, fuera condenado en 1457 por rapto y adulterio, explica bastante su psicología, y el que, pese a ello, Fernando de Capua le nombrara caballero, demuestra que en los últimos años del siglo xv había sobrada indulgencia con los impulsos de la carne. Con mucho realismo imaginativo, Vittorio Carpaccio nos ofrece el aspecto de Venecia en sus grandiosos cuadros pinta­ dos entre 1490 y 1500. So pretexto de describir la vida de Santa Úrsula, nos muestra los canales bordeados de casas color ocre, con ventanas caladas y chimeneas retorcidas, las azoteas que se asoman al agua, las góndolas y sus gondoleros. En la galería, las damas de trajes escotados esperan algún visitante; aquí, un adolescente tocador de laúd deja caer sus rubios cabellos sobre su instrumento; allá, un pavo real se contempla más hermoso que el mármol de la balaustrada... Todo ello rebasa lo pura­ mente narrativo y conduce como por ensalmo a la poesía; la irrealidad misma de los personajes contribuye a introducirlos en el mundo de lo legendario. Bellinl y las nuevas actitudes Giovanni Bellini destaca entre los pintores venecianos de finales del siglo xv. Fue influido por Mantegna, quien se casó con su hermana Nicolasia; pero los venecianos imprimían en su arte un espíritu más cálido y humano que el viril Mantegna, siempre duro y severo. En la Pietá de Milán, María acerca sus labios a la boca contraída de su Hijo, mientras que Juan grita de dolor. Cristo junto al sepulcro es, por otra parte, un Carpaccio (1455-1525?) 1490-1500 86 • El arte del Renacimiento italiano tema predilecto de Giovanni Bellini, así como la Virgen de rostro grave que pintó unas cien veces, si no más. De una pro­ ducción tan inmensa como la de Giovanni Bellini, en realidad, sólo sobreviven las obras maestras, y éstas son retratos precisa­ mente: el del dux Barbarigo, en pie, y, sobre todo, el del dux Loredan, revelador de un poder moderado por la voluntad reflexiva y de la acción inteligente del hombre que mantuvo en jaque a Luis XII. Los primeros decenios del siglo xvi ya desdeñan todo cuanto había producido el siglo anterior, tanto en pintura como en arquitectura. Había de llegar la segunda mitad del siglo xix para que fueran rehabilitados los primeros ensayos del Rena­ cimiento y apreciar más su producción que la de épocas poste­ riores. Si se comparan dos cuadros de Venus pintados por los florentinos Lorenzo di Credi y Franciabigio, uno de finales del siglo xv y el otro de principios del xvi, queda evidente la diferencia de concepción. Hay algo de ingenuo y una timidez encantadora en el primero de los pintores, perteneciente, desde luego, al siglo xv. La Venus de Franciabigio, en cambio, une a su desenvoltura de ademanes cierta noble actitud, y ello debido a que el artista se ha inspirado en Rafael y en otros grandes maestros de principios del xvi. Su personaje desciende por una escalera, lo que enriquece el juego de líneas con un contraposto, postura resultante cuando el peso del cuerpo des­ cansa sobre una sola pierna; actitud que reaparecía más tarde, hasta hacerse reiterativa. MÁXIMO ESPLENDOR DEL ARTE RENACENTISTA Características generales Cuando se habla del primer período del Renacimiento en Italia, se designa con el nombre de «Quattrocento», es decir, el siglo xv. Florencia era entonces el centro de interés, pero existían también otros núcleos artísticos de importancia, como la veneciana Padua, las cortes de Rímini, Ferrara, Mantua y Urbino y, durante la segunda mitad del siglo, la corte pontificia. A finales del siglo xv, el Renacimiento invadió la opulenta Venecia. En el xvi, el siglo del segundo período del Renaci­ miento y comienzos del tercero, también fue en Venecia donde el nuevo espíritu se mantuvo durante más tiempo. El segundo 1475-1500 Giovanni Bellini (¿1430-1516) E l mayor genio del Renacimiento • 87 período del Renacimiento empieza hacia 1500 y abarca los dos primeros decenios del «Cinquecento». El resto de este mismo siglo, comprende lo que se llama el tercer período del Rena­ cimiento. Los artistas del primer período pretenden reflejar los rasgos característicos de sus personajes en formas sencillas y graves; los precursores del segundo período, Leonardo de Vinci y Ra­ fael, tienden a lo grandioso y lo sublime. Quizá podría expre­ sarse así la diferencia entre estas épocas: el primer período creía en el carácter, la segunda descansaba su fe en la armo­ nía, y la tercera —que empieza con Miguel Ángel— creía en la fuerza. Leonardo de Vinel, hombre universal Leonardo de Vinci vive la época de transición entre el pri­ mero y segundo períodos y participa del espíritu de cada uno de ellos. Su gigantesca personalidad llevó a sus últimos límites la complejidad del Renacimiento, su energía e inquietud crea­ doras. Hijo natural de un escribano florentino y de una campesina, nació Leonardo en la localidad toscana de Vinci, en 1452. T o­ davía adolescente, trabajó en el taller de Andrea Verrocchio, en Florencia. En 1482 estaba a punto de terminar su primera gran obra, la Adoración de los Magos, cuando dejó Florencia para dirigirse a Milán, donde Ludovico el Moro buscaba un escultor que llevase a cabo la estatua ecuestre de su padre, Francisco Sforza. Aceptó Leonardo de Vinci el encargo, pero, en lugar de ponerse a trabajar inmediatamente, buscó durante mucho tiempo la forma de llevarla a buen término, estudiando los caballos y la técnica de la fundición del bronce. A este ritmo, necesitó dieciséis años para terminar la maqueta del caballo. Entretanto, había terminado la Virgen de las Rocas, donde triun­ fan, a la vez, su filosofía neoplatónica y su solución del problema de la luz y de las sombras: «La grata permanece en la penumbra —ob­ serva Giulio Cario A rg an —; los personajes se encuentran como sus­ pendidos entre la luz que se infiltra por el fondo y la que procede del exterior, en el límite de la luz y de la sombra, y son silueteados por una y por otra. La vibrante sucesión de planos determina la conti­ nuidad de los contornos; la suavidad en la transición de los diversos términos, la caricia del claroscuro, producen, a la vez, el difuminado pictórico y la gracia de actitudes y de expresión: aquí aparece esta suavidad (dolcezza) que para los contemporáneos era la aportación particular de Leonardo a la definición de belleza pictórica». Leonardo de Vinci (1452-1519) 1450-1500 88 « E l arte del Renacimiento italiano Pero aún hay algo más en esta obra que la mera realización de un ideal de belleza. Leonardo de Vinci conocía a M arsilio Ficino y sus traducciones de Platón, Plotino, Hermes Trism egisto y Dionisio Areopagita. Sin duda, se sintió atraído por la analogía entre el mito de la caverna de Platón y el nacimiento de Jesucristo en una cueva. «La Virgen, hoy, da a luz al Inmaterial —canta el himno de Rom a­ nos—■ y la tierra ofrece una gruta al Inaccesible.» Son también originales la composición del cuadro y el movimiento de las manos. Fred Bérence las interpreta como un cuarteto vocal, apreciando que Isabel bendice, pero encajando al propio tiempo un acorde recogido por la Virgen, que con el dedo da el tono al peque­ ño san Juan, quien, a su vez, lo pasa al N iño Jesús en gesto de ado­ ración. La ilusión del cuarteto es tan perfecta, que creemos oír acla­ mar a la Luz resplandeciente en la caverna del mundo. Leonardo vivió en Milán de 1480 a 1500; en la corte del ostentoso Ludovico Sforza cumplía, a la vez, las funciones de artista y de ingeniero. Dirigió los trabajos de un canal, resuci­ tando los proyectos de los sabios helenistas de Alejandro, esbozó los planes de las máquinas más extraordinarias, comprendiendo en ellas los carros de asalto, el avión y el helicóptero. Buscó también, sin cesar, técnicas nuevas y colores inéditos y una la­ mentable consecuencia fue hacer sus obras, muy vulnerables a los estragos del tiempo. Sesenta años después de haber reali­ zado su conocida Cena —pintada no según el viejo método del fresco, sino por medio de una mezcla de su invención—, su obra se hallaba muy deteriorada. El cuadro representa el momento en que Jesucristo exclama solemne: «¡Uno de vosotros me hará traición!», y traduce la impresión que estas palabras producen en los apóstoles, en cuyos rostros se lee la extrañeza y la cólera. Este fresco mues­ tra algo enteramente nuevo, y es el juego de las actitudes: los apóstoles gesticulan como auténticos italianos. El autor de «La Gioconda» En cambio, el retrato de Monna Lisa, llamada La Gioconda, parece plasmar lo imperceptible. Es el único retrato de Leo­ nardo cuya autenticidad no ofrece dudas, y también la única de sus obras acabadas que ha llegado hasta nosotros en relativo buen estado de conservación. El cuadro fue realizado ha­ cia 1500 y representa una bellísima napolitana de unos veinti­ cinco años, esposa de un magistrado florentino, Francisco del Giocondo —de ahí su nombre'—. El lienzo es universalmente co~ 1480-15Q0 <<La Giocondas (1500) D os uvbirienses ilustres « 89 nocido por la expresión misteriosa del personaje, en que parece percibirse una sonrisa; la bella mujer, apoyada en un balcón, lleva un vestido de tela verde oscuro; un paisaje rocoso forma el trasfondo; la cabeza, el pecho y las manos del modelo evo­ can el principio expresado por el propio Leonardo: «¡El mode­ lado, he ahí lo más importante: es el alma de la pintura!». Se cree que el artista trabajó durante cuatro años en su Monna Lisa, obra maestra que fue adquirida por Francisco I. Fue robada del Louvre en 1911, pero se recuperó en Florencia dos años después. Leonardo parece que mostró poco interés por la política. Estuvo al servicio de Ludovico Sforza, pero cuando los fran­ ceses despojaron a Ludovico y se apoderaron de Milán, Leo­ nardo entró al servicio de Luis XII, rey de Francia, y luego al de su sucesor, Francisco I. En 1519, Leonardo murió en Amboise. Era un hombre apuesto y de aspecto impresionante, en quien arte y ciencia se fusionaban en una unidad superior; fue un investigador de primer orden, dotado de un espíritu agudo y de notorio sentido crítico. Leonardo anhelaba acre­ centar sus conocimientos mediante sus investigaciones y ex­ periencias personales y rehusaba dejarse guiar por la enseñanza de testimonios autorizados. «Aquellos que sólo estudian a los autores antiguos y descuidan el estudio de la propia naturaleza, no son verdaderos hijos de ella, sino más bien hijastros», decía; palabras que expresan una nueva concepción del universo. Bramante, padre de la arquitectura vaticana El arquitecto Bramante y el pintor Rafael, ambos de Ur­ bino, fueron los precursores en la búsqueda de aquel sentido de las proporciones, de la armonía y serenidad que constituyen los rasgos más característicos del segundo período del Rena­ cimiento. A finales del siglo xn surgió el estilo gótico en Francia, al norte de los Alpes, para propagarse luego a Alemania, Países Bajos, Inglaterra, Escandinavia y, en el sur, hasta la Península Ibérica; formas arquitectónicas que perduraron varios siglos. Pero Italia adopó la basílica romana como modelo para sus edificios religiosos. Donato Bramante consideraba el templo circular, con cúpula y columnata antiguas, como ideal del san­ tuario cristiano. En Roma, sobre el lugar donde según tradición fuera crucificado san Pedro, erigió la pequeña iglesia circular del Tempietto; y, en sus planos para la basílica de San Pedro, Bramante (1444-1514) 1480-1515 90 9 El arte del Renacimiento italiano la más monumental iglesia del mundo, trató de expresar el ideal arquitectónico del Renacimiento en su segundo período: el tem­ plo circular con cúpula. Bramante residió en Milán en la misma época que Leonardo, o sea en los últimos decenios del siglo xv, y al ser destronado Ludovico Sforza por los franceses en 1499, Bramante huyó a Roma, donde permaneció hasta su muerte, en 1514. Allí recibió el encargo de reunir en armonioso con­ junto todas las construcciones erigidas sobre la extensa área del Vaticano. San Pedro sería el principal edificio de este grandioso com­ plejo. La antigua basílica de San Pedro, construida en el si­ glo iv por Constantino, primer emperador cristiano, fue demo­ lida a mediados del xv, desapareciendo la iglesia matriz de la cristiandad, donde, durante un milenio ininterrumpido, resona­ ron oraciones e himnos, la que presenció la escena de un Carlomagno de rodillas ante su altar mayor para ser coronado como emperador de los cristianos. Un nuevo templo, de dimensiones enormes, la sustituiría; los trabajos se iniciaron en 1506 y pro­ siguieron durante ciento veinte años, antes de que el edificio estuviera dispuesto para su inauguración solemne. Entre los numerosos arquitectos que trabajaron en la basílica, figura el joven Rafael, originario de la misma región que Bramante, pero fue Miguel Angel quien aportó la mayor contribución a las obras, unos treinta años después de la muerte de Bramante, y la cúpula, erigida según sus diseños, constituye una. auténtica maravilla. Al morir Miguel Ángel, sus planos y los de Bramante fueron modificados; la nave principal se alargó y abandonóse la forma de cruz griega, con cuatro brazos de igual longitud, para adoptar la de cruz latina. La fachada con columnatas fue construida a comienzos del siglo xvn. Del propio modo que el Renacimiento intentó armonizar la doctrina pagana de Platón con las concepciones cristianas, quiso dedicarse al Dios de los cristianos en la capital de la cristian­ dad un templo monumental integrado por una cúpula romana, aunando la bóveda latina con el peristilo griego. Rafael, pintor polifacético Esta mezcla ensayaba en la bién en Rafael. por los artistas años marchó a 1500 de paganismo y de cristianismo que Bramante basílica de San Pedro, puede observarse tam­ Nacido en Urbino en 1483, fue muy influido de la corte ducal, y al cumplir los diecisiete Perusa, donde recibió lecciones del Perugino. Rafael (1483 1520) Las vírgenes vafaelisias 9 91 Las imágenes que pintó al principio de su carrera evocan de modo inevitable las de Perugino por su dulzura y melancolía. Cuando en 1504 Rafael llegó a Florencia, contaba unos vein­ tiún años. Falleció a los treinta y siete. Resulta asombrosa la inmensa producción de Rafael creada en tan corta existencia. Sus Vírgenes, en particular, le dieron gran celebridad. Varios de sus lienzos presentan dimensiones apropiadas para las casas particulares; otros, bastante mayores, estaban destinados a adornar altares. Algunas de sus Madonnas aún nos parecen hoy ingenuas y encantadoras, una de ellas la Virgen del jilguero, que Rafael pintó en sus comienzos. María aparece sentada bajo aquellos árboles filiformes que tanto apreciaban los artistas de su época, y el niño Juan ofrece a Jesús un jilguero. El conjunto logra, según la tesis de Leonardo de Vinci, una profunda armonía entre la naturaleza y los per­ sonajes. H acia 1515, realizó Rafael la más famosa de sus Vírgenes, la M adonna de San Sixto, cuya imagen es reproducida hoy hasta la saciedad. El lienzo, destinado primero a un claustro de Piacenza, fue a parar a Dresde a mediados del siglo xvm e inspiró a Goethe los si­ guientes versos: Imagen primera de la madre, reina de las mujeres; un pincel mágico le ha dado vida. Tembloroso de emoción, pese a su dignidad, un hombre se arrodilla. Silenciosa, una mujer permanece extasiada. Rafael estaba dotado de un talento polifacético. Sus retratos de pontífices y de otros personajes de su época, unen a su belleza una excelente expresión de caracteres que la posteridad nunca dejó de ad­ mirar. Rafael nos muestra el austero rostro barbudo de Julio II, las abotagardas facciones de León X. Son muchos los críticos que con­ sideran que Rafael logró en este terreno la cumbre de su arte con un retrato, ejecutado en negro y gris plateado, de Baltasar de Castiglione, el Petronio de su época, árbitro de la elegancia y del buen vivir y que escribió, en 1528, una obra que sus contemporáneos admiraron en extremo, 11 Cortegiano (Libro del Cortesano). Probablemente gracias a las recomendaciones de su amigo y admirador Bramante, pudo Rafael, entonces de veinticinco años, ser llamado a Roma por el papa Julio II, para decorar con frescos algunas salas del Vaticano. De sus cuatro Stanze ■ —pa­ labra italiana que significa sala, aposento—, una sola parece haber sido decorada enteramente por Rafael. Sus discípulos, 1504-1508 92 @ B l arfe del Renacimiento italiano que siempre le rodeaban, trabajaron en las otras tres salas según esquemas y dibujos del maestro. En cuanto a la estancia deco­ rada por Rafael, la Camera della Segnatura (Salón de la Firma) constituye un santuario del Renacimiento, un lugar cumbre. En el momento mismo en que Rafael trabajaba en la Segnatura, Miguel Ángel, entonces de unos treinta años, pintaba sus fres­ cos en el techo de la Capilla Sixtina, a pocos pasos de allí. Las grandes obras rafaellstas Quizá en la Escuela de Atenas, Rafael exprese mejor que en ningún otro cuadro el ideal de belleza renacentista; en este fresco de la propia Camera della Segnatura, los sabios de la Antigüedad —de hecho, retratos de contemporáneos.—■aparecen reunidos bajo las majestuosas bóvedas de un grandioso edificio parejo al que Bramante imaginaba, precisamente en esta época, como basílica de San Pedro. Platón lleva su Timeo bajo el brazo y Aristóteles su Ética; sugiriendo la unidad y continuidad providenciales del saber humano. Frente a la Escuela de Atenas, Rafael pintó otro gran fresco, la Disputa del Santísimo Sacra­ mento, cuyas líneas convergen hacia el centro, donde se halla el cáliz con la Hostia. En otro de los muros aparece reunido el Parnaso, en torno a una ventana; es decir, el dios Apolo, ro­ deado de las musas y de poetas. La pared opuesta está decorada con pinturas que exaltan la justicia y su universalidad. En la segunda sala pintó Rafael la célebre Misa de Bolsena, A algunos metros de distancia trabajaba Miguel Ángel en sus obras y Rafael, con su enorme capacidad de asimilación, fue poderosamente influido por su vigor expresivo y su sentido de lo trágico, al realizar los cartones para los tapices de la Capilla Sixtina, escenas del Nuevo Testamento en que se ad­ vierte, además de la pureza de líneas propia de Rafael, algo de la sublime grandiosidad de Miguel Ángel. Otra gran obra fue la decoración de las Logias del Vaticano, una larga galería .situada en el último piso. A decir verdad, los discípulos trabaja­ ron en ellas más que el maestro y a ellos se deben los diversos pasajes de la Historia sagrada, encuadrados en bella ornamen­ tación. Se admite, no obstante, que Rafael decoró en persona los muros y pilares, según modelos de ornato antiguo, exhu­ mados precisamente en aquellos años, entre las ruinas de la Casa Dorada, de Nerón, y que sirvieron de cimientos a las Termas de Trajano. Al descubrirse, se creyó que estas piezas eran grutas y el estilo ornamental recibió el nombre de gru­ 1508-1516 Precursores del barroco # 93 tesco. Esta ornamentación reaparecería, bajo una u otra for­ ma, en casi todos los estilos de los siglos venideros, a base de vegetales o animales estilizados, o a veces la planta metamorfoseada en animal. Esta ornamentación grutesca adopta infi­ nitas variedades en la cerámica y en el bordado, en especial durante la segunda mitad del siglo XVI. Rafael pintó tres desnudos, Las tres Gracias, a comienzos de su carrera, a las que podría muy bien llamarse sus musas, si se recuerda la estancia que decoró en la villa romana del banquero Agostino Chigi, que más tarde recibiera el nombre de Villa Farnesio. Este rico banquero de Siena era célebre poi su carácter hospitalario, y también por la belleza de su amante, la cortesana Imperia. Rafael la representó en la figura de Safo (en su fresco del Parnaso) y también bajo los rasgos de la mujer arrodillada, cuyo noble perfil aparece en su último lienzo, la Transfiguración. En Villa Farnesio, ya embellecida por la presencia de la hermosa Imperia, decoró Rafael una estancia con escenas inspiradas en la leyenda de Amor y Psiquis, y tam­ bién aparece en ella la ninfa Galatea. En esta parte de su obra, Rafael deja traslucir su alegría de vivir y la más auténtica feli­ cidad. Rafael murió en 1520. Durante el primer período del Renacimiento, Jacobo della Quercia y Luca Signorelli habían sido precursores» en ciertos aspectos de la obra de Miguel Ángel; asimismo, la escultura vigorosa y apasionada de este último, su pintura y su ansia de espacio y de grandeza en la arquitectura, anuncia en cierto modo este tercer período del Renacimiento, al que también se ha llamado barroco. En un mismo período pueden coexistir diversos ideales artísticos. Entre 1520 y 1530, la Edad Media se perpetúa en la obra de Perugino, y en los mismos años, el Correggio pinta Madonnas donde parece insinuarse ya la sen­ sualidad y coquetería del siglo xvm. MIGUEL ÁNGEL, EL ÚNICO Una adolescencia genial Nadie es tan famoso en la historia del Arte como Miguel Ángel. Nació en 1475, en el pueblecito toscano de Caprese, donde su padre Ludovico Buonarroti, noble' florentino, era pri­ mer magistrado. El talento del muchacho se manifestó muy pronto, e inició su carrera a los catorce años en el taller de Miguel Angel (1475-1564) 1475-1490 94 ® El arte del Renacimiento italiano Domenico Ghirlandajo, donde fue influido por las obras del pintor y grabador alemán Martín Schóngauer. Supo asimilar lo mejor del arte florentino y obtuvo el privilegio de sentarse a la mesa de Lorenzo el Magnífico, quien le hizo educar con su propio hijo Juan, el futuro papa León X. El joven halló en Masaccio otro genio que compartía sus concepciones artísticas y se sintió muy impresionado por la fuerza expresiva, la gravedad y el tremendismo de su obra. Muchos artistas jóvenes estudiaban entonces copiando los fres­ cos que el maestro pintara en la capilla Brancacci. Pero un día, Miguel Angel criticó con tanto ardor los dibujos de uno de sus compañeros, Pietro Torrigiano, que éste le descargó un tremendo puñetazo; a Miguel Ángel le quedó desde entonces deformada la nariz y sufrió toda su vida a causa de esta feal­ dad, de la que se aquejó amargamente en sus poemas. En 1494, Miguel Ángel se dirigió a Roma, donde admiró el Apolo del Belvedere y otras obras del arte antiguo recién des­ cubiertas. También allí el joven artista (sólo contaba veintiún años) recibió un importante encargo del embajador francés, un grupo de mármol que representara a María con el cuerpo exá­ nime de su Hijo, tema que en Italia es designado por el nombre de Pietá. Miguel Ángel trabajó varios años en la realiza­ ción de esta obra artística en que el cuerpo de Cristo, desplo­ mados brazos y piernas, descansa en las rodillas de su Madre. El grupo fue expuesto en San Pedro, que sería, por decirlo así, la iglesia personal de Miguel Ángel. Cuando le reprocharon que su Virgen parecía demasiado joven para tener ya un hijo de treinta y tres años, replicó que cuanto más pura es una mujer, más joven aparenta ser. En Florencia, donde residió varios años, Miguel Ángel rea­ lizó en primer lugar su Gigante, tallando en un enorme bloque de mármol de Carrara, que yacía en una cantera, al joven David con su honda en la mano, dispuesto a ir al encuentro de Goliat. El adolescente de quince años fue representado como un gi­ gante y completamente desnudo. La estatua fue colocada ante el Palazzo Vecchio, entre entusiastas aclamaciones. Y después de este testimonio de su genio creador, como si pretendiera alejarse del colosalismo y de la violencia, Miguel Ángel esculpió su Madonna de Brujas, cuyas reducidas dimensiones acentúan la gracia y la profunda religiosidad de la obra. Después se le encargó que pintara la batalla de Cassina para el salón de sesio­ nes del Palazzo Vecchio, propuesta que recibió también Leo­ nardo de Vinci, pero desgraciadamente no pasó del dibujo. 1490-1504 «Z,a Pietá» (1497) El artífice de la Sixtina @ 95 Miguel Ángel' y el papa Julio II En 1505, Miguel Ángel recibió del papa Julio II un encargo que le produjo enorme satisfacción, el de esculpir el monu­ mento funerario del pontífice. Julio II anhelaba —deseo carac­ terístico del hombre renacentista.—■ crearse fama y gloria des­ pués de su muerte en el santuario del pasado, y adquirir una especie de inmortalidad en la tierra. Mientras Miguel Ángel trabajaba en esta obra monumental, descubrióse durante la primavera de 1506, y en las ruinas del palacio de Tito, el grupo de Laocoonte, una «escultura barroca de la antigüedad» rebosante de angustia y de tensión patética. Miguel Ángel se sintió identificado con el espíritu de esta obra de arte y admiraba ante todo la intensa pasión expresada en el grupo. N o era el único en pensar de este modo. «Nadie se inte­ resa ya por el Apolo del Belvedere ■ —escribía el embajador veneciano en Roma'—■. El Laocoonte le ha relegado al olvido.» Hasta casi tres siglos después, en pleno apogeo del neoclasi­ cismo, no sería reivindicado el Apolo del Belvedere como ideal de la escultura. Entretanto, el monumento funerario de Julio II se convertía en auténtico drama para su autor, que siendo anciano aún se lamentaba de haber sacrificado su juventud a dicha obra escul­ tórica. Su trabajo quedó interrumpido muchas veces y no lo finalizó hasta 1545, y ni siquiera entonces dejó terminado del todo el monumento. La figura principal es la de Moisés, expre­ sando su cólera hacia el pueblo de Israel, que adorna el becerro de oro. Al artista se le ofrecía un excelente modelo de la per­ sonalidad de Julio II, de temperamento tan colérico como im­ presionante. El Moisés del monumento aparece acompañado de Lía y Raquel, que representan, respectivamente, la vida activa y la vida contemplativa. Además, el Louvre posee en la actualidad dos estatuas de esclavos destinadas seguramente' al sepulcro de Julio II; uno de ellos lucha desesperadamente para romper sus ligaduras; el otro, abatido por el dolor y la impo­ tencia, se resigna a su suerte. N o se sabe con exactitud por qué tan grandiosa empresa fue interrumpida la primera vez. Hay quien opina que se debió a la informalidad del papa al no pagar a Miguel Ángel las pie­ dras que éste había encargado y abonado, informalidad que le movió a abandonar Roma; sea como fuere, lo cierto es que Julio II ordeñó suspender los trabajos, con gran disgusto de Miguel Ángel, y sus diferencias degeneraron en un conflicto 1505-1508 96 • E l arte del Renacimiento italiano que podría calificarse de «monumental». Entre dos personali­ dades de tal categoría, ello era inevitable, aunque poco tiempo después parecieron calmarse los ánimos: el papa se congració benévolo con su artista preferido, si bien permaneciendo in­ flexible en lo relativo al monumento cuyos trabajos no se reanu­ darían, pues Miguel Ángel debía pintar antes el techo de la capilla privada del papa," la famosa Capilla Sixtina. El artista rehusó primero, con el justificado pretexto de que no era pintor, sino escultor; no obstante, se dedicó resignado a dicha tarea. Miguel Ángel decoró los techos de la Sixtina sin ayuda de dis­ cípulos y necesitó cuatro años para terminar el conjunto. El techo mide cuarenta metros de largo por trece de ancho y el artista hubo de trabajar recostado de espaldas encima de un andamiaje que él mismo se construyó. Creando una «Creación» Los frescos de la Capilla Sixtina simbolizan los designios divinos con respecto a la Humanidad. En el gran espacio cen­ tral de la bóveda aparece la Creación. Dios se sostiene en el firmamento por su propia omnipotencia, sin ayuda de alas como los ángeles; presenta los rasgos de un noble anciano, sabio, fuerte y majestuoso, que nos recuerda un poco al propio Miguel Ángel. En una de las escenas desciende a la tierra para des­ pertar a Adán a la vida, bastando que el dedo de Dios se acer­ que a su mano para que el padre del género humano, mara­ villado, abra los ojos. En otra escena, Dios Padre se halla sobre la tierra, junto a Adán dormido; Eva surge del costado de su compañero. En otro de los frescos se halla representado el pecado original y el Árbol de la Ciencia. Con gesto voluptuoso, Eva —la más bella figura femenina de Miguel Ángel— tiende con indolencia la mano hacia el fruto prohibido. Al otro lado del árbol, Adán y Eva son arrojados del Paraíso y algo más lejos aparecen el Diluvio y otros pasajes del Antiguo Testamento. A cada lado de estas escenas centrales aparecen sentados los hombres que predijeron ía venida del Mesías, los profetas, con modelado preciso y escultural. Entre ellos se hallan las sibilas, mujeres que —según la tradición religiosa— anunciaron a los paganos la venida del Redentor. Espléndidas figuras de mancebos simbolizan, sin duda, el Valor y la Misericordia, la Tempestad y la Calma, y expresan también el respeto y admi­ ración que Miguel Ángel y su época sentían por el cuerpo humano. 1508-1525 Una «Pietó» de Giovanni Bellini (fra g m e n to ). Dos retratos de la escuela veneciana: a la derecha, una cortesana pintada por Carpaccio en el siglo XV; a la iz­ quierda un auto rre tra to del Tintoretto (siglo X V I). ► El arte veneciano del siglo XVI señala el abandono de la inspiración religiosa y se expande lib rem en te e n tre los tem as profanos. A rriba. «El concierto cam p estre» de Giorgione. A bajo, «La Venus de U rbino», del Ticiano. Miguel Ángel, político • 97 Época de turbulencias El año 1525 señaló el comienzo de un período de catástrofes para la Italia central. En 1527, las tropas alemanas y españolas de Carlos V pusieron sitio a Roma y la ciudad fue tomada, saqueada y asesinados muchos de sus residentes. El papa Cle­ mente VII fue hecho prisionero y hubo de pagar un cuantioso rescate; el hábil y prudente pontífice era hijo natural de Julián de Médicis, el inteligente joven asesinado en la catedral de Flo­ rencia por la familia Pazzi. Inmediatamente después del saqueo de Roma, estalló la revolución en Florencia. Apenas partieron los Médicis, el repu­ blicano Miguel Angel se apresuró a dirigir los trabajos de for­ tificación de la ciudad, pero Clemente VII se reconcilió con Carlos V y ciñó a su antiguo enemigo la corona de oro del imperio. En agradecimiento, los Médicis, parientes del papa, fueron restablecidos de nuevo en Florencia y el partido de Miguel Ángel, a su vez, hubo de sufrir las consiguientes repre­ salias. El artista fue perdonado a condición de terminar los monumentos funerarios encargados por León X, hijo del gran Lorenzo de Médicis, pero como la tumba de Julio II, tampoco las de los Médicis quedaron dispuestas. Ambos sepulcros figuran entre los más grandiosos de toda la escultura funeraria. En los dos monumentos expresa Miguel Ángel su propia angustia ante la suerte de la Italia de su época. Representan a dos príncipes de la familia Médicis, revestidos de generales romanos. Julián, el hijo segundo de Lorenzo el Magnífico, había sido comandante en jefe del ejército pontificio y aparece sobre uno «de los sepulcros, sentado y triste, con el bastón de mando entre sus bellas manos; en el otro se identifica a Lorenzo, sumido en íntimos pensamientos; fue nieto del Mag­ nífico y padre de la reina Catalina de Médicis. Además, Miguel Ángel decoró cada sepulcro con dos desnudos recostados, un hombre y una mujer, que expresan a la perfección un sentido alegórico, tan característico de la poesía y del arte figurativo de la época. Los desnudos representan el Día y la Noche, sobre la tumba de Julián; y sobre la de Lorenzo, la Aurora y el Crepúsculo. Esta vez se diría que Miguel Ángel hallábase conmovido ante el drama de la caducidad de la vida. Si señaló con vigor la transición de la materia a la forma, dejando ciertos aspectos esbozados, lo debió en gran parte al arte atormentado de la época helenística. ¿Se percató de ello? Sin duda, ya que en sus 1525-1534 98 E l avíe del Renacimiento italiano Pietá de la catedral de Florencia, de Palestina y de Rondonani disciplinará más el movimiento ^descenso y ascenso a la vez—' para tender de nuevo hacia la espiritualidad pura. Por fin, en el año 1534, Miguel Angel regresó a la Ciudad Eterna y el pontífice Paulo III Farnesio le nombró primer arquitecto, pintor y escultor del Vaticano. El «Juicio Final» Su última obra maestra fue un fresco de extraordinarias dimensiones, que cubre todo un muro de la Capilla Sixtina y describe el Juicio Final. El artista representó a Cristo con los rasgos de un joven héroe desnudo que con poderoso gesto de su brazo parece decir: «JApartaos de mí, malditos!». Al son de las trompetas del Juicio, las tumbas devuelven sus muertos, los bienaventurados se dirigen hacia el cielo y los con­ denados se precipitan en los infiernos. El cargamento humano es transportado por el barquero Caronte —Dante ya había hecho figurar a este personaje mitológico en la iconografía cristiana del Renacimiento.—■. A golpes de remo, embarca a los condenados en el bajel de la muerte. Una vez en el infierno, los condenados comparecen ante el terrible juez Minos, en torno a cuyo cuerpo se enrosca una enorme serpiente. Minos ha ingresado sin duda en esta «mitología» de la misma forma que Caronte. Toda la obra es un torbellino, un hormiguero de desnudos plásticos, monumental fresco que fue recogido con explosiva admiración, pero también con indignación, hasta que en Navidad de 1541 fue expuesta «a la estupefacción de Roma y del mundo». El papa aprobó la pintura pero desató una campaña de maledi­ cencia contra Miguel Ángel, entre cuyos detractores se sumó el Aretino. Naturalmente, numerosos fieles encontraron indiscreta tanta abundancia de desnudos en la Capilla Sixtina. Las costumbres eran ya menos libres en una época en que la Contrarreforma y la Orden de los jesuítas se hallaban en marcha. Situado entre la independencia cultural del Renacimiento y un ideal más estricto de cuanto la Iglesia estaba en disposición de exigir, Paulo III restableció la Inquisición. El inflexible Paulo IV Caraffa, entronizado en el solio de san Pedro en 1555, ordenó borrar todo el fresco, aunque consintió al fin en hacer pintar vestidos a los personajes más descubiertos. Pero el papa hubo de recurrir a otro artista, porque su autor rehusó enérgicamente encargarse del trabajo. 1534-1541 «Juicio Final » (1541) Los últimos años de M iguel Ángel • 99 Los genios también mueren Miguel Ángel estaba envejecido. Sus hermanos, a quienes prestó a menudo espléndida ayuda financiera, ya habían muerto. El gran pintor vagaba solo pór las calles de Roma; no se había casado y jamás se dejó arrastrar por aventuras amorosas, que tanto, papel desempeñaron en la vida licenciosa de Rafael. En sus últimos años, Miguel Ángel sintió platónica admiración por la bella y piadosa poetisa Vittoria Colonna, marquesa de Pescara, a quien dedicó sonetos de gran profundidad espiritual. Según parece, ella le demostró que ninguna obra de arte, incluso la más valiosa, es inmortal, y que todas las cosas terrenas deben volver al polvo, de donde proceden. Miguel Ángel temblaba ante la idea de que sus obras pudieran ser destruidas, y repetía que en tal caso moriría «una segunda muerte». Pero en uno de sus sonetos se consuela al pensar que el alma encuentra la paz en el amor de Dios, que desde la cruz tie'nde sus brazos hacia los hombres. Después de cuanto había legado a Roma y al mundo, el gran artista ansiaba imprimir aún más su sello en la Ciudad Eterna, transformando y armonizando las cons­ trucciones erigidas en el asentamiento del Capitolio, centro de la antigua Roma. Además, proyectaba coronar la basílica de San Pedro, centro de la cristiandad, con una cúpula maravillosa, y con inmensa satisfacción suyo pudo realizar ambos deseos, aunque no tuvo la alegría de ver su cúpula terminada. Sus contemporáneos testimoniaron un respeto tan profundo como la posteridad a uno de los mayores artistas que hayan podido existir. Miguel Ángel acaso tenía sus debilidades, como cualquier ser humano, pero estaba marcado con el sello . del auténtico genio. El 18 de febrero de 1564, a los ochenta y nueve años, Miguel Ángel moría plácidamente en Roma. Expresó el deseo de reposar en su tierra natal, Toscana, país de la belleza artística, y fue sepultado en la iglesia florentina de Santa Croce. E L A R T E E N P A R M A Y V E N E C IA El Correggio, pintor de la belleza expresiva En oposición a Leonardo de Vinci, que buscaba la «belleza ideal», y a Miguel Ángel, que tendía a la fuerza espiritualizada, al Correggio le preocupó ante todo la belleza expresiva, la de la imagen fugitiva. 1541-1564 100 • El avie del Renacimiento italiano Antonio Allegri nació en 1494 en el pueblecito de Correggio, a cuarenta kilómetros al este de Parma; murió en 1534. Como muchos artistas de su época, el Veronés por ejemplo, adoptó el nombre de su villa natal, la tranquila Parma, que de tan idílica manera se extiende por la campiña y le ofrecía el fondo ideal para su obra. Se estableció en ella al cumplir los Veinte años para decorar un convento de religiosas. En la Italia de entonces, la observancia religiosa no se mantenía con igual rigor en todos los conventos. Damas ricas y distinguidas solían sar enviadas al claustro por su familia y la mayoría de las mujeres que por diversas razones se refugiaban en el convento, aunque esperasen hallar en él descanso tras sus muros, no deseaban por ello permanecer apartadas del mundo. En el convento de San Pablo de Parma, las damas nobles enclaustradas eludían con habilidad todo intento de prohibirles las visitas de sus ad­ miradores. Según parece, la administración municipal era más piadosa que las damas en cuestión y se quejó ante varios papas exigiendo medidas oportunas para poner fin-a los abusos que tenían lugar en San Pablo. En este claustro pintó el Correggio, por encargo de la abadesa Juana. Más tarde, en tiempos de mayor observancia, el entusiasmo por el arte y la belleza permaneció tan intenso en Parma que las sucesivas abadesas de San Pablo respetaron los frescos del Correggio. Sus figuras de Madonnas y de otras santas mujeres conser­ van algo de la inocente sensualidad de los primitivos, y así se manifiesta, por ejemplo, en la leyenda del anillo que el Niño Jesús, en el regazo de María, coloca en el dedo de santa Cata­ lina, como prenda de su desposorio místico con el Redentor; aunque fue ante todo en sus frescos de techos donde el Co­ rreggio ofreció toda la medida de su talento, en ellos fue bastante influido por Mantegna. «Para gloria de la ciudad y para la mía propia ■ —escribió el Correggio sin falsa modestia.—■, me encargo de decorar el coro y la cúpula de la catedral de Parma, por mil ducados de oro.» En ella pintó ángeles y após­ toles envueltos entre nubes. Y en la cúpula representó la Asunción de la Virgen a los cielos, rodeada de una multitud de figuras. Nada aparece natural, ni las figuras, ni la luz, ni los movimientos; pero el conjunto resulta poético y sugestivo. En las postrimerías de su corta existencia, el Correggio pintó algunas de sus mejores obras que infunden vida y belleza nuevas a los viejos mitos paganos de renovación de la natu­ raleza por la lluvia y el sol. Imitando en ello la fantasía de los 1500-1530 Correggio (1494-1534) E l «Cinquecento » veneciano • 101 antiguos, confiere a las fuerzas naturales formas de seres huma­ nos, expresando la alegría del padre de los dioses mitológicos en compañía de las más bellas mortales. Júpiter seduce a Leda bajo la forma de un cisne, a lo bajo la de una nube, fecunda a Danae como lluvia de oro y a Antíope como joven fauno. El Correggio pintó a Leda, lo y Danae para el duque de Mantua, ciudad que conservaba el viejo palacio-fortaleza donde Mantegna pintó sus frescos de la familia Gonzaga, y las estan­ cias de Isabel de Este aparecían decoradas de oro con un gusto extraordinario. Otro hermoso palacio, levantado por orden de Federico, hijo de Isabel, el «Palazzo del Té», muestra aposentos espléndidos, con frescos magníficos donde el arte del segundo período se expresa con toda riqueza. Julio Romano, constructor del palacio, lo decoró también con cuadros rebosantes de sen­ sualidad, donde pueden seguirse las aventuras amorosas de los dioses antiguos. E l Renacimiento en Venecia A comienzos del siglo xvi, Roma era el centro de la vida artística gracias a Rafael y a Miguel Ángel, quienes dejaron su huella en la arquitectura, la escultura y la pintura de la Ciudad Eterna. Sin embargo, no debe olvidarse que también florecieron las artes en Venecia durante todo el «Cinquecento»; fue sobre todo la pintura la que dio brillantez a este período de esplendor cultural en la historia de la gran república mer­ cantil. Giorgione, el Ticiano, Pablo Veronés y el Tintoretto, supieron revivir para nosotros el ambiente de los magnates vestidos de púrpura que dirigían el Consejo de Venecia y de las bellas venecianas, de cabellos de un rubio dorado. Venecia contaba también con una célebre familia de impre­ sores, los Manucio, empresa que publicaba con magnífica tipo­ grafía las obras maestras griegas y latinas, lo propio que otras posteriores, como las. de Dante y Petrarca. Los libros de Manucio despertaban interés en la intelectualidad de la época, y la biblioteca veneciana era lo suficiente digna de albergar tales libros, tan admirados durante el Renacimiento. Después del saqueo de Roma de 1527, el escultor y arquitecto florentino Jacopo Sansovino pasó de Roma a Venecia, donde fue pronto nombrado arquitecto de la República. Autor de un palacio renacentista en el Gran Canal, su principal misión fue, sobre todo, la de construir una biblioteca cerca de la Piazetta, la pequeña plaza de San Marcos, frente al propio palacio de los Saqueo de R om a (1527) 1500-1530 102 • E l arte del Renacimiento italiano Dux, construcción que es considerada el edificio más elegante del segundo período del Renacimiento. Venecia, con sus edificios de mármol blanco y muros de vivo colorido, los mosaicos dorados de la iglesia de San Marcos y las pinturas del palacio de los Dux era, en el siglo xvi, lugar de cita de los viajeros ricos, procedentes de toda Europa. La ciudad contaba entonces unos 200 000 habitantes, casi el doble que Roma antes del saqueo y matanza de 1527. Luego, los pro­ pios venecianos, aunque muy apegados a sus tradiciones, hu­ bieron de admitir que estaba produciéndose una decisiva reno­ vación artística. El dibujo de Leonardo y sus contrastes de luz y sombras enseñaba a los artistas la tendencia a una represen­ tación más viva y plástica. Giorgione, el hombre y la N aturaleza La serie de pintores venecianos del siglo xvi se inicia^glo­ riosamente con Giorgione. Murió aún más joven que Rafael, en 1510, y a la edad de treinta y cinco años. Los críticos dis­ cuten todavía el catálogo de su obra, pero la aportación de su arte es decisiva: creó una nueva concepción expresiva, inte­ grando al hombre en el Cosmos, y así el paisaje de La tempestad o del Concierto campestre no constituye una simple decoración, extraña a los actores, sino que pertenece a la temática del cuadro e impone a los propios personajes un curioso estado de ensueño, el del hombre indisolublemente unido a la natu­ raleza. Giorgione creó el ideal de belleza Veneciana en su Venus dormida, cuyo sueño, misteriosamente velado por los párpados, protege su pureza. Los especialistas han intentado precisar cuántos centímetros cuadrados de rostro y de pecho eran obra de Giorgione, ya que se ha concedido también al Ticiano el honor de atribuirle este lienzo. Hoy se admite comúnmente que, pese a enmiendas y modificaciones, fue Giorgione quien pintó esta mujer de singular belleza, aunque otros pretenden reconocer aún la mano del Ticiano en el paisaje del fondo. Numerosos pintores venecianos —Palma el Viejo, Paris Bordone, Cariani— intentaron perpetuar en sus obras el am­ biente poético de Giorgione, pero se quedaron en simples manieristas; en cambio, Lorenzo Lotto responde con peculiar persona­ lidad a su sensibilidad apasionada, casi romántica, que confiere a sus retratos una inquietud en cierto modo moderna. 1500-1510 Giorgine (1475-1510) s El pintor de los sentidos • 103 El Tiáano, un veneciano genial Mientras Lotto trabajaba aislado en Bérgamo y en las Mar­ cas, el Ticiano intentó la fusión del clasicismo y del senti­ miento lírico. El Ticiano nació hacia M77, fecha de dudosa exactitud, en el norte de Italia, en la localidad de Piave di Cadore, cerca del río Piave y a unos cien kilómetros al norte de Venecia. Pertenecía a una antigua y distinguida familia, los Vecelli. Esta­ blecióse en Venecia y fue allí discípulo de Giovanni Bellini, el mejor maestro del siglo xv, en cuyo taller coincidió con Giorgione, que influyó en su estilo. La obra maestra de este primer período del Ticiano es La fuente del Amor. Una mujer rubia ligeramente vestida aparece sentada y absorta en sus pensa­ mientos junto a un pozo antiguo; al otro lado del mismo, otra mujer desnuda, de formas bellísimas, sostiene un vestido de púrpura sobre un brazo y observa cómo un pequeño Cupido chapotea en el agua con encantadores y traviesos gestos infan­ tiles que el Ticiano sabe retratar a maravilla. Se ha dicho que esta obra simboliza el amor divino y el amor humano; o también la castidad y la sensualidad, o quizás el amor conseguido y el amor desgraciado, aunque no faltan razones para suponer que el tema de la obra está inspirado en la mitología clásica, como tantas otras obras del Renacimiento; en tal caso, pudiera repre­ sentar a Venus convenciendo a Medea para que siguiera a Jasón, en el conocido episodio de la antigua mitología clásica referente a la expedición de los argonautas. El Ticiano prefiere los cuadros color púrpura o vino, el blanco rosado del cutis femenino y los movimientos nobles y majestuosos; se ha dicho de él, además, que era mejor pintor de los sentidos que del alma. Fue un hombre que pudo y deseó vivir en la opulencia y que, de vez en cuando, olvidaba sus escrúpulos de conciencia al tratarse de cuestiones de dinero. Residía en una hermosa mansión veneciana, desde cuyo jardín, en pendiente hasta el mar, podía vislumbrar a lo lejos las mon­ tañas donde transcurrió -su infancia. Hacia los treinta años se casó con su amada Cecilia, hija de un barbero de su región natal. Al morir ella, le dejó dos hijos, uno de los cuales dilapidó la fortuna paterna, y una hija, Lavinia, que aparece a menudo en sus cuadros. Tras la muerte de su madre, parece que la hermosa Lavinia se ocupó de la casa donde su padre agasajaba a sus invitados; se casó con Cornelio Sarcinelli y recibió una cuantiosa dote. Ticiano (¿1477-1576) 1480-1530 104 • El arte del Renacimiento italiano El mundo del desnudo artístico Como nadie, el Ticianó consiguió dar realidad vital al des­ nudo. El mito de Danae, del que creó varias versiones, le proporcionó ocasión para ello. Su Danae no es la joven casi nubil del Correggio, sino una mujer de espléndidas formas, cuyo seno vibra bajo la amorosa nube de oro. Alfonso de Este, hermano de Isabel y esposo de Lucrecia Borgia, fue uno de los mayores admiradores del Ticiano, y cuando el gran pintor hubo terminado su maravillosa Asunción de María, destinada a la iglesia de los Frari de Venecia, fue sin duda Alfonso quien le encomendó el célebre cuadro en que aparece el fariseo que preguntaba a Cristo si se estaba obligado a pagar tributo al César. Acaso sea ésta la más bella figura de Cristo que jamás se haya pintado. El rostro astuto y la mano burda del fariseo forman violento contraste con la dignidad serena de Jesús. Se cree que el duque tenía intención de colgar el lienzo a la puerta de su tesorería, para ofrecer así un discreto aviso a sus súbditos. En el siglo xvi, Alfonso convirtió Ferrara en un verdadero centro cultural donde no sólo florecían las artes, sino también la poesía. Ariosto, autor del célebre Orlando furioso, permane­ ció gran parte de su vida en la corte de Ferrara y describió en versos vivaces, a menudo con cierto humorismo, los héroes más o menos míticos que rodeaban a Carlomagno; cómo los paladines combatían a los sarracenos con ayuda de una especie de amazonas o walkyrias, y cómo Rolando se volvió loco por un amor sin esperanza. Tasso, que trató en forma legendaria las cruzadas en su epopeya Jerusalén libertada, se relacionó asimismo con la corte de Ferrara. Por largo tiempo fue considerado como uno de los más bellos cuadros del Ticiano, el retrato de Eleonora Gonzaga, hija de Isabel y duquesa de Urbino; pero no se sabe exacta­ mente si el Ticiano quiso ofrendar la inmortalidad a la citada duquesa, a una cortesana célebre o a una modelo de extra­ ordinaria belleza. La opulenta ciudad de Venecia contaba con mujeres inteligentes y de excelente educación, que traficaban con sus encantos; a principios de siglo dejó de llamarse peca­ doras a estas damiselas, sustituyendo tal vocablo por el de cortesanas, es decir damas de la corte; las amantes de los papas, en especial, se ampararon en el eufemismo de dicho «título»; algunas de ellas fueron inteligentes y cultas y se les daba el epíteto, más o menos impropio, de honesta y honorable. 1515-1532 Ticiano, conde palatino • 105 Cuando Montaigne recorrió Italia durante la segunda mitad del siglo xvi, quedó bastante sorprendido al ver cómo los ca­ balleros hacían galantemente la corte a tan venales mujeres. Los caballeros italianos pretendían, en efecto, que para atraerse los favores de una mujer era preciso antes recorrer todas las etapas del ritual amoroso, comprobándose hasta qué punto la rudeza medieval había cedido su puesto al refinamiento rena­ centista; no obstante, la sociedad seguía manifestándose brutal y cruel hacia la misma especie de mujeres si pertenecían a clases humildes. Considerar que la belleza física es una virtud, al propio tiempo que la espiritual, constituye un rasgo típico del Renacimiento. Carlos Y y el Ticiano Federico Gonzaga, hijo de Isabel, proporcionó al Ticiano la gran oportunidad de ponerle en contacto con Carlos V ; ambos pudieron conocerse durante una estancia del emperador en el viejo castillo de Mantua. El Ticiano pintó varios retratos de] soberano, a la sazón de treinta años, y coronado en aquel enton­ ces (1530) por el papa en Bolonia. Carlos no poseía en verdad mucha belleza, pero aparece muy majestuoso en el retrato que de él hizo el Ticiano en 1533. El artista ocultó la flaca pierna del emperador y una barba cuadrada disimula el prognatismo de los Habsburgo, que el Aretino había ridiculizado, Le representó así, en compañía de su perro favorito, apareciendo Carlos con altivo aspecto y aire de grandeza. El monarca sintió tal afecto por el pintor, que aquel mismo año, hallándose en Barcelona, le nombró «conde del i palacio de Letrán, miembro de la corte imperial, consejero de Estado y conde palatino, con todos los derechos inherentes a tal dig­ nidad». El gran artista llevó a cabo numerosos retratos de un empe­ rador que tanto afecto le mostraba. El mejor de ellos quizá sea el que representa a Carlos V montado en un caballo castaño oscuro, con la banda roja de los caudillos guerreros borgoñones, galopando junto al Elba, tras su victoria sobre los protestantes en Mühlberg; «el caballo tasca su freno dorado y resuella por los ollares». En 1544, para su último retrato, el Ticiano pintó a su em­ perador con los rasgos de un «pobre pecador». En la bóveda celeste resplandece la Trinidad, el Padre, el Hijo y, bajo la forma de paloma, el Espíritu Santo; cuadro que fue llamado 1530-1544 106 • El arte del Renacimiento italiano La Gloria y representa, en efecto, el triunfo de la trilogía di­ vina, con la Virgen María junto a Dios, en calidad de mediado­ ra. Más abajo aparece Moisés con las tablas de la Ley y N oé que sostiene un modelo en miniatura del Arca. En el ángulo derecho, el emperador Carlos, arrodillado y vestido con un sudario, implora la gracia divina para él y para los suyos. Carlos V murió con la vista fija en este cuadro. El Ticiano retrató a un gran número de personajes impor­ tantes y bellas damas. Su mejor retrato del prudente y sagaz Paulo III, muestra al papa Farnesio en conversación con sus dos nietos; uno de ellos, Octavio, se casó con Margarita de Parma, hija natural del emperador Carlos, y de este enlace pontificio-imperial nació el gran estratega Alejandro Farnesio. Precisamente para Octavio pintó el Ticiano su Dante. En los postreros años de su vida, su pincelada se hizo más suelta y destacada; su técnica se renueva y «su alejamiento de la materia aumenta el sentido vital», escribe Pierre Poirier; pero el público no supo apreciarlo. Otros pintores, en cambio, en especial el Tintoretto, admiraron mucho las últimas obras del maestro; dicho pintor se entusiasmó tanto por La coronación de espinas que, conmovido, el Ticiano le obsequió con el pre­ cioso lienzo. Al cumplir el Ticiano los noventa y nueve años de edad, comenzó a pensar en la muerte, que no tardó en llegar. Suplicó a los religiosos de la iglesia de los Frari que le sepultaran en su santuario, y a cambio de esta gracia les pintó una Piétá. En aquella iglesia reposan hoy los despojos del mejor pintor vene­ ciano, el cantor de la belleza y de la alegría de vivir. Paolo Yeronés, pintor del lujo y de la mujer La pasión por el lujo y el culto por la belleza femenina, tan característicos de la Venecia del siglo XVI, se dan cita en Paolo Veronés, nacido casi medio siglo después del Ticiano. Como su nombre indica, era oriundo de Verona, pero su obra puede catalogarse en el seno del arte veneciano y puede incluso afir­ marse que es típica de esta escuela. En 1563 realizó para el convento de San Giorgio Maggiore una pintura monumental (70 m2), destinada al refectorio y que representa las bodas de Caná, cuyo fondo arquitectónico es grandioso: un patio abierto, rodeado de impresionantes columnas de mármol y una torre­ cilla ante la que dos palomas blancas vuelan hacia el cielo azul. En torno a una mesa en forma de herradura, Jesús preside 152S-1563 Veronés (1528-1588) El pintor de la suntuosidad • 107 una asamblea rebosante de colorido, donde aparecen la reina Eleonora de Francia, la reina María de Inglaterra y el galante Francisco I; además, entre el sultán Solimán I y el emperador Carlos V se halla la célebre Vittoria Colonna, marquesa de Pescara, musa inspiradora de Miguel Ángel; ilustres personajes, muchos de los cuales ya habían muerto cuando se pintó el cua­ dro. En primer plano, varios músicos, que son en realidad algunos de los grandes maestros de la pintura veneciana: Paolo Veronés sujeta un violín, el Ticiano pulsa los graves sonidos de un violoncello, y Jacopo Bassano toca la flauta. Años más tarde, pintó Veronés para otro claustro un lienzo sobre el mismo tema, y esta vez hubo de comparecer ante la Inquisición para responder de sus profanas audacias, y como le reprocharan que había representado bufones entre los após­ toles, replicó que «los pintores se toman las libertades de los poetas y de los locos». Veronés, aficionado a la suntuosidad, fue el pintor de las fiestas espléndidas y de las hermosas venecianas con las que tuvo la suerte de tropezarse. En realidad, ello era un privilegio, ya que las damás de la alta sociedad veneciana vivían muy retiradas y —como las mujeres de la antigua Atenas— casi recluidas en sus casas, donde tenían tiempo de estudiar las nuevas modas francesas y dedicar muchas horas a cuidar sus cabellos con productos químicos, a fin de darles la tonalidad del famoso «rubio veneciano». Y como también en Atenas, sólo las «hetairas» o cortesanas se mostraban en público. Una de las más bellas siluetas femeninas logradas por el Veronés es Elena, madre de Constantino el Grande, que, según la tradición, descubrió la cruz de Jesucristo en Jerusalén. La santa, vestida de rico brocado, aparece adormecida sobre un banco, en bella actitud, aunque algo profana y ya barroca; en su sueño contempla el vuelo de los ángeles que sostienen la Cruz. Veronés había decorado numerosas villas en el norte de Italia y contaba con muchísima clientela. Sus obras eran apre­ ciadas en diversas cortes principescas. En cuanto a la opulenta Venecia, era sólo a la Inquisición a quien no complacían las bellezas rubias del Veronés, porque el gobierno local veía en ello tan pocos inconvenientes que admitía en las salas más solemnes del palacio de los Dux cuadros como aquel en que Zeus, metamorfoseado en toro blanco adornado con guirnal­ das de rosas, rapta a la ninfa Europa. El techo de una de las salas más ricas de este palacio aparece decorado con otra 1563*1575 108 9 El arte del Renacimiento italiano pintura del Veronés, El triunfo de Venecia. La serenísima Re­ pública, deificada y coronada por la Victoria, permitía una vez más al pintor crear grandes espacios pictóricos, haciendo llegar su composición desde el suelo al mirador y de éste al cénit. El Tintoretto: belleza y pasión El último gran pintor veneciano del xvi, Jacobo Tintoretto, parece haber adoptado por lema: «la belleza es pasión». El Ticiano y el Veronés pintaron con preferencia el placer radian­ te y la felicidad sensual; en cambio, el Tintoretto tiende al sombrío patetismo de Miguel Ángel, a quien considera su maes­ tro, y, como éste, adora lo colosal. Nada le gustaba tanto como pintar personajes de enormes dimensiones; y la mayor parte de sus lienzos se hallan inmersos en una atmósfera de tormenta, pesada e inquietante. Fue uno de los primeros en pintar una tempestad en el mar. También admiraba lo que en el siglo xvi era el centro de interés del arte veneciano: la belleza femenina. Así, entre las mejores obras del Tintoretto figura El salvamento, donde apa­ rece un caballero liberando a dos blancas siluetas femeninas de un castillo encantado; todavía con sus cadenas, embarcan en una góndola mecida por el oleaje marino. En su exaltación a la mujer legendaria, el Tintoretto alcanza la cumbre de su arte con Susana en el baño. Sentada en un bordillo, la casta bañista saca del agua el pie derecho y se dis­ pone a introducir la otra pierna, movimiento que destaca el perfil de la espalda y la belleza de un rostro delicado, menudo, que contrasta con las formas opulentas del cuerpo. La luz do­ rada del sol en su ocaso ilumina veladamente y acentúa la poética lozanía de Susana, mientras que los ancianos permane­ cen ocultos a la sombra de un seto. En 1588, el Senado veneciano había encargado a Paolo Veronés la decoración de la sala del Gran Consejo en el pala­ cio de los Dux, con un amplio fresco que representara el Paraíso, pero el Veronés murió aquel mismo año, y el Tin­ toretto, según sus propias palabras, recibió entonces «de Dios y de los senadores el paraíso en esta vida, con la esperanza de poder penetrar en él también en la otra». En instante alguno de su prodigiosa carrera se dejó avasa­ llar el Tintoretto por ninguna fórmula. Procuró no repetirse jamás y, partiendo del estudio anatómico del modelo vivo y real, evolucionó hacia la búsqueda de la vida interior de ese 1550-1588 T intoretto (1518-1594) La escuela mariiecista <§ 109 modelo, al encuentro de su contenido. Su factura pictórica se hizo cada vez más dinámica y para él la luz se convirtió en espa­ cio. Su Juicio Final, en oposición al de Miguel Ángel, diluye los cuerpos que materializan de esta forma el aire. Y en La última Cena, los rayos grises de la lámpara descolorida crean sombras que disocian los cuerpos, «El hombre parece oprimido por las fuerzas cósmicas de la naturaleza •—observa Vipper—, teme­ roso ante los elementos hostiles de la vida, perdido en el caos de los cataclismos del mundo, y busca la salvación en sí mismo.» Como una observación metafísica de las cosas y de lós seres; también como una prefiguración del impresionismo. EL MANIERISMO A rte florentino a mediados del siglo XVI Al estudiar el arte italiano del Renacimiento observamos que la dirección artística se localiza en distintas ciudades a lo largo de diversos períodos. Florencia fue el centro de la vida artística durante el siglo xv, pero durante los primeros dece­ nios del xvi, los toscanos Leonardo de Vinci y Miguel Ángel, aunque honraron el arte florentino, trabajaron casi siempre en otras ciudades. A mediados del siglo xvi se formó en Florencia una escuela de pintores a quienes se llamó «manieristas», del vocablo ita­ liano maniera, y cuyos lienzos y dibujos recordaban a Miguel Ángel por la disposición de gestos y actitudes. N o alcanzan ni con mucho la importancia de sus predecesores, pero no carecen de interés. Giorgio Vasari, a la vez historiador de arte y pintor, fue en su pintura uno de ellos, y pecó asimismo por exceso de refinamiento. Fue también arquitecto y construyó las salas de la administración comunal de Florencia, llamadas en Italia «llffizi»; esta «Galería de los Oficios» es hoy día famosísimo museo del arte renacentista. Angiolo Bronzino y el retrato cortesano De mayor importancia artística es Angiolo Bronzino, cuyos retratos saben aunar la elegancia soberana de la forma con i ciertas inquietudes neoplatónicas tendentes a idealizar y superar la realidad material. Sus lienzos religiosos y alegóricos poseen menor fuerza de inspiración. Bronzino creó el género de retra­ 1550 110 9 E l arte del Renacimiento italiano tos cortesanos que en Italia, España y Francia, figurarían como obras maestras durante la segunda mitad del siglo xvi. La moda francesa da la pauta en el norte de Italia, desde mediados de dicho siglo; en cambio, en el sur, posesión española en el siglo xvi, predominaban las concepciones artísticas de la potencia ocupante. Luego, a mediados del xvi, la influencia española llega también a Toscana. Cosme de Médicis el Joven, que la gobernaba entonces con bastante rigor, se había casado con una española, Leonor de Toledo, hija del virrey de N á­ poles. Al parecer, Cosme era el tipo perfecto del príncipe sin escrúpulos, el ideal político que Maquiavelo encarnó en César Borgia. Bronzino retrató al gran duque de Toscana, a su esposa e hijos, así como a sus cortesanos, a las damas de su corte y a diversos artistas; todos ellos pintados de frente, con frecuencia sobre un fondo que representa un palacio. Cabe preguntarse, al propio tiempo, si el traje masculino ha sido alguna vez tan elegante y que favorezca tanto como a finales del siglo xvi. U n orfebre selecto: Benvenuto Cellini Bronzino era amigo del orfebre y escultor florentino Benve­ nuto Cellini, nacido en 1500, tipo egoísta y vanidoso hasta el ridículo, que nos legó una autobiografía espiritual rebosante de enseñanzas; al leerlas el lector se persuade de su concupis­ cencia y de su ridicula fatuidad. Cellini era gran admirador de Miguel Angel y repetía orgu­ lloso a todo el mundo que Miguel Ángel en persona admiraba mucho las joyas, sagradas o profanas, que Cellini realizaba en su taller y que, en verdad, eran de innegable belleza. Entre otras, Cellini ejecutó una encuadernación en oro para un misal que Paulo III quería ofrendar al emperador Carlos V. En 1540, Cellini fue llamado a la corte francesa por Fran­ cisco I, el generoso mecenas que anteriormente protegiera a Leonardo de Vinci. Cellini tuvo revelación de su arte en Fontainebleau, ante las escayolas manieristas del Primaticio y de Rosso. Su obra más famosa es un extraordinario salero de oro con pie de ébano; el mar y la tierra, de donde se extraen, respectivamente, la sal y la pimienta, aparecen simbolizados por un Neptuno armado de tridente y una bella mujer de fino cuello, constituyendo la más bella y preciosa ornamentación en madera que se haya realizado nunca'. Por su parte, Fran­ cisco I se hallaba predispuesto a favorecer a Cellini, pero Madame d’Etampes, amante regia en aquel entonces, concibió 1500-1540 Benvenuto C ellini (1500-1571) Maniecisías famosos • 111 tal odio al artista que éste juzgó conveniente volver a su ciu­ dad natal, donde fue muy bien recibido por el gran duque Cosme de Médicis y pudo allí esculpir su obra maestra: el Perseo de bronce, conservado en la Loggia dei Lanzi de Florencia. Juan de Bolonia y H oracio Fontana Entre los escultores, el mejor del grupo de los manieristas fue Juan de Bolonia, que procedía de Flandes y se llamaba en realidad Jean Boulogne, y que supo aunar aquel nuevo estilo con su sensibilidad nórdica, tan atraída por lo material. Esculpió en Florencia su obra, rebosante de dramatismo, El capto de las sabinas, decoró la Loggia dei Lanzi y provocó la admiración de sus contemporáneos con su Mercurio de bronce. El siglo xvi, sobre todo en su segunda mitad, nos ha legado maravillosas «faienzas». Entre los diversos artistas en esta especialidad, destaca Horacio Fontana, que trabajó en Urbino y murió en 1571. Este tipo de cerámica recubierta de ún vidria­ do opaco y poroso a base de estaño, constituye un arte pro­ cedente de Oriente. La «faienza» debe su nombre a una locali­ dad de la Italia central, Faenza, donde se elaboraban en pleno Renacimiento admirables objetos de cerámica, platos y copas espléndidos, pintados con frecuencia, tanto en su parte externa como en su interior, de amarillo, azul y verde. Se representaban en ellos escenas bíblicas y mitológicas, con preferencia des­ nudos masculinos y femeninos. El arte renaceptista en Vicenza y Génova A finales del siglo xvi, el mejor arquitecto del norte de Italia era Palladio. Nació en 1518 en Vicenza, entonces bajo soberanía veneciana, y allí realizó numerosos e importantes tra­ bajos arquitectónicos, entre otros la Basílica Palladiana (Ayun­ tamiento), que conserva salas abiertas y decoradas con colum­ nas,, y un gran salón abovedado con madera. El Teatro Olímpico de Vicenza fue construido según planos de Palladio. El edificio se halla cubierto por excepción, ya que el resto de la construcción sigue el modelo clásico; consta de un anfiteatro y una decoración fija cón tres calles en pers­ pectiva. Fue inaugurado en 1584, cuatro años después de la muer­ te de Palladio, con la representación del Edipo rey, de Sófocles. Palladio aportó su importante contribución al desarrollo de la arquitectura religiosa. Se le debe San Giorgio Maggiore, Palladio (1518-1580) 1530-1570 112 # El arte del Renacimiento italiano iglesia con claustro para la cual pintó Rafael en aquella época sus monumentales Bodas de Cana. Por otra parte, la mayor originalidad de Palladio consistió en superar las lecciones nor­ mativas de la Antigüedad, sometiendo a su propio estilo los cánones clásicos. En sus obras, los órdenes arquitectónicos abarcan toda la fachada, aunque los arquitrabes se dividen, las columnas se separan y las ventanas se liberan de cornisas inútiles y no constituyen más que un elemento en el ritmo espacial. Los italianos llaman «Génova la Superba» —la orgullosa Gé­ nova.— a la célebre ciudad donde se unen las dos Rivieras, la del este o de levante y la del oeste o de poniente. La urbe alinea sus casas de vivo colorido en forma de anfiteatro, bajo un clima subtropical. Génova fue centro comercial importante durante la Edad Media, parecía destinada a aventajar a Pisa, su rival, y disputó a Venecia la hegemonía mercantil en los países del Mediterráneo oriental. En el siglo xvi tuvo su mejor épo­ ca de esplendor y Galeazzo Alessi, discípulo de Miguel Ángel, construyó un palacio allí. Fue probablemente en esta ciudad donde naciera Cristóbal Colón. Otro célebre genovés fue el gran almirante Andrea Doria, que sembró el terror entre los turcos durante casi medio siglo y, sirviendo a las órdenes de Carlos V, no cesó de hos­ tigarles, tanto en aguas griegas como a lo largo del litoral tunecino. Agradecidos los genoveses, dieron a Doria el sobre­ nombre de «padre y libertador de la patria», y Bronzino le pintó con los rasgos de Neptuno, dios del mar, que, también como Doria, fue terror de sus mitológicos enemigos. El palacio Doria, construido según estilo de Galeazzo Alessi, es, con sus enormes retratos, sus salas, sus escaleras y balcones, una de las más bellas mansiones patricias que se conservan en el mundo, mostrando una vez más aquel equilibrio y plenitud que caracterizan al Renacimiento italiano. «Este equilibrio •—es­ cribe René Huyghe.—■ nace de la adecuación perfecta de lo que se percibe y se comprende del mundo, con los medios de representarlo e interpretarlo de que se dispone. Parece que todos los problemas están resueltos o a punto de serlo. Sin embargo, un testigo perspicaz hubiera intuido ya los gérmenes que pondrían en tela de juicio esta certidumbre, basando en otras inquietudes la elaboración de nuevas formas de expresión. La eterna aventura del arte va a continuar.» Por otra parte, se trata sólo de un aspecto de la eterna aventura del hombre. 1550-1584 IT H I I H A i m O AJL N O R T E m m LOIS A L F E § EL ARTE DE LOS PAÍSES BAJOS A FINES DE LA EDAD MEDIA También los artistas de los Países Bajos experimentaron el influjo renacentista, pero tardó cierto tiempo en imponerse allí el movimiento renovador en toda su grandeza. En los Países Bajos, como en Francia e Inglaterra, la pin­ tura se había limitado durante mucho tiempo a decorar arneses para los torneos, a realzar con colores los retablos, las urnas, los pendones, e incluso algunos muebles íntimos. Pero el hecho de haberse extendido el gusto por la lectura a ciertos medios intelectuales o privilegiados, alentó a los artistas a enriquecer los manuscritos con iluminaciones y miniaturas. Se comenzó por ornamentar las letras floridas y capitales, luego se dedicaron a representar personajes, principalmente en los manuscritos reli­ giosos: biblias, evangelios, escritos de los padres de la Iglesia y de los teólogos. A veces, primitivos y tímidos dibujos tomados del natural ilustraban las obras científicas. La multiplicación de los manuscritos de historia y de literatura no hizo sino desa­ rrollar esta antigua técnica pictórica. Van Eyck, realista y sincero Se ha estudiado ya el fomento y participación de los duques de Borgofia en el desarrollo y expansión de la miniatura en los Países Bajos, en los últimos tiempos del gótico. De este arte a la vez preciso e ingenuo, elegante y realista, nace la gran pin­ tura borgoñona. «Se esperaba a los Van Eyck •—escribe Elie Faure—'. N o nos asombramos de encontrarlos tan seguros de sí mismos, sin tener casi nada de primitivos y como si sintieran Jan Van Eyck (¿ 1390-1441) S . XV 114 @ Renacimiento y humanismo al norte de los Alpes tras ellos una tradición ya antigua. Eran, en efecto, el desarro­ llo final del gótico, cuya expresión colorista había madurado poco a poco entre las páginas de los misales.» Jan van Eyck no intenta elaborar un mundo: lo describe, pero con tanta sinceridad que consigue con ella revelar su profunda poesía. Tampoco intenta realizar retratos psicológi­ cos; se contenta con reproducir fielmente los rasgos que observa y el menor matiz de la epidermis, pero logra así ahondar en las reconditeces más secretas del alma. Arnolfini tenía una cabeza de forma muy rara, ojos fatigados, una nariz larga, una boca grande y orejas como hojas de col; cruel y preciso, Jan van Eyck no olvida nada. Unos rostros revelan la dureza del ganan­ cioso; otros, el gusto por la buena mesa, y todo ello descrito simplemente por detalles en la mirada, en las arrugas o la gor­ dura del personaje. En 1432, Jan van Eyck terminó el políptico del Cordero místico, prestigiosa composición teológica de mentalidad medie­ val, dirigida hacia el cielo, pero apoyada sólidamente en la tierra y en sus múltiples atractivos. Van der Weyden, el sentimiento trágico de la vida En el momento en que Jan van Eyck alcanzaba la cumbre de su arte vigoroso, un pintor originario de Tournai se esta­ blecía en Bruselas y era investido del cargo de pourtraicteur o pintor de la ciudad. Rogier van der W eyden conocía Italia y la técnica de los artistas táscanos, que gracias a él tuvo su primer eco en los Países Bajos, pero siguió siendo tan «flamen­ co» como Jan van Eyck. Siil embargo, su naturaleza profunda oponía a ambos maestros: el cantor del Cordero místico amaba la vida y sus alegrías, tanto como el pintor de las Pietá estaba obsesionado por lo trágico de la existencia. El tumultuoso sensualismo de una Edad Media decadente había engendrado una melancolía que las agitaciones políticas y militares transformaron rápidamente en pesimismo. El abuso de emociones fuertes sólo deja en la boca sabor a ceniza, y por ello los relatos de crímenes y de envenenamientos disfru­ taban del favor del pueblo. Un gusto malsano por la sangre y los suplicios se apoderaba de todos en días de revolución. La gente se suicidaba por naderías, como ocurrió en tiempos de Werther. «Ha llegado el tiempo en que deseo morir», escribe Anthonis de Roovere. Rogier van der W eyden no intentó ya expresar la verdad 1432-1436 Van der Weyden (¿1400-1464) M aestros de la pintura holandesa • 115 dej la naturaleza, sino sólo la huella de lo divino. N o es casua­ lidad que evocara con tanta frecuencia el descendimiento de la Cruz. Veía en ello ocasión de pintar la desesperación. La desolación de la Virgen: Sfabat mater dolorosa — Juxta crucem lacrimosa, y la desesperación también de la humanidad, como expresa Eustache Deschamps: «No veo sino locas y locos, ■ —■ El fin se acerca, en verdad •—• Todo va mal...». El ascendiente de Rogier van der Weyden, fácilmente per­ ceptible en las primeras obras de Memling, permite suponer que, entre su estancia en Colonia y su establecimiento en Bru­ jas, el maestro del Relicario de santa Úrsula pasó varios años en Bruselas, en el taller del pintor de Tournai. En todo caso, Rogier van der W eyden es el lazo que une el arte de Hans Memling al de- Jan van Eyck. Hans Memling, el melancólico El pintor de los Desposorios místicos de santa Catalina he­ redó la técnica de sus predecesores, pero la puso al servicio de una concepción de la vida entroncada con la desesperación. Jan van Eyck se detenía casi exclusivamente en la descripción física de su modelo y Rogier van der W eyden intentaba suge­ rir su vida interior, o más simplemente, la piedad resignada. Hans Memling, por su parte, desencarnó al ser humano, lo idea­ lizó, puso en sus rasgos, en su mirada, en su actitud, su propia inquietud y hastío de la vida y de la sociedad. De ahí la imper­ sonalidad de los rostros, que responden casi todos a un tipo único de mujer o de varón. ¿Qué puede haber más revelador que el retrato de M aria Moreel, llamada la pseudo-Sibila? E n las escotaduras o incisos de este cuadro, H ans Memling no se ha atrevido a representar ningún paisaje; el me­ nor rastro de verde o el más ligero rayo de sol hubieran sido inopor­ tunos en esta meditación de ultratumba. El rostro de M aria Moreel, de una palidez terrorífica, no parece de carne, tan exangües son los labios de su boca grande en exceso. La visión apocalíptica de la muerte inmoviliza su m irada helada. Se piensa en las danzas contemporáneas de ICermaria (Bretaña), de Lübeck, de Reval o de Metnitz, en la tumba del cardenal Lagrange o en los versos de Jean Molinet: ¡A y! pobre pecador, considera de dónde vienes y adonde irás; estás de mala materia formado, y morirás. Después te pudrirás en tierra y los gusanos consumirán tu cuerpo... Memling (1433-1494) 1466-1490 116 • Renacimiento y humanismo al norte de los Alpes Cuando sea presa de los gusanos, M aría Moreel no podrá ya exhi­ bir sus siete sortijas, su fino collar, ni su dije de piedras preciosas. Pero quizá conserve su corpiño rojo y negro, evocador del Infierno... Contrariamente a Rogier van der Weyden, Hans Memling no poseía el sentido de (lo trágico y era incapaz de intensidad patética en sus descripciones de martirios. Por ellos su pesimis­ mo, su deseo de evadirse de la realidad, producen a veces la ilusión de una simple melancolía dulzona. El paradójico Van der Goes En aquel mundo en ocaso sólo caben dos actitudes posibles: la evasión en Memling y la crudeza de lenguaje en Hugo van der Goes, el más genial de los pintores primitivos holandeses, con Jan van Eyck, y que fue un alma atormentada. En su famosa Matanza de los inocentes pasa de un extremo a otro: del purísimo amor maternal a la brutalidad militar, y en la Coronación de la Virgen ■ —4a de Buckingham Palace—• ofrece a nuestra contemplación, no una fiesta soñada por algún poeta visionario, sino una galería de egocéntricos y de codiciosos. La codicia y el orgullo son los pecados dominantes de tales bienaventurados... Incluso cuando pinta la conmovedora historia de Jacob y Raquel, Hugo van der Goes se burla del recogimiento espiri­ tual; se ha vuelto escéptico, a fuerza de haber visto la piedad acompañada del desenfreno, la humildad junto a la ambición. Se parece a su pastor que presencia con sonrisa maliciosa el casto beso de Jacob. Hugo van der Goes fue el primero que introdujo en sus obras la miseria de los campesinos flamencos. En su Tríptico Portinari, el grupo de pastores de rostros expresivos muestra a la vez curiosidad tímida y adoración simplona. La miseria del pueblo aparece expresada con una observación muy superior a la de los cronistas, que también representan a los campesinos como las víctimas propiciatorias de las guerras y rebeliones. Hugo van der Goes sensible en exceso, no resistió los violentos contrastes de su época: murió loco en el priorato del RougeCloítre, en el bosque de Soignes, en 1482, año del fallecimiento de María de Borgoña. Después de Memling y V an der Goes, la energía, y la vitalidad desaparecieron de la pintura holandesa del siglo x v ., D irk Bouts fue indiscutible colorista; G erard'D avid, un armonista concienzudo; Adrián 1482 Van derGoes (1440-1482) El Maestro de A ix • 117 Isembrant, un refinado de gracias rebuscadas. Pero las obras de estos pintores revelan que la expresión estética de los primitivos ya se ha agotado; queda poco que decir en ese lenguaje y se acerca la hora de captar las nuevas tendencias renacentistas. Fue entonces cuando en los, Países Bajos se impusieron Geertgen tot St. Jans, Jerónimo Bosch y Lucas de Leyde. Geertgen trabajaba en Leyde y allí murió a la edad de treinta años. Se conocen de él catorce telas, todas ellas de calidad excepcio­ nal, con unas formas más estáticas que las de los primitivos flamen­ cos, y modeladas por una luz fría que anuncia Vermeer de Delft. Pero G eertgen tot St. Jans introdujo también, en varias de sus obras, per­ sonajes deformes que volvemos a hallar, dominando un mundo más inquietante que fantástico, en Jerónimo Bosch. Este pintor trabajó en Bois-le-Duc durante la m ayor parte de su existencia; sus obras han hecho y hacen, aún en nuestros días, estremecer a cuantos las con­ templan. Con él «penetramos en el seno de una demonología real en la que está implicado el hombre entero con su alma y su destino». E n cuanto a Lucas de Leyde, de dotes asombrosamente diversas, fue uno de los primeros artistas holandeses que rompieron con la tra­ dición medieval. Pintor de retratos que sorprenden por su «honradez», pero también grabador en m adera y en metal, había alcanzado una gran m aestría en esos terrenos y experimentó el influjo de Durero, con el que convivió en Amberes y con quien intercambió grabados. Al morir Lucas de Leyde, en 1533, el Renacimiento había triun­ fado ya en los Países Bajos. ARTE FRANCÉS Y ALEMÁN La serenidad olímpica de Jean Fouquet Por su situación geográfica, Francia se encontraba en la confluencia de las tendencias flamencas e italianas; las primeras se manifestaron primero en las provincias septentrionales y en Borgoña, pero fue sobre todo en el corazón del reino, en Angers y en Provenza, donde la inspiración flamenca, al transformarse, dio origen a obras magistrales. El Ttiptico de la Anunciación del Maestro de Aix revela una acuidad de sentimiento fran­ cesa, mientras que las iluminaciones atribuidas al Maestro del Rey René obtienen de la luz una incomparable poesía. N o son las inspiraciones flamencas, sino las italianas las dominantes en Jean Fouquet, aunque sin ahogar jamás su pro­ funda originalidad. «El mundo que nos muestra Fouquet .—o b ­ serva con aciertoCarlos Sterling—' es el de una Francia pacifi­ cada y confiada: hombres puros y tranquilos, animales soberbios situados con audacia en un paisaje sencillo y sonriente en que Carlos V, emperador (1519) 1482-1533 118 ® Renacimiento y humanismo al norte de los Alpes se lee toda la vasta continuidad de la tierra y del cielo, en que la luz es primaveral y las sombras transparentes y suaves. N o por sus ornamentos y sus mármoles es Fouquet un pintor del «Quattrocento», sino por esta serenidad olímpica». Contemporáneo a Jean Fouquet, Enguerrand Quarton pinta su Vicgen de la Misericordia y su Coronación de la Virgen ctín un modelado meridional, una estructura por planos contiguos que se superpone a las formas aún góticas. Las postrimerías del siglo xv señalan un nuevo auge del influjo flamenco: no ya el de Van Eyck, sino el de Hugo van der Goes, muy perceptible en la obra del Maestro de Moulins. Pero también esta vez el carácter francés se evidencia por una elegancia aristocrática y formas amplias. El Maestro de Moulins ocupa en el arte francés el mismo nivel que Gerard David o Adrián Isembrant en el de los Países Bajos: posición de final de trayectoria, brillante sin duda, pero condenada a vegetar sin consecuencias notorias. También el país esperaba un nuevo len­ guaje estético. Grünewald y Cranach, fíeles al gótico tardío El espíritu nuevo no provocó en Alemania una brusca rup­ tura con la tradición medieval. El espíritu gótico, con sus exage­ raciones naturalistas y su dinamismo plástico, domina aún en la obra de Mathis Nithard, llamado Grünewald. Así, el Políptico de Isenheim, retablo pintado para el convento alsaciano de los Antonianos, sigue siendo medieval en su inspiración y ordena­ ción; sólo cierto virtuosismo parece anunciar los nuevos tiempos. Los maestros de la escuela del Danubio, y en particular Altdorfer, son ya más líricos y conceden al paisaje un lugar significativo. Su tendencia aparece de nuevo en las primeras obras de Lucas Cranach el Viejo, pintor singular que se convir­ tió al luteranismo, se estableció en la corte electoral de Sajonia y se reconcilió con la línea gótica y el preciosismo del dibujo sinuoso. Su afición a los desnudos equívocos y el encanto ambi­ guo de sus gráciles mujeres no modifica esta orientación hacia el pasado. El genial Alberto Durero En 1498 empezaron a divulgarse en Nuremberg una serie de quince grabados en madera, con asuntos inspirados en el Apocalipsis; al reverso de cada uno de ellos podía leerse el texto 1416-1480 El avíe de Durero ® 119 bíblico correspondiente. Su autor, Alberto Durero, gracias a su imaginación genial, había logrado dar forma a los pasajes apo­ calípticos de la lucha entre Cristo y el Ángel, del fin dei mundo y del advenimiento del reino de Dios. La manera como Durero traducía en imágenes las profecías del Apocalipsis produjo impresión profunda en sus contempo­ ráneos y sus grabados fueron coleccionados en un libro popular que conmovió hondamente a sus lectores. La publicación de esta obra de Durero poco antes de comenzar el siglo xvi no fue efecto de la casualidad, ya que en aquellos años mucha gente creía inminente el fin del mundo. En la misma época en que Savonarola exhortaba a los florentinos al arrepentimiento y a la penitencia, un sacerdote de Augsburgo anunciaba el castigo di­ vino por los pecados de los hombres: se acercaba el Juicio Final ■ —decía.—■, la Iglesia y el Imperio iban a quedar reunidos bajo el cetro de un poderoso soberano, y luego sobrevendría la gran paz del mundo. Los grabados de Durero expresan el sentimiento de culpabili­ dad, la angustia e incertidumbre ante la catástrofe inminen­ te de que muchas, muchísimas gentes, estaban persuadidas a fines de la Edad Media. «En aquel tiempo el mundo no era tan apacible y tranquilo como se imaginó más tarde, durante la época del romanticismo; al contrario, vivia agobiado por luchas e incertidumbres» •—dice un historiador de la cultura—, «En los talleres de las ciudades alemanas no había sólo felices artesanos consagrados a su trabajo, con una alegre canción en los labios; las iglesias no albergaban únicamente sacerdotes buenos y puros, que celebraban su misa cotidiana; de los castillos fortificados no salían sólo nobles caballeros; en los campos no trabajaban sólo hon­ rados y piadosos campesinos, Al contrario: por todas partes reinaba la inquietud y fermentaba el descontento. En una Alemania dividida, los conflictos religiosos se añadían a las divergencias sociales y polí­ ticas, en la atmósfera alentaban las revoluciones y los hombres de aquel ocaso medieval eran presa de conflictos desgarradores. E ra la época de los grandes contrastes: se estremecían ante la inminencia del castigo divino, pero m ostraban un temple de acero en los campos de batalla europeos; se refugiaban medrosamente en la penumbra de las catedrales góticas y defendían hasta el extremo y sin ceder un ápice sus ideas heréticas. Por una parte, las enfermedades y la miseria, la peste y el nuevo morbo contagioso llamado «mal francés» —la sí­ filis.—•; por otra, una deslumbrante y gozosa ansia de vivir al servicio de la cual se habían puesto el arte y la cultura. E ra la época de los últimos caballeros y de los primeros grandes comerciantes; entre los muros de las ciudades vivía un proletariado descontento, y fuera de las murallas, los aldeanos empezaban a murmurar.» Durero (1471-1528) 1490-1498 120 • Renacimiento y humanismo al norte de ios Alpes Sobre este trasfondo deben situarse las descripciones apo­ calípticas de Durero. Su vida entera estuvo obsesionada por la idea de la muerte, y le torturaba el pensamiento de que no podría escapar al Juicio Final. Este sentimiento de culpabilidad y su carencia de responsabilidad personal le impulsaron a la creación de su obra, aunque parece que el resultado no le satis­ fizo por entero, sino en raras ocasiones. Durero era melancólico, pensador y reflexivo, y por el hecho de vivir tan intensamente su época supo expresar en su arte, y de manera impresionante, la evolución espiritual de su siglo, la transición que abarca el final de la Edad Media, el Humanismo y la Reforma. Pírckfaeimer, un mecenas alemán Entre 1490 y 1500 vivía en Italia un joven estudiante ale­ mán, satisfecho de la vida, Wilibald Pirckheimer, que admiraba mucho a los eruditos y a los ricos soberanos como Ludovico Sforza y se apasionó por la lengua y la cultura del país. Se dedicó al estudio de Platón y regaló a su padre, patricio rico y respetable de Nuremberg, las obras de Marsilio Ficino y de otros filósofos. Después de pasar su juventud en el extranjero, Pirckheimer se convirtió a su vez en uno de los principales burgueses de Nuremberg y desempeñó un papel de primer orden, tanto desde el punto de vista político como cultural. Su hermosa casa pa­ tricia estaba abierta a todas las celebridades literarias y tomó parte activa en el movimiento humanista, traduciendo las obras de diversos autores clásicos, griegos y latinos, y en primer lugar las de Platón, Aristóteles y los estoicos. Wilibald Pirck­ heimer, «orator et senator et miles», gran amigo de Alberto Durero, ejerció asimismo poderoso influjo en la evolución del gran artista. En la época en que Pirckheimer estudiaba en Italia, llevó a cabo Durero su primer viaje al sur, probablemente durante los años 1490 al 1495; visitó primero Venecia y de allí se dirigió a Roma; tuvo también ocasión de estudiar las artes en la Italia septentrional y en la Italia central; es probable que admirara, entre otras¿ las obras de Leonardo de Vinci. Pirckheimer acompañaba a Durero y se apresuró sin duda a iniciarle en los diversos aspectos de la cultura italiana y de este modo el gran artista, que hasta entonces viviera en el mundo intelectual y pictórico del gótico, pudo ponerse en con­ tacto con la Antigüedad clásica, tal como la interpretaba el Renacimiento, influjo ya sensible en sus grabados sobre el Apo1490-1500 La Apocalipsis, según Durero • 121 Inspirada en el capítulo X V I I del Apocalipsis, según san Juan, esta xilografía de Alberto Durero simboliza la perversión de Babilonia. 1490-1498 122 • Renacimiento y humanismo al norte de los Alpes calipsis. Otro viaje a Italia (1505-1507) acentuó aún más las impresiones recibidas. Después de introducir a Durero en la vida cultural del Renacimiento, Pirckheimer contribuyó en gran manera a des­ pertar el interés del artista por las nuevas corrientes culturales. La amistad de Pirckheimer y Durero sitúa la literatura del Renacimiento alemán en contacto muy estrecho con el arte pictórico; amistad que duró toda su vida y cuando murió Du­ rero, en 1528, Pirckheimer escribió una oda de circunstancias, poema que es, a la vez, un monumento dedicado a la gloria del gran artista y un himno conmovedor en memoria del amigo difunto. L a obra de Durero Sabemos que Alberto Durero no cesó de estudiar a lo largo de toda su existencia, lo que le convirtió en uno de los hombres más cultos de su época. El propio Erasmo afirmaba que Durero conocía a fondo la literatura religiosa y filosófica, las matemá­ ticas y la astrología, y que podía sostener un debate con cual­ quier erudito. Su poderosa imaginación prestó forma artística a las ideas de que estaban penetrados tan profundamente sus contemporáneos; era para él una necesidad vital determinar su posición y conocer en qué situación se hallaba en medio de las escisiones espirituales de su época. Hacia 1513-1514 realizó Durero sus tres mejores obras, los «Meisterstiche»: El Caballero, la Muerte y el Diablo, La M e­ lancolía y San Jerónimo. Los historiadores de arte discutieron mucho tiempo acerca del sentido de estas grandes creaciones, y se han dado toda clase de eruditas interpretaciones a través de los años. El Caballero puede simbolizar la preocupación reli­ giosa; el patriarca san Jerónimo, la investigación literaria culta (el humanismo); finalmente, la Melancolía podría muy bien ser la imagen ^de las ciencias naturales. Con todo, esta hipótesis! nos parece especiosa; sin duda es más sensato suponer sencilla­ mente que los tres grabados expresan las obsesiones de Durero en aquella época, la piedad (Jerónimo), la actitud moral y el comportamiento en la existencia (el Caballero) y la tristeza ante los límites de la inteligencia humana (la Melancolía). De todas formas, quien pretenda describir las corrientes espirituales que agitaron la Alemania de principios del siglo xvi no puede pasar por alto los Meisterstiche de Durero. Por nues­ tra parte, al comentar la tan debatida cuestión «¿Qué es el 1503-1528 « M eisterstiche » de Durero (1513-1514) El humanismo nacionalista alemán • 123 humanismo alemán?», conservamos presentes las imágenes de Jerónimo, el Caballero y la Melancolía. EL HUMANISMO GERMÁNICO Su esencia y significación La esencia y la significación del humanismo alemán han pro­ movido largos y vivos debates y sus resultados podrían resu­ mirse en pocas frases: el humanismo alemán es una corriente cultural muy influida por el Renacimiento italiano, pero que no alcanzó igual nivel estético y literario. Ha sido definido como una especie de romanticismo intensamente nacional que exigió una renovación o, mejor dicho quizás, una verdadera resurrec­ ción de la vida religiosa; ante todo, es este carácter religioso lo que se considera esencial. En general, al contrario que sus colegas italianos, los humanistas alemanes tradujeron pronto en hechos concretos el programa que se habían propuesto; ello y su pasión nacionalista les confiere un significado con respecto a la Reforma, aun cuando muchos humanistas no aceptaran la doctrina de Lutero. En el abigarrado cortejo de los humanistas alemanes apa­ recen personalidades como Jacobo Wimpfeling, que trabajó en Alemania y Estrasburgo y lamentaba que tantos estudiantes germánicos se encaminasen a las universidades italianas y fran­ cesas, cuando las instituciones alemanas, en su opinión, eran similares a las extranjeras. En su libro Germania, aparecido en 1501, intenta demostrar que, según todas las leyes divinas y humanas, la orilla izquierda del Rin pertenece a Alemania y no a Francia; declaraciones semejantes expuso Rudolf Agrícola, que afirmaba paladinamente que Alemania tenía derecho a imponer su hegemonía a los demás pueblos. Según Konrad Celtis, era deshonroso no conocer la historia griega y romana, pero era realmente escandaloso ignorar la geografía y el pasado de Alemania y, detalle curioso, fue el propio Celtis quien publicó la Germania de Tácito, obra que, al exaltar las virtudes de los antiguos germanos, adquirió enorme significado en el despertar del sentimiento nacional alemán. El entusiasmo nacionalista en el seno de los círculos humanistas arrastró a muchos a formular graves exageraciones y así se describía a los italianos como un pueblo de esclavos y de malhechores, y se calificaba a los franceses de picaros cobardes, lo cual no era obstáculo para que los humanistas alemanes tuvieran muchos cosas en común 1500-1517 124 9 Renacimiento y humanismo al norte de los Alpes con sus colegas italianos. Por otra parte, Agrícola conoció en Italia a los más distinguidos representantes del Renacimiento italiano y poseía el optimismo del verdadero humanista; en sus obras elogia «el poder infinito e increíble» del espíritu humano, que no conoce otros límites que la voluntad del hombre. Observamos una personalidad más compleja en Konrad Mutianus Rufus, que también residió varios años en Italia, donde recibió el influjo de la academia platónica de Florencia. Más tarde se estableció en Erfurt y se convirtió en el jefe de los círculos humanistas de aquella universidad. Se propuso la misión de coordinar la nueva filosofía platónica con la teología cris­ tiana. Mutianus nunca compiló sus ideas en una obra; se limi­ taba a conversar con sus interlocutores y transmitirles sus conocimientos e ideas. Poco combativo, no sentía ninguna afi­ ción por la controversia. Reuchlin: helenismo y hebraísmo El más importante humanista alemán fue Johann Reuchlin, que dejó en muy buen lugar los estudios de griego en las uni­ versidades alemanas y cimentó los del hebreo, por el que sentía gran pasión, tanto que se cuenta que un día, en Roma, pagó una suma considerable a un judío para aprender de él la pro­ nunciación de un solo vocablo. Dedicó sus conocimientos de la lengua y de la literatura de los israelitas para penetrar en los secretos de su religión, ya que Reuchlin estaba plenamente convencido de encontrar en ella una solución a los grandes enigmas de la humanidad. Como Pico de la Mirandola, cuya influencia fue considerable en él, su vida estaba consagrada a la búsqueda de la verdad. «Venero a la verdad como a un dios», decía con frecuencia. A menudo, los eruditos se han preguntado (y ello ha dado motivo a numerosas controversias) qué papel han desempeñado los humanistas alemanes en la vida universitaria europea. Ésta, como afirman algunos investigadores modernos, quizá no haya tenido la importancia que se le ha atribuido. Transcurrió mucho tiempo antes que los humanistas no tuvieran un programa bien definido; es, pues, difícil distinguirlos de otros eruditos. Con el tiempos, sus objetivos se hicieron más claros; la «controversia de Reuchlin» proporcionó en todo caso una excelente pará­ frasis al programa de los humanistas alemanes, o sea, poner de acuerdo los ideales alemanes y cristianos con los ideales espirituales y artísticos de la Antigüedad. Dicha controversia 1500-1517 Reuchlin (1455-1522) Polémicas del humanismo alemán ® 125 se inició en 1501 promovida por las exigencias de un judío con­ vertido al cristianismo, Pfefferkorn, que pretendía prohibir todo estudio de la literatura hebraica so pretexto de que los textos religiosos de los judíos denigraban al cristianismo; Pfef­ ferkorn logró llamar la atención y el emperador Maximiliano ordenó una investigación sobre el tema. Reuchlin figuraba entre los especialistas invitados a manifestar su opinión sobre aquel asunto y en un memorándum minucioso y preciso el gran erudito recomendó que se rechazara de plano la propuesta de Pfef­ ferkorn. Sin embargo, Reuchlin no sentía simpatía alguna hacia los judíos; compartía los persistentes prejuicios que han considerado a los israelitas como el pueblo maldito que crucificó a Cristo, aunque reverenciara los textos sagrados de los judíos y conce­ diera a la Biblia un valor extraordinario: ¿no estaba escrita en la lengua «que Dios había empleado para dirigirse a Moi­ sés»? Reuchlin poseía la mayor biblioteca hebraica de su época, una colección que mimaba con inmenso cariño. Después de tomar partido en la polémica, los dominicos de Colonia, defen­ sores de la ortodoxia, se declararon violentamente en contra suya. El conflicto tomó proporciones inquietantes cuando lo­ graron acusar a Reuchlin ante la Inquisición. A partir de enton­ ces, la gente culta de Alemania se escindió en dos^ bandos, y los humanistas demostraron irreductible solidaridad por creerse defensores de una causa noble. El conflicto no se limitaba ya a Pfefferkorn y a la literatura hebraica, sino que se ampliaba a todas las nuevas concepciones culturales e incluso a la independencia ideológica de Alemania con respecto a las demás naciones. Así, en Colonia pronun­ ciaron sentencia contra los libros de Reuchlin, en virtud de la cual debían ser quemados. Para explicar y justificar su punto de vista, el hebraísta publicó entonces su Clarorum viroruin epistolae (Cartas de hombres célebres), textos que en 1515 fueron seguidos de una nueva colección, destinada a la celebri­ dad, bajo el título de Epistolae obscuvorum virorum (Cartas de hombres que tantean en la oscuridad); los principales porta­ voces del partido conservador aparecen en ella con aspectos verdaderamente muy poco simpáticos. Al principio, algunos creyeron que aquellas cartas procedían realmente de los teólogos dominicos de Colonia, pero lo cierto es que se trataba de sátiras de humanistas y de un libelo contra la filosofía pasada de moda que aún seguía estudiándose en las facultades de teología de las universidades. Se ha discutido 1501-1515 126 • Renacimiento y humanismo al norte de los Alpes mucho para identificar al verdadero autor de estas cartas. Hoy está demostrado a las claras que el responsable de la primera parte de la colección fue Crotus Rubianus, humanista de Erfurt, y que la segunda se debe a Ulrico de Hutten, una de las figuras más interesantes y discutidas del humanismo alemán. Ulrico de Hutten, el primer nacionalista La familia de Ulrico de Hutten pertenecía a la .nobleza del imperio, Ulrico nació en el castillo de Steckelberg, en el anti­ guo ducado de Franconia; sus padres deseaban que ingresara en el sacerdocio, y a tal efecto lo recluyeron en un claustro a la edad de once años, pero seis años después, en 1505, el joven Ulrico lograba fugarse, atrayéndose con ello la maldición paterna. Aquél fue el comienzo de una larga serie de peregri­ naciones; ávido de estudiar, fue de una ciudad universitaria a otra, de Colonia a Erfurt, de Leipzig a Greifswald y a Rostock; sólo sabemos de este período que Hutten vivió en suma pobreza y que jamás consiguió aprobar un examen. Luego apareció en Viena, capital donde la vida pública se concentraba en torno a la atractiva personalidad del emperador Maximiliano, y allí tomó contacto con un nuevo aspecto del humanismo: la corriente histórico-política. De esta época data un poema de Hutten que lleva un título elocuente '—Por qué los alemanes no han degenerado todavía—' y en el que desarrolla ideas peregrinas: las cualidades morales de los alemanes les dan derecho a un grandioso porvenir político; los italianos deben someterse al poderío alemán y los franceses harán bien en recordar que encontrarán una encarnizada resistencia si tra­ tan de llegar hasta el «río alemán», el Rin. Después, las peripecias se suceden rápidamente en la vida de Ulrico. En la primavera de 1512 aparece en Italia, tan pobre y desprovisto de recursos que hubo de alistarse como soldado en Bolonia. Más tarde, poco después de regresar de Italia, terminaba su poema Nemo (Nadie), obra en que se muestra pesimista y del todo accesible a «esa melancolía otoñal que, en el siglo xvi, proyecta de continuo su sombra sobre la más exuberante alegría de vivir». Hutten afirma en su obra que Alemania gime bajo la férula de los teólogos y los juristas, mien­ tras que a los humanistas, «la guardia noble de la luz», no se les permite decir absolutamente nada. Pero la luz fue abriéndose paso y el movimiento humanista, con Reuchlin al frente, se preparaba para la lucha. Entonces 1505-1512 Ulrico d e H u tte n (1488-1523) E l fundador del nacionalismo alemán • 127 le invadió a Hutten aquel gozoso optimismo que se convirtió, según opinión generalmente admitida, en el rasgo más típico de su carácter, estado de ánimo expresado en su célebre frase: «Los espíritus se despiertan y la vida se convierte en un pla­ cer». Entusiasmado, Hutten se lanzó a la controversia que se agitaba en torno a Reuchlin, movido por el ardiente deseo de participar en aquella gran contienda política y religiosa. Encajaba perfectamente con su carácter el gesto de publicar un texto del emperador Enrique IV, manuscrito olvidado desde hacía siglos y que Hutten encontró por verdadera casualidad en marzo de 1520. Con aquella publicación, el humanista pre­ tendía revivir el recuerdo de la gigantesca lucha que el citado emperador mantuvo con el papa. Ulrico de Hutten soñaba con realizar grandes cosas, entre ellas convertir de nuevo el imperio germánico en la mayor potencia del mundo. Las cualidades fundamentales del pueblo alemán •—pureza de costumbres y fuerza viril, ya cantadas por Tácito.— recuperarían entonces su gloria antigua. Para Hutten, los escritos de Tácito consti­ tuyeron una verdadera revelación, y Arminio, el intrépido jefe de los germanos, fue en lo sucesivo su ideal. Hutten y la Reforma Hutten se adhirió al bando de la Reforma a través del hu­ manismo. Se ha escrito mucho acerca de sus relaciones con Martín Lutero, y hoy se tiende a creer que Hutten jamás fue luterano en la verdadera acepción de la palabra, como tampoco su amigo Wilibald Pirckheimer, Alberto Durero ni Johann Reuchlin. A Hutten le sedujo la enérgica personalidad de Lu­ tero, pero la obra del reformador le atraía sólo por sus facetas externas, su lucha contra Roma y sus tendencias revoluciona­ rias; en cambio, la teología luterana y la doctrina de la gracia, núcleo del programa reformado, no le interesaban. Hutten ad­ miraba la manera como Lutero logró arrebatar al pueblo; veía en él un factor de poder, un aliado precioso, y si se situó junto al reformador fue únicamente porque consideraba a Lutero como el hombre que mejor podría realizar el ideal cultural y nacionalista del humanismo alemán. Era éste muy débil funda­ mento para una colaboración con Lutero, quien se interesaba escasamente por el cumplimiento del programa humanista, de modo que la ruptura no se hizo esperar. Al estallar el inevitable conflicto entre Lutero y Hutten, parece que Lutero calificó al humanista de «hombre orgulloso Lutero, reform ador (1517) 1517-1520 128 • Renacimiento y humanismo al norte de los Alpes brutal e insensato» y le aconsejó que volviera a su literatura; entonces Hutten se unió a uno de los más célebres cabecillas alemanes, Franz von Sickingen, y participó en una de sus cam­ pañas; pero la expedición fue un fracaso y Hutten tuvo que huir. Los últimos episodios de su vida fueron dramáticos; tras agotadoras andanzas, fue a parar a la isla de Ufenau, en el lago de Zurich, donde inspiró compasión a un sacerdote curandero, pero éste nada pudo hacer por su huésped; Hutten, minado por la enfermedad, había tenido que soportar fatigas excesivamente prolongadas y murió poco después de llegar a Llfenau. El reformador suizo Zuinglio formuló sobre él una observa­ ción escueta: «No ha dejado nada de valor, porque no tenia libros ni hogar». ERASMO D E ROTTERDAM Un holandés universal Hutten debió mucho al célebre humanista Erasmo de Rot­ terdam, cuyas obras influyeron profundamente en él, y en un principio le profesó ardiente veneración. Deseaba ser un huma­ nista de acción, un Alcibíades cuyo Sócrates sería Erasmo; así decía Hutten en su primera carta al erudito holandés con un entusiasmo que se enfriaría muy pronto. Cuando se per­ suadió de que Erasmo no tenía en absoluto la intención de apoyar incondicionalmente a Lutero y a la causa de la Reforma alemana, Hutten rompió con el gran humanista remitiéndole una carta en que le acusaba de cobardía moral: «Nosotros, los alemanes, desde luego no somos así .—escribía—', no somos de esa clase de gentes tan inseguras e indecisas, sin firmeza al­ guna y que se doblegan al primer viento que sopla. Así son en Italia vuestros amigos los cardenales. Podéis muy bieij volver a esos semifranceses que se llaman holandeses. En efecto, si no cambiáis en el acto, tendremos que pediros que os vayáis, porque ya no podéis ser el ideal de nuestra juventud, con tanta carga de defectos extraños a nuestro pueblo y tan indeciso e infiel». Tales cartas retratan bien a Hutten y nos demuestran asi­ mismo con evidencia cuánto odio y pasiones lograba despertar Erasmó entre sus contemporáneos. De todos modos, se han suscitado diversas polémicas para explicar el éxito desconcer­ tante obtenido por Erasmo, atribuido por algunos a su agudeza 1517-1523 Erasmo de R otterd am (1467-1536) Vida y obra de Erasmo • 129 de ingenio y a su estilo claro y conciso. Para una generación profundamente imbuida de sentimiento religioso y torturada por la angustia metafísica, constituía una revelación, casi una libe­ ración, observar cómo Erasmo aclaraba los problemas teológicos con suma facilidad, y cómo demostraba de modo convincente el método para llegar a resolverlos, expresándose en un lenguaje fácil, directo y elegante, con profundo desprecio hacia las viejas doctrinas escolásticas. E n una de sus obras más famosas, el Elogio de la locura, dice: «...os sería más fácil salir de un laberinto que escapar de las redes de los realistas, los nominalistas, los tomistas, los albertistas, los occamistas, los escotistas... Todos poseen un fondo de erudición tan gran­ de... que los propios apóstoles, si hubieran de entrar en liza con ellos sobre todas estas materias, necesitarían un espíritu muy diferente del que recibieron de lo alto». San Pablo demostró que tenía fe; pero cuan­ do dice que «la fe es la substancia de los fines que esperamos y la expresión de todo lo que no cae bajo los sentidos», su definición no resulta lo suficiente doctoral. «,..si les hubieran interrogado (a los apóstoles) sobre la diferen­ cia que hay entre el cuerpo de Jesús en el cielo y el cuerpo de Jesu­ cristo en la cruz..., seguramente no habrían podido responder jamás con tanta sutileza como los escotistas... Los apóstoles conocían perso­ nalmente a la madre de Jesús; pero ¿hay alguien de ellos que pudiera probar, con tanta evidencia como nuestros modernos teólogos, cómo tan casta madre fue preservada del pecado original? Ellos (los apósto­ les) detestaban el pecado, pero que me maten si fueran capaces de formular una definición científica de lo que hoy se llama pecado, a menos de estar inspirados por el espíritu de los escotistas.» Erasmo en Francia y en Inglaterra Cuando Erasmo evocaba su juventud deploraba amargamente el modo bárbaro como fuera educado. Sin duda, exageraba: es sabido que sus tutores le obligaron a ingresar en un convento donde fue ordenado sacerdote en 1493; en consecuencia, tuvo ocasión de estudiar no sólo a los escolásticos medievales, sino también a los autores clásicos e incluso a los humanistas italia­ nos. De todas formas, Erasmo no podía desarrollar su genio tras los muros de un claustro por sentirse llamado a más altos destinos. La modestia no era precisamente una de sus mayores virtudes, como puede comprobarse en una de sus cartas en que ruega a un amigo que obtenga para él ayuda financiera de una viuda acaudalada. «Dile claramente —escribe— que no puedo perjudicar mi obra viviendo como un miserable y que Erasmo 1493 130 ® Renacimiento y humanismo al norte de los Alpes hará más honor a su generosidad que todos esos teólogos que tiene bajo su protección. Ellos no saben más que predicar y yo escribo libros que alcanzarán la inmortalidad. Sólo saben hablar a su parroquia, y yo seré leído en el mundo entero. Siempre sobrarán teólogos, pero un hombre como yo sólo aparece una vez cada siglo.» En 1493 Erasmo pudo realizar su más ferviente deseo, el de abandonar el claustro, al ser nombrado secretario de un impor­ tante dignatario eclesiástico. Años después se trasladó a París, en cuya universidad se matriculó. Pronto empezaría sus nume­ rosos viajes. La universidad de París le desagradó, pues allí la vida científica seguía bajo el signo y la rémora de la escolástica. Por fortuna, en 1499 fue invitado a pasar una temporada en Inglaterra, gracias a que uno de los jóvenes aristócratas, Montjoy, a quien Erasmo, para ganarse la vida, diera lecciones de latín y de literatura clásica, le invitó a acompañarle a su país, lo que Erasmo aceptó con gusto. El viaje a Inglaterra fue un éxito; los humanistas ingleses le recibieron con afecto, pues ya empezaba a ser conocido como un escritor que prometía; así, en su correspondencia describe sus impresiones en términos entusiastas; «Tu amigo Erasmo está encantado en Inglaterra. Es buen caballero, y no desempeña mal papel en las partidas de caza. Sabe ya hacer una gentil reverencia y sonreír cortésmente cuando conviene. Tú también debes venir, y para ello te indicaré uno solo eje los atractivos del país: puedo asegurarte que las inglesas son extraordinaria­ mente bonitas, no tienen nada de ariscas y son tan graciosas y encantadoras como las propias musas. Una de sus costumbres, que me parece espléndida, es la de besar a quien las visita: te besan cuando llegas, cuando te vas y cuando vuelves. Querido amigo, si experimentas una sola vez cuán dulces y agradables son sus labios, te quedarás aquí toda la vida». La Internacional humanista Erasmo entabló amistad con varios humanistas ingleses, entre ellos John Colet y Tomás Moro. Colet, futuro deán de la ca­ tedral londinense de San Pablo y fundador de un famoso centro pedagógico, poseía una vasta cultura; había estudiado en Italia, donde se familiarizó con las nuevas corrientes culturales; ha­ blaba correctamente el latín y comentaba en Oxford las epís­ tolas de san Pablo ante un numeroso y atento auditorio. Fueron notables sus lecciones en que interpretaba los Hechos de los 1493-1504 Erasmo, reformista é 131 Apóstoles desde un punto de vista histórico y religioso; adqui­ rió fama como reformador religioso y puso a Erasmo en con­ tacto con la filosofía del Renacimiento italiano, abundando en las ideas de Marsilio Ficino, Pico de la Mirándola y otros miembros de la Academia Platónica de Florencia, poniendo de relieve los esfuerzos de los italianos para lograr una síntesis de Platón, Cristo y san Pablo. Hasta entonces, Erasmo sólo se había ocupado de los autores clásicos en función de la estética y la gramática, pero Colet le llamó la atención sobre el pro­ blema esencial de la posible significación de esta literatura para la renovación del cristianismo y para una reforma religiosa. Se forjó así la tendencia que los investigadores modernos, uná­ nimemente, consideran como la idea capital de la obra de Eras­ mo: su deseo de humanizar el cristianismo, de liberarlo de la rémora de las argucias escolásticas, que amenazaban con asfi­ xiarlo; en resumen, simplificarlo y hacerlo más accesible a los fieles. Erasmo razonaba así: los hombres se han extraviado al se­ pararse del cristianismo primitivo, único verdadero, y es preciso que vuelvan a él; por tanto, antes debe restaurarse el Nuevo Testamento en su forma primitiva. Valiéndose de una ciencia nueva, la filología, convenía publicarlo en su lengua original, el griego, dotarlo de una nueva traducción latina y de un co­ mentario. Erasmo pretendió emprender por sí mismo esta tarea, pero antes le urgía estudiar a fondo la lengua griega, y así en 1500, al regresar de Inglaterra, se dedicó a esta tarea con el máximo interés. N o era empresa baladí: «el griego me está volviendo loco» •—describía.—■. «No dispongo del tiempo nece­ sario, ni tengo dinero para comprar libros de estudio, pues soy tan pobre que apenas puedo proporcionarme lo indispensable». Necesitó tres años en alcanzar sus propósitos, no rehuyen­ do esfuerzo alguno. Pidió a sus amigos y conocidos libros en préstamo de los que luego le costó trabajo desprenderse. Pasó noches enteras en su mesa de estudio, devorando los textos, hasta que logró dominar el griego casi tan bien como su idola­ trado latín. Se ha reprochado a Erasmo su carencia de valor moral y se le ha acusado de superficial y escéptico, diciendo de él que «no era un gran hombre, sino solamente un erudito». Todo ello es injusto, porque no debe confundirse el valor moral con el fanatismo. Y el tiempo no transcurrió en vano: en 1506, Erasmo contaba ya cuarenta años; su rostro aparecía dema­ crado bajo el gorro; sus labios fruncidos se prolongaban en 1500-1506 132 • Renacimiento y íiumanísmo ai norte de los Alpes dos arrugas, que nadie sabría decir si eran amargas o burlonas; su mirada era acerada y sus ojos tan penetrantes que ni Quentin Metsys, ni Holbein, ni Durero, ni Frans Huis se atrevieron a pintarlos de frente. La fama del humanista era ya envidiable, si bien su arro­ lladora personalidad quedó patente en su voluntad capaz de vencer sucesivos obstáculos, las incongruencias resultantes de un nacimiento ilegítimo, su débil constitución física, el oscu­ rantismo de la retrógrada enseñanza recibida y la atmósfera disputadora de la Sorbona. Era inconformista y no aceptó su destino; lo escogió libremente e hizo cuanto pudo para reali­ zarlo, encarnando plenamente con ello el espíritu del Rena­ cimiento. El «Elogio de la locura» El viaje de Erasmo a Roma transformó en convicción lo que sólo era una tendencia. En Bolonia publicó los Adagios, expresión en máximas del pensamiento antiguo, pero también crítica de su época. Las conciencias se hallaban falseadas por las guerras y por la codicia, y las almas embrutecidas por el formalismo; con todo, pretendía purificar unas y otras mediante la razón, una razón convincente puesta al servicio de su cien­ cia de exégeta, que cotejaba los textos sagrados, y un raciona­ lismo feroz que acusaba chanceándose en el Elogio de la locura, su obra más famosa. La forma popular y desenvuelta de esta obrita, escrita en seis días a su regreso de Italia y dedicada a Tom ás M oro, no mengua su sin­ gular oportunidad y su valor de advertencia. E n ella aparecen insi­ nuadas las primeras acusaciones de la Reforma, como esta diatriba con­ tra las indulgencias: «¿Qué diría de los que descansan tranquilos en las indulgencias y cuentan tanto con su eficacia que miden como con una clépsidra el tiempo que tendrán que permanecer en el purgatorio y calculan los siglos, años, meses, días y horas con tanta exactitud como si consulta­ ran unas tablas matemáticas?» Los teólogos que explican los misterios más inexplicables en tér­ minos sutiles; los monjes que glosan los salmos todo el santo día, pero olvidan las reglas de vida propuestas por Cristo; en resumen, los hipó­ critas, no son tratados desde luego con muchos miramientos en la obra; ni tampoco los papas belicosos al estilo de Julio II: «Saben que la guerra es una cosa tan cruel que más conviene a animales feroces que a hombres y tan furiosa que las mismas Furias, según los poetas, la han vomitado sobre la tierra; tan funesta que acarrea los desórdenes 1506-1509 «El ogi o de la Locunf» ( 1509) «Coloquios » • 133 más horribles; tan injusta que de ordinario no la provocan sino los más infames bandoleros; tan inicua que es enteramente contraria a Jesu­ cristo y, sin embargo, estos vicarios de un Dios de paz descuidan toda otra ocupación para dedicarse por entero a este arte abominable». Entre los fíeles adoradores de la tontería se cuentan, según Erasmo, las personas persuadidas de que las imágenes de los santos puedan rea­ lizar milagros y aquellos que creen en el «rescate» de sus pecados. «Se imaginan que sacrificando sólo un ochavo de su dinero mal ad­ quirido pueden limpiarse el alma de todas sus manchas, borrar el per­ jurio, el libertinaje, la embriaguez, el asesinato, la infidelidad y la trai­ ción, y todo ello con un simple trozo de papel. Y se imaginan además que, logrado esto, pueden proseguir con toda tranquilidad una vida de pecado, cometer nuevas fechorías y corromperse de nuevo.» «En las cohortes de los locos .—-dice S tultitia—■ veo también a mi amigo Erasmo, cuyo nombre pronuncio siempre con gran respeto. Per­ tenece a un grupo de eruditos particularmente enterados de la lengua griega y que, con sus ataques, tratan de arrancar los ojos a los teólogos.» E n 1519, Erasm o lanzaba una nueva andanada de críticas de su siglo en sus Coloquios, obra chispeante e ingeniosa. El papa Julio II desempeña el papel principal en uno de estos diálogos. La escena se desarrolla ante las puertas del paraíso; Julio II aparece acompañado de un espíritu, su buen genio, e intenta en vano entrar. «Julio.r-¿ Q u é diablos ocurre aquí? ¡La puerta está cerrada! Algo debe de haberse descompuesto en la cerradura. E l espíritu.-^Q uizá has cogido una llave que no es de aquí. La llave del cofre donde encierras tu dinero no encaja en esta puerta; aquí hace falta la llave de la prudencia y no la del poder. Julio.—-Nunca he tenido otra llave y no veo para qué hubiera po­ dido servirme. ¡Eh, tú, portero! ¿Estás durmiendo o te has hinchado de comer? Pedro. — ¡Es una suerte que la puerta sea tan fuerte como una roca! Si no, este hombretón la habría forzado ya. O es un gigante o un general. ¿Quién eres y qué quieres? Julio.'—¡Abre esta puerta, te digo! ¿Por qué no hay nadie aquí para recibirme? Pedro.—O y e : ¿es que no me entiendes? T e estoy preguntando quién eres. Julio.■ —Supongo que reconoces esta llave, la tiara y los ornamen­ tos sacerdotales. Pedro.—N o es la llave que Cristo me dio en otro tiempo. ¿La tiara? N o la reconozco; jamás vi a ningún rey pagano llevar nada semejante, o al menos ninguno que pretendiera entrar aquí. Julio.^ D e ja de charlar y abre la puerta o tendremos que forzarla, Estás viendo mi escolta, ¿no? Pedro.—Lo que estoy viendo es un gran número de pillos y malhe­ chores, pei’o no podrán forzar mi puerta. Julio. ^ S i no me obedeces fulminaré contra ti el anatema y que­ darás excomulgado. T engo la bula preparada.» 1509 134 ® Renacimiento y humanismo al norte de los Alpes Tam poco este alegato le abre las puertas del cielo y al comprender Julio la inutilidad de sus esfuerzos, concluye: «Esperaré unos cuantos meses hasta que reúna un ejército mayor, y si entonces aún me pones reparos, me apoderaré del paraíso a la fuerza. Parece que la muerte va a obtener buena cosecha este año. Un momentito más y tendré sesenta mil espíritus detrás de mí.» Erasmo permaneció en Inglaterra de 1509 a 1514, dio leccio­ nes en Cambridge y recibió en Londres la hospitalidad de un amigo, Tomás Moro, cuyo saber y prudencia apreciaba mucho. D e 1514 a 1516 estuvo en Basilea; de 1517 a 1522 residió con frecuencia en Lovaina, donde impulsó la fundación del «Cole­ gio Trilingüe», anejo a la universidad de Lovaina, dedicado a la enseñanza de las «tres lenguas bíblicas», el hebreo, el griego y el latín. En aquellos años, Erasmo pasó algunas temporadas en un barrio de Bruselas, Anderlecht, donde era canónigo; la «Casa de Erasmo» recuerda hoy su estancia en aquella localidad. Un mundo de controversias Luego volvió a Basilea hasta 1529, donde prefería residir, por congregarse allí un círculo de humanistas con quienes podía cambiar impresiones. Había también una de las más célebres imprentas de la época, la de Johann Frobenius,'(Juan Froben), y podía supervisar así en persona la impresión de sus libros. En esta imprenta publicó en 1516 su edición del Nuevo Tes­ tamento, de la que se ha dicho que «es un monumento de la historia de la crítica textual y de la exégesis, aunque más por el método que por los resultados». A partir de entonces, Erasmo hallóse en el foco de las con­ troversias teológicas y de la vida literaria y científica que flo­ recía en Europa en torno a los clásicos antiguos. Naciones y príncipes se disputaban su amistad, pero Erasmo rechazó todos los ofrecimientos, incluso los más halagüeños, porque prefería conservar su libertad y una vida errante a la existencia en­ claustrada de una corte principesca o de una institución de enseñanza. Quería seguir viviendo con independencia y trabajar libremente en la realización de su ideal. Erasmo y Lutero, la erudición y la violencia La frase última nos conduce al tan controvertido problema de las relaciones entre Erasmo y Lutero. En realidad, Erasmo inició el camino a la Reforma, al elaborar su obra filológica y 1509-1529 Erasmo y Lutero • 135 exigir un cristianismo más puro y genuino, pero su carácter pacifico difícilmente podía encajar con el extremismo de Lu­ tero. Erasmo no pretendía una ruptura con Roma. Aun cuando satirizara ásperamente a Julio II, el papa guerrero, deseaba a toda costa evitarle un nuevo cisma a la Iglesia, que provocaría interminables disputas y probablemente terribles guerras de religión. Ahora bien: si Lutero continuaba como había co­ menzado, el cisma sería inevitable porque aquella inquieta per­ sonalidad parecía que tendía a crear nuevos dogmas y una Erasmo trabajando con su ayudante. nueva teología, actitud inadmisible en opinión de Erasmo. En tal caso, Europa no lograría nunca unidad y paz, y siendo así, ¿por qué no atenerse a sus propias ideas, un retorno a la Biblia y a los Padres de la Iglesia, una fusión de su ética y de la sabi­ duría clásica? Erasmo no quería abandonar tales principios, ni tenía intención de dejarlos reducidos al silencio ante el pro­ grama de Lutero, por estar firmemente persuadido de que dichas ideas favorecían a la humanidad. En 1519, Lutero se puso en contacto con Erasmo para 1519-1529 136 • Renacimiento y humanismo al norte de los Alpes tratar de atraérselo a su causa, pero el adalid del humanismo se mantuvo firme en sus posiciones. «Creo '—escribía al refor­ mador—' que puede obtenerse más con tolerancia y humildad que mediante lucha y revolución». Aún más directamente se expresa en una carta dirigida a Melanchton, amigo y colabo­ rador de Lutero, «No me levanto contra la doctrina evangélica en general, pero hallo mucho de censurable en los métodos de Lutero, porque exagera continuamente». Todavía Erasmo con­ fiaba en poder evitar un conflicto declarado con Lutero, pero ¿cómo es posible mantener la independencia en medio de las pasiones que se enardecen, y cómo hacer oír la voz de la razón cuando los bandos enfrentados sólo escuchan a sus propios sen­ timientos? Las intrigas procedentes de ambos campos se ensa­ ñaron con Erasmo: al atacarle, los teólogos católicos creían que arremetían contra Lutero, y éste, a su vez, le confundía con los defensores de la Curia romana. Había que escoger, porque en aquella lucha de fanáticos no era posible hallar lugar para la sangre fría y la tolerancia. Por una parte, Erasmo apoyaba a Lutero en sus tentativas de re­ forma y llegó incluso a disuadir al elector de Brandeburgo de que le causara daño alguno, pero considera mortales y con­ trarios a la doctrina evangélica los procedimientos de los re­ formadores y una necedad querer suprimir todos los conventos so pretexto de que algunas reglas son nefastas. En lugar de re­ chazar la fe primitiva ¿no es más prudente corregir los abusos? Es preciso podar del viejo tronco de la Iglesia las ramas muer­ tas, pero no derribarlo, pues muchas ramas pueden todavía doblarse al peso de hermosos frutos. Entretanto, las pretensiones revolucionarias de los lutera­ nos adquirieron un giro deliberadamente anárquico. El espíritu de reforma cedió el paso a un movimiento sentimental, incluso a un nacionalismo alemán. Disgustado por esta desviación, Erasmo se decidió cada vez más por el mantenimiento del principio de autoridad. Fracaso de un arbitraje Durante el breve pontificado de Adriano VI de Utrecht, multiplicó sus gestiones para que se le confiara el arbitraje del conflicto y suplicó a la Santa Sede y al Imperio que se unie­ ran para imponer reformas sanas y adecuadas a fin de privarle a la rebelión luterana de su razón de ser. Su apelación fue desoída y, con anterioridad a la elección de Clemente VII al 1519-1522 Con troversia E rasm o-Lu tero (1519-1529) Ruptura con Lutero • 137 solio pontificio, Erasmo se percataba claramente de que todo compromiso era ya imposible. Cuando la separación pareció consumada, retornó a la unidad religiosa y, a petición de Cle­ mente VII, se opuso abiertamente a Martín Lutero, aunque sin pasión alguna y simplemente refutando los puntos doctrinales que le interesaban en particular. Así, en De libero arbitrio sos­ tuvo que, a pesar del influjo de la gracia divina, el hombre es libre de escoger entre el bien y el mal. ¿No fue toda su vida de árbitro espiritual del Renacimiento la prueba viviente de este dogma? N o obstante, aunque redactada en tono muy mo­ derado, la obra desencadenó la cólera luterana, y en cuanto a los católicos, que esperaban de él imprecaciones apasionadas e injurias, no disimularon su hostil decepción. Tras la ruptura con Lutero, la posición de Erasmo fue bas­ tante más crítica y difícil que antes. «Yo, a quien rendían homenaje como al príncipe de la ciencia y protector de la teo­ logía, tengo ahora que enfrentarme con un silencio de muerte, o con epítetos muy diversos». Se refugió en Basilea en casa de su amigo Froben y con la misma decisión febril de antes prosiguió la preparación de obras científicas que juzgaba útiles a la humanidad. N i siquiera Basilea pudo proporcionarle el reposo que tanto necesitaba, pues los partidarios de la Reforma alcanzaron también allí el poder y, en 1529, Erasmo se vio obli­ gado a marcharse de la ciudad e instalarse en Friburgo. Empe­ zaba a creer que su vida no fuera más que un fracaso y que no había alcanzado posición alguna de primera categoría; que personalidades más rudas que la suya conquistaron el poder, y en cambio él se veía obligado a huir ante los trastornos pro­ vocados por ta'les individuos. Observaba con tristeza cómo las disensiones iban agravándose y la escisión se hacía cada vez más evidente. N o obstante, la muerte de Zuinglio, acae­ cida el 1531 en la batalla de Cappel, vino a calmar un poco su amargura. «En lugar de un mundo limitado por la Iglesia, como Tom ás de Aquino y D ante habían visto y descrito —escribe H uizinga—, Erasmo veía otro mundo lleno de encantos y de elevación, al que pretendía conducir a sus contemporáneos; un mundo renacentista de un Clasi­ cismo impregnado por la fe. El ideal intelectual de Erasm o era la sín­ tesis del más puro clasicismo (en el que sólo incluía a Cicerón, Horacio y Plutarco, pues la edad de oro del pensamiento griego seguía sién­ dole, de hecho, desconocida) con un cristianismo puram ente bíblico, y en ello Erasm o intuye ideas nuevas y fecundas para su tiempo oy hace oficios de precursor, aunque el humanismo se le haya adelantado B a ta lla d e C a p p e l (1531) 1523-1531 138 ® Renacimiento y humanismo al norte de los Alpes un siglo. La armonización de la A ntigüedad y del espíritu cristiano estaba ya prevista por Petrarca, el padre del humanismo, pero es E ras­ mo quien la lleva a término. Él mismo expresó así el objetivo de su vida y de su obra: pretendía, según dijo, «purificar el templo del Señor arrojando fuera a la bárbara ignorancia». O tras dos frases expresan a maravilla el profundo pensamiento de Erasm o en cuanto a la po­ lítica religiosa: «Cada religión puede compendiarse con una sola pala­ bra, «paz», y la paz religiosa sólo puede existir limitándonos al menor número posible de definiciones teológicas, que es preciso arrinconar hasta que se descorra el velo y podamos contemplar el rostro de Dios». Prodigó esfuerzos para m antener en Occidente el único principio de unidad posible en su tiempo, la de la espiritualidad cristiana. Al fin, reconoció con tristeza su fracaso: «El inglés odia al francés únicamente porque es francés; el bretón odia al escocés simplemente porque es escocés y el alemán no frater­ niza con el francés. |O h , cruel perversidad humana! ¿la diversidad de los nombres que ostentan es suficiente para dividirlos hasta tal punto, y el titulo común de hombres y de cristianos no es capaz de unirlos? ¿Por qué una nimiedad de tan poca importancia obra con más fuerza sobre ellos que los lazos de la naturaleza de Cristo? La distancia de un país a otro separa los cuerpos pero no las almas. Antes, el Rin se­ paraba al francés del alemán, pero un río no puede separar al cris­ tiano del cristiano: los Pirineos alzan una frontera entre franceses y españoles, pero tales montes no pueden dividir la comunidad de Cristo; el mar separa a los ingleses de los franceses, pero no puede romper los lazos de la sociedad cristiana. El apóstol Pablo se indignó un día al oir que unos cristianos pronunciaban estas palabras: «Yo soy apoliniano; yo soy cefeo; yo soy pauliniano», y no permitió tal insistencia en el pais de origen que revelaba un exagerado «nacionalismo» en con­ traposición al verdadero sentido cristiano, conciliador supremo'. ¿Y no­ sotros consideramos esta desemejanza de nombres vulgares de cada país como motivo suficiente para que unas naciones choquen con otras y se destruyan mutuamente?» Erasmo regresó a Basilea en 1535, pues parecía que los conflictos religiosos se habían calmado algo. Su amigo Froben le tenía preparada una residencia muy cómoda, donde se reclu­ yó y se consagró a sus manuscritos y a la corrección de prue­ bas de imprenta. La mayor parte de sus viejos amigos, entre ellos Tomás Moro, decapitado este mismo año, y de sus «her­ manos de armas» humanistas ya habían muerto. El 12 de julio de 1536, próximo a cumplir los sesenta y nueve años de edad, falleció. Algunos amigos junto a su cabecera oyeron a aquel gran hombre, que durante su carrera literaria sólo habló latín, murmurar en holandés dos palabras que apren­ diera en su infancia: «Lieve God». 1531-1536 E l primer humanista inglés ® 139 EL HUMANISMO EN INGLATERRA Tomás Moro, el canciller filósofo Se ha citado ya al humanista inglés Tomás Moro, que tan importante papel desempeñó en la vida de Erasmo y uno de sus amigos más íntimos, e importa trabar más amplio conoci­ miento con esta personalidad, notable en todos conceptos. Moro vivió de 1478 a 1535. Cuando conoció a Erasmo tenía unos veinte años, había frecuentado las aulas de Oxford y proseguido luego sus estudios en Londres; adquirió pronto renombre gracias a sus dotes extraordinarias, y personalidades de mayor edad y experiencia le consideraban su igual. Moro se interesaba en particular por los estudios humanistas y por la teología y durante mucho tiempo pensó en ordenarse sacerdote para consagrarse por entero a lo que consideraba el objetivo más importante de su vida, restaurar la teología en toda su pureza, ya que, al igual que sus colegas alemanes, los huma­ nistas ingleses consagraban las nuevas tendencias culturales al servicio de la religión. Se cuenta que Tomás Moro dedicaba dieciocho horas diarias a sus estudios y se mantenía despierto llevando un cilicio en el cuerpo y haciendo su cama tan poco acogedora como le era posible, con un madero por toda al­ mohada. Su padre, rico jurista londinense, pretendía que su hijo siguiera su carrera y se graduara en Leyes, observando con enorme disgusto el interés del joven Tomás por la ciencia humanística; amenazó incluso con dejar de mantener a su hijo si éste no atendía más al estudio del Derecho. Tomás Moro se sometió a la autoridad paterna y se hizo jurista, magistrado y político, alcanzando los más altos cargos del país. Enrique VIII le encargó misiones diplomáticas, fue miembro del Consejo real y, en 1529, lord canciller. Sus con­ temporáneos le admiraban por su extraordinaria honradez y su enérgico carácter: sólo Erasmo, decían, podía comparársele. Conocemos la presencia física de Tomás Moro por los cuadros de Hans Holbein el Joven, el mayor artista alemán de su época después de Durero, y retratista genial que había ido a Londres en 1526 con una carta de recomendación de Erasmo y la firme resolución de ganar dinero. Holbein, que sería el retratista favorito de la aristocracia inglesa, realizó varios diseños de Moro y de su familia y en ellos insiste en los rasgos de seriedad que afirmaban el rostro del futuro lord Tomás Moro (1478-1536) 1526-1529 140 9 Renacimiento y humanismo kl norte de los Alpes • canciller. Holbein era un excelente psicólogo y sin duda evitó reproducir la alegría y el buen humor que Moro demostraba con sus íntimos, prefiriendo llamar la atención sobre sus cua­ lidades más profundas, como un insobornable respeto hacia el deber, la profundidad de sú filosofía y la melancolía que provo­ caba en él el contraste entre sus grandiosos ideales y la triste realidad circundante. El snpramundo de la «Utopía» Hubo un tiempo en que Tomás Moro intentó emular a Pico de la Mirandola, cuya biografía tradujo al inglés. Más tarde, en 1516, terminaba la obra que le reportaría la inmor­ talidad, la Utopia, importante contribución a los debates de los humanistas, y en la que intentó hallar solución al problema que torturaba a los hombres de su época. El libro alcanzó éxito en el continente, se hicieron de él varias ediciones y Erasmo cita a un regidor de Amberes a quien entusiasmó tanto que se lo aprendió entero de memoria. Aún hoy podemos deleitarnos en su lectura y apreciar plenamente la fantasía y el ingenio con que Moro trata los asuntos más graves. La acción se inicia en Brujas, donde M oro ha sido enviado por el rey en misión diplomática. Allí el lector traba conocimiento con el cu­ rioso extranjero con quien M oro se encuentra un día en la iglesia de N uestra Señora, personaje que es presentado al autor y a quien lleva a su casa. «Fuimos a sentarnos en mi jardín y nos pusimos a charlar juntos». El forastero se llama Rafael Hythlodeo, marino portugués, ya en edad madura, «La tez bronceada del desconocido, su larga barba, su casaca que llevaba con negligencia, su aire y su compostura anunciaban el patrón de una nave». H abía acompañado a Américo Vespucio en sus .exploraciones y regresaba entonces de un país a la sazón descono­ cido por los europeos, pero la conversación derivó hasta comentar la situación social y política en Inglaterra de la que el portugués parecía bien informado, aunque no la aprobase en modo alguno. «La principal causa de la miseria pública es el número excesivo de nobles, zánganos ociosos que se nutren del sudor y del trabajo de los demás, y que hacen cultivar sus tierras y explotan a su sabor a los granjeros para incrementar sus rentas, ignorando cualquier otro sis­ tema económico. ¿Se trata, en cambio, de comprar un placer? Entonces son pródigos hasta llegar a la locura y la mendicidad, y no resulta menos funesto que arrastran en pos rebaños de criados holgazanes, sin oficio ni beneficio e incapaces de ganarse la vida. Cuando éstos caen enfermos, o muere su amo, los echan de la casa, ya que prefirieron mantenerlos sin hacer nada a alimentarlos cuando están enfermos; ade­ 1516 La «Utopía» (1516) Una crítica a la sociedad inglesa <© 141 más, con frecuencia el heredero del difunto no se halla en condiciones de mantener tanta servidumbre. Y asi, esta gente se expone a morirse de hambre, si no se atreven a robar. ¿Es que tienen otros recursos? M ien­ tras buscan empleo, arruinan su salud y sus vestidos; y cuando la miseria les hace enflaquecer y los recubre de harapos, los nobles se ho­ rrorizan de ellos y rechazan sus servicios.» Hythlodeo describe tales bandas de mendigos vagabundos como una de las peores plagas de la sociedad de aquel tiempo. Y la situación so­ cial es catastrófica por otras razones como, por ejemplo, la cría inten­ siva del cordero que causa graves perjuicios a la agricultura. «A estas causas de miseria se añade el lujo y sus desenfrenados dispendios. Criados, operarios, artesanos, todas las clases sociales des­ pliegan un lujo inaudito en su vestuario y alimentación. ¿Hablaré de los lugares de prostitución, de las vergonzosas guaridas de embriaguez y de libertinaje, de los infames garitos, donde se juega a cartas, dados, pelota y marro, que devoran el dinero de quienes los frecuentan y les conducen inevitablemente al robo para reponer sus pérdidas? A rrancad de vuesta isla tales pestes públicas, gérmenes de criminalidad y de miseria. Decretad que vuestros nobles demoledores reconstruyan las alquerías y las villas que han derribado o cedan sus terrenos a quienes deseen reedificar las ruinas. Poned un freno al avaro egoísmo de los ricos, quitadles el derecho de acaparar y monopolizar productos, pro­ porcionad a la agricultura un amplio desarrollo; cread m anufacturas de lanas y otras especialidades industríales en que puedan ocuparse útilmente esa multitud de hombres a quienes hoy la miseria convirtió en ladrones vagabundos o criados, que viene a ser lo mismo.» U na iniciativa socialista y audaz Todo ello nos parece evidente, pero en aquella época se corría un grave riesgo en decir o escribir tales cosas. En el pasaje de la Utopía que resumimos, Moro eleva su voz contra las propias bases de la sociedad inglesa y contra todo el siste­ ma político europeo. Rechaza la nueva doctrina económica desarrollada a mediados del siglo xiv y el implacable egoísmo del sistema político impuesto a lo largo de los siglos prece­ dentes y sistematizado en El Príncipe de Maquiavelo, publi­ cado poco años antes que la Utopía. Contra Maquiavelo, Moro enuncia los ideales platónicos y cristianos del derecho y de la justicia en el gobierno de los estados; Rafael Hythlodeo habla de un estado ideal, el país de Utopía .—el «país de ninguna parte».— que ha descubierto con ocasión de sus viajes y donde residió cinco años. «En Utopía las leyes son poco numerosas, la administra­ ción ampara con sus beneficios a toda clase de ciudadanos y el mérito recibe su recompensa; al propio tiempo, la riqueza 1516 142 • Renacimiento y humanismo al norte de los Alpes nacional está repartida tan equitativamente que cada uno goza en abundancia de todas las comodidades de la vida.» La segunda parte de la obra está consagrada a la descripción de este país imaginario. En la lejana isla de U topía -—narra Rafael— hay muchas y hermosas ciudades que gozan de una administración colegiada y leyes comunes; hay allí casas de campo admirablemente cuidadas, donde los residentes en las ciudades van a aprender el laboreo de la tierra. Los habitantes se distinguen por su humanidad y refinamiento extraordinarios, y viven felices gracias a las leyes inteligentes y mo­ deradas que regulan su existencia. Están gobernados por un príncipe, pero se han adoptado todas las precauciones para impedir que se con­ vierta en un tirano. Todos los ciudadanos, hombres y mujeres, deben dedicarse a un trabajo determinado, pero no pueden trabajar más de seis horas por día, principio fundamental de la vida social en Utopía. El tiempo libre está consagrado a estudios útiles y formativos y a dis­ tracciones, practicadas durante el verano en jardines y en invierno en una de las salas destinadas a comedor. N o conocen los dados ni otros juegos semejantes y Rafael insiste en el hecho de que no existen ta­ bernas en aquella isla maravillosa, ni otros lugares consagrados a los placeres nocivos. N ada falta a la población, pues los ricos comparten sus bienes con los pobres. «La isla entera constituye una sola gran familia, un único hogar», y agrega Rafael que, para comprender las condiciones sociales en Utopía, h ay que tener presente ante todo que allí el dinero es desconocido. Los habitantes de U topía conceden una gran importancia a los estudios filosóficos e investigan continuamente lo que pueda propor­ cionar más felicidad a la hum anidad y, a tal propósito, el rey Utopus ha decretado la libertad religiosa completa dentro del pais. E n la in­ tención del monarca, esta ley debe asegurar la paz; además, sabe que la propia religión se beneficiará de este estado de cosas, pues cabe la posi­ bilidad de que Dios prefiera ver a cada hombre posesor de su propia doctrina. Si sólo existe una fe verdadera y todas las demás creencias constituyen otras tantas supersticiones, la verdad triunfará por ella misma, en opinión del monarca. O tro detalle hay en U topía acerca del que Rafael llama especialmente la atención: la opinión de sus ciuda­ danos en lo que se refiere a la guerra. «Al revés de casi todos los demás pueblos, creen que nada hay más vil y deshonroso que la guerra». La Utopia de Tomás Moro sigue leyéndose e interpretán­ dose de muy diversas maneras; en otras épocas fue citada como ejemplo, en especial, para justificar ciertas tendencias sociales y revolucionarias. N o cabe duda de que a tal respecto han sido a menudo mal comprendidas y deformadas las concepcio­ nes verdaderas del autor, ya que Tomás Moro no tenía abso­ lutamente nada de revolucionario. Para él, la Utopia debía sólo mostrar cómo podía forjarse una sociedad —precisamente 1516 El humanismo francés • 143 una sociedad cristiana—, si los hombres se dignaran hacer uso de su inteligencia y obrar, como el rey Utopus, «con razón y tacto». La Utopía expresa los mismos ideales que Erasmo predi­ cara: la exaltación de la paz, de la comprensión y el amor al prójimo; condena la intolerancia y el deseo desenfrenado de poder y de dinero, fuerzas nefastas que amenazaban con pre­ cipitar a Europa en el caos espiritual e intelectual. Pretende conducir a los hombres a lo más noble que su evolución histó­ rica produjo: la civilización clásica, proyectada por entero hacia lo humano, y el ideal de la caridad cristiana. Programa sublime que aún hoy despierta admiración y que quedó aniquilado en el gigantesco combate entablado entre la Reforma y la Contrarreforma. El propio Moro subió. al pa­ tíbulo, en 1535, por haberse negado a traicionar sus ideales de paz y libertad, en su conflicto con Enrique VIII. Sus últimas palabras fueron: «Muero como servidor de mi rey, pero en primer lugar como servidor de mi Dios». FILÓSOFOS, TEÓLOGOS Y POETAS RENACENTISTAS EN FRANCIA ‘ La inquietud y las disensiones religiosas que, a principios del siglo xvi, desgarran Italia, Alemania e Inglaterra, aparecen también en Francia. De modo idéntico, los ideales humanistas y reformadores se imponen a las inteligencias y la confronta­ ción de estos principios con la doctrina ortodoxa provoca una lucha que hace del siglo xvi el período más inestable, pero quizá también el más fecundo de la historia de Francia. Guillermo Budé, patriarca del humanismo Cuando los ideales humanistas, procedentes de Italia, pene­ traron en Francia, suscitaron también, como en Alemania, un movimiento nacionalista y este fervor del sentimiento patrió­ tico aparece expresado en la controversia que precedió a la fundación del Colegio de Francia, en París. El joven rey Fran­ cisco I, muy adicto a las ideas renacentistas, pretendía crear una nueva institución de enseñanza que fundamentara las len­ guas clásicas y la nueva exégesis bíblica como núcleo de un plan de estudios y constituyera de esta forma el contrapeso de la tan ortodoxa Sorbona. Uno de los principales representantes Colegio de Francia (1530) 1530-1535 144 • Renacimiento y humanismo al norte de los Alpes del humanismo francés, Guillermo Budé, consejero del rey en esta materia, propuso colocar a Erasmo al frente de la futura institución y, aunque Erasmo rehusó, el rey, que con tanta simpatía había apoyado el nombramiento, cargó con la culpa de haber preferido Erasmo a Budé, a un extranjero antes que a un francés. Por diversas razones, la organización de la nueva funda­ ción hizo pocos progresos, pero Budé no se dio por vencido; presentó al rey un memorial tras otro y después de muchas vi­ cisitudes, la institución estuvo dispuesta en 1530. Con la con­ ciencia tranquila, Budé pudo entonces volver a sus estudios, ya que estaba tan aferrado a ellos que, de creer cierta anécdota, no los dejó ni siquiera el día de su boda. En su ancianidad, Budé comentaba con frecuencia que tenía dos esposas: una le aportó sus hijos y la otra —la filología— sus libros. El desarrollo de la teología humanística en Francia también debe mucho a Jacques Lefévre, considerado universalmente como el francés más culto de su época. Conocía Italia, donde visitó las posesiones de los Médicis cerca de Florencia y asi­ miló la filosofía de Platón; luego, de regreso en su patria, deci­ dió consagrar toda su energía al movimiento orientado a la simplificación de la teología y al retorno del cristianismo a su origen, la Biblia. En 1512 publicó las Epístolas de san Pablo acompañadas de comentarios, obra que impresionó a numerosos lectores y qu e fue muy admirada. «Nuestro amigo Jacques Lefévre — dijo Erasmo. con cierta amabilidad y condescenden­ cia— h a h e c h o con san Pablo lo que yo hice con el Nuevo Testamento». Erasmo y Lefévre colaboraron algún tiempo en la realiza­ ción de sus proyectos comunes, pero con los años estas buenas relaciones se enfriaron y la causa de la ruptura fue Lutero. Cuando Lefévre estudió las doctrinas luteranas, consideró que lo mejor que p o d ía hacer en su vida era reconciliarlas con el humanismo y m uchos opinaron lo mismo; así, la búsqueda de una síntesis entre Erasmo y Lutero se convirtió en uno de los primeros ob jetiv o s de los humanistas franceses, antes de que las disensiones religiosas degenerasen en odio y éste impulsara al abandono de toda idea de paz y de reconciliación. El poeta Clemente Marot El hu m anism o francés renacentista se hallaba muy estrecha­ mente ligado al humanismo alemán e inglés, desde muchos 1512-1530 Las primeras grandes escuelas de pintura hacen su aparición en Flandes y en Francia en el transcurso del siglo XV. Van der W eid en: «Pietá llorando». V Jean Fouquet: «Retrato de hombre». M aestro de Moulins: Retrato de M argarita de Austria Hugo van der Goes: «La adoración de los pastores». Alemania, a su vez, descubre en el siglo XVI el espíritu del Renacimiento. Alberto Durero, que trabajó cierto tiem po en Italia, fue un humanista ávido de teorías científicas, además de gran dibujante. («El erem itorio Fenedier», dibujo acuarelado.) La poesía de M arot 9 145 puntos de vista; los Lefévre y Budé nos recuerdan a Colet y Reuchlin. Pero la cultura francesa del Renacimiento no por ello es menos original y los poemas de Clemente Marot consti­ tuyen una buena prueba. En 1519, Marot fue nombrado secre­ tario de una de las más notables damas del reino, Margarita, hermana de Francisco I y futura reina de Navarra. Los ínti­ mos de la princesa acogieron con entusiasmo al joven poeta, por su carácter ingenioso, alegre, de maneras cortesanas, que deleitaba a tan noble compañía con sus poemas, dotados de una gracia extraordinaria. Marot era muy sensible a todas aquellas bellezas que le rodeaban y una de las jóvenes damas cortesanas supo conquistar su corazón; aparece en sus poemas con el simple nombre de Ana, y quizá se trataba de Ana de Alengon, una de las más próximas parientes de la princesa Margarita. Los poemas que Marot le dedicó brillan menos por su contenido que por su forma. Ya no soy yo lo que fui y nunca más sabré serlo; mi hermosa primavera y mi verano se escaparon por la ventana. Amor, tú has sido mi dueño; te serví más que a todos los dioses; ¡Oh, si pudiera nacer dos veces, cuánto mejor te serviría! Ya anciano, Marot fue a parar a la severa ciudad de Gine­ bra, donde se consagró, con Calvino, a la traducción de los salmos de David, situación extraña si se recuerda la veneración que profesaba a la belleza femenina y a los placeres de la vida. Ahora bien, si Marot se instaló en Ginebra fue a desgana, ya que la corte de Francisco I le agradaba muchísimo más que la ciudad de Calvino y sus costumbres rigoristas. Por desgra­ cia, los defensores de la fe católica consideraban a Marot como un hereje y el poeta hubo de salir de París para salvar la vida. ¿Estaba justificada tal acusación? En cierto modo, sí; aun­ que Clemente Marot no perteneciera al grupo de los fanáticos de la Reforma, era un representante típico del período de tran­ sición en el desarrollo de la cultura francesa y europea de su siglo. Había recibido profundamente el influjo del Renacimiento humanista, compartía su amor por la literatura clásica y sus poemas demuestran que los autores antiguos fueron a menudo sus modelos. Al propio tiempo, estaba también influido por las C lem ente M arot (1497-1544) 1519-1540 146 © Renacimiento y humanismo al norte de los Alpes tendencias religiosas que a la sazón imperaban en la corte de Margarita de Navarra. En Francia, como en Alemania y en Inglaterra, el humanismo presentaba un carácter decididamente religioso y Marot, como la mayoría de sus colegas, predicaba con entusiasmo un cristianismo renovado, una doctrina simpli­ ficada con una £e más profunda y aprobaba calurosamente aquel punto del programa humanista que trataba de convertir la Biblia en un libro popular. La doctrina de Marot no puede calificarse de protestante o reformada; no se presta a ser cla­ sificada en una tendencia bien definida y su dogmática resulta demasiado vaga para ello. De todos modos, pensaba y se com­ portaba como un humanista y su contribución al movimiento humanístico fue la citada traducción de los salmos de David. Algunos especialistas modernos opinan que esta traducción, iniciada bastante antes de dirigirse a Ginebra, no se halla a igual nivel que sus trabajos anteriores; con todo, su artística adaptación en verso gustó a sus contemporáneos. Nobles damas y grandes señores de la corte eligieron sus salmos favoritos, cantándolos con melodías populares y acompañándose con el laúd y la espineta; todo ello podrá parecer raro, aunque pro­ porcione una idea acerca de aquella curiosa mezcla de hedo­ nismo elegante y de piedad fanática que caracteriza al Rena­ cimiento francés. La traducción de Marot fue prohibida por la Iglesia católica y Calvino tomó entonces bajo su protección a la obra y al autor, pero éste no pudo soportar Ginebra por mucho tiempo y huyó del ascetismo y la maceración calvi­ nistas. Marot había vivido intensamente las grandes tenden­ cias culturales de su época, asimilándolas a la perfección, si bien con el tiempo resultaron excesivas para él. Murió en 1544, pobre y abandonado, en la remota Saboya, fuera del alcance tanto de los prelados franceses como de los ministros de Calvino. Margarita de Navarra, reina y poetisa En la corte de Margarita fue donde el Renacimiento francés se expresó con mayor variedad y refinamiento, por ser «el único lugar de Francia donde se podía pensar y hablar libre­ mente, sentirse alegre sin caer en la licencia y discutir sin en­ cenagarse en el odio». Un crítico malicioso situó a Margarita «en un término me­ dio entre la mujer liviana y la diaconisa», juicio notoriamente injusto, que sólo podría justificarse por la gran libertad de 1544 El «Heptamerón » • 147 expresión que caracteriza a la obra literaria de Margarita y en particular su Heptamerón *. N o obstante, Margarita postula que el amor carnal debe ser frenado y transformado en algo más excelso y elevado. En uno de sus cuentos dice la heroína : «tanto el hombre como la mujer no pueden llegar al auténtico amor a Dios si él o ella no han amado verdaderamente a una mujer o a un hombre», frase que condensa toda la filosofía de Margarita sobre la esencia y la significación eróticas. Adoptó las ideas platónicas en las que se había iniciado estudiando con ahínco y conversando con algunos filósofos y eruditos que la visitaban, en particular Lefévre y Étienne Dolet. Afirmaba, pues, con Platón, que el amor, lo más hermoso del mundo y lo más importante, podía adaptarse a muchas formas, y el deber del hombre era partir de lo más terrenal tendiendo hacia lo más elevado, el amor divino. La propia Margarita asimiló tales ideas basadas en la doc­ trina de la Iglesia primitiva, si bien a través de los filósofos del Renacimiento italiano y de la teología de los reformados alema­ nes, y no cabe duda de que la doctrina de Lutero adquirió enorme interés para ella; con todo, pese a la simpatía que pro­ fesaba a las ideas luteranas, no se atrevió a romper con la Iglesia católica. ¿Era quizás el temor de un cisma lo que la rete­ nía, o acaso su repugnancia por la controversia dogmática en general? Para Margarita, la religión no era el dogma o el ritual externo, sino el amor y la comunión con Dios; la vida era para ella asunto grave y estaba profundamente convencida de ello. Experiencias desgraciadas y crueles decepciones forjaron su triste concepto de la existencia humana; siendo adolescente había soñado con ser la esposa de un apuesto cortesano, y el destino le negó esa dicha: se vio obligada primero a casarse con el duque de Alengon, por quien era difícil que experimen­ tase la menor ternura, y luego con el rey de Navarra,2 quien, indiferente a las cualidades de su esposa, buscaba en otra parte sus distracciones. El hombre de quien Margarita se sentía más próxima en 1 «Siete días», a ejemplo del «Decamerón» (diez días) de Boccaccio. 2 Se refiere a la Navarra francesa o IBearn, parte del antiguo reino navarro que comprendía el territorio situado entre los 'Pirineos y el río Adour y que quedó fuera de la soberanía española cuando Fernando el Católico incorporó oficialmente Na­ varra a Castilla en 1515. Margarita, la hermana de Francisco I de Francia, casó con Enrique de Albret y la hija de ambos, Juana (1528-1572), les sucedió en el trono de la Navarra francesa; casó ésta con Antonio de Borbón, que fue el padre de Enri­ que IV, futuro rey de 'Francia y primer monarca que inició la dinastía borbónica, a quien también se dio el nombre popular de «bearnés», alusivo a la región de su nacimiento. M a rg a rita d e Navarra (1492-1549) 1500-1525 148 • Renacimiento y humanismo al norte de los Alpes espíritu era su hermano, Francisco I, que consideraba a su her­ mana como un ser de clase superior. Otras personas compartían la misma opinión, en especial quienes eran perseguidos por la Iglesia y a los que Margarita brindaba refugio en Navarra. Durante todo el reinado de Francisco I, su hermana fue su consejero más fiel y competente, alegrándose con él de sus éxi­ tos y consolándole en sus reveses. Cuando el monarca, prisio­ nero de Carlos V, hubo de dirigirse a España, en ,1525, Mar­ garita partió a Madrid para cuidarle durante su enfermedad y trabajar por su liberación. Margarita de Navarra mereció un buen recuerdo histórico y la inmortalidad, no sólo por sus méritos literarios, sino tam­ bién por haber sabido atraerse la amistad y la admiración de los seres humanos por su bondad, su tolerancia y su dignidad en medio de controversias desgarradoras. El escéptico Étienne Dolet El panorama de esta interesante época fue definido así: «Se practica hoy la ciencia más que nunca, y gracias a este progreso cultural los hombres aprenden ahora a distinguir el bien y el mal, cosa que durante mucho tiempo se había descuidado. Los hombres empiezan por fin a conocerse a sí mismos, abren sus ojos a la luz y no parecen ya seres irracionales. Son capaces de adquirir cultura, su lenguaje va puliéndose mediante estudios rigurosos y profundos. ¿No tengo, pues, algo de razón en feli­ citar a la ciencia, que ha recuperado hoy su gloria pasada? Sólo deseo una cosa: que queden aislados quienes se muestran aún hostiles a la literatura y a la ciencia, y cuando ello se logre, nuestra felicidad será completa. Porque hoy los jóvenes reciben auténtica educación y cuando más tarde asuman la carga del Estado, gobernarán con inteligencia y ponderación, cooperando a ampliar todavía más esta cultura a la que todo lo deben. Cuando alcancemos esta meta ¿encontraría Platón entre noso­ tros algo que falte a la República?». El joven autor de frases tan apropiadas al espíritu humanis­ ta era Étienne Dolet, y este panegírico de su época sirve de introducción a una gran obra científica que publicó dividida en dos partes durante los años 1536 a 1538. Era excelente amigó de Budé, Marot, Rabelais y otros humanistas franceses y figuraba entre los más combativos de aquel selecto grupo que luchaba por la libertad de pensamiento y por el progreso huma­ no. N o obstante, la obra de Étienne Dolet quedó olvidada por 1525-1538 Dos humanistas franceses ® 149 todos, a excepción de un reducido grupo de especialistas, y merece a todas luces ser mencionada. Por diversos conceptos, su obra señala la evolución cultu­ ral del siglo xvi. En su juventud, Dolet estudió algunos años en Padua y ello influyó bastante en el desarrollo cultural de Fran­ cia, ya que de Padua procedían el racionalismo y el escepti­ cismo, en un principio extraños a los humanistas. Había en Padua una escuela filosófica cuya doctrina se basaba en los comentarios del célebre médico árabe Averroes acerca de Aris­ tóteles, en contradicción con el dogma cristiano desde determi­ nados puntos de vista, en particular por su negación de la inmortalidad del alma. Étienne Dolet fue uno de los más fieles discípulos de esta escuela paduana y el portavoz del ciceronianismo en Francia, dejando convencidos a sus numerosos adver­ sarios de su deficiente ortodoxia. Sus convicciones religiosas le costaron la vida: los secuaces de la Inquisición le apresaron y, en 1546, fue condenado a la hoguera. Fraiifoüs Rabelais, un genio alegre y desenvuelto Rabelais es acaso el que representó con mayor talento el Renacimiento humanista francés. Su vida es poco conocida; nació probablemente en 1494, era hijo de un jurista francés y recibió una educación esmerada; monje franciscano en 1520, prefirió pasar a los benedictinos en 1524 y recibió autorización para ello. Abandonaba la Orden franciscana porque el superior de su convento, ardiente defen­ sor de la pureza de la fe, le arrebató sus bienes más preciados, los libros en que estudiaba el griego, medida que suscitó la protesta indignada de Budé, con quien Rabelais mantenía con­ tacto. «La última obra de Erasmo es lo que ha provocado tama­ ña agresión contra el estudio del griego —escribía Budé—, pero la actitud de esos señores, por fortuna, no es aprobada por la Corte y nada podrá impedir ya el Renacimiento de la literatura y de las ciencias.» Rabelais no temía aportar su contribución a este renacimien­ to, y a partir de 1524 volvió al estudio de la literatura y de las lenguas clásicas; orientándose también en los de Derecho y otras disciplinas. Abandonó también a los benedictinos y se hizo clérigo secular, viviendo en Ligugé al amparo del obispo de Mallazais. En 1530 aparece matriculado en la Facultad de Medicina de la universidad de Montpellier, donde hizo tales Rabelais (1494-1553) 1520-1540 150 • Renacimiento y humanismo al norte de los Alpes progresos que, a partir del año siguiente, ya pudo enseñar Me­ dicina y poco después ejercía en el hospital de Lyon. El año 1532 constituye otra efemérides importante en la vida de Rabelais, ya que en ella da sus primeros pasos como escritor: las fantásticas Aventuras del gigante Pantagvuel, libro que apareció con seudónimo. La obra, cuyos materiales prima­ rios procedían de algunas leyendas populares, constituyó un gran éxito y ello incitó a Rabelais, sin duda falto de dinero, a publicar una continuación o, mejor dicho, una introducción a su primer libro. En el segundo volumen aparece en escena Gargantúa, padre de Pantagruel, y también fue acogido con entu­ siasmo; otras dos partes de esta grandiosa y pintoresca crónica aparecieron aún en 1546 y en 1552; el quinto volumen fue pu­ blicado después de su muerte, en 1564. Rabelais escribió un prólogo a su crónica, orientando acerca de la verdadera intención de su obra y proporcionando al propio tiempo un maravilloso ejemplo de su estilo. «¿Habéis descorchado botellas alguna vez? j Bergantes, recordad la actitud que observabais! Además, ¿habéis visto alguna vez un perro cuando encuentra un hueso medular? Es el animal más filosófico deJ mundo, como dice Platón, en el segundo libro de la República.» «Si lo habéis visto, habréis advertido con qué devoción lo acecha, con qué cuidado lo guarda, con qué fervor lo coge, con qué prudencia ló empina, con qué afecto lo quiebra y con qué diligencia lo chupa. ¿Quién le induce a hacer eso y cuál es la esperanza de su celo? ¿Qué bien pretende? Solamente un poco de tuétano. V erdad es que ese poco es más delicioso que la abundancia de cualquier otro manjar, porque el tuétano es un alimento elaborado con la m ayor perfección de su naturaleza, como dice Galeno en el capítulo tercero D e facultatibus natuvalibus, y en el veinte De usu partium.» «A ejemplo suyo, os conviene estar preparados para olfatear, sentir y estimar esos hermosos libros de excelsa grasa, ligeros en la investi­ gación y audaces en la polémica; luego, mediante curiosa lectura y meditación frecuente, romper el hueso y chupar la sustanciosa medula, —es decir, lo que yo entiendo por esos símbolos pitagóricos— con la esperanza cierta de convertiros en sagaces y valerosos con dicha lec­ tura, ya que encontraréis otro gusto muy distinto y doctrina más abstrusa, la cual os revelará altísimos sacramentos y misterios horríficos, tanto en lo que concierne a nuestra religión como también al estado político y la vida económica.» «...Así pues, ¡recreaos, amigos míos, y alegremente leed el resto, con toda comodidad para el cuerpo y provecho para los rifíones! Pero escuchad, cuadrilla de asnos — |así se os lleve la mala peste!.—, acor­ daos de beber a mi salud de igual a, igual y os daré cuenta y razón en el acto». 1532 «Pantagruel» (1532) Aventuras del gigante Pantagruel • 151 La burlesca comedia de Rabelais Comienza la narración. Había una vez un rey llamado Grandgousier, gran bromista por naturaleza, quien, como indica su nombre,1 jamás retrocedía ante una buena comida, y le gus­ taba vaciar su vaso hasta el final. Un día el rey Grandgousier organizó una fiesta, durante la cual le nació un hijo, Gargantúa. Lo primero que hizo el mamoncillo al llegar al mundo fue chillar muy alto: «¡A beber! ¡A beber!», invitando a todos a trincar. G argantúa fue creciento y tuvo por primeros maestros a algunos «sofistas» que le atiborraron el seso con un montón de conocimientos inútiles, de los que el muchacho no sacaba absolutamente nada en limpio; al contrario, a causa de ello se hizo cada vez más desgraciado y más estúpido. Su padre comprendió lo que ocurría y le proporcionó un nuevo profesor, acostumbrado a los métodos «modernos» de ense­ ñanza, y después le envió a París a proseguir sus estudios. D urante su estancia bastante prolongada en París, G argantúa trabó conocimiento con los ideales culturales renacentistas, pero un día fue llamado por su padre que había declarado la guerra a uno de sus ve­ cinos y necesitaba su ayuda. G argantúa se apresuró a obedecer la orden paterna, llegó al campo de batalla y pronto dio fin al combate gracias a sus heroicos hechos de armas. Llegó la hora de recompensar a quienes se distinguieran frente al enemigo, entre ellos un monje, fray Juan des Entommeures, joven de nariz inmensa y de facundia extraor­ dinaria, muy útil a G argantúa para recitarle innumerables misas y oraciones. El rey le preguntó qué deseaba en recompensa; fray Juan quería fundar un monasterio gue pudiera organizar a su manera y G ar­ gantúa le regaló entonces el país de Théléme, «a orillas del Loire» ro­ gándole que redactara nuevas reglas monásticas, diferentes a todas las demás. La regla de fray Juan se resume en una sola sentencia: «H az lo que quieras, ya que personas libres, bien nacidas e instruidas, que conversan en compañías honestas, tienen por naturaleza un instinto y aguijón que siempre las impulsa a hechos virtuosos y las aparta del vicio, al que llaman honor». Cuando G argantúa contaba veinticinco años, tuvo un hijo al que llamó Pantagruel. Al nacer, el país languidecía bajo una terrible sequía y la sed de los habitantes era espantosa: de ahí el nombre del principito, «pues Panta, en griego, significa «todo» y Gruél, en lengua agarena, equivale a «sediento»; G argantúa quería decir con ello que su hijo sería un día rey de los bebedores. Pantagruel creció y fue enviado a París, como su padre en otros tiempos, para proseguir allí sus estudios. Un día se paseaba por las afueras de la ciudad, «platicando y filoso­ fando» con sus compañeros, cuando un tipo andrajoso despertó su 1 Los personajes de Rabelais suelen tener nombres significativos o intencionados; así, Grandgousier equivale a «gran gaznate», apasionado de los placeres de la mesa. 1532-1552 152 • Renacimiento y humanismo al norte de íos Alpes curiosidad; entrando en conversación con el pobre diablo, supieron que aquel extranjero se llamaba Panurgo, y que acababa de regresar de Turquía, donde por milagro pudo escapar de los bárbaros de aquel país que pretendían devorarlo. Panurgo había vivido una existencia muy agitada y he aquí cómo lo describe Rabelais: «Panurgo era de estatura mediana, ni demasiado grande ni dema­ siado pequeño, con una nariz algo aguileña, en forma de mango de navaja; en aquel entonces contaría unos treinta y cinco años de edad, dispuesto a que lo doraran como una daga de plomo, muy cortesano en sus ademanes, salvo que era un poquillo calavera y sujeto a una enfermedad que se llamaba en aquel tiem po: no hay peor duélo que falta de dinero. Con todo, conocía sesenta y tres m aneras de encon­ trarlo, en caso de necesidad; de ellas, la más honrosa y común era la del sistema del robo furtivo. E n resumen, malhechor, fullero, bebedor, callejero, merodeador, como nadie en París; aunque, por otra parte, era persona excelente y siempre m aquinaba algo contra los sargentos y los centinelas.» E n compañía de este dudoso gentilhombre, Pantagruel emprendió largos viajes y experimentó las más fantásticas aventuras, entre ellas la conquista de un nuevo reino. N o podemos seguirles en sus prolon­ gados y aventureros vagabundeos, pero tampoco debemos abandonar­ les sin llegar al final de la alegre crónica, la célebre peregrinación de Pantagruel, Panurgo y algunos amigos al «Oráculo de la Diosa Bo­ tella», en China o cualquier país remoto. T ras un largo viaje, llegan a la isla donde se halla el oráculo; una escalera de mármol les conduce a un templo subterráneo y allí les sale al encuentro Bacbuc, dama de honor de la Botella y sacerdotisa de todos sus misterios. Les da de beber de una fuente cuya agua posee la m aravillosa cualidad de adquirir el sabor del vino que prefiera el bebedor. Luego de someterse a gran nú­ mero de ritos y de ceremonias. Panurgo es introducido en una ' capilla circular de paredes cubiertas de espejos. «En medio había una fuente de alabastro fino, de forma heptago­ nal, de un trabajo y de una incrustación muy notables, llena de agua tan clara como puede serlo elemento tan simple, y allí en el centro estaba colocada la Botella sagrada, completamente revestida de cristal purísimo, de forma ovalada, salvo que en el borde estaba algo más abierta de lo que su forma permitía...» «Acabada una canción, Bacbuc echó no sé qué en la fuente y de repente el agua empezó a hervir con fuerza, como hace la gran m ar­ mita de Bourgueil cuando se celebra la fiesta de los bastones. Panurgo escuchaba con oído atento, y en silencio, y Barbuc arrodillada junto a él, cuando de la Botella sagrada salió un ruido como el que hacen las abejas cuando nacen de la carne de un novillo sacrificado y ador­ nado según arte e invención de Aristeo, o como el de un dardo al dis­ pararse de la ballesta, o en verano una intensa lluvia que cae de impro­ viso. Entonces se oyó esta palabra: «trine»... vocablo que anuncian los oráculos en todos los idiomas, celebrado y oído por todas las n a­ ciones y que significa: ]Bebed...l» 1532-1552 Humorismo y bondad • 153 «Y sostenemos aquí que no es el reír, sino el beber lo propio de la naturaleza humana; pero no quiero decir el beber simple y en abso­ luto, que también beben así los animales, sino beber vino bueno y fresco. N otad, amigos, que de vino se hace uno divino, y no hay argu­ mento tan seguro ni arte de adivinación menos falaz, pues tiene poder para llenar el alma de toda verdad, de todo saber y de toda filosofía.» Así termina la crónica de G argantúa, Pantagruel y Panurgo, tipos que Rabelais logró colocar entre los más célebres personajes de la literatura mundial. Ha sido comparado, entre otros, a Sófocles, Petrarca y Shakespeare. Su gloria estriba en su brillante imaginación, en el truculento sabor de sus narraciones, en su jovialidad y su estilo. Nadie consideraría hoy a Rabelais como un simple bohemio, un adorador de Baco, a quien el buen vino y los alimentos ge­ nerosos dictaban obras rebosantes de alocadas narraciones. La obra de Rabelais está basada en el optimismo, la alegría de vivir y el amor al prójimo, Quería el bienestar de todos los hombres y trataba de ampliar sus horizontes para que vieran qué bella era la vida, o podía serlo, si sabían comprenderla y explotar todas sus posibilidades. Rabelais, que había estudiado a Platón y a Cicerón, se situaba en la misma línea que Erasmo, Tomás Moro y Budé, aunque desde otro punto de vista. Es su humorismo y bondad lo que constituyen el encanto de Rabelais. Bebed, buscad el «sustancioso tuétano» con la misma convicción y el mismo afán que el perro roe su hueso; gozad de cuanto la vida pueda ofre­ ceros no sólo en el terreno material, sino también, y ante todo, en el terreno espiritual: tal es la lección que se desprende de estas crónicas. Las críticas que lanzaba Rabelais contra su época, sobre todo desde el punto de vista eclesiástico, desagradaron mucho a los defensores de la ortodoxia. Adquirió reputación de hereje, sus obras fueron incluidas en el índice y en 1534 se vio obligado a marcharse de Francia y acudió a Italia a implorar el perdón del Padre Santo por los pecados que hubiera podido cometer contra la Iglesia. Su agitada vida terminó en París en 1553 y la tradición señala diversas versiones de sus últimas palabras; según parece, exclamó: «Bajad el telón: la comedia ha ter­ minado». 1532-1553 LOS G RANDES DESCURRIMIEUNTO 'G E O G R A F IC O S LA HORA DE PORTUGAL Caminos a la expansión El desarrollo de la actividad económica en la Europa occi­ dental, a finales del siglo xv, la expansión de los mercados y la amplitud de las transacciones exigían abundancia de metales preciosos, sin cuyos instrumentos monetarios (oro y plata) se corría el riesgo de una paralización del comercio mundial. En un momento en que los progresos técnicos en la navegación permitían al fin los viajes por alta mar, y cuando en algunas obras publicadas (en particular en la Imago Mundi, del francés Pierre d'Ailly) se insistía en la idea de que la tierra era redonda y que un mismo océano rodeaba Europa, Asia y África, era irresistible la tentación de ir a buscar dichos metales a tierras desconocidas o a las fabulosas Indias, cuyo camino clásico esta^ ba bloqueado por los musulmanes desde que éstos dominaban el mar Rojo y los turcos tomaron Constantinopla en 1453, a con­ secuencia de lo cual los árabes detentaban el monopolio del comercio de las especias y del azúcar. Por último, poderoso estimulante fue también el deseo de llevar la religión cristiana a los paganos de ultramar. Los portugueses y los españoles eran quienes, geográfica­ mente hablando, estaban mejor situados para intentar la gran aventura, y basta observar un mapa para percatarse de ello. También eran quienes estaban mejor preparados para las gran-' des hazañas por su mentalidad aventurera y emprendedora: acababan de dar fin a la reconquista de la península contra los árabes y, a partir de 1479, Fernando de Aragón e Isabel de Castilla incrementaban el poderío de sus respectivos países. Por otra parte, los portugueses habían sido los primeros en expul­ Caída de Constantinopla (1453) 1453-1479 156 © Los grandes descubrimientos geográficos sar a los árabes de su porción peninsular y ello ocasionó tam­ bién que fueran los primeros en buscar una nueva ruta hacia las Indias fabulosas. La Orden de Cristo La pintoresca localidad de Tomar está situada al noroeste de Lisboa, en una hermosa región del centro de Portugal. Sobre una colina próxima se eleva un imponente castillo medieval fortificado, antigua residencia de la Orden de Cristo y testi­ monio arqueológico de una época decisiva en la historia de Portugal. La iglesia contigua al castillo es célebre, y si se examinan con atención sus fachadas ornadas de estatuas, puede obser­ varse que los motivos que las decoran están tomados de viajes por mar a países lejanos. El castillo de Tomar era en el si­ glo xv uno de los más importantes puntos de apoyo para la realización de aquellas grandiosas epopeyas que proporciona­ ron a Portugal una posición predominante entre los estados europeos, expediciones que permitieron, por una parte, el pro­ greso del comercio y de la marina, y, por otra, la evolución de la política y de la cultura mundiales. El castillo de Tomar es símbolo inseparable de los grandes descubrimientos geográficos que, juntamente con el Renacimiento, la Reforma y el adveni­ miento de la monarquía absoluta, señalan la transición entre la Edad Media y los tiempos modernos. Cuando Felipe IV de Francia exterminó a los templarios, a principios del siglo xiv, el gran maestre de la Orden, Jacques de Molay, predijo ya en el cadalso que Felipe y el papa Cle­ mente V serían muy pronto citados con él ante el tribunal de Dios, y, en efecto, antes del plazo fijado por el mártir, murieron ambos personajes. Aquel suceso causó honda impresión a Diniz, rey de Portugal, quien donó los bienes arrebatados a los tem­ plarios a una nueva congregación recién fundada, la Orden de Cristo, organización militar y religiosa cuya misión era «defen­ der la fe cristiana, combatir a los musulmanes y engrandecer el reino de Portugal». Su importancia fue creciendo a finales de la Edad Media; los caballeros de la Orden de Cristo cons­ tituían el núcleo de los ejércitos de los reyes portugueses, y se distinguieron en interminables guerras sostenidas contra los mu­ sulmanes. Precisamente fueron quienes propagaron la idea de la Cruzada permanente, ya .que, según ellos, el deber de la cris­ tiandad era combatir a los musulmanes. S. XV Portugal pone el pie en Ceuta # 157 Enrique el Navegante En 1415, una flota de guerra portuguesa se dirigió rumbo a Ceuta, puerto marroquí que dominaba el litoral norteafricano situado frente a Gibraltar. Hizo entonces su aparición en la escena histórica el joven príncipe Enrique, a quien su padre, Juan I de Portugal, había confiado el mando de una parte de la flota. Efectuó un audaz desembarco, consiguió penetrar eri Ceu­ ta tras un ataque rápido a un sector poco protegido de las fortificaciones, y ocupó la ciudad. Portugal acababa de con­ quistar su primera posesión en territorio africano. Luego, el joven príncipe se vio recompensado con largueza por su audaz hazaña; en 1419 recibió el cargo de gobernador de la provincia del Algarbe, en el sur de Portugal, desde donde podía vigilar fácilmente Ceuta y la costa africana, y al año siguiente fue nombrado gran maestre de la Orden de Cristo. Esta última distinción tenía particular importancia y le con­ fería derecho a disponer de las riquezas de la congregación, pero imponiéndole al propio tiempo el deber de consagrar su vida a la lucha contra el Islam. Aceptó tales obligaciones a su entera satisfacción, por ser muy piadoso y considerarse consagrado con toda su alma a los ideales religiosos de la Edad Media; hombre de extraordinaria voluntad y prudencia, su estancia en Ceuta le había despertado vivo interés por el continente africano, manteniendo conversaciones con indígenas que le ha­ bían descrito las maravillosas regiones situadas más lejos, hacia el sur, donde podría hallar la cristiandad nuevas posibilidades de expansión. Enrique decidió organizar viajes y exploracio­ nes, expediciones que costearía la Orden de Cristo. La con­ gregación se convirtió de este modo, gracias a su ideal de lucha religiosa y a sus cuantiosos recursos financieros, en uno de los organismos más importantes en la historia de los descubrimien­ tos geográficos. El príncipe Enrique estableció su residencia en Sagres, un pueblecito situado junto al cabo San Vicente, en el extremo suroeste de Europa, donde mandó construir un palacio y un observatorio. Su corte se convirtió en lugar de reunión de nave­ gantes y sabios procedentes de diversos países, que bajo su dirección se dedicaron al estudio de la geografía y se esforza­ ron en mejorar la construcción naval; desde luego, las circuns­ tancias reclamaban buques capaces de enfrentarse con el océano Atlántico, pues no era ya posible limitarse a seguir bordeando las costas, como antes. Enrique el Navegante (1394-1460) 1415-1419 i 1' /oX )0 ■ ^ t r / f\ V-t /; N O w /., — - / ? ^ V' . Í-'^Í'I'K.', I lífv',A /,;. ‘ A% Ó;O vl . ^2' y M í 1 f <\ j / \ ■ o c l a ¡ cr; r: « ' i;' 0 , n o ... i. A 7 o , « w r ' « ; .... í 'V '^ v ,.( l j V ‘ ' » r 5 ' //V ' ^ T ^ V ' - C i '’í.') AMERICA. ) ^ (S IIA SIS/v/l ' t'ttil>hfr\i<r <ty>/i<«»nn>_ / J '.Jí’lU'j.'JJ,'^*• . } \ \ . A -- 1v - ^^ . | ? <''■ O » K vm 1 ■ „ ' \ ■; - A '* s W ^ u s i a ( 7 ' VU \ u V y ' J '•?,V\ / ■ ViMníiiutr/ X . 'í lC . --' Jys '„í\^ "■ su' f f \ \ Sío¿fA>il)iqi^/ f I,' , ............................. 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E lc a n o , 1519-22 160 • Los grandes descubrimientos geográficos El espejismo del preste Juan de las Indias El conjunto de todos estos sentimientos, el fervor religioso y la curiosidad científica, la atracción de la aventura y el incen­ tivo de la ganancia, aguijoneaban al príncipe y a sus cortesanos y la imaginación de los exploradores se enardecía ante innu­ merables noticias y narraciones fantásticas. La leyenda del preste Juan produjo, sin duda alguna, honda impresión en el príncipe Enrique; se rumoreaba que un soberano cristiano vivía en el lejano Oriente, no se sabía exactamente 'dónde, y que poseía gran poder y enormes riquezas. Las diversas opiniones sobre la situación precisa de este reino discreparon durante bastante tiempo, pero en el siglo xv ya se le identificó con carácter cada vez más unánime con el imperio de Abisinia. Es muy posible que el príncipe proyectara ir al encuentro de aquel misterioso monarca cristiano para firmar un tratado con él. Otras razones impulsaron, además, a Enrique el Navegante hacia los descubrimientos geográficos. A la larga, y ello se ex­ plica sin dificultad alguna, sus actividades se vieron determi­ nadas cada vez más intensamente por la política comercial y por ineludibles consideraciones económicas. Desde la época de las cruzadas, las relaciones mercantiles con la India, a través del Oriente, eran de vital importancia para la vida económica de Europa. La India era la principal proveedora de especias y la gente de la Edad Media consideraba estos productos como un lujo indispensable. Desde que los europeos habían descubierto que un plato poco sabroso era más apetecible sólo con añadirle un poco de pimienta o de canela, empleaban tales condimentos sin moderación y usaban también especias para disimular un sabor excesivamente fuerte, porque con mucha frecuencia los alimentos llegaban averiados a la mesa, a causa de la lentitud de los transportes y de la suciedad de los almacenes. El tráfico de las especias se hallaba en gran parte en manos de las ciudades comerciales italianas; por el golfo Pérsico eran transportados los productos procedentes de las Indias hacia los puertos sirios, y de allí hasta Europa. Cuando los mongoles, en el siglo xm, y después de ellos los turcos durante los si­ glos xiv y xv, sometieron el Cercano Oriente, los antiguos itinerarios comerciales entre Europa y el golfo Pérsico quedaron cortados y para seguir manteniendo tan lucrativas relaciones comerciales fue preciso buscar otro camino hacia las Indias por Egipto y el mar Rojo. A pesar de ello, al hallarse el Egipto en manos de los mamelucos, éstos exigieron impuestos considera­ S. XV Penetración tusa en África 9 161 bles sobre las mercancías que atravesaban su país, y la conse­ cuencia fue una elevación sensible de los precios. Surgió la idea de que quizá fuera posible bordear África por mar y llegar de este modo a los países productores de especias. Los europeos de la época imaginaban el continente africano mucho más pequeño de lo que es en realidad y creían que la Guinea era el punto más meridional de África y que una vez allí bas­ taba singlar hacia el Este para llegar a las Indias. El gran periplo africano El príncipe Enrique envió su primera expedición en 1418; años después, en 1434, los portugueses habían doblado ya el terrible cabo Bojador, considerado infranqueable por antiguas tradiciones profundamente arraigadas. Uno de los capitanes del príncipe Enrique, el joven Gil Eannes, demostró que aquella leyenda era simple superstición. El paso del cabo Bojador fue el primer gran éxito de Enrique y le alentó a proseguir sus esfuerzos. Y asi, partieron nuevas expediciones; al regreso de cada una de ellas, sus componentes narraban los relatos más entusiastas, asegurando que la empresa podía resultar lucrativa. A lo largo de sus viajes, los portugueses tomaron contacto con los indígenas africanos, capturaron muchos negros y los llevaron a Portugal para venderlos, iniciando Europa su tráfico de esclavos y siendo muy pronto Lisboa el principal mef^ cado de ellos. En 1445 se doblaba el cabo Verde, y quedaban sometidas a la dominación portuguesa las islas del mismo nombre, como antes Madera y las Azores. La etapa siguiente fue el descu­ brimiento de las desembocaduras del Senegal y del Gambia, y fue inmensa la alegría de los exploradores al dejar tras ellos los desiertos áridos y llegar a regiones «plantadas de palmeras y otros árboles verdes». Surgip entonces un nuevo factor en la historia de las explo­ raciones marítimas: los intereses políticos de Portugal. El prín­ cipe Enrique no sólo era un cruzado y un erudito, sino también excelente político que procuró ejercer una severa vigilancia sobre la navegación hacia el sur, para evitar posibles compe­ tidores extranjeros. Ahora bien, una protección efectiva contra la competencia extranjero sólo podía conseguirse mediante un decreto del papa; de este modo se inició la larga rivalidad de Portugal y de Castilla para obtener el favor de la Curia en las cuestiones coloniales. 1418-1445 162 • Los grandes descubrimientos geográficos Fueron considerables los esfuerzos de Enrique y de sus sucesores para hallar nuevos territorios no sólo al sur, sino también al oeste. El misterio de que los portugueses rodeaban sus expediciones marítimas plantea aún hoy espinosos pro­ blemas al examen histórico de estas cuestiones, y así resulta poco menos que imposible señalar en qué momento se iniciaron en realidad las expediciones hacia el oeste. S e admite, en general, que fueron los v ik in g o s quienes em prendie­ ron los prim eros viajes por el A tlán tico, y que el primer europeo que tocó ■ — hacia el año 1000'— las costas de la A m érica del N o rte, fue el norm ando Leif Erikson; con posterioridad a esta exploración, los v i­ k in gos prosiguieron sus exped icion es por el A tlántico y según fuentes islandesas, em prendieron otro via je a la península del Labrador en 1347, pero ello só lo dem uestra que los europeos del norte se anticiparon en el conocim iento de otras tierras occidentales. O tro detalle d igno de tenerse en cuenta es el h echo de que Enrique el N a v e g a n te conociera los v iajes y descubrim ientos de lo s escandinavos por ser pariente del rey de Dinamarca, E rico de Pom erania, casado con su prima, la reina Filipa. U n herm ano de Enrique, don Pedro, coincidió con el rey E rico en 1424, en la corte imperial de V ien a , y es fácil suponer que am bos príncipes hablaron de cu estiones geográficas y n avales, hipótesis co ­ rroborada más tarde al haber cierta colaboración entre daneses y por­ tugueses en el campo de la s exp loraciones. S e sab e que un m arino danés participó en una de las exp ediciones africanas de Enrique, y que el rey de D inam arca, C ristián í, en vió algunos buques h acia el o este en 1472 ó 1473, a p etición del príncipe de Portugal y que en ellos iba también un portugués; segú n parece, esta expedición se di­ rigió hacia G roenlandia y lle g ó h asta T erranova. El cabo de las Tormentas Enrique el Navegante ya no estaba presente en tales acon­ tecimientos, ya que había fallecido en 1460, en su querida población de Sagres. Los historiadores portugueses le conside­ ran una de las mayores figuras de su historia nacional. N o obstante, la obra del príncipe fue proseguida por su sobrino, el rey Juan II, que subió al trono de Portugal en 1481, pese a ser Juan II un soberano de la nueva generación, cruel e implacable; en cierto modo, una personalidad paralela a un Luis XI de Francia, por ejemplo. Sin embargo, fue llamado o Principe perfeito. Después de Enrique el Navegante, los portugueses lograron rebasar las costas de Guinea; en 1475 franqueaban la línea ecuatorial y en 1482 descubrían la desembocadura del Congo. 1460-1482 Colón en Portugal (1476) Navegantes y aventureros • 163 Cinco años después equipaban una expedición que alcanzaría un éxito resonante: Bartolomé Díaz, que ya había tomado parte en las expediciones a lo largo de las costas africanas, tomó el mando de algunas naves y las condujo por derroteros desconocidos, se desvió 30 grados hacia el Sur y hallóse en pleno Atlántico. Puede imaginarse fácilmente cuánto sufrió en su pequeño buque almirante, víctima del furor de los elemen­ tos; los miembros de la tripulación creyeron llegada su última hora y conjuraron a Díaz para que virara en redondo; él en­ tonces trató de llegar a tierra poniendo rumbo al nordeste, lo consiguió tras largos esfuerzos y desembarcó en El Cabo, en el golfo hoy llamado Mosselbaai, es decir, al este del extremo meridional de África. Después se dirigió hacia el norte, pero hubo de retroceder para evitar un motín de la tripulación. Al regreso, dobló la punta meridional de África, que bautizó con el nombre de «cabo de las Tormentas». La hazaña estaba realizada: se había llegado al océano índi­ co y se había explorado la costa occidental africana. Cuando Díaz volvió a Portugal, en 1488, declaró que con mejores naves hubiera llegado con toda seguridad a las Indias. «Pues enton­ ces '—exclamó el rey Juan.—■, debemos dar otro nombre al cabo de las Tormentas: lo llamaremos cabo de Buena Esperanza.» LA HORA DE ESPAÑA Cristóbal Colón Durante el reinado de Juan II aparecieron en la corte de Portugal aventureros extranjeros ansiosos de participar en todas estas expediciones y adquirir en ellas gloria y fortuna. El re}' Juan desconfiaba de los espías que pudieran averiguar sus secre­ tos, pero la mayoría de las veces tuvo el buen sentido de conce­ der audiencia a algunos de aquellos forasteros y escuchar atento cuanto tenían que decirle, y así ocurrió poco después de su advenimiento al trono, cuando un extranjero desconocido le hizo una proposición interesante: pretendía ir a alta mar, cruzar el océano y descubrir, según sus propias palabras, «un país nuevo en Occidente». Apoyaba su demanda con un razona­ miento inaudito: nadie más podría realizar aquel descubrimien­ to, ya que sólo él había sido elegido 'por Dios para llevarlo a cabo, y se hallaba dispuesto a entrar al servicio de Juan, pero sólo a condición de una rica recompensa. El monarca sometió Cristóbal Colón ( ¿ 1436-1506) 1486-1488 164 • Los grandes descubrimientos geográficos el asunto a una junta de cosmógrafos, y éstos le recomendaron que no otorgara ningún crédito al extranjero. El rey se adhirió a la opinión de sus consejeros y aquel oscuro personaje desapa­ reció de Lisboa. Se llamaba Cristóbal Colón. Aunque Cristóbal Colón es una de las más célebres figuras de la historia universal, sabemos poco acerca de su vida pri­ vada, hasta 1492. Tras rebuscar en los archivos municipales de Génova, investigadores modernos creen poder asegurar que Co­ lón había nacido en esta ciudad en 1451, de familia modesta, aunque él pretendiera siempre lo contrario; su padre era tejedor y según parece vivió siempre pobre. Quizás en su juventud, Colón ejerció el oficio de su padre y luego realizó varios viajes por el Mediterráneo, probablemente no como marino, sino como agente comercial. N o puede asegurarse que se iniciara en la ciencia de la navegación en aquella época. Sin embargo, el propio Colón nunca hizo revelaciones acerca de su patria y de su familia, sino al contrario. En ningún docu­ mento auténtico han aparecido detalles acerca de estos puntos y jamás los Reyes Católicos, con quienes estuvo tan en contacto, las hicieron tampoco; no existe ningún documento emanado de la Cancillería o de la administración castellana, mieijtras vivió el descubridor, ni siquiera redactado durante los siglos xvi y x v i i , que arroje luz alguna sobre el enigmático problema del lugar de nacimiento de Colón, a quien por rutina se le ha seguido lla­ mando «el genovés». Lo que se sabe con seguridad es que Colón salió de Génova entre 1470 y 1480, partió para Lisboa a bordo de un buque mercante y se estableció en la capital portuguesa, donde su hermano Bartolomé residía y se ganaba el sustento dibujando mapas y comerciando con libros. Aquella estancia en Portugal fue decisiva para Colón. Los portugueses eran los adelantados europeos en los descubrimientos geográficos y no cabe duda de que su ejemplo inspiró al futuro gran navegante; poseían los mejores barcos, los más profundos conocimientos de geografía y de ciencia náutica y se atrevían a arriesgarse en medio del océano. Probablemente Colón fue introducido por su hermano Bartolomé en los círculos de Lisboa interesados por la navega­ ción; luego, se casó con una portuguesa cuyo padre fue gober­ nador de una isla situada cerca de Madera y había participado personalmente en la obra colonizadora de su país en ultramar; a su muerte, legó a su yerno una preciosa colección de obras geográficas. En la Imago Mundi de Pierre d’Ailly, publicada en Lovaina 1470-1485 «Imago Mundi» (1485) Colón, en España • 165 en 1485, se estimaba en unos 225 grados geográficos la mayor dimensión del mundo conocido. Cristóbal Colón leyó aquel libro y aceptó sus conclusiones; es decir, que consideraba menor de lo que es en realidad la distancia oceánica entre Europa occidental y aquella India que él quería alcanzar por el oeste. Con frecuencia, la audacia nace de un error de cálculo... En efecto, Colón se basó también en la idea del cosmógrafo florentino Toscanelli, a quien conoció en Portugal, que suponía que la distancia por tierra entre las costas occidentales de Euro­ pa y las orientales de Asia —el «país de las especias».—•, si­ guiendo la dirección de poniente a levante, abarcaba aproxi­ madamente los dos tercios de la circunferencia terrestre. En consecuencia, la ruta marítima desde las costas occidentales europeas, navegando rumbo a poniente, hasta alcanzar el litoral asiático, sólo comprendía el tercio restante, o sea la mitad del camino. De hecho, había doble distancia de la que Colón supo­ nía, pero éste lo ignoraba. Un cruzado de la geografía Desde el año 1480, aproximadamente, Colón trabajaba sin cesar en la realización de sus proyectos y, en primer lugar, presentó un informe al rey de Portugal, Juan II, a quien expuso sus ideas. Es ya sabido que el resultado no fue muy brillante, pero Colón no quiso darse por vencido. Y puesto que los por­ tugueses rechazaban aquella oportunidad que se les ofrecía, quedaban otros países y otros soberanos a quienes dirigirse, Resolvió probar suerte en España, ya que, habiendo fallecido su mujer, nada le ligaba a Portugal. Dejó a su hijito de cuatro años en el convento de La Rábida, al sur del puerto de Palos,1 y prosiguió solo su viaje hacia Sevilla, donde pudo ponerse en contacto con dos personajes muy influyentes, los duques de Medina-Sidonia y los de Medinaceli, quienes se mostraron inte­ resados por sus planes, y en 1486 Colón fue recibido en audien­ cia por Fernando e Isabel. Oídas sus explicaciones, los monarcas decidieron a su vez pasar aquellos proyectos a una comisión para que procediese a su estudio. De todas formas, nada podía hacerse de momento, ya que todos los recursos del reino se necesitaban para la guerra emprendida contra el reino granadino. Mientras Cris1 Otros historiadores afirman que Colón no estuvo en La Rábida en 1484, sino ocho años después, en febrero y marzo de 1492, cuando había perdido toda esperanza en la protección de los Reyes Católicos. Colón ante los Reyes Católicos (1486) 1480-1486 166 • Los grandes descubrimientos geográficos tóbal Colón aguardaba la respuesta definitiva de los soberanos españoles, su hermano Bartolomé se dirigió a Londres a fin de solicitar apoyo al rey de Inglaterra para la gran empresa; pero como Enrique VII era demasiado avaro para arriesgar dinero en tales fantasías, Bartolomé abandonó Inglaterra y pasó a Francia. Fue a principios de enero de 1486, probablemente, cuando Colón llegó a Córdoba, ciudad en donde a la sazón se encontraban los mo­ narcas. N o puede determinarse bien qué carácter tuvieron las primeras relaciones de éstos con el navegante, a no ser por las subvenciones que de ellos recibió. Por el texto del primer pago de que tenemos noticia que se le hizo se infiere que lo consideraron afecto a su servicio y a sueldo durante algún tiempo, sin especificar concretamente su misión, aludiendo sólo que Colón «está aquí haciendo algunas cosas complideras al servicio de sus Altezas». De hecho, los monarcas acogieron favorablemente los proyectos del gran navegante y encargaron a una Junta de técnicos que informara sobre los mismos. É sta fue presidida por fray H ernando de Talavera, confesor de la reina y que había sido profesor de la universidad de Salamanca, y celebró sesiones en esta ciudad y en Córdoba, estudiando detenidamente el asunto y oponiendo algunas objeciones y reparos. La mayor decisión histórica La comisión española tardó cinco años en redactar su in­ forme, y cuando al ñn se conoció su contenido, resultó ser negativo en conjunto. Todo inducía a suponer que Colón iba a verse obligado a volver también la espalda a España; sin embargo, pasó otra temporada en el convento de la Rábida y allí recibió ayuda. Juan Pérez, prior del convento, había sido confesor de Isabel y seguía manteniendo cierto influjo sobre la reina, a la que escribió suplicándole que meditara una vez más la proposición del futuro descubridor. Quizá Isabel no quiso ofender al anciano confesor arrin­ conando su ruego; sea como fuere, Colón recibió autorización para presentarse inmediatamente a la corte, en Santa Fe, junto a Granada. Se iniciaron las negociaciones, pero las condiciones exigidas por Colón, a las que se aferraba encarnizadamente, enfadaron a los soberanos y provocaron ironía y recelos en los cortesanos. Fue imposible llegar a un acuerdo, y Colón partía ya de la corte, cuando Luis de Santángel, tesorero del rey Fer­ nando, le comunicó la noticia de que los monarcas habían decidido aceptar sus condiciones, ya que, conquistada Gra­ nada, podían dedicar su atención a la nueva empresa, y al fin 1486-1492 Toma de Granada (1492) Mística del Descubridor • 167 llegaron a un convenio con Colón el 17 de abril de 1492, La jhistoria demostraría que aquella decisión sería la más impor­ tante de todo su reinado. Quedó convenido que Colón conduciría una expedición hacia el oeste en busca de las islas y tierras que, según él afirmaba, se encontraban en aquella dirección y si, efectiva­ mente descubría nuevos territorios, sería nombrado gobernador y virrey de ellos, con la categoría de gran Almirante de Cas­ tilla y percibiendo, además, el diez por ciento de los beneficios que reportara el comercio en las regiones nuevamente descu­ biertas. Colón se creía investido de una misión divina y des­ pués de sus audiencias con Fernando e Isabel, se obstinó en que era voluntad de Dios que él descubriese nuevos territorios, pues así se obtendrían los recursos necesarios para una nueva cruzada, argumentos que produjeron profunda impresión. El ideal de la cruzada evangelizadora fue tan importante en las exploraciones españolas como en las portuguesas. De Cristóbal Colón se ha dicho que «la piedad era el núcleo de su carácter», único móvil y manera de comprender su con­ fianza en sí mismo, su terquedad y unas exigencias que raya­ ban en el desafío, considerada la época en que vivió. Colón no era, en modo alguno, un visionario, pero sí un hombre poseído por una mística de tipo misional. Estaba con­ vencido de «su verdad» y no se doblegó jámás a consideraciones ajenas. Incluso en su último viaje al nuevo continente destaca su obstinación en mayor grado incluso que su pericia náutica. Se hallaba persuadido de que su propio nombre de pila, Cris­ tóbal —Christo fetens, el que lleva a Cristo.— constituía un símbolo revelador de su misión terrenal. En la Biblioteca Co­ lombina de Sevilla se conserva un libro autógrafo de Colón en el que éste reunió las profecías de los antiguos escritores sagra­ dos y profanos referentes a los viajes y descubrimientos que él proyectó. En sus últimos años soñaba con la liberación del San­ to Sepulcro. A través de! «mar tenebroso» Habían transcurrido varios días desde la jornada memorable del 3 de agosto de 1492, fecha en que la flotilla de Colón salió del puerto de Palos. Se componía ésta de la nave capitana, la Santa María, pilotada por el propio Colón, y dos buques más pequeños, la Niña y la Pinta, confiados a colabora­ dores de confianza, los hermanos Pinzón. Primero pusieron 1492 168 • Los grandes descubrimientos geográficos rumbo a las Canarias, donde se interrumpió el viaje el tiempo necesario para reparar averías; después se internaron en el Atlántico.1 Colón comunicó a su tripulación que le constaba la proximidad de ciertas islas y si aún no las habían alcanzado era a causa de las corrientes marinas que desviaban los barcos de su rumbo. A partir de entonces navegaron de día y de noche y, du­ rante este período de la travesía, el propio Colón manejó el timón de la Santa María casi siempre, ya que se había acos­ tumbrado a dormir sólo algunas horas durante el día. El 9 de septiembre anotaba en su diario de a bordo que había recorrido diecinueve leguas (un centenar de kilómetros, aproximadamen­ te) , pero decidió comunicar una cifra menos elevada para que la tripulación no se alarmase al enterarse de que era tan grande la distancia que les separaba de tierra. La estratagema se repitió en días sucesivos, aunque el ánimo de los tripulantes iba deca­ yendo y los marineros se preguntaban angustiosos si volverían a ver jamás su patria. Fue del 13 al 17 de septiembre cuando Colón hizo por vez primera una observación que constituyó un gran descubrimiento científico; el de la desviación de la aguja magnética o brújula. La comprobación de este hecho demuestra por sí sola la pericia y habilidad del gran marino. La mayoría de los tripulantes se sorprendió ex traordinariamente, temiendo perdferse en la sole­ dad de los mares, y Colón les tranquilizó explicándoles que si la aguja se desviaba •—o «noroesteaba», como decía él-— era porque seguía la variación de las posiciones dé la estrella polar. En cuanto al mar de los Sargazos, lo atravesaron sin inciden­ tes, salvo creer a veces los marineros que ya estaban cerca de tierra, al ver la gran abundancia de hierbas y aves que hacían su aparición sobre el agua. El descubrimiento de América El 11 de octubre, Colón, de pie en la toldilla, creyó distin­ guir una luz. Al día siguiente no cabía ya duda alguna: la tierra 1 Los barcos empleados en los descubrimientos fueron la carabela y la nao —ésta en menor medida—• q'ue, ideadas y perfeccionadas en las costas atlánticas es­ pañolas y portuguesas, parecen resumir toda la experiencia náutica de los siglos medievales. «Los primeros tipos de carabela mostraron sus defectos en los viajes de exploración que se suceden a lo largo del siglo xv — dice Vicens Vives— ; su sucesivo perfeccionamiento, uno de los logros máximos en la historia de la construcción naval europea, hace posible la era de los descubrimientos.» Sus características son casco resistente y velamen desarrollado; en cambio, la galera mediterránea resultaba que­ bradiza y débil en su estructura para las aguas revueltas y las marejadas del Atlántico. 1492 Descubrimiento de América (1492) Descubrimiento del N uevo M undo • 169 estaba a la vista. Arriaron velas y echaron el ancla. Los es­ pañoles habían llegado a la isla que los indígenas llamaban Guanahaní, en el archipiélago de las Bahamas. Colón había estado esperando aquella hora estelar durante años enteros. Rebosante de satisfacción, hizo que lo llevaran a tierra con los hermanos Pinzón. Desembarcaron en medio de la admiración y de la sorpresa de los indígenas, que se habían reunido en la playa, espantados ante gentes para ellos tan ex­ trañas y embarcaciones que, a pesar de su pequeñez, les pare­ cían casas. Colón, con el estandarte de Fernando el Católico en una mano y el de Isabel en la otra, tomó solemnemente po­ sesión de la isla, a la que puso el nombre de San Salvador, «en conmemoración de Su Alta Majestad», es decir, del Salvador del mundo, Jesucristo, como decía el propio navegante en su carta a Luis de Santángel, tesorero de Fernando el Católico. De todo ello, hizo Colón levantar acta respectiva por el escri­ bano de la armada, Rodrigo de Escobedo. El descubrimiento oficial del Nuevo Mundo se había consumado. El Almirante describe así a los indígenas de San Salvador: «Son muy bien hechos, de muy fermosos y lucidos cuerpos y muy buenas caras; los cabellos gruesos y cuasi como cerdas de cola de caballo e cortos...». El color del cutis le recordó el de los habitantes de las islas Canarias, ni blanco ni negro; además se embadurnaban el rostro, y a veces todo el cuerpo, de color blanco, negro o rojo. «Víde que algunos de ellos traían un pedazuelo de oro colgado en un agujero que tienen en la nariz.» Colón embarcó consigo siete de estos indígenas. Añade en su diario de navegación que pudo comprobar que aquellos hombres podrían ser más fácilmente convertidos a la fe cristiana por la dulzura y la persuasión que por la fuerza, y así a algunos regaló collares de vidrio y a otros caperuzas rojas. Le pareció que los indígenas eran bastante inteligentes y que podrían ser excelentes operarios, porque comprendían muy pronto lo que les decían. Sin embargo, Colón encontró un motivo de inquietud: aque­ llos indígenas eran muy pobres a todas luces, de modo que se hizo de nuevo a la vela y pronto llegó a otra isla, donde pudo comprobar con más optimismo que los autóctonos llevaban pen­ dientes de oro. En aquellos días descubrieron y reconocieron las islas de Santa María de la Consolación (Rum C ay), Fernandina (Exuma), Isabel (Long Island) y varias otras. Admirábanse todos del bosque virgen, de la espesa selva y de la desconcertante fauna que albergaba. 1492 170 • Los grandes descubrimientos geográficos Un mundo fascinador y paradisíaco Colón creyó que había llegado a una maravillosa parte del mundo. «Estas islas son las más encantadoras regiones que jamás haya visto» —escribe—. «Su vegetación es tan exu­ berante como en Andalucía en el mes de abril. Los pájaros son innumerables, y cantan tan bien que uno podría estar escu­ chándolos durante horas enteras. Hay también diferentes es­ pecies de árboles de flores olorosas y frutos deliciosos. Lásti­ ma que yo no sepa de qué especies se trata, pues estoy persuadido de que proporcionan una madera preciosa y pueden también suministrar tinturas y medicinas». En sus momentos de angustia, Colón se consolaba pensan­ do en la gloria, que sería el resultado supremo de su viaje. «Creo que bastará poco tiempo para convertir gran número de indígenas a nuestra santa fe, y ofrecer a España riquezas y posesiones inmensas.» Siguió navegando, el 28 de octubre la expedición llegaba a Cuba y allí sufrió Colón algunos re­ veses. En primer lugar, sé vio abandonado por el capitán de la Pinta, Martín Alonso Pinzón, que se había hastiado de obe­ decer a Colón y quería navegar por su cuenta. Poco después, encallaba la Santa María; Colón hubo de abandonar la nave y a partir de entonces sólo dispuso de la Niña. Colón instaló en la isla Española, la Haití actual, una pe­ queña colonia llamada Natividad, el primer establecimiento español del Nuevo Mundo, hizo edificar un fortín con los restos de la nave encallada y decidió emprender el regreso para rendir cuenta de sus descubrimientos a los monarcas. N o pudo recoger más que una pequeña cantidad de oro, pero había descubierto nuevos territorios y entrevisto posibilidades futu­ ras para la Humanidad que se abrían en el lejano Occidente. Los españoles estaban ya dispuestos a poner rumbo al este a bordo de la Niña, cuando Pinzón, curado de sus veleidades de independencia, vino a reconciliarse con el gran descubridor. Emprendieron juntos el camino de regreso y, tras un viaje dificultado por las tempestades, Colón echaba el ancla en Palos, su punto de partida, el 15 de marzo de 1493. La expedición había durado siete meses. Colón atravesó toda la Península hasta llegar a Barcelona, donde se hizo anunciar a Fernando e Isabel, quienes le reci­ bieron en presencia de los más altos dignatarios del reino. Los soberanos se levantaron de sus tronos para darle la bien­ venida y le rogaron que tomara asiento a su lado. 1492-1493 Colón regresa a España (1493) Los periplos colombinos • 171 Otros viajes de Colón Poco después se decidió que Colón emprendiera un nuevo viaje hacia Occidente. La primera vez le costó mucho trabajo reclutar una tripulación y reunir el dinero necesario para la dotación de tres barcos, pero luego los marineros se apresura­ ban a alistarse para participar en esta segunda expedición. Se concentraron casi dos mil, entre los cuales Colón escogió 1500 hombres, número que le pareció suficiente para las die­ cisiete embarcaciones que los reyes habían puesto a su dis­ posición. El segundo viaje de Cristóbal Colón se inició en septiem­ bre de 1493, y llevó rumbo hasta las pequeñas y grandes Anti­ llas. N o fue la maravillosa y lucrativa aventura que los partici­ pantes habían imaginado. Cuando llegaron a Haití, los pocos colonos que habían dejado en elfuerte Natividad construido con los restos de la Santa María habían muerto. Colón fundó una nueva colonia para sustituir a la antigua, y le dio el nombre de Isabela, pero tampoco esta vez la suerte le fue favorable. El clima era extremadamente malsano para los europeos y el propio Colón cayó enfermo de tal gravedad que sus actividades cesaron en absoluto durante unos meses. Después de navegar por todas aquellas aguas de las Indias occidentales, regresó a Haití y con gran sorpresa y alegría por su parte, encontró allí a su hermano Bartolomé que le estaba aguardando. Después de su fracasado viaje a Inglaterra y a Francia, se había enterado de que Cristóbal había triunfado en su primera expedición y se había dirigido precipitadamente a España, donde Fernando e Isabel le acogieron con benevo­ lencia y pusieron algunos navios a su disposición para que pudiera reunirse con su hermano. Cuando Colón decidió em­ prender su regreso en la primavera de 1496, nombró a su her­ mano «adelantado» o comandante de la colonia española de Haití. Cristóbal Colón emprendió otros dos viajes, de 1498 a 1500 y de 1502 a 1504, haciendo importantes descubrimientos en ambas expediciones. En 1498 atracaba en la isla de la Tri­ nidad, junto a la costa continental sudamericana, y en 1502 desembarcaba en América Central, en territorio hoy integrado en la república de Honduras. Seguía convencido de que se hallaba en Asia y que tenía innumerables riquezas a su al­ cance, pero su mejor época había pasado y su influencia dis­ minuía cada vez más. En la sombra, rivales envidiosos procu­ 1493-1504 172 @ Los grandes descubrimientos geográficos raban su perdición; durante su tercer viaje estalló un motín en la colonia española de Haití, contra su autoridad, e Isabel envió a un tal Bobadilla, uno de sus hombres de confianza, para arbitrar las desavenencias entre Colón y sus enemigos. AI llegar a Haití, el primer acto de aquel extraño conciliador fue detener sin proceso alguno y enviar a España al gran explo­ rador cargado de cadenas. Por supuesto, los monarcas le de­ volvieron la libertad, pero no la consideración ni el respeto a que podía aspirar. Muere el primer Almirante de Indias Los legítimos sentimientos de gloria que animaban a Colón en sus dos primeros viajes se habían trocado en hieles y amar­ gura. En más de una ocasión pensó en abandonarlo todo y de­ jarse llevar por los impulsos de un misticismo religioso. Pero se veía obligado a ocuparse de menudencias, responder a las acusaciones que se le formulaban, luchar contra la envidia, des­ hacer intrigas o aclarar equívocos, y concretar la cuantía del oro, las perlas y riquezas recogidas en América. Lo cierto es que se había conseguido lo que la corte deseaba: romper el pacto de las capitulaciones de Santa Fe, despojar al almirante del gobierno de las Indias y encargar a terceras personas la continuación de los descubrimientos. E n una carta dirigida a una señora de la corte que fue aya del prín­ cipe Juan, hijo de los Reyes Católicos, exponía Colón en tono confi­ dencial las preocupaciones que le atosigaban en aquellos momentos. «Yo mucho me quisiera despedir del negocio, si fuera honesto para con mi reina. El esfuerzo de N uestro Señor y de Su Alteza hizo que yo continuase, y por aliviarle algo de los enojos en que a causa de la muer­ te del príncipe Juan estaba, cometí viaje nuevo al nuevo cielo e mundo que fasta entonces estaba oculto, y si no es tenido allá en estima, así como los otros de las Indias, no es maravilla, porque salió a parecer de mi industria. Este viaje de Paria creí que apaciguara algo por las perlas y la fallada de oro en La Española. Las perlas mandé yo ayuntar e pescar a la gente con quien quedó el concierto de mi vuelta por ellas, y a mi comprender a medida de fanega: si yo no lo escribí a Su Alteza fue porque así quisiera haber hecho del oro antes.» E n la frase «nuevo cielo e mundo que fasta entonces estaba oculto» parece aludir al continente sudamericano. E n su cuarto y último viaje (1502-1504) buscaba sin duda un paso para cruzar luego el m ar de la India que esperaba encontrar. Cuando quiso desembarcar en la isla Española, el nuevo gobernador, Nicolás de Ovando, incluso le negó el permiso de pisar tierra. Después de costear el litoral caribe de la Amé­ 1502-1504 Tratado de Tordesiítas • 173 rica Central, decidió regresar a España. Apenas llegado, falleció Isabel la Católica y Colón hubo de recorrer Castilla, siguiendo a la corte como un solicitante cualquiera, considerado molesto para los cortesanos encumbrados. Colón pasó los últimos años de su vida en la soledad, abandonado de todos. Había reclamado en vano la aplicación de las capitulaciones de 1492, que debían convertirle en uno de los más grandes y ricos personajes del reino. La corte hizo oídos sordos a sus reclamaciones y el gran descubridor murió pobre y humillado en Valladolid, en 1506. LOS PORTUGUESES EN LAS INDIAS España y Portugal se reparten el nuevo mundo Inmediatamente después del regreso de Colón, en 1493, los Reyes Católicos adoptaron las medidas necesarias para asegu­ rarse todos los derechos sobre los territorios descubiertos, y por descubrir, gracias al intrépido genovés. Acudieron al papa Alejandro VI que, por ser español de nacimiento, estaba en buenas disposiciones con relación a ellos, y el mismo año ob­ tuvieron una bula que otorgaba a España todos los territorios situados «cien leguas al oeste de las Azores y de las islas de Cabo Verde», obteniendo con ello una magnífica victoria di­ plomática. N o habían contado con los portugueses. El rey Juan II elevó su correspondiente protesta que señaló el comienzo de unas prolongadas negociaciones entre ambos países hasta que por fin pudieron llegar a un compromiso. En 1494, por el céle­ bre tratado de Tordesillas, Juan reconocía los derechos de España sobre los países de Occidente, aunque trasladando la línea de demarcación desde 100 a 374 leguas al oeste de las islas de Cabo Verde, reconociéndose como pertenecientes a la esfera de influencia de Portugal las tierras y mares situados al este de dicha línea. Ello representaba una diferencia tras­ cendental : más tarde pudo advertirse que aquella cláusula con­ cedía alos portugueses derechos sobre ciertas comarcas del continenteamericano, el Brasil, en primer lugar. Concertados los acuerdos con España, los portugueses co­ menzaron a explorar la parte del mundo que les había sido asignada. Equiparon una expedición que debía dirigirse hacia Tratado de Tordesillas (1494) 1494-1506 174 • Los grandes descubrimientos geográficos C A S T IL L A Y P O R T U G A L S E D IV ID E N E L M U N D O Españoles y portugueses se repartieron las zonas de respectiva colonización en sus descubrimientos: ruta al poniente para tos primeros y rumbos a levante para los segundos; no obstante, el tratado de Tordesillas favoreció a los portugueses. el Estfe, tras las huellas de Bartolomé Díaz, y alcanzar su ob­ jetivo máximo, la India. Con todo, Juan II no pudo asistir a ia realización de sus grandiosos proyectos. Murió en 1495, dejando el trono a Manuel I, a quien la Historia califica con el sobrenombre de Afortunado, porque durante su reinado Portugal obtuvo sus mayores triunfos como potencia colonial 1495 E l viaje que inspiró « O s Lusiadas» @ 175 Vasco de Gama Habían finalizado los preparativos para la gran expedición y sólo faltaba nombrar al jefe de la misma. El rey Manuel descartó a Díaz por temor de que adquiriera excesivo poder y prefirió designar a Vasco de Gama, personaje desconocido entonces. Una curiosa anécdota retrata la época en forma harto pintoresca: según una vieja leyenda, la India había de ser descubierta por dos hermanos y cuando el rey Manuel nombró a Vasco de Gama jefe de laexpedición, le preguntó a quién quería llevar como segundo de a bordo; sin vacilar un instante, el nuevo almirante respondió: «A mi hermano, Majestad». Recordando la antigua predicción, el rey se rego­ cijó mucho ante tal respuesta, y creyó en el feliz presagio de la elección de Gama. A principios del verano de 1497, todo estaba ya preparado para el viaje, y Vasco de Gama fue recibido en audiencia por Manuel; juró fidelidad al rey, y recibió un pendón bordado con la cruz de la Orden de Cristo. Partió Vasco de Gama y se dirigió primero hacia las islas de Cabo Verde, donde adoptó una audaz decisión: en lugar de seguir el sinuoso litoral africa­ no, se intefnaría en el Atlántico y navegaría todo lo posible hacia el sur, hasta llegar aproximadamente a la altura del cabo de Buena Esperanza y allí viraría al este pára alcanzar la tierra. Fue una travesía peligrosa. La flotilla navegó durante se­ senta y nueve días por alta mar. Ningún marino había reco­ rrido tal distancia gn pleno océano cuando Gama arribó, a prin­ cipios de noviembre, a una bahía de la costa sudoeste de África. Pero las verdaderas aventuras aún no habían sobrevenido; en el preciso momento en que Gama iba a doblar el cabo de Buena Esperanza, su flotilla fue juguete de una espantosa tempestad, que volvió a justificar su antiguo nombre de cabo de las Tor­ mentas. Las visicitudes sufridas por los marinos portugueses aparecieron luego admirablemente descritas en la gran epopeya Os Lusiadas, de Camoens, poeta nacional de Portugalx. La flota, desde la costa sudoeste de Africa, puso rumbo al norte y llegó a las regiones que durante tantos siglos habían atraído a los mercaderes persas y árabes, donde abundaban, el oro, el marfil y otros productos, tesoros que constituían los elementos básicos de un comercio muy lucrativo y que hasta 1 Luis de Camoens nació probablemente en 1524 y murió en 1580. Vasco d e G am a ( ¿ 1450-1524) 1497 176 • Los grandes descubrimientos geográficos entonces había estado casi por completo en manos de los mu­ sulmanes. Vasco de Gama tocó también en Mozambique, en Mombasa y Malindi; en los dos primeros puntos la visita de los por­ tugueses no alcanzó demasiado éxito; tuvieron dificultades con los jefes de aquellas comarcas y la población los recibió con hostilidad. En cambio, el rey de Malindi se mostró muy bené­ volo con ellos, subió a bordo de las naves, celebró solemnes fiestas en honor de los portugueses y puso un piloto a su dis­ posición. Luego, los buques levaron anclas y avanzaron hacia el este, a través del océano índico, navegando tres semanas seguidas' antes de divisar tierra de nuevo. Una mañana de mayo de 1498, hallándose Vasco de Gama en el puente, se le acercó el piloto, señaló un puntito en el horizonte y pronunció esta sola palabra: «India». Se aproximaban a Calicut, en la costa de Malabar, en el suroeste de la península indostánica. Recepción en Malabar Calicut era en aquella época una gran ciudad comercial, en pleno desarrollo. Un comerciante musulmán del siglo xv la describe así: «Mercaderes de todos los países vienen acá y por ello hay abundancia de mercaderías preciosas. Se observan estrictamente la ley y el derecho; los ricos comerciantes llegan en grandes navios y ni siquiera necesitan vigilar sus mercan­ cías durante la^descarga y el transporte a los mercados». Reina­ ba en la ciudad un príncipe indio que tenía bajo su jurisdicción a la mayor parte de los rajás que gobernaban las costas de Malabar. La población se componía de hindúes, a quienes los portugueses, que nada sabían de la India, tomaron al principio por cristianos, y merodeaban también por allí gran número de mercaderes árabes, que se habían introducido en el comercio de aquellas regiones, aunque procuraron no inmiscuirse jamás en la política local. Cuando el príncipe se enteró de la llegada de los portugue­ ses, les envió una embajada y los invitó a desembarcar. Vasco de Gama decidió presentarse en la corte del monarca con sus lugartenientes, donde el príncipe los esperaba sentado en su trono impresionante, en una sala maravillosamente decorada. Los portugueses contemplaban asombrados las preciosas joyas de su huésped, en especial su brazalete guarnecido de piedras resplandecientes y sü collar de perlas del tamaño de avellanas. Gama pronunció entonces un discurso en el que describió con 1498 V. de Gama en la India (1498) Los portugueses en la India • 177 suma elocuencia el poder de su rey y su deseo de trabar rela­ ciones comerciales con las Indias. El príncipe escuchó con benevolencia sus palabras y ordenó que escoltaran a los por­ tugueses hasta sus naves. • La gran aventura Hasta entonces todo iba bien. Pero desde el principio de las negociaciones propiamente dichas surgieron dificultades. Vasco de Gama observó que los indígenas eran más difíciles de impresionar de cuanto él hubiera imaginado y, también más desalentador, que los productos traídos desde Portugal era poco probable que pudieran ser vendidos allí. Los autóctonos se mostraban curiosos, examinaban de buena gana sus naves y sus mercancías, pero regresaban a tierra sin comprar nada. Sin duda, los mercaderes árabes, ante el temor de la competencia, les habían convencido para que no concertaran negocios con los portugueses. Cuanto más tiempo transcurría, más inevitable parecía la LA R U TA DE VASCO DE GAM A Hasta 1498, los portugueses no lograron doblar el extremo meridio­ nal de Africa. Vasco de Gama fue el primero en llegar a la India. 1498 178 • Los grandes descubrimiento geográficos franca ruptura entre hindúes y portugueses. En agosto, Gama comunicó al príncipe que pensaba abandonar Calicut para re­ gresar a su país, y la respuesta fue que podía obrar como se le antojara, si bien antes estaba obligado a pagar una contribución considerable por las mercancías que había importado en el país. Gama no estaba de acuerdo en modo alguno con esta exigencia, y a tal efecto retuvo prisioneros a numerosos hindúes de cate­ goría que tenía a bordo de sus naves y se negó a soltados hasta que el príncipe se sometiera a su voluntad. Al fin éste cedió e incluso se mostró de súbito mucho más amistoso que antes, hasta el punto de enviar al portugués un mensaje para el rey Manuel, redactado en los siguientes términos: «Vasco de Gama, gentilhombre de vuestra corte, ha visitado mis estados, lo que ha sido muy de mi agrado. En mi país hay canela, jengibre, pimienta y piedras preciosas, todo en grandes cantidades. A cam­ bio, deseo oro, plata, perlas de vidrio y escarlata». Esta carta constituía un triunfo para Vasco de Gama, quien tras haber puesto en libertad algunos rehenes —no todos—, levó anclas y emprendió el regreso. En agosto de 1499 llegaba a Lisboa y todo Portugal se regocijó al ver que por fin se había alcanzado la meta perseguida desde tiempos de Enrique el N a­ vegante. La ruta marítima hacia la India quedaba abierta. La conquista de las Indias En años sucesivos, los portugueses cimentaron las bases de su grandioso imperio colonial enviando a la India expediciones militares que se comportaron con una energía no exenta de brutalidad. Dichas operaciones se iniciaron en 1500 con la expedición de Álvarez Cabral. Para evitar las zonas de vientos en calma en alta mar, a la altura de las costas occidentales de África, Cabral navegó directamente hacia poniente desde que zarpó de Por­ tugal, rumbo que le condujo en derechura al Brasil. Declaró posesión portuguesa este país y reanudó su viaje haciá el Africa y litoral de Malabar. Llegado allí, su orgullo y su carencia de tacto diplomático imposibilitaron toda clase de relaciones amis­ tosas con el soberano indígena de Calicut. A Cabral se le ocu­ rrió ponerse en contacto con el rajá de Cochín, enemistado desde tiempo atrás con el príncipe de Calicut, el cual recibió a los portugueses como aliados, lo que fue de gran utilidad para éstos. Cochín se convirtió en un importante punto de apoyo para 1499-1500 Cabril en el Brasil (1500) Expediciones lusas de conquista • 179 el poderío portugués en las Indias, y Cabral pudo regresar a Lisboa llevando consigo un mensaje del príncipe de aquel país, que contenía demostraciones fervorosas de amistad hacia el rey Manuel, así como un cargamento de especias que se vendieron a buen precio. En 1502, Vasco de Gama apareció de nuevo en escena como comandante en jefe de una nueva expedición. Al aproxi­ marse a Calicut, halló al paso un buque cargado de peregrinos musulmanes que regresaban de La Meca. Un testigo ocular refiere así lo ocurrido: «Interceptamos un barco que volvía de El ra/a de Cochín y su séquito > según un grabado en madera de Hans Burgkmair (1508). La Meca con 380 hombres, y muchas mujeres y niños a bordo. Les cogimos 12 000 ducados y además les confiscamos mercan­ cías por valor de 10 000 ducados por lo menos. Luego incen­ diamos el buque con todos los que había a bordo». Tras esta hazaña, Vasco de Gama prosiguió su camino ha­ cia Calicut, cuyo príncipe le envió una embajada y se declaró dispuesto a emprender negociaciones. Gama respondió con du­ reza que antes de iniciar negociación alguna, debía expulsar a todos los musulmanes de la ciudad, y como el príncipe se 1502 ISO ® Los grandes descubrimientos geográficos negara a ello, el portugués lo consideró pretexto suficiente para cañonear la capital y prohibir que entraron en el puerto todos los buques de comercio. Terminada su tarea, Gama se dirigió hacia Cochín. Recién llegado, aterrorizó al príncipe local, que tan satisfecho estaba hasta entonces de su amistad con los portugueses. El jefe portu­ gués reclamó para sí y para sus compatriotas el derecho a comprar tantas especias como se les antojara y a los precios fijados por los propios portugueses; además, exigió autoriza­ ción al príncipe para construir fortificaciones y factorías. Sin embargo, cuando el príncipe de Calicut se acercó a Cochín al frente de una poderosa flota, Vasco de Gama juzgó más pru­ dente retirarse y se hizo a la mar rumbo a Portugal con un precioso cargamento, abandonando al príncipe de Cochín a su propia suerte. La capital de éste fue saqueada por las tropas del soberano de Calicut, y el propio principe se vio obligado a abandonar su país. Almeida sucede a . Vasco de Gama Entonces los portugueses comprendieron que establecerse en la India era más difícil de lo que habían supuesto al prin­ cipio. N o bastaba con enviar una expedición cada año o poco menos. Para asegurarse una influencia duradera, necesitaban mantener en la India un representante permanente, con plenas facultades no sólo para defender los intereses de Portugal bajo su propia responsabilidad, sino para vigilar el comercio y las operaciones militares. En 1505, Francisco de Almeida fue enviado a la costa de Malabar, en calidad de virrey y con instrucciones concretas y detalladas. Su misión más urgente consistía en construir deter­ minado número de fortalezas en los territorios que resultasen más interesantes para los lusitanos, y establecer en ellas las guarniciones pertinentes, a fin de preparar el terreno para otras operaciones encaminadas a destruir el poderío comercial de los árabes. Por otra parte, debía tratar de acabar con el sultán mameluco de Egipto, que apoyaba al príncipe de Calicut contra los portugueses. Apenas llegó a la India, Almeida fomentó una revolución palaciega en Cochín. El nuevo rey juró fidelidad al monarca portugués, reconoció su supremacía y Cochín se convirtió de este modo en estado vasallo de Portugal. Tras estas medidas preparatorias, Almeida inició su campaña contra los enemigos 1502-1505 Último viaje de Colón (1502-1504) Ocupación de Goa ® 181 de su patria, obteniendo una resonante victoria sobre la flota del príncipe de Calicut frente al litoral de Malabar. Luego, envió a su hijo Lorenzo de Almeida hacia el norte, á fin de apoderarse de la flota del^ sultán de Egipto. Avistó Lorenzo la escuadra egipcia al sur de Bombay, pero aquel encuentro resultó una sorpresa muy desagradable, ya que los buques del sultán eran mucho mayores y mejor equipados de lo que creían los lusita­ nos. Comprobaron además, con despecho, que los egipcios dis­ ponían también de cañones, arma cuyo monopolio en aquellas aguas había sido siempre detentado por los portugueses. Éstos resultaron vencidos en la batalla que se entabló, y en la que pereció el propio Lorenzo. Desde entonces, el inmediato objetivo de Almeida fue ven­ gar la muerte de su hijo. Era indispensable imponer enérgicas medidas para restablecer el decaído prestigio de los europeos, para lo cual Almeida procuró encontrar la ruta de la escuadra egipcia e infligirle una grave derrota. Ésta sería su postrer vic­ toria. El monarca portugués le llamó a Lisboa, y durante su regresó sucumbió en una escaramuza con los indígenas en los alrededores del cabo de Buena Esperanza. Le sucedió en el mando de las operaciones en aguas indias Alfonso de Alburquerque, la figura más sobresaliente de la historia colonial por­ tuguesa. Alfonso de Alburquerque Alburquerque ambicionaba convertir su país en la mayor potencia del océano Indico, desde el mar Rojo a poniente hasta Malaca a levante. Soñaba con aniquilar al sultán de Egipto, conquistar La Meca, ciudad santa de los musulmanes, y libertar Jerusalén. Reaparece en él un antiguo ideal de cruzada: Albur­ querque ansiaba conducir a las tropas de la cristiandad a la victoria, bajo el signo de la cruz, y además conseguir enormes tesoros para Portugal. Las escuadras de Alburquerque desarrollaron sus operacio­ nes a todo lo largo de las costas del océano índico. En 1510, tras un ataque temerario, tomaba Goa, en la costa occidental de la India; en 1513 saqueaba las regiones cercanas al mar Rojo, y no llegó a tomar Aden, pero se adueñó del estrecho de Ormuz, llave de comunicaciones entre el océano Indico y el golfo Pérsico. Alfonso de Alburquerque presionaba al rey Ma­ nuel para obtener una modificación de la política portuguesa en las Indias y trataba de convencerle de que abandonara la Alfonso de Alburquerque (¿ 1453-1515) 1505-1513 182 • Los grandes descubrimientos geográficos guerra contra el príncipe de Calicut y firmara un tratado con él, hasta que consiguió imponer al monarca sus puntos de vista. En 1513 se firmó en Calicut un acuerdo que puso fin a las tentativas portuguesas de someter la costa de Malabar. En opinión de Alburquerque, Portugal debía apoderarse de las Molucas para asegurar su poderío en las Indias. Se había propuesto erigir, del océano índico al mar Rojo, una cadena de fortificaciones que serían más tarde la base de la dominación marítima lusitana. En los mensajes dirigidos a su país pedía con insistencia al rey que enviara tropas para mantener aquellos puntos de apoyo. El proyecto no ofrecía condiciones que pu­ dieran agradar al desconfiado Manuel, que llamó a Alburquer­ que a Portugal. Éste se enteró de su destitución cuando na­ vegaba hacia Goa, plaza que pretendía convertir en núcleo de la hegemonía portuguesa en la India. Se hallaba gravemente enfermo, y sabía que su muerte estaba próxima. Reunió sus últimas fuerzas para responder con un altivo mensaje a la humi­ llación que se le infligía y murió pocos días después. El rey Manuel, que reinó hasta 1521, gozaba fama de ser un po­ lítico lleno de voluntad y de ambición. Su anhelo más acariciado era el de reunir toda la Península Ibérica bajo el mismo cetro y con tal fin solicitó la mano de Isabel, hija y heredera de los reyes de España. La princesa no era precisamente una belleza, y quizá por ello era tan devota; su piedad sintió escrúpulos ante la idea de que en Portugal existieran todavía judíos, y por lo tanto, si Manuel quería casarse con ella, primero tendría que expulsar a todos los israelitas de su reino. M anuel lo prometió y se efectuó el matrimonio, al que siguió un drama con idénticas características que en España; los judíos fueron declarados fuera de la ley y confiscados sus bienes. Inútil holocausto; la felicidad conyugal de M anuel fue breve, ya que Isabel murió tras haber dado a luz un niño que no la sobrevivió mucho tiempo. El sueño de M anuel se desvanecía y no reinaría en toda la península ni en los territorios coloniales que dependían de ella; había recibido el sobre­ nombre de «Afortunado» porque la suerte parecía favorecerle en todas las circunstancias y lé sobrevenía entonces la más am arga desilusión de su vida. A pesar de su lisonjero sobrenombre, tampoco tuvo suerte en el objetivo al que realmente consagró su existencia: asentar el po­ derío colonial de Portugal sobre bases sólidas. Los portugueses domi­ naron durante todo un siglo las rutas marinas y los itinerarios del mundo oriental, pero no consiguieron establecer en Asia una administración poderosa. E n cuanto desapareció Alburquerque, la India portuguesa quedó sin auténtico jefe. Cuando Portugal fue anexionado a E spaña en 1580, los portugue­ ses no pudieron mantener mucho tiempo sus posiciones en las Indias y holandeses e ingleses los suplantaron en aquellas regiones. 1513-1521 E l príncipe de los poetas lusos @ 183 El poeta nacional portugués Se llamaba Luis de Camoens y su gran epopeya Os Lusiadas (de Lusitania, nombre romano de Portugal) exalta las explora­ ciones, descubrimientos y conquistas portuguesas. Camoens nació probablemente en 1524, perdió a sus padres siendo muy joven y unos amigos se encargaron de su educación hasta que fue capaz de ganarse el sustento. Fue preceptor de una noble familia, lo que le permitió proseguir al propio tiempo sus estudios, adqui­ riendo así un sólido y amplio bagaje de conocimientos en lite­ ratura, historia, geografía y ciencias naturales. Como auténtico hijo del apasionado pueblo portugués, Camoens compartía su entusiasmo por el canto, la música y, por supuesto, también por las aventuras amorosas. Su juven­ tud aparece caracterizada por la audacia y la impetuosidad, que le ocasionó épocas de encierro; cierta vez, en un baile de máscaras desenvainó la espada para ayudar a unos amigos e hirió a un cortesano, y tras nueve meses de prisión, sólo logró su libertad mediante promesa de alistarse para las Indias. En la primavera de 1553, Luis se hacía a la vela hacia aquel Oriente lejano y fabuloso, en un viaje lleno de peligros, desembarcando al fin en otoño en los muelles de Goa, la gran ciudad mercantil, Meca de todos los aventureros, traficantes y facinerosos que infestaban las posesiones portuguesas. Camoens pasó quince años en las Indias y en China, manejando alternativamente la espada y la pluma y fue durante su permanencia en aquellas tierras cuando compuso la mayor parte de Os Lusiadas; luego partió para Mozambique y dio allí la última mano a su obra. Después de una ausencia de diecisiete años, Camoens regre­ só a Lisboeí en la primavera de 1570, sin una moneda en el bolsillo. Los últimos diez años de su vida son poco conocidos y se supone que escribió aún varias obras líricas; en cuanto a su inmortal epopeya, apareció a principios de 1572, es decir tres años antes de la terminación de La Jerusalén libertada. El poema Os Lusiadas le valió a Camoens una pensión anual otorgada por el rey don Sebastián de Portugal, pero tan mezquina que apenas le permitía vivir. La vida inquieta y aven­ turera del mayor poeta portugués finalizó en 1580, en la más absoluta miseria. En su sepulcro se lee el siguiente epitafio: «Aquí yace Luis de Camoens, príncipe de los poetas de su tiempo. Vivió pobre y desgraciado y así murió». Su muerte coincidió con la anexión de Portugal al imperio de Felipe II. Camoens (¿1524-1580) 1524-1580 184 ® Los grandes descubrimientos geográficos El poema de los descubrimientos E l héroe d e la gran epopeya es Vasco d e Gama, el más fa­ moso hijo de Portugal. El poeta Camoens exalta sus célebres viajes, descubrimientos y conquistas, desde el extremo sur de África hasta las Indias, y su regreso al país natal cuando hubo echado los cimientos de la dominación portuguesa en ultramar. La obra fue escrita a ejemplo de Virgilio y otros poetas latinos, enalteciendo hasta la hipérbole a los portugueses y su celo en la evangelización de los pueblos paganos, tan opuestos a los «alemanes orgullosos», a los «ingleses implacables» a los «galos indignos» y a los «italianos pecadores». Este himno en honor de los lusitanos termina con la descrip­ ción de las fantásticas bodas de Vasco con Thetis, la diosa del mar. En este gran poema épico, el poeta evoca la historia de su país en su casi totalidad y afirma con ingenuo orgullo que los lusitanos pueden hacer remontar su árbol genealógico hasta el gran Ulises. Os Lusiadas es la epopeya nacional de los portugueses, que aco­ gieron la obra con la natural satisfacción, porque su nacionalidad apa­ rece retratada en estos versos heroicos. U n erudito portugués escribe entusiasmado que «Camoens perpetúa la gloria de Portugal como H o­ mero la de los griegos y Virgilio la de los romanos». Con profunda emoción, el pueblo portugués oye de generación en generación las es­ trofas al estilo vírgiliano que inician la epopeya: «Voy a cantar los combates, y a aquellos hombres valerosos que, desde la ribera occidental de la Lusitania, llevados por mares aún no surcados por ninguna proa, franquearon las playas de T rapolán, desplegaron en medio de los peli­ gros y batallas una fuerza sobrehumana, y, entre pueblos lejanos, fun­ daron con tanta gloria un nuevo imperio». Al lector moderno con dificultad puede gustarle Os Lusiadas, por las innumerables alusiones mitológicas e históricas y digre­ siones de que está sobrecargada la epopeya. En la época del Renacimiento y del Humanismo, ello era perfectamente normal y toda persona culta consideraba cosa corriente tal alarde de erudición. Es preciso acudir a los episodios líricos para com­ prender el genio de Camoens. Un lirismo grandioso salva Os Lusiadas de la monotonía, como ocurre con La Jerusalén libertada. El «Virgilio portugués» escribió también comedias, sonetos, canciones, odas, elegías y otras obras breves, cuya temática se basa casi siempre en el amor. Pero su mayor gloria estriba en haber compuesto el más grandioso poema sobre los descubri­ mientos geográficos de su época. 1553-1570 «Os Lusiadas» (1553-1570) La acción ultramarina española • 185 AM ÉRICA, OCEANIA» M UNDOS NUEVOS Los comienzos de la conquista La gran contribución de Colón a la historia consistió en abrir la ruta de Occidente. Pero él no fue el único; i'mpulsados por la sed de oro y el deseo de aventuras, los españoles afluyeron cada vez en mayor número a los nuevos territorios. Los barcos de que disponían eran con frecuencia poco marineros y bastante rudimentarios, y los pasajeros se veían sometidos a las más terribles privaciones; la higiene a bordo era lamentable, y a menudo faltaba el agua y los alimentos frescos. Fernando e Isabel compartían el entusiasmo de sus súbditos por las expediciones lejanas, y pronto adoptaron medidas para asegurar a la Corona una total intervención sobre el comercio Una falla dulce de la «Amecicae partes» (1590), representando a los indios dedicados a las m ás duras tareas. 1492-1504 186 • Los grandes descubrimientos geográficos y la navegación hacia Occidente. Con este fin, concentraron todo el tráfico en una sola ciudad española: la preferida fue primero Cádiz y luego Sevilla. Otra iniciativa regia fue la de establecer un departamento especial de colonias en Sevilla, la Casa de Contratación, organismo que cuidaba de que la Corona percibiera un porcentaje sustancioso de los beneficios obtenidos por las empresas coloniales, se preocupara de la instrucción de los marinos y publicaba cartas de navegación que ofrecie­ sen la suficiente garantía técnica. Inicióse de este modo la conquista del Nuevo Mundo por los españoles, historia rebosante de hazañas heroicas y de momentos estelares para la historia de la humanidad, aunque no falten contrastes sombríos. El rasgo común a todos los con­ quistadores españoles era su exaltación religiosa, unida a su afán en la búsqueda de metales preciosos, lo que explica su acti­ tud hacia la población indígena. Los investigadores modernos están de acuerdo en que los autóctonos se mostraron al princi­ pio muy pacíficos, y mantuvieron relaciones amistosas con los blancos, a quienes se esforzaban en complacer todo lo posible, ya que a menudo los consideraban dioses llegados del cielo. Pero comprobaron pronto que aquellas divinidades se hallaban dotadas de unas cualidades mucho menos nobles y espirituales de lo que habían imaginado. Los europeos buscaban oro con una avidez que suscitaba el desprecio de los jefes indígenas y con tanta brutalidad que exasperó a los autóctonos, porque no sólo saqueaban sus casas y se apoderaban de sus mujeres i, sino también violaban sus tumbas. Los blancos los herían en lo que más les afectaba, ya que el culto a los muertos era común a casi todos los pueblos indígenas, y éstos consideraban sus sepulcros como monumentos sagrados. Las consecuencias de esta conducta escandalosa no se hicieron esperar, y entre indios y colonizadores estalló una guerra duradera e implacable. Las armas y el equipo de los españoles decidieron la lucha, ya que sin armas de fuego los blancos no hubieran conseguido mucho contra los indígenas, superiores en número. Debe reco­ 1 «Los hombres rudos y rijosos, hechos a la continencia del páramo ¿qué pen­ sarían de aquellas mujeres desnudas «como su madre las pariera»; algunas tan blan­ cas como podían serlo en Castilla? 'Esta visión ascética de la mujer peninsular ¿qué parte tuvo en la dinámica de los descubrimientos? (Debió de ser una conmoción vio­ lenta, aunque no se hable de ello en los libros. América fue para el extremeño, para el castellano, de los inviernos crudos y de las tierras hoscas, del duro lecho y de la mujer envuelta en refajos, el Paraíso templado de la cosecha sin sudor; y también el Paraíso de la hembra ingenua y propicia.» ( G r e g o r i o M a r a ñ ó n : I m visión de Cristóbal Colón, conferencia en The Hispanic-Luso-®razilian Councils; Londres, mayo de 1959.) 1500-1550 Los viajes de Vespucio • 187 nocerse que algunos conquistadores no demostraron compren­ sión hacia los indígenas, porque, a su modo de ver, éstos eran paganos por convertir y los que se mostraban rebeldes podían ser tratados a capricho del ocupante. Pero, por lo menos, es­ pañoles y portugueses no se dedicaron a exterminar sistemática­ mente a los indígenas, como hicieron más tarde los anglosajones de tendencias racistas en la América septentrional. N o olvide­ mos tampoco que años después, en la culta Europa, sucedían hechos tan sombríos como los ocurridos en las llamadas gue­ rras de religión. Américo Vespucio, un enigma En 1492, un mercader italiano, Américo Vespucio, llegaba a Sevilla; pertenecía a una distinguida familia florentina y había desempeñado diversas comisiones diplomáticas, una de ellas par­ ticipando en una embajada en la corte de Luis XI de Francia. Después entró al servicio de los Médicis, y éstos le enviaron a España a velar por sus intereses económicos. De la vida de Américo Vespucio apenas conocemos más que sus contactos con los marinos españoles, a quienes proporcio­ naba las mercancías necesarias a las expediciones que se di­ rigían a poniente. El Nuevo Mundo, entrevisto a través de estos contactos, ejerció sobre él tal fascinación que decidió aban­ donar sus funciones y dedicarse a explorar, con lo que ganó la celebridad y a él debió América su nombre actual. Pero si la posteridad le glorificó, también le hizo reproches, ya que muchos historiadores opinan que sus méritos fueron mucho menores de lo que generalmente se admite, basándose en su propio testimonio, y que fue absolutamente injusto inmor­ talizar el nombre de Américo adjudicándoselo al Nuevo Con­ tinente, honor que correspondía a Cristóbal Colón, sin duda alguna. En cuanto a la controversia científica sobre la persona­ lidad de Américo Vespucio resulta complicada, y los eruditos no han llegado todavía a un acuerdo definitivo. El problema resulta bastante complejo; nos limitaremos solamente a tra­ tarlo en conjunto. Colón murió persuadido de que había llegado a las Indias (Asia), pero sus propios pilotos, entre ellos Juan de la Cosa y Alonso de Ojeda, empezaron a dudar de su aserto. Las sucesi­ vas exploraciones españolas se propusieron despejar la incóg­ nita. Por su parte, también Américo Vespucio se hallaba con­ vencido del error de Colón; al servicio de España y de Portugal Américo Vespucio (1454-1512) 1492-1500 188 ® Los grandes descubrimientos geográficos emprendió algunos viajes a lo largo de las costas americanas, y en la más importante de aquellas expediciones (1501-1502) Vespucio alcanzó probablemente la desembocadura del río de la Plata y continuó después hacia el sur hasta conseguir cru­ zar el paralelo 52. Aquellos viajes proporcionaron algunos datos más: Américo pudo demostrar que una línea costera ininterrumpida partía del norte, desde las regiones descubiertas por Colón, y se prolon­ gaba hacia el sur, pero en ningún punto mostraba aquel litoral la menor semejanza con las costas de las Indias tal como las describieron los exploradores medievales. El descubrir que cau­ dalosos ríos desembocaban en el mar en muchos lugares, permi­ tió también deducir que Colón debía de haberse equivocado y que aquellos territorios occidentales eran totalmente indepen­ dientes de Asia, integrando un nuevo continente. «He redactado ya un informe pormenorizado acerca de mis experiencias en los nuevos territorios que he descubierto ■ —'es­ cribía Vespucio a sus amigos—. El nombre de Nuevo Mundo les conviene muy exactamente, pues nuestros antepasados ig­ noraban del todo su existencia. Mi último viaje ha demostrado que se ha descubierto un continente cuya población es más numerosa y su fauna más rica que en Europa, Asia o África. También el clima es más favorable y, en cierto modo, más agradable que en cualquier otra región de la tierra.» Publicáronse algunas cartas de Vespucio acompañadas de una introducción del sabio alsaciano Waldseemüller. Según el autor del prólogo, Américo Vespucio había demostrado que existía un nuevo continente, y por ello aquellas tierras debían llevar su nombre. El libro alcanzó una difusión extraordinaria, la sugerencia de Waldseemüller hizo prosélitos y el nombre de América fue pronto de uso corriente. En cuanto a Vespucio, fue destinado en 1508 a la Casa de Contratación de Sevilla y murió en 1512. Balboa y el «mar del Sur» Al año siguiente, 1513, todas estas hipótesis quedaron co­ rroboradas. Un conquistador español, Núñez de Balboa, llegó hasta el océano Pacífico —que llamó «mar del Sur»—., no con­ templado por ningún europeo antes que él. Las tierras cuya conquista se había emprendido resultaban así limitadas por un océano a cada lado; en una palabra, se trataba de un con­ tinente. 1501-1513 V. Núñez de Balboa (1475-1517) Descubrimiento del Pacífico ® 189 Vasco Núñez de Balboa, aventurero audaz,1 intentó dedicarse a la agricultura en Haití, pero hubo de renunciar a ello a causa de dificultades financieras. Nunca ocultó sus intenciones; el fin que se proponía en primer lugar, y quizás el único, era encon­ trar oro y hacer fortuna. Su codicia le arrastró a situaciones, insólitas y novelescas. Un día decidió atacar a un jefe indio vecino, de quien sospechaba que era muy rico, pero la empresa no respondió en modo alguno a sus esperanzas. Entonces, el jefe se declaró dispuesto a concertar un pacto con los españoles y ofreció su hija a Balboa en testimonio de amistad. La india era muy bella y Balboa no tuvo inconveniente en aceptarla. Fue su leal compañera y le acompañó en todos sus viajes; la amistad de su «suegro» fue, además, muy útil a Balboa, pues gracias a ello pudo tener contacto con otros jefes indígenas que en otras cir­ cunstancias le hubieran tratado como enemigo. Se hizo célebre su en­ cuentro con Comogro, 'uno de estos jefes. Balboa había acudido a su invitación al frente de sus hombres y los españoles quedaron estupe­ factos ante el esplendor de que su huésped se rodeaba; nunca hasta entonces habían visto un palacio tan magnífico en aquella parte del mundo y, con gran contento por su parte, Comogro les ofreció pepitas de oro y esclavos, pero los españoles no lograron repartirse los regalos sin promover graves pendencias. Entonces, uno de los hijos de Como­ gro, asombrado ante las disputas y la avidez de los blancos, exclamó: «¿Por qué os peleáis por la miseria de algunos pedazos de oro? Si es por amor al oro realmente por lo que habéis venido hasta aquí, os imponéis las más penosas privaciones y por ello saqueáis nuestras pacíficas regiones, os diré dónde podréis satisfacer vuestros deseos». Y extendiendo el brazo hacia el sur prosiguió: «Detrás de estas altas montañas se halla un vasto m ar donde habita un pueblo que posee buques casi tan grandes como los vuestros y hay oro en tal cantidad que los reyes comen en platos de oro y beben en vasos de oro también. Entre ellos, el oro es tan común como el hierro entre vosotros». Como es fácil suponer, aquel fue el momento decisivo en la vida de Balboa, cuando decidió ir a descubrir aquel m ar y aquel país tan rico. En septiembre de 1513, Balboa emprendió el memorable viaje que terminaría al otro lado del istmo de Panamá. N o contaba con tener que recorrer una larga distancia, pero sospe1 ’N úfiez de Balboa nació en 1475, en Jerez de los Caballeros (Badajoz), de noble familia leonesa; fue paje de don Pedro de Portocarrero, señor de M oguer, y en 1501, siguiendo las tendencias de la juventud española de su época, se unió com o soldado a la expedición que Rodrigo de [Bastidas emprendió a tierras centroamericanas. Junto con el hábil piloto y cosmógrafo Juan de la Cosa recorrió el litoral de las actuales repúblicas de Venezuela y Colombia, la bahía de Santa María, la desembocadura del río Magdalena y el golfo de Uraba, reuniendo copioso botín de oro y perlas. Luego estableció una hacienda en la isla Española, se arruinó y, huyendo de sus acreedores, en 1510 se escondió en un barril vacío y pudo así partir clandestinamente en una carabela que le condujo de nuevo al litoral centroamericano, teatro de su gran em­ presa descubridora. El mar del Sur (1513) 1510-1513 190 ® Los grandes descubrimientos ■geográficos chaba que aquella expedición sería mucho más peligrosa aún que la precedente. Los españoles hubieron de abrirse paso a través de la selva tropical, én medio de un calor insoportable; extensas marismas, focos de fiebres, convirtieron aquella marcha en una verdadero calvario, aparte de que los españoles tenían que defenderse de continuo contra los ataques de tribus hostiles. Balboa empleó tres semanas en llegar al pie de la cordillera. El guía indígena afirmaba que desde la cumbre podría verse el mar; entonces, Balboa dio orden de detenerse, porque quería escalar él solo la montaña a fin de ser el primer español que contemplara aquel océano desconocido. Llegado a la cima, des­ cubrió un horizonte inmenso: a sus pies se extendía una selva virgen con ríos que brillaban como hilillos de plata, y más allá de la selva vio refulgir el sol en el océano. Balboa cayó de rodillas y dio gracias a Dios por la merced qlie le había con­ cedido. Volvió al lado de sus hombres y les condujo hasta allí. Con la espada en una mano y el estandarte en otra, Balboa avanzó por el agua y tomó solemnemente posesión de aquella mar en nombre de su monarca. Aquella jornada constituyó uno de los momentos culminantes en la historia de la colonización española: ante los conquistadores se ofrecían nuevos países, territorios aún más ricos que los descubiertos con anterioridad; aquel día se iniciaba una nueva época (29 de septiembre de 1513). Balboa no tuvo oportunidad de recoger los frutos de su descubrimiento. En España le manifestaron su gratitud por todo cuanto realizara, pero el gran explorador fue luego víctima de las intrigas que urdían contra él sus numerosos enemigos, fue acusado de alta traición y ejecutado en 1517 1. M agallanes y la cuestión de las M olucas Quedaba demostrado, pues, que al otro lado de los territo­ rios recientemente descubiertos se extendía un océano que era preciso franquear si se pretendía llegar a las Indias, y ello 1 Balboa preparó una nueva expedición a través del istmo, después de haber fundado la población de Acia en el mar de las Antillas, al este de (Panamá. 'Había ya mandado cortar las maderas necesarias para construir cuatro bergantines, que sus hombres llevarían a brazos hasta el otro lado del istmo andino. Cuando lo tenía todo dispuesto y había reclutado ya trescientos hombres para la expedición, su suegro Pedrarias IDávila, gobernador de Panamá y a la vez el mayor enemigo de Balboa, mandó que le encarcelaran y sometieran a proceso. El encargado de apresarle fue precisamente un antiguo y entrañable amigo suyo, cuyo nombre sería luego famosí­ simo, 'Francisco Pizarro. Condenado a muerte Núfiez de Balboa, el gobernador Pe­ drarias no vaciló un instante en firmar la sentencia contra su propio yerno, que fue decapitado en Acia, junto con algunos camaradas suyos. 1513-1517 Magallanes (1470-1521) Buscando una ruta por Occidente • 191 planteaba otro problema: ¿existía un paso que permitiera pasar del océano Atlántico al mar que bañaba el otro litoral de América? El portugués Fernando de Magallanes estaba predes­ tinado a hallar la respuesta. Magallanes pertenecía a una familia noble y desde muy joven residió en la corte de Lisboa, donde sirvió como paje. En 1505 participó en una expedición a las Indias, y durante siete años su nombre anduvo unido a los combates y viajes en aquellas aguas, en la época en que Alburquerque entablaba su colosal campaña por la expansión y fortalecimiento del poderío colonial portugués. En 1513, Magallanes regresó a Portugal y durante los dos años siguientes participó en una expedición militar a Marruecos. Luego, abandonó por algún tiempo el oficio de las armas y du­ rante varios años consagró sus desvelos al estudio de la geogra­ fía, preocupándole ante todo el problema de las Indias orien­ tales. Trabajando con sus cartas y sus cálculos, descubrió que en virtud de la línea de demarcación establecida en 1494, las Molucas podrían no pertenecer a Portugal, sino a España. Cuanto más meditaba Magallanes el problema, más se con­ vencía de que su hipótesis era exacta, y a tal efecto la expuso al monarca portugués, quien la desestimó. Acaso despechado, renunció a su nacionalidad y decidió exponerla en España al cardenal Cisneros, declarando que estaba dispuestQ a buscar por el oeste un paso hacia las codiciadas islas, y poner de esta manera el comercio de las especias en manos de España. Sus ideas interesaron a la corte española. En 1518 se llegó a un acuerdo entre el marino portugués y el monarca Car­ los V, que ocupaba el trono español desde el año anterior, por el cual Magallanes se comprometía a demostrar que las Molucas se encontraban al lado de los territorios otorgados a España por la línea de demarcación, y se encargaba, además, de hallar una ruta hacia aquel archipiélago por los rumbos de occidente. Se preparó minuciosamente la expedición, que embarcó víve­ res para dos años. Se ha conservado la relación detallada de los productos almacenados para la travesía: enormes cantidades de galleta de mar, pescado en salazón, cecina, alubias, garbanzos, cerveza y vino. Además, siete vacas y tres cerdos vivos. Pero los víveres no eran los únicos productos importantes: llevaban también mercancías para ofrecer a los indígenas que hallaran a su paso en las nuevas tierras a cambio de oro y especias. La relación las resume así: mercurio, cobre y plomo, treinta piezas de tejidos de diversos colores, doscientos gorros y otros Carlos V, emperador (1519) 1505-1518 192 ® Los grandes descubrimientos geográficos tantos chales de seda, veinte mil campanillas de diferentes cla­ ses, cuatrocientas docenas de cuchillos de la peor calidad, diez mil anzuelos, un millar de espejos grandes y pequeños, y, por último, varios quintales de cuentas de vidrio. La tripulación se componía de unos doscientos cuarenta hombres. Rumbo al Pacifico Del célebre viaje de Magallanes se nos ha conservado un diario, redactado por uno de los que participaron en él, un ita­ liano llamado Antonio Pigafetta, que nos ofrece del mismo información fidedigna. A principios de septiembre, la flota llegó al Brasil. Desem­ barcaron para descansar y ponerse en contacto con los autóc­ tonos y, tras una estancia de algunas semanas, los españoles se hicieron de nuevo a la vela. Cuanto más avanzaban hacia el sur, el clima empeoraba y era cada vez más frío. Arrostraron terri­ bles tempestades y al hallar por fin un buen fondeadero a 49,5° de latitud, Magallanes decidió invernar allí. Permanecieron en este campamento de invierno desde principios de ^bril a fines de agosto, aprovechando el tiempo para reparar sus naves, y después reemprendieron su ruta. A los pocos meses, Magallanes halló lo que buscaba: el paso hacia el mar del Sur, es decir, el océano al otro lado de América. El gran explorador lloró de alegría: la ruta de la vuelta al mündo se hallaba ante él. Necesitaron tres semanas para franquear el estrecho que hoy lleva su nombre. En sus orillas, el paisaje no ofrecía el menor carácter hos­ pitalario, parecía deshabitado y, a pesar de estar al principio de la primavera, reinaba un frío glacial. Pigafetta lo describe así: «Rodean el estrecho altas montañas nevadas y el m ar es tan profundo que sólo podemos echar el ancla junto a las orillas. Alguna vez se encuentra un buen fondeadero, con agua excelente y gran cantidad de mejillones. Crecen también diversas clases de hierbas; algunas son amargas y no comestibles, mientras que otras son muy buena de comer». «Miércoles 28 de septiembre. Abandonamos el estrecho y llegamos a un vasto m ar que llamaremos en adelante océano Pacífico. Ningún buque ha navegado jamás en estas aguas.» Magallanes observó con satisfacción que la costa se exten­ día sin interrupción hacia el norte, lo que reafirmó su convic­ ción de que se encontraba ál otro lado del continente america­ no; en consecuencia, dio orden de navegar hacia el septentrión. Pero entonces se iniciaba la fase más dificultosa del azaroso 1520 Paso estr. Magallanes (1520) Descubrimiento de las Filipinas • 193 viaje. Les acometió el escorbuto. «Navegamos tres meses y veinte días sin ningún alimento fresco -—sigue narrando Pigafetta.—•, y como si ello no bastara, nos ha acaecido una gran desgracia. Se ha declarado entre nosotros una terrible epidemia: una enfermedad que hincha las encías superiores e inferiores, de suerte que el paciente no puede probar bocado. Han muerto así ya diecinueve hombres y de veinticinco a treinta marineros están todavía enfermos, con dolores en los brazos, las piernas y otras partes del cuerpo.» En 6 de marzo de 1521, los agotados navegantes vieron tierra por fin. Llegaron ante un archipiélago que bautizaron con el nombre de islas de los Ladrones, en recuerdo de los días desagradables que pasaron entre sus habitantes. Se trataba de las actuales islas Marianas, al este de las Filipinas. El 17 de marzo, la expedición llegó a este último archipiélago. Iniciaron inmediatamente tratos con los indígenas y entonces sucedió lo sansacional: Magallanes se había traído consigo de España un esclavo malayo comprado con anterioridad en Malaca y aquel hombre conversó con los indígenas y pudo hacerse entender en su propia lengua; Magallanes comprendió entonces que su objetivo estaba próximo. El círculo se había cerrado. Muerte de M agallanes Las relaciones con los indígenas de Filipinas fueron cordia­ les. Magallanes les regaló gorros encarnados, espejos, peines y campanillas; a cambio, ellos entregaron cocos, pollos y vino de palma que alivió a los enfermos de la expedición. Magallanes, que deseaba permanecer el mayor tiempo posible en un puer­ to que había llamado Cebú, entró en negociaciones con el jefe local y pocos días después, el tráfico, permutas y cambios esta­ ban en todo su apogeo. Los indígenas contemplaban estupe­ factos el despliegue de variadas y curiosas mercancías de los españoles. Entusiasmados, cambiaban su oro por objetos de latón o de acero de escaso valor y además llevaban víveres a los extranjeros. Sin embargo, Magallanes adoptó precaucio­ nes, prohibiendo a sus hombres que mostraran demasiado a las claras hasta qué punto les interesaba el oro. «De no ser así '—dice Pigafetta'—, cada marinero habría cambiado todo cuanto poseía por el precioso metal, lo que habría dado al traste, en definitiva, con aquel comercio.» Magallanes se forjaba colosales proyectos para el futuro. En su opinión, la isla de Cebú podía convertirse en un exce1521 194 • Los grandes descubrimientos geográficos lente punto de apoyo para la dominación española en todas aquellas regiones. El M de abril se entrevistó con el jefe indígena y le anunció su intención de regresar con una flota aún más numerosa; Magallanes le convertiría en el jefe más poderoso de aquellas islas, puesto que se mostraba dispuesto a abrazar la religión cristiana, A' continuación, se desarrolló la ceremonia de la conversión; se erigió una cruz de gran tamaño en un lugar despejado y Magallanes advirtió a los indígenas que debían rezar todos los días ante ella, cosa que prometieron Para demostrar hasta qué punto despreciaban ta ambición de los conquistadores, tos indios derramaban oro fundido en la garganta de sus prisioneros. sin dificultad. Después mandó que se adelantara el jefe y le bautizó junto con quinientos de sus hombres, terminando la ce­ remonia con un festín que Magallanes ofreció en honor de aquel reyezuelo. A la semana siguiente fueron bautizados muchos ha­ bitantes de Cebú e islas vecinas. Pronto podría comprobarse el valor de la palabra del jefe 1521 Hernán Cortés conquista Méjico (1521) M uerte de Magallanes • 195 indígena. En una isla próxima a Cebú gobernaba un jefe que se oponía rotundamente a dejarse bautizar. Magallanes decidió castigarlo y anunció a los marineros que iba a emprender per­ sonalmente una expedición contra aquel reyezuelo recalcitrante. Los indígenas atacaron profiriendo espantosos alaridos, y los españoles respondieron con fuego de mosquetería, aunque sin resultado, ya que los salvajes se lanzaron al asalto, y un vena­ blo envenenado alcanzó a Magallanes en un pie. Entonces el pánico se apoderó de sus hombres, la mayoría huyeron, y sólo unos pocos permanecieron junto a su comandante, fidelidad que causó su pérdida, pues los indígenas concentraron sus ataques contra el reducido grupo. La refriega fue encarnizada; por dos veces a Magallanes le arrancaron el casco; por último, tras una defensa heroica que duró una hora, una lanza le hirió en pleno rostro. Intentó sacar su espada y tampoco pudo conse­ guirlo por tener el brazo paralizado por una herida profunda. Un momento después recibió un golpe terrible en una pierna, cayó e inmediatamente fue acribillado a lanzadas. Muerto Magallanes, los españoles abandonaron el campo de batalla, desmoralizados y heridos en su mayoría. A los pocos días de estos acontecimientos, el jefe de Cebú recién bautizado les comunicó que deseaba entregarles un obsequio para el rey de España, rogando que desembarcaran algunos represefltantes para recibirlo. Los españoles lo hicieron así, pero apenas llegó a tierra la delegación, las tripulaciones oyeron gritos de soco­ rro y ruido de armas, y al ver que sus camaradas habían caído en una trampa, a toda prisa izaron velas y se hicieron a la mar. Los españoles que quedaron en la isla fueron todos asesinados, y los indígenas derribaron la cruz levantada por Magallanes. La primera vuelta al mundo D e los cinco navios con que contaba la expedición en un principio, sólo quedaban tres. Se hizo un recuento de las tri­ pulaciones supervivientes de las últimas catástrofes, y los efecti­ vos resultaron tan escasos que no fue posible retornar las tres naves a España; en consecuencia, decidieron quemar una de ellas y proseguir el viaje con las otras dos, la Tcinidad y la Victoria, para realizar el programa fijado por Magallanes. Al fin llegaron a las Molucas, objetivo de la expedición. El 8de noviembre, los españoles echaron el ancla frente a una de las islas del archipiélago, donde el jefe local los recibió Dieta de Worms (1521) 1521 196 • Los grandes descubrimientos geográficos amistosamente, acudió a bordo y aseguró que ya había oído hablar del rey de España y que estaba dispuesto a ser su amigo fiel y vasallo. Trataron de averiguar qué beneficios podrían conseguir en aquellas islas legendarias, que producían jenjibre, arroz, coco, bananas, almendras, granadas, caña de azúcar, melones y otras muchas cosas, vislumbrando interesantes perspectivas de comer­ cio lucrativo. Obtuvieron cantidades considerables de especias a cambio de los tejidos, cuchillos y tijeras que les quedaban. El jefe indígena deseaba espejos, pero la tempestad los había redu­ cido a pedazos. En diciembre, los marinos españoles estaban ya dispuestos para el regreso cuando descubrieron que la Trinidad, la orgullosa nave capitana de Magallanes, hacía agua por todas partes y necesitaba ser reparada. Tras una dramática deliberación, decidieron enviar a España la Vicíoría por el cabo de Buena Esperanza, mientras que la Trinidad, una vez reparada, pondría rumbo al este. Tenían intención de enviar la nave hacia el istmo de Panamá, donde podría desembarcar su preciado car­ gamento de especias, que transportarían por tierra hasta la costa del Atlántico, y de allí sería enviado a España. Ambas naves tuvieron suerte muy diversa. La Trinidad se hizo a la vela hacia el este en abril de 1522, pero ya no estaba en condiciones de atravesar una vez más el océano Pacífico. Pésimas condiciones atmosféricas la hicieron apartarse de su rumbo y a los cinco meses de navegación se hallaban a unos 42° norte, donde los navegantes sufrieron una terrible tormenta que duró doce días, con sus noches. El estado de ánimo de la tripulación obligó al capitán a regresar a las Molucas, pero al llegar allí, los españoles cayeron en manos de los portugueses, que se apoderaron del cargamento y apresaron a la tripulación. Los marineros españoles fueron llevados de un sitio a otro, hasta que en 1526 fueron a parar a Lisboa, donde sufrieron otros siete meses de cautiverio. Cuando el emperador Carlos V consiguió su libertad, sólo quedaban cuatro con vida, La fortuna fue más favorable a la Victoria; la nave aban­ donó el archipiélago indonésico el 13 de febrero de 1522, a las órdenes de Juan Sebastián Elcano, con un cargamento de 35 to­ neladas de especias. Dejando atrás Malasia, Elcano navegó hacia el suroeste y a principios de mayo, la Victoria avistaba las costas orientales de África. El 19 del mismo mes, el barco dobló con muchas dificultades el cabo de Buena Esperanza y se dirigió hacia el norte. El 6 de septiembre de 1522 la Victoria 1522 Juan S. Elcano (1476-1526) Primas circumdedisti me 9 197 entraba en el puerto español de Sanlúcar de Barrameda, con unos marineros tan agotados que fueron incapaces de conducir la nave a Sevilla remontando el Guadalquivir, y solicitaron ayuda. Pero la grandiosa hazaña estaba realizada: se había dado por vez primera la vuelta al mundo. España había perdido toda esperanza de volver a ver a sus valerosos hijos, a quienes recibió jubilosamente. Carlos V oyó con satisfacción que el rey de las Molucas estaba dispuesto a someterse, y cuando Elcano se presentó en la corte, se le adjudicó una pensión anual de 500 ducados, que no percibió jamás. En cuanto a la venta del cargamento, bastó para cubrir los gastos de la expedición y dejó algún beneficio. La gloria de Elcano emulaba la de Colón en su primer viaje, aunque algunos consideraban que el verdadero héroe de la expedición fue Ma­ gallanes y otros historiadores le llamarían «el más grande nave­ gante de la historia». Elcano recibió un escudo de armas en que aparecía diseñado el globo terrestre con un lema: Primus circumdedisti me (El primero que me rodeaste). Primera vuelta al mundo (1520-1522) 1522 Sj A A I T lf fllU A U S M U N D O EMICmÁTMKD® MÉJICO PRECOLOMBINO Mientras Magallanes y sus compañeros atravesaban los océa­ nos entre mil dificultades, los españoles conquistaban nuevos territorios en el continente americano. Parece poco menos que increíble que unos centenares de hombres se enfrentaran con un soberano poderoso asistido por guerreros bien adiestrados, le destronaran y acabaran con su imperio. Sin embargo, fue preci­ samente lo que llevó a cabo en pocos años Hernán Cortés, el más intrépido de los conquistadores españoles. Hernán Cortés, un héroe de leyenda «[He venido aquí para encontrar oro, y no para trabajar la tierra como un simple labriego!» Así debió de expresarse Cortés cuando a su llegada a Haití le aconsejaron que no se hiciera demasiadas ilusiones respecto a hacer una carrera romántica y gloriosa *. Cuba, la mayor y más occidental de las Grandes Antillas, fue' conquistada por los españoles en 1511. Cortés había pro­ curado participar en aquella conquista y como botín recibió extensas propiedades, se estableció en Cuba e hizo fortuna. Diego Velázquez, conquistador y primer gobernador de la isla, 1 Hernán Cortés nació en 1485 en Medellín (Badajoz), de familia noble arrui­ nada; en 1499 estudió 'Leyes en Salamanca, pero dos años más tardo regresaba a Medellín sin haber demostrado afición al estudio. Siguiendo su espíritu aventurero, intentó embarcarse rombo a América en una expedición dirigida por N icolás de Ovando, pero sufrió un accidente en Sevilla y hubo de desistir. En la primavera de 1504 consiguió al fin embarcar en 'Sanlúcar de iBarrameda y, una vez en tierra americana, desempeñó algunas misiones a las órdenes de D iego Velázguez, La ex­ traordinaria capacidad que demostró en todas sus actuaciones fue, precisamente, el motivo por el cual el gobernador Velázquez empezó a recelar del joven extremeño. El historiador Bemal D iez del Castillo dice de Hernán Cortés que «era apacible en su persona y bienquisto y de buena conversación». Hernán Cortés (1485-1547) 1511 200 9 La antigua América, un mundo enigmático fue quizás excelente administrador, pero pretendía extender la dominación española hasta el continente americano, y por ini­ ciativa suya llegaron algunas expediciones a la península del Yucatán, si bien no parecía dispuesto a desempeñar el papel de héroe de leyenda. Aquélla fue la oportunidad que Cortés esperaba. Velázquez le confió el mando de una de aquellas expediciones. Cortés vendió sus tierras y ofreció participar en los gastos de la empresa con sus propios fondos. Un día, Velázquez y Cortés se paseaban por la orilla de mar, cuando un desconocido se precipitó hacia el gobernador gritando: «Excelencia, guardaos de ese Cortés: llegará día en que tendréis que perseguirle». Pa­ rece que el incidente impresionó a Velázquez, que ya había comprobado la obstinación y el espíritu de independencia de Cortés. Éste apresuró los preparativos de la marcha y se hizo a la vela sin avisar al gobernador; desde aquel momento, la ruptura entre Cortés y Velázquez fue un hecho consumado. Cortés llevaba en once naves unos quinientos oficiales y sol­ dados, unos cien marineros y doscientos servidores indígenas; disponía, además, de diez cañones y dieciséis caballos. Pronto comprobarían que estos últimos eran particularmente útiles para sembrar el pánico entre los indígenas del continente, ya que el caballo era aún desconocido en América. La escuadra bordeó el Yucatán, y al llegar a la desembo­ cadura de un río en Tabasco, golfo de Méjico, Cortés decidió realizar un desembarco, empresa más fácil de decir que de eje­ cutar. Los indígenas se mostraron hostiles, Cortés hubo de entablar un combate sangriento, y cuando parecía que los espa­ ñoles iban a ser abrumados por los indígenas, muy superiores en número, éstos fueron presa de pánico a la aparición de la caballería. Conseguida la victoria, Cortés tomó solemnemente posesión del país en nombre_del rey de España y luego hizo bautizar a todos los indígenas que pudo. Tras este primer desembarco en el continente americano, Cortés prosiguió su viaje y el 21 de abril de 1519 llegaba a la isla de San Juan de Ulúa; pasó de nuevo al continente y tuvo contac­ to con un jefe indígena que le informó de algunos datos intere­ santes. Aquellas comarcas se hallaban bajo la autoridad del poderoso soberano Moctezuma, que gobernaba el imperio de los aztecas. Cortés respondió que su propio soberano era el rey más poderoso del mundo y que deseaba enviar un mensaje de su parte a Moctezuma; por tanto, necesitaba saber dónde y cómo podría entrevistarse con el emperador azteca. El jefe 1519 H Cortés en Méjico (1519) Fundación de Vevacvuz • 201 local prometió transmitir a su señor el saludo de Hernán Cortés. Poco después, llegaba una embajada del monarca azteca, dejando asombrados a los españoles. Recibieron obsequios de gran valor, en especial un casco lleno de polvo de oro y dos discos, uno de oro y otro de plata, que representaban el sol y la luna, todo lo cual impresionó profundamente a Cortés, que se propuso encontrar a toda costa a un soberano tan rico, que era capaz de hacer tales presentes. Moctezuma le comunicaba que se alegraba de oír el mensaje del rey de España, pero que el extranjero no debía molestarse en acudir a su encuentro. Por supuesto, Cortés se hizo el sordo a la advertencia, y desde entonces, su principal objetivo fue hallar el camino más corto hasta la capital del emperador azteca. Lo consiguió, si bien antes, en el lugar en que había desem­ barcado, fundó una colonia que recibió el nombre de Villa Rica de la Veracruz (la verdadera Cruz), que aún conserva. Después, barrenó sus barcos para que ninguno de sus hombres pensara en regresar a Cuba. Por fin, el 16 de agosto de 1519, se dirigió a pie hacia el interior, en busca de la capital del misterioso emperador de los aztecas. Prehistoria am ericana ¿Qué era, en realidad, aquel extraño imperio que los indí­ genas de Veracruz habían descrito a Cortés? Los arqueólogos y los paleontólogos están de acuerdo en que los amerindios llegaron de otra parte y se establecieron en el continente americano. N o existen en América vestigios de pitecántropos o de seres humanos primitivos .—como, por ejem­ plo, los hombres de Neanderthal en Europa— de donde hubiera podido proceder una población indígena, y por ello se supone que los primeros pobladores pasaron de Asia a América, pro­ bablemente por eL estrecho de Behring. Esta inmigración comenzó, al parecer, terminados los perío­ dos glaciales. Los inmigrantes pertenecían sin duda a la raza mongólica, y, por consiguiente, los indios primitivos de América estarían emparentados con los chinos. Desde el septentrión, los inmigrantes ocuparon la América del Norte, luego el istmo interamericano y, por último, la América del Sur. Eran cazado­ res, y en su existencia nómada iban de unas comarcas a otras en busca de plantas comestibles y de caza. Sigue ignorándose dónde, cuándo y de qué modo comen­ zaron los primeros habitantes de América a cultivar el maíz, 1519 202 • La antigua América, un mundo enigmático único cereal que conocían; en nuestros días, botánicos e histo­ riadores continúan preocupados por este problema, pudiéndose sólo afirmar que se desarrolló una agricultura rudimentaria, lo que constituye «el paso más importante que en el camino de su desarrollo haya dado el pueblo americano, tanto en el pasado como en el presente». La aparición de la agricultura puso fin al nomadismo, y cimentó estructuras sociales más perfeccionadas, empezando a destacarse diversas manifestaciones culturales en cuyo seno se sucedieron importantes civilizaciones. Por lo que se refiere a Méjico, todavía no ha logrado descu­ brirse su cultura más remota, pero se ha podido, al menos, delimitar un período cultural muy primitivo, que ha recibido el nombre de época arcaica. Se sabe que en los primeros siglos antes de nuestra era, florecía una población que, al revés que los nómadas cazadores y pescadores, cultivaba el maíz: los olmecas, que eran hábiles escultores, como lo demuestran sus extrañas estatuas de hombres-jaguares. En el siglo x de nuestra era, los habitantes de las altas mesetas fueron materialmente desbordados por una poderosa invasión de toltecas, que crearon un imperio tan notable como el del pueblo vencido. Es opinión común que los toltecas no ofrecían más que flores en honor de sus divinidades, ya que los sacrificios humanos, descritos minuciosamente por los espa­ ñoles, fueron una innovación de los aztecas, hordas que, tras haber errado como cazadores durante mucho tiempo, se estable­ cieron en la región de Méjico durante el siglo xin ¡. Los aztecas en Tenochtitlán Una vez llegados a la meseta mejicana, y después de pro­ longados combates con otros pueblos, los aztecas fundaron sobre unos islotes del lago de'T excoco una ciudad llamada Tenochtitlán, «la ciudad de la roca-cacto», según la tradición hacia 1325. Como nacionalidad histórica, los aztecas tuvieron importancia muy limitada hasta el siglo xv, época en que pac­ taron alianza con otras tribus vecinas a las que pronto media­ tizaron. Más tarde empezaron a extender sus dominios territo­ riales con tanta obstinación como eficacia; sometieron un pueblo tras otro y llegaron a dominar gran parte del actual Méjico. Las tribus anexionadas conservaron su autonomía, si bien pagando tributo a Tenochtitlán. 1 Ver Enigmas de la antigua Am érica, BD1CTONES DATMON. s. x-xv Fundación de Méjico (1325?) La civilización azteca • 203 D O S G R A N D E S C IV IL IZ A C IO N E S Imperios maya, en la península del Yucatán, y azteca en Méjico. La meseta mejicana es célebre por su impresionante belleza y por las altas cumbres nevadas que la rodean; con anterioridad, el paisaje debía de ser aún más hermoso, pues existían numerosos lagos, hoy en su mayoría desecados. Las investiga­ ciones arqueológicas demuestran que los españoles exageraban al extasiarse ante el pretendido esplendor de la capital azteca, ya que sus casas eran vulgares, bajas y primitivas, y los pala­ cios escaseaban. Tenochtitlán estaba situada en la parte occi­ dental del lago Texcoco, y la ciudad se hallaba rodeada óp agua y cortada por canales a lo largo de los cuales corrían estrechos senderos. La canoa era el medio de transporte más empleado. Esta «Venecia mejicana» presentaba aún otra par­ ticularidad, propia para asombrar a los españoles: en las ori­ llas, la tierra no era fértil, y para remediar este inconveniente los indios construían enormes balsas que recubrían luego con limo fértil extraído del fondo del lago; de este modo crearon verdaderos jardines flotantes en los que cultivaban flores y legumbres. Los aztecas eran célebres por su amor a las flores, S. XV 204 • La antigua América, un mundo enigmático que ocupaban un lugar destacado en sus fiestas y ceremonias religiosas. N o se sabe exactamente cuántos habitantes tenía Tenochtitlán a principios del siglo xvi. Los cronistas españoles de la época estiman su número en trescientos mil, lo que es probable­ mente exagerado; si bien, por calles, mercados y canales circu­ laba una multitud considerable, y verdaderas masas humanas se arremolinaban en torno a los tenderetes donde se vendían maíz, patatas, tomates y otros productos agrícolas, telas, pie­ dras preciosas, medicinas y tabaco. Los indios se dedicaban también al tráfico de esclavos: «se vendían tantos como negros de Guinea en Portugal», observa un cronista español. La mo­ neda de cambio consistía habitualmente en granos de cacao, artículo muy apreciado en la meseta mejicana. Religión y militarismo La religión de los aztecas exaltaba cierto número de dioses sanguinarios, recuerdo de su época de cazadores errantes. Según creían, aquellas divinidades tenían el mundo a su merced, y si no las alimentaban con sangre humana derramada sobre las pirámides escalonadas, corrían el riesgo de que el sol no rena­ ciera cada mañana; por fortuna, otros dioses eran pacíficos, en particular los heredados de los toltecas (la Serpiente de plumas; la Estrella de la mañana, el Viento, etc.). Es curioso observar que, gracias a la influencia de sus sacerdotes, los únicos inte­ lectuales del país, se inició cierta tendencia al monoteísmo, pero este movimiento no llegó a imponerse a la multitud crédula. Sobre los demás edificios de la ciudad se elevaban los tem­ plos, todos ellos construidos sobre pirámides de piedra y de arcilla seca. Allí ardían noche y día los fuegos de los sacrificios y el rumor de los tambores convocaba la población a las fiestas rituales que se celebraban casi sin interrupción. El más impor­ tante de estos templos, consagrado al dios de la guerra, Huitzilipochtli, se elevaba cerca del gran mercado de Tenochtitlán; una amplia escalera con balaustradas de piedra conducía a la entrada del templo, ante el santuario aparecía la piedra de los sacrificios, y bajo la pirámide, largas filas de estacas donde se ensartaban los cráneos de las víctimas. Se calcula que unas cinco mil personas debían de estar al servicio de los templos de la ciudad; durante las fiestas religiosas, aquellas gentes celebraban diversas ceremonias del exótico ritual que tan importante lugar ocupaba en la vida de los aztecas. S. XV Descubrimiento de América (1492) Los dioses y la milicia ® 205 Los aztecas eran un pueblo profundamente religioso, pero su religión significaba ante todo una angustia desmesurada, un esfuerzo continuo para evitar o alejar la cólera de los poderes divinos. El principio de reciprocidad determinaba todas las relaciones entre dioses y hombres; así, el corazón palpitante que el sacerdote arrancaba del pecho a un joven, durante de­ terminadas fiestas religiosas, era el tributo que los hombres pagaban a los dioses; éstos, a cambio, les concedían la vida y la U n sacrificio humano. Sirviéndose de un cuchillo de piedra, el sacerdote arranca el corazón a su víctima, todavía viva (arriba, a la izquierda). E l combate entre el águila y el jaguar (abajo, a la derecha), simboliza la lucha entre el sacerdote y su víctima. , salud. Debía sacrificarse cierto número de individuos por la feli­ cidad de la comunidad. En la sociedad azteca, el ejército era la única institución cuya importancia igualaba a la del clero. Los aztecas han sido uno de los pueblos más belicosos de la historia; en caso de peligro, todos los hombres útiles estaban obligados a ir a la lucha, ya que el imperio azteca practicaba el servicio militar S. XV 206 ® La antigua América , un mundo enigmático obligatorio y general. N o obstante, el núcleo del ejército estaba compuesto de militares profesionales, y el que pretendía ser admitido en la clase militar debía haber recibido una educación perfectamente establecida; destinaban aquellos jóvenes a escue­ las militares y los sometían, durante varios años, a determinadas pruebas para comprobar sus aptitudes. Ingresar en la clase militar era el sueño ideal de todos los muchachos. El entrenamiento físico que recibían aquellos jóve­ nes convertía a los aztecas en formidables guerreros, temidos en aquellas comarcas de América. Lucharon por imponer tributo a otros pueblos y aumentar así su poderío, aunque a menudo iban a la guerra por la simple razón de que les faltaban prisio­ neros para ofrecer en sacrificio a sus dioses. Durante sus ex­ pediciones, los aztecas no intentaban matar a sus adversarios, sino que trataban de apresar el mayor número posible de ellos, y, en consecuencia, sus guerras eran poco sangrientas. Los demás pueblos de América Central imitaban la táctica de los aztecas. La narración siguiente describe en forma característica la eti­ queta militar entre los indígenas: En cierta ocasión, los aztecas iniciaron una campaña contra el pueblo de Cholula. Entablóse una batalla y al atardecer observaron que ninguno de ambos bandos había obtenido la victoria definitiva. A la m añana siguiente el jefe azteca envió un mensajero a su adver­ sario para preguntarle si deseaba proseguir el combate. Los de Cholula respondieron que ya habían hecho bastantes prisioneros para satisfa­ cer a sus dioses. El jefe azteca se contentó con esta respuesta y los dos ejércitos pudieron regresar a sus casas. El emperador Moctezuma y el dios Qnetzalcoatl Los españoles consideraban al soberano azteca como un autócrata, pero las investigaciones modernas han demostrado la falsedad de este aserto. La estructura política del imperio azteca sería hoy calificada de constitucional; elegían al sobe­ rano en el seno de una familia determinada y mantenían junto a él un consejo, es decir, un gobierno, que se reunía con regu­ laridad para adoptar las decisiones que requerían los asuntos del Estado. Moctezuma II, que reinaba en el imperio azteca desde 1502 y era su noveno soberano, pasaba por ser excelente capitán, gran sacerdote y erudito, fiel a sus obligaciones y gobernante severo. Había incrementado considerablemente sus estados gra­ cias a algunas expediciones militares y el imperio disfrutó de 1500-1519 Moctezuma II, emperador (1502-1520) El mito de Quetzalcoatl • 207 un verdadero siglo de oro bajo su prudente gobierno. De todas formas, parece que, al correr de los años, Moctezuma perdió gran parte de su optimismo y energía; la melancolía paralizaba su voluntad y su piedad exagerada le sumía en un fatalismo del que acabaría siendo esclavo. Este sentimiento tenía su origen en el mito de Quetzalcoatl, el dios del viento de levante y, a la vez, dios de la lluvia, fuente de vida, al que la tradición popular describía como un gigante de piel clara y larga barba, rasgo característico, ya que los indígenas, en general, eran lampiños. Todavía se recordaba que el hombre blanco, Quetzalcoatl, había vivido en otro tiempo entre los aztecas y les había ense­ ñado a roturar la tierra, construir casas y trabajar los metales, como también la fe en la existencia de un solo dios, el dios del amor y de la misericordia, exhortando a los indígenas a cesar en sus sacrificios humanos. Un día, según la tradición, Quetzalcoatl volvería desde oriente al país de los aztecas y reinaría en ellos. Nada se sabe sobre el origen de ese mito y se ha tratado de explicarlo sugiriendo que quizás un sacerdote cristiano fuese arrojado por una tempestad a las costas centro­ americanas, donde predicaría su fe, recuerdo que pudo sobrevivir así en la leyenda de Quetzalcoatl, lo que no deja de ser pura hipótesis. Más probable es que el mito desempeñara impor­ tante papel en el pensamiento y en la manera de comportarse del emperador Moctezuma. Al enterarse de que habían llegado, procedentes del este, hombres blancos en grandes navios, creyó realizada la predicción que anunciaba el regreso del dios blanco. Según parece, esa supersticiosa idea le persuadió de la inutilidad en oponer resistencia a los extranjeros, por estar éstos en rela­ ción con tales poderes sobrenaturales. LA CONQUISTA DE MÉJICO Cortés se pone en marcha Antes de ordenar la marcha hacia la capital del imperio azteca, Cortés había enviado a Carlos V una delegación con ricos presentes y un mensaje o Carta de Relación, en que descri­ bía con entusiasmo las posibilidades que ofrecía Méjico, gestión que emprendió Cortés para precaverse de su enemigo y com­ petidor Velázquez, cuyos agentes podían hacerle caer en desgra­ cia ante el emperador. Carlos V, emperador (1519) 1519 208 • La antigua América, un mundo enigmático La expedición abandonó las llanuras tropicales de la costa y se dirigió al interior, hacia las regiones más elevadas de Méjico. La vegetación exuberante del litoral desapareció, susti­ tuida por bosques de abetos, mientras que en el horizonte cen­ telleaban cumbres nevadas, de donde soplaban vientos fríos que refrescaban y purificaban la atmósfera. Cortés sabía que en aquellas regiones vivían los tlascaltecas, reino que había rechazado con orgullo el yugo de los aztecas y a los que pen­ saba atraerse como aliados contra Moctezuma. Con su reducido ejército avanzó hasta la frontera de aquel reino: «Señores, seguid la cruz», gritó enarbolando su estandarte y señalando el territorio de los tlascaltecas. U na ayuda eficaz, valiosa y ciertamente muy agradable, fue para Cortés el de la india M alintzin o Malinche, más conocida por el nombre de «doña M arina», hija del cacique Tetcotzinco, hecha prisionera en Tabasco y que fue, a la vez, intérprete, secretaria diplomática, agente de espionaje, embajadora y, a mejor abundamiento, amante de Cor­ tés, de quien tuvo un hijo que se llamó M artín. Conocía los idiomas nahua y m aya y, en septiembre de 1519, descubrió una conspiración de los indígenas de Cholula contra los españoles, que se apresuró a comunicar a Cortés, salvándoles la vida a él y a sus compañeros. Fugaz sombra histórica, que parece figura de leyenda, brilló unos instantes junto al gran conquistador y desapareció de la escena después de la conquista de Méjico sin dejar más recuerdo. Al principio, no hubo dificultades, pero días más tarde los españoles se vieron cercados de repente por fuerzas mucho más numerosas que las suyas; eran los tlascaltecas, que no tenían intención de dejar libre paso a los invasores extranjeros. La situación era crítica para los españoles, y probablemente no se hubieran salvado de no infundir su caballería y sus cañones extraordinario terror a los indios, que, paralizados tras dos combates, desesperaron de vencer a tan espantoso ene­ migo, y enviaron al campamento de Cortés una embajada pi­ diendo gracia. La victoria española alcanzó enorme resonancia en todo Méjico, pues los tlascaltecas eran considerados inven­ cibles. La noticia aterrorizó a Moctezuma, quien envió nuevos embajadores a Cortés e intentó una vez más impedir la visita del español. Cortés ni siquiera se dignó responder, ya que en­ tonces menos que nunca pensaba renunciar a su plan. El camino de Tenochtitlán quedaba abierto a los españoles y, en noviembre de 1519, franqueaban el gran puente que unía por el sur la ciudad a la orilla del lago. En una carta de re1519 H. Cortés en Méjico (1519) Sumisión a España • 209 lacióa a Carlos V, Cortés refiere así su dramático encuentro con Moctezuma: «E al tiempo que yo llegué a hablar al dicho Muteczuma, quitéme un collar que llevaba de m argaritas y diamantes de vidrio, y se lo eché al cuello; é después de haber andado la calle adelante, vino un servidor suyo con dos collares de camarones, envueltos en un paño, que eran hechos de huesos de caracoles colorados, que ellos tienen en mucho; y cada collar colgaban ocho camarones de oro, de mucha perfección, tan largos casi como un geme; é como se los trujex-on, se volvió a mí y me los echó al cuello, y tornó a seguir por la calle en la forma ya dicha, fasta llegar a una muy grande y hermosa casa, que él tenía para nos. aposentar, bien aderezada, E allí me tomó por la mano y me llevó a una gran sala, que estaba frontero de un patio por do entramos. E allí me fizo sentar en un estrado muy rico, que para él tenía mandado hacer, y me dijo que le esperase allí, y él se fue; y dende á poco rato, ya que toda la gente de mi compañía estaba aposentada, volvió con muchas y diversas joyas de oro y plata, y plumajes, y con fasta cinco o seis mil piezas de ropa de algodón, muy ricas y de diversas maneras tejida y labrada...» Una recepción amistosa Moctezuma se instaló en otro trono junto a Cortés y pro­ nunció un discurso, explicando el mito de Quetzalcoatl y di­ ciendo estar convencido de que Cortés y sus hombres eran aquellos blancos que, según la predicción, debían llegar desde Oriente a su país; por ello reconocía al rey de España como a su señor, y desde aquel momento ponía sus bienes a disposi­ ción de su soberano. «Sería el gran M ontezuma de edad de hasta cuarenta años -—cuen­ ta Bernal D íaz del Castillo-—, y de buena estatura y bien proporcio­ nado, é cenceño é pocas carnes, y la color no muy moreno, sino propia color y matiz de indio, y traía los cabellos no muy largos, sino cuanto le cubrían las orejas, é pocas barbas, prietas y bien puestas é ralas, y de cada collar colgaban ocho camarones de oro, de mucha perfección, en su persona en el mirar por un cabo amor, é cuando era menester gravedad. E ra muy pulido y limpio, bañábase cada día una vez a la tarde; tenía muchas mujeres por amigas, e hijas de señores, puesto que tenía dos grandes cacicas por sus legítimas mujeres, que cuando usaba con ellas era tan secretamente, que no lo alcanzaban a saber sino al­ guno de los que le servían; era muy limpio de sodomías; las mantas y ropas que se ponía cada un día, no se las ponía sino desde a cuatro días. T enía sobre ducientos principales de su guarda en otras salas junto a la suya, y estos no para que hablasen todos con él, sino cual ó cual; y cuando le iban á hablar se habían de quitar las mantas ricas 1519 210 • La antigua América, un mundo enigmático y ponerse otras de poca valía, mas habían de ser limpias, y habían de entrar descalzos y los ojos bajos puestos en tierra, y no miralle a la cara, y con tres reverencias que le hacían primero que a él llegasen, é le decían en ellas: «Señor, mi señor, gran señor», y cuando le da­ ban relación á lo que iban, con pocas palabras los despachaba; sin levantar el rostro al despedirse dél, sino la cara é ojos bajos en tierra hácia donde estaba, é no vueltas las espaldas hasta que salían de la sala. E otra cosa vi, que cuanto otros grandes señores venían de léjas tierras á pleitos ó negocios, cuando llegaban a los aposentos del gran Montezuma habíanse de descalzar é venir con pobres mantas, y no habían de entrar derecho en los palacios, sino rodear un poco por el lado de la puerta de palacio; que entrar de rota batida teníanlo por descaro; en el comer le tenían sus cocineros sobre treinta m aneras de guisados hechos a su modo y usanza; teníanlos puestos en braseros de barro, chicos debajo, porque no se enfriasen. E de aquello que el gran Montezuma había de comer guisaban más de trecientos platos, sin más de mil para la gente de guarda; y cuando habia de comer, salíase el M ontezuma algunas veces con sus principales y mayordomos, y le señalaban cuál guisado era mejor é de qué aves é cosas estaba gui­ sado...» «...Servíase con barro de Cholula, uno colorado y otro prieto. M ientras que comía, ni por pensamiento habían de hacer alboroto ni hablar alto los de su guarda, que estaban en las salas cerca de la del Montezuma. Traíanle frutas de todas cuantas había en lá tierra, mas no comía sino muy poca, y de cuando en cuando traían unas como copas de oro fino, con cierta bebida hecha del mismo cacao, que decían era para tener acceso con mujeres...» «...las mujeres le servían al beber con gran acato, y algunas veces al tiempo del comer estaBan unos indios corvocados, muy feos, porque eran chicos de cuerpo y quebrados por medio los cuerpos, que entre ellos eran chocarreros; otros indios que debían de ser truhanes, que le decían gracias, é otros que le cantaban é bailaban, porque el M on­ tezuma era muy aficionado a placeres y cantares, é á aquellos m an­ daba dar los relieves y jarros del cacao; y las mismas cuatro mujeres alzaban los manteles y le tornaban á dar agua á manos, y con mucho acato que le hacían..,» «...También le ponían en la mesa tres cañutos muy pintados y dorados, y dentro traían liquidámbar revuelto con unas yerbas que se dice tabaco, y cuando acababa de comer, después que le habían cantado y bailado, y alzaba la mesa, tomaba el humo de uno de aque­ llos cañutos, y muy poco, y con ello se dormía...» Prisión de Moctezuma Cortés y sus compañeros dedicaron los primeros días a orientarse en aquella ciudad. Los aztecas los trataban con res­ peto, dejándoles amplia libertad de acción y les proporcionaban 1519 E l crucifijo sustituye a los ídolos 9 211 víveres en abundancia, así que los españoles no tenían ningún motivo de queja. Pero al cabo de algún tiempo empezaron a dar señales de inquietud, ya que si a los indígenas se les anto­ jaba cambiar de conducta, podrían sin la menor dificultad apoderarse de sus huéspedes como de ratas en ratonera; bas­ tábales para ellos destruir los puentes tendidos sobre los diques que unían la ciudad con las orillas lacustres. Aquello situación incitó a Cortés a jugarse el todo por el todo. Propuso su plan a sus hombres: hacer prisionero a Moc­ tezuma y cuando lo tuvieran en su poder, el pueblo no podría hacer más que aceptar la situación. Así se hizo, algunos es­ pañoles armados de pies a cabeza irrumpieron en el palacio del soberano, y Cortés expuso sus pretensiones sin rodeos. Moctezuma protestó violento, pero acabó sometiéndose: su fatalismo había vencido. Poco después, y bajo la presión de los españoles, Mocte­ zuma convocó a los notables de su imperio y les ordenó que en lo sucesivo pagaran a Cortés los impuestos debidos al soberano; dada la orden, Moctezuma sufrió un impacto psíquico y las lágrimas ahogaron su voz. En manos de los españoles se acumularon entonces enormes riquezas y el reparto del botín daba ocasión y pretexto a nu­ merosas pendencias. Exigieron aún más del emperador: era preciso limpiar los templos de la «mancha del paganismo» y derribar los ídolos. Moctezuma, convertido en auténtica mario­ neta, se resignó una vez más. Pese a las violentas protestas del clero y del pueblo, fue retirado del altar situado en la cima del «teocali!» o gran pirámide el ídolo de Huitzilipochtli, se lavaron y blanquearon los muros del santuario y el lugar de los ídolos fue ocupado por imágenes de santos. Los españoles, enarbolando un crucifijo, recorrieron la ciudad en solemne pro­ cesión y el templo del dios guerrero de los aztecas cobijó una iglesia cristiana. En abril de 1520 —habían pasado seis meses desde la llegada de los españoles a Tenochtitlán-—, Cortés recibió la noticia de que dieciocho barcos españoles habían anclado en Veracruz. Sin duda, el emperador Carlos V dio oídos a su enemigo Velázquez, que había sido nombrado gobernador de los territorios recientemente descubiertos, y enviaba a uno de sus subordina­ dos, Pánfilo de Narváez, a relevar a Cortés de su mando. El conquistador obró con su acostumbrada rapidez; dejando parte de sus hombres en Tenochtitlán, marchó hacia la costa, arrolló a Narváez y le hizo prisionero. Las intrigas de Velázquez no Magallanes en el océano Pacifico (1520) 1520 212 • La antigua América, un mundo enigmático habían dado resultados precisamente brillantes... Pero en pleno triunfo de Cortés llegaron noticias inquietantes de Tenochtitlán. Los aztecas habían tratado de defender sus templos contra los saqueadores españoles, éstos habían dado muerte a los recalcitrantes para hacer un escarmiento y ello provocó una insurrección general -de la población mejicana. La «noche triste» Cortés tomó de nuevo el camino hacia Tenochtitlán a mar­ chas forzadas, y aún pudo pasar el puente sin dificultad; pero no había un alma en las calles ni en los mercados. Al día siguiente, la tormenta estallaba en toda su violencia y el pueblo en armas entabló terrible combate en torno al templo de Huitzilipochtli. Los españoles consiguieron apoderarse del edificio, pero Cortés se percató en el acto de que su única esperanza estaba en abandonar la ciudad. Un suceso inesperado, aconte­ cimiento capital en aquellos momentos, había trastornado la situación: la muerte de Moctezuma. Poco después de su regreso a Tenochtitlán, Cortés le había obligado a hablar al pueblo. Fue una escena emocionante: Moctezuma apareció en la parte superior del edificio en que se hallaba prisionero de los españoles y al verle la multitud se pro­ dujo un impresionante silencio. Él soberano exhortó a sus súbditos a cesar las hostilidades, pues todo lo que había suce­ dido respondía a la voluntad de los dioses. Sus palabras cau­ saron efectos contraproducentes; el silencio respetuoso de la multitud se trocó de súbito en rabiosa cólera y sobre el tejado llovieron flechas y piedras. Herido en la cabeza, Moctezuma perdió el conocimiento y pocos días después murió. Sobrevino la «noche triste», uno de los episodios más dra­ máticos de la historia de la conquista. Los españoles abandona­ ron el palacio en que se habían atrincherado y en silencio ca­ minaron por las desiertas calles hacia uno de los diques que unían Tenochtitlán a la orilla del lago. La ciudad daba la impresión de estar completamente abandonada. ¿Iban los inva­ sores extranjeros a ponerse a salvo cruzando el lago? Marcha­ ban transportando pesados bagajes que entorpecían sus mo­ vimientos, pues en modo alguno se hubieran desprendido de los tesoros arrebatados a los indios; arrastraban también en pos una especie de balsa que habían construido para franquear los vanos del dique, pues los aztecas habían cortados los puentes. Llegados al dique, los españoles oyeron una señal concer­ 1520 La «noche triste'» (1520) Los aztecas atacan ® 213 tada de antemano y, en el acto, el sordo estruendo de los tambores de guerra. El enemigo Iniciaba la ofensiva: los aztecas atacaban a los españoles por la espalda y por ambos flancos los hostigaban guerreros embarcados en canoas. Una lluvia de flechas y piedras cayó sobre Cortés y sus hombres, empeñados en un combate a muerte; mientras, de pie en sus embarcaciones, los indios trataron de precipitar a caballos y caballeros desde el puente, ya resbaladizo a causa de la sangre y la lluvia conti­ nuas, y lograron destruirlo. Los españoles, acorralados entre dos precipicios amenazadores, tuvieron que combatir en aque­ llas angosturas, sin protección algunas contra flechas y lanzas. Cortés se batió como un león. Después de haber conducido la vanguardia hasta el tercero y último vano, volvió sobre sus pasos para salvar el resto de su ejército. A la mañana que siguió a aquella noche terrible comprobó, al pasar revista a sus tropas, que más de la mitad de los efectivos habían caído ante el ene­ migo o fueron hechos prisioneros. Los reveses sufridos durante la «noche triste» señalan un hito en la carrera del conquistador y en la historia de la colo­ nización española en América. Cortés se había percatado de que el único modo de reducir la capital azteca a la capitulación era aislarla completamente de las orillas del lago, y así, decidió apoderarse primero de las ciudades situadas en las riberas del Texcoco, y construir luego embarcaciones que permitieran una ofensiva directa a la ciudad; en tercer lugar, proyectó cortar el acueducto que llevaba agua potable a Tenochtitlán. Asedio y conquista de Méjico Se llevaron a cabo estas medidas preliminares, y en la pri­ mavera de 1521 los españoles sitiaban la capital mejicana. Las operaciones duraron varios meses, y en agosto, tras sangrientos combates, los aztecas tuvieron que rendirse. «... y es verdad, y juro amén ■ —afirma Bernal Díaz del Castillo—, que toda la laguna y casas y barbacoas estaban llenas de cuerpos y cabezas de hombres muertos, que yo no sé de qué m anera lo escriba. Pues en las calles y en los mismos patios del Talelulco no había otras cosas, y no podíamos andar sino entre cuerpos y cabezas de indios muertos. Yo he leído la destrucción de Jerusalén; mas si en ella hubo tanta m ortandad como esta y no lo sé; porque faltaron en esta ciudad gran multitud de indios guerreros, y de todas las provincias y pueblos sujetos a M éjico que allí se habían acogido, todos los más murieron; que, como he dicho, así el suelo y la laguna y barbacoas, todo estaba Conquista de Méjico (1521) 1521 214 ® La antigua América, un mundo enigmático Guerreros aztecas (dibujos de un manuscrito indio copiado poco después de la llegada a M éjico de los españoles). 1521 Ocupación de Honduras ® 215 lleno de cuerpos muertos, y hedía tanto, que no había hombre que sufrirlo pudiese; y á esta causa, así como se prendió Guatemuz, cada uno de los capitanes se fueron á sus reales, como dicho tengo, y aun Cortés estuvo malo del hedor que se le entró por las narices en aque­ llos días que estuvo allí en el Talelulco.» Cuauhtemoc, sucesor de Moctezuma II, fue quemado vivo, y el país entero tuvo que someterse a Cortés, ya capitán ge­ neral de la Nueva España, pues tal fue el nombre que se dio a los territorios conquistados. Laboró enérgicamente por la ex­ pansión del poderío español en el continente americano y por el establecimiento de una administración sólida, y consiguió ambos objetivos. Sus ejércitos ocuparon Guatemala y Yucatán a levan­ te y sur, y por el norte llegaron hasta California. El mismo Cortés emprendió en 1524-1525 su célebre expedición a Hon­ duras, que anexionó a sus territorios. Hernán Cortés gobernó hasta 1540 aquel imperio colonial que había adquirido, pero en la corte española los intrigantes no cedían en su rencor y, finalmente, el gobernador hubo de acudir a justificarse ante el rey. Nunca volvió a Nueva España; el conquistador de Méjico compartió la suerte de tantos otros colegas suyos y viose sumido en el olvido durante los últimos años de su existencia, que no fueron sino una prolongada hu­ millación. En vano Hernán Cortés apeló a la justicia del rey, porque Carlos V no volvió ya a oír hablar de él. En 1547, el conquistador moría, pobre y olvidado, en la población se­ villana de Castilleja de la Cuesta. EL M UNDO M AYA La península yncaíeca Durante su expedición a Honduras, Cortés había pasado a poca distancia de las ruinas de Palenque, la ciudad que fue un día el más importante centro religioso' de la cultura maya. Hernán Cortés no llegó a conocer aquella civilización, pues en el siglo xvi Palenque era, desde hacía tiempo, una ciudad muerta, invadida de nuevo paulatinamente por la impenetrable selva tropical 1 «Es posible que, en gioso o de peregrinación, inmensa población flotante, la arquitectura civil, ni los efecto, Palenque fuera un lugar sagrado, un centro reli­ de templos y oratorios, tierra de necrópolis, con una sólo residencial para sacerdotes y acólitos. N o abunda edificios del común, Un profusos y difundidos en otros 1521-1540 216 ® La antigua América, un mundo enigmático En el siglo vi, los indios mayas, p o r r a z o n e s a ú n ignoradas, habían a b a n d o n a d o sus ciudades de Guatemala y de Honduras septentrional» a c a s o huyendo de la fiebre amarilla o por haber agotado las tierras de cultivo con su agricultura primitiva y hallarse y a en la imposibilidad de alimentar una población cada vez mayor. El p u e b lo maya emigró hacia el Yucatán y, una vez allí, Chichén-Itzá se convirtió en su centro político-religioso. Precisamente en el Yucatán trabaron los españoles conocimien­ to co n esta exótica cultura. En 1527 llegaba una expedición a las ó rd e n e s de un gentilhombre español, Francisco Monte jo, quien, com o los d e m á s conquistadores, sólo deseaba encontrar oro y co n q u is ta r tierra, y sus hombres no se comportaron con mucha c o rr e c c ió n c o n respecto a los indios, quemando sus libros sagrados y destruyendo sus ídolos. Tras quince años de luchas encarnizadas y de violencias, consiguieron aniquilar la última rebelión de los indígenas y el Yucatán se convirtió en otra posesión española. Aquella conquista significaba la desaparición de una cultura que suscita aún hoy admiración y asombro. Los mayas desempeñaron una posición dirigente en el desa­ rrollo cultural de la América Central en épocas remotas. Su religión era dualista, es decir, consideraba a unos poderes del bien en lucha contra otros poderes del mal. Esta religión inspiró su interesante arte y su impresionante arquitectura, que expre­ san un mundo espiritual que nos parece exótico e incompren­ sible. El edificio principal de la ciudad maya era el templo, cuyos muros, altares y pilares están ricamente decorados con extrañas esculturas. La contribución de los mayas al arte figurativo se compone casi exclusivamente de relieves. El arte maya aparece intensa­ mente impregnado de convencionalismo, y sus representantes sólo con gran esfuerzo se liberan del simbolismo religioso. Es difícil saber hasta qué punto deseaban verdaderamente repro­ ducir la naturaleza. Un arte, tan admirado con posterioridad, en el que un motivo aparece sin cesar: la serpiente. Para los ma­ yas, la serpiente era un animal sagrado, una revelación de la divinidad. lugares. Acaso fue la urbe una morada clerical, un magnífico monasterio habitado por jefes religiosos. Ello parece confirmado por el tono de sus relieves escultóricos, da aspecto solemne y pacífico, sosegado y majestuoso. Las actitudes beatíficas de las figuras sólo representan hombres prosternados, adoradores y creyentes, sin armas ni gestos violentos. Tal vez predicadores y fieles. U n a técnica curiosa en las figuras en relieve: el artista modelaba el cuerpo y luego revestía ■ — casi podría decirse que vestía— la figura con su traje y sus adornos, aplicando encima tiras de cemento fresco.» (Enigm as de la A ntigua Am érica. Ediciones DAIMON), S .T O Cabeza de adolescente maya, procedente Palenque (fines del siglo V II). de una tum ba en El dios del maíz, personaje clave de la m itología azteca. El 12 de octubre de 1492, Cristóbal Colón tocó tie rra en Guanahahi (San S a lv a d o r), p rim e r te rrito rio español en el Nuevo Mundo. En 1497, el portugués Vasco de Gam a abrió la ruta m arítim a d e 'la s Indias. b m ím Prehistoria maya ® 217 Chichén-Itzá, ciudad santa de los mayas Existen ruinas dispersas por todo el antiguo territorio de los indios mayas, pero las más notables son las de Chichén-Itzá, su ciudad santa, al norte del Yucatán. Cayó en poder de los mayas a principios del siglo vi D . J . y adquirió gran desarrollo cuando los mayas abandonaron sus antiguos territorios de Hon­ duras y de Guatemala, focos de lo que se llama Viejo Imperio. El Yucatán se convirtió entonces en centro de su cultura y su historia abarca el período comúnmente llamado Nuevo Imperio que duró hasta la conquista española. Chichén-Itzá fue aban­ donado en el siglo vn, pero resurgió durante los siglos xi y x i i y con otras dos ciudades, Uxmal y Mayapán, integró una poderosa coalición debilitada poco a poco a causa de posterio­ res discordias intestinas. Mercenarios llegados de Méjico to­ maron Chichén-Itzá y en el período que se inicia con su caída Detalle de un fresco en el templo del Jaguar, en Chichén-Itzá, en el que se representa la ceremonia de un sacrificio. se erigieron nuevos y muy notables edificios; al fin, la ciudadela fue definitivamente abandonada a mediados del siglo xv. Cuan­ do los españoles efectuaron su entrada en Chichén-Itzá, la urbe era ya en su mayor parte un montón de ruinas. Los arqueólogos modernos han exhumado estas ruinas de la selva virgen y sus investigaciones nos permiten imaginar el as­ pecto de Chichén-Itzá durante su edad de oro: una ciudad que contaba con varios miles de habitantes, que tenía amplias calles plantadas de palmeras, y espaciosas plazas públicas or­ nadas de palacios impresionantes y de grandiosos templos. La pirámide y el templo del dios Kukulcán dominaban por com­ pleto la ciudad. Se llegaba a este templo por una amplía escalera de balaus­ tradas decoradas con la serpiente habitual. En otro tiempo, de la pirámide partían en todas direcciones caminos pavimentados, Chichén-Itzá (S VI-XII) S. VI-XII 218 • La antigua América, un mundo enigmático rutas que permitían a los mensajeros llegar rápidamente a las 'diversas regiones del país. El templo tenía una o varias entradas en cada una de sus caras, sus puertas estaban adornadas de ricas esculturas y antes de la llegada de los españoles había delante de la entrada principal una piedra de sacrificios, centro de numerosas ceremonias sangrientas. Entre los mayas propia­ mente dichos, los sacrificios humanos parece que fueron bas­ tante raros; en cambio, eran muy frecuentes entre los extranje­ ros llegados de Méjico. La «fuente sagrada» Al norte del templo de Kukulcán se halla el Cenote o «fuente sagrada», que desempeñaba asimismo un papel de primer orden en las fiestas religiosas de los indios, en que ofrecían sacrificios humanos al dios de la lluvia, uno de los principales de su pan­ teón. La agricultura era el principal medio de subsistencia de los mayas, de modo que su bienestar dependía en gran parte de las lluvias. Los arqueólogos han verificado hallazgos intere­ santes en esta fuente consagrada a la divinidad pluvial. Los ritos del sacrificio en la fuente sagrada figuraban posi­ blemente entre los más dramáticos de las fiestas religiosas. Los sacerdotes predicaban que, para una mujer joven, era una suerte y una extraordinaria bendición ofrecerse al dios de la lluvia, que, según creían, residía en un grandioso palacio bajo las aguas de la fuente y, por tal razón, el más caro deseo de toda joven maya era llegar a ser la prometida del dios pluvial. Cuando el pueblo acudía a Chichén-Itzá para escoger a la prometida de la divinidad, las jóvenes vivían angustiadas por la espera y, una vez decidida la elección, la doncella designada era conducida a la fuente en un espléndido palanquín; la lle­ vaban en primer término a un. templete próximo, la revestían allí de los más ricos vestidos y recibía la bendición del gran sacerdote. Entretanto, el pueblo en masa desfilaba ante la fuente; la gente echaba en ella sus ofrendas cantando himnos. Cuando la joven aparecía a la entrada del templo, se producía un gran silencio; dos sacerdotes iban a ambas lados de la víc­ tima, las trompetas sonaban y llegaba de la ciudad el sordo rumor de los tambores del sacrificio. Los dos sacerdotes se apoderaban de la joven, la balanceaban de atrás adelante y la arrojaban de súbito, con todas sus fuerzas, en el temeroso remolino de la fuente. Las aguas se cerraban sobre ella y el dios recibía a su prometida. s. yi-xii Cultura maya (S. X -XII) La cultura maya ® 219 Una arqueología sorprendente Una de las mayores «atracciones» de Chichén-Itzá se des­ cubrió por casualidad: se trata de una terraza sobre cuyos muros aparecen miles de cráneos esculpidos en la piedra; exca­ vaciones hechas bajo la terraza han puesto al descubierto frag­ mentos de esqueletos humanos, lo que indica que aquel lugar fue posiblemente teatro de crueles sacrificios. Tan extraordi­ nario como éste es el templo de los guerreros, bajo cuya en­ trada se conserva un vestíbulo de pilares cuadrados, en el que aparecen representados en relieve guerreros mejicanos triun­ fantes y mayas vencidos en actitud de sumisión, esculturas que han dado nombre al santuario. Muy cerca se halla también la «plaza de las mil columnas» que fue con toda seguridad en aquella época el centro comercial de la ciudad y de las regio­ nes circundantes. Bajo ruinas se ha descubierto también el antiguo observa­ torio, situado en la cumbre de una alta terraza, donde efec­ tuaban los mayas sus observaciones astronómicas con asombro­ sa exactitud; el calendario calculado a base de las mismas constituye una de las más admirables muestras de su extraor­ dinaria cultura. Según los especialistas, sobrepasa todo cuanto otros pueblos de idéntico nivel cultural han conseguido en este aspecto, y puede rivalizar con el calendario gregoriano de los europeos. N os llevaría demasiado lejos el desarrollar aquí una cronología extremadamente complicada y nos limitaremos a recordar que los mayas elaboraron, en estrecha relación con sus cálculos astronómicos y matemáticos, una escritura que les permitió consignar lo que sabían acerca de su propia historia y del movimiento de los cuerpos celestes. Crearon una verda­ dera literatura; desgraciadamente, los conquistadores ocasiona­ ron tantas destrucciones durante la ocupación del Yucatán que sólo han llegado a nosotros algunos manuscritos mayas. D e ahí las extraordinarias dificultades que ofrece la inter­ pretación de sus escritos. En la actualidad han logrado desci­ frarse muchas inscripciones jeroglíficas que adornan los tem­ plos y los monumentos mayas. Los mayas fueron el único pueblo americano que ideó un sistema de escritura propiamente dicho. Desde que, en 1961, los matemáticos soviéticos consiguieron descifrar los jeroglíficos de este pueblo enigmático, valiéndose para ello de máquinas electrónicas, la comprensión de las inscripciones y de los textos mayas puede decirse que ha entrado en un período de solución. S. VI-XII 13 39 i Los mayas poseían dos sistemas de numeración. Uno de ellos consistía en una serie de rostros, a cada uno de los cuales se asignaba un valor, desde O a 19. E l oteo se basaba en la com­ binación de dos elementos, el disco y la barra, con un valor de 1 a 5, respectivamente, aparte de un símbolo especial para el cero. Dichos valores no eran absolutos, como en la numeración romana, sino que dependían de su posición relativa. E l país de Bicú • 221 E L PERÚ A R C A IC O Francisco Pizarro prepara su expedición Acerca de la juventud de Pizarro se sabe poco; era hijo de un gentilhombre español y de una mujer del pueblo, y su educación fue bastante descuidada, era analfabeto y desde su infancia hubo de proporcionarse por sí mismo el sustento; inclu­ so, según la tradición, era porquerizo cuando decidió escaparse y marchar a América. D e todos modos, es muy probable que párticipara, en 1513, en la célebre expedición de Balboa al Pacífico. Entre los seguidores de Balboa, fue Pizarro el que mayor éxito alcanzó y ello debe atribuirse, en primer lugar, a su obs­ tinación y su audacia que no retrocedía ante nada. Con todo, si la mayoría de los conquistadores fueron gente tosca, Pizarro se manifestó el más humano de ellos. En 1519 fue fundada la pequeña ciudad de Panamá y tres años después llegaban allí unas naves enviadas por el gober­ nador español de Panamá a una expedición a lo largo del litoral noroeste de la América del Sur. El comandante de la flotilla presentó un informe de su estancia en el territorio de Bírú que se había sometido a los españoles. Refirióse también a un reino mayor y más rico, situado al sur de aquel país, donde un hábil general podría recoger, con toda seguridad, un botín muy ten­ tador. A su parecer, los españoles debieran probar fortuna en aquel territorio. A los panameños les interesó aquel relato, y su gobernador decidió enviar una nueva expedición al país de Birú .—nombre del que procedería el de Perú—•; Francisco Pizarro recibió el mando de la empresa. Dos personajes deseosos de aventuras se habían unido a él para explotar las posibilidades que con tanta generosidad ofre­ cía aquella época de grandes descubrimientos. Uno de ellos, Diego de Almagro, era un valiente soldado, conocido por su carácter amable y optimismo a toda prueba; el otro era un sacer­ dote, Hernando de Luque, que, muy respetado en Panamá por su cultura y su prudencia, se había atraído la confianza del gobernador. Pizarro y Almagro iniciaron en 1524 su expedición hacia el sur. Al principio, la suerte no les fue favorable, pues la tri­ pulación tuvo que enfrentarse con epidemias y combatir a los Francisco Pizarro (¿1478-1541) 1513-1324 222 • La antigua América, un mundo enigmático indígenas en diversos puntos de la costa y con grandes pér­ didas; sin embargo, los españoles lograron apoderarse de varios objetos de oro, lo que elevó la moral de la tropa. De regreso a Panamá, los jefes decidieron partir de nuevo en cuanto reunie­ ran ■suficientes provisiones y hubieran reclutado mayor número de marineros. Un dorado espejismo El «triunvirato», sobrenombre irónico que en Panamá daban a Pizarro, Almagro y Luque, equipó con dificultades y esfuer­ zos una nueva expedición. En 1526 pudo efectuarse la partida y esta vez llegaron a una ciudad llamada Atacames, en la costa de la actual república del Ecuador, lugar encantador, con agra­ dables viviendas y plantaciones en pleno desarrollo, cuyos in­ dígenas parecía que se desenvolvían con holgura. Sin duda, el intentar la conquista podría resultar provechoso, pero llevarla a cabo exigía mejor equipo. Acordaron que Pizarro permane­ ciera allí mientras que Almagro regresaría a Panamá a fin de convencer al gobernador de que les proporcionase lo necesario. Pizarro y una parte de la tripulación acamparon en la pequeña isla del Gallo, frente a la costa. Los barcos de Almagro desaparecieron en el horizonte y su partida indicó a los españoles que se quedaron el comienzo de' una prolongada espera que puso sus nervios en tensión. Los víveres se agotaron y tuvieron ocasión de comprobar lo difícil que era reponerlos; sus vestidos caían a jirones y era imposible sustituirlos. Por fin hizo su aparición una nave de Panamá, portadora de un mensaje a Pizarro ordenándole que regresara. El con­ quistador pudo obtener un plazo de seis meses y se propuso ex­ plotarlo a fondo, y con la misma nave llegada de Panamá se hizo a la vela hacia el sur hasta anclar ante la ciudad de Tumbes, en el continente. Lo que encontró allí superaba con mucho sus mayores esperanzas; los indígenas recibieron amis­ tosamente a los españoles quienes pudieron visitar una ciudad de calles anchas y edificios espléndidos. Partían de allí hacia el interior del país carreteras excelentes y, con legítimo orgullo, los indígenas mostraban a sus huéspedes templos cuyos muros desaparecían literalmente bajo el oro y la plata. Pizarro estaba ya seguro de que sus esfuerzos no habían sido vanos e hizo rumbo a Panamá, jurando regresar a aquel «Eldorado» y con­ quistarlo. 1526-1527 Prehistoria incaica • 223 E l pueblo de los incas Cortés había penetrado hasta el corazón del imperio azte­ ca y Monte jo había descubierto los orígenes de la cultura maya, pero el descubrimiento de Pizarro no era menos importante; había llegado al imperio inca, cuya mayor ciudad en sus fron­ teras septentrionales era Tumbes, en el litoral sur del golfo de Guayaquil. En la cordillera de los Andes, a miles de metros sobre el nivel del mar, se había desarrollado una civilización esplén­ dida y rica, que hoy atestiguan numerosos descubrimientos ar­ queológicos. Philip A. Means opina que en las costas del Perú existía ya una cultura floreciente durante los cinco primeros ñmibky'f' [ , A I ) ( ) K El imperio incaico comprendía más de cuarenta grados de me­ ridiano, de norte a sur; desde el norte de la línea ecuatorial hasta las cercanías de la actual ciudad de Valdivia, en Chile, en una amplia {aja costera que abarcaba en el interior la me­ seta boliviana, donde se hallaba su capital política y religiosa, Cuzco. Diversas civilizaciones sucesivas desarrollaron sus ac­ tividades y su cultura en aquel extenso territorio, la última de ellas cronológicamente la de los incas, con la que se enfrentaron los españoles llegados allí a me­ diados del siglo xvi. LimnVm '<( u z e o OCXANO fuipUo tJr t'ufiiiriji yglQ p a c if ic o í S. IY-V 224 • La antigua América , un mundo enigmático siglos de nuestra era, es decir, aproximadamente en la época en que la cultura maya vivía su edad de oro. Se caracterizaba por una agricultura eficiente, excelente artesanía textil, cerá­ mica delicada y una escultura y arquitectura altamente desarro­ lladas. Lo mismo que en \a América Central, a esta edad de oro siguió un prolongado período de decadencia, seguido a su vez por un renacimiento. Aunque con la diferencia de que la civilización maya volvió a decaer en el siglo XV, mientras que la cultura india del Perú alcanzó su mayor desarrollo precisa­ mente a lo largo de este siglo. Los incas no eran, pues, el único ni el primer pueblo civi­ lizado de aquella parte del mundo, sino los herederos de otras civilizaciones que habían florecido muchos siglos antes. El primer emperador inca que la historia ha podido señalar gobernó con toda probabilidad a principios del siglo xn. Mucho después, a principios del xvi, reinaba Huayna Capac,. soberano poderoso y guerrero célebre, cuyo imperio alcanzó el período de su mayor expansión, en un área equivalente a la de Fran­ cia y España unidas. A la muerte de Huayna Capac (1525), sus dominios se repartieron entre sus hijos Huáscar y Atahualpa, quince años antes de que Pizarro penetrara en el país. El imperio inca estaba constituido política y culturalmente desde hacía bastante tiempo, y sus soberanos habían organi­ zado una administración centralizada en su célebre capital Cuzco, el noroeste del lago Titicaca. La unidad fundamental de todas las estructuras sociales que, a lo largo de los tiempos, nacieron y se desarrollaron en los Andes era el «ayllu», es decir, la tribu, el clan. En la cima de la pirámide social se encontra­ ba el soberano, el inca; inmediatamente después venían los representantes de su autoridad, responsables de las unidades administrativas mayores y menores; los principales de ellos eran los gobernadores de las cuatro provincias del imperio que re­ sidían en Cuzco e integraban una especie de gran consejo. Esta organización permitía al inca tener su imperio perfec^ tamente administrado. Una red de carreteras facilitaba la ins­ pección de las diversas zonas del país, y suscitó con justo título la admiración de los españoles. Las carreteras imperiales fran­ queaban elevados desfiladeros y bordeaban precipios impre­ sionantes, y a menudo, túneles excavados en la montaña sal­ vaban los pasos difíciles; sobre ríos y valles se tendían puentes colgantes inteligentemente construidos y a lo largo de las ca­ rreteras principales los viajeros podían descansar y reponerse en albergues llamados tambos. S. x n - x v i Imperio incaico (S. XII-X V I) La organización poiííicosocia! incaica • 225 Un antiguo socialismo de Estado Un sentido plenamente estatal dominaba la vida social de los incas. Todo ciudadano debía servir al Estado de una u otra forma; por su parte, el gobierno debía velar por el bienestar personal de cada uno de sus subordinados, obligación realmen­ te respetada por la sociedad inca, cuyas relaciones de propie­ dad agraria constituyen buena prueba de ello. Las tierras se repartían en tres lotes en función de su categoría: el primero estaba destinado al sol, es decir, al clero; el segundo, al sobe­ rano, el inca, y el tercer lote a los ayllus. En cada ayllu, la tierra integraba un bien colectivo, ya que la propiedad indi­ vidual no existía. Cada año, el jefe del ayllu repartía entre diversas familias el territorio que le estaba asignado y de este modo se procuraba que a ningún ciudadano le faltaran los ví­ veres necesarios. En tiempo de paz, todo indio empadronado estaba seguro de tener trabajo y de satisfacer su hambre. Si caía enfermo o se hacía viejo, el Estado lo tomaba a su cargo 1 Tal comunidad de bienes, que tenía por objeto proporcionar subsistencia a cada súbdito del imperio inca, no iba aparejada a una estructura social democrática, por ser la sociedad inca de carácter rotundamente aristocrático y dividida en varias clases sociales, estrictamente separadas unas de otras. La enseñanza estaba únicamente reservada a las familias nobles. «Nadie puede mandar si no está instruido —se d e c ía pero es inútil instruir a quienes no tienen que hacer sino obe­ decer». Y, al frente cfel Estado, en majestuoso aislamiento, se hallaba el jefe, el soberano, el inca sagrado. «Europa y Asia han conocido muchos soberanos cuyo poderío fue inmenso —dice el historiador americano Means.—;, pero ninguno de ellos ha dispuesto de un poder tan absoluto como el de los incas. Se les atribuía un carácter sagrado que los hacía supe­ riores a todos los demás seres humanos y por ello, nadie abso­ lutamente podía presentarse ante el inca sin haberse descal­ zado y haber cargado sobre su espalda un fardo simbólico». Culto y ritos incaicos El culto del sol era la religión del Estado y se practicaba en templos esparcidos por todo el territorio. El más importante se encuentra en Cuzco y era el edificio más sagrado de aquella 1 Ver Enigm as de la antigua Am érica, E d i c i o n e s DAIM ON, Cultura incaica (S- XIII-XVI) S. XIII-XVI 226 ® La antigua América, un mundo enigmático sacra ciudad; templo rodeado de altos muros compuestos de enormes bloques de piedra cuyo cuerpo principal ostentaba un friso de oro a todo lo largo de su fachada y en cuyo interior, muros y techos aparecían también decorados con el mismo metal. En aquel santuario se exhibía un gran disco de oro en forma de rostro humano rodeado de una corona de estrellas, imagen del dios sol, y a una y otra parte, en una hilera de tronos de oro, se conservaban las momias de los anteriores sobe­ ranos incas. Una vez al año, la gran fiesta del sol atraía a Cuzco a los más altos dignatarios del imperio y su ceremonia más impor­ tante era el sacrificio del llama negro. Se adelantaba un sacer­ dote, abría el costado del animal, extraía el corazón y los pulmones y depositaba sobre el altar las visceras todavía pal­ pitantes. El fuego del altar debía ser encendido por el mismo sol y para ello recogían sus rayos sobre un espejo de metal pulimentado dirigiéndolos sobre un montón de lana seca que se inflamaba poco después; fuego sagrado donde se consumía el llama negro y otros animales ofrecidos a la divinidad, cuya carne se repartía al pueblo que acudía en masa. Era la señal de una prolongada serie de festejos cuyo aspecto más caracte­ rístico era el consumo de copiosas cantidades de bebidas ex­ citantes. El ritual alcanzaba suma importancia en la vida de los incas, y los sacerdotes encargados de él gozaban de gran influencia, formando casta aparte, junto con la de los dignatarios laicos, y al frente de la misma se hallaba el gran sacerdote del templo del sol, en Cuzco, que era siempre hermano o tío del inca reinante. A esta clerecía pertenecían igualmente las «vírgenes del sol», que debían consagrarse por entero al servicio de la divinidad solar, viviendo en una especie de conventos donde hacían voto de castidad. Sus funciones consistían en tejer los vestidos del inca y preparar las bebidas requeridas para las fiestas regias. Otra característica notable de la antigua cultura peruana es su famosa «escritura de nudos». Los incas comunicaban mensajes mediante cuerdecillas con nudos, los llamados quipus, que consistían en una cuerda principal a la que ataban otras cuerdecillas formando una especie de greca, con nudos que expresaban distintos significados. Se han encontrado quipus en muchas tumbas, y durante mucho tiempo se ignoró su con­ tenido, creyendo algunos arqueólogos que atesoraban una rica literatura redactada en tal forma de escritura, mientras que S. X I I I - X V I Cultura gótica europea (S. XIII-XV) La cultura incaica • 227 otros han supuesto que los nudos expresan números y servían para llevar una especie de contabilidad. E n diversas regiones del actual territorio peruano florecieron anti­ guas y sucesivas culturas que arrancan de épocas muy remotas, empe­ zando por la de Chavin (siglos x n i al v A . J . ) con sus estructuras de edificación en piedra, cerámica ornam entada y agricultura próspera del maíz y de la mandioca, empleando incluso el abono orgánico. O tra época cultural inmediatamente posterior constituye una fase de experi­ mentación que dura ocho siglos, hasta el siglo v D . J . , llevándose a cabo diversas construcciones subterráneas y ensayos de momificación de cuer­ pos humanos utilizando la arena del desierto. M uy notables también fueron los períodos culturales casi simultáneos de M ochica (siglos V al x i d . j . ) y N asca-Ica (siglos v al x v ) , situados al norte y sur, respec­ tivamente, de la actual Lima; el primero de ellos, con su cerámica de figuración humana y zoomorfa, vías de comunicación y organización política y social compleja de guerreros y técnicos; y el segundo, con su arte simbólico y abstracto y una decoración suntuosa en el arte textil. T odavía desconcertante para los arqueólogos es otra cultura, casi contemporánea de las anteriores, la de Tihuanaco (siglos II al xiv), asentada en la alta meseta junto al lago Titicaca, célebre por su culto heliolátrico, desarrollo de la astrología y calendarios solares, y una or­ ganización social que evidencia cierto centralismo político; se conserva de ella una arquitectura megalítica o de grandes piedras. O tra civiliza­ ción, la de Chimú, que abarca todo el siglo Xiv y primera mitad del xv, floreció en la faja costera septentrional al sur de Tumbes, y acaso sus vestigios ya fueron conocidos por los primeros conquistadores españo­ les que allí llegaron. La integraban diversas tribus que m antenían alian­ zas entre sí, se dedicaban a la agricultura y a la jardinería con sistemas de riegos, a la elaboración de un arte textil a base de diseños estilizados, fabricaban cerámica en moldes y trabajaban el oro. E n cuanto a la civilización de los incas, cronológicamente la más moderna, pasó por diversas fases, desde una primitiva agrupación social en familias y clanes totémicos hasta la organización del patriarcalsocialismo del aylly, con su gobierno absoluto y centralizado en la brillante corte de Cuzco. Además de su m aravillosa industria suntuaria, se distinguieron los incas por sus sólidas fortificaciones y construcciones planificadas en las que campea el urbanismo y la monumentalidad. Sus calzadas y vias de comunicación fueron verdaderas obras maestras, y se produjo aquí el curioso fenómeno de que aquellos pueblos que con tanta perfección las realizaron ignoraban el uso de la rueda como ele­ mento fundamental del transporte. Los incas tendieron una red de vías o pistas que partiendo Je Cuzco discurrían en dirección a distintos puntos del imperio; de tre­ cho en trecho, erigían los tambos, albergues de ruta, en donde se gua­ recían los chasquis o correos del soberano. S. XIII A.J.-XV D.J. 228 • La antigua América, un mundo enigmático CONQUISTA DEL PERÚ Kzqnro y la guerra civil incaica Pizarro regresó a Panamá en 1528; deliberó con Almagro y Luque, y los tres asociados decidieron que era preferible diri­ girse al emperador Carlos V en persona, y solicitar autorización para emprender una campaña hacia el sur. En consecuencia, Pizarro volvió a España y antes de hacerse a la mar prometió solemnemente velar no sólo por sus propios intereses, sino tam­ bién por los de sus dos asociados y amigos. Aquella estancia en la metrópoli constituyó un gran triunfo para Pizarro, que obtuvo plenos poderes para llevar a buen término la conquista del Perú; Almagro gobernaría en Tumbes, y Luque sería obispo de esta ciudad, y de esta manera Pizarro podría alejar de la empresa a sus dos amigos. Además, en Europa recogió informaciones que le serían muy útiles en el futuro. Entre otras personalidades, se entrevistó con Hernán Cortés, que se hallaba en España a la sazón, y no cabe duda de que el célebre conquistador puso a Pizarro al corriente de sus contratiempos en Méjico y le enseñó la mejor manera de comportarse con los indios. En 1530, Pizarro abandonaba la madre patria y llegaba d Panamá acompañado por cuatro de sus hermanos, uno de los cuales, Hernando, desempeñaría importante papel en lo suce­ sivo. Almagro se enfureció al enterarse del modo cómo se había beneficiado Pizarro en detrimento de sus dos amigos, y el tercer miembro del «triunvirato», el sacerdote Luque, hubo de interponerse entre ambos antagonistas, dejando la disputa apla­ zada por el momento. Pizarro abandonó Panamá a principios de 1531, con 180 hombres y 37 caballos, reducida hueste con la que se proponía conquistar un imperio de varios millones de habitantes, de sis­ tema político sólidamente organizado y cultura floreciente. Transcurridos algunos meses muy penosos, llegó a Tumbes, la ciudad inca que tan intensa impresión le causara con ocasión de su primera visita, y allí recibió una noticia favorable. El imperio inca se hallaba desgarrado por la guerra civil y los dos hermanos, Atahualpa y Huáscar, que se repartieron el im­ perio a la muerte de su padre, se habían enfrentado el uno con­ tra el otro; Huáscar resultó vencido y hecho prisionero, y Ata­ hualpa había tomado su capital, Cuzco. 1528-1531 Pizarro en el Perú (1531) El último Inca • 229 Inmediatamente Pizarro vislumbró el modo de aprovecharse de aquella ocasión. Indiferente a los riesgos de la empresa, decidió penetrar en el imperio inca y entrevistarse con Atahualpa, que se hallaba entonces (1532) en Cajamarca. El mismo día de su llegada a esta ciudad, Pizarro enviaba a su hermano Her­ nando al inca, que residía en las afueras de la misma, rogán­ dole que se entrevistara lo antes posible con el conquistador. Atahualpa en Cajamarca Al día siguiente por la tarde, el inca hizo su aparición al frente de una brillante escolta en la plaza del mercado, donde se habían concentrado los españoles. A un sacerdote de la expedición, Vicente de Valverde, le ordenó Pizarro que ex­ plicase a Atahualpa lo que habían ido a buscar a su imperio. Atahualpa escuchaba con creciente impaciencia aquel pomposo discurso que no acababa de comprender. Sólo entendió que los españoles tenían la insolencia de pedirle que se sometiera a un soberano extranjero. ¿Con qué derecho venían con tales exigen­ cias aquellos intrusos? El sacerdote le mostró la Biblia que tenía en la mano, Atahualpa tomó el libro, lo hojeó un instante y luego lo rechazó con desprecio. N o toleró más el padre Vicente; se precipitó hacia Pizarro, le refirió la escena e inmediatamente el conquistador desen­ vainó su espada, avanzó al frente de sus hombres y agitó una tela blanca, señal de iniciar el ataque; un instante después, los españoles disparaban un cañonazo y la caballería cargaba impe­ tuosa produciendo espantosa matanza. Locos de pánico, los in­ dios huyeron a la desbandada y su soberano fue apresado y conducido al campamento español. En su prisión, Atahualpa urdió nuevos planes; habiendo observado la avidez de oro de los españoles, decidió benefi­ ciarse de aquella debilidad y a cambio de su libertad les pro­ metió colmar de oro puro el aposento en que estaba encerrado hasta donde alcanzara su mano —la sala medía siete metros de largo por cinco de ancho— y Pizarro aceptó la proposición, Atahualpa envió inmediatamente correos a todos los rincones del inmenso país con orden de traerle todo el oro que pudieran. Un espectáculo extraordinario sucedió a aquella orden: de todas partes llegaban indios aportando tesoros para pagar el rescate de su amado jefe. Pizarro se declaró satisfecho y pa­ rece que firmó una declaración en tal sentido; entonces, Ata­ hualpa requirió al español a que cumpliera su palabra devol­ 1532 230 ® La antigua América, un mundo enigmático viéndole la libertad, pero Pizarro no tenía la menor intención de hacerlo. El inca fue llevado ante un tribunal acusado de haber de­ puesto y asesinado a su hermano, de conspirar contra los es­ pañoles y de haber adorado dioses falsos, y por tales delitos era condenado a morir en la hoguera. Sin embargo, si aceptaba la fe cristiana, el veredicto sería atenuado: en vez de quemarle, le estrangularían. El inca protestó de la sentencia y de la conducta de sus enemigos y se negó a abrazar el cristianismo, pero una vez en la hoguera le faltó valor y pidió el bautismo. Así se hizo; luego, le pasaron un hilo metálico en torno al cuello mientras los clérigos cristianos rezaban. Poco después, el inca dejaba de existir; se había perpetrado uno de los crímenes más odiosos que figuran en los anales de la cristiandad. Asesinato de Pizarro En 1535, Almagro partió para Chile, descontento de su si­ tuación, cansado de verse relegado siempre a segundo término y tratando de encontrar su «Eldorado» particular. En cuanto a Pizarro, se dirigió al litoral y fundó allí la ciudad de'Lima, luego capital del Perú. Pero en 1537 reapareció Almagro y se apode­ raba de Cuzco. En lo sucesivo, serían las armas las que deci­ dirían quién gobernaría el país, él o Pizarro. Siguió una situación confusa, en que los conquistadores se destrozaron entre sí. Almagro fue hecho prisionero en 1538 y Hernando Pizarro le hizo dar garrote. Entonces, sus familiares y partidarios continuaron la lucha y, en 1541, le llegó el turno a Francisco Pizarro, que residía a la sazón en Lima. Consi­ guieron introducirse en su casa algunos conspiradores y, aunque el conquistador se defendió con denuedo y bravura, sucumbió ante el número y cayó con el cuello atravesado; aún pudo trazar con el dedo una cruz en el pavimento, con su propia sangre, y entregó su alma. Las aventuras de Pizarro y de sus compañeros culminan la época de las conquistas en la historia de la colonización es­ pañola en América. Luego, fueron pacificados los territorios recientemente descubiertos y se organizó el gobierno y la ad­ ministración. Se excavaron minas y afluyeron a Europa metales preciosos en cantidad cada vez mayor; se establecieron plan­ taciones y se introdujeron en el Viejo Mundo nuevos productos agrícolas, como el maíz, la patata, el cacao y el tabaco. Los con1532-1541 Conquista de Perú (1532-1535) Los españoles en el río ,de la Plata • 231 quisíadores habían proporcionado a España tan inmensos re­ cursos que durante algún tiempo mantuvo su hegemonía como potencia europea; pero los tesoros de América no proporciona­ ron la felicidad a los españoles como más tarde veremos. OTROS DESCUBRIMIENTOS Y EXPLORACIONES La carrera hacia el Sur En el mismo año en que se iniciaba el siglo xvi, Alvarez Cabral, navegante enviado a la India por el rey portugués Ma­ nuel el Afortunado, se desvio de la ruta africana .—según se cree, intencionadamente.—■ y llegó al Brasil, donde fundó una colonia que, con el tiempo, sería la base de la expansión por­ tuguesa en aquel inmenso territorio. Todo ello constituyó motivo de alarma para los Reyes Ca­ tólicos. Años más tarde (1514), el rey Fernando de Aragón fir­ maba unas capitulaciones con Juan Díaz de Solís, natural de Lebrija y piloto mayor de la Casa de Contratación de las Indias, a fin de buscar un paso que condujera al mar del Sur, que aca­ bara de descubrir a la sazón Núñez de Balboa. La expedición, compuesta de tres carabelas, salió de Sanlúcar de Barrameda a primeros de octubre de 1515 y, después de avistar la costa brasileña por el cabo de San Roque, siguió rumbo al sur y llegó a unas aguas que, por ser espaciosas y no saladas, llamaron mar Dulce o río de Solís (actual río de la Plata). Con una de las carabelas costeó Solís la orilla septentrional del mismo y arribó a una isla que llamó de Martín García, de donde pasó a la costa próxima en un bote pequeño, acompañado de algu­ nos oficiales y marineros. Los indios guaraníes, habitantes de aquellas comarcas, le prepararon una emboscada y Solís pereció con todos sus compañeros, a excepción de un grumete; los cadáveres de los infortunados exploradores fueron despedaza­ dos y devorados por los indígenas. Parte de la maltrecha ex­ pedición pudo regresar a España en 1516. Una de las tres carabelas de la flotilla de Solís naufragó en el mismo río y sus tripulantes pudieron incorporarse a una tribu de guaraníes menos feroces, quienes les aseguraron que en un país remoto, hacia poniente .—probablemente el actual Potosí—, había una tierra abundantísima en oro y plata. Uno de los náufragos, Alejo García, se propuso llegar a ella con algunos compañeros y numerosos indios auxiliares; pasó por 1514-1516 232 • La antigua América, un mundo enigmático tierras del Chaco y entró en el país de Charcas, próximo al Perú, de donde regresó al territorio del actual Paraguay. Aquí fue asesinado por los guaraníes, codiciosos de las riquezas que había adquirido en esta expedición, memorable por ser la prime­ ra que llegaba a tierras peruanas partiendo del litoral atlántico. liñ o s veinte años más tarde (1534), el emperador Carlos V vconcedió al adelantado Pedro de Mendoza la conquista y pobla­ ción del íío*de la Plata. En 1536, dicho adelantado fundaba la villa o p^Blado de Santa María del Buen Aire —llamada también -Muestra^Señora de Buenos Aires— y enviaba a uno de sus hom­ ares, Juan de Ayolas, al río Paraná en busca de provisiones y de comunicación por tierra con las regiones del Perú, así como de noticias acerca de las supuestas riquezas del interior. Cumplida su misión, Ayolas fue asesinado por los indígenas al regreso de su viaje. Anteriormente, Ayolas había construido un fuerte llamado de la Asunción —por haber sido fundado en dicha fes­ tividad, 15 de agosto de 1537—, origen de la posterior ciudad de este nombre. Sin embargo, Mendoza y sus hombres, contra­ riados por las dificultades que ofrecía la colonización en el río de la Plata, en territorios a la sazón tan inhóspitos, decidieron abandonarlos y regresar a España. La fundación definitiva de Buenos Aires se llevarlo a cabo bastantes años más tarde, en junio de 1580, por Juan de Garay, y precisamente gracias a los colonos que pudieron permanecer en Asunción y conservar el fuerte allí fundado. Entre el trópico y los desiertos En 1513 zarpaba de la isla de Puerto Rico una expedición naval mandada por su gobernador, Ponce de León, que tocó en algunas islas del archipiélago de las Bahamas y llegó a una tierra cubierta de exuberante vegetación; por ello, y por ser festividad de Pascua, fue designada con el nombre de Florida. Ponce de León no iba en busca de oro y riquezas, sino de una fabulosa y legendaria «fuente de la eterna juventud», cuyas aguas decían poseer la virtud de impedir o retrasar indefinidamente la anciani­ dad, y que, naturalmente, no halló por parte alguna. La actitud hostil de los indígenas floridianos se hizo aún más ostensible en una segunda expedición realizada en 1521, en la que Ponce quedó gravemente herido; regresaron entonces los expediciona­ rios a Cuba y allí murió su jefe. Pánfilo de Narváez, el mismo que intentó apresar a Hernán Cortés en Méjico y que fue derrotado por él, decidió emprender 1534-1537 Fundación de Buenos Aires (1536-1580) Abriendo ratas hacia el N orte 9 233 una expedición al litoral del golfo de Méjico. Partió de Sanlúcar en 1526, con cinco naves y trescientos hombres; muchos de éstos se quedaron en la isla de Santo Domingo, pero Narváez pudo reorganizar su equipo y llegar a la bahía de Tampa, situada al oeste de la península de Florida y ya en el golfo mejicano. Rechazado por los indios timucuanos, tuvo que reembarcar y seguir costeando, pero los temporales hicieron naufragar sus embarcaciones y Pánñlo de Narváez pereció miserablemente, Uno de sus compañeros, Alvar Núñez Cabeza de Vaca, logró arribar, después de penosa travesía, a una isla de la costa de Texas, donde el hambre hizo sucumbir a la mayoría de sus com­ pañeros, que llegaron a devorarse unos a otros. Cabeza de Vaca pasó después a tierra continental y permaneció durante muchos años 1 entre los indígenas, viviendo, como ellos, en plena mise­ ria. Pudo sobrevivir gracias a que éstos le consideraban «cha­ mán», curandero o brujo, y así siguió la ruta del oeste, orientán­ dose siempre por la puesta del sol, desde el golfo de Méjico y a través de países desiertos hasta tierras del Pacífico (1536). Al fin, por los valles de Sonora y Culiacán, pudo llegar a la capital mejicana, de donde regresó a España. Los relatos de Cabeza de Vaca, exaltados por la fantasía de quienes creían que por aquellas comarcas podrían hallarse abundantes riquezas, promovieron dos expediciones más, la de fray Marcos de Niza y la de Vázquez Coronado, en busca de unas fabulosas «siete ciudades», que no aparecieron por ningún lado. Fray Marcos llegó por Arizona hasta la región de los actuales pueblos zuñi, donde creyó ver la fantástica ciu­ dad de Cíbola. Por su parte, Vázquez Coronado llegó en 1540 al país que llamaban de Quivira (actual estado de Kansas); en este viaje se descubrió por vez primera el Gran Cañón del río Colorado. Esta expedición tiene suma importancia en la historia de la geografía americana por la enorme extensión de territorio que se descubrió en el suroeste de los actuales Estados Unidos. Para completar aún más estps descubrimientos, casi al propio tiempo que los anteriores (1539-1540) se emprendió otra expedi­ 1 «Como proezas de resistencia física, las jornadas de estos olvidados héroes puede afirmarse con toda seguridad que no tienen paralelo en la Historia. Fueron las marchas más estupendas que ha podido realizar hombre alguno... Cabeza de Vaca fue realmente el primer europeo que penetró en lo que era entonces el oscuro conti­ nente de Norteamérica, com o fue el primero que lo cruzó siglos antes que otro cualquiera.» «Sus nueve afíos do marcha, a pie, sin armas, desnudo, hambriento, entre fieras y hombres más fieros todavía, sin otra escolta que tres camaradas, tan malhadados como él, ofrecieron al mundo la primera visión de los actuales Estados U n id os... N o había entonces un hombre blanco en América más al norte de la mitad de M éjico ni se había internado ninguno en e s t e desierto continental;» ( C h a r l e s V. L u m n i s ) . 1526-1540 234 • La antigua América, un mundo enigmático ción a través de los territorios al norte del golfo de Méjico, dirigida por Hernando de Soto, quien desde la bahía de Tampa recorrió los actuales estados de Florida, Georgia, Carolina sep­ tentrional y meridional, Alabama y Arkansas, casi siempre hosti­ lizado por los indígenas. Quedó defraudado en sus esperanzas de hallar países rebosantes de riquezas y pereció víctima de las fiebres junto a uno de los afluentes del río Mississipí, que había descubierto, y en cuyo cauce fue sepultado dentro del tronco vacío de un árbol. Del mando de la expedición se hizo cargo el oficial Luis de Moscoso, que descendió por el Mississipí en bergantines improvisados por sus propios soldados, y después de muchas penalidades lograron llegar a Nueva España. Cabeza de V aca volvió a aparecer en la escena del N uevo M undo, esta vez en tierras de la América meridional. Partió de E spaña en 1540, nombrado gobernador y capital general de los territorios del Plata, y tras muchas vicisitudes pudo llegar al fuerte de Asunción, en 1542. Se granjeó la amistad de los indios guaraníes y con ellos emprendió algu­ nas expediciones; al año siguiente hubo de sofocar una insurrección de sus propios soldados, quienes le acusaban de tener excesivas consi­ deraciones hacia los indígenas, y en 1544 fue privado del mando por los colonos, que eligieron a un antiguo expedicionario, M artínez de Irala, en su lugar. Cabeza de V aca, uno de los hombres que más territorios recorriera ^ a pie, casi siempre.— de todas las épocas de la Historia, descubridor de la cuenca del rio Iguazú —en la confluencia de las actuales fronteras del Paraguay, Brasil y Argentina-— y el primero que atravesó de parte a parte la América septentrional, desde el Atlántico al Pacífico, fue al fin conducido a E spaña, en donde sufrió pena de destierro. Irala fue nombrado definitivamente gobernador de los terri­ torios del río de la Plata en 1555, por Carlos V , precisamente en el mismo año de la abdicación del emperador. Tierra Firme y el país de los chibchas En su tercer viaje (1498), Colón había llegado a la costa de la actual república de Venezuela, descubriendo la isla de Trinidad y la desembocadura del Orinoco y, en consecuencia, el continente sudamericano. Al año siguiente, el cosmógrafo Juan de la Cosa —autor del primer mapa del Nuevo Mundo—• y el capitán Alonso de Ojeda costearon el mismo litoral. Ojeda fue el primero en sugerir un nombre para dicho territorio, el de Venezuela o «Venecia pequeña», sin duda por haber observado la existencia de algunos poblados indígenas construidos sobre plataformas sustentadas por estacas, casi a nivel de agua, es­ tructuras palafíticas que le daban una remota semejanza con 1539-1555 Breve concesión a los alemanes 9 235 aquella famosa ciudad italiana del Adriático. N o obstante, pre­ valeció durante mucho tiempo el nombre de Tierra Firme, asig­ nado a dicho país sudamericano. El emperador Carlos V, que siempre anduvo acosado por problemas financieros, otorgó en 1517 a los Welser, banqueros alemanes de Augsburgo, de quienes tomara considerables can­ tidades a préstamo, una concesión para explotar y colonizar una parte del territorio de la actual Venezuela. De 1529 a 1540, los escasos agentes y colonos alemanes que se establecieron allí -—entre ellos Jorge de Spira y Nicolás Federmann— sólo se preocuparon de buscar las fabulosas riquezas de un imaginario «Eldorado» y de oprimir a los indígenas, lo que motivó que el emperador se viera obligado, en 1546, a retirarles la concesión de que habían hecho tan mal uso. Hacia 1500-1501, Rodrigo de Bastidas había recorrido las costas del mar de las Antillas correspondientes a la actual Co­ lombia, desde el golfo de Maracaibo hasta el istmo de Panamá. Con todo, la penetración de los conquistadores hacia tierras del interior no se llevó a cabo hasta un cuarto de siglo más tarde, y el más importante de ellos fue Jiménez de Quesada, que ex­ ploró la meseta de Cundinamarca y penetró en los territorios entonces ocupados por las tribus chibchas y muiscas (1537), conquistándolos y fundando Santa Fe de Bogotá. En el propio valle de esta población se encontró al poco tiempo con Sebas­ tián de Benalcázar, otro explorador que desde Quito siguió ruta hacia el norte, y también con el alemán Federmann, proce­ dente de tierras venezolanas (1539). Los antiguos chibchas poseían una cultura que, sin llegar al nivel de las civilizaciones azteca, m aya e incaica, ofrece también destacado interés para el historiador. Conocían el oro, la plata, el cobre e incluso el bronce; sin embargo, para sus armas y utensilios usaban común­ mente la piedra y raras veces el metal. E n las puertas de las casas colgaban placas de oro que sonaban al menor movimiento, y los ca­ ciques, sacerdotes y nobles llevaban pequeños tubos de oro en la boca, nariz y orejas. E n las zonas mineras donde se halla hoy enclavada Antioquía han quedado tantos restos de su actividad que indican que debieron de trabajar allí como mineros miles de personas. La agricultura estaba en ellos muy adelantada, pues cultivaban maíz, patatas, cazabe y quinoa, y se valían de canales para el riego de las tierras. Los chibchas eran muy hábiles en el arte de tejer y teñir las prendas de su uso, y al propio tiempo sabían construir muy buenos objetos de alfarería que decoraban con pinturas, sobre las cuales extendían una capa de barniz casi indestructible. También supieron trazar vías o calzadas, muy bien construidas y empedradas, que ponían 1500-1539 236 • La antigua América, un mundo enigmático //i , / T o v o rJ ’i 1540) / f A"- ’fn* ■'■■.v.j ¿p M lflH lM itiii i» >*<T>-v¿¿r-ei' f/-X . *t-Vf /,: -• ;-., ■■ V e rr a z z a n i^ ¡ ^ 5 ¿ ^ S fc , jv m ii tni'ií i ; . . ■*ii .0 i i m".noi * \ n i"» , \-'r Ouv.v.ii.i y ' DfcSCUBRIM ILN TOS Y EX P LO R A C IO N ES EN A M E R IC A DEL N ORTE 'ijiijiilK ’ / f .11. i. ,. ; f MJIt» . ''v v'\/'* 4.l ..- 1 •, .¡k. i ', - (I.f.»3) ’ 0|ul.> 'x t'ilo n il« > » j\ X. 1111.SI íl'Ü ÍI <'/ )f(/ A. JlIrtliünO aO !)/ P ^ l l í ? . ‘)S DEL ' , . ¡,. V V ' hFIRME e rra 11U 1I.U i^ nlK‘1 Hl’ll.lllo l l ^ l ( l f \ f. ^ \ L^pnio-ii ir>r<7) H.ilSí’i.i \ üásMiO. en comunicación unos poblados con otros; para cruzar los ríos, además, tendieron puentes colgantes, como hacían los incas. Los palacios de sus caciques o soberanos eran verdaderas fortalezas cercadas de sólidas murallas y provistas de espaciosos patios y profu­ sión de aposentos, donde desplegaban un fausto similar, o poco menos, al de los soberanos incas y aztecas. Cuando moría el monarca, su cadáver, era embalsamado y encerrado luego en un ataúd de madera de palma chapeado de oro; junto con él eran enterradas las armas e insignias que usaron en vida e incluso sus propias mujeres favoritas. Los templos consistían en edificios de piedra sostenidos por columnas; en Tunja, todavía pueden contemplarse interesantes ruinas de la anti­ gua residencia del sumo sacerdote de la localidad, ocupando un espacio de más de un kilómetro. El gran rio de las Amazonas Entre los muchos mitos que circulaban acerca de América, uno de ellos afirmaba que allí se encontraba el «País de la Ca­ nela». En 1541, Gonzalo Pizarro, hermano del conquistador dsl S. XY-XVI U n m ito que deja de serio • 237 Perú, a quien éste había nombrado gobernador de Quito, dis­ puso una expedición en busca de los fantásticos bosques donde se producía especia tan codiciada, Pero la columna expedicio­ naria quedó maltrecha en su avance a través de los Andes y, al llegar al río Coca, comprendieron lo dificultoso en proseguir la empresa tan temeraria como la de buscar canela que no se vislumbraba por parte alguna. Aun así, y gracias a un bergantín que construyeron, lograron avanzar doscientas leguas más hacia levante; fue entonces cuando los indígenas les revelaron la exis­ tencia de un gran río que seguía la misma dirección que ellos, a unas quince jornadas de distancia. Pizarro ordenó a Orellana, uno de sus capitanes, que explorara aquella vía fluvial. E l historiador C ieza de L eón dice que las d eclaraciones de los indios se referían a un río «m uy grande e poderoso, e que por él abajo 1541 238 • L a antigua A m érica, un m undo enigm ático había grandes poblaciones e caciques m uy ricos, e tanto bastim ento que aunque fueran mil esp añ oles hallaran para todos abasto... M andó al capitán general F ran cisco de O rellana que con setenta hombres fuese a v er si era cierto aquello que los indios habían dicho, y que v o lv ie se con el barco lleno de bastim entos, pues veía n en la gran n ece­ sidad en que quedaban de com ida...». En diciembre de 1541 partió Orellana con el bergantín y halló una corriente tan rápida que en sólo tres días llegó a la confluencia del Coca con el Ñapo, donde comprendió que era imposible regresar. Mientras tanto, Gonzalo Pizarro tuvo por muertos a Orellana y a sus compañeros y regresó a Quito, sin esperarles más. La expedición de Orellana siguió el curso del Ñapo a lo largo de centenares de kilómetros, y al cabo de mes y medio, en febrero de 1542, llegaban a la confluencia con el Ama­ zonas, que les pareció impresionante: «El río era tan ancho de banda a banda, de ahí adelante, que parecía que caminábamos por anchísimo mar engolfados», dice el padre Carvajal, cronista del viaje. Una vez allí, decidieron construir otro bergantín de mayor capacidad y proseguir la ruta para buscar salida a su si­ tuación y llegar a un final para ellos completamente imprevisible, . Los sufrim ientos de los expedicionarios fueron inenarrables. T od o se confabulaba contra ellos, el calor sofocan te aunado a la hum edad, los insectos, las fiebres, el hambre, las fieras y los indígenas de las orillas, que les im pedían desem barcar para aprovisionarse y descansar; en par­ ticular, los terribles m achiparos y los caribes, que les arrojaban flechas em ponzoñadas y diezm aban a los españoles. Incluso les atacaron mu­ jeres en la aldea de C on iap ayara, con tanta ferocidad y ardor com bativo que O rellana dio al gran río el nom bre «de las am azonas», que aún conserva. E l citado padre C arvajal describe la espantosa agon ía y muerte de uno de los exp edicionarios herido por un dardo envenenado: «Fue cosa de mucha lástim a verle, porque se le puso el pie en que fue herido m uy negro, e fue subiendo la ponzoña por la pierna arriba, com o cosa v iv a sin se poder ataxar, aunque le dieron m uchos cauterios de fuego, con lo que se vid o que la flecha traía yerba pongoñossíssim a e com o subió al corazón, murió estando en m ucha pena hasta el tercero día que dio el ánima a D io s que lo crió». Por fin llegaron al Atlántico en pleno verano de 1542, pero ello no alivió sus penalidades, ya que la travesía marítima hasta tierras pobladas por españoles ofrecía aún mayores dificultades; durante casi un mes comieron sólo caracoles, cangrejos y raíces vegetales, hicieron cuerdas con hierbas, convirtieron en velas sus propias mantas y el 26 de agosto, sin instrumentos náuticos, 1541-1542 Descubrimiento del Amazonas (1541-1542) Primera travesía de íos Andes • 239 sin pilotos y sin anclas siquiera, se aventuraron a bordear el litoral brasileño y de las actuales Guayanas, «la costa más peli­ grosa é más brava que hay en todo este mar Océano». Perma­ necieron embarrancados una semana en la peor situación y desesperando de salvarse, «engolfado el bergantín grande en un rincón infernal siete días con sus noches, trabaxando los com­ pañeros con los remos por salir por donde habíamos entrado», hasta que pudieron quedar libres y seguir ruta; por fin logró desembarcar Orellana a mediados de septiembre de 1542 en la isla de Cubagua, en el litoral de Tierra Firme (Venezuela). Regresado a España, el emperador Carlos V le otorgó el go­ bierno de los territorios por él descubiertos. Orellana emprendió otra expedición en 1544, pero al llegar a la barra arenosa del gran río sucumbió a las fiebres malignas y la empresa fracasó. Aranco Indómito Como queda indicado anteriormente, Almagro, compañero de Pizarro en la conquista del imperio inca, partió de Cuzco en 1535 en dirección al actual Chile. Al frente de medio mi­ llar de españoles y siguiendo una antigua ruta incaica, bordeó el lago Titicaca y llegó hasta las comarcas septentrionales de la actual República Argentina; atravesó luego la cordillera andina, a más de cuatro mil metros de altitud, entre penalidades y fati­ gas increíbles, con el aire enrarecido de la «puna» o páramos altos, los ataques de los indios calchaquíes y un hambre espan­ tosa. El frío era tan intenso que a muchos se les caían las uñas y, al descalzarse, se les quedaban los dedos de los pies arranca­ dos y pegados a las botas. Al fin, pudo llegar al valle de Copiapó, en la costa chilena del Pacífico. Decidió regresar al Perú y dispu­ tarle a Pizarro el más asequible y rico botín del antiguo imperio de los incas. Aun así, a la vuelta tuvo que sufrir otra odisea a través del desierto de Atacama, que hubieron de cruzar en pe­ queños grupos distanciados, llevando odres consigo y alumbrando la escasísima agua que podían hallar, a fin de que pudieran se­ guirles los compañeros que venían detrás. En 1537 llegaron a Cuzco los supervivientes: de la expedición, Almagro entre ellos. Aquel lejano sur parecía un país indómito. Otro conquista­ dor, Pedro de Valdivia, intentaría de nuevo la empresa. Nacido hacia 1500 en la población extremeña de Villanueva de la Sere­ na, se distinguió por su valor militar en Flandes y en la batalla de Pavía (1525); llegó en 1535 a Tierra Firme (Venezuela), y de allí se dirigió al Perú. Se granjeó la amistad de Francisco 1535-1544 240 • L a antigua A m érica, un m undo enigm ático Pizarro, y después de ayudarle a vencer a su rival Almagro solicitó del conquistador del imperio inca la autorización de conquistar a su vez el territorio chileno. Salió de Cuzco en enero de 1540, con centenar y medio de españoles y un millar de car­ gadores indios para llevar la impedimenta, provisiones, animales domésticos, herramientas y semillas de todas clases; atravesó el desierto de Atacama de norte a sur y llegó a Copiapó. Como a las dificultades de una naturaleza hostil se añadieron las rebel­ días de sus subordinados, hubo de imponer una férrea disciplina a sus tropas. Su gran marcha hacia el Sur no había terminado aún. El 12 de febrero de 1541 fundaba la ciudad de Santiago del Nuevo Extremo y dio a todo el territorio el nombre de Nueva Extremadura; constituyó el Cabildo o Ayuntamiento de la recién fundada capital y, en calidad de gobernador y capitán general del país, empezó una serie de fundaciones que se convirtieron con el tiempo en florecientes ciudades, entre ellas La Serena (1544), Concepción (1550), La Imperial (1551) y Valdivia (1552). Su actividad era inmensa y atendía a los menores detalles, como confiesa él mismo: «Geométrico en trazar y poblar, alarife en hacer acequias y separar aguas, labrador y gañán de las semente­ ras, rabadán y mayoral en hacer criar ganados y, en fin, po­ blador, criador, conquistador y descubridor». A la organización interna se añadían sus preocupaciones exteriores, a las que debía también acudir y atender. D e 1547 a 1548 hubo de abandonar momentáneamente el territorio chi­ leno y pasar al Perú, donde derrotó a Gonzalo Pizarro> que se había sublevado con un grupo de partidarios. Y luego, hacex frente a los indomables indígenas araucanos, que vivían en la cuenca del río Bío-Bío y hostilizaban las comarcas entre Con­ cepción y Valdivia. En 1553, cuando el infatigable conquistador creía asegurada la tranquilidad de la colonia, estalló una terrible sublevación de araucanos que se levantaron en masa y atacaron los fortines españoles, dirigidos por un bravo guerrero indígena Caupolicán. Acudió Valdivia en socorro de las fortalezas ame­ nazadas con una reducida columna de cuarenta jinetes; cayeron sobre él millares de indios y trató con denuedo de defenderse, pero dirigía esta vez a los araucanos el joven Lautaro, antiguo servidor de Valdivia, que se fingió cristiano, se dedicó al espio­ naje y se pasó después al bando indígena: conocedor de la táctica militar castellana, desarrollo un estudiado y habilísimo plan de ataque y derrotó a los españoles. Hecho prisionero Valdivia, fue sometido a espantosas torturas antes de morir; los araucanos le cortaron los brazos y se los comieron en su presencia. 1535-1552 Pedro de Valdivia (1500-1554) La lucha por Arauco @ 241 Lautaro fue derrotado más tarde (1557) por los españoles y, vencido y muerto también Caupolicán, el Arauco fue some­ tido por los españoles. Los episodios de esta guerra hallaron un cantor singular en un poeta español, Alonso de Ercilla, autor del poema La Araucana, el cual participó también en la explo­ ración y conquista de Chile. Organización de los Imperios portugués y español Portugal, país reducido y poco poblado, hubo de limitarse a establecer factorías fortificadas en las costas de África y Asia. En América, los portugueses ocuparon el Brasil. Los españoles, en cambio, penetraron profundamente en los países de que se habían apoderado sus conquistadores. El vasto imperio americano fue organizado sistemáticamente por un Con­ sejo de Indias, que tenía su sede en España y del que dependían los dos virreinatos, el de Méjico y el de Lima. Las instruccio­ nes de gobierno se acomodaban a las primitivas ordenanzas de los Reyes Católicos, que exigían que los indios fueran tratados como hombres libres. Pero en las colonias, a las que afluían en masa, los emigran­ tes (eran ya 150 000 a finales del siglo xvi), no siempre se cum­ plían las sensatas Leyes de Indias, ya que los indígenas no sólo debían pagar un tributo, sino que se les hizo trabajar en las minas, los ingenios de azúcar y las plantaciones. La Iglesia reac­ cionó mediante sus .misioneros, en particular el dominico Las Casas *, que describe —aunque con exageración notoria—' en su 1 Fray Bartolomé de Las Casas nació en Sevilla, en 1474, el mismo año en que iniciaban su reinado los Reyes Católicos. ¡Estudió Leyes en Salamanca, y llevó a cabo su primer viaje a América en 1502, donde ocho años más tarde se ordenó sacerdote. En 1511 se lo llevó a Cuba el gobernador de aquella isla, 'Diego Velázquez, y pronto empezó su campafía en favor de los indígenas americanos. En 1515, decidió exponer su protesta ante el rey Fernando el Católico, quien le concedió audiencia en Sevilla, y, fallecido éste, ante Cisneros y Adriano de Utrecht, en Madrid (1516). Obsesionado por su ardor en defensa de los indios, propuso en unos M em oriales que se contratara mano de obra de negros africanos para trabajar en América, iniciativa que fue adop­ tada en siglos sucesivos. Regresó a América y mantuvo una campaña de ásperas con­ troversias a las gue le arrastró su celo y apasionamiento. Ingresado en la Drden de loa dominicos en 1522, emprendió la redacción de una H istoria general de las Indias, terminada muchos años más tarde (1561), alternando su obra literaria con vehementes polémicas, trabajos apostólicos, denuncias y procesos. 'En 1540, escribía su D estruc­ ción de las Indias, famosa obra que tanto escándalo provocó por sus hiperbólicas acusaciones, y en aquella misma época colaboraba en la redacción de las Nuevas Leyes de Indias. ¡En 1544, al volver de nuevo a América, halló fuerte animosidad en contra, por su decidido empeño en combatir el tráfico de indígenas, y al año si­ guiente llegó a negarles los sacramentos a quienes no renunciasen al mismo. ¡Durante varios afíos sufrió persecuciones e incluso atentados contra su persona, hasta que en 1547 embarcó en Veracruz para regresar definitivamente a España; en 1550 se retiró al convento de San Gregorio de Valladolid y se dedicó a la publicación de sus obras hasta su muerte, afíos después (1566). S. XVI 242 • La antigua América, un mundo enigmático Brevísima relación de la destrucción de las Indias los abusos del trabajo forzado. «Y la cura o cuidado que de ellos tuvieron fue enviar los hombres a las minas á sacar oro, que es trabajo intolerable; y las mujeres po­ nían en las estancias, que son granjas, a cavar las labranzas y cultivar la tierra, trabajo para hombres m uy fuertes y recios. N o daban á los unos ni á las otras de comer sino yerbas y cosas que no tenían subs­ tancia, secábaseles la leche de las tetas a las mujeres paridas, y así murieron en breve todas las criaturas, y por estar los maridos apartados, que nunca veían a las mujeres, cesó entre ellos la generación, murieron ellos en las minas de trabajos y hambre y ellas en las es­ tancias o granjas de lo mismo; y así se acabaron tantas y tales multitu­ des de gentes de aquella isla, y así se pudiera haber acabado todas las del mundo. Decir las cargas que les echaban de tres y cuatro arro ­ bas, y los llevaban ciento y doscientas leguas, y los mismos cristianos se hacían llevar en hamacas, que son como redes, á cuestas de los in­ dios, porque siempre usaron de ellos como de bestias para cargas. Tenían m ataduras en los hombros y espaldas de las cargas, como muy matadas bestias. Decir asimismo los azotes, palos, bofetadas, puñaladas, maldiciones y otros mil géneros de tormentos que en los trabajos les daban, en verdad, que en mucho tiempo ni papel no se pudiese decir, y que fuese para espantar los hombres.» O tro dominico, Antonio de M ontesinos, también se excedió acu­ sando a sus compatriotas desde el pulpito: «Para daros a conocer vuestros pecados con respecto a los indios he subido a este pulpito. Estáis en pecado mortal a causa de vuestra crueldad hacia una raza inocente... ¿Con qué derecho iniciasteis una guerra atroz contra estas gentes que vivían pacíficamente en su país? ¿Por qué los agotáis tle ese modo, sin alimentarlos lo suficiente, sin preocuparos de su salud?» Conmovido por esta situación, Carlos V promulgó nuevas leyes: «que ningún indio sea reducido a la esclavitud... que nadie emplee a un indio contra su voluntad...» A menudo, estas leyes fueron burladas, y cuando faltó mano de obra en las po­ blaciones, los colonos de América la sustituyeron por esclavos negros importados de África, dando origen a la odiosa «trata de negros», de la que tanto se aprovecharon luego los colonos de raza anglosajona. Todo historiador imparcial reconocerá que el comportamiento de los españoles hacia los indígenas no tiene punto de comparación con la destrucción sistemática de éstos, hasta su total extinción en la América del Norte, obra de otras colonizaciones. Incluso en la actualidad, millones de seres hu­ manos integrados en las repúblicas hispanoamericanas son ex­ plotados sin escrúpulos^ 8. XVI EU Ü O ÍP& . O C C I D E N T A L A ÍPIR IM C S PIO S HUKIL SUGJL# X V I . EL CÉSAR CARLOS Carlos I de España Carlos de Habsburgo, hijo de Felipe el Hermoso y Juana de Castilla, nació el 24 de febrero de 1500 en Gante. Heredero por parte de las cuatro ramas de su ascendencia, abuelos pa­ ternos y maternos, de innumerables estados; Castilla y Aragón, Sicilia y Nápoles, Flandes y países americanos recién descu­ biertos, parecía predispuesto a ser el «César» de Europa. Y este fue precisamente el nombre que ya le adjudicaron los miembros del Consejo de Castilla cuando falleció Fernando el Católico y se refirieron al nuevo soberano, en 1516: «en cuanto a rey, no tenemos otro que el César». Los ideales cesaristas y hegemónicos propios del Renacimiento parecía que se plasmaban en él, como posible heredero del trono imperial de Alemania, con una grandeza verdaderamente romana, a lo clásico antiguo. Recibió la corona de España en tiempo prematuro, tres años antes de su mayoría de edad, a causa de las circunstancias di­ fíciles por que atravesaba la regencia de Cisneros, acosado por la indisciplina de algunos nobles castellanos y, sobre todo, de­ bido a la mala administración y depredaciones de los flamencos que integraban la corte de Carlos, todavía en Flandes. Había éste enviado a España a su preceptor Adriano de Utrecht •—luego papa con el nombre de Adriano V I— quien poco relieve polí­ tico alcanzó en su calidad de corregente de Cisneros; por otra parte, Guillermo de Croy, señor de Xievres, privado de Carlos, contribuyó también al desorden económico de Castilla con sus medidas financieras que tanto beneficiaran, en cambio, su for­ tuna personal. Decidió Carlos dirigirse. a España, llamado rei­ teradamente por el cardenal regente y desembarcó el 19 de sepCarlos V (1500-1558) 1500-1516 244 • Europa occidental a principios del . siglo X V I tiembre de 1517 en Villaviciosa (Asturias); Acudió Cisneros a su encuentro, pero falleció en Roa (Burgos), el 8 de noviembre del mismo año, antes de que pudiera efectuarse su entrevista con el joven soberano. Durante el tiempo transcurrido —un año y nueve meses— entre su llegada a España y su elección imperial en Francfort, recorrió Carlos diversas comarcas españolas. En las Cortes de Valladolid (febrero de 1518) juró las leyes de Castilla, después de muchas discusiones; en mayo del mismo año, idéntica cere­ monia en Zaragoza; atravesó bastantes dificultades, pidió sub­ sidios y las Cortes se resistieron a votarlos;, y en febrero de 1519 juró también las leyes del principado en Barcelona. Carlos nunca tuvo capitalidad fija en la Península y vivió en una corte nómada; se sentía incómodo en los castillos de su abuela Isabel la Católica, y se hospedó tanto en alcázares reales como en tiendas de campaña —los suntuosos campamentos de los tiempos renacentistas—, o en ciudades de prestigio histórico: la imperial Toledo o la islamizada Granada, heredera de los fastos de Córdoba. En todas partes anduvo pensando siempre en las posibilidades que le ofrecía el Imperio alemán, al que aspiraba. Sus reinos españoles fueron a la vez trampolín y obstáculo para su elección imperial. Por una parte, era dueño de un po­ deroso estado, la España unida y prolongada, con posesiones en Italia, en Flandes y allende el mar Océano, donde podía hallar vigor y firmeza para sus proyectos. En las Cortes cele­ bradas en La Coruña (1520) óntes de partir hacia Alemania, se pronunciaron discursos en que aparecen frases reveladoras a tal efecto: «ahora vino el Imperio a buscar el emperador a España, y nuestro rey de España es hecho, por la gracia de Dios, rey de romanos y emperador del mundo»; y también: «este reino (España) es el fundamento, el amparo y la fuerza de todos los otros». Sin embargo, el hecho de ser Carlos un monarca tan poderoso .—al margen del Imperio— le colocaba en igualdad de condiciones con otros pretendientes a la corona germánica, como Francisco I de Francia o Enrique VIII de Inglaterra, que también podían ser elegidos soberanos imperia­ les. En el momento de la trascendental elección de Francfort, el monarca español se hallaba en una encrucijada de contra­ dicciones. Menéndez Pidal se refiere precisamente a este problema, sinteti­ zando la problemática política del nuevo emperador de Europa: 15X7-1520 'Carlos V, emperador (1519) C ar los 1 de España y V de Alemania • 245 «Con el impedimento de su educación borgofiona viene Carlos a España, y a poco, a fuerza de manejos políticos y de libramientos bancarios, se encuentra elegido, efectivamente, emperador. No puede ima­ ginarse situación más confusa que la suya. Un rey de España que sube al trono sin poder hablar el español. Un emperador que se dice señor de todo el mundo y no es obedecido siquiera en toda Alemania; que lleva por título rey de romanos y es elegido únicamente por alemanes; que no es cabal emperador si no es coronado por el papa, y que no manda en las tierras del papa. Todo el reinado de Carlos fue un continuado esfuerzo por eliminar estas contradicciones; por compenetrarse con la nación española, a la que tan ajeno se había educado; por hacer que aquella jefatura honoraria sobre los señores alemanes a que el imperio venía reducido, se convirtiera en jefatura efectiva sobre la cristiandad entera; por armonizar, en fin, su política y la del papa dentro de los intereses universales...» La elección imperial de 1519 El viejo emperador Maximiliano había muerto, y los prínci­ pes electores debían reunirse en Francfort del Main para elegir sucesor. Durante su gobierno, el difunto emperador consideró como su máxima ambición el incrementar el poderío de la casa de Habsburgo, y en sus últimos años no ahorró esfuerzo para tener la seguridad de que, a su muerte, la corona imperial per­ manecería en su familia y que su nieto, el archiduque Carlos, le sucediera en el trono. Pero Carlos tenía poderosos rivales, en particular Francisco I, rey de Francia cuyas posibilidades eran muy dignas de tener en cuenta, y el rey de Inglaterra, Enrique VIII. Ambos eran también jóvenes —Francisco, con veinticinco años de edad y Enrique con veintiocho años— y de mayor experiencia. Tampoco debía desdeñarse la probabi­ lidad de que fuera elegido un soberano alemán entre el círculo de príncipes electores. Europa esperaba la elección imperial con creciente ansiedad. Acudían a Francfort los más sagaces diplomáticos a fin de faci­ litar el logro de los intereses de sus respectivos soberanos, ayu­ dados por sumas fabulosas. Los príncipes electores aceptaban sin escrúpulos las gratificaciones de unos y de otros candidatos y el pueblo alemán veíase abrumado por una propaganda elec­ toral increíble para la época. En primer término de la liza, los partidarios de los Habsburgo explotaban con mucha habilidad el sentimiento patriótico dominante a la sazón en Alemania. La fortuna y el dinero de sus banqueros favoreció a Carlos. El 28 de junio de 1519, los príncipes electores, revestidos de los suntuosos y simbólicos atributos de su dignidad, penetraban 1519 246 • Europa occidental a principios del siglo X V I en solemne procesión en la catedral de Francfort, y elegían por unanimidad al archiduque Carlos de Habsburgo, rey de Espa­ ña, como sucesor de Maximiliano. Cierto es que Carlos había dedicado ingentes sumas para lograr su elección contrayendo con ello deudas enormes, que dejaron su situación financiera y la de España muy maltrechas. Margarita de Austria, una estadista La propaganda electoral de los Habsburgo había proclamado por doquier que Carlos era alemán por los cuatro costados y ello no era exacto. Su padre, Felipe el Hermoso, de Austria, ha­ bía heredado la Borgoña de su madre María, hija de Carlos el Temerario, y su educación fue más borgoñona que alemana. Juana, la madre de Carlos V, era española e hija de los Reyes Católicos, y el propio Carlos jamás logró hablar un alemán co­ rrecto. Nacido en 1500 en Gante, se educó en el ambiente cultural de la corte de Borgoña y el idioma que comúnmente oyó hablar y que prefirió siempre fue el flamenco; en realidad, Carlos V no tenía patria concreta, y apenas lengua materna. Tenía seis años al morir su padre, y Juana, que a la muerte de Fernando el Católico (1516) le había sucedido en el trono de Castilla, quedó sumida en una histeria lindante con la de­ mencia y por ello la Historia la designa con el nombre de Juana la Loca. N o pudo velar por la educación de su hijo, que fue confiada a Margarita de Austria, hermana de Felipe el Hermo­ so, una de las más notables mujeres estadistas del siglo xvi. «Fortune, inforfcune, fortune...» .—Fortuna, infortunio, fortu­ na...—, toda la existencia de Margarita de Austria aparece sim­ bolizada en esta escéptica divisa. Como la mayoría de las prin­ cesas de su época, en cuanto nació, la hija de María de Borgoña había desempeñado su papel en el ajedrez de la diplomacia europea, como peón de importancia, y hubo de. evolucionar durante algún tiempo sobre casillas negras, cada vez más som­ brías; Apenas contaba tres años, su padre la prometió al ambi­ cioso Luis XI, como futura esposa de Carlos, delfín de Francia, para ratificar la paz de Arras: Para conseguir la paz, os hablan plantado en el floreciente, dulce jardín de Francia... Diez años más tarde regresó a los Países Bajos, muy joven todavía, humillada y doncella. Su marido la había repudiado, 1500 Princesa y estadista ® 247 prefiriendo en lugar suyo a la duquesa Ana de Bretaña con su opulenta herencia. La casa de Austria no se conmovió ante la afrenta, y en 1495 negoció el matrimonio de Margarita con don Juan de Castilla, hijo de los Reyes Católicos, quien no defraudó las esperanzas de la joven esposa, y la amó con tan excesiva y ardorosa pasión que le costó la vida... Don Juan mu­ rió en Salamanca el 4 de octubre de 1497. Viuda a los veinte años, dotada de espléndida belleza y rica gracias a sus rentas de infanta española, Margarita de Austria seguía siendo una baza codiciada en la política europea. Maxi­ miliano no vaciló mucho y el 26 de septiembre de 1501 concedió la mano de su hija al duque Filiberto de Saboya, cuyos estados dominaban los pasos principales entre Francia e Italia; por des­ gracia, el tercer matrimonio fue tan desdichado como los dos anteriores y el 10 de septiembre de 1504, el apuesto Filiberto fallecía prematuramente de una pulmonía. Carlos V de Habsburgo Margarita vivía retirada en la pequeña población de Bourgen-Bresse, por entero dedicada a la erección del mausoleo consagrado a la memoria de su marido, cuando su- padre le confió el gobierno de los Países Bajos; lo mismo que el empera­ dor Maximiliano, actuó con energía por la gloria de la casa de Habsburgo y se consagró a la educación de su sobrino con cuidado, paciencia y ternura. A pesar de ello, Carlos no parecía agradecerle sus desvelos y sus maestros se esforzaban en su tarea sin conseguir más que resultados bastante mediocres. Los Habsburgo no concebían grandes esperanzas de aquel mal alum­ no, y quizá Margarita fue la única que conservó su optimismo. Algunos diplomáticos extranjeros acreditados en la corte de los Países Bajos comunicaron a sus soberanos que había poco que esperar de Carlos, y, probablemente, nada que temer. El emba­ jador veneciano Pasquagligo criticaba despiadado que el mu­ chacho tenía siempre la boca abierta y la mandíbula inferior caída, y que «sus ojos saltones parecían fijos y ausentes». N o obstante, uno de los hombres de confianza de M argarita de Austria, el señor De la Roche, supo caracterizar con mayor perspicacia al futuro emperador: «Nadie hay tan importante ni tan sabio en su reino que le haga cambiar de opinión si él considera que no existe razón para ello. He conocido varios príncipes de diversas edades, pero jamás conocí nin­ guno a quien costara más esfuerzo escuchar opiniones ajenas y que 1495-1504 248 9 Europa occidental a principios del siglo X V I dispusiera de lo suyo de modo más absoluto que él. E s tesorero de su propio erario y administrador de sus campañas. Los cargos, oficios y obispados los distribuye como Dios le da a entender, sin atender a ruegos de nadie.» De todos modos, los soberanos seguían con atención la evolución de aquel adolescente de ojos color gris de acero que gobernaría un día un inmenso reino. De su padre y de su abuelo austríaco heredaría los Países Bajos y Austria; de su abuelo materno y de su madre, recibiría Castilla, Aragón, Sicilia y Nápoles y las ricas colonias españolas de América. Debían tomarse en consideración también ciertos factores políticos. Carlos reuniría un día bajo su cetro una serie de países que aislaban por completo a Francia y que anhelaban que sucumbiera desde tiempo atrás. «Carlos era por sí solo toda una coalición», y ello explica la especial importancia de la elección imperial de 1519 y los esfuerzos de Francisco I en ha­ cer triunfar su propia candidatura. Al pasar la corona imperial a manos de Carlos, Francia quedó en situación bastante peli­ grosa. Por su parte, Carlos aceptó el enorme poder que recaía sobre él, prometiendo usar del mismo con serenidad y prudencia. Durante la campaña electoral en pro de la consecución del imperio, escribió a su tía Margarita una interesante cairta en la que trasluce su sentido del poder político y de sus responsabili­ dades. Nada podría hacerle retirar su candidatura, decía el joven archiduque, pues la corona imperial le permitiría realizar grandzs cosas y no sólo podría defender con éxito los países que Dios le había otorgado, sino que también podría ampliar sus posesiones, ofrecer paz a la cristiandad y trabajar por el honor de la santa fe católica. Éste fue el primer programa imperial de Carlos V; esquema político que podrá parecer más o menos ingenuo, pero a cuyos principios se mostró consecuente durante todo su reinado. Francisco I, un rival peligroso «Come y bebe muy bien, duerme aún mejor, y su mayor deseo es vivir lo más alegremente posible. Le gusta vestirse esmeradamente con trajes suntuosos engalanados de oro, de bordados y joyas, con jubones igualmente adornados de oro. Sus camisas son de las mejores, y las lleva huecas por fuera del jubón...» En estos términos describe Marino Cavalli, embajador de Venecia, a Francisco I, cuya autoridad «es mayor que la de nin­ 1519 Francisco I (1494-1547) Semblanza del rey de Francia • 249 gún rey de Francia desde remoto tiempo». Éxitos y triunfos habían mimado al rival de los Habsburgo y su fracaso en la lucha por el imperio era la primera derrota seria que sufría. Por otra parte, Francisco no comprendía cómo los príncipes electores habían preferido aquel Carlos tan palurdo —inculto y sin gracia por añadidura— a un rey de Francia, joven y prometedor soberano que había demostrado ya su valor en el campo de batalla en forma brillantísima. Hasta entonces, la suerte había favorecido siempre al joven Francisco. Al nacer, en 1494, nadie hubiera previsto que ocu­ paría en breve el trono francés. Su padre, Carlos de Orleáns, murió cuando Francisco contaba sólo dos años y como descen­ diente de Luis de Orleáns, hermano de Carlos VI, asesinado en 1407 por el partido borgoñón, Francisco pertenecía a una estirpe de príncipes cuyo jefe debía heredar la corona de Fran­ cia en el caso de que la rama principal de la familia real se extinguiera por falta de heredero varón, si bien el joven príncipe pertenecía sólo a la rama colateral de los Orleáns. Entretanto, nadie concedía particular atención al joven Francisco, que crecía tranquilamente en Cognac, lejos del tumulto mundano y de la corte; excepto su madre, la enérgica y ambiciosa Luisa de Saboya, mujer excepcional que adoraba a su hijo y que, a la muerte de su esposo, consagró toda su vida a proporcio­ narle el trono de Francia. Carlos VIII falleció en 1498 sin descendencia y la corona recayó en el jefe de la familia de Orleáns, que adoptó el nom­ bre de Luis XII. Entonces, se planteó el problema de si tendría Luis un heredero varón. Su primera esposa no le dio hijos y se separó de ella al ascender al trono; de la segunda reina, Ana de Bretaña, tuvo una hija, Claudia, que fue luego la esposa de Francisco I, y un hijo que murió muy joven. Ana falleció en 1514 y en el castillo de Cognac no Se disimulaba la alegría ante las perspectivas que se ofrecían. Otro obstáculo cerró dg__recénte el camino al trono, en apariencia propicio a Francisco: Luis XII se casaba de nuevo y esta vez, la novia procedía de Inglaterra, la princesa María, hermana de Enrique VlII. La boda se celebró con gran pompa, pero Luis se hallaba enfermo y, de hecho, su muerte estaba próxima. En 1515 su estado empeoró rápidamente, entonces llamó a Francisco y le comunicó que su fin era inminente; en efecto, falleció poco después y Francisco pudo al fin recibir la corona. Luisa de Saboya rebosaba emoción y felicidad: «Mi hijo, mi césar, es rey». 1494-1515 250 • Europa occidental a principios del siglo X V I 'Rey y caballero andante Al ocupar el trono, Francisco era el gentilhombre más frí­ volo que pudiera imaginarse, ya que para él la vida no era más que juego y ocasión de alegrías y placeres; era egoísta, por haberle mimado demasiado su madre y su hermana Margarita. Siempre a sus órdenes y anticipándose a sus menores deseos, ambas mujeres cerraban complacientes los ojos ante sus aventu­ ras y numerosos excesos. Francisco se había acostumbrado a conquistar y deslumbrar a la gente; las jóvenes le encontraban irresistible, y en los torneos aparecían pocos jóvenes tan hábiles, tan divinamente proporcionados y dotados como él y pocos cincelaban con tanta gracia sus poemas de amor, a la sazón tan de moda en la corte francesa. Su primera iniciativa como rey de Francia fue un gesto de galantería. Anunció que las damas en su corte debían dejarse ver y aparecer en público. Antes, las damas llevaban en la corte francesa una existencia retirada, sólo al servicio de la rei­ na; el nuevo monarca ofreció cargos de honor a las antiguas damas de compañía: «una corte sin damas ■ —decía Francisco—< es un año sin primavera y un verano sin rosas». La ambición caballeresca impulsó al joven soberano a las aventuras bélicas. Consecuente con la línea de conducta de sus predecesores, quiso proseguir la política de conquistas en Italia, y recuperar Milán, perdido durante el pontificado de Julio II, el papa guerrero. Francisco atravesó los Alpes en 1515 al frente de un poderoso ejército y se enfrentó con el enemigo en Mariñán, cerca de Milán, donde los franceses lograron una brillante victoria después de dos días de combate. Fran­ cisco estuvo en todo momento presente en lo más peligroso de la refriega y permaneció a caballo durante treinta horas sin interrupción; vencido ya y en completo desorden el enemigo, Francisco recorrió el campo de batalla embriagado por la vic­ toria y halló a su paso a su amigo Bayardo, el caballero más valiente de Francia. El joven rey rogó a este «caballero sin miedo y sin tacha» que le armara caballero allí mismo; Bayardo objetó que él, simple gentilhombre, no podía en conciencia armar caballero a su señor y rey, pero Francisco no quiso atender sus explicaciones y en medio del campo de batalla, entre los soldados caídos y los despojos tomados al enemigo, Bayardo desenvainó su espada y armó caballero a su soberano, arrodillado ante él, escena que pinta de cuerpo entero el ca­ rácter de Francisco I. ISIS Francisco I en Italia (1515) Los franceses en Milán • 251 Con la victoria de Mariñán cayó Milán en poder de Francisco y la ciudad le recibió con gran pompa, engalanada como para una fiesta. Las negociaciones que entonces se inicia­ ron trataron en especial de la Pragmática Sanción, promulgada en 1438 por Carlos VII, que limitaba las atribuciones del papa con respecto a la Iglesia de Francia e incrementaba la influencia del rey en la promoción de cargos eclesiásticos, decretos que habían provocado amargas disensiones entre la Curia y la Coro­ na francesa. El resultado constituyó un rotundo triunfo para Francisco, y el papa León X concertó con el rey de Francia un concordato que, en sus puntos esenciales, mantenía vigentes las posiciones de la Sanción; hecho significativo, el papa reco­ nocía al monarca francés el derecho de proveer por sí mismo todas las altas funciones de la Iglesia en su país y con ello Francisco I cimentaba una de las piezas fundamentales de su futura autocracia. El concordato fue ratificado en 1516. En 1517, su futuro rival Carlos de Habsburgo ascendía al trono de España con el nombre de Carlos I. Tres años después, en 1519, Francisco I consideraba la si­ tuación europea con cierta satisfacción, aunque su fracaso en la elección imperial le resultara penoso, ya que el poderío de Carlos V encerraba una amenaza latente; pero no por ello estaba Francisco menos seguro de que podría hacer morder el polvo a aquel emperador que se le antojaba insignificante. INGLATERRA Y ALEMANIA Enrique VIII, otro monarca renacentista La posición geográfica de Inglaterra adjudicaba por ley na­ tural al «tercer grande» la misión de mantener el equilibrio entre Carlos V y Francisco I. Con gran interés, Enrique VIII había seguido el juego político de Francfort y también se había presentado candidato para la corona imperial, aunque sus con­ sejeros le advirtieran que no ganaría mucho con ello, pues según decían, un imperio decadente no podía en modo alguno rivalizar con el reino de las Islas Británicas. Enrique contaba unos veintiocho años, ocupaba el trono desde 1509 y tenía ya en su haber toda una serie de triunfos, tanto personales como políticos. En 1519 Inglaterra adquirió decisiva influencia, debida no sólo a Enrique, sino a las realiza­ ciones de otras personalidades, pues en realidad, como estadista Carlos V, em perador (1519) 1516-1519 252 • Europa occidental a principios del siglo X V I Enrique aún era una hoja en blanco. M antenía una corte sun­ tuosa, le complacía ante todo celebrar fiestas espléndidas, gusta­ ba de las comidas exquisitas y de las bebidas finas, la danza, la música y toda clase de juegos. Le agradaba la caza, pero tam­ bién poder reunir en su palacio los hombres más sabios de su época, y se sentía en verdad a sus anchas debatiendo con ellos problemas filosóficos y teológicos. En tales ocasiones, Enrique no desperdiciaba ocasión de sacar a relucir sus conocimientos mejor o peor hilvanados, pero en el dominio político prefería atenerse al consejo de hombres más firmes y experimentados. A quien debía Enrique más conocimientos era a su padre, Enrique VII, que en 1485 conquistara la corona de Inglaterra en el campo de batalla de Bosworth, tras la derrota y muerte de Ricardo III. El primer Tudor había demostrado ser muy pru­ dente y sensato durante su reinado y en la primavera de 1509, al llamar a su hijo a su cabecera para manifestarle sus últimas voluntades, podía enorgullecerse de sus considerables éxitos. Había hecho recuperar energías a una Inglaterra desangrada por las guerras civiles del siglo xv y, evitando cuidadosamente cualquier aventura militar, había dedicado todos sus esfuerzos en crear para sí y para sus súbditos las condiciones óptimas de una existencia pacífica, afirmando al propio tiempo el poder real y reduciendo la nobleza y el Parlamento al papel de dóciles instrumentos. En los primeros años de su reinado, Enrique VIII consul­ taba con frecuencia a su mujer, Catalina de Aragón, hija de los Reyes Católicos, que, por ser de más edad que su esposo, alcanzaba mayor experiencia política. D e hecho, Catalina no había sido destinada a Enrique, sino a su hermano mayor Arturo, pero la muerte repentina de éste, poco después de la boda, ocasionó viva controversia acerca del destino de la joven viuda. Su padre, el rey Fernando, reclamaba la rica dote entre­ gada con motivo del matrimonio y al reservado y ahorrador Enrique VII no le agradaba la idea de una restitución. Para salir airoso de la situación incluso parece que acarició el pro­ yecto de casarse él con Catalina, proposición que fue acogida con frialdad, y Enrique prometió entonces a Catalina darla en matrimonio a su segundo hijo, ya heredero de la corona. Fer­ nando nada tenía que objetar a ello, y exhortó a Catalina a que se sometiera a los proyectos del rey Enrique VII, apoyan­ do sus paternales consejos con cierta observación desprovista de tacto: «De todas formas, tampoco encontrarías otro marido». 1509 Cisneros conquista Orón (1509) Una sesión de ta Cámara de íos Lores presidida por Enrique V III. A su derecha, el cardenal W o lse y (A), el arzobispo de Canterbury (B), nueve obispos (C) y, detrás, los abates (D). A la iz­ quierda están sentados los lores (E y G ) , con los condes de N orfolk (H) y de Su ffo lk (I) en cabeza. Arriba, a la derecha, el gran maestre de la Orden de ta Jarretera (K). E n el centro, las balas de tana sobre las que se sientan el lord canciller, los juristas y otros funcionarios. E n la Edad M edia, la industria lanera ofreció estas balas a la Cámara de los Lores para simbolizar el hecho de que Inglaterra debía su prosperidad a la lana. 254 • Europa occidental a principios del siglo X V I Inglaterra en la encrucijada política En efecto, Catalina no era precisamente una belleza y sus contemporáneos parecen estar de acuerdo acerca de este punto, si bien compensaba su físico poco agraciado con una indiscu­ tible personalidad. N o le faltaban orgullo, sentido del deber ni fuerza de voluntad y parece que ejerció mucho influjo en su esposo durante los primeros años de su matrimonio, dedicando esta influencia al servicio de España, su país natal. Catalina fue quien, entre bastidores, logró que Enrique VIII se aliara a la política antifrancesa de la Santa Liga, integrada por el papa Julio II, España y Venecia; en consecuencia, Enrique se dejó manejar con facilidad en el bando de los coaligados y envió a España la flota tan pacientemente creada por Enri­ que VII y tropas terrestres para lanzar una ofensiva angloespañola contra el sur de Francia. Habiendo desistido de súbito Fernando de dicha empresa, ello le acarreó a Enrique VIII una dolorosa derrota, y desde entonces el monarca no olvidó jamás el vergonzoso cambio de bando de su suegro. Catalina cesó de actuar en el seno de la política inglesa y Enrique prefirió otorgar su plena confianza a un personaje, miembro del Consejo desde 1509, que llegaría a ocupar el cargo de lord canciller unos años más tarde, Tomás W olsey. En 1513, el rey desembarcaba con W olsey en Calais, posesión inglesa desde la guerra de los Cien Años, arrollaba a los franceses en la célebre batalla de las Espuelas 1 y poco después Luis XII declaraba estar dispuesto a iniciar las nego­ ciaciones que condujeron a la «paz eterna» de 1514. El ejército inglés había recuperado su honor y su prestigio. La situación se modificó tras la muerte de Luis XII y el advenimiento de Francisco I al trono de Francia. La victoria de Mariñán eclipsó con mucho los éxitos ingleses de 1513; Francisco tomó Milán y firmó el concordato de 1516 con el papa. Una nueva estrella había aparecido en el firmamento político de Europa. En cuanto a Enrique VIII, no se sintió muy feliz con los éxitos de su colega francés. «Casi se le sal­ taron las lágrimas cuando recibió la noticia de la victoria de mi señor en Mariñán», escribió el embajador francés en Ingla­ terra, ya que Enrique VIII consideraba la buena suerte de su rival poco menos que como un insulto personal. 1 Se dice que en ella los caballeros franceses prefirieron usar sus espuelas para huir antes que sus espadas para combatir. 1509-1516 E l ambicioso lord canciller inglés # 255 El cardenal Wolsey Enrique VIII había dicho en cierta ocasión que «los. traba­ jos de escritorio me háñ parecido siempre fatigosos y abu­ rridos», en tal forma que los abandonó pronto y de buen grado en manos de W olsey, clérigo cuya influencia no dejó de aumen­ tar. El monarca siguió fielmente los consejos de su inteligente mi­ nistro, que él consideraba como el mejor diplomático de Europa, y daba por supuesto que W olsey hallaría sin duda la manera de quebrantar o anular los triunfos del orgulloso rey de Francia y demostrar a las potencias continentales que debían contar con Inglaterra. W olsey no defraudó la confianza que el rey depositara en él. En 1518 consiguió imponer una paz general, gran éxito personal suyo, con el que se situaba en primera fila entre los estadistas europeos. «Nada le gusta más que oírse llamar árbi­ tro de Europa», observaba un diplomático extranjero, y el propio W olsey - no dejaba de repetir a quien quisiera oírle que «gracias a mí, nuestro país disfruta de una tranquilidad y un orden como nunca los había conocido». Tomás W'olsey contaba entonces unos cuarenta años. Era un hombre de baja extracción social que había sido nombrado arzobispo de York en 1514, cardenal en 1515, legado del papa en Inglaterra en 1518 y, desde 1515, fecha de su nombramiento como lord canciller, era el verdadero soberano de Inglaterra. Pero su carácter era altanero y despótico en demasía para ser popular, y como vivía como un príncipe, quería ser tratado como tal; así, en una entrevista con Carlos V, no descendió del ca­ ballo, sino que galopó al encuentro del emperador y le abrazó. En las comidas, los sirvientes le presentaban los platos haciendo una genuflexión. Mandó que le construyeran varios palacios, entre ellos Hampton Court, uno de los más hermosos edificios de la época Tudor, y York House, en Londres, del que se apo­ deró luego Enrique y le dio el nombre de W hite Hall. W olsey no tenía rival en proporcionarse dinero de donde fuera, procurando que los más ventajosos cargos eclesiásticos recayesen en él uno tras otro; además, el hábil cardenal acuñaba moneda a cada acuerdo firmado por él en calidad de ministro de Asuntos Exteriores. Con todo, el más caro deseo de W olsey era llegar al solio pontificio, sueño que le obsesionó durante años y por ello procuraba también vivir en buena inteligencia con los prelados de Roma; así, cuando la Curia romana cambió de actitud política en relación con algunas potencias europeas, Wolsey (1471-1530) 1514-1518 256 • Europa occidental a principios del siglo X V I W olsey se apresuró a modificar su política en el mismo sentido. No. sin razón estaba considerado este cardenal como el menos escrupuloso de los oportunistas. En 1519, la situación en Europa era, desde el punto de vista británico, satisfactoria a todas luces. Enrique VIII no había conseguido adjudicarse la corona imperial, pero, al parecer, W olsey no tomó el revés demasiado a lo trágico, ya que obser­ vaba con placer cómo se agravaban las diferencias entre Car­ los V y Francisco I : una crisis declarada entre ambos rivales, forzosamente ofrecería a Inglaterra toda clase de oportunidades. La casa comercial Függer en Augsburgo En la misma época en que se amontonaban sobre Europa tan sombríos nubarrones, vivía en Augsburgó un hombre de edad muy avanzada a quien le complacía pro fundamente el resultado de la elección imperial. Se trataba de Jacobo Függer, llamado el Joven, el hombre más rico de Europa, el banquero más próspero de su tiempo y que era conocido en España con un nombre adaptado a la fonética castellana, Fúcar. Era acree­ dor de más de la mitad de la suma que Carlos V había empe­ ñado para lograr su elección y, en consecuencia, determinó di­ rectamente el resultado de la misma. Pese a permanecer en un modesto segundo plano, Jacobo Fübber pertenecía al reducido círculo de personalidades que, en 1519, decidió los destinos de Europa. Recordábase que en la segunda mitad del siglo xiv, un hu­ milde tejedor, Hans Függer, se había establecido en Augsburgo y que, a fuer de ambicioso y trabajando sin descanso, logró fundar comercio propio y reunir una fortuna considerable. A su muerte, sus hijos continuaron la obra emprendida y uno de ellos, Jacobo Függer el Viejo fue quien mejor dispuesto resultó para los negocios. A su muerte, en 1469, dejaba mujer y tres hijos y su viuda, la enérgica Bárbara Függer, empuñó con acierto las riendas de la empresa, secundada por sus dos hijos mayores, Ulrich y Georg, quienes la ayudaron con toda energía, sentan­ do así las bases de la casa bancaria que tanta fama alcanzaría. Sus actividades no se limitaban a Alemania, sino que se exten­ dían a Italia, Países Bajos, Polonia, Hungría y Escandinavia. Por su parte, el hijo menor, Jacobo, parecía destinado a la ca­ rrera eclesiástica y había aceptado ya un canonicato en Franconia, pero en 1478 su madre lo llamó a Augsburgo y le hizo in­ gresar también en la firma familiar. 71 1519 El gran capital, arma política 9 257 Jacob© Függer y sus empresas Jacobo fue pronto el más famoso mercader, industrial y ban­ quero de Alemania, auténtico adelantado del sistema capitalista al norte de los Alpes; papas y príncipes seculares se disputaron sus favores, y de su buena voluntad en prestar el dinero indis­ pensable dependía a menudo el éxito de importantes empresas políticas. Jacobo fue ennoblecido en 1511 y recibió el título de conde en 1514. A su muerte dejaba dos millones de florines renanos, suma fabulosa en aquella época. Jacobo Függer era muy inteligente, prudente y sagaz, y po­ seía una calma imperturbable, sin dejarse influir nunca por sus sentimientos tratándose de negocios. Acataba absolutamente el principio de la libre competencia y uno de sus principales objetivos era velar, mediante medidas inteligentes, que su capi­ tal quedara en la familia y proporcionara lustre a la empresa, y así, de acuerdo con sus hermanos, redactó importantes esta­ tutos que fueron, en cierto modo, la «constitución» de la ñrma comercial y bancaria. Uno de sus artículos estipulaba que, al fallecer alguno de los asociados, sus herederos deberían man­ tener el capital en la empresa durante tres años como mínimo, y limitarse durante este tiempo a percibir una renta anual. Otra cláusula decretaba que el derecho de herencia sobre las impor­ tantes minas adquiridas por Jacobo Függer sólo podía recaer sobre los miembros masculinos de la familia, evitando de este modo la dispersión de las más saneadas fuentes de ingresos, que en ningún caso debían caer en manos extrañas por el ma­ trimonio de los miembros femeninos de la familia. Jacobo Függer concedía gran importancia a la organización interna de la empresa, cuya solidez se basaba, además, en una ingeniosa contabilidad que permitía en todo momento hacerse una idea exacta de la situación financiera. Había perfeccionado este sistema durante sus años de estudio en Italia y más tarde lo enseñó a uno de sus más íntimos colaboradores, Mateo Schwarz. Grandeza y servidumbre económicas La fortuna de los Függer se cimentaba en la explotación de numerosas minas de plata y cobre en el Tirol y en Hungría, aunque también dirigían otras muchas empresas; percibían las rentas de los impuestos pontificios en vastos territorios e inver­ tían sumas enormes en la bolsa de Amberes que, a la sazón em­ pezaba a desempeñar un papel esencialísimo en la vida finan­ 1511-1514 258 • Europa occidental a principios del siglo X V I ciera internacional. Por último, Jacobo Függer prestaba dinero en gran escala y de tales créditos procedía su enorme influen­ cia política. Los Habsburgo le contaron como uno de sus más precio­ sos aliados; ayudó primero al anciano Maximiliano, que estaba casi arruinado, y luego ofreció sus servicios a Carlos V, si bien éste, tan falto de dinero como su abuelo, no hacía sino retrasar la devolución de las sumas importantes que debía. Függer acabó perdiendo la paciencia y escribió al emperador una carta en que expresó, con moderación y con razón sobrada, el senti­ miento que Függer tenía de su propio valimiento; «Es evidente que Vuestra Majestad jamás hubiera entrado en posesión de ía corona imperial sin mi ayuda y puedo demostrarlo con cartas enviadas por vos. N o he sacado provecho alguno de estas tran­ sacciones. De haber abandonado la Casa de Austria y conceder en cambio mi apoyo a Francia, hubiese obtenido extraordina­ rios beneficios gracias a las interesantes ofertas que me hicieron. Así, pues, me tomo la libertad de dirigir esta humilde petición a Vuestra Majestad. Quiera Vuestra Majestad, en vista de estos servicios, adoptar las medidas necesarias para que me sean pa­ gadas sin tardanza las sumas debidas y sus intereses». Jacobo Függer murió en 1525 y, como no dejara hijos, la dirección de la firma financiera pasó a su sobrino Antón Függer, también notable hombre de negocios, gracias a cuyas iniciativas, los millones de los Függer siguieron pesando de modo decisivo en los destinos de Europa. A mediados del siglo xvi, la familia disponía de una fortuna de cuatro millones y medio de marcosoro; como detalle comparativo podemos señalar que, un siglo antes, la fortuna de los Médicis se elevaba aproximadamente a medio millón de marcos-oro. CARLOS V CONTRA FRANCISCO I Carlos V comienza su reinado En 1546, un veneciano decía de Francisco I que habría rei­ nado, sin duda alguna, sobre toda la cristiandad de no haber tenido un adversario como Carlos V; la frase fue pronunciada para halagar al rey de Francia, pero también puede señalarse en ella un tributo rendido al talento y a la importancia política del nuevo emperador. El carácter de Carlos V no era precisa­ mente el de un adelantado de los nuevos tiempos, ya que sus 1525 Fundación del ducado de Prusia (1525) C ar/os V visita Inglaterra 9 259 sentimientos y objetivos eran claramente reaccionarios y cuan­ do sus ideas políticas alcanzaron su madurez, sus principales objetivos fueron preservar y restablecer, si era necesario, el universalismo de los pasados tiempos y la sumisión de toda la cristiandad a la tiara y a la corona imperial. Con todo, pese a estos ideales pasados de moda, Carlos poseía un poder tan extraordinario, tan fuertes posiciones y tan honda conciencia de su misión histórica, que ejerció una influencia decisiva en los acontecimientos de la humanidad entre los años 1520 y 1540. A lo largo de este período, la historia de Europa se confunde con la historia de Carlos V. En 1517, Carlos llegó a España para tomar posesión del trono, pero los comienzos de su reinado distaron mucho de ser un éxito. Los grandes de España le recibieron, así como a los diplomáticos y políticos flamencos de su séquito con descon­ fianza mal disimulada. Durante su adolescencia Carlos no se había preocupado en aprender el idioma español, actitud muy propia para herir el orgullo de los grandes de su reino, que se opusieron a las exigencias tributarias del nuevo monarca y no disimularon su descontento cuando resultó elegido emperador en Francfort, por juzgar que la corona imperial le haría desa­ tender a España aún más que antes. Profunda amargura inva­ dió a sus súbditos españoles, a los castellanos en particular, cuando Carlos salió de España en la primavera de 1520 hacia Alemania, para recibir la corona y reunir su primera Dieta. En su viaje, pensaba entrevistarse con el rey de Inglaterra y exa­ minar con él la situación general de la política europea; Cario? no disponía para ello de mucho tiempo, ya que se había ente­ rado de que, en junio de aquel mismo año, Enrique VIII iría a Francia para negociar con Francisco I. A fines de mayo, Carlos desembarcaba en Dover; W olsey acudió a recibirle y saludó a su imperial huésped con una her­ mosa alocución en latín, que Carlos no debió de entender de­ masiado; luego llegó el rey Enrique y ambos soberanos se dirigieron seguidamente a Canterbury, donde Carlos fue reci­ bido por su tía la reina Catalina, con la que se entrevistaba por vez primera. Durante cinco días se discutió la situación política y, al fina­ lizar las conversaciones, los dos soberanos quedaron en muy buenas relaciones; aquel día, el ministro W olsey tuvo la agra­ dable sensación de que, en gran medida, el porvenir de España dependía de él. 1517-1520 260 • Europa occidental a principios del siglo X V I Coronación a la antigua usanza Se separaron con la mayor amistad del mundo, y Carlos partió para los Países Bajos, mientras Enrique VIII, su esposa y su ministro llegaban a Francia, donde Francisco I los recibió con extraordinaria pompa y ostentación. Fue una serie ininte­ rrumpida de fiestas, torneos y banquetes en que ambos monar­ cas rivalizaron en espectaculares manifestaciones de mutua cor­ tesía; pero detrás de toda aquella aparatosidad y juramentos de amistad inalterable, se percibían las oposiciones latentes a tal extremo que, cuando se decidió el regreso, W olsey estaba con­ vencido de que la guerra era inevitable. En una nueva conver­ sación con el emperador, en Calais, se decidió que Carlos y Enrique se ayudarían mutuamente contra Francia; Carlos V se dirigió entonces hacia Alemania y en octubre de 1520 fue coro­ nado en Aquisgrán. El nuevo emperador subió solemnemente hasta el altar m ayor de la catedral, y allí le formularon las seis preguntas de ritual: «¿Defen­ dería la fe católica? ¿Protegería a la Iglesia y a sus servidores? ¿Go­ bernaría su reino según la ley y el derecho? ¿Defendería los derechos de su imperio y trataría de reconquistar lo que se había perdido? ¿Serla justo juez de ricos y pobres, de viudas y huérfanos? ¿M anifestaría al Santo Padre y a su Iglesia la adhesión que se les debía?» A cada pregunta, Carlos respondía: Volo (quiero). Entonces le brindaron la espada imperial y le ciñeron la corona de oro. Pocos días después convocó la Dieta de ’W orm s, que debía ce­ lebrarse en enero de 1521. Pero en torno al joven emperador se acumulaban las difi­ cultades. Apenas salió de España estallaron en Castilla serios disturbios, la llamada rebelión de los Comuneros, que acabó convirtiéndose en una auténtica guerra civil. Sus conversaciones con el rey de Inglaterra habían convencido, además, a Carlos de la inminencia de una crisis de política exterior, y, como re­ mate, debía solucionar en Worms importantes problemas acerca del gobierno imperial y apaciguar la inquietud latente ocasiona­ da por la aparición de un reformador religioso en Wittenberg, cierto fraile llamado Martín Lutero... Los comuneros de Castilla Cuando el emperador Carlos V abandonó España para acu­ dir a su coronación en Alemania, dejó como regente de Castilla 1521 Coronación de Carlos V (1521) Levantamiento en Castilla • 261 a su antigua preceptor Adriano de Utrecht, que luego sería papa con el nombre de Adriano VI. La situación política en el país era angustiosa y las ciudades se hallaban en pleno levan­ tamiento. Toledo y Segovia lo iniciaron, dirigidas respectiva­ mente por Juan de Padilla y Juan Bravo, secundados pronta­ mente por otras localidades castellanas. Recibieron el nombre de «comuneros» o Comunidades. El regente Adriano envió contra Segovia al terrible alcalde Ronquillo, que fue derrotado por los segovianos y que se vengó de su descalabro mandando incendiar la ciudad de Medina del Campo y provocando con su conducta tal indignación que las poblaciones todavía indecisas se sublevaron también, haciendo más enérgica su protesta. Los diputados de las ciudades sublevadas se reunieron en Avila, constituyendo la llamada Junta Santa, y trasladáronse a Tordesillas, residencia de la reina Juana la Loca, a fin de conferir mayor carácter de legalidad a sus acuerdos. La reina Juana les recibió muy bien y dio muestras de claridad mental y de buen juicio. Padilla entró vencedor en Valladolid, neutra­ lizó al regente Adriano, los cortesanos de éste huyeron y los comuneros creyeron que su movimiento había triunfado. En consecuencia, remitieron a Carlos V un memorial o mensaje de quejas .—la Constitución de Avila— 1 que el emperador no quiso atender como era debido. La rota de VUlalar En realidad, los comuneros representaban los intereses de los grandes municipios castellanos, de la burguesía y de la pe­ queña nobleza de las ciudades, aferrados a un tradicionalismo corporativista y a unos privilegios urbanos incompatibles con la afirmación de la monarquía absoluta y del capitalismo cen­ tralizado. Por otra parte, la ambición personal de los jefes co­ muneros su falta de unidad de acción, el no andar entre ellos 1 Principios políticos de esta Constitución original: «Que a las Cortes asistiesen de cada lugar realengo dos procuradores, uno hidalgo y otro labrador, y que estos no pudiesen recibir mercedes del rey; que el rey no pudiese poner corregidores, sino escogerlos de las propuestas que de tres en tres afios le hiciesen las ciudades, y que los- electos habían de ser dos, hidalgo el uno y labrador el otro, para que el gobierno estuviese dividido entre ,los dos estados; que no se sacara moneda del reino; que no sólo se autorizara a todos los ciudadanos para usar armas, sino que fuera obligatorio el tenerlas en el número y clase correspon­ diente a la calidad de la persona, a fin de obtener una especie de armamento nacio­ nal; que no pudiera declararse la guerra sin el consentimiento de las Cortes, y que el rey jurase guardar todo esto, autorizando a contradecirle y defenderlo, sin caer en traición, en el caso de que aquél faltase a las leyes» (A rchivo de Simancas). Comunidades de Castilla (1521) 1521 262 9 Europa occidental a principios del siglo X V I tan acordes como las circunstancias exigían, y algunos excesos de la plebe, mal contenida en aquel movimiento general, contri­ buyeron a amenguar su prestigio tanto como la política caute­ losa del emperador Carlos con relación a este problema. Juan de Padilla salió con sus tropas de la plaza fuerte de Torrelobatón, camino de Toro, donde esperaba refuerzos, pero fue sorprendido en Villalar por el ejército afecto al emperador y, el 23 de abril de 1521, los comuneros eran totalmente ven­ cidos, sus tropas dispersas y sus jefes apresados. Padilla, re­ presentante de Toledo, Juan Bravo, de Segovia y Francisco Maldonado, de Salamanca, después de breve interrogatorio y sin forma alguna de proceso, fueron sentenciados a muerte «por traidores». Ante tan inicua injuria, se levantó indignada la voz de Bravo en rotundo y justo mentís: «Traidores, no; mas celosos del bien público, sí, y defensores de la libertad del reino». La estrecha alianza entre la monarquía y la aristocracia latifundista —que de este modo incrementaba su privilegiada situación— había triunfado. Pero no fue sólo en Castilla donde estallaron rebeliones y disturbios fruto del malestar imperante. Las luchas sociales entre plebeyos, artesanos, clases medias y aristócratas, provocaron las llamadas «germanías» en Valencia y Mallorca, cuyo resultado fue análogo al de las Comunidades de Castilla. La mayoría de los agermanados pertenecían a la burguesía y casi todos los gremios se hallaban comprometidos en el movimiento, que también fue reprimido por la coalición monarquía-aristocracia cortesana y latifundista. Al regresar de Alemania el emperador Carlos V, en 1522, concedió en Valladolid una ya tardía amnistía general para los supervivientes víctimas aún de aquellos sucesos. La Dieta de Worms «Jamás podrá este hombre atraerme a su doctrina», dicen que exclamó el emperador el primer día queLutero habló en la Dieta, ya que el reformadorpresentaba un idealreligioso que Carlos no podía ni quería comprender. Hondamente agita­ do el soberano, se sentó a su mesa y aquella noche redactó de su puño y letra una declaración en que expuso su punto de vista en términos claros y absolutos: «Mis abuelos y predece­ sores, los cristianísimos emperadores de la nación alemana, los archiduques de Austria y los duques de Borgoña han permane­ cido fieles a la Iglesia católica hasta la muerte. Mantuvieron 1521 Dieta de Worms (1521) Destierro de Lutero © 263 la santa fe católica para que yo viva y muera por ella y es para mí un privilegio fortalecer lo que mis antepasados aceptaron en Constanza y otros concilios. Un fraile aislado osa atacar esta fe en que todos los cristianos participan desde hace más de mil años y manifiesta la insoportable presunción de afirmar que todos los cristianos se han equivocado hasta hoy. En conse­ cuencia, he decidido arriesgar mis bienes, mi sangre y mi vida en defensa de la fe católica. Vista la obstinación de que Lutero ha dado prueba en mi presencia, deploro no haber actuado antes contra su perniciosa doctrina y he adoptado la decisión irre­ vocable de no escucharle nunca más en ocasión alguna, y en lo sucesivo, Lutero será tratado como un hereje felón». Al día siguiente, en hora temprana, el emperador convocaba a los príncipes alemanes para leerles su declaración. Por vez primera y por este acto político independiente, Carlos V ponía de manifiesto su pensamiento personal, se evidenciaba en él a un emperador profundamente consciente de los deberes que le im­ ponía su misión de jefe temporal de los cristianos y constituía una profesión de fe a la que permaneció fiel hasta su muerte. El 25 de mayo, Lutero era desterrado del Imperio. Con anterioridad, el emperador había persuadido a la Dieta que pusiera a su disposición un importante ejército para la guerra contra Francisco I; no clausurada aún dicha asamblea, ya había concertado una alianza con el papa León X, y en el mismo año firmaba un acuerdo que le garantizaba el auxilio de Inglaterra en su lucha con Francia. Al margen de este tratado, Carlos prometió a W olsey hacer cuanto pudiera para situarlo a la cabeza de la Iglesia apenas quedára vacante el solio pontificio. Francisco I y el condestable de Borbón Proseguían aún las sesiones de la Dieta de Worms cuando estalló la guerra entre Carlos V y Francisco I. Al principio, el emperador consiguió algunos triunfos y recuperó Milán, pero no tardaron los acontecimientos en tomar otro giro. Los fran­ ceses pasaron a la ofensiva en el norte de Italia y llegaron hasta Pavía, en el río Tesino (Lombardía). Carlos hubo de re­ conocer que, aunque frívolo y superficial, el rey de Francia era un adversario de categoría, que reinaba en un país de die­ ciséis millones de habitantes, mientras que España no tenía más que unos nueve y cuatro solamente Inglaterra. Además, Fran­ cisco tenía sobre sus súbditos una autoridad y prestigio envi­ diables, y un grupo de juristas intensamente influido por las con­ Destierro de Lutero (1521) 1521 264 • Europa occidental a principios del siglo X V I cepciones de Derecho público que se profesaba sobre todo en las universidades italianas y que sostenía el principio de que un rey debe disponer de un poder absoluto. Conservando las premisas establecidas por Carlos VII y Luis XI, Francisco demostró que apreciaba el poder y sabía aprovecharlo. Nadie podría negar que era un excelente político. Pero Carlos V se había apuntado en su haber un buen triunfo logrando que el condestable Carlos de Borbón se pasa­ ra a su bando. Después del rey, Carlos de Borbón era el hombre más rico y poderoso de Francia, el último gran señor feudal, duque de Borbón, de Auvernia y de Chatelerault, conde de Clermont, de Montpensier, de Forez, de la Marca, de Gien, vizconde de Carlat, Murat y otros lugares; demasiados títulos para citarlos todos. Borbón mantenía en Moulins una auténtica corte, célebre por su magnificencia; al subir al trono Francisco I, fue inmediatamente nombrado condestable, es decir, jefe supre­ mo de los ejércitos reales; acompañó al rey en su primera ex­ pedición a Italia, participó en la batalla de Mariñán y se le confió el cargo de gobernador de Milán. Según parece, había reinado hasta entonces entre el mo­ narca y él una perfecta armonía, pero este buen entendimiento no podía durar mucho. La ruptura definitiva se produjo sin duda cuando Luisa de Saboya dio a entender al Borbón, por media­ ción de su hijo, que no le desagradaría una alianza matrimonial con el condestable y parece ser que éste replicó tajante que no tenía intención de acceder a sugerencia tan extraña. De todos modos, y sea cual fuere su causa inmediata, entre el duque Carlos y Francisco debían surgir forzosamente graves puntos de fricción, ya que el condestable era demasiado poderoso para que un soberano tan aficionado al absolutismo le soportara largo tiempo. El rey trataba de adueñarse de los territorios de su poderoso súbdito y, por su parte, Borbón inició contactos políticos con el emperador y con Enrique VIII, y emprendió negociaciones secretas para asegurarse su ayuda. Consideraron la posibilidad de un ataque común contra Francia, pero Fran­ cisco tuvo noticia de las conversaciones y Borbón hubo de huir de Francia, se puso al servicio del emperador y, en1525, con­ dujo los ejércitos de Carlos V en Italia. Dos papas distintos: Adriano VI y Clemente VII La ruptura del condestable de Borbón con Francisco I era el único elemento favorable en política extranjera para el em~ 1522-1525 Clemente VII, papa (1523-1534) Francisco I, prisionero # 265 perador, pues en otros campos la situación parecía un tanto alarmante para éste. El.papa Adriano VI, sucesor de León X, demostraba escaso entusiasmo en sostener al emperador, aun cuando había sido/ profesor suyo y había gobernado España en su nombre de 1520 a 1521. Adriano era holandés, hombre pia­ doso, asceta y enamorado de la paz, y no quizo aliarse con nin­ guno de ambos antagonistas. Apenas coronado, convocó y re­ unió un consistorio en el que exhortó a los cardenales a llevar una vida cristiana y adoptó una serie de medidas encaminadas a reformar la Curia, aboliendo la entrega de «gratificaciones» a los funcionarios y a los jueces, ante todo lo cual Roma le calificó de «bárbaro». El 30 de abril de 1523 había conseguido imponer un armisticio a los príncipes cristianos, pero murió pocos meses después; la Ciudad Eterna suspiró aliviada y sobre su monumento funerario se grabó esta inscripción: «Aquí repo­ sa Adriano VI, que nada consideró más desdichado en este mundo que verse obligado a mandar». Si Adriano había defraudado las esperanzas del emperador ¿qué sería su sucesor, Clemente VII, hijo de aquel Julián de Médicis asesinado en la catedral de Florencia durante la misa mayor del dramático 26 de abril de 1478? Durante el pontifica­ do de León X, su primo, Clemente había desempeñado el im­ portantísimo papel de hombre de confianza de la Santa Sede, actividades que le valieron tanta reputación de erudito como de excelente filósofo y teólogo, y de sagaz diplomático. Por su parte, Carlos V se había enajenado las simpatías de su amigo W olsey al sostener la candidatura de Clemente al solio pon­ tificio. La batalla de Pavía y sus consecuencias A principios de 1525, Francisco y Carlos se enfrentaron cerca de Pavía. Al principio, la suerte de las armas fue favo­ rable al rey de Francia que dio muestras de extraordinario valor personal; pero pronto se comprobó que no tenía categoría bastante para contener a las tropas imperiales y, al fin, se vio obligado a rendirse. Uno de los jefes del ejército imperial, Carlos de Lannoy, virrey de Nápoles, se acercó al rey vencido, se arrodilló ante él y recibió la espada del prisionero, pero le tendió la suya y le besó la mano; acto seguido, Francisco I quedó prisionero. Francisco escribió a la sazón una frase que se ha hecho célebre: «Todo se ha perdido menos el honor, y la vida que está a salvo»; pero Batalla de Pavía (1525) 1525 266 ® Europa occidental a principios del siglo X V I Carlos V comprendía que, en realidad, Francia no estaba perdida, ni siquiera estando su rey prisionero. É ste fue conducido desde Italia a Barcelona y de esta ciudad a M adrid, donde quedó custodiado en la Torre o Casa de los Lujanes, pero todo ello con los mayores respe­ tos y consideraciones que le prodigaba con notoria hidalguía la propia nobleza española. T oda E uropa se interesó por el rey soldado y cau­ tivo e incluso Erasm ó escribió al emperador Carlos V . en tal sentido. Francisco I confiaba, pues, en la generosidad de su enemigo, pero cuando oyó decir que Carlos pensaba privarle de sus pretensiones a Italia y Borgoña, y de formar con el Delfinado y la Provenza un prin­ cipado independiente bajo la soberanía del duque de Borbón, exclamó indignado: «(Antes morir en prisión que cercenar el patrimonio de mis hijos!». Acudió su hermana M argarita de N av arra a consolarle en pri­ sión, gracias a un salvoconducto que le facilitó el mismo emperador, pero el monarca cautivo languidecía en M adrid, suspirando por una entrevista con su «hermano Carlos», en una sola conversación que le proporcionaría sin duda la libertad. Al saber que Francisco había en­ fermado, el emperador acudió a visitarle y ambos se saludaron con espectaculares muestras de afecto. Iniciáronse negociaciones para la paz, y todos los intereses políticos se concentraron en aquellas históricas conversaciones, tratando unos y otros de influir en el emperador; W olsey y Enrique VIII se inclinaban por la fuerza y alentaban a Carlos V a proseguir la guerra. El gran canciller del emperador, Gattinara, expuso también algunas sugerencias; según su opinión, Carlos tenía al alcance de la mano una ocasión única de rea­ lizar sus grandes proyectos: en primer lugar, debia integrar un sólido bloque imperial basado en una Italia libre, aunque predispuesta a su favor, y luego extender su poder poco a poco por toda Europa; después, poner en consonancia las soberbias tradiciones del imperio con una clara previsión política. El programa personal de Carlos V era más modesto: trata­ ba de demostrar moderación y reclamar únicamente lo que consideraba su derecho, en primer lugar el ducado de Borgoña, posesión de sus abuelos antes de caer en manos de Luis XI. En consecuencia, Francisco firmó la paz en Madrid el día de Año Nuevo de 1526, abandonando toda pretensión al Milanesado y Génova, así como su soberanía sobre Flandes, el Artois y la comarca de Tournai; además, prometió apoyar ante los Estados Generales franceses y el Parlamento de París la sece­ sión de Borgoña y si no conseguía hacerla aceptar se compro­ metía a entregarse de nuevo prisionero a Carlos V; entretanto, quedarían sus dos hijos como rehenes en España. La misma tarde en que se firmó la paz, Francisco juró solem­ 1525-1526 Tratado de Madrid (1526) La liga de Cognac 9 267 nemente ser fiel a su palabra y observar las cláusulas del trata­ do; perjurio deliberado, pues la víspera, en presencia de sus consejeros, había firmado una protesta contra dicho tratado, declarando que lo consideraba sin valor alguno por haberle sido impuesto por la fuerza. LA SEGUNDA GUERRA HISPANO FRANCESA Clemente VII atrae el rayo de la guerra Poco después del tratado de Madrid, el rey de Francia se ponía en camino para regresar a sus estados y rompía su jura­ mento con la anuencia del papa. Clemente VII le liberó de sus obligaciones hacia Carlos V con el apoyo entusiasta de W olsey, quien había remitido un mensaje a Luisa de Saboya manifes­ tándole que Francisco no debía preocuparse en absoluto acerca de las cláusulas del tratado de Madrid. Al propio tiempo, el papa constituyó con Francia, Venecia y Florencia la alianza o Liga de Cognac, cuya misión primordial era luchar contra el emperador. Por todo ello, algunos historiadores opinan que el papa quería también liberar a Italia de los «bárbaros» y rea­ lizar los ideales nacionalistas de Maquiavelo. «Era —dice Ranke.— su más audaz y desgraciado pensamiento, su idea más grandiosa y funesta». En todo caso, Clemente se había percatado de que Europa se encontraba en el umbral de una época de cambios trascen­ dentales. Con su decisión desesperada de reanudar la lucha contra el emperador, se lo jugó todo a una suerte arriesgada y perdió. La Liga de Cognac nada tenía que pudiera proporcio­ narle asomo de coherencia, porque el propio Francisco I dejó a sus aliados que se las compusieran solos. Viéndose así obli­ gado a reanudar las hostilidades, el emperador envió a Italia un poderoso ejército a las órdenes del condestable Carlos de Borbón y del caudillo alemán Georg von Frundsberg, viejo sol­ dado que combatiera ya a las órdenes de Maximiliano y, más tarde, se había distinguido en otras batallas, en especial con ocasión de la batalla de Pavía. Su ejército se componía de campesinos alemanes que él mismo adiestró al ejemplo de los suizos, aunque poniéndolos al servicio de la reforma alemana, ya que Frundsberg fue de los primeros en pasarse al campo de Lutero. «Frailecito, frailecito —dijo, según parece, al reformador en la Dieta de Worms.—•, 1526-1527 268 • Europa occidental a principios del siglo X V I 'estás emprendiendo una ruta mucho peor que la que yo y otros muchos soldados seguimos en lo más duro de las batallas. Pero si estás seguro de lo que llevas entre manos, entonces, en nom­ bre de Dios, prosigue tu camino. Él no te abandonará». Una trágica marcha sobre Roma Frundsberg experimentó el influjo de la propaganda anti­ papal en Alemania y su odio hacia la Curia se había conver­ tido en la idea motriz de su existencia. En tan propicia ocasión podría realizar al ñn su sueño de antaño: marchar sobre Roma y ajustarle las cuentas al papa por la fuerza brutal de las ar­ mas; pero apenas llegó a Italia se vio atenazado, junto con su colega el condestable, en una situación muy difícil. El em­ perador, como siempre sin dinero, no podía pagar los suminis­ tros y sueldos del ejército, el descontento se manifestaba cada vez más evidente, la disciplina se relajaba con el hambre y las privaciones y los soldados llegaron a amenazar a sus jefes con dejarlos abandonados: Frundsberg intentó convencerlos: «Hijos míos .—les dijo—•, tened un poco de paciencia y os pagarán; manteneos fieles al emperador y todo volverá a su cauce nor­ mal». Sus palabras no causaron efecto alguno, el tumulto siguió creciendo y de todas partes llegaban injurias y amenazas. El viejo general, encanecido al servicio de las armas, se quedó solo, abandonado de todos y desesperado; a poco, renunció al mando y regresó deprimido a Alemania, donde murió al año siguiente en su castillo de Suabia. Toda la responsabilidad de la campaña recayó entonces sobre Carlos de Borbón, quien proporcionó un ducado a cada soldado y prometió llevarlos hasta Roma, donde podrían resar­ cirse con creces apropiándose de las riquezas acumuladas durante siglos en la Ciudad Eterna. El 5 de mayo de 1527 las tropas imperiales acampaban ante los muros de Roma y, al amanecer del día siguiente, el con­ destable de Borbón dio la orden de ataque; en persona y re­ vestido de su más brillante coraza, cabalgaba en primera fila y alentaba a las tropas al combate cuando vio retroceder a sus tropas; entonces bajó del caballo, se precipitó sobre una escala apoyada en la muralla y empezó a trepar exhortando a sus hombres a seguirle. De pronto sonó un fogonazo y Carlos se tambaleó y cayó derribado al suelo, sus soldados le transporron a una pequeña capilla de los alrededores y allí murió unas horas después. 1527 Guerra en Italia (1527) Los imperiales, en Roma # 269 E l peor saqueo ie la Ciudad Eterna Enloquecidos de rabia y ebrios de venganza, los soldados imperiales se arrojaron hacia adelante y como una marea inun­ daron las murallas. Los hombres de Borbón penetraron en la ciudad y nada ni nadie pudo detenerlos. Aquella mañana, Cle­ mente VII había acudido a la Capilla Sixtina y allí permanecía en oración cuando algunos cardenales llegaron a toda prisa a Soldado de principios del siglo X V I , cargando su ar­ cabuz. Las balas y la pól­ vora se introducían en el cañón mediante una larga baqueta. Esta operación re­ trasaba considerablemente la frecuencia de tiro, de forma que no era posible disparar más que una vez cada cinco minutos. Bajo el cañón solía encontrarse una horquilla de hierro que permitía sostener el fusil, ya fuese apoyándolo con­ tra un muro o en una aspi­ llera, y evitar así el tre­ mendo retroceso de la cu­ lata. E n conjunto, venía a pesar unos veinte o veinti­ cinco kilogramos. decirle que se pusiera inmediatamente a salvo en el castillo de Santángelo. II sacco di Roma, el terrible saqueo de la Ciu­ dad Eterna comenzaba. Testigos oculares narraron episodios atroces sobre lo que ocurrió entonces. Roma fue saqueada sistemáticamente, las mujeres fueron violadas y los hombres asesinados o torturados hasta obligarles a entregar todos sus bienes a la soldadesca. S a q u e o d e R o m a (1527) 1527 270 • Europa occidental a principios del siglo X V I A los cardenales y grandes dignatarios se les hizo recorrer toda la ciudad en busca de amigos dispuestos a pagar su rescate. En las iglesias, soldados borrachos celebraban orgías mezcla­ dos con la hez del populacho romano. A menudo, una familia que había cedido ya todas sus riquezas a los soldados era bru­ talmente asesinada por otra partida de bandidos enfurecidos por encontrarlo ya todo vacío. El saqueo duró ocho días, sin tregua ni descanso. Al noveno día, en la ciudad no quedaba ya nada que robar y entonces los supervivientes tuvieron que enfrentarse con el hambre y la peste. En el castillo de Santángelo, la necesidad era cada vez más angustiosa y el 5 de junio el papa hubo de capitular y pagar un rescate fabuloso; incluso sacrificó su tiara de oro. La «Paz de las Damas» Como era de esperar, Carlos V negó toda responsabilidad en aquella catástrofe. Sin embargo, debe tenerse en cuenta que, Inmediatamente después del saqueo de la ciudad, el embajador imperial en Roma consultó a su gobierno si debería conservarse la Santa Sede y, por otra parte, W olsey expresó su temor de que el solio pontificio fuera trasladado a España. Pero en las intenciones del emperador no entraba una política tan revolu­ cionaria; al contrario, Carlos deseaba solucionar amistosamente sus diferencias con el papa y, de hecho, en junio de 1529 el tratado de Barcelona selló su reconciliación total con Clemen­ te VII. El emperador devolvía a los Estados Pontificios la mayor parte de sus territorios, y el papa ofrecía la investidura de Nápoles a Carlos V; el acuerdo estipulaba, además, que el emperador lucharía contra el luteranismo y que el papa exco­ mulgaría a todos cuantos ayudaran a los turcos, ya que, en aquellos precisos momentos, el Occidente se sentía nuevamente amenazado por el avance de los otomanos en el sudeste europeo. Tras el «saco de Roma», Francisco I comprendió que debía hacer algo para ayudar a sus aliados italianos y reanudó la guerra contra el emperador. Inglaterra hizo causa común con Francia, pues W olsey había decidido alinearse definitivamente entre los enemigos de Carlos V, aunque al pueblo inglés no le gustaban las maniobras que el rencor inspiraba a su ministro, ya que la ruptura de las relaciones comerciales con los Países Bajos provocaba el malestar de los comerciantes ingleses, y así el gobierno se vio obligado a suspender las hostilidades y abandonar a Francisco I. 1528-1529 «Paz de las Damas» (1529) Ultimo levantamiento morisco en España • 271 Francia prosiguió esta segunda guerra hasta que se firmó la paz de Cambrai en 1529, tratado que recibió el nombre de «Paz de las Damas», por haber sido dirigidas las negociaciones por la tía de Carlos V, Margarita, gobernadora de los Países Bajos, y Luisa de Saboya^ madre de Francisco I. En línéas ge­ nerales, sus cláusulas fueron similares a las que figuraron en el tratado de Madrid. Sin embargo, aparecía como novedad política que Carlos V debía renunciar a sus pretensiones sobre Borgoña y en compensación recibiría una cuantiosa indemni­ zación en metálico. Terminó así la segunda fase de la prolon­ gada lucha entre Francisco I y Carlos V. CARLOS' V ¥ ESPAÑA La preocupación por la amenaza Islámica N i siquiera en el interior de su reino español podía gozar Carlos V de tranquilidad y sosiego. El permanente problema de los moriscos provocó alguna que otra turbación e inquietud en el transcurso de su reinado y así, en 1525, a tenor del dic­ tamen de una junta de teólogos, expidió una real cédula de­ clarando cristianos y con las obligaciones de tales a los moríseos ya bautizados. A pesar de ello, un núcleo importante de éstos desafió la orden y resistió con tenacidad, fortificándose en algunos luga­ res escabrosos, como el Maestrazgo y la sierra valenciana de Espadán. El duque de Segorbe fue encargado de dominar a los rebeldes; pero rechazado por ellos al principio, recibió un ejér­ cito de refuerzo y pudo entonces someterlos y acabar con el levantamiento, condenando a muerte a los jefes del mismo. Los moriscos que lograron escapar con vida marcharon al norte de Africa, y los que se quedaron hubieron de convertirse; por su­ puesto, a viva fuerza. f Por otra parte, el emperador emprendió una campaña contra los piratas berberiscos a las órdenes del corsario Kairedín o Haradin, más conocido por el sobrenombre de «Barbarroja», hijo de un alfarero de la isla de Lesbos, que capitaneaba una numerosa flota, terror del Mediterráneo, y que ayudado por el sultán otomano Solimán el Magnífico se adueño de Argel y de Túnez, en donde destronó a su rey Mulei Hassen. Hacia 1533 y 1534 se dedicó también a piratear por las costas italianas. Carlos V se alarmó ante el peligro de una inminente invaDieta de Spira (1529) 1529-1534 272 • Europa occidental a principios del siglo X V ! sión del temible corsario y aprestó poderosas fuerzas navales, escuadra que salió de Barcelona, se presentó en aguas de Túnez, se apoderó del puerto fortificado de La Goleta y partiendo de esta base venció en batalla campal al ejército de sarracenos y se apoderó de Túnez en julio de 1535. Repuso en su trono al propio Muley Hassen, a condición de que reconociera su sobe­ ranía y dio libertad a más de mil cautivos que había en aquella población. Los acontecimientos de su tercera guerra contra Francisco I de Francia impidieron que el emperador pudiera proseguir estas campañas norteafricanas. En 1541 se propuso la conquista de Argel, en contra del parecer del marino Andrea Doria, que juzgaba temerario' e inconveniente emprender aquella campaña en la estación otoñal. Los hechos le dieron la razón, porque las tempestades dispersaron o aniquilaron la mayor parte de las naves. El famoso Hernán Cortés, conquistador de'Méjico, que participó en la expedición, aconsejó volver a Argel pasados los temporales, pero su consejo fue desechado. Con posterioridad, otro corsario apellidado Dragut convirtió en centro de sus piraterías una localidad cercana a Túnez, guarida que cayó también en poder de los españoles. En cambio, Carlos V sufrió la pérdida de la plaza de Bugía, de la que se apoderó por sorpresa el rey moro de Argel. El problema económico En más de una ocasión se ha aludido a las perpetuas difi­ cultades financieras de Carlos V y sus relaciones con los banqueros Függer de Augsburgo. Sus aspiraciones al imperio uni­ versal provocaron una época de prosperidad económica, más ficticia que real, manifestada por una expansión de tendencia inflacionista. Hasta 1530, el alza de precios fue muy rápida y a ello contribuyeron las guerras de las Comunidades y de las Germanías, la llegada de los tesoros aztecas, las posteriores re­ mesas de oro procedentes de Méjico y Nueva Granada —y sobre todo el Perú— y además la demanda de productos manufac­ turados en los mercados peninsular y colonial, en las tierras que se iban descubriendo y poblando. El trasiego de metales preciosos del continente americano al europeo fue determinante, sin duda alguna, en este proceso económico. Durante el decenio 1550-60, es decir, los últimos cinco años del reinado de Carlos V y los cinco primeros del de Felipe II, se importó la mayor cantidad de oro procedente de Indias de toda la historia española. Durante la misma épo1530-1541 Desastrosa política económica « 273 ca, la cantidad de plata sobrepasó con mucho los doscientos mil kilogramos, incrementada ésta hasta tal punto que superó los dos millones y medio de kilos al terminar el siglo xvi. Las empresas internacionales del emperador y de su hija absorbie­ ron tan fabulosas riquezas, disipadas en su mayor parte. A tal respecto, observa Vicens Vives: «Sólo más tarde Castilla comprobaría que la riqueza de un país es la base de toda política exterior afortunada; que una economía sana com­ pensa mil batallas perdidas. Carlos I, monarca ecuménico, edu­ cado en el ambiente mercantil de Flandes, pudo haber dirigido la monarquía hispánica en otro sentido, y así lo intentó al libe­ ralizar el comercio americano en 1529; pero sus múltiples am­ biciones le convirtieron en un forzado depredador de la riqueza castellana. Las guerras libradas contra Francisco I de Francia revelaron la potencialidad de sus recursos, establecieron la he­ gemonía española en Italia después de la batalla de Pavía (1525) e iluminaron el continente con el esplendor de la coronación ce­ sárea de Bolonia (1530). Pero ni lograron avasallar a Francia, ni atemorizar a los protestantes alemanes, ni frenar a los turcos osmanlíes, ni incluso detener la arrogancia de los berberiscos en las costas mediterráneas, Carlos I hizo su propia política, muchas veces vinculada al sentido heroico de lo borgoñón y al liberalismo erasmista y, por tanto, incomprensible para las altas esferas españolas. Pero de esta gran salida de Castilla a Europa del brazo del emperador, aquélla regresó a sus lares con una acentuda francofobia, un odio concentrado contra la hetero­ doxia y un desprecio mayúsculo respecto a la perversa y des­ lumbrante sociedad europea.» Comienza el Siglo de Oro literario En cambio, el desarrollo cultural, en particular el literario, inició un impulso arrollador que duraría más de siglo y medio, alcanzando cimas jamás superadas. La influencia italianizante se impuso del brazo de Boscán y Garcilaso, apoyada por la tendencia universal renacentista. En España, al lado del huma­ nismo cristiano, el Siglo de Oro se inspiraría en elementos medie­ vales, en la propia idiosincrasia hispánica y en notas de claro raigambre popular. El barcelonés Juan Boscán fue uno de los hombres más so­ ciables de su tiempo y contó con gran número de amigos de ilustre alcurnia. Nació hacia 1493, estudió con Lucio Marineo Sículo, frecuentó la corte de Fernando el Católico, fue amigo 1525-1530 274 • Europa occidental a principios del siglo X V I de Andrea Navagero y ayo del duque de Alba, a quien tal vez enseñó arte poética. Casó con doña Ana Girón de Rebo­ lledo, «señora sabia, gentil y cortés» ■ —en frase de don Diego de Mendoza, otro gran amigo de Boscán— y gozó con ella de un hogar tranquilo hasta la muerte del poeta, en 1542, seis años después de Garcilaso, su entrañable amigo y colega literario. La idea de introducir formas poéticas italianas adaptándolas a la literatura española, la expuso Boscán en una carta a la duquesa de Soma, puesta como prólogo al libro segundo de sus poesías: «Estando un día en G ranada con el N avagero, tratando con él en cosas de in­ genio y de letras, y especialmente en las variedades de muchas lenguas, me dixo por qué no probaba en lengua castellana sonetos y otros artes de trovas usadas por los buenos autores de Italia; y no solamente me lo dixo así livianamente, más aún, me rogó que lo hiciese. Partime pocos días después para mi casa; y con la largueza y soledad del cami­ no, discurriendo por diversas cosas, fui a dar muchas veces en lo que el N avagero me había dicho; y asi comencé a tentar este género de verso. En el cual al principio hallé alguna dificultad, por ser muy arti­ ficioso y tener muchas particularidades diferentes del nuestro. Pero después, pareciéndome, quizá con el amor de las cosas propias, que esto comenzaba a sucederme bien, fui paso a paso metiéndome con calor en ello. M as esto no bastara a hacerme pasar muy adelante si Garcilaso con su juicio, el cual no solamente en mi opinión, mas en la de todo el mundo, ha sido tenido por regla cierta, no me confirmará en esta mi demanda. Y así alabándome muchas veces este mi propósito y acabán­ domelo de aprobar en su exemplo, porque quiso él también llevar este camino, al cabo me hizo ocupar mis ratos ociosos en esto más particu­ larmente». Años más tarde, esta tendencia italianizante y petrarquista, unida a las formas y al fondo tradicional español, florecería en dos escuelas poéticas paralelas, casi simultáneas, la salmantina y la sevillana, que constituyen el más puro exponente de la lírica castellana del Siglo de Oro. Garcilaso de la Vega, poeta y soldado En julio de 1535, un joven de poco más de treinta años se batía con un numeroso grupo de tunecinos que le asediaban, Con un valor impresionante, con numerosas heridas en el cuer­ po, no sólo se defendía sino que derribaba a sus asaltantes, hasta que quedó dueño del campo ayudado por sus compañeros y ^cubierto de sangre. Fue durante la campaña de Túnez, en donde fentró triunfante el emperador Carlos V el 21 de julio del mismo año. \ 1500-1540 Moscón (¿-1S42) O ra la espada, ova ¡a pluma ® 275 Aquel valeroso paladín se llamaba Garcilaso de la Vega. Galán incorregible, durante su convalecencia mantuvo amoríos con una hermosa dama, a la que siguió a Nápoles, ya curado de sus heridas. Otros amores tuvo más o menos encubiertos, como en cierta ocasión con una dama incógnita por la que se apasionó de tal manera que «jamás corazón fue consumido de tan hermoso fuego», como él mismo decía al recordarlo. Garcilaso de la Vega nació en Toledo en 1501 o en 1503 y a los diecisiete años entró a formar parte de la corte de Carlos V, si es que no se educó ya en ella, sobresaliendo luego entre los mancebos nobles de la guardia imperial. Tipo perfecto del hom­ bre renacentista, conocía el griego y el latín, además del italia­ no y el francés, era buen músico, hábil esgrimidor y jinete, apa­ cible, suave, cortés y simpático en el trato, soldado y poeta al propio tiempo. En 1522 luchó en la isla de Rodas contra los turcos, al año siguiente contra los franceses en la frontera nava­ rra y, en 1530, dio también pruebas de arrojo en una campaña de Carlos V contra Florencia. Cuando el emperador hizo un llamamiento a la nobleza es­ pañola, en 1532, con ocasión de una nueva intentona de Soli­ mán contra Austria, aquel poeta que tomaba «ora la espada, ora la pluma» fue uno de los primeros en ponerse en camino para incorporarse a la lucha, pero el propio soberano lo mandó arrestar por intervenir en la boda de un sobrino de Garcilaso, enlace que no consentía el emperador. Desterrado durante tres meses a una isla del Danubio, compuso allí admirables poesías; Danubio, río divino..., por ejemplo, evocación del paisaje. El poeta renacentista se sentía émulo de Ovidio, también deste­ rrado por Augusto a inhóspitas regiones de la Dacia, Bajo Danubio. Perdonado por Carlos V, pasó a Nápoles, donde continuó dedicado al amor y a la poesía; mantuvo correspon­ dencia con Boscán y otros escritores, literatos y humanistas. Después de su valerosa actuación en Túnez, ya mencionada, a los nueve meses estallaba la tercera guerra entre Carlos V y Francisco I; fue nombrado Garcilaso maestre de campo de un tercio de tres mil infantes españoles y marchó a través de Provenza. El 26 de septiembre de 1536, al dirigirse a Niza, el ejército fue sorprendido y hostigado por un grupo de medio centenar de arcabuceros desde la fortaleza de Muy, cerca de Fréjus. El emperador mandó batir la torre con dog piezas de artillería que abrieron brecha en los muros, pero sus defensores no se rindieron. Circuló por el campamento el rumor de que Carlos V Garcilaso de la Vega (¿1501-1536) 1500-1540 276 ® Europa occidental a principios del siglo X V I se extrañaba de la tardanza en el asalto y toma de la fortaleza, picóle el amor propio a Garcilaso, como jefe de la infantería a quien tocaba expugnarla, y tomando una escalera de mano se lanzó al asalto sólo con su espada y rodelo, sin cubrirse de casco ni coraza. Los defensores de la torre dejaron caer entonces una gran piedra que chocó contra la rodela de Garcilaso, le hirió en la cabeza y le derribó al foso, mal herido. Recogidos por varios caballeros fue conducido a Niza, donde murió a mediados de octubre, atendido por su buen amigo el duque de - Gandía, que sería más conocido, años después, por el nombre de san Fran­ cisco de Borja. Carlos V, exasperado ante la muerte «del más hermoso y gallardo de cuantos componían su corte», en un arrebato de dolor y de cólera, mandó en represalia arrasar la fortaleza y ahorcar a todos sus defensores, actitud infrecuente en él, que solía ser generoso en sus campañas. El «Príncipe de los poetas españoles» Con estas o parecidas palabras y con las de «gran poeta castellano nuestro» califica Cervantes a Garcilaso, con cuya lectura se deleitaba a menudo, a juzgar por las continuas alu­ siones a éste en las obras del famoso escritor. Aun siendo escasa la producción poética garcilasista, es de máxima calidad. Este fenómeno es típico de esa línea castellana de la literatura espa­ ñola que va de Berceo a Machado. Garcilaso era hombre des­ preocupado y poco cuidadoso en la conservación de sus versos, que se hubieran perdido casi todos de no haberse preocupado su fiel amigo Boscán. En 1528, recibió éste de su camarada una porción de sonetos, cinco canciones, tres églogas, dos elegías y una epístola, para que revisara estas composiciones y las guar­ dara. Y a ello se reduce la casi totalidad de la obra literaria de Garcilaso que dio a la imprenta la propia esposa de Boscán, la culta doña Ana de Girón. Ambos escritores mantenían frecuente correspondencia, mo­ vidos además de su recíproco afecto por el interés de la revolu­ ción literaria que estaban llevando a cabo. Garcilaso ensaya el verso endecasílabo suelto precisamente en una Epístola a Boscán, que no es sino un auténtico elogio de la amistad, de la cual son prototipos ambos; Garcilaso le cuenta en ella su viaje de 1534 a Barcelona, para informar personalmente de los desastres cau­ sados en las costas de Italia por el pirata Barbarroja, durante las campañas de este corsario en 1533 y 1534, y fechó la carta 1500-1540 Epístola a Boscán ® 277 en Vaucluse, cerca de Avifión, la tierra «do nació el claro fuego de Petrarca», el gran poeta italiano, al que ambos eran tan afi­ cionados y cuya poderosa influencia experimentaron. E n sus composiciones, Garcilaso demuestra un gran subjetivismo al expresar el amor, el dolor y el sentimiento de la naturaleza. Pero acaso lo más interesante en este cortesano de Carlos V sea el ideal renacentista que se desprende de ellas, su acento personal y su elegan­ cia a la manera de los antiguos clásicos y la idealización de esa misma N aturaleza al tratar el tema bucólico, en un estilo un tanto virgiliano y con un lenguaje impropio de pastores, llevando a cabo en la lírica lo que inmediatamente después se cultivará en la literatura española, bajo la forma de novela pastoril. Y se muestra Garcilaso plenamente hombre del Renacimiento en las características esenciales de su obra poética por sus alusiones a la mitología grecorromana, por su platonismo, por su tendencia a lo heroico con anhelos de fama, su actitud de cortesano galante y su ansia a gozar de la existencia y recoger las rosas de la vida antes que en breve plazo se marchiten. Su estética '—también renacentista— se fundamenta en la citada imitación de los clásicos antiguos, la armonía de sus versos y la sen­ cillez de su lenguaje, pleno de claridad poética, con sintaxis regular e imágenes y metáforas perfectamente asimilables. Es imposible sepa­ rar la figura de Garcilaso de la sociedad que gravitaba en torno a la errante corte del emperador Carlos V, como su más significativa ex­ presión española. Como ejemplo de perfecta adaptación del endecasílabo de origen italiano a la lírica española, bastarían unos pocos versos de su Epístola a Boscán, en la que se aquilata también la sincera y honda amistad que unía a los dos poetas: Entre m uy grandes bienes que consigo el amistad perfeta nos concede, es aqueste descuido suelto y puro, lejos de la curiosa pesadumbre... ...considerando los provechos, las honras y los gustos que me vienen desta vuestra amistad que en tanto tengo, ninguna cosa en m ayor precio estim o... En su primera Égloga, en que dos pastores se lam entan de sus cuitas amorosas, Garcilaso muestra su turbadora nostalgia y sincero sentimiento— al modo de Jorge M anrique en las Coplas a la muerte de su padre— al evocar los tiempos pasados felices y la tristeza de su soledad presente: ¿Quién me dijera, Elisa, vida mía, cuando en aqueste valle al fresco viento andábamos cogiendo tiernas flores, .1500-1540 278 9 Europa occidental a principios del siglo X V I que había de ver con largo apartamiento venir el triste y solitario día que diese amargo fin a mis amores? E l cielo en mis dolores cargó la mano tanto que a sempiterno llanto y a triste soledad me ha condenado; y lo que siento más es verme atado a la pesada vida y enojosa, solo, desamparado, ciego, sin lumbre, en cárcel tenebrosa. Insiste en esta misma melancolía producida por la ausencia de la amada en alguno de sus sonetos, acaso con notas todavía más amargas, aunque con delicadeza y dulzura; Garcilaso hizo posible que el soneto se convirtiera en la más fina expresión poética del Siglo de O ro de la literatura castellana: Pensando que el camino iba derecho vine a parar en tanta desventura, que imaginar no puedo, aun con locura, algo de que esté un rato satisfecho. El ancho campo me parece estrecho; la noche clara es nata mí oscura; la dulce compañía, amarga y dura, y duro campo de batalla el techo. Del sueño, si hay alguno, aquella parte sola, que es ser imagen de la muerte, se aviene con el alma fatigada. E n fin, que como quiera que estoy de arte que juzgo ya por hora menos fuerte (aunque en ella me vi) la es pasada. 1500-1540 fl,A UBEFORM A IBSf A M 1 M I 1 MARTIN LOTERO Punto de partida: afán de renovación El hombre del Renacimiento era tan religioso como sus ante­ pasados de la Edad Media, pero su sensibilidad había cambia­ do, ya que exigía una religión que hablara al cerebro, al co­ razón, casi a la carne. N o es casualidad que la piedad cristiana se orientara entonces en torno a Cristo y su Pasión, a la Virgen y a la devoción del Rosario. Tal orientación correspondía al deseo de un Dios vivo, humano, más fraternal que paternal, y por su parte, la escolástica tradicional debía dejar paso a cierto humanismo evangélico, base de una «filosofía de Cristo». La Iglesia no se acomodó con la suficiente rapidez a aquella necesidad de renovación del sentimiento religioso. Las circuns­ tancias históricas habían obligado a los pontífices a desempeñar en exceso el papel de jefes de estado, lo que implicaba la organización de una estructura militar, poco compatible con las funciones sacerdotales, y la de una tesorería y un sistema fiscal, además de una corte tentadora atraída por el lujo, unas alianzas europeas demasiado sutiles y determinadas presiones políticas acerca del nombramiento de obispos y cardenales. Confiando en acelerar la indispensable reforma de la Iglesia, numerosas personalidades de la cristiandad insistieron en sus exhortaciones, entre otros el cardenal De Brixen en Alemania, el humanista Lefévre d'Étaples en Francia, Erasmo en los Países Bajos; debe recordarse que el Elogio de la locura contiene vio­ lentas diatribas contra el tráfico de las indulgencias, los monjes indignos, los prelados sin vocación, los papas guerreros. Al no hacerse caso de ellas, tales advertencias no hicieron sino incre­ mentar el contenido moral de quienes propugnaban por una reforma violenta y radical. S. XVI 280 • La Reforma en Alemania Lutero y sus proposiciones El 31 de octubre de 1517, el fraile agustino Martín Lutero exponía en la puerta del castillo de Wittenberg sus 95 propo­ siciones sobre el abuso de las indulgencias, y nadie adivinó entonces que aquel día sería memorable en la historia del mun­ do. Lutero no pensaba a la sazón en separarse de la Iglesia, en modo alguno, ni atacaba la doctrina de las indulgencias en sí misma, sino que pretendía simplemente provocar una discusión científica de aquel problema; creía que una vez advertida la Iglesia acerca de los abusos cometidos con el tráfico de las indulgencias, aquélla intervendría enérgicamente contra tantos excesos. Lutero estaba convencido de ello y por tal motivo no deseaba la supresión de las indulgencias y aún menos la ruptura con la Iglesia católica, a la que «amaba como a una madre». Lutero no afirmaba nada original en sus 95 proposiciones, la propia Iglesia se había manifestado también en parecido sen­ tido y a menudo con sobrada energía. Con todo, jamás hasta entonces nadie dirigió a la Iglesia una admonición en tan enér­ gico tono, pletórico de sarcasmos unas veces y otras rebosante de santa indignación, y ello fue lo que atrajo la atención de las masas sobre las proposiciones de aquel documento y les confirió el valor de un libelo y de una obra viva de polémica. Por otra parte, cabe reconocer que algunas de aquellas tesis contradecían el principio según el cual «la fe sin obras es fe muerta». Con todo ello, Martín Lutero habíase empapado de los principios teológicos de Occam y, a medida que progresaba en sus direc­ trices hacia la Reforma, el occamismo le prestaba apoyo cada vez más firme en su oposición a las autoridades eclesiásticas; además, el apóstol san Pablo y san Agustín, padre de la Iglesia, ayudaron mucho al reformador a vencer la crisis religiosa de donde surgiría su doctrina. La oposición de Lutero a las anomalías interiores de la Iglesia encontró bastante mayor simpatía que las proposiciones de reforma adelantadas por Occam, pues el terreno estaba mücho mejor preparado y la época bastante madura para una reforma general. El universalismo de la Iglesia estaba muy debilitado y el anhelo de poder temporal había sido suplantado por las tendencias nacionalistas; también los intereses políticos de los diversos estados coincidían con los objetivos de la Re­ forma, como la ruptura con un poder centralizado en Roma, y por lo tanto exterior al imperio; al mismo tiempo, los intereses económicos de los príncipes les tentaban a aprovechar aquella 1517 Lutero (1483-1546) E l cisma luterano ® 281 ocasión de agregar a sus dominios las riquezas y las propieda­ des de la Iglesia. Aunque al principio Lutero combatió más el poder de Roma que su doctrina, debe reconocerse que ésta no iba separada de aquél, ya que el poderío de la Iglesia descansaba precisa­ mente • en su doctrina y en la creencia de que sólo la Iglesia católica podía dar la salvación, por estar exclusivamente fun­ dada en la ley de Cristo. Antes que Lutero, otros combatieron este dogma, pero él fue el único capaz de atreverse a que­ brantarlo con su doctrina de la justificación por la fe. Así, al romper Lutero con los dogmas de la Iglesia salvadora y del origen divino del poder pontificio, quebrantó con ello la unidad de la misma Iglesia, provocando un nuevo cisma casi cinco siglos después del otro gran cisma anterior entre la Iglesia católica romana y la Iglesia griega ortodoxa. Con los años, la Reforma ha realizado una revolución polí­ tica, económica y social, tanto como religiosa, actuando con el concurso de factores económicos y sociales. «La Reforma fue una acción permanente y recíproca de fuerzas espirituales y materiales», se ha dicho. Personalidad de Lutero Si la Reforma se originó en el seno de un poderoso movi­ miento popular, fue porque Lutero estaba persuadido de que tenía algo nuevo que exponer. Había experimentado angus­ tias indecibles y sufrido en lo más hondo de su alma para asimilar y conquistar aquellas convicciones entonces nuevas, y al proclamarlas más tarde a la faz del mundo, pareció como sucede con frecuencia, que aquel movimiento reformador no dependía de lo que se proclamaba, sino del modo cómo lo decía. El éxito de Lutero procedió en gran parte de que había sur­ gido del pueblo y poseía una elocuencia particularmente viva y eficaz, hablando la lengua sencilla y franca de lat tierra y tomando sus ejemplos e imágenes de la vida cotidiana de los aldeanos, de los mineros y de los artesanos. A título de muestra, recuérdese de qué modo ingenuo e intuitiva­ mente dramático describe la caída de Sodoma y Gomorra: «En ún abrir y cerrar de ojos toda la región quedó desierta y devastada, y todos los habitantes de las ciudades, hombres y mujeres, niños y adul­ tos, murieron y fueron precipitados a los abismos del infierno. Se aca­ bó el tiempo en que contaban su oro y pesaban sus mercancías. Las trompetas de Dios hicieron oír su tocata». 1500-1540 282 • La Reforma en Alemania <■ Lutero ofrece otra viva pintura del Juicio Final: «Cuando Cristo haga sonar las trompetas, aquel día saldrá cada uno de su rinconcito, como las moscas que el invierno deja inmóviles y sin vida, y que los primeros rayos del sol despiertan en verano; como los pájaros que, en invierno, se esconden en sus nidos, en los orificios de las rocas o en árboles huecos; como los cuclillos y las golondrinas que parecen muertos en sus agujerillos de la orilla, pero despiertan a la vida aJ iniciarse la primavera». O tra pequeña anécdota revela a la perfección la manera cómo M artín Lutero se esfuerza en captar lo sublime mediante un ejemplo extraído de la vida corriente. D urante una comida, Lutero vio a su perrillo «Tólpel» devorar con los ojos la carne que había sobre la mesa. «| Ah —exclam ó— si yo pudiera rezar a Dios con igual fervor con que este perro mira un trozo de carne!» Muchos están convencidos de que el imperio de Napoleón habría existido incluso sin Napoleón «por la lógica de los acontecimiento», e igualmente se afirma a veces que no podía dejar de producirse una Reforma, aun cuando Lutero no hubie­ ra existido jamás. Otros también pretenden que las críticas de Erasmo hubieran podido, por sí solas, provocar una Reforma sin violencias y efusiones de sangre, pero tales razonamientos resultan superfluos, porque es evidente que el gran humanista, sea cual fuere la medida en que contribuyó a la Reforma, fue un crítico exclusivamente negativo, demasiado prudente e inca­ paz' de ponerse al frente de un movimiento popular. Lutero fue lo bastante enérgico para abrirse paso hacia la realidad de la existencia cotidiana. Erasmo, de temperamento más aristocrático, estaba formado más para un gabinete de erudito que para el campo de batalla. Aun así, cada uno a su modo, ambos contribuyeron a la eclosión y al éxito de la Reforma. De la celda a la cátedra Martín Lutero contaba casi treinta y cuatro años y era fraile desde hacía unos doce cuando, en aquel histórico día del 31 de octubre de 1517 avanzó suprimer paso por el ca­ mino de la Reforma. Había ingresado en un convento de agus­ tinos después de una brusca experiencia harto espectacular. Su padre, aldeano y minero de Turingia, queriendo proporcionar a su hijo una situación, procuró que estudiara en la universidad de Erfurt. Un día de julio de 1505 estalló una violenta tor­ menta cuando el joven estudiante acababa de abandonar la casa paterna de Mansfeld y se encaminaba hacia aquel centro do­ cente; cerca de Stotterheim, localidad situada a cinco kilóme1505-1517 La inquietud, espiritual de Lutero • 283 tros de Erfúrt, cayó un rayo muy cerca de él y, aterrado el joven, cayó de rodillas exclamando: « | Santa Ana bendita, si me salváis la vida me haré fraile!». Santa Ana era la patrona de los mineros. Esta súbita promesa h^zo cesar en Lutero una angustia que le atormentaba hacía años. Desde tiempo atrás, el joven Martín se preguntaba cómo llegaría a presentarse ante el Juez Supremo, Dios omnipotente, santo y perfecto. Y no era Dios su único objeto de temor, ya que desde su más tierna infancia Martín se había acostumbrado a temer a toda clase de fuerzas adversas. Su madre parecía haberle transmitido una obsesión supersticiosa por el demonio y los espíritus malignos, y terrores ante los fuegos fatuos, brujas y hechiceros, cuyo fin era causar daño a los seres hu­ manos. El niño quedó persuadido de que el mundo entero estaba lleno de «cohortes del Maligno», como se deduce de esta interpretación suya del texto de la Epístola de san Pablo a los efesios sobre «los malos espíritus» de las regiones celestes: «Allá en los aires se ciernen, vuelan, mariposean en torno a nosotros como abejas en inmensos enjambres. Se hallan también en los bosques y al borde del agua, se ve cómo hacen piruetas y dan saltos como machos cabríos; flotan sobre marismas y estanques en forma de fuegos fatuos, ahogan a los hombres o los de­ güellan; gustan de los lugares solitarios y de los rincones oscuros, tales como casas abandonadas. Así pueblan el aire y todo cuanto nos rodea y nos dominan hasta donde alcanza el espacio. No hacen otra cosa que buscar cómo hacernos daño». Este terror oculto en el fondo de su alma fue incrementado a causa de la educación particularmente severa recibida en sus primeros años. N o cabe duda de que entonces los padres amaban también a sus hijos, pero asimismo es cierto que la mayoría de ellos, en aquella época pintoresca, estaban persua­ didos de que para sus pequeños las palizas eran tan indispensa­ bles como la comida y la bebida. Tampoco la vida de los niños de entonces era mucho más agradable, una vez franqueado el umbral de la escuela. El pequeño Martín recibió una mañana un terrible castigo por no haber sabido conjugar los verbos con la facilidad requerida. Y así, tanto siendo niño, como ado­ lescente, Lutero vivió en un continuo terror de la condenación eterna y se sintió perpetuamente rodeado por todos los diablos del infierno. Exclamaba: «Una pregunta hacía temblar mi co­ razón : ¿qué debo hacer para que Dios se muestre .clemente conmigo?». Creyó que Dios le habló durante la tormenta, como había interpelado a Pablo en el camino de Damasco. En consecuencia, 1505-1517 284 # L a R e fo rm a en A lem ania Lufcero pidió su ingreso en la comunidad de Ermitaños de San Agustín de Erfurt, donde recibió el sobrenombre de «fray Martin, segundo san Pablo». Lutero había ingresado en aquel llamado Convento Negro para conseguir allí su salvación y estaba dispuesto e irrevocablemente decidido a rechazar todas las tentaciones del mundo; la vida monacal era para él la más santa y admirable existencia que pudiera elegir un hombre y, en su celda de fraile, fray Martín declaró una guerra impla­ cable a las tentaciones del egoísmo y de la carne. Luego, el prior escogió al joven novicio para el sacerdocio, lo que sig­ nificaba otros estudios en la escuela del convento, vinculada a la universidad de la ciudad. Por fin, en 1512, Lutero obtuvo el car­ go de profesor de teología en la universidad de Wittenberg. Mientras preparaba sus clases en Wittenberg, su existencia tomó una dirección decisiva. Algunas palabras de san Pablo en la Epístola a los romanos constituyeron para él unaautén­ tica revelación: el hombre no podía obtener el perdón de sus pecados sino confiando en su amor a Dios y abandonándose a su misericordia; lo que no podían conseguir ayunos, maceraciones y supuestas buenas obras, la fe podría realizarlo. Aquél fue el rayo de luz en las tinieblas de su desesperación, porque Dios no era sólo el Juez que condena, sino también el Padre que perdona. Así fue cómo el estudio de la Biblia condujo a fray Martín paso a paso hacia esta idea que iba a constituir el principio y base de su doctrina reformada: «El hombre se redime a los ojos de Dios no por las buenas obras, sino por la fe y por la fe sola». LA REBELDÍA La cuestión de las indulgencias Liberado de toda ambición personal, Lutero hallaba plena satisfacción en su tarea en Wittenberg: hacer partícipes a sus discípulos de los resultados de sus estudios bíblicos, y servir, mediante sus predicaciones populares, a las necesidades espiri­ tuales de una comunidad de gentes sencillas, labradores y pe­ queños artesanos. Sin embargo, a veces se preocupaba del mundo exterior; por ejemplo, cuando al reprochar a los peni­ tentes sus pecados éstos le exhibían las bulas de indulgencia que los taimados aldeanos habían adquirido en el cercano país de Brandeburgo. Aquellas bulas concedían la remisión de los 1505-1517 Iglesia del castillo de Wittenberg, según un grabado en madera de 1509. Én la puerta principal, al centro, es donde Martín Lutero expuso sus 95 proposiciones. 1505-1517 286 9 La Reforma en Alemania pecados una vez verificada la confesión sacramental, y en cuan­ to al indispensable remordimiento por la falta cometida, ni siquiera era mencionado. El tráfico de las indulgencias en Brandeburgo procedía de un acuerdo comercial entre el príncipe Alberto de Brandeburgo, el papa León X y la banca Függer de Augsburgo, ne­ gocio lucrativo que Lutero puso en peligro con sus célebres 95 proposiciones. Éstas perjudicaban tanto los ingresos que Alberto se apresuró a llevar el «caso Lutero» ante el papa y, para tal cuestión, el príncipe recibió la ayuda incondicional de los dominicos. En efecto, Tetzel, traficante de indulgencias, era dominico, y como Lutero atacaba de modo especial sus mane­ jos, la Orden entera se consideró ofendida. Los dominicos exhor­ taron al papa a tomar medidas contra Lutero, acusándole de hereje y aguardaron con esperanza el resultado del proceso, viendo ya a Lutero en la hoguera. Las cosas hubieran ocurrido probablemente de este modo si el príncipe elector Federico de Sajonia no hubiera acogido al agustino bajo su protección. En efecto, por razones políticas, ni el papa ni el emperador se atrevían a arriesgarse promo­ viendo un conflicto con el tan influyente príncipe elector. El papa recurrió a todos los medios: tan pronto amenazaba, como trataba de atraerse a Federico o de persuadirle mediante la promesa de que la Santa Sede se mostraría conciliadora en otros asuntos, interesantes en extremo para Federico, si éste consen­ tía en entregar al herético a Roma, o por lo menos expulsarle de sus territorios. Pero el príncipe era un mago del pretexto, un maestro en el arte de ganar tiempo, y el papa y sus embajado­ res nada pudieron conseguir de aquel «basilisco», al que tam­ bién llamaban «zorro sajón». Controversia Lutero-Johann Eck La Iglesia católica romana halló un poderoso defensor en la antigua y célebre universidad de Leipzig, el profesor Johann Eck, llamado «el Aquiles del catolicismo» por su estatura im­ presionante y su voz de trueno, «disputator» temido que iba de una universidad a otra para medir su elocuencia con la de otros eruditos. Entró en liza con algunas proposiciones hostiles a las ideas reformadoras de Lutero y la controversia desencadenada entre ambos constituyó un episodio memorable en la historia de la universidad de Leipzig y de la propia Reforma. Con todo, ante 1517-1520 «Los papas son también hombres...» ® 287 aquel Eck resonante y dispuesto a la polémica ruidosa, la réplica de Lutero fue sosegada y rebosante de humor. El fraile apareció con un ramo de flores en la mano; y mientras su adversario gritaba ensordeciendo al auditorio, el imperturba­ ble Lutero aspiraba el perfume de sus flores con estudiada placidez. Uno de los argumentos de Eck era que el poder pontificio había sido instituido por Cristo y existía desde san Pedro, y Lutero protestó contra esta afirmación, pretendiendo que la Santa Sede propiamente dicha no había aparecido hasta varios siglos más tarde. Eck hizo notar entonces que, con aquellas declaraciones, Lutero defendía al herético Juan Hus, cuya doc­ trina había condenado el Concilio de Constanza, y Lutero res­ pondió con energía que la doctrina de Hus coincidía en muchos puntos con la palabra de Dios, y que los concilios podían equi­ vocarse, como también los papas, por supuesto: «Los papas son también hombres, y no dioses». Entusiasmado Lutero, se dedicó luego a escribir para expo­ ner su punto de vista al pueblo alemán y, gracias a la imprenta, pronto se extendieron sus opiniones por toda Alemania. En el año 1520, el más fecundo de Lutero como escritor, aparecieron dos de sus obras más famosas, su ardiente polémica Sobre la cautividad de la Iglesia en Babilonia y su ensayo Sobre la liber­ tad del cristiano. En la primera de ellas, Lutero afirma que, al creer en el poder mágico de la misa y de los sacramentos, la Iglesia queda relegada a un verdadero destierro de Babilo­ nia y la comunidad de los creyentes queda atada de pies y manos por esas ceremonias y fórmulas mágicas. Dios es quien nos ha concedido los sacramentos que nosotros podemos acep­ tar con fe y gratitud, pero la Iglesia católica los ha convertido en «acto y sacrificio de nosotros mismos» por el cual esperamos ganarnos la benevolencia divina. Lutero ve en ello el error esencial que nos hace olvidar que toda la vida del hombre debe ser dedicada al servicio de Dios. Y la «libertad del cristiano» de que habla, se adquiere por la fe, que hace al cristiano dueño de todas las cosas y de su destino con relación a los demás seres humanos, mientras que el amor le convierte en servidor de Dios y de su prójimo. La fe y el amor crean asi un conjunto ''indivisible de libertad y de obediencia. En la liber­ tad del cristiano puede hallarse la frase que constituye el ver­ dadero núcleo de la doctrina luterana de la justificación: «Las buenas obras no hacen piadoso a un hombre, pero el hombre piadoso realiza buenas obras». 1517-1520 288 <f¡> La R efo rm a en A lem ania Mientras Lutero luchaba en tal forma para defender sus opiniones, León X firmaba, durante una cacería de jabalíes, aquella bula que Eck tanto le exhortaba a lanzar contra «el jabalí que ha osado perjudicar la viña de Dios». Lutero era condenado, amenazándole además, si no se retractaba de sus libros heréticos en un plazo de sesenta días, de que todos sus escritos serían quemados. Al saber Lutero que un inquisidor del papa había quemado sus obras, replicó quemando públicamente la bula del papa ante las puertas de W ittenberg. Desde aquel momento, la ruptura con Roma era definitiva. La M eta de Wosms y el castillo de W artburg El papa dio a conocer su sentencia el día primero de 1521: Lutero y sus partidarios eran definitivamente desterrados y excomulgados. El emperador Carlos V era el encargado de ejecutar la sentencia, pero el peligroso hereje había reunido ya tal cantidad de discípulos en torno suyo que nadie se atrevía a detenerle o a darle muerte sin otro proceso. La opinión pú­ blica exigía que la causa fuera instruida por la Dieta del Imperio que debía reunirse en Worms durante el año 1521, y con su habitual talento diplomático, Federico el Sabio, príncipe elector de Sajonia, supo maniobrar en tal sentido para que así sucediera. Durante la audiencia del primer día, el frailecillo, a solas ante aquella brillante asamblea, quedó algo impresionado, pero el día siguiente fue el más importante de toda su existencia; declaró valerosamente que no podía retractarse de una sola palabra siquiera de cuantas había escrito, a menos que pudieran demostrarle su error basándose en la Biblia, pues no creía en la autoridad de los papas ni de los concilios. Según parecé, ter­ minó con la célebre frase: «Aquí estoy ante vosotros; no puedo obrar de otro modo. ¡Dios me ayude! Amén», palabras que nos demuestran de manera indudable que Lutero había llegado al término de una evolución que le convertía en un reformador protestante. El emperador castigó a Lutero por sus opiniones heréticas desterrando del imperio a él y a sus partidarios. Los heral­ dos del emperador Carlos V proclamaron por todos sus domi­ nios y territorios que el fraile agustino Martín Lutero quedaba fuera de la ley, pero el príncipe elector Federico le salvó de una muerte segura haciéndole «raptar» y acogiéndole en Wart1521 Excom unión de L utero (1521) M ucho antes de los incas, se habían sucedido en el Perú otras civilizaciones. Una m áscara fun eraria nazca en oro batido (siglos V III-IX ) con s erp ientes que huyen del rostro del m uerto A C ántaro que representa a un guerrero mochica (siglo s V - X ) . La batalla de M ariñán, en 1515. 'f Francisco I, visto por un pintor y de la escuela de C louet. ▼ S t i r f t MMI wH mm * ,J ‘"^"' :' s'S L l‘ . •« ! z: Í J / í f é ' f j é f ’ )i ; V/S ■ M . d ü i \ t o í fe * m É illllllilllil í¡P ^ ' '^iTFfi?ipt'' H I *’ ^¿ ■ W, M — IM S mmBHBHIÍ ■ ■ I Juan C alvino, por H olbein. M argarita de Navarra, por C louet. Erasmo, por Holbein. Tomás M oro, por H olbein. El humanismo en las letras, la filosofía y la teología. Las obras del reformador 9 289 burg, el castillo que un día perteneció a santa Isabel. Allí, «ele­ vado en el aire —como dice Lutero en su correspondencia—, en medio de los pájaros que tan agradablemente cantan entre el verdor», pasó diez meses oculto bajo el nombre y el disfraz de un caballero, un supuesto Junker Georg. De vez en cuando se permitía una corta cacería por los alrededores, pero pa­ saba la mayor parte de los días y de las noches consagrado a su traducción alemana del Nuevo Testamento, según el texto griego original, tal como habían hecho anteriormente Erasmo y otros humanistas. La obra apareció en 1522. Los compatriotas de Lutero pu­ dieron así leer los Evangelios en un idioma accesible para ellos, una lengua sencilla y concisa que con el tiempo sería la base del alemán escrito moderno y serviría de modelo para otras traducciones de la Biblia en diversos países. El libro costaba el precio de un caballo, pero no por ello dejó de ago­ tarse rápidamente y en lo sucesivo no cesaron de aparecer nuevas ediciones. Luego, tras otros doce años de incesante trabajo, Lutero terminaba, con ayuda del sabio humanista Feli­ pe Melanchton y otros amigos, la traducción al alemán del Antiguo Testamento. En nuestros días, el visitante puede observar en el aposento de Lutero en el castillo de Wartburg una gran mancha de tinta. Dícese que, en cierta ocasión en que se vio tentado por el diablo, el reformador arrojó su tintero a la cabeza del Maligno. Aparecen manchas semejantes en el monasterio de Wittenberg y en el castillo de Coburgo, donde Lutero residió en 1530 du­ rante la Dieta de Augsburgo, todo lo cual demuestra que el fraile Martín Lutero sentía predilección especial por esta arma arrojadiza en, sus combates contra el demonio. Los coleccionistas de recuerdos han raspado la famosa man­ cha de tinta diversas veces, pero los administradores del castillo, conscientes de su responsabilidad ante la Historia, la han vuelto a reponer cuantas veces ha sido preciso. LOTERO EN LA INTIMIDAD Lutero se casa con una monja En 1523 llegó a Wittenberg un amigo de Lutero en com­ pañía de nueve monjas convertidas a la doctrina luterana y que se habían escapado de su convento, cerca de Torgau. Con Adriano VI, papa (1553) 1522-1523 290 • La Reforma en Alemania anterioridad, algunas de ellas habían suplicado a sus padres que las sacaran de aquel recinto que para ellas era una pri­ sión; pero nadie quiso atenderlas y, reducidas al último extre­ mo, se escaparon. Lutero se comprometió a asegurarles el sustento. El reformador consideraba que el matrimonio era la solución ideal para aquellas mujeres, ya que, como escribió a un amigo soltero, «todas son guapas, muy educadas y de fami­ lias nobles». Pero no tenían «ni vestidos ni calzado». Una de aquellas monjas, Catalina Bora, sería luego la esposa de Lutero. En aquel entonces no se le hubiera ocurrido pen­ sar en semejante cosa, pues al principio la monja estuvo prome­ tida a uno de sus discípulos, joven de una familia distinguida de Nuremberg; pero éste desdeñó a la ex religiosa prefiriendo una joven rica. Lutero trató de persuadir a otro amigo a fin de que se casara con Catalina; por último, ante el fracaso de su proposición, decidió casarse él mismo. Ello ocurrió a mediados del verano de 1525; Catalina tenía entonces veintiséis años y Lutero casi cuarenta y dos. lina verdadera tormenta de calumnias descargó sobre el fraile por haberse casado con una monja. Decían que Lutero se había visto obligado a efectuar un matrimonio de urgencia y que su vergonzosa conducta con ella pronto quedaría patente. Un año después de la boda le nacía un niño, por lo cual el reproche de «ligereza» a propósito de este matrimonio quedó en ridículo; sin embargo, se propaló en aquella época y también más tarde. De hecho, el matrimonio de Martín Lutero y de Catalina Bora no pudo ser más prosaico. Catalina, la juiciosa Káthe, no era en absoluto romántica; se convirtió en una exce­ lente ama de casa, siempre dispuesta a asegurar el bienestar de su familia y, pese a su abrumador trabajo doméstico, aún tuvo ánimos de alquilar varias granjas en los alrededores de Wittenberg y supervisar por sí misma su explotación. Lutero necesitaba, desde luego, mujer tan competente, pues nada entendía en asuntos de dinero. Hubiera podido ser muy rico de exigir un precio conveniente por sus conferencias y libros, pero, lejos de ello, una multitud de impresores y editores vivía en gran parte del fruto de su trabajo. Cuando el príncipe elector le ofreció algunas acciones de las ricas minas de plata del Schneeberg, el reformador las rechazó cortésmente, ya que tales preocupaciones no convenían a un hombre cuyo único objetivo era aparecer con la frente alta' ante Dios y ante su conciencia; todo lo demás le era absolutamente indiferente. 1524-1525 Guerra de los campesinos (1524-1525) Lutero, padre ® 291 Un cierto franciscanísimo»» En cambio, si se trataba de ayudar a su prójimo, ningún esfuerzo le parecía demasiado penoso. Ofrecía incluso sus ves­ tidos; siempre estaba dispuesto a salir fiador de cuantos lo necesitaran y, con frecuencia, Catalina había de esconder la pla­ ta de la vajilla e incluso sus utensilios de cocina para que su marido no lo regalara todo a otros más pobres que ellos. Cuan­ do ella trataba de hacerle entrar en razón en esta materia, Martín replicaba simplemente con su voz suave: «Dios sabrá ayudarnos» o, en broma: «Dios es el protector de los locos». Un día confesó a uno de sus hijos: «No te podré dejar dinero, pero te dejaré a Dios, y Dios es rico». M artin Lutero convirtió así su hogar en una especie de albergue para los pobres y necesitados, un refugio para sanos y enfermos. Frailes y monjas exclaustrados, predicadores evangelistas expulsados de sus parroquias, a todos les parecía recurso natural que Lutero les ofre­ ciese alojamiento y comida, y resulta realmente admirable que el pro­ pio Lutero, ajetreado con aquellas incesantes idas y venidas permane­ ciera siempre tan alegre y afable. Es difícil imaginar qué hubiera sido del hogar y de la familia Lutero sin los continuos cuidados de la madre Kathe. El matrimonio tuvo tres hijos y tres hijas; Lutero era un padre ideal, literalmente enloquecido por sus hijos, a quien nada deleitaba tanto como jugar con los pequeños en el jardín, Entre las más hermosas páginas que escribió el gran reformador debe mencionar una carta a su primogénito Hans, entonces de cuatro años de edad: «Gracia y paz en Jesucristo, querido muchacho: Veo con gusto que estudias bien y rezas mucho; eso es lo que debe hacerse, hijo mío, y lo que hay que seguir haciendo. Cuando vuelva a casa, te traeré algo bonito. Sé dónde hay un jardín maravilloso, magnífico, donde no hay más que niños vestidos con trajes de oro y que recogen, bajo los árboles, manzanas maarvillosas, peras, cereras, ciruelas doradas y azules; cantan, saltan y se divierten siempre; tienen también lindos ca­ ballitos con riendas de oro y sillas de plata. He preguntado al dueño del jardín quiénes eran aquellos niños y me ha contestado: «Son los niños a quienes les gusta rezar, que son piadosos y que estudian bien». Entonces le he dicho: «Querido amigo: yo también tengo un chico, que se llama Hanschen Lutero. ¿No podría venir a este jardín, y pro­ bar él también estas hermosas manzanas y estas hermosas peras, y m ontar en esos caballitos, y jugar con todos esos niños?». Y el hom­ bre me ha dicho: «Si reza con gusto, si es piadoso y estudia bien, entonces podrá venir, y Lippus 1 y Jost también. Y si vienen aquí to­ dos juntos, tendrán también flautas y tambores, laúdes y toda clase 1 Feiipe, hijo de Melanchton. 1525-1530 292 • La Reforma en Alemania de instrumentos de cuerda; podrán danzar y tirar con arcos». Y me ha enseñado en el jardín un espacio de césped destinado a las danzas; había allí flautas de oro puro, tambores y hermosos arcos de plata. »Entonces era aún temprano y los niños no habían comido toda­ vía; por ello no he podido asistir a las danzas, pero le he dicho a aquel anciano: «Ah, querido señor, voy inmediatamente a escribir todo eso a mi querido hijo H ans, para que rece con entusiasmo, lea con atención, sea piadoso y pueda así entrar en el jardín. Además, tiene una primita, Lene, que tiene que venir también con él». Y el hombre me ha dicho entonces: «Id de prisa a escribirle». »Así que, querido HSnschen, estudia bien, reza con confianza y di también a Lippus y a Jost que trabajen bien y que recen para que podáis ir todos a ese jardín. Que el Señor Todopoderoso sea contigo. Saluda a tu prima Lena y dale un beso de mi parte. »Anno 1530. T u padre que te quiere, M artín Lutero.» Lutero perdió dos hijos de corta edad y su hija, la amable y agra­ ciada M agdalena, murió a los catorce años; esta pérdida fue para él tan penosa que nunca pudo sobreponerse por entero a su dolor. Conversaciones íntimas A la hora de las comidas, en compañía de invitados o de amigos muy queridos, Lutero descansaba del trabajo y de los cuidados cotidianos. Durante toda su vida fue sobrio y frugal en extremo, pero si aparecía a la mesa un plato exquisito o un vaso de buen vino, el reformador sabía saborearlo. «Si el Señor ha creado los lucios deliciosos y el buen vino del Rin —solía decir-—, es que puedo comerlos y beberlo.» Muchos han tra­ tado de presentar a Lutero como un glotón y un borracho, pero tales afirmaciones han quedado totalmente desmentidas ante hechos irrefutables; nadie pudo nunca atestiguar que viera a Lutero embriagado. Después de la comida, a Lutero le gustaba cantar e inter­ pretad música: la «Señora Música» le era tan querida como los árboles, las flores y los pájaros de su jardín, y nada tenía que objetar a los bailes en familia, siempre que todo transcurriera en sosiego y buenos modales. Durante las comidas, a Lutero le gustaba mucho narrar sus más notables experiencias y manifestar, en serio o en broma, todo cuanto sentía, conversaciones que eran muy apreciadas por quien tenía el privilegio de escucharlas. A veces, Lutero exponía el modo de hacer frente a los malos instintos: «No podéis impedir que los pájaros vuelen acá y acullá en el cielo, pero al menos podéis impedir que construyan su nido en vues­ tros cabellos». 1530-1531 «Confesión de A u g sb u rg o 1» ,(1530) Las doctrinas luteranas • 293 Lutero extraía sus ejemplos favoritos del gran libro de la natu­ raleza. A fin de hacer comprender que, para ser feliz y protegerse contra la desgracia, el hombre debe depositar auténtica confianza en Dios, habla de los pajarillos que anidan en su jardín y se asustan al paso de la gente; una tarde en que las aves se dispersaban al acer­ carse él, les dijo: «Pajarillos, no tengáis miedo de mí; os amo más de lo que podáis imaginaros». Y con nosotros ocurre exactamente lo mis­ mo: tampoco tenemos la suficiente confianza en Dios, N uestro Señor; y sin embargo Él, que entregó su único Hijo por nosotros, nos pro­ porciona todas nuestras alegrías. El hombre que afirmaba en W orm s «que es peligroso obrar contra la conciencia», decía también: «La conciencia es lo más delicado de la tierra y del cielo; no puede so­ portar la menor herida». Y para ilustrar el poder de la conciencia, narra la anécdota del sacerdote que, predicando desde el púlpito con­ tra los esposos infieles, terminaba así su sermón: «Hace tiempo que estoy castigando a estos pecadores con palabras; hoy he decidido cas­ tigarlos con obras. Sé que hay un adúltero entre mis oyentes; sí, lo estoy viendo con mis propios ojos y voy a señalarlo con esta piedra». Diciendo esto, sacó una piedra de su bolsillo e hizo ademán de arro­ jarla. Todos los fieles que estaban sentados cerca del púlpito se pre­ cipitaron unos sobre otros, pues cada cual creía que se dirigía a él. U no de los amigos de Lutero tuvo, en 1531, la idea de tomar nota de las conversaciones que su huésped mantenía en sobremesa, otros íntimos siguieron pronto su ejemplo, y así nacieron varias «antologías», cuya calidad es, por desgracia, muy desigual. A veces se encuentra algo aprovechable, pero en la m ayoría de ellas el texto aparece pla­ gado de malentendidos e interpretaciones erróneas. Es muy difícil adi­ vinar en todo ello lo que el reformador dijo en realidad y, por un azar desgraciado, los errores son tales que para su reputación más le hubiera valido a Lutero congregar en torno a su mesa oyentes con m ayor talento. Incluso aquellos pasajes cuya autenticidad no ofrece dudas apa­ recen a menudo deformados por un tono bastante grosero y lo mismo ocurre en la m ayoría de los textos polémicos. Su vocabulario es el de un aldeano, de un minero sajón, y tales irregularidades de lenguaje proceden del violento carácter de Lutero, que casi todos sus amigos deploraban y del que él mismo se acusaba como de una grave falta. Lutero fue siempre un colérico terrible, y jamás pudo librarse de este defeto; escribía con m ayor facilidad cuando materialmente hervía de cólera, momentos en que se sentía en el estado de espíritu deseado y acudían a su cerebro multitud de ideas, tan inagotables como las in­ jurias. Aquellos estallidos de ira eran para él súbitos tormentas que «purificaban la atmósfera de su alma». El reverso: el lenguaje de la violencia Al principio, Lutero había confiado en que su acción contra los abusos eclesiásticos le permitiría realizar una reforma en la Liga de Smalkalda (1531) 1530-1531 294 ® La Reforma en Alemania Iglesia, sin salir de los límites de ésta; pero su inconformismo y su protesta acabaron al fin convirtiéndose en otro gran cisma, un desgarrón irreparable en la túnica de la Iglesia. Desde en­ tonces, y aunque tuviese una fe como para levantar montañas, no es de extrañar que a menudo le asaltasen dudas acerca de si había obrado como debía. Por último, no debe olvidarse que la palabra era la única arma de Lutero frente a enemigos muy poderosos y no dis­ ponía, como el adversario, de prisiones, de verdugos y de hogueras para imponer su punto de vista. Por otra parte, el hecho de haber evitado la palma del martirio no lo debió aquel «hereje y relapso» ni al papa ni al emperador. Por todo ello, Lutero se muestra tan violento en la ironía y el sarcasmo, aunque a menudo los dirige contra sí mismo. Lutero no era persona que tomara las cosas muy en serio; desde luego, no era un santo y nunca aspiró a tal honor, de modo que todas las tentativas de convertirle en una especie de santo protestante han sido un fracaso. Era franco, sincero, llano y sin afectación; jamás se propuso erigirse como modelo. La moral de la perfección sistemática, tal como aparece en Ignacio de Loyola, no tenía atractivos para Lutero. Por lo que se refiere a sus violencias verbales, es muy pro­ bable que sus continuas enfermedades contribuyeran también a ello, en cierto modo. Hijo de un aldeano de Turingia, Lutero era robusto por naturaleza, pero su salud había sufrido mucho a causa del ascetismo excesivo que se impuso durante los años transcurridos en el convento; más tarde, su vida fue tan absor­ bente, con tanta plenitud de trabajos y de luchas, que nunca gozó ya del tiempo suficiente para descansar de un modo razo­ nable y poder recuperar energías. Desde los catorce años, a Lutero le aquejaron graves enfermedades; y si alguna vez se sentía algo mejor, su alegría duraba poco, hasta tal punto que a los cuarenta y seis años, confiesa en una carta que se siente tan débil como un anciano. Afirma que se encuentra «al final del sermón», incapaz del menor trabajo; y se compara a «una gallina vieja que ya no puede poner huevos». Con frecuencia manifestaba que sólo deseaba poder descansar de todas sus fatigas y sufrimientos, tanto físicos como espirituales. Sin embargo, le esperaban aún tareas ingentes que le exigi­ rían llegar al máximo de sus fuerzas. Varias veces se halló a dos pasos de la muerte, pero su robusta constitución acabó venciendo siempre, y el convencimiento de que su misión en la tierra no había terminado y que debía proseguir su obra a toda 1530-1540 El himno protestante ® 295 costa, contribuyó mucho a aquellas curaciones. De todos modos, puede considerarse poco menos que milagroso el hecho de que su potencia intelectual se conservara intacta a los sesenta y tres años de edad. En su postrer día, con el cuerpo hecho jirones por la enfermedad y el espíritu torturado por una an­ gustia indecible, aún supo aconsejar y consolar a los demás, tan profunda era su fe y tan fuerte su voluntad. Lutero practicó la caridad en grado heroico socorriendo al prójimo y desafiando peligrosas epidemias. En 1527, Wittenberg fue asolado por la peste y todos los profesores de la universidad huyeron, excepto Lutero y su amigo Bugenhagen. El príncipe elector les remitió una carta apremiándolos a que abandonaran la ciudad con mujeres e hijos. Lutero respondió citando la Biblia: «El buen pastor da su vida por sus ovejas; el mercenario que no es el pastor, a quien no pertenecen las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y se pone a salvo». Lutero fue un digno y excelente pastor; tuvo el valor de que­ darse, aunque sufrió una grave crisis espiritual, acompañada de «tentaciones de Satanás» y grandes dificultades familiares. Probablemente en medio de tantas desgracias escribió Lutero el himno Nuestro Dios es fuerte y poderoso, que se convirtió en el canto comunitario por excelencia de los protestantes. Los últimos combates En febrero de 1537, Lutero se dirigió a Smalkalda, viaje muy fatigoso para él, ya que una o dos semanas después de su llegada cayó tan gravemente enfermo que tuvieron que llevarlo a Wittenberg, ante la insistencia del reformador en querer morir en su casa. Se restableció, pero su vida no fue otra cosa que un largo combate contra la enfermedad. Su fiel esposa le ayudó en la medida de lo posible, y en aquel papel de enfer­ mera Catalina demostró sus más hermosas cualidades, luchando infatigable noche y día por aliviar en algo los sufrimientos de su marido. Decía Lutero que «más valen los peores dolores que las torturas infernales de la angustia espiritual», e incluso a veces la desesperación le tentaba al suicidio. Juzgando la obra de toda su vida, escribió: «Si yo debiera comenzar hoy a predicar el Evangelio, me limitaría a dirigir palabras de consuelo a los desgraciados y a los inquietos, dejando a la masa bajo el régi­ men del papa; pues la masa no mejora, porque hace mal uso de su libertad». También su amargura se acrecentó a causa de 1527-1537 296 • La Reforma en Alemania las afrentas que hubo de soportar por haber concedido en otro tiempo autorización para contraer en secreto un segundo matri­ monio al landgrave Felipe de Hesse, de quien era confesor. Felipe de Hesse era uno de los principales jefes protestantes, y acaso el más hábil político de todos ellos. Fuerte, enérgico y muy culto, permanecía siendo, sin embargo, esclavo de sus sentidos. Su esposa, duquesa de Sajonia, era tan fea y repug­ nante que su marido le tuvo aversión muy pronto y se enamoró de una dama de la corte, Margarita de Saale, joven de diecisiete años, declarando en presencia de Lutero, de Melanchton y de otro teólogo protestante que renunciaría a sus excesos si recibía de la iglesia protestante autorización para casarse con Mar­ garita. Felipe no se atrevía a separarse de su mujer, porque ello equivalía a arriesgarse a un conflicto con su familia política, muy influyente. Por otra parte, la madre de Margarita, primera dama de la corte al servicio de la hermana de Felipe, y de carácter muy difícil, no consentía en aquel nuevo matrimonio si no era aprobado por los más distinguidos teólogos protes­ tantes. Felipe de Hesse era el campeón del protestantismo y a nadie necesitaban más los reformados que a él. Amenazó en­ tonces con pasarse al bando del emperador si el asunto no se solucionaba conforme a sus deseos. Tras muchas dudas y vaci­ laciones, Lutero y sus amigos concedieron su bendición a la nueva boda, bien a su pesar, esperando así evitar que Felipe cometiera licencias peores. Lutero murió de apoplejía en 1546. Melanchton supo expre­ sar adecuadamente la tristeza, incluso la desesperación de cuan­ tos compartían su credo: «Ahora somos pobres seres aban­ donados». Grandeza y errores de Lutero Para Lutero, la religión no era un conjunto de hábitos pura­ mente externos, sino un «estado de espíritu» que sólo podían provocar y mantener fuerzas interiores. Ello integra el núcleo de su enseñanza y la base de toda su doctrina. Según él, era una locura creer que el hombre debe huir del mundo; al contrario, Dios ha colocado al hombre en el mundo para que en él cumpla su tarea, amando a su prójimo y tra­ bajando con celo al servicio de la comunidad. Lutero logra fundir lo espiritual y lo temporal en un conjunto armonioso: el hombre sirve a Dios —dice— cuando considera su vida y su trabajo como una vocación divina y obra en consecuencia; 1525-1546 Un carácter lleno de contrastes • 297 toda labor honrada adquiere el mismo valor a los ojos de Dios. De hecho, esta concepción de la vida constituye uno de los principales resultados de la Reforma. Para la mentalidad medie­ val, considerar de este modo la vida cotidiana como una misión divina hubiera sido sencillamente increíble. Con todo, sería pre­ ciso esperar el advenimiento del calvinismo para que esta idea fuera llevada hasta sus últimas consecuencias. Como todo ser humano, el gran reformador tenía sus de­ fectos, ante los cuales no podían inhibirse ni siquiera sus propios amigos. Su naturaleza apasionada y orgullosa le impulsaba a menudo a la exageración y no siempre se hallaba exento de obstinación, terquedad o pedantería. Pese a estas debilidades, era viril, valeroso y sincero. Su amigo Johannes Bugenhagen dijo en su panegírico fúnebre que el hijo del aldeano sajón no tuvo miedo jamás de ningún hombre, por muy poderoso que fuese. Lutero quería vivir, y, si era necesario, morir por aquella fe que había adquirido al precio de tantas dificultades. N o puede negarse que fue un hombre extraordinario; aunque a veces era grosero, falto de ponderación y dominio de sí mismo, sabía también mostrarse encantador y, huésped gene­ roso, en todas partes era bien recibido. Le gustaban mucho los nifíos, los animales, las flores y la música. Como puede verse, el carácter de Lutero aparece lleno de con­ trastes. Cuando estalló en 1525 la llamada «guerra de los campesinos», sublevación popular que confiaba en él, Lutero renegó del partido cam­ pesino del que se decía campeón y se mostró servil hacia los grandes señores alemanes, a quienes excitó así contra los rebeldes: «Creo que todos los aldeanos deben perecer, toda vez que atacan a los príncipes y a los magistrados y que empuñan la espada sin la autoridad divina... Los aldeanos no son acreedores a la misericordia ni a la tolerancia, sino a la indignación de los hombres de Dios. Los aldeanos han sido repudia­ dos por Dios y por el emperador; puede tratárseles como a perros rabiosos...». Es cierto que a menudo confundía injuria y argumento y en sus obras cedía a los caprichos de su estado de humor, pero sabía crear, incluso en sus accesos de melancolía y en medio de las peores angustias. La fuerza de Lutero y su im­ portancia ideológica proceden de aquella crisis espiritual que hizo de él otro hombre en su celda conventual, pero también, y sobre todo, de su gran poder de acción. Él mismo opinaba acerca de los resultados de la obra a la que consagró su vida: «Quisiera que mis seguidores dejaran de utilizar mi apellido: que no adoptaran el nombre de luterano, sino el de cristiano. 1525-1546 295 ® La Reforma en Alemania Porque ¿qué es Lutero? La doctrina no procede de mí, ni soy yo quien ha muerto en la cruz por los demás. San Pablo no admitía que los cristianos se dijesen partidarios de uno o de otro, ' y ¿cómo podría entonces yo, humilde mortal, pretender que los hijos de Dios ostenten mi nombre miserable? N o soy, ni quiero serlo, el dueño de nadie. Sólo Cristo es nuestro Señor». Tal era, pues, la opinión que Martín Lutero tenía de si mismo. Se consideraba sencillamente como un humilde instru­ mento del poder divino y así, dice en uno de sus sermones: «La fe no tiene el mismo vigor en cada uno de nosotros; en mí, la fe es máa intensa que en algunos de vosotros y algunos de vosotros tiene una fe más fuerte que la mía. Pero quien posee hoy una fe muy robusta, puede tenerla mañana muy débil, y viceversa». El gran hombre temía tanto las alabanzas que escribió un día a un amigo «culpable» de haber hablado de él en términos halagüeños: «Ésta es la desgracia de nuestra vida miserable: cuantos más amigos tenemos que nos elogian, más daño nos hacen. ¡Ah, cuánto más útiles nos serían el odio y el desprecio que la amistad y la alabanza!». 1525-1546 E lF O » M A » # M K S S U IZ # S ULRICO ZUINGLIO . infancia y estudios Ulrico Zwinglio o Zuinglio nació el día de Año Nuevo de 1489 en un pueblecito perteneciente al monasterio de SaintGall, encaramado en los Alpes de la Suiza oriental. Era de familia acomodada, y su padre gozaba de gran consideración por su piedad y rectitud de carácter. Zuinglio amaba mucho su región natal y su carácter enérgico e intrépido tenía algo de aquel grandioso paisaje alpino. Uno de los primeros biógrafos de Zuinglio, contemporáneo suyo, dice con acierto que la ve­ cindad del cielo, en aquellas altas montañas, acercó al joven a Dios y sus correrías por la montaña y el bosque dejaron en el joven Zuinglio una impresión que sería decisiva en su evo­ lución espiritual. Durante toda su vida amó la naturaleza como pocos, y este amor a su región natal se extendió pronto a toda su patria, siempre enamorada de la libertad. Su padre y su abuelo habían participado con valor en la lucha de los aldea­ nos contra el abad de Saint-Gall cuando este dignatario in­ tentó imponer su poder más allá de los límites permitidos, y Zuinglio, por su parte, escogió como modelo al héroe nacional Guillermo Tell, dedicando todas sus energías al servicio de la Confederación. El joven adquirió sólida formación humanística en las univer­ sidades de Viena y de Basilea, y quizá también en la de París; después se consagró al estudio de la teología para ordenarse sacerdote. Era muy sociable, contrajo muchas amistades entre los estudiantes, y ya entonces llamó la atención por sus extra­ ordinarias dotes de elocuencia. Como a Lutero, también a Ulrico Zuinglio le agradaba mucho la música. Z uinglio (1489-1531) 1489-1509 300 9 R efo rm a d o res suizos N o es extraño que, aborreciendo la escolástica, quedara tan impresionado por la nueva teología que uno de los más célebres profesores de Basilea explicaba a sus discípulos. El joven comprendía cada ve¡z con mayor evidencia lo necesario que era al catolicismo hallar la energía suficiente para renovarse en el seno de la palabra de Dios, y sus estudios sobre la Biblia le condujeron gradualmente a la convicción de que era indis­ pensable una reforma de la Iglesia por la iglesia. Para llegar a esta idea, Zuinglio no tuvo que superar una crisis espiritual tan grave como la de Lutero y llegó a la Reforma por una necesidad ineludible de aclarar los problemas de que estaba llena su alma: «La verdad es para mí lo que el sol para la tierra —'decía—'. Del mismo modo que los hombres necesitan sus rayos dispensadores de alegría y de bendición, mi alma aspira a la luz de la verdad». Zuinglio inicia su carrera Zuinglio sólo contaba unos veintidós años cuando le des­ tinaron a su primera parroquia, Glaris. Pronto se dio a conocer allí como uno de los jefes del movimiento humanístico de la Iglesia suiza y la juventud empezó a considerarle como el hom­ bre que decidiría el porvenir de su país. Precisamente en aquel momento histórico se dejaba sentir claramente y más que nunca la necesidad de una reforma, no sólo en el seno de la Iglesia; sino también en el mundo de lo secular. A la victoria de Sempach, en 1386, había sucedido un período de prosperidad; luego, los suizos obtuvieron otras dos victorias decisivas sobre las armas borgoñonas, en 1476 y en 1477, que habían incre­ mentado su crédito político y su posición internacional; por último, nuevos triunfos, esta vez sobre los austríacos, propor­ cionaron al país la completa independencia con respecto al imperio. A consecuencia de tales hechos de armas, Europa comenzó a apreciar mucho a los suizos como soldados mercenarios. De todas formas, la vida ruda de los campamentos ha tenido siem­ pre un efecto desmoralizador, y Suiza deploraba cada vez más que la flor y nata de su juventud fuera sacrificada al Moloch de la guerra y a los desórdenes de la vida militar en campaña. Zuinglio se mostraba sensible al ludibrio de tamaña situación; había participado en dos campañas en la Italia septentrional en calidad de capellán y asistió, entre otros combates, a la batalla de Mariñán, donde se vertió la sangre de seis mil suizos, cuya 1510-1515 Batalla de Mariñán (1515) Las ¿deas de un ¡oven cura • 301 reputación de invencibles no sobrevivió a aquella jornada. Desde entonces, Zuinglio consideró que el sistema de los solda­ dos mercenarios constituía una verdadera maldición, y se sintió llamado a combatir aquella plaga con toda energía, aunque en aquella época, dicho servicio militar en beneficio de soberanos extranjeros constituyese una fuente de ingresos indispensable para los suizos. Zuinglio comenzó a tronar desde el púlpito contra aquel humillante tráfico de sangre humana y contra la guerra y sus sermones irritaron al partido francófilo hasta el punto de que el joven predicador hubo de marcharse de Glaris. La parroquia de Einsiedeln Pasó luego a la parroquia de María Einsiedeln, en el cantón de Schwyz. En el monasterio de esta pequeña localidad se veneraba una imagen milagrosa de la Virgen que lo convertía en el lugar de peregrinación más frecuentado de Suiza y Ale­ mania meridional, y en aquel ambiente pacífico logró Zuinglio su plena madurez religiosa e inició su obra reformadora. Se consagró a la lectura del Nuevo Testamento, en la lengua ori­ ginal, según la edición de Erasmo, y estudió también a san Agustín y las Epístolas de san Pablo, lecturas que imprimieron en él profunda huella. Quizá sus feligreses ni siquiera se per­ cataran de que, a partir de entonces, sus sermones se basaban únicamente en la Biblia. Los monjes holgazanes que poblaban el monasterio le«recordaban el Elogio de la locura, de Erasmo, el amigo a quien tanto admiraba; sin embargo, Zuinglio no ataca­ ba la vida monástica ni se dedicaba a la sátira estéril, sino a construir y crear. En tal forma que todo cuanto la Iglesia tuviese de anticuado y anquilosado desapareciese por sí mismo. Durante el verano de 1518, un vendedor de indulgencias acudió a instalarse cerca del monasterio, y se dedicó a traficar tan alegremente con ellas como Tetzel en "Wittenberg. Entonces Zuinglio proclamó a los cuatro vientos todo cuanto opinaba acerca de aquellos sistemas. Al igual que Lutero, obró con la firme convicción de que la propia Iglesia cuidaría de poner fin a tantos desórdenes. El reformador, en Z urich En todo este tiempo, Zuinglio había adquirido tal reputación de predicador que, en Í518, pudo extender considerablemente su radio de acción, y así aquel mismo año fue trasladado a Zurich, Tesis de Lutero en Wittemberg (1517) 1515-1518 302 • Reformadores suizos ciudad, que, desde el punto de vista de la industria y el comer­ cio, era la más próspera de la Suiza alemana, si bien los suizos de la antigua generación la consideraban como la más corrom­ pida del país, a excepción, quizá, de Ginebra. Zuinglio se enfrentaba con una grave tarea, pero sus sermones causaron pronto gran impresión. En 1519, una terrible epidemia diezmó la población de la Suiza septentrional, y Zuinglio cumplió su misión espiritual con auténtico desprecio de la muerte, hasta que fue atacado por la peste a su vez. Todos temblaban ante la idea de perder a su pastor; pero Zuinglio pudo superar la enfermedad y prosiguió su labor en cuanto se levantó del lecho. Sin embargo, algo había cambiado en él: en medio de sus sufrimientos y ante el umbral de la muerte, Zuinglio había experimentado aquella crisis espiritual latente desde el día en que se dedicó de lleno al estudio del Nuevo Testamento. A la sazón, el movimiento provocado por Lutero en Alemania lo arrastraba en su tor­ bellino. Zuinglio y sus amigos leían con avidez los escritos de Lutero. El reformador suizo admiraba la audacia del alemán, y le remitió una carta en que le comparaba a David desafian­ do a Goliat. Zuinglio deseaba aliarse con Lutero en su lucha contra el pontificado, pero los feligreses comenzaron pronto a murmurar amenazadores, diciendo que su nuevo cura era un hereje. La situación se agravó en 1522, cuando Zuinglio publicó su primer escrito en favor de la Reforma, obra en que atacaba la doctrina de la validez de las buenas obras según la Iglesia católica, y también en especial las disposiciones vigentes sobre los ayunos. En términos vigorosos, Zuinglio afirmaba que aque­ llas prescripciones se hallaban en contradicción con la doctrina de Jesús y de sus apóstoles, y oponía a aquellas imposiciones externas sus teorías acerca de la libertad evangélica. Defendía también el derecho de los sacerdotes a contraer matrimonio, ya que en aquel mismo año (1522) el propio Zuinglio se había casado con Ana Reinhard, viuda de un gentilhombre suizo y perteneciente a una de las más distinguidas familias de la ciu­ dad, a la que había conocido dando lecciones a su hijo. Ambos esposos contaban la misma edad. Ana fue para su marido una ayuda preciosa y fiel, una esposa amante y excelente ama de casa, muy hospitalaria con sus numerosos amigos; su hogar se convirtió, como el de Lutero, en un refugio para los innu­ merables protestantes que huían de las persecuciones. 1518-1522 Carlos V, em p era d o r (1519) L a s 67 proposiciones de Z u in g lio 9 303 CONFLICTOS RELIGIOSOS En busca de orientaciones Zuinglio se atrajo muchos enemigos y los más encarnizados de ellos fueron los monjes de Zurich, que no perdonaron de­ talle para mortificarle. El obispo de la diócesis mantenía muy buenas relaciones con ellos, pero a la población de Zurich le atraían tanto los ideales de la Reforma que muy pronto los mayores dignatarios de la ciudad, eclesiásticos y seglares, se declararon partidarios de Zuinglio, y el movimiento reformista conquistó también adeptos en otros lugares de Suiza. Seguro de sí mismo, Zuinglio declaró en una carta al obispo: «El Evangelio no necesita ser confirmado por un papa o por un concilio, porque contiene por sí solo la Verdad», Durante aquel verano de 1522 acaeció otro notable episodio en la historia de la Reforma que causó cierta impresión, Un fraile franciscano, Francisco Lambert, acudió a Zurich para buscar solución a los problemas religiosos que le torturaban. En Aviñón, lugar de su residencia, había leído las obras de Lutero y se iniciaron sus dudas acerca de la doctrina católica romana; también oyó hablar de Zuinglio, y acudía a Zurich para verle. Ambos se entrevistaron durante un debate solemne en presencia del cabildo de la catedral, y la polémica duró más de cuatro horas, terminando al fin con una declaración de Lambert en la que confesó hallarse enteramente convencido, proclamando públicamente, las manos en alto: «Desde hoy, invocaré en mi angustia al mismo Dios, y rechazaré toda inter­ cesión de santos y rosarios». Al día siguiente partió hacia Basilea para visitar a Erasmo, y de allí fue a ver a Lutero, en Wittenberg. «Entonces, colgó los hábitos de fraile y tomó una mujer en matrimonio», narra un contemporáneo. Más tarde, Lambert fue profesor en Marburg y jefe reformista en Hesse, inspirándose en las doctrinas de Zuinglio. En Zurich, los conflictos religiosos habían provocado irre­ gularidades en las iglesias, y en vista de ello, el consejo muni­ cipal dispuso que se celebrara un debate público para el pri­ mero de año de 1523, en que todos los sacerdotes de la ciudad y de sus alrededores se reunirían en la. Alcaldía y expondrían su opinión. De esta forma tuvo Zuinglio ocasión de dar a conocer su programa de reforma formulado en 67 proposiciones y en el que proclamaba la libertad del cristiano respecto de la 1522-1523 304 9 R eform ado res suizos Iglesia. Como nadie quisiese —o no pudiera— refutar sus ar­ gumentos, el consejo le concedió su apoyo y prohibió en el cantón de Zurich toda predicación que no se basara directa­ mente en la Biblia, decreto que instituyó oficialmente la Re­ forma en Zurich. Zuinglio y el luteranismo Zuinglio publicó nuevas obras para orientar la realización de los ideales reformados y en líneas generales llegó a las mismas consecuencias que Lutero, aunque no dejaba de afirmar con insistencia que permanecía ajeno a la influencia del refor­ mador alemán. Zuinglio profesaba gran admiración y respeto hacia éste, porque en su lucha se había atrevido a enfrentarse con el «Goliat romano», pero se negaba a considerarse lute­ rano por haber llegado al término de sus convicciones gracias a sus propias experiencias espirituales. «¿No empecé a predicar el Evangelio incluso antes de haber oído mencionar el nom­ bre de Lutero?» De igual modo se había rebelado contra el tráfico de las indulgencias al margen por completo de su émulo de Alemania, y por tales razones no quería ser llamado lute­ rano, sino cristiano solamente. Aunque Zuinglio no aceptara la doctrina de Lutero sin críticas, sin embargo es evidente que aprendió mucho de él. A partir de 1523, Zuinglio adoptó una posición completamente personal, pero su biblioteca demuestra a todas luces que ante­ riormente había leído muchas obras de Lutero, si no todas. Está también demostrado que la actuación de Lutero contra Eck en la historia polémica de Leipzig impresionó vivamente a Zuingiio y le persuadió de que el poder pontificio no se basaba en el Evangelio, y así aparece insinuado en su correspondencia. «Igualmente es seguro que Lutero le inició en los nuevos cami­ nos de la fe.» Así termina el historiador Burckhardt su docu­ mentadísimo estudio sobre el influjo de Lutero en la doctrina acerca del Espíritu Santo, según la concebía Zuinglio. Burckhardt llega a la conclusión de que Zuinglio era, desde el punto de vista puramente dogmático, más receptivo que creador; en cambio, en la acción concreta demostró extraordi­ naria independencia. Por otra parte, no sólo por amor propio se negaba Zuinglio con tanta energía a ser considerado un discípulo de Lutero. Trataba de establecer sólidamente su Re­ forma en Zurich, y para ello debía evitar a toda costa la exco­ munión ya pronunciada contra Lutero. 1523 iC le m e n te VII, p a p a (1523) Controversias religiosas en Suiza • 303 El historiador Guggisberg describe así las relaciones entre Zuinglio y Lutero: «Sin el menor género de duda, Zuinglio experimentó la influencia de Lutero, pero no puede aún afir­ marse categóricamente bajo qué aspectos y en qué medida». Puede decirse, no obstante, que «el humanista se convirtió en reformador desde el momento en que se convirtió a la noción luterana del Evangelio». Las relaciones entre Lutero y Zuinglio terminaron en rup­ tura y la amistad que unía a Zuinglio y a Erasmo corrió idénti­ ca suerte; pero en este caso fue el maestro quien se alejó de su discípulo, del mismo modo que éste se distanció de Lutero. Unas veces se irritaba Erasmo al ver que Zuinglio le imitaba en todo, y otras afirmaba que todos los escritos y los sermones de «aquel hombre» no valían nada. Sin embargo, Zuinglio conservó siempre gratitud a su gran preceptor. La locha entre la antigua y la nueva fe En Lucerna, los habitantes esculpieron una estatua de ma­ dera que representaba la efigie de Zuinglio, la llevaron a ras­ tras, abucheándola, ante las casas donde se hallaban alojados unos enviados de Zurich, y después quemaron la efigie en público. Personalmente, el episodio no encolerizó a Zuinglio, sino que lo acogió con humorismo. También en otros puntos hacía furor la contienda entre la antigua y la nueva fe. Muchos sacerdotes pasaron a la ofensiva contra los «falsos profetas» de Zurich y, en el bando opuesto, varios predicadores evangélicos, rebosantes de celo reforma­ dor, se atrajeron profunda hostilidad a causa del carácter grose­ ro de sus diatribas. Exteriormente, la lucha doctrinal se centraba en dos puntos; el dogma de la Eucaristía y el problema de dilucidar si debían o no tolerarse las imágenes de santos y los crucifijos en el interior de las iglesias o fuera de ellas. El consejo municipal trató de resolver la cuestión organizando nuevos debates públi­ cos, el primero de los cuales se celebró en el Ayuntamiento, durante el otoño de 1523. Se invitó a todo el bajo clero del cantón, así como a los obispos de Constanza (Zurich perte­ necía a dicha diócesis), de Basilea y de Coria (Chur), a que participaran en ellos, lo mismo que los profesores de la univer­ sidad de Basilea y representantes de los diversos estados de la Confederación. Los obispos replicaron inmediatamente que no querían ni oír hablar de proyecto tan impío como el de revisar 1523 306 9 Reformadores suizos los dogmas de la Iglesia, y también los estados rechazaron la invitación, prácticamente, por unanimidad. Prosiguieron los debates y, en verano de 1524, pudo por fin llegarse a un acuerdo sobre las imágenes de los santos y los crucifijos: objetos materiales que, según decían, se'- hallaban en contradicción con el espíritu del Evangelio y, por consi­ guiente, debían ser desterrados de los templos. En cuanto al sacrificio de la misa, Zuinglio pretendía que la comunión no era un sacrificio, sino simple conmemoración de la muerte de Cristo. El conflicto espiritual llegaba a su punto culminante; con lágri­ mas en los ojos, Zuinglio exhortaba así a sus discípulos: «No os dejéis asustar: Dios está con nosotros y Él sabrá proteger a los suyos. En nombre de Dios, adelante». La mayoría declaró estar de acuerdo con sus ideas y desde entonces el triunfo de la Reforma en el cantón de Zurich quedaba asegurado. El consejo nombró una comisión de seis sacerdotes y ocho laicos a fin de que cuidaran de la implantación de la nueva liturgia, y Zuinglio redactó instrucciones para todos los eclesiásticos del cantón, doctrina que se convertía así en la religión oficial del mismo. Toda franca rebeldía contra la Reforma quedó aniquilada. Los caminos de la intolerancia Zuinglio se vio entonces abrumado por un aluvión de cartas consultándole acerca de numerosos problemas planteados por el pleno establecimiento del nuevo culto, y que le llegaban procedentes de toda Sui2 a e incluso de Alemania. Una corres­ pondencia que se amplió hasta abarcar casi la mitad de Europa, y un trabajo agotador para un hombre solo, aunque Zuinglio nunca se quejara de ello: para él, agotarse en el servicio de Dios era su máxima felicidad. Zuinglio llegó más lejos que Lutero en su obra reforma­ dora: condenaba todo cuanto no estaba «específicamente or­ denado» por la Sagrada Escritura, mientras que Lutero toleraba todo cuanto no estaba «explícitamente prohibido» por la Biblia. Y así, Zuinglio, humanista y músico, sin embargo, desterró implacablemente de los templos los cuadros, frescos y otras obra de arte, y prohibió los cantos y el órgano en el ejercicio del culto. Farner, biógrafo y admirador de Zuinglio, admite que «el carácter del reformador no estaba exento de obstinación, de terquedad, incluso de una brutalidad que no guardaba mira1524-1525 G uerra d e los Cam pesinos (1524-1525) La Reforma se escinde 9 307 mientos con nada; mostraba también una peligrosa tendencia a pretender siempre tener razón, y ello constituía el reverso de sus cualidades extraordinarias». Es cierto, tales defectos arras­ traron al reformador por el camino de una grave intolerancia, y así, por ejemplo, ocurrió en 1525, cuando Zuinglio hizo torturar y desterrar a los jefes de un grupo de anabaptistas de Zurich. En diversos puntos de Suiza se acumulaban violentos ren­ cores contra Zuinglio y sus adeptos. Los más hostiles eran los tres cantones primitivos, Uri, Schwyz y Unterwalden, así como los cantones de Zug y de Lucerna. En otros puntos, la Re­ forma se extendió abarcando la importante ciudad de Berna y su cantón. La doctrina de Zuinglio halló también numerosos prosélitos en Basilea y en Schaffhouse. ESTALLA LA LUCHA La controversia de Marburgo Mientras que la Reforma obtenía victorias en Alemania y en Suiza, estalló la lucha entre sus dos principales tendencias. El conflicto concernía en primer lugar al dogma de la Euca­ ristía. Lutero rechazaba la doctrina católica de la transustanciación, es decir, el dogma que afirma que el pan y el vino se convierten en cuerpo y sangre de Cristo durante el sacrificio de la misa, si bien, por otra parte, negaba también la doctrina de Zuinglio, que consideraba la comunión como una simple con­ memoración simbólica, una ceremonia en que los hombres ex­ presaban su agradecimiento por la bondad que el Hijo de Dios había demostrado hacia ellos. Lutero mantenía que Cristo en persona estaba presente en el pan y en el vino, y lo expresaba metafóricamente: «De igual modo que el hierro sigue siendo hierro cuando está al rojo, aun hallándose enteramente penetra­ do por el fuego; también el pan y el vino siguen siendo pan y vino después de la consagración, pero están enteramente pe­ netrados de divinidad». En la Iglesia luterana, la comunión y el bautismo seguían siendo sacramentos: una gracia de Dios y un medio para ofrecerse a la humanidad. El conflicto entre Lutero y Zuinglio adquirió trascendencia; ambos se acusaron recíprocamente de orgullo espiritual y cada uno pretendía que el otro conducía a sus adeptos por caminos erróneos. Varias personalidades se esforzaron en calmar a los 1525 308 • Reformadores suizos antagonistas, en especial Felipe de Hesse, que propuso buscat una fórmula de compromiso y se ofreció como mediador. Es­ peraba con ello atraer de nuevo a Suiza hacia el imperio, lo que permitiría constituir un frente sólido, no sólo contra el papa, sino también contra los Habsburgo. Con la ayuda de miembros influyentes del movimiento reformado en Alemania meridional, Felipe consiguió organizar la celebración de un debate entre los jefes de ambas tendencias, confrontación que tendría lugar en la residencia de Felipe de Marburgo, en otoño de 1529. La discusión fue en extremo agitada y los dos bandos se acosaron con severas réplicas. En plena polémica, Lutero endureció de tal modo su posición que Zuinglio, más sagaz en política, supo hacerse pasar por el más conciliador y presentar a Lutero como un adversario intransigente. El reformador alemán había es­ crito con tiza en la mesa: «Éste es Mi cuerpo», y todos los argumentos de su antagonista se estrellaban ante esta cita del Evangelio. Zuinglio daba al verbo «es» el sentido de «signi­ fica»; y en el evangelio de san Lucas, la cita tomada por Lutero va seguida de las palabras «haced esto en memoria mía»; en consecuencia, Zuinglio se atenía a este contraargumento y no quería ceder ni un ápice. En resumen, la tentativa de conciliación terminó en fracaso. Más tarde se llevaron a cabo otros intentos para que conflu­ yeran ambas tendencias, que, por otra parte, sólo diferían en detalle. Vanos esfuerzos que nos muestran el triste espectáculo de cómo la inteligencia y el amor al prójimo quedan reducidos a) silencio a causa del bizantinismo teológico, la mutua intoleran­ cia y el mezquino cálculo político. A i borde del abismo De 1528 a 1529, Zuinglio alcanzó tal poder en Zurich que decían de él que era «burgomaestre y concejo todo en una pieza», pero la Reforma no había aún ganado la batalla fuera de la ciudad y del cantón, y Zuinglio llegó a creer que la cues­ tión religiosa en Suiza sólo podría resolverse por la fuerza de las armas. Cuando estalló la guerra que preveía desde tiempo atrás, él mismo estableció el plan de las operaciones y partió a la guerra al frente del ejército protestante, viéndose a aquel fogoso pastor montar a caballo y marchar a la lucha, con la alabarda al hombro. Su ejército practicaba una disciplina ejem­ plar; todos los días había sermón, al que eran invitados los soldados con redobles de tambor. Entre aquellos guerreros 1528-1529 Dieta de Spira (1529) G uerra religiosa en S u iza • 309 «no se oía ninguna blasfemia ni palabra ligera; ni se veía mujer alguna de mala vida», y estaba severamente prohibido perjudi­ car las cosechas, incluso en territorio enemigo, El plan de ^campaña establecido por Zuinglio y el coman­ dante del ejército trataba de sorprender al adversario con una ofensiva rápida sin darle tiempo de reunir sus tropas y or­ ganizarías, pero los católicos previnieron el ataque solicitando un armisticio para evitar, según decían, la terrible desgracia e indecible dolor de una guerra civil en Suiza. D e hecho, la guerra no parecía tan terrible: atrincherados ambos ejércitos, uno frente a otro, viose a los soldados católicos y protestantes comer juntos amigablemente su rancho. Se firmó la paz en las condiciones siguientes: en cada municipio, la mayoría decidi­ ría la religión oficial y quedaba abolido el tratado que los cantones católicos habían pactado con Austria. De todas for­ mas, algunas cláusulas del tratado eran tan imprecisas que Zuinglio no creía que la paz durase mucho. La batalla de Cappel Aunque breve, el armisticio permitió extender aún más la doctrina de Zuinglio. En diversos puntos, la Reforma fue impuesta por la fuerza a las minorías católicas, y así en ocasio­ nes, frailes y monjas fueron expulsados de sus conventos mien­ tras una multitud furiosa les arrancaba los hábitos y hacía pedazos los crucifijos y las imágenes religiosas. Debe decirse, en honor a la verdad, que los católicos demostraban idéntica energía en relación con sus adversarios; en algunos municipios de mayoría «romana» todos los protestantes fueron expulsa­ dos, y sus bienes confiscados; asesinaron a un pastor protestante en el cantón de Schwyz y las autoridades no se preocuparon lo más mínimo en castigar a los asesinos, alegando que sólo había recibido su merecido. Todo ello no hizo sino encender de nuevo los mutuos rencores; los cantones católicos solicitaron otra vez el apoyo de Austria, y Zuinglio tuvo pruebas de que prepa­ raban la guerra contra sus compatriotas evangélicos. El re­ formador decidió sorprender a sus enemigos con un nuevo ataque relámpago, pero aquella vez no pudo convencer a sus partidarios, que confiaban aún en evitar la guerra, y con increí­ ble inconsciencia dejaron al bando enemigo el tiempo necesario para equiparse. Un día de octubre de 1531, Zurich se despertó aterrorizado: el ejército adversario franqueaba ya la frontera y había que reunir tropas a toda prisa. Zuinglio, armado de «Confesión de Augsburgo» (1530) 1530-1531 310 9 Reformadores suizos pies a cabeza, se puso al frente de aquellas bandas desorde­ nadas y sus sombríos presentimientos se convirtieron en verda­ dera angustia al ver aparecer el ejército enemigo, bien dis­ ciplinado y muy superior a sus escasos efectivos. La batalla de Cappel quedó decidida de antemano con la derrota de los protestantes y la muerte de Zuinglio. Herido ya por dos lanzadas en el muslo, cayó combatiendo, derri­ bado por un mazazo que le destrozó el casco. El vencedor hizo despedazar su cuerpo por el verdugo, y quemó después los miembros, pero, antes de que el odio religioso y político se exacerbara hasta llegar a tan vergonzosa mutilación de un cadá­ ver, un anciano sacerdote católico había exclamado, entre las injurias y afrentas de la soldadesca: «Cualquiera que haya sido tu doctrina, Ulrico Zuinglio, sé que has sido siempre bueno y fiel hijo de la Confederación». Hoy aparece erigida en ía mayor iglesia de Zurich una estatua en bronce de Zuinglio, con la Biblia en una mano y la espada en la otra. Z uinglio y su reforma «Zuinglio —escribe Jean Rilliet—• se nos muestra rebosante de humanidad y, por consiguiente, de errores. Vivió su con­ vicción en la relatividad de las decisiones apresuradas, caracte­ rísticas de los tiempos revolucionarios. Sincero y apasionado, curiosa mezcla de prudencia y audacia, la búsqueda incesante de Dios orienta su vida. N o es un santo grabado en vidrio; su silueta moral evoca la de un profeta batallador como el Elias del Carmelo.» Para juzgar con equidad a Zuinglio es preciso ver en él también al patriota y al hombre de estado; toda su obra de reforma está estrechamente ligada a su labor en favor de su ciudad, de Zurich y, en último término, de Suiza entera. Colocaba a la patria por encima de todas las demás considera­ ciones, y ello explica por qué el «antimilitarista» Zuinglio diri­ gió una guerra para hacer triunfar la causa del Evangelio. Completamente distinto es el caso de Lutero: el alemán no quiere emplear los medios que da el poder, sino únicamente la «palabra» de Dios. «No he hecho .—dice— más que procla­ mar, predicar y escribir la Palabra de Dios, y nada más. He dejado que el Evangelio obrara solo. ¿Qué creéis que piensa el demonio cuando alguien quiere conseguir sus fines en medio de los gritos y el tumulto?» Hasta la Dieta de Augsburgo, en 1530, Lutero proclamó muy alto que bajo ningún pretexto se debe responder a la vio­ 1531 B atalla d e C appel (1531) El «p acifism o » de la R eform a # 311 lencia con la violencia, soportando pacientemente las persecu­ ciones y confiando en Dios, que acabará siempre por ayudar a los suyos. El auténtico cristiano debe «dejarse desollar y golpear»; no es él quien debe emplear la fuerza armada, sino la autoridad secular. Un príncipe piadoso debe ser considerado como una gracia de Dios, y un soberano cruel como el castigo de Dios por los pecados del pueblo. Según Lutero, debemos oponernos a un soberano malvado mediante la oración, no por las armas. Rebelarse contra su autoridad es también rebelarse contra la voluntad de Dios. «Sufrir, sufrir; la cruz, la cruz y nada más: éste es el destino del cristiano». Tal mentalidad esencialmente «pacifista» es también, en su origen, la de Calvino. Después de la Dieta de Augsburgo, el influjo de Melanchton y de la Liga de Smalkalda, así como su natural agresividad, condujeron a Lutero por otros derroteros y a partir de entonces proclamó que los cristianos evangélicos no debían ceder ni un palmo de terreno. En 1536 redactó un escrito sobre el deber de la resistencia armada; sin embargo, aún consideraba la guerra ofensiva como un pecado y aconsejó oponerse a ella negándose a participar en la misma. A la muerte de Zuinglio, la expansión de la Reforma en Suiza quedó paralizada y en años sucesivos varias comunidades zuinglianas fueron aniquiladas por los católicos. No obstante, poco después surgiría un nuevo movimiento reformado en la Suiza románica; en Ginebra, la ciudad de Juan Calvino. JUAN CALVINO De Noyon al refugio de Basilea Juan Calvino, el más joven de los tres grandes reformado­ res, era francés. Nació en 1509, en la ciudad de Noyon, en Picardía, en el norte de Francia. Su padre era notario episcopal y procuró que el joven Calvino cursara estudios universitarios superiores, abarcando la teología, el derecho y las ciencias humanistas; como Zuinglio, sentía por Erasmo profunda admi­ ración, y cuando cumplió veinte años, Juan fue iniciado en las obras de Lutero y se dedicó al estudio de la Biblia y de san Agustín. Aquellas lecturas ejercerían influencia decisiva durante el resto de su vida. Su conversión al protestantismo se llevó a cabo, aún más que en Zuinglio, porTos caminos del inte­ lecto, ya que en el «lógico de la Reforma», su crisis religiosa fue ante todo una crisis intelectual y una necesidad apasionada Calvino (1509-1564) 1509-1536 312 ® Reformadores suizos de llegar a la verdad. T al fue el rasgo fundamental de aquella personalidad tan discutida. Calvino estaba persuadido de haber encontrado la única verdad en la propia palabra del Señor, es decir, en la Biblia, y creía con tanta pasión en el carácter indis­ pensable de la Reforma que se sentía literalmente impulsado por la mano todopoderosa de Dios; fatalmente, debía some­ terse a la voluntad divina. Martín Lutero, en su crisis espiritual, buscaba liberarse e intentaba sobre todo lograr la paz para su alma torturada. Calvino recorrió el camino opuesto: «El corazón de un cris­ tiano debe elevarse por encima del deseo de la bienaventu­ ranza para sí mismo '—decía—'. Existimos para Dios, y no para nosotros mismos. Por ello debemos trabajar ante todo para la gloria de Dios». Para Calvino había una misión primordial: servir al Señor y trabajar para su gloria. Y aquel Dios, al que Calvino se había consagrado en cuerpo y alma, era para él —como para Lutero.— Padre misericordioso, pero sobre todo, Dueño Todopoderoso. «Su esplendor hace palidecer las estre­ llas, su poder desploma montañas, la tierra tiembla ante su cólera, todo es impuro ante su pureza; los ángeles mismos no existen ante su justicia.» La omnipotencia de Dios se con­ virtió en núcleo central de la predicación calvinista, y puede decirse que desde los profetas de Israel y desde los tiempos de san Agustín, nadie había hablado de la majestad divina con tan ardiente éxtasis. Por otra parte, la semejanza entre san Agustín y Calvino es sorprendente; gracias a su lógica típica­ mente francesa, Calvino supo resumir los preceptos de Lutero en una doctrina evangélica nueva e independiente. Superó a Lutero por su talento sistematizador, y aún más por sus cuali­ dades de organización. Calvino contaba unos veinticuatro años cuando experimentó el mayor trastorno de su vida, a causa de sus opiniones heréti­ cas, por las que fue desterrado de Francia. La Facultad de Teología de París había condenado a Lutero en 1521; cuatro años después se decretaban contra los protestantes de Francia las primeras persecuciones, y se encendían las primeras ho­ gueras. Calvino pudo refugiarse en Basilea y allí asimiló la tendencia zuingliana y terminó su obra más importante, fun­ damental para el calvinismo, la Insíiíutio Christianae Religionis (Institución de la Religión Cristiana), impresa por primera vez en 1536. Su prólogo es un modelo de claridad y concisión, una emotiva y valiente súplica a Francisco I en favor de los protes­ tantes perseguidos en Francia. 1521-1536 A parición deí calvinism o & 313 Calvino insiste de continuo en el hecho de que la religión cristiana no es solo conocimiento de Dios o comprensión de la Escritura, y que no atañe únicamente al espíritu, sino también al sentimiento, consistiendo en la convicción inquebrantable del espíritu y del corazón. N o basta con tener el espíritu ilu­ minado por el Espíritu Santo: el corazón debe también con­ vertirse a Dios. Lo que la inteligencia ha aceptado debe tras­ plantarse al corazón y echar raíces en él. Calvino en Ginebra Calvino propone en la Institución que «los predicadores, celadores y transmisores de la palabra de Dios deben mandar a todos en la sociedad, tanto a los superiores como a los infe­ riores». Sólo con el derecho de acusar y castigar a los rebeldes podrán los propagadores de la palabra divina establecer el es­ tado de Dios y aniquilar el reino de Satanás. La evolución de los acontecimientos le proporcionó ocasión de realizar su ideal en Ginebra, la ciudad libre donde florecían comercio e industria. De hecho, Calvino era un transeúnte en Ginebra, en otoño de 1536, y sólo se proponía pasar allí una noche, pero le retuvieron en la ciudad, donde necesitaban sus talentos de organizador. Años antes, la marea reformista proce­ dente de Berna había llegado a Ginebra, el catolicismo dejó de existir y fue sustituido por un auténtico caos. «En general -—consigna un contemporáneo^-, la Reforma se había limitado a expulsar a los sacerdotes católicos, cerrar los monasterios y comer carne los viernes.» Una ola iconoclasta destruyó los crucifijos, las imágenes de santos y antiguos tesoros de los tem­ plos; no había allí clero para contenerlos, y los habitantes se saciaban de su flamante libertad y gozaban de la vida en calles y albergues. Los ginebrinos más ponderados fueron en busca de Calvino y le suplicaron que permaneciera con ellos a fin de poner orden en la población; el reformador vaciló algún tiempo, pero al fin consideró aquella tarea como una misión divina, se quedó y fue nombrado predicador oficial por el concejo munici­ pal. Calvino emprendía así una labor cuyos detalles no percibía aún con la suficiente claridad, pero que acabaría transformando la pecadora Ginebra en un estado de Dios, una teocracia o sociedad ideal de los antiguos profetas. Se decretaron castigos contra quienes asistieran a bailes y tabernas y otras diversiones. Sin embargo, Calvino obró con exceso de brutalidad y pronto se enfrentó con una oposición €Institución» de Calvino (1536) 1536 314 • Reformadores suizos cuyo poder se incrementaba sin cesar; bastaron dos años a los descontentos para apoderarse otra vez de la administración municipal, retornóse a la vida alegre, y una multitud furiosa gritaba bajo las ventanas de Calvino: «¡Al Ródano con ese francés!». Reaccionó predicando sermones aún más severos y el concejo le prohibió entonces hablar en el pulpito, Calvino no hizo caso y, en consecuencia, fue expulsado de Ginebra. Viaje y boáa en Estrasburgo Tras breve estancia en Basilea, Calvino se estableció en Estrasburgo, en casa de su amigo Bucer, y prosiguió su predi­ cación y la redacción de sus obras teológicas. Estrasburgo le gustó en grado sumo y allí se casó con Idelette von Burén, viuda y madre de dos hijos. Calvino era de complexión frágil y naturaleza enfermiza, y necesitaba muy en particular los atentos cuidados de una esposa comprensiva. En su adolescen­ cia minó su salud estudiando noche y día; más tarde, un asce­ tismo riguroso le perjudicó todavía más, sufría continuamente del estómago, del pecho, de los riñones y padecía de la gota; terribles jaquecas le ponían al borde de la desesperación y sus nervios eran tan sensibles que una emoción excesivamente fuerte le dejaba sin conocimiento. Vivía con tanta intensidad que la. menor experiencia le afectaba en lo más hondo de su alma y sólo su increíble voluntad le mantenía en pie. Calvino sentía también necesidad de una mujer inteligente y ahorradora, a causa de su pobreza. Tanto en Basilea como en Ginebra sólo había percibido un salario anual mezquino, devolviendo además todos los regalos que le hicieran. Cierta dama de elevada alcurnia e inmensa fortuna, y que por aña­ didura sentía por él auténtica veneración, le propuso un matri­ monio ventajoso; Calvino lo rechazó alegando que «ella no podría olvidar nunca su nacimiento ni su educación». Idelette von Burén no era rica y pareció convenirle mucho más. Calvino gozó con ella de verdadera felicidad; si hasta entonces había hablado del matrimonio con mucho despego, como de algo muy prosaico, luego el tono cambió en otro más fervoroso, incluso tierno, aunque en realidad poco se sepa acerca de esta unión. La historia de los tres grandes reformado­ res nos muestra, junto a ellos, a tres mujeres admirables: la enérgica y robusta Kathe Lutero; la bella, modesta y diligente Ana Zuinglio, y la fiel Idelette Calvino. 1537-1538 E l nuevo orden calvinista @ 31.5 Cuando murió aquella esposa querida que fue para él de inestimable ayuda, el dolor de Calvino fue inmenso, pero sobre­ llevó su desgracia con tanta entereza de ánimo que admiró a sus amigos y seguidores. Ginebra llama de nuevo a Calvino Ausente Calvino, Ginebra recayó en tan grave caos moral y político que hizo desear a muchos el retorno a una adminis­ tración enérgica, y cuando los partidarios de Calvino recupe­ raron la mayoría de votos en el concejo municipal, le rogaron que regresara allí. Calvino se negó al principio: «| Antes morir cien veces que volver a cargar con esa cruz!» dicen que excla­ mó; pero cedió -al fin cuando pudo persuadirse de que los ginebrinos se proponían sinceramente enmendarse, En 1541, Calvi­ no. regresaba a Ginebra, cuya población encontró dispuesta a hacer penitencia. Calvino puso inmediatamente manos a la obras de estructu­ ración de aquella sociedad teocrática que debía convertir a Ginebra en la Roma de los reformados, y depuró su Iglesia de todo cuanto no podía fundamentarse en el Nuevo Testa­ mento. Ginebra era una república, y la administración religiosa se concibió según el modelo republicano; un Consistorio ejercía la autoridad suprema sobre las costumbres de los habitantes, organismo compuesto de tres sacerdotes de la ciudad y de doce burgueses honorables y respetados por todos, laicos que eran elegidos por el concejo municipal y que se les denominaba «prés­ bitas» o «ancianos». El Consistorio velaba a fin de que cada ciudadano asistiera fielmente a los servicio del culto y partici­ para en la comunión. Clausuró tabernas y teatros, y redactó un reglamento que determinaba minuciosamente cómo debía comportarse el ciudadano en las bodas, entierros y diversas festividades, y cómo debían vestirse y peinarse ginebrinos y ginebrinas. La indumentaria de vivo colorido propia del Rena­ cimiento fue sustituida por trajes discretos de corte muy sencillo. A intervalos regulares, los ancianos practicaban «pesquisas» en las casas y si alguien se había comportado incorrectamente, de­ bía comparecer ante el Consistorio, donde le amonestaban o le imponían una sanción; en ciertos casos, la sanción era el puro y simple encarcelamiento. La teología calvinista derivaba en herejía la doctrina agustiniana de la predestinación: en la Escritura, Dios dirige a cada uno de nosotros su llamada a la conversión y le ofrece la libe­ Enrique VIH, autócrata religioso (1539) 1539-1541 316 ® Reformadores suizos ración y la salvación eterna. Quienes rechazan su mensaje, y por consiguiente la salvación, deben perecer y quienes lo acep­ tan son preservados por la gracia. Calvino y Casteilion ( La implacable severidad de Calvino provocó una nueva reac­ ción, a la que replicó con rigurosas sanciones, con frecuencia destierro y pena de muerte; uno de los muchos desterrados fue el rector de la universidad de Ginebra, Casteilion, compatriota de Calvino y humanista de primerísimo orden. En su juventud, Casteilion había presenciado en Lyon cómo la Inquisición ejecutaba a cuatro protestantes en la hoguera; el horrible espectáculo y el valor de los condenados le causaron impresión tan profunda que resolvió vivir en lo sucesivo ■ —y , si era necesario, morir también.— defendiendo las opiniones que había leído en la Institución Cristiana de Calvino. Como muchos jóvenes franceses, Casteilion consideraba a este reformador como al gran adelantado de la libertad de conciencia; pero su propia vida peligraba en tierra francesa y por ello siguió el ejemplo de Calvino y emigró de su patria. En Estrasburgo co­ noció al admirado maestro. Tiempo después, Calvino le llamó a Ginebra, pero Castellion se percató pronto de que la atmósfera espiritual de la ciudad era muy distinta a la que había imaginado y no pudo soportarla. Enteramente persuadido de la nobleza de sus con­ vicciones, le dijo a Calvino algunas verdades bastante duras acerca de su régimen. Si en su indignación Casteilion fue: algo imprudente ¿no debía Calvino entonces mostrarse «el más sen­ sato», sosegar a su amigo y colaborador, allanar las divergen­ cias en los puntos de vista con amplio espíritu de conciliación? Desde luego, pero en el terreno doctrinal Calvino no toleraba la menor contradicción y la consecuencia del conflicto fue que Casteilion tuvo que marcharse; dimitió su cargo («voluntaria­ mente» decía el documento oficial) y abandonó Ginebra.. Castellion escogió vivir en la pobreza antes que someterse a una coacción religiosa. El sabio humanista hubo de mendigar de un lado para otro hasta que por fin pudo conseguir en Basilea una modesta colocación de profesor, corrector y traductor. Luego, un destino de lectorado en la universidad le aseguró por fin una existencia más holgada. 1541-1548 E l fanatism o calvinista • 317 OTRO FOCO DE INTOLERANCIA Sendas de amargura En Ginebra se exacerbaban cada vez más los odios contra Calvino, y su posición volvió a quedar seriamente amenazada. Además, le agobiaban los disgustos y preocupaciones de orden privado: la muerte de su esposa en 1549 y otros contratiempos penosos, entre ellos descubrir que su nuera y una cufiada suya eran culpables de adulterio y de libertinaje. Abrumado por tales noticias, Calvino tenía además que leer diariamente las cartas que le enviaban los amigos y parientes de correligionarios franceses que sucumbían en las persecucio­ nes; jóvenes y ancianos, hombres y mujeres eran encarcelados, conducidos a la hoguera o asesinados por el populacho, y mu­ chas de aquellas víctimas habían sido discípulos de Calvino, o recibido de él mensajes de aliento y de consuelo. Con todo, sostener el valor ajeno no era empresa fácil para un hombre minado por las enfermedades, los disgustos y los reveses; que, como Lutero, no olvidaba jamás la inmensa responsabilidad con­ traída al propagar su reforma, y al ver que uno tras otro le iban arrancando sus «hijos», como él llamaba a cuantos com­ partían su fe. En aquella época, Calvino escribía a un pastor parisiense: «| Ah, cómo preferiría yo morir con vosotros antea que sobreviviros y lloraros!» Los años 1552 y 1553 fueron los más desdichados de su vida. Calvino estaba rodeado de odio y desprecio. En su lecho de muerte, aún recojdaba cómo, en aquella época, soltaban con­ tra él los perros y durante la noche disparaban armas de fuego ante su puerta. Él mismo confesaba que, en el fondo de su co­ razón, era medroso y tímido, y se quejaba de que, siendo antes venerado por todos, los ginebrinos desconfiaron luego de cuan­ to él decía: «Si les afirmase que en el mediodía es cuando se ve más claro, inmediatamente pondrían mis palabras en duda». Miguel Servet, el inconformista En esta situación, prácticamente desesperada, sobrevino el proceso y ejecución del «herético» español Miguel Servet, a la vez médico y teólogo, cuyos estudios y trabajos acerca de la circulación sanguínea en los seres humanos le confirió lugar distinguido entre los adelantados de la anatomía. Sin duda al­ 1549-1553 318 ® R eform adores suizos guna, más conveniente le hubiera sido a Servet consagrarse únicamente a la medicina, para la que estaba tan maravillosa­ mente dotado, pero se sintió cada vez más atraído por la teo­ logía y pronto su espíritu crítico le puso en conflicto con la Iglesia católica. Ello hizo que los jefes del protestantismo lute­ rano y zuingliano observaran con simpatía su celo reformador, pero pronto cambiaron de opinión ante sus actitudes radicales: Servet negaba la Santísima Trinidad y el bautismo de los niños, y según él, el sacramento del bautismo no tenía valor alguno si el bautizado no podía aceptarlo con su inteligencia y vivirlo con su fe. Entonces, Zuinglio puso en guardia a sus fíeles contra «el español impío cuya doctrina falsa y nefasta intenta suprimir nuestra religión cristiana», y uno de los más íntimos amigos de Zuinglio declaró desde el pulpito que «el malhechor Servet merecía que le arrancaran las entrañas». En 1531, Servet, que apenas tenía veinte años, publicó en Hagenau, Alsacia, un libro titulado Sobre los errores en el dogma de la Trinidad, extraordinaria mescolanza de teología y de fantasía; entre otras cosas, predecía, basándose en el Apocalipsis y en un estilo saturado de imágenes, la ruina in­ minente de la Iglesia católica y de la Iglesia reformada. La obra suscitó un verdadero alboroto, y Lutero vio en él ein greulich bós Buch *. La obra de Servet fue acogida con idéntico horror en el campo católico, y la Inquisición española intentó atraer al he­ rético a su país natal, pero Servet procuró no caer en la trampa y prefirió dirigirse a Francia, donde confiaba encontrar nuevos campos de acción. Gfuería no solamente suprimir el dogma de la Trinidad, sino también hacer que retornaran sus contemporá­ neos a las prácticas de la Iglesia primitiva; es decir, una reforma mucho más radical que la de Lutero, Zuinglio y Calvino. Una «Inquisición calvinista» Diez años después aparece de nuevo aquel extraordinario español, bajo nombre supuesto, en calidad de médico particular del arzobispo de Vienne, cerca de Lyon. N o había abandonado sus especulaciones teológicas, pero consiguió la protección del arzobispo. Servet inició incluso una correspondencia con Calvi­ no por mediación de un librero de Lyon, pero aquellas relacio­ nes epistolares quedaron interrumpidas años después. Servet 1 oUn siniestro ® inicuo libro»;1 1531-1553 Miguel Servet (1511-1553) M uerte de M iguel S erv e í ® 319 no adoptaba desde luego el tono sumiso de un discípulo hacia su maestro: trataba a Calvino como a un hombre extraviado en el error, a quien el propio Servet, se consideraba obligado a guiar hacia la verdad. N o era ésta precisamente la conducta que debía observarse con un Calvino, siempre tan sensible a la contradicción, y así, trató a Servet de loco vanidoso; las «fantasías estúpidas» de aquel hombre sobrepasaban cuanto él podía soportar, y en una carta fechada en 1546 confió a un amigo: «Si viene aquí, no saldrá vivo de mis manos; tan cierto como lo estoy diciendo». Más tarde, Servet intercaló sus cartas dirigidas a Calvino, aunque retocadas en el libro que mayor resonancia alcanzó de todos los suyos: Christianismi restitutio (El renacimiento del Cristianismo), publicado sin nombre de autor en 1553. La obra constituye una nueva prueba de su inmensa erudición, pero también de su espíritu confuso e indisciplinado, y su título evidencia con toda claridad su oposición a la obra capital de Calvino, la lnstitutio Christianae Religionis. Uno de sus capítu­ los termina con una imprecación en que se adivina con facilidad un ataque personal: «|Quiera Dios aniquilar a todos los tira­ nos de la Iglesia!» Calvino intuyó inmediatamente quién era el autor de la Restitutio y le pareció entonces Servet tan peligroso para el porvenir de la Reforma que le hizo denunciar ante la Inquisición francesa. Servet fue encarcelado, pero consiguió escapar; no obstante, cometió la enorme imprudencia de ir secretamente a Ginebra, suponiendo que podría ponerse en con­ tacto con los adversarios de Calvino y probablemente buscar también los medios de derribar al «tirano» de su trono, ya muy inestable. Servet fue descubierto, detenido, encarcelado y con­ denado a ser quemado vivo, con aprobación de Calvino. Si algunas personalidades confiaban aún en salvarle la vida,, el propio Servet lo imposibilitó a causa de su altanería ante sus jueces y ante el mismo Calvino. Calvino se esfuerza en demostrar, en su correspondencia, que trató de atenuar la pena, pero que no pudo lograr que las autoridades seculares rectificaran su sentencia; de ser cierto, probaría que el reformador no era cruel de carácter. Por otra parte, no debe olvidarse que la pena de muerte por herejía era entonces sentencia común y corriente. 1 Miguel Servet (1511-1553) polemista, teólogo e investigador eminente, nació en Villanueva de Sigena (Huesca). En su tratado teológico Christianism i restitutio inter­ poló algunos comentarios sobre la circulación de la sangre. También fue autor de T rin ilatis Errorib us, D ialogorum de Trinitate, y otras. 1546-1553 320 • Reformadores suizos Las reacciones Imponderables El historiador Doumergue, especialista consagrado a toda investigación acerca de Calvino, sostiene que existía ciertamen­ te alguna vivencia humana en el carácter del reformador. Calvi­ no no cesaba de exhortar a sus ñeles a ser generosos con los pobres y bondadosos con los animales; él mismo obraba con este espíritu, manifestaba gran cordialidad hacia sus amigos íntimos y en su compañía sabía ser alegre y simpático. Si acae­ cía algún fallecimiento en su círculo privado, le afectaba tanto que se pasaba días enteros llorando, sensibilidad que aparece patente en sus cartas. En 1530, un predicador de Burdeos es­ cribía a Calvino: «Sé que estás alegre con quienes están con­ tentos, y que lloras con los que sufren». Con todo, Calvino era tan taciturno y reservado que jamás dejó traslucir las luchas que sostenía en lo más hondo de su alma, aunque algunas frases melancólicas de una carta, fechada en 1562, nos abren un res­ quicio en sus sentimientos: «De cuantos combates sostengo contra mis muchos y graves defectos, el peor es el que me veo obligado a mantener contra mi violencia de carácter. Hasta ahora, no he podido aún domar en mi pecho los animales sal­ vajes de la cólera». Calvino, como Lutero, jamás pudo vencer su violencia innata: en ambos casos se trataba probablemente de la consecuencia dimanante de un cuerpo enfermo y unos nervios torturados. De todos modos, los adversarios de Calvino hubieron de soportar muchas injurias y bastante ironía; si los estallidos de cólera constituían el arma natural de un Lutero, el sarcasmo y la burla estaban más en consonancia, con harta fre­ cuencia, con la naturaleza de Calvino. Una vez desahogado a gritos, Lutero olvidaba su cólera; ahora bien, acaso por ser más impersonal, el odium theologicum de Calvino no se desvanecía tan fácilmente. Si alguien esperaba presenciar cómo eí mundo protestante prorrumpía en gritos de horror ante la muerte de Servet, se equivocó por completo. Al contrario, dieron gracias a Dios por haber librado al mundo de aquel escarnecedor impío, y muchos teólogos evangélicos, entre ellos el apacible Melanchton, elo­ giaron a Calvino en términos calurosos por el servicio que había prestado a la Iglesia reformada. En contraste, un humanista italiano, el luterano Jacobus Acontius, que vivía desterrado en Inglaterra, terminaba allí su libro La estratagema de Satanás, obra que aportaba una con­ tribución interesante al advenimiento de la tolerancia religiosa. 1530-1S€2 La dictadura de Calvino • 321 LA REFORMA SE CONSOLIDA La «nueva Jerusalén» En Ginebra, tras la ejecución de Miguel Servet, les tocó el turno a sus partidarios, y quienes no consiguieron escapar fue­ ron torturados y decapitados. A pesar de la gota y de otros achaques, Calvino llevó a cabo un enorme trabajo de organización; hizo de Ginebra lo que él consideraba como el estado ideal. Todo el que contaba con cierta influencia social se convirtió en instrumento dócil del reformador: la magistratura, el Consistorio, las autoridades ju­ diciales y penales, la universidad, las librerías, los predicadores y los profesores. El reformador escocés John Knox, el más intransigente de los discípulos de Calvino, pasó algún tiempo en Ginebra en 1556, y pudo escribir a un amigo: «Desde la época de los apóstoles, puedo afirmar sin la menor duda que en ninguna otra ^parte se ha dado una enseñanza tan perfecta de la doctrinando Cristo. En ningún país he visto las costum­ bres y la fe \tap ^profundamente reformadas». Y otro-amigo de Calvino exclaníaba, extasiado: «¡Más vale ser el último en Gi­ nebra que el primero en otra población!» Todos los edificios públicos ginebrinos ostentaban, junto a las armas de la ciudad, el monograma de Cristo, IHS. La población adquirió tal repu­ tación de santidad que los protestantes franceses perseguidos la consideraban como su Jerusalén. Cuando por vez primera di­ visaban Ginebra en el horizonte, se arrodillaban llorando, como los cruzados y los peregrinos de la Edad Media ante las torres de la Ciudad Santa; luego saludaban a la urbe modelo ento­ nando salmos y cánticos piadosos. Desde aquella nueva Jerusalén, Calvino dirigía con su co­ rrespondencia y escritos su propia evangelización en otros paí­ ses: Francia, los Países Bajos, Inglaterra y Escocia. En la uni­ versidad de Ginebra, fundada por él mismo, se dedicaba a formar, en calidad de director de estudios bíblicos, predicadores para todo el mundo protestante. Una multitud de estudiantes, procedentes en especial de Francia, llegaban a Ginebra, rebo­ santes de ardor evangélico y allí eran purificados por un «fuego sagrado» del trabajo, oraciones y severa disciplina. Cuando esta­ ban suficientemente preparados regresaban a su patria para pro­ pagar allí la nueva fe. «Enviadnos más materia prima ■ —escribía Calvino a la comunidad protestante de La Rochela, uno de los 1556-15663 322 • Reformadores suizos más poderosos baluartes del calvinismo— y haremos de ella flechas que os devolveremos bien dispuestas». Calvino convirtió de este modo a la pequeña república, reclinada a orillas del lago Lemán, en el arsenal de toda la Europa occidental protestante. Muerte de Calvino El reformador se había impuesto una tarea sobrehumana, y por ello, a los cincuenta años de edad, era ya un hombre física­ mente acabado. N o obstante, su energía y su capacidad intelec­ tual seguían siendo admirables; cuando estaba demasiado débil para subir al púlpito, mandaba que lo llevaran allí, y si no podía ir al Ayuntamiento, el consistorio se reunía en su casa. Nunca se quejaba, ni siquiera en los más graves padecimientos, y se limitaba a levantar los ojos al cielo suspirando; «¿Cuánto tiem­ po todavía, Señor?» Incluso cuando la fiebre le obligaba a guar­ dar cama, dictaba a sus secretarios numerosas cartas y sermo­ nes. En una epístola de despedida a su mejor amigo, describe así su estado: «Estoy ahora en el último extremo de mis fuer­ zas, y espero que de un momento a otro mi alma abandone mi cuerpo. Sólo una cosa me importa: he vivido y muero por Cristo, que en la muerte y en la vida es el Protector de sus hijos». Cuando Calvino sintió llegada su última hora, llamó a su cabecera a todos los pastores de la ciudad y le» exhortó a pro­ seguir la lucha contra los poderes de las tinieblas, y los miem­ bros del concejo fueron igualmente a despedirse de él. Les dio las gracias por su paciencia ante sus accesos de cólera y les rogó que le perdonaran. Juan Calvino murió en 1564, a los cincuenta y cinco años de edad. Las enfermedades le habían agotado y enflaquecido tanto que, como dijo uno de sus íntimos, «muerto, tenía el mismo rostro que en vida». Únicamente se había extinguido el fuego de su mirada. Murió persuadido de que la obra de su vida des­ cansaba ya sobre sólidos cimientos y que ninguna tempestad podría derribarla. Su voluntad seguiría siendo ley en Ginebra y aquella nueva «ciudad de Dios» un refugio seguro para los pro­ testantes franceses perseguidos, que continuaron acudiendo allí. Calvino fue sepultado en el cementerio municipal, al día siguiente de su fallecimiento y, según su deseo, los funerales fueron extremadamente sencillos; ni siquieran colocaron lápida sobre su sepultura, que muy pronto quedó en el olvido. Pero Calvino se erigió un monumento imperecedero al imprimir su huella en la vida religiosa de Ginebra en primer lugar, en los 1564 «Indice» de libros prohibidos (1559-1564) Expansión del calvinismo ® 323 cantones de la Suiza protestante después, y más tarde en la evo­ lución del protestantismo en Escocia, Francia y los Países Bajos. La inteligencia de Calvino, sus dotes de organizador, su ener­ gía y su combatividad permitieron al protestantismo superar su período crítico. Con el tiempo, el calvinismo se ha convertido en el factor más importante del protestantismo, y constituye hoy el fundamento de la vida religiosa de una gran parte de los Estados Unidos, así como de la mayoría de las «iglesias libres» que coexisten, especialmente en Escandinavia, con la Iglesia lu­ terana del Estado. En nuestros días, el calvinismo cuenta con doble número de adeptos que el luteranismo. El calvinismo y la economía capitalista ¿Es una casualidad que el capitalismo moderno se haya desarrollado con mayor vigor en los países que pasaron a la Reforma? Varios historiadores de la economía se han plan­ teado la cuestión, en especial Max Weber, Werner Sombart, Ernst Troeltsch y William Ashley, autores que no han dudado en establecer la ecuación: puritanismo-capitalismo. Deducción un tanto simplista, ya que, aparte de las ideas económicas de Juan Calvino, quedan otra causas que pueden explicar la for­ mación del espíritu de empresa en las Provincias Unidas, Es­ cocia, Inglaterra y las colonias inglesas de América del Norte: causas puramente materiales, geográficas, técnicas, etc. Pero es innegable que Juan Calvino declaró su oposición al argumento de los escolásticos ■ —confirmado aún por el Concilio de Letrán de 1515— de que «el dinero no engendra dinero». En su sermón sobre el Deuteronomio, escribió Calvino: «Dios no ha prohibido toda ganancia, ni que un ser humano obtenga provechos.' De ser así ¿qué ocurriría? Deberíamos abandonar toda clase de comercio: no sería lícito traficar de ningún modo los unos con, los otros. A veces sería conveniente que los pre­ dicadores fueran mercaderes y que hubiesen manejado sus intereses en el tráfico del mundo, para poder responder a cuan­ tos solicitan consejo de todo esto en particular... Muchos hay que adquirirían agudezas y astucias que no conocen quienes no manejan tal ocupación y oficio. He aquí alguien que me ha arrebatado mi comercio, del que debo vivir: pues cuando venda hoy, vuelvo a comprar para vender mañana, y me quitan mi medio de vida impidiéndome mantener la marcha de mi tienda». Como Lutero, aunque con más lógica que él, Calvino tra­ taba de sustituir el ascetismo medieval de la existencia contem­ S. XVI 324 @ Reformadores suizos plativa por un ascetismo del siglo, según la predestinación de cada cual: «que cada uno se aplique a darle valor a aquello para lo que ha sido llamado». ¿Por qué despreciar el dinero que Dios ha creado «a fin de que los hombres puedan comunicarse unos con otros»? Así, los ricos son «oficiales de Dios, recau­ dadores de Dios», con tal que consideren el fruto de su trabajo como un «justo salario», Calvino, Lutero y Zuinglio, tríptico de la Reforma ' En Suiza, los seguidores de Zuinglio adoptaron el calvi­ nismo de una manera pacífica. Por su parte, Calvino colocaba a Lutero muy por encima en méritos a Zuinglio, y acerca del punto esencial, que era el dogma de la transustanciación eucarística, se hallaba casi por entero de acuerdo con la opinión luterana. Sólo ha llegado a la posteridad una carta de Calvino a Lutero, y en ella expresa Calvino una respetuosa admiración por el iniciador reformista. En modo alguno trataba de ocultar los defectos de Lutero, pero nunca dejó de defenderle. ¿Qué importaban sus errores comparados con tales cualidades? Unos años antes de la muerte del reformador alemán, Calvino escribía a uno de sus amigos: «Si Lutero me injuriara llamándome demo­ nio, yo seguiría honrándole y considerándole un servidor de Dios como no hay otro; aunque con sus brillantes cualidades demuestre igualmente graves defectos». Calvino y Melanchton se apreciaban también en extremo, eran amigos íntimos y soste­ nían continua correspondencia, sin que ello signifique que fueran siempre de la misma opinión. En relación con Zuinglio, Calvino ponía siempre de relieve su independencia espiritual, al igual que Zuinglio con respecto a Lutero. Ahora bien, sin la obra zuingliana, el calvinismo no hubiera logrado tan fácilmente los contactos indispensables, ni desarrollarse con tanta rapidez si Zuinglio no hubiese actuado como un precursor. LA IMPRENTA Y LAS NUEVAS IDEAS La imprenta esa Oriente Partiendo de la elaboración del fieltro, inventado por los chinos en los alrededores del año 105, tuvieron éstos la idea de despedazar y convertir restos de tejido en pasta y, colocada ésta en un molde, la secaban y la convertían en papel. El secreto S. XVI Antecedentes de la imprenta ® 325 'de la fabricación del papel se mantuvo durante unos cinco o seis siglos, pero pronto fue conocido en Asia, y, por media­ ción de los árabes, llegó a España, donde se estableció la pri­ mera fábrica de papel europea, en Játiva (Valencia), y en 1190 funcionaba en la actual comarca de Herault el primer «mo­ lino de papel» francés. Más ligero, más manejable y menos caro que el pergamino, el papel debía forzosamente imponerse, y otro invento aseguró su rápida difusión, la imprenta. Antes de la imprenta existía la xilografía también invento de los chinos. Grababan el asunto, texto o dibujo, en una tabla perfectamente plana, la embadurnaban luego de tinta y final­ mente la aplicaban sobre una hoja de papel. La xilografía fuá introducida en Europa por los turcos; sirvió en especial para la difusión de imágenes devotas, naipes y estampas, y su técnica se fundamenta aún en el grabado en madera. La tipografía señaló un progreso importante sobre la xilo­ grafía, puesto que permitió formar un texto alineando y colo­ cando adecuadamente letras separadas o caracteres móviles; dícese que los inventó, hacia el siglo xi, un herrero chino que fabricaba sus caracteres con arcilla y goma líquida que endu­ recía al fuego. Pero fue en Corea donde la técnica de la tipo­ grafía adquirió un desarrollo excepcional a partir del siglo xirr. «Para gobernar —declara un decreto de Htai-tjong, rey de Corea, promulgado en 1403—, hay que propagar el conocimiento de las leyes y de los libros de modo que llenen la razón y enderecen el corazón de los hombres, y así se conseguirá orden y paz. N uestro país está si­ tuado a Oriente, más allá del mar, y por ello los libros de China son raros. Las planchas grabadas se gastan con facilidad, y además es difícil grabar todos los libros del universo. Q uiero que se fabriquen caracteres en cobre que sirvan para la impresión y se incremente de este modo la difusión de los libros, lo que será una ventaja sin límites. E n cuanto a los gastos de este trabajo, no conviene que recaigan so­ bre el pueblo, sino que incumbirán al tesoro de palacio.» Guttenberg, el genio creador Veinte años después de este decreto, cuya existencia igno­ raba totalmente, Laurent Coster, sacristán de Harlem, talló en manera caracteres móviles e imprimió varios libros escolares. Los caracteres de madera no siempre resistían a la prensa; a veces se hendían, o se estropeaban por los bordes. Pronto fueron sustituidos por letras de metal, y Johann Guttenberg, de 1 'Del griego xylo n (madera) y grapheirt (escribir). s. xn-xv 326 • Reformadores suizos lyfaguncia, consiguió una aleación de antimonio y de plomo particularmente resistente. Imprimir un libro es una labor exigente y un trabajo de precisión; las letras deben ser claras y alinearse en renglones impecablemente rectos con espacios siempre iguales; de otro modo, la lectura fatiga la vista. El mayor mérito de Guttenberg fue haber conseguido un molde utilizable en la práctica: de una penosa labor artesana, el vaciado de los caracteres se trans­ formó en un trabajo mecánico e industrial, y de este modo hizo Guttenberg viable el invento y lo convirtió en uno de los porta­ estandartes de la civilización. Johann Guttenberg nació en Maguncia hacia 1400, de una familia burguesa y distinguida. Poco sabemos de su vida, y, como ocurre con la mayoría de los inventores, su existencia fue sumamente difícil para que otros recogieran el fruto de su trabajo. Guttenberg pertenecía a una familia de orfebres que acuñaban sellos y monedas y, según parece, el joven se educó en el seno de esta artesanía; luego, en Estrasburgo, inició sus tanteos y ensayos del invento, a juzgar por ciertos protocolos que se han conservado. Seguramente Guttenberg vivió unos diez años en Estrasburgo, pero se ignora si las experiencias que verificó en esta ciudad dieron algún resultado práctico; lo cierto es que Guttenberg regresó a Maguncia entre 1440 y 1450. La obra más antigua que le atribuyen los expertos es un libro de predicciones, impreso, según se cree, en la propia Maguncia en 1445, y el fragmento que ha podido conservarse describe el destino de los justos y de los impíos el día del Juicio Final. Para proporcionarse el capital necesario, Guttenberg se asoció en 1450 con un rico negociante, Johann Fust, y pudo así realizarse la obra más célebre de su imprenta, una Biblia en latín, terminada en 1456, espléndido modelo artístico del que han logrado conservarse unos cuarenta ejemplares, que alcanzan en la acualidad precios fabulosos 1. Expansión de la imprenta Guttenberg hubo de pleitear contra Fust, pero perdió y viose obligado a ceder la imprenta a su adversario; éste se asoció entonces con un tal Schoeffer, antiguo colaborador 1 Los libros impresos en el siglo XV son muy apreciados hoy cunables» (del latín, «cunabula»; cuna) porque fueron realizados se hallaba aún en su primera fase. Se ha discutido mucho acerca fechas de impresión de los incunables existentes, por ser estos omitidos en los libros de aquella época. 1440-1456 y son llamados «in­ cuando la imprenta de los lugares y las datos generalmente Guttenberg (¿1400-1468) La imprenta conquista el mundo ® 327 de Guttenberg, que con el tiempo había llegado a ser yerno de Fust, y así se aprovecharon ambos del genio del gran inventor. Por su parte, Schoeffer aportó algunas mejoras a la composición de la tinta y a los caracteres, que hizo netos y duraderos, y bajo su dirección la empresa publicó, entre otros volúmenes, un Salterio y una Biblia que se consideran de los más hermosos libros publicados en el mundo. Al morir Fust, Schoeffer siguió dirigiendo la imprenta hasta el fin de sus días. Según parece, Guttenberg creó luego una nueva imprenta para él solo, pero se sabe poco de su vida en esta época; única­ mente, que vivió algún tiempo en la corte del arzobispo de Maguncia y que murió en 1467 ó 1468; Pero entretanto, «los veinticuatro soldaditos de plomo de Guttenberg» partieron de Maguncia a la conquista del mundo. Hacia 1470, ya existían imprentas en unas veinte ciudades alemanas; el invento se pro­ pagó entonces a los demás países, y, a finales de siglo, aparece implantado en casi toda Europa. Se estima en unos 25 000 el número de libros impresos en esta época; como cada edición comprendiera 500 ejemplares como promedio, la imprenta produjo unos doce millones y medio de ejemplares en su pri­ mera edad. N o obstante, los «auténticos» bibliófilos tradicionalistas, como Federico de Urbino, los desdeñaban y se hubie­ ran avergonzado de admitir un libro impreso en su biblioteca. Como era de esperar, los libros impresos llegaron a ser mucho más baratos que los manuscritos, y gradualmente su precio bajó a tal punto que pudieron imprimirse ediciones popu­ lares. Las ideas no quedaron ya sepultadas en bibliotecas integradas por manuscritos raros y costosos, sino que circula­ ron por miles de ejemplares. Los cristianos no se limitaron a conocer, la Biblia mediante los sermones de su párroco o con­ templando las vidrieras de su iglesia, sino que podían leerla en su texto íntegro; y quienes sentían la vocación de cambiar la faz espiritual del mundo sabían qué instrumento debían uti­ lizar para propagar sus doctrinas. P rim er libro impreso (1445) 1456-1468 E N T R E ! IL IÜ T IS » A W « S Y T IJ» C § S LOS PROBLEMAS DE ALEMANIA Carlos V, emperador de Oriente En otoño de 1528, antes de firmarse la paz de Cambrai, Carlos V pronunció un discurso en Madrid, en presencia de su Consejo de Estado .—importante para poder seguir la evolución de su pensamiento político—■, en el que proclamaba su resolu­ ción inquebrantable de dirigirse a Italia para hacerse coronar por el papa. Sus consejeros le formularon diversas objeciones a dicho proyecto; entre otras, recordándole que el papa y el pueblo italiano en masa odiaban al emperador que permitió el atroz saqueo de Roma. Carlos concedió poca atención a todas aquellas advertencias, pues sabía que el papa sentía aún mayor malquerencia por el rey de Francia, quien se había permitido en diversas ocasiones manifestar sus dudas acerca de la inteli­ gencia de Su Santidad. Carlos necesitaba realizar aquel viaje a Italia por tres razo­ nes. En primer lugar, deseaba ponerse de acuerdo sobre la celebración ,de un concilio que extirpase definitivamente la here­ jía; manifestaba el emperador que resultaba ya insoportable que la secta de Lutero aún no hubiera sido aniquilada y se pro­ ponía que la Historia le recordase como destructor de movi­ mientos heréticos y restaurador de la unidad de la Iglesia. En segundo lugar, quería asegurar la paz en Italia, donde las recien­ tes guerras infligieran tan terribles sufrimientos a la población. Finalmente, quería ponerse en contacto personal con algunos príncipes italianos, vasallos suyos, ya que .—según decía—■ al igual que los sacerdotes deben cuidar de sus comunidades como buenos pastores, eg deber de los soberanos velar por el bienes­ tar de sus vasallos. 1528 330 • Entre luteranos y turcos Todo ello demuestra que Carlos estaba ya dispuesto a de­ sempeñar su papel de emperador de Occidente, ser el árbitro de los pueblos, poner fin a sus discordias y aplastar los movi­ mientos heréticos que amenazasen destruir a la cristiandad. Luego anhelaba, al frente de una Europa unida bajo su cetro, arremeter contra los turcos, que se acercaban peligrosamente a Viena en aquella época. Carlos partió hacia Italia en verano de 1529, por mar, y en agosto del mismo año su escuadra anclaba en el puerto de Génova; desde allí se dirigió a Bolonia, donde sería coronado por el papa. La ceremonia se celebró en febrero de 1530, con pompa inusitada, y el emperador hizo publicar detallados informes de aquellos festejos ordenando que se distribuyeran por toda Europa. Luego se encaminó hacia el norte, proponiéndose acabar con los herejes alemanes. La «guerra de ios campesinos» Carlos había estado ausente de Alemania casi diez años, y durante aquella época el país hubo de hacer frente a graves dificultades, sobre todo en el terreno social. La lucha entre hu­ manismo y escolástica en primer lugar y las declaraciones hosti­ les contra Roma después, habían provocado un clima de insegu­ ridad general que, al evolucionar de lo religioso a lo social, dio rienda suelta a las amenazas de la revolución. La vieja sociedad alemana se desmoronaba; la nobleza se hallaba en franca deca­ dencia y los caballeros-bandidos hacían estragos por doquier, continuamente en guerra contra los príncipes alemanes y contra los burgueses. Por otra parte, príncipes y burgueses se opo­ nían con frecuencia tan violentamente entre sí como ante su ene­ migo común. Entre los aldeanos el malestar era también muy profundo, y el absceso estalló al fin en la llamada «guerra de los campesi­ nos». En 1524, los aldeanos, desesperados por la insoportable opresión económica y excitados por las prédicas de fanáticos religiosos, se rebelaron en el sur y en el oeste de Alemania, y a los pocos meses el motín se habla propagado por todos los territorios situados entre los Alpes y el Harz. Los sublevados exigían la instauración de una clase campesina libre, con idén­ ticas facultades que la nobleza y el clero en la defensa de sus derechos. Al año siguiente, los campesinos plantearon sus rei­ vindicaciones concretas en un documento denominado los Doce Artículos: exigían, entre otros derechos, el de escoger por sí mismos sus sacerdotes y predicadores, cuya obligación sería 1524-1530 Guerra de los campesinos (1524-1525) C aos en Alemania • 331 enseñar con toda claridad el Evangelio, y además, la abolición de la servidumbre y la reducción de los arriendos. La rebelión campesina devastaba el país como una tromba. Eran asaltados los castillos y monasterios y se saqueaban las iglesias y los palacios, provocando escenas horribles. Con fre­ cuencia, los campesinos eran dirigidos por caballeros y gentileshombres que se unían a ellos movidos por muy diversas razo­ nes; algunos eran nobles venidos a menos, atraídos por la aventura y las posibilidades de botín; mientras que otros obe­ decían a móviles más elevados. Éste parece fue el caso de Florián Geyer, gentilhombre rico y experimentado, antiguo titular de altos cargos y que de súbito se había apartado de su clase social para unirse a los campesinos, sembrando desde entonces el terror al frente de su «banda negra». Según parece, Geyer se decidió a aquella brusca mudanza por estar sincera­ mente convencido de que el movimiento revolucionario tenía el derecho de su parte, por juzgar que la nobleza no podía ni quería mejorar la pésima situación reinante. Por ello escogió aquella manera de aportar su contribución personal a una re­ forma social. Otro gentilhombre que se adhirió a la rebelión fue Goetz de Berlichingen, clásico tipo de aventurero, que nunca dejó de participar en las guerras entre príncipes y ciudades, en las que perdió la mano derecha, sustituyéndola luego por otra de hierro tan hábilmente fabricada que aún podía manejar su espada. Goethe lo rememoró en un drama célebre, personificándolo como un defensor de la libertad y un perfecto idealista; pero el per­ sonaje histórico ofrece muy pocos rasgos comunes con el héroe literario. El comunismo de Munzer El fanático religioso Thomas Munzer desempeñó papel bas­ tante más importante que Florián Geyer y Goetz de Berli­ chingen. Se hallaba obsesionado por una superstición muy frecuente en la Edad Media, el inminente advenimiento del Reino de los Mil Años. Munzer se creía llamado por Dios para echar los cimientos de aquel reino milenario y se proponía congregar a los «elegidos» para la lucha final contra los «sin Dios», y como los príncipes se negaran a escucharle, se convir­ tió en agitador político, intentando explotar el movimiento campesino para conseguir sus fines. Predicaba el restableci­ miento de un orden social basado en la comunidad de bienes, y 1524-1525 332 • Entre luteranos y turcos el ardor que ponía al proclamar su doctrina producía extraor­ dinaria sugestión en sus fíeles. Durante cierto tiempo fue, de hecho, dictador en la ciudad de Mühlhausen, en Turingia, que ' bajo su dirección se convirtió en centro vital de todo el movi­ miento revolucionario. r ’' 1’ Los rebeldes, cuyas reivinhabía depositado todas sus esperanzas en Lutero, puesto que su doctrina de. «la libertad del cristiano» constituía uno de los puntos esenciales de su predicación. Al principio, el reformador había manifestado mucha comprensión por la causa de los campesinos, e inclu­ so aprobó los Doce Artículos, exhortando a los príncipes a mostrarse conciliadores con ellos, pero cuando los rebeldes empezaron a derramar sangre y, sobre todo, cuando Thomas Munzer se convirtió en uno de los principales promotores de la rebelión, Lutero reaccionó con la pasión y violencia que le ca­ racterizaban. En un escrito titulado Contra los campesinos saqueadores y asesinos excitó a los príncipes para que actuaran con toda energía contra los rebeldes y que los mataran como a perros rabiosos, porque pisoteaban la ley de Dios. Los prín­ cipes se hallaban sobradamente dispuestos a cumplir su deseo; arrollaron las tropas campesinas el primero de mayo de 1525, cerca de Frankenhausen, en Turingia, y luego tomaron repre­ salias con una crueldad que nada tenía que envidiar a la que los campesinos mostraron anteriormente. Ante tantas atroci­ dades, Lutero rogó a los príncipes que se mostraran clementes y olvidaran lo pasado, pero era predicar en desierto porque los «vencedores» estaban ebrios de venganza. Thomas Munzer y Florián Geyer fueron ejecutados, y existen datos que afirman que unos cien mil campesinos pagaran la rebelión con su vida. En todo caso, los supervivientes quedaron en situación más desgraciada aún que antes de la rebelión. El hecho de apoyar últimamente a los campesinos no favo­ reció mucho a Lutero. Los sublevados le habían considerado como uno .de los suyos, pues era originario de familia campesi­ na y durante ocho años fue muy popular, pejfo luego el pueblo consideraba que lo había traicionado, y Lutero se concitó el odio general. Los protestantes.' «protestan»... El desorden/ el peligro y la angustia en que quedó sumido el imperio dieron, sin embargo, resultados tangibles en el as- 1524-1525 Intentos conciliatorios de Carlos V • 333 pecto político y religioso. Se celebraron dos Dietas importan­ tes en Spira, la primera en 1526, la segunda en 1529; en la primera se decidió que, hasta la celebración de un próximo concilio, los estados del imperio podrían adoptar con indepen­ dencia su posición en la controversia religiosa existente, ha­ ciéndose responsables ante Dios, el emperador y la nación, resolución que no afectaba inmediatamente a los luteranos. La segunda Dieta de Spira constituyó un rudo golpe para la Refoíma, pues quedó abolida la resolución de 1526 y se prohibió la divulgación de la nueva doctrina. Los príncipes luteranos y los representantes de las ciudades luteranas protestaron solemne­ mente contra la nueva resolución, y fue precisamente esta pro­ testa lo que motivó que a los adeptos de la Reforma se les llamara «protestantes», con carácter definitivo. Tal era la situación en junio de 1530 cuando el emperador Carlos efectuó su entrada solemne en Augsbürgo para presidir la Dieta convocada en aquella ciudad. Se hallaba decidido a mostrarse lo más conciliador posible hacia los luteranos, y avan­ zar un paso ofreciéndoles una oportunidad. Católico conven­ cido, se había impuesto la tarea de restablecer la unidad de la Iglesia, tratando de conseguirlo mediante un compromiso. «No entra en mis intenciones comportarme como un déspota», había dicho a uno de sus consejeros. Aun suponiendo que su proyecto no fuera viable, confiaba en poder aportar sosiego y tranqui­ lidad a los estados luteranos a fin de que los puntos de fricción pudieran ser eliminados con la celebración de un concilio; esta conducta de Carlos infundió respeto a toda la Dieta. Lutero le elogió en diversas ocasiones por su benevolencia y espíritu de conciliación. Un día dijo, en son de chanza: «El emperador es un hombre piadoso y apacible; habla él menos en un año que yo en un solo día». Lutero no podía participar personalmente en las tareas de la Dieta por seguir desterrado del imperio, y Melanchton le sus­ tituía al frente de los representantes protestantes. Cumplió su misión con la tolerancia de un Erasmo, tratando de resolver lo mejor posible las cuestiones litigiosas, y expresó claramente sus opiniones en la célebre Confesión de Áugsburgo, insis­ tiendo en determinadas ideas fundamentales, que podían ser aceptadas sin dificultad por todos los participantes. El 25 de junio, los estados reunidos dieron audiencia a aquella profesión de fe. Lutero había aceptado la Confesión, exhortando al propio tiempo a sus fieles a no ceder demasiado terreno, y a «con­ ducirse como hombres». «Confesión de Augsburgo» (1530) 1526-1530 334 • Entre luteranos y turcos. Los teólogos católicos se esforzaron en refutar las declara­ ciones protestantes, aunque Carlos V no les permitía excesiva libertad e intervenía de continuo para atenuar sus diatribas. Por desgracia, pese a los esfuerzos del emperador para calmar la intransigencia de sus teólogos, fue imposible llegar a un acuerdo. Las negociaciones entraron en punto muerto y el em­ perador hubo de renunciar a sus tentativas de hacer reinar la unidad de los cristianos. En su discurso de clausura de la Dieta anunció que daba de plazo a los protestantes hasta el 15 de abril de 1531 para reintegrarse al seno de la Iglesia, pero en diciembre de 1530, los estados protestantes se reunieron en la llamada Liga de Smalkaldal, que se proponía defender por la fuerza de las armas la doctrina luterana contra el em­ perador. Las andanzas de Felipe de Hesse El elemento clave de la nueva alianza protestante era el landgrave Felipe de Hesse, cuya energía, entusiasmo y clarivi­ dencia determinarían en gran parte la historia política de la Reforma durante los años sucesivos. Su objetivo era abatir el poder del emperador y el del papa en Alemania y consolidar los resultados ya logrados por la Reforma, a fin de imposibilitar cualquier tipo de restauración católica; a tal efecto, Felipe* intentó fusionar los movimientos reformados luterano y zuingliano en uno solo, realizando de este modo el frente único de las fuerzas evangélicas. La disputa de Marburgo había decepcionado cruelmente a Felipe, demostrándole que en lo sucesivo se precisarían otros métodos para consolidar el triunfo de la causa protestante. Clausurada la Dieta de Augsburgo e iniciada la actuación de la Liga de Smalkalda, decidió movilizar sus tropas lo más rápida­ mente posible para solucionar por las armas el conflicto con el emperador. Lutero se manifestó contrario al proyecto, pero acabó cediendo. «Si hay que llegar a la guerra, ]que así sea! Bastante tiempo hemos laborado y rezado «-exclamó, y añadió, suspirando—•: Desde luego, soy demasiado tonto para entender nada en asuntos de política.» Con todo, la guerra no estallaría aún, porque los turcos se preparaban a lanzar una nueva ofensiva contra los países danu­ bianos y, frente al terrible peligro común, el emperador y sus 1 As! llamada porque fue en Smalkalda, junto a los bosques de ITuringia, dondo los protestantes acordaron, con el apoyo de Francia, su alianza contra Carlos V. 1530-1531 Liga de Smalkalda (1530-1531) N ueva ofensiva francesa • 335 adversarios protestantes juzgaron preferible olvidar sus dispu­ tas por el momento. En la Dieta de Nuremberg, en 1532, los estados alemanes votaron un importante subsidio para la guerra defensiva del emperador contra los turcos, y Carlos V, por su parte, aceptó dejar tranquilos a los protestantes hasta que hubiera posibilidad de convocar un concilio. Al cabo de poco tiempo de este acuerdo transitorio, se diri­ gía el landgrave Felipe de Hesse a Bar-le-Duc para entre­ vistarse con Francisco I de Francia. A cambio de algunos territorios y ciudades en el oeste de Alemania, entre otras la importante plaza fuerte de Belfort, Felipe percibió los subsidios necesarios para equipar un ejército con el cual intentaría apo­ derarse del Wurtemberg, que había caído en poder de Car­ los V. Poco después, en 1536, éste se informaba de que Fran­ cisco I se aprestaba a hacerle la guerra. LUCHAS INTERNAS Y EXTERNAS Tercera guerra entre Carlos Y y Francisco I Al emperador no le interesaba una nueva guerra con Fran­ cia, sino al contrario, deseaba concertar un acuerdo duradero con Francisco I. Desde que, en 1532, firmó la paz religiosa de Nuremberg, el emperador pudo cosechar importantes éxitos; así, con su expedición a Túnez, había infligido una grave derrota al déspota> de aquella ciudad, el pirata turco Barbarroja, terror del Mediterráneo. Carlos V, ante las intenciones belicosas de Francisco, reac­ cionó de manera característica: partió hacia Roma para per­ suadir al papa de que la Santa Sede y el imperio debían luchar juntos y salvar a la cristiandad de la desunión y del cisma. En Roma, a Clemente VII, fallecido en el año 1534, había sucedido Paulo III, quien recibió al emperador con gran pompa a su llegada, coincidente con las fiestas de Pascua. En realidad, Carlos V no tuvo motivos de alegrarse demasiado con las pro­ longadas conversaciones que sucedieron a aquella espectacular entrada en materia. Diplomático de primer orden, el papa des­ confiaba en especial de toda promesa embarazosa, y Carlos abandonó Roma convencido de que, en lo sucesivo e igual que antes, habría de luchar en cuatro frentes: contra Fran­ cisco I, contra los protestantes, contra el papa y contra los turcos. Carlos V era un genio solitario, del que dice un historiaDieta de Nuremberg (1532) 1532-1534 336 ® Entre luteranos y turcos dor alemán que «sublevó contra él a todos sus contemporáneos por pretender resucitar el anticuado principio imperial». La guerra contra Francia duró dos años, lapso de tiempo que bastó para convencer a ambos antagonistas de que a nin­ guno le reportaba utilidad el proseguir las hostilidades; el papa ofreció su mediación, y en 1538 se firmaba en Niza un armis­ ticio de diez años, sin cesión alguna de territorios por ninguna de ambas partes, manteniéndose íntegramente el «statu quo» anterior a la guerra. El espejismo ele un concilio Desde muchos años atrás, el más caro anhelo de Carlos V era la reunión de un concilio que zanjara definitivamente la cuestión religiosa, pero no era cuestión de poca monta llegar a la realización de aquel proyecto, ya que el papa demostraba escaso entusiasmo ante el temor de que su poderío quedase minado por dicha asamblea, y por otra parte, los protestantes de Alemania se negaban categóricamente a participar en un concilio presidido por Paulo III. Oposiciones tan diversas obligarían al emperador a dar mayores muestras de energía y a desempeñar el papel principal en todas las escenas políticas entre 1540 y 1550. Su prólogo fue la Dieta de Ratisbona de 1541, donde los teólogos pontifi­ cios, imperiales y protestantes se reunieron para debatir una vez más los trascendentales problemas religiosos y políticos del momento. Las partes en conflicto cedieron terreno en algunos puntos y pareció jurante algún tiempo que podía abrigarse la esperanza de que se concretara en forma tangible aquel compromiso que tan ardientemente ansiaba el emperador. Por desgracia, pronto recobró sus fueros la intolerancia, y Car­ los V hubo de comprobar nuevamente que todo acuerdo era imposible; no le quedaba entonces otra solución sino actuar contra los protestantes por la violencia armada. Carlos V preparó la guerra de religión, ya inminente, diri­ miendo sus diferencias con dos de sus enemigos, Felipe, el alemán, y Francisco I, el francés. En primer lugar, con Felipe de Hesse, el landgrave, por haber transgredido las leyes del imperio con su segundo matrimonio, ofrecía un punto vulnera­ ble, y el emperador se percataba del valor de aquella baza que tenía en su mano. Inició negociaciones con Felipe y le ofre­ ció su protección y el mando de su ejército a condición de que abandonara toda relación con Francia e Inglaterra, y 1536-1541 D ieta d e Ratisbona (1541) 338 ® Entre luteranos y turcos sirviese en lo sucesivo al poder imperial con toda lealtad. Felipe aceptó y firmó en Ratisbona un acuerdo en este sentido, que­ dando sujeto y Carlos triunfante: el jefe de la Liga de Smal­ kalda, su más temido adversario político en Alemania, estaba al fin de su parte. La campaña «le MiiMberg Luego le correspondió el turno a Francia. En 1542, Car­ los V se vio obligado a hacer nuevamente la guerra contra Francisco í, por cuarta y última vez, contienda que terminó en 1544 por la paz de Crespy, que tampoco cambió en nada la situación territorial. Si bien esta vez la posición de Carlos fue lo bastante sólida para imponer a Francisco I la impor­ tantísima promesa de no prestar más ayuda a la Liga de Smal­ kalda, con lo cual quedaba seguro de poder terminar con los protestantes de Alemania sin temor a ingerencias exteriores. Así, en 1547, pudo entrar en campaña, al frente de su ejército, y dirigirse a la pequeña ciudad de Mühlberg, en Sajonia. La Alemania meridional se había sometido al emperador el año anterior, y las tropas de la Liga se habían retirado a Sajonia, a las órdenes del príncipe elector Juan Federico de Sajoniá, aliado de Felipe de Hesse durante muchos años. El emperador derrotó a Juan Federico en Mühlberg, le capturó, le despojó de su dignidad de príncipe elector y le hizo encarcelar; en cuanto a Felipe de Hesse, que de nuevo estaba luchando con los enemigos de Carlos, corrió la misma suerte. El papel político de la Liga de Smalkalda había terminado, y Carlos V no ocultó su alegría, considerando la jornada de Mühlberg como una de las más felices de su vida. Las consecuencias del triunfo del emperador no fueron de larga duración. Había conseguido desintegrar la Liga de Smal­ kalda, y al pretender convertirse en cierto modo en el dictador de Alemania, los príncipes se coaligaron contra él; rebosantes de amargura ante el destino reservado a Juan Federico de Sajonia y a Felipe de Hesse, los príncipes constituyeron una oposición muy potente y, al frente de ella, Mauricio de Sajonia desem­ peñaría el principal papel en la vida política de Alemania. Traición de Mauricio de Sajonia Mauricio había nacido en 1521; sobrino-nieto de Juan Fe­ derico y yerno de Felipe de Hesse, desde siempre estuvo 1542-1547 Batalla de M'úlhberg (1547) L a p a z de A ugsbucgo 9 339 compenetrado con la Liga de Smalkalda hasta 1546, año en que se pasó de súbito al bando de Carlos V, ante la promesa de suceder a Juan Federico, El emperador cumplió su palabra después de la batalla de Mühlberg, pero Mauricio era dema­ siado ambicioso para contentarse largo tiempo con tan secunda- El príncipe elector de Sajonia, Juan Federico, se despide de Carlos V después de la batalla de M ühlberg, en Sajonia, y en la cual el principe elector fue hecho prisionero. Este fragmento de un grabado en madera de la época muestra al emperador, instalado en una silla transportada por dos muías, y, más al fondo, el carruaje que habrá de llevarse bien custodiado al prín­ cipe elector. 1547 340 • Entre luteranos y turcos ria posición; en primer lugar, codiciaba su independencia, y luego la dirección, política de Alemania. En 1551 cambiaba nuevamente de partido y organizaba, junto con otros príncipes alemanes, una alianza ofensiva contra su soberano. Mauricio se había proporcionado los fondos necesarios para la guerra mediante un acuerdo con el nuevo rey de Francia, Enrique II, que le había ofrecido un apoyo poderoso si le cedía las ciu­ dades fronterizas de Metz, Toul y Verdún. La nueva guerra estalló en 1552. Mauricio de Sajonia, con el apoyo del rey francés y del margrave de Brandeburgo, avan­ zó hacia Innsbruck. Carlos V se encontró de pronto aislado y en situación desesperada, por lo que tuvo que atravesar los Alpes a toda prisa para escapar de sus enemigos. El 6 de abril, postrado por la gota y por tantos desengaños recibidos, huía a Villach, y tres semanas más tarde quedaban suspendidas las sesiones del concilio de Trento. Poco después, en julio, el em­ perador se vio obligado a aceptar el tratado de Passau (1552), que establecía la libertad religiosa en Alemania hasta la siguien­ te Dieta. Profundamente humillado por su huida al otro lado de los Alpes, Carlos V quiso recuperar su poder y el prestigio ante sus contemporáneos con un contraataque enérgico. Sitió la plaza fuerte de Metz y como recrudeciera su enfermedad de la gota, impidiéndole montar a caballo, se hizo conducir al campo de batalla en litera. El plan de operaciones preveía un asalto de las tropas imperiales a la ciudad, pero los soldados se negaron rotundamente a ello; Carlos comprendió que la empresa estaba perdida y ordenó levantar el sitio. El emperador dispuso que su hermano Fernando, proclamado rey de romanos hacía muchos años, iniciara negociaciones con los protestantes de Alemania. Era evidente que no podía aplazarse más la regulación de las cuestiones religiosas y la decisión se adoptó en 155$ con la célebre Paz de Augsburgo, por la cual el catolicismo seguía siendo la religión oficial del Imperio, aunque en lo sucesivo se toleraría en él la doctrina luterana. A cada príncipe alemán y a cada ciudad libre del Imperio se le otorgaba el derecho a elegir entre el luteranismo y el catolicismo, y a determinar la religión de sus súbditos según el principio Cuius regio, ejus reli­ gió (tal es su país, tal su religión). Los súbditos que se ne­ gaban a someterse a la voluntad de su señor no tenían, libertad religiosa, aunque sí derecho a establecerse en otra parte. La paz ponía punto final a la primera fase del protestan­ tismo, la más áspera y difícil, y durante los sesenta y tres años 1546-1552 Tratado de Passau (1552) Miseria y grandeza de Carlos V ® 34! siguientes, la libertad religiosa permaneció garantizada en Ale­ mania, hasta cierto punto. • , ' Vida privada y conducta del emperador Sus estados y dominios, tan dispersos geográficamente, así como sus- intereses de universalidad imperial, obligaron a Car­ los V a mantener una corte errante, sin fijar capitalidad ni residencia estable en parte alguna: España, Flandes, Alemania, Italia, fueron lugares donde anduvo de continuo, además de otros países donde se reclamó su presencia por motivos políti­ cos o debido a sus _campañas militares. Sin embargo, fue en Eápafia donde fijó sus miras para residir en sus últimos años y exhalar su postrer suspiro. Fue precisamente en aquel ocaso y final de su vida cuando pudo hacer examen de conciencia de su conducta a lo largo de una existencia tan ajetreada. Por las mismas razones, no pudo gozar de una tranquila vida de familia. En Sevilla, y en marzo de 1526 ■ —precisamente en los mismos días en que el rey prisionero Francisco I de Francia regresaba libre a su país*—, contrajo matrimonio Car­ los V con la princesa Isabel de Portugal, hija del rey Manuel I el Afortunado. Lo que parecía un enlace meramente político, fue luego unión respetada, ya que más tarde, al quedar viudo el emperador, jamás quiso contraer segundas nupcias. Aquel en­ lace fue estimulado por los deseos de las Cortes de Castilla y, como le expresaron los propios miembros de la nobleza es­ pañola refiriéndose a Isabel, «porque es de nuestra lengua»; razón que, aun no siendo exacta filológicamente, evidencia la fraternidad hispano-portu-guesa en aquella época. Isabel de Portugal era físicamente muy bella y el gran pintor Ticiano dejó de ella un retrato que es una auténtica obra maestra. El emperador tuvo de ello un hijo y dos hijas: Felipe II, su sucesor en el trono español; doña M aría, que casó con el emperador M axim i­ liano II de Austria, y dofia Juana, que fue princesa de Portugal. Despues de trece años de matrimonio y a los treinta y ocho de edad, falleció la emperatriz Isabel en Toledo, el primero de m ayo de 1,539, a conse­ cuencia del parto de un hijo varón que nació también sin vida. La muerte de tan ilustre dama fue sinceramente sentido en España, donde sus excelentes cualidades le granjearon muchas simpatías. Sus restos mortales fueron' conducidos al panteón de la capilla real de G ranada, y encargado d® dicha ceremonia y de presidir la fúnebre comitiva fue el duque de Gandía, amigo del poeta Garcilaso de la V ega y uno de los más conspicuos representantes de la nobleza española; según parece, al verificar la entrega de los despojos y al abrir el fére1526-1539 342 • E n tre luteranos y turcos tro, el espectáculo le impresionó de tal modo que decidió renunciar a todos sus títulos y bienes de fortuna y dedicarse a la vida religiosa. Así lo llevó a cabo algún tiempo después, ingresando en la Compañía de Jesús, de la que fue tercer prepósito general; fue canonizado con el nom­ bre de san Francisco de Borja. El episodio de la entrega del féretro, en Granada, ha inspirado algunas obras artísticas y literarias. Del emperador Carlos, pese a la extraordinaria discreción y secreto mantenidos con relación a sus devaneos galantes, se sabe que dejó algunos hijos naturales y bastardos. Poco después de su coronación en Aquisgrán (1520) m antuvo relaciones amorosas con una dama de Flandes, llamada M argarita o Johanna van der Gheest, de la que tuvo una hija que casó con el duque Alejandro de Médicis y, viuda de éste, con O ctavio Farnesio (1537), príncipe de Parm a, por lo que es conocida en la historia con el nombre de M argarita de Parm a; fue goberna­ dora de Flandes en tiempos de Felipe II (1559). El emperador, ha­ llándose en Spira, en 1544, preocupado por su cuarta guerra con Francisco I, conoció a una mujer de humilde condición social llamada Bárbara Blomberg, natural de Ratisbona, de la que tuvo un niño que después se inmortalizaría en la H istoria con el nombre de don Juan de Austria. Por último, carecemos de noticias detalladas acerca de otra aventura galante de Carlos V con una dama llamada Ürsolina de la Peña, llamada también «la bella Penina», de la que tuvo una niña llamada Tadea. Su actitud con relación a España evolucionó con los años. La lucha de las comunidades había sido, efectivamente, un aldabonazo que despertó el tardo, inexperto y adormilado ánimo de su juventud, y los comuneros le recordaron que el pueblo no es un rebaño esquilmable por el monarca, sino que el rey se debe a la felicidad de su pueblo y amoldarse a su índole. Con­ tribuyó también a dar una mayor amplitud liberal a su carácter el influjo que en él ejerció uno de sus secretarios, el humanista Alfonso de Valdés, «más erasmista que el propio Erasmo», como se le calificaba, que aunque anhelase la unidad cristiana, fustigaba también con audacia la corrupción de las propias ins­ tituciones que acataba. Como sugiere Menéndez Pidal, Carlos V se hispanizó y quiso hispanizar a Europa. La vida de las cortes y la diplomacia se vio invadida por ministros españoles y por costumbres es­ pañolas, y este idioma empezó a ser usado en todas partes, sobre todo desde que el emperador lo hizo resonar bajo las bóvedas del Vaticano, ante el papa Paulo III, el 17 de abril de 1536. Regresaba Carlos V vencedor en Túnez y en La Goleta, satisfecho de haber cumplido su deber de príncipe cris­ tiano y de haber combatido personalmente con el turco, pero volvía dolido y quejoso del rey francés Francisco I, a quien 1520-1544 Ultimos años del emperador ® 343 acusaba de desleal con la cristiandad, según cartas comprome­ tedoras de este monarca al pirata Barbarroja, acabadas de coger por el mismo emperador en La Goleta. El obispo de Ma­ cón, embajador de Francia, no comprendía bien la lengua en que Carlos formuló tan categóricas acusaciones, y el emperador le replicó ante el papa: «Señor obispo: entiéndame si quiere, y no espere de mí otras palabras que de mi lengua española, la cual es tan- noble que merece ser sabida de toda la gente cris­ tiana». Y así, Carlos V, que a los dieciocho años de edad no ha­ blaba una palabra de español, a los treinta y seis años proclama­ ba este idioma como la lengua común de la cristiandad y lengua oficial de la diplomacia. Además, este postrer emperador de corte universal medievalista, que intentó la última gran cons­ trucción histórica con aspiraciones a un sentido de totalidad, audaz y ambiciosa, tuvo otro carácter singularísimo: fue el primero y único emperador europeo y americano a la vez. Se hallaba en plena era de aquella hegemonía española que duró un siglo. Abdicación de Carlos Y En octubre de 1555, el emperador Carlos se dirigió a Bru­ selas para abdicar la corona. La ceremonia se celebró el 25 de octubre. Montado en una muía, pues sus achaques no le permi­ tían ya el uso del caballo, el emperador se dirigió al palacio de Coudenberg, donde se hallaban congregados los diputados de los Estados Generales, distribuidos por categorías y dignidades. La gran sala del Consejo Privado aparecía decorada con tapice­ rías que evocaban la historia de Gedeón, patrono bíblico de la Orden del Toisón de Oro. Carlos V y María de Hungría ocu­ paron sus puestos en el estrado adosado a la chimenea y, a una señal del emperador, el consejero de Estado, Filiberto de Bru­ selas, tomó la palabra anunciando que el soberano, en vista de su estado de salud, había resuelto poner en manos de su hijo Felipe II los destinos de Flandes y Países Bajos. Carlos V se levantó luego, con una hoja de notas en la mano que consultó de vez en cuando; hizo el balance de sus cuarenta años de reinado y recordó sus viajes por Alemania, . España, Italia, Francia, Inglaterra y África. —'Admito que he cometido errores ^ c o n fe s ó —, sea por descuido de la juventud, soberbia en la edad viril u otro motivo cualquiera: pero declaro que Jamás perjudiqué voluntariamente a nadie, y si tal hubiere Abdicación de Carlos V (1555) 1555 344 • Entre luteranos y turcos hecho, lo lamento profundamente y suplico a presentes y ausentes que me lo perdonen. . _' ■. Finalmente el emperador imploró la ^bendición de Dios sobre -sü hijo Felipe II, al que exhortó .a «ser buen príncipe». Pálido de emo-> Clon. Carlos V volvió a sentarse. E n la sala s e ’oiam los sollozos mal contenidos de los oyentes y el propio emperador no .pudo retener las lágrimas. , • • — Si lloro —■declaró'— no creáis-que £s por la soberanía que aban­ dono, sino -por verme obligado a alejarme del país .en que naci y -pres­ cindir de ,tan buenos vasallos como tenía. ' • Al año siguiente, también en Bruselas, Garlos cedió ’del mismo modo el trono de España a Felipe, Carlos V, por entero liberado de sus numerosos y agobiantes deberes, podía,ya reali­ zar su deseo de alejarse del mundo. Se retiró al monasterio de Yuste, en.España, en la provincia de Cáceres, ‘ ■„• Carlos exhaló el último suspiro en septiembre de 1558; con él moría el último gran defensor deí principio imperial tal como lo concebía la Edad Media. LA OFENSIVA TURCA Selira I: el peligro otomano El sultán Mahomed II había efectuado su entrada triunfal en Constantinopla en 1453, jornada que señaló para el imperio otomano el principio de una colosal expansión. Mahomed obtu­ vo grandes victorias en Europa y en Asia. En 1456 conquistó Atenas, y el Peloponeso en 1458; sometió Bosnia y parte de la Herzegovina, y en Asia Menor se apoderó de Trebizonda. Uno de sus objetivos era dotar a su imperio de una marina poderosa y su prolongada guerra contra Venecia proporcionó a Turquía La hegemonía em el Mediterráneo oriental. «Nuestro imperio es la patria del Islam» ■ —dijo’ un día Mahomed.—■. «De padres a hijos alimentamos la lámpara del Islam con el corazón de los infieles». En Occidente circulaban espantosos rumores acerca de las costumbres sanguinarias de los turcos y los proyectos de conquista concebidos por el sultán. Soñaba, según decían, con igualar la gloria de Alejaüdro y el poderío de Gengis Kan. Mahomed II murió en 1481, y el imperio turco fue goberna­ do durante treinta años por su hijo, el pacífico Bayaceto II, que, a diferencia de sus antecesores, sólo gustaba de la filosoS. XV-XVI Abdicación de Carlos V 9 345 Abdicación de Carlos V en Bruselas, el 25 de octubre de 1555, según el fragmento de un grabado en bronce de la época. Arriba, a la izquierda, Carlos (Carolus), saluda a su hermana M aría (reina viuda de Hungría y gobernadora de Flandes); en el cen­ tro, el emperador conduce a su hijo, futuro Felipe 11 (Philippus R e x ), hacia el trono, y abajo, a la derecha, Carlos V aban­ donando la sala. 1555 346 • Entre luteranos y turcos fía y de las artes, e incluso adquirió renombre como poeta. Su reinado fue pobre en acontecimientos, comparado con el de su padre; Bayaceto sólo hacía la guerra cuando la creía indispen­ sable para la seguridad del imperio, como hizo cuando conquis­ tó el resto de Herzegovina para asegurar sus fronteras. En 1512, Bayaceto hubo de ceder el mando a su hijo Selim I, que era considerado «un salvaje» y, en efecto, una de sus pri­ meras iniciativas fue organizar una matanza de chiitas, secta que1disputaba el dominio espiritual del mundo musulmán a los sunnitas ortodoxos. Al igual que su abuelo Mahomed II, Selim se sentía con­ quistador y en ocho años de reinado consiguió doblar sus terri­ torios gracias a sus audaces empresas. Atacó primero Persia, el más peligroso rival del imperio otomano en Asia y, además, centro del movimiento chiita; el sha (emperador) entonces reinante, Ismaíl, era excelente administrador y valiente guerre­ ro, habiendo incrementado considerablemente su imperio con una serie de campañas afortunadas. Selim inició la guerra contra Persia en otoño de 1514, concentrando en la costa asiática del Bósforo un ejército de más de 140 000 hombres, 60 000 camellos y 300 cañones. El sultán tomó la decisión de enfrentarse con su enemigo cerca de Tabriz, la capital persa, y le infligió una de­ rrota aplastante. Selim volvió a tomar las armas en 1516, esta vez contra el poder de los sultanes mamelucos, proclamando paladinamente su intención de tomar las ciudades santas de La Meca y M e­ dina. El primer choque tuvo lugar en Siria, cerca de Alepo; una sola batalla de pocas horas le proporcionó a Selim otra gran victoria; el sultán entró en Damasco, organizó allí la adminis­ tración de su nueva provincia de Siria y preparó una nueva campaña contra Egipto. Selim salió de Damasco en diciembre de 1516 y le bastaron diez días para atravesar el desierto que separa Siria de Egipto. A principios de enero de 1517 llegaba al Cairo, donde le espe­ raba el ejército de los mamelucos; Selim no tuvo la menor difi­ cultad en arrollarlo y acto seguido los turcos tomaron la ciudad, donde se entregaron a saqueos, destrucciones y matanzas sen­ cillamente indescriptibles. Vencedores de los mamelucos, los turcos eran entonces due­ ños de Arabia y, por consiguiente, de las ciudades santas del Islam. N o podía, pues, sorprender que Selim adoptara el título reservado siempre a los grandes soberanos musulmanes, de ca­ lifa. El sultán se convertía de este modo en jefe religioso oficial 1512-1517 Los turcos en Egipto (1517) P enetración turca en E u ro p a • 347 del mundo islámico y sucesor de Mahoma, para la defensa y propagación de la auténtica fe mahometana. Selim murió súbitamente en 1520, en circunstancias miste­ riosas, y subió al tronó su hijo Solimán. Solimán el Magnífico Era de elevada estatura, tez curtida, nariz aguileña y labios severos, y asumió el poder a ñnales de septiembre de 1520. Un mes más tarde, Carlos V era coronado emperador en Aquisgrán. Durante varios decenios, estos dos soberanos que comen­ zaran ambos su tarea en la misma época y figuran entre las mayores personalidades de la Historia universal, entablarían una lucha sin tregua ni descanso. Solimán profesaba un odio feroz a Carlos V. La idea de que otro monarca pudiera reivindicar el dominio universal le resultaba sencillamente insoportable, y como quiera que el padre del sultán había resuelto todos los problemas del imperio turco en Asia, Solimán pudo, desde el principio de su gobierno, con­ sagrarse por entero a los de Europa, por hallarse magnífica­ mente preparado para cualquier proyecto que forjara. Al residir gran parte de su vida en Constantinopla, pudo iniciarse en la situación política de Occidente. «El mundo está dividido en dos partes, según enseña el Corán: la morada del Islam y la morada de la guerra...» Con­ vencido de ello, Solimán decidió atacar el punto más vulnera­ ble de la Europa central e invadirla. Remontó el valle del D a­ nubio; era humanamente imposible que Belgrado resistiera los veinte asaltos turcos que sufrió (1521). La punta de la cimi­ tarra otomana penetraba lentamente en el corazón de aquella Europa dividida. El 26 de junio de 1522, los caballeros hospitalarios de San Juan que defendían la isla de Rodas se vieron cercados por centenares de galeras turcas. Su situación era desesperada y sin embargo, y en la proporción de 12 000 contra 115 000, los cristianos opusieron feroz resistencia. Tras medio año de asedio, Rodas seguía resistiendo, pero el hambre y la peste agotaban a sus defensores y a petición de los isleños, el gran maestre de la Orden, Felipe de l'Isle~Adam, abandonó la lucha. Ante la tienda de Solimán esperó un día entero soportando la lluvia antes de ser recibido por el vencedor, quien no pudo menos de admirar el valor de su adversario. «Me da lástima ese viejo que acabamos de echar de su tierra», exclamó; le hizo sentar en A sedio d e R odas (1522) 1520-1522 348 • Entre luteranos y turcos presencia y le cubrió con un lujoso manto de honor, dispo­ niendo que todos los caballeros e insulares que lo desearen pudieran abandonar libremente la isla. El primero de año de 1523, el gran maestre" embarcó con sus caballeros y en vez de la cruz blanca, insignia de la Orden, las galeras enarbolaban en señal de luto un estandarte con la imagen de la Virgen sos­ teniendo a su Hijo crucificado... Pocos años después de la capitulación, los caballeros de San Juan recibieron del emperador autorización para instalarse en Malta y en Trípoli. Carlos V obraba muy hábilmente al con­ cederles aquellos territorios ya que confiaba de este modo en poder cerrar el acceso al Mediterráneo occidental a la armada otomana. En efecto, los caballeros de San Juan constituyeron una heroica avanzadilla de la cultura cristiana frente al peli­ gro turco. El «rey cristianísimo» se alia con los turcos En febrero de 1525, época de la batalla de Pavía, en que el rey de Francia fue hecho prisionero por las tropas imperia­ les, se firmaron pactos secretos de gran importancia para el futuro. La madre de Francisco, regente durante el cautiverio de su hijo, envió a uno de sus diplomáticos a Constantinopla, por­ tador de una carta de súplica al sultán para que libertara a Francisco. Solimán estudió el mensaje con mucho interés, ya que su contenido no era normal y corriente: uno de los mayores soberanos de Europa, precisamente el «rey cristianísimo» de Francia, le pedía ayuda. El sultán no vaciló en satisfacer tan insólita petición: «Noche y día permanecen ensillados nuestros caballos, y dispuestas a ser usadas nuestras espadas», fue la orgullosa respuesta que dio al enviado francés, junto con la exposición de grandes proyectos: la flota turca se dirigiría ha­ cia España, mientras Solimán conduciría al propio tiempo sus tropas de tierra a Italia y marcharía hacia Milán. Aquellos planes gigantescos obtuvieron resultados distintos a los esperados. Incluso antes de que el sultán pasara a vías de hecho, la paz de Madrid permitía a Francisco I salir de su prisión y, por consiguiente, Solimán carecía de pretexto para invadir Italia, Modificó sus planes en el sentido de que su cam­ paña no tuvo ya como objetivos España e Italia, sino Hungría, territorio donde el emperador también tenía intereses políticos, y su monarca, el débil Luis II, se había casado con María, her­ mana de Carlos V. Este no era el único lazo de unión familiar 1523-1525 Batalla de Pavía (1525) Solimán ocupa Bada • 349 entré la casa de Habsburgo y Hungría; su segundo hermano, el archiduque Femando, estaba casado con la princesa Ana, hermana de Luís y como éste no tuviera hijos, Fernando he­ redaba el trono de Hungría. ' Según parece, cierto diplomático prudente y experimentado sugirió en cierta ocasión al emperador: «No temáis ai rey de Francia ni a príncipe alguno, sino sólo al archiduque Fernando», frase que refleja la opinión que merecía a sus contemporáneos. Pero Carlos V, con relación a aquel hermano ambicioso, se comportó con mucha inteligencia y, en 1521, dispuso que sus territorios hereditarios de Austria quedasen bajo su adminis­ tración, ofreciéndole asi una independencia completa y graves responsabilidades políticas. La invasión de Hungría En la primavera de 1526 llegó a Hungría la noticia de que el sultán de Constantinopla amenazaba de nuevo el país. El rey Luis envió sus diplomáticos a las capitales de Europa occiden­ tal, suplicó por doquier que corrieran en su ayuda, y ésta fue su única reacción ante el peligro. Mientras, el ejército turco se puso en marcha a fines de julio. Tras haber tomado una plaza fuerte en la frontera, el sultán escribió esta lacónica frase en su diario: «Quinientas ejecuciones, trescientos prisioneros». La marea invasora prosiguió en dirección a la localidad de Mohacs, en el Danubio, donde había acampado el ejército húngaro. La batalla decisiva se entabló allí el 29 de agosto. Millares de señores y caballeros húngaros perecieron en aquella triste jornada, en las marismas de Mohacs. El rey Luis, separado de sus hombres durante la refriega, pereció también y se halló luego su cadáver, todavía sobre la silla de montar y hundido en las marismas. Solimán hizo anotar en su diario que habían sido ejecutados 12 000 prisioneros, y después se dirigió a la capital húngara, Buda, que se rindió sin la menor resistencia. Con su favorito, el gran visir Ibrahím, recorrió Solimán a ca­ ballo las calles desiertas; luego, celebró su victoria en el pro­ pio palacio real con una prolongada serie de festejos, pero no ciñó la corona de Hungría, sin duda por considerarla mez­ quina para él. La batalla de Mohacs acarreó deplorables consecuencias para Hungría. El país se convirtió en «el lugar donde no cesaba de golpear el martillo manejado por el ansia de conquistas de los turcos, pero también por la diplomacia francesa». Para los Batalla de Mohacs (1526) 1521-1526 350 • E n tre luteranos y turcos Habsburgo, ías secuelas de aquella batalla no fueron de menor importancia. La muerte de Luis convertía al archiduque Fernan­ do en el inmediato pretendiente al trono, y a tal efecto fue elegido rey, primero en Bohemia, que formaba parte de Hun­ gría en aquella época, y luego, eh diciembre de 1526, en el pro­ pio territorio húngaro. El advenimiento de Fernando al trono señala el comienzo de la unión entre Austria y Hungría, fenó­ meno político de suma importancia para la futura evolución política europea. Pronto comprendió Fernando que no sería empresa fácil conservar la corona húngara, ya que el país profesaba honda antipatía a los alemanes. Negándose a reconocer al austríaco, gran parte de la nobleza propuso a su propio candidato, Juan Zapolya, príncipe de Zevenburg, y consiguió que fuera elegido rey de Hungría. En años sucesivos menudearon los disturbios, intrigas, disputas y reuniones políticas, mientras Zapolya reci­ bía el apoyo de Francisco I, enemigo mortal de los Habsburgo, y del propio sultán otomano, que proyectaba entonces precisa­ mente una expedición contra la Europa cristiana. Al enterarse Fernando de los proyectos de Solimán, envió a Constantinopla a sus mejores diplomáticos para que intenta­ ran convencer al sultán de que renunciara a su proyecto; inú­ tilmente, ya que los embajadores regresaron defraudados en sus esperanzas. Toda su elocuencia no obtuvo más que una sola respuesta, lacónica y definitiva: «El sultán poseerá toda tierra que pise su caballo» y Solimán prosiguió sus preparativos. E L IM P E R IO D E L A S U B L IM E P U E R T A D errota de los turcos ante Viena Desde el punto de vista político y diplomático, la posición de Solimán era también muy sólida, por hallarse Europa más dividida que nunca. El sultán había seguido con mucha aten­ ción la evolución política y religiosa de Alemania, y es vero­ símil incluso que antes de dirigirse hacia Viena tuviera cono­ cimiento de la rebelión protestante, en la Dieta de Spira del año 1529, y comprendiese toda la amplitud del conflicto reli­ gioso. Cuando los embajadores de Fernando afirmaron en Cons­ tantinopla que Carlos V podía tener absoluta confianza en sus súbditos, el sultán les preguntó sarcástico si había conseguido el emperador hacer la paz con Lutero. 1526-1529 D ieta d e Spira (1529) Fracaso turco ante Viena 9 351 En mayo de 1529, Solimán iniciaba la campaña cuyo obje­ tivo era Viena. En el propio campo de batalla de Mohacs, donde, tres años antes, Luis de Hungría halló la derrota y la muerte, le esperaban entonces Zapolya y sus partidarios; éste acompañó a Solimán a Buda, y, para vergüenza suya, fue solemnemente coronado rey de Hungría el 14 de septiembre de 1529. Al cabo de una semana, los turcos llegaban ante las murallas de Viena. Informes fidedignos evalúan sus efectivos en trescientos mil hombres. La situación del rey Fernando era poco menos que deses­ perada. Suplicó en vano al emperador, su hermano, que le en­ viara socorros y, en cuanto a sus súbditos, en modo alguno de­ seaban luchar y morir por un austríaco. Por fin, Fernando se vio obligado a proceder a la expropiación de una parte de los bienes de la Iglesia, para sus gastos de guerra, si bien con la aprobación del papa. Desde las torres de la catedral de San Es­ teban, los defensores de Viena podían ver cómo asentaban los turcos sus tiendas a orillas del Danubio, estableciendo un cam­ pamento que constituía una verdadera ciudad de lona. Muchos burgueses, entre ellos numerosos miembros del consejo de go­ bierno, ya habían huido. Los vieneses destruyeron las fortifi­ caciones exteriores, por no haber bastantes soldados para de­ fenderlas, ya que la guarnición apenas contaba cOn veinte mil hombres. Viena se salvó casi por milagro. El asedio duró cuatro se­ manas y los turcos intentaron en cuatro ocasiones asaltar e invadir la ciudad y todas sus ofensivas quedaron frustradas. Veinte mil hombres tenían en jaque a trescientos mil; Europa contenía su aliento y esperaba con angustia el resultado de aquella lucha que parecía decidir el destino de un continente. Debe reconocerse, por otra parte, que una de las causas del fracaso turco fue un clima execrable; llovía de día y de noche, las trincheras de los sitiadores se hallaban inundadas, y un frío terrible paralizaba a los ateridos turcos, que ya no sentían el menor fervor combativo. El 16 de octubre, Solimán hizo levantar el sitio; a marchas forzadas, el ejército turco empren­ dió el regreso y, a mediados de diciembre, el sultán llegaba a Constantinopla. Nuevas campañas de Solimán En 1532, Solimán se hallaba de nuevo dispuesto a prose­ guir la guerra contra el emperador Carlos V, a quien no daba A s e d i o d e V ie n a ( 1 5 2 9 ) 1529-1532 352 # Entre luteranos y turcos otro título que el de «rey de España». Al frente de un poderoso ejército atravesó Hungría e invadió los territorios ^hereditarios de los Habsburgo, en Austria; pero aquella expedición !n<? ob­ tuvo más éxito que la anterior. Él emperador había concertado la paz con los luteranos en Nuremberg y se hallaba en condi­ ciones de expulsar por sí m ism oal; invasor. . El imperio otomano prosiguió su expansión, orientada en­ tonces hacia otros lugares. En 1534, el sultán abandonaba en definitiva su ofensiva contra Europa y promovía una expedi­ ción hacía Persia, campaña que proporcionó a Solimán una nue­ va serie de triunfos, que culminaron con la toma de Bagdad. Por vez primera, un sultán otomano efectuaba su entrada en la antigua capital de los califas. El imperio turco se extendía entonces desde la Europa del sudeste al golfo Pérsico, figuran­ do así como una de las grandes potencias del siglo. Aquel mismo año, Solimán alcanzó otro éxito considerable, esta vez todavía en el campo de su política europea. Las nego­ ciaciones entre el rey de Francia y el sultán finalizaron en 1534 con el acuerdo de un pacto secreto de carácter ofensivo, y dos años más tarde, se hizo público el acuerdo comercial entre Francia y Turquía, por el que todos los mercaderes franceses establecidos en el Levante mediterráneo adquirirían los mismos derechos que los turcos; recíprocamente, los negociantes turcos en Francia gozarían de los mismos privilegios que los súbdi­ tos de Francisco I. Cierto es que Francia poseía, desde tiempo atrás, intereses comerciales en el Asia occidental y el nuevo tratado incrementaba la influencia comercial francesa en aquella parte del mundo; pero aquellas ventajas habían sido compradas por un acuerdo considerado como un crimen por el resto de la cristiandad, y una traición a la fe cristiana perpetrada por un rey que osaba llamarse «cristianísimo». La política exterior de Solimán durante los últimos años de su reinado continuó siendo, en general, muy semejante a la de los años 1520-1540. Tras la muerte de Zapolya en 1540, el sultán reanudó la guerra en diversas ocasiones, a fin de conso­ lidar su influencia en territorio húngaro y evitar que Fernando de Habsburgo adquiriera una posición predominante en el país. En 1548-49 emprendió otra expedición contra Persia, y a su regreso pudo anunciar a los soberanos europeos que había con­ quistado treinta y una ciudades. Solimán pasó los últimos años de su vida consolidando sus posiciones en Hungría y en el Mediterráneo y murió en 1566, en el curso de una nueva ex­ pedición a Hungría. 1532-1566 P a c t o s f r a n c o - tu r c o s (1 5 3 4 - 1 5 3 6 ) La dinámica, otomana <É 353 P q í ' Ciertos rasgos d e . su' carácter, Solimán , fue considerado como un verdadero monstruo, >al menos paila los occidentales'; Sin embargo, no pue4e negarle que fue utj gran soberano, lo que demostró no s<5lo con stt política exterior, realmente gran­ diosa, sino tam bién'por sú excelente administración interior. La historia universal le ha otorgado-el título de «Magnífico» y, ppr su parte, la turca le apellida «Solimán el Legislador». Sus compátriotaá tratan dé demostrar con .ello., que Solimán, gracias a su 'inteligente política, restableció el orden en jsu imperio y Aupó asegurar .el bienestar de sus subditos con leyes que osten­ tan el sello 4e su sabiduría. fin la galería de'las grandes perso­ nalidades del siglo xvi, Solimán conquistó un lugaf por derecho propio y figura entre aquel grupo de recias personalidades que decidieron entonces él destino de Europa y del mundo entero. Es' digno equivalente de Carlos V, Francisco I y Enrique VIIJ y cubre; con ellos aquélla primera „mitad dél siglo, xvi. Faltó un papa a su altura —Julio H había m uerto en 1513-—, y pre­ cisamente era la Iglesia la que más necesitaba un jefe en aque­ llos momentos. La vida en el Imperio otomano Con frecuencia, los historiadores han tratado de -averiguar las causas que permitieron aquella extraordinaria expansión del imperio turco durante la primera mitad del siglo xvi. Se ha in­ sistido en la favorable situación de la economía nacional turca. El país poseía todas' las materias primas entonces necesarias: trigo, carne, madera, sal y metales; sólo tenía que importar el azúcar y las especias. La Turquía del siglo xvi no estableció industria alguna, si bien el país tampoco tenía, por otra parte, ninguna necesidad de ella, ya que la exportación de sus pro­ ductos >—-sobre todo el trigo.—- le reportaba copiosos beneficios qüe el gobierno empleaba en costear sus guerras. La moderna crítica histórica ha comprobado que los sultanes rio descuida­ ron en modo alguno, como antes se creía, la promoción dé Jos intereses comerciales de su imperio; sin embargo, las victorias políticas, y la favorable situación económica no bastan para explicar la asonibrosa expansión de los mercados turcos al co­ mienzo de los tiempos modernos. Este notable desarrollo pro­ cede también de- la organización y de las estructuras sociales existentes en aquella época en el imperio otomano. El poder del sultán no conocía límite alguno, y sus súbditos le obedecían ciegamente, por ser su soberano el representante R e i n a d o d e S o l i m á n I I (1 5 2 0 - 1 5 6 6 ) S. XVI 354 • Entre luteranos y turcos de Alá en la tierra y sucesor del Profeta. Todos los soldados y funcionarios, desde el gran visir hasta el jardinero de su palacio de Consíantinopla, eran sus esclavos personales, descendientes de cristianos capturados en su infancia, que habían sido con­ vertidos al islamismo y educados hasta llegar a ser fidelísimos servidores del sultán y del imperio turco. De este modo eran reclutados los soldados y funcionarios que participaban en el gobierno del vasto imperio; despiada­ dos emisarios del sultán recorrían cada cuatro años las regiones cristianas de la península balcánica, de Hungría y de la costa occidental de Asia Menor, para recoger allí cierto número de jóvenes pobres, aunque bien dotados, en edad comprendida entre diez y veinte años. Apenas aquel funcionario llegaba a una población, el sacerdote le entregaba una relación de niños bautizados durante los últimos años; luego, llamaban a aquellos muchachos y los presentaban al enviado del sultán, que escogía a quienes le parecían más aptos. Entre escenas desgarradoras, los jóvenes eran arrancados sin piedad entonces a sus infelices padres, quienes, en la mayoría de los casos, no volverían a verlos jamás. Los muchachos así seleccionados recibían una educación muy esmerada, a fin de hacer de ellos excelentes funcionarios. Apren­ dían a leer y a escribir, a manejar las armas y a mandar solda­ dos; además, la doctrina del Profeta constituía el capítulo más importante de su formación, y aunque no les obligaban a abra­ zar el islamismo, se les hacía comprender de todas formas que sería mucho más conveniente que se convirtieran. En cuanto al cuerpo de funcionarios, estaba exclusivamente reclutado entre familias cristianas de la más humilde condición social, por la sencilla razón de que el sultán prefería.tener subordinados fie­ les, agradecidos y serviles, relativamente fáciles de convertir. Los jenízaros Una corporación tristemente célebre, surgida de aquel re­ clutamiento forzoso fue el cuerpo de jenízaros, unidades que constituían lo más distinguido del ejército turco y que desem­ peñaron papel importante como guardia personal del sultán. Los jenízaros gozaban de un estatuto especial, estaban sometidos a un entrenamiento físico extremadamente duro y se les obligaba a vivir en la pobreza, si bien, en cambio, gozaban de gran in­ fluencia política. El cuerpo de jenízaros, durante el reinado de Solimán, constaba de doce a catorce mil hombres y adquirió 1520-1566 Los turcos, en Buvopa ® 355 f ©fí g t f f f f l g m Haflfi». 3>i ft f t U<«9g»£«ig<11 j rmm ffccroi r%tn pá)ttAt\snftr B . í n ^ t Ví30^4>d{fm £/utp‘ PnU 4&ÍTifl en# wrtmnW *í>rft>B?Hg<tün w&4a SftJt»od6 ? m v*st r má¡t r ttí g kErjl np¿^R>ir &ttPftrte & T )ií w i f í r i n m w i b i pc~íi c u t í a tu ril [Jtfmiy iooí y>io wia <rt¿^ e%5frM»gr<Msí*w C4s<f«i Wf* Una escena dramática de principios del siglo X V I . E l grabado en madera de la época representa a un jenízaro conduciendo en cautividad a una pareja de campesinos austríacos. En la lanza lleva empalado al hijo de los prisioneros. Arriba, a la izquierda, una amarga queja, en texto original, en la que los campesinos expresan su dolor'-ante la crueldad de los turcos: «O herre Goút, lass dich eriarmertVíi/» ( ¡Oh, señor, Dios, ten piedad de nosotros!) 1520-1566 356 # Entre luteranos tf turcos gradualmente un carácter de. formación políticomilitaf, metamor­ fosis que Jó convirtió en un foco de disturbios peligrosísimos, para el orden y las leyes del' imperio. Ibrahím, gran visir del sultán, fue sin duda/el más perfecto representante de aquéllos funcionarios reclutados a la fuerza. Hijo de un pobre aldeano albartés, fue reducido a servidumbre desde muy joven y tuVo la suerte de llamar la- atención d«l sultán. Trabajador infatigable, adquirió pronto amplios ^ónocimientos, estudió historia, geografía, derecho y filosofía, y prestó notables servicios al imperio turco pór su profundo conocimien­ to de la política europea. Ibrahím fue nombrado gran visir en 1523, cargo que le proporcionó influencia indiscutible sobre la política exterior de Turquía. Él fue quien inició el camino de la alianza franco-turca. «Tú eres quien sostiene el brazo del sultán», le dijo un día un diplomático polaco, e Ibrahím res­ pondió sencillamente: «No soy sino el esclavo de mi- señor». No. exageraba. Cuando Ibrahím llevaba trece años siendo gran visir, amigo íntimo y fiel consejero de su señor, un día fue llamado al palacio del sultán y, como ocurría con frecuencia, pasó allí la noche. A la mañana siguiente sacaban su cadáver del palacio; el sultán lo había maridado asesinar, probablemen­ te porque Ibrahím había adquirido demasiado poder. El gran visir no era más que un esclavo y el sultán podía disponer de él según su voluntad. Éste era el sistema sobre el que descan­ saba la grandeza del Imperio turco. 1523-1536 JL£k BBKFOlMffA. A N C U C A N 1 EL DIVORCIO DE ENRIQUE VIH L aiy Ana Bofena Se Hamaba Ana Bolena y era una graciosa joven, esbelta, llena de alegría y de confianza en sí misma. Quizá no fuera ab­ solutamente bella, pero los jóvenes caballeros de la corte de Inglaterra se enamoraban todos del encanto de sus ojos negros y de su exquisita vivacidad. Ana, dama de honor de la reina, se había educado en la corte de Francia y allí aprendió no sólo el francés, sino también la frívola despreocupaciórf y costumbres refinadas del Renacimiento. El rey Enrique VIII se fijó pronto en la joven dama de honor. Bailaba con ella y le dedicaba breves madrigales que Ana recibía con cierta timidez matizada de provocación. En­ rique se enamoró locamente de ella y no se molestó en disimular sus sentimientos; por otra parte, el monarca nunca fue un ma­ rido modelo, con relación a su esposa Catalina de Aragón, hija de los Reyes Católicos. A su modo, algo brutal, había perse­ guido con sus asiduidades sucesivamente a varias damas de la corte. Con anterioridad, Enrique había tenido varias amantes, pero pronto se cansaba de ellas y las despedía con su grosería habitual; entre otras desgraciadas, María Bolena, hermana ma­ yor de Ana, conocía ya, aquella triste experiencia. Pero sus relaciones con la vivaracha Ana seguían muy dife­ rente curso. Nunca hasta entonces experimentó Enrique tan violenta pasión y tampoco se había tropezado con una mujer tan difícil de conquistará Lady Ana era orgullosa e inteligente, y se negaba á compartir la suerte de su hérmana mayor y aca­ bar su existencia como amante vulgar despedida por Su Ma­ jestad. Observaba con despiadada satisfacción los amorosos Enrique VIII, rey (1509-1547) 1527 358 • La reforma anglicana tormentos que torturaban a Enrique y aceptaba sin ceder los regalos y las cartas inflamadas del rey. «Necesito una respuesta sin más dilación —escribía—. Desde hace un año que mi co­ razón arde por vos y aún ignoro si conseguiré un día vuestros favores. Si queréis entregaros a mí, en cuerpo y alma, os pro­ meto que seréis mi único amor; ahuyentaré a todas las demás mujeres de mi pensamiento y vos seréis el único objeto de mi veneración.» Lady Ana se aseguró del amor de Enrique. Sabía que él, desde hacía algún tiempo, meditaba el modo de separarse de Catalina de Aragón, y Ana veía perfilarse la corona en el hori­ zonte de su destino. Sólo necesitaba astucia para llevar el juego con la mayor circunspección, y, al fin, decidió enviar una carta alentadora a su real pretendiente. Catalina de Aragón y Wolsey Ciertamente, Enrique VIII quería separarse de Catalina de Aragón, y esta reciente pasión no era el único motivo; otro muy importante era su deseo de tener un hijo y heredero, ya que si bien Catalina le había dado mucha descendencia, sólo una hija, María, había sobrevivido. Cada vez que Catalina quedaba en­ cinta, su real esposo tornaba a sus esperanzas para verse defrau­ dado de nuevo. Enrique había hecho voto de emprender una campaña contra los turcos si Dios le concedía un hijo varón, y aún se dice que incluso se vistió de penitente e hizo, descalzo, una peregrinación a Norfolk para implorar ayuda de los santos, todo ello en vano, Enrique comenzaba a preguntarse inquieto por qué razón Catalina no podía darle un hijo, y creyó hallar la respuesta en un versículo del Levítico (20, 21) : «El hombre que toma por esposa a la mujer de su hermano, comete impureza; ha descu­ bierto la desnudez de su hermano y morirán sin hijos». El rey empezó a tener remordimiento: ¿era voluntad de Dios que la unión con su cuñada no le diera un heredero? Cierto era que el papa había autorizado su matrimonio, pero ¿estaba él bien seguro de que el papa no se hubiera excedido en sus derechos, en aquel asunto, tomando una decisión que iba en contra de la Biblia? Su deseo de tener un heredero varón y la firme convicción de haberse atraído la cólera de Dios con aquel matrimonio, le hicieron anhelar la ruptura de su unión con Catalina. Precisa­ mente entonces se cruzó en su camino Ana Bolena, y este amor 1527 Asalto y saqueo de Roma (1527) La crisis real inglesa • 359 ardiente apresuró su determinación. Al fin, decidió Enrique confiar sus penas al consejero que siempre le asistió en mo­ mentos difíciles, el cardenal W olsey, y éste demostró amplia comprensión a los deseos del rey y también sobrado interés ante el proyecto de divorcio. El cardenal se dispuso a solucio­ nar aquel asunto de acuerdo con los deseos de su soberano. Debe insistirse en el examen de dos circunstancias que esclarecen todo el drama que iba a desarrollarse. En primer lugar, durante aquella primavera de 1527, W olsey sabía que el rey trataba de separarse de Catalina, pero no que deseaba contraer matrimonio con Ana Bolena. N o cabe duda de que había oído hablar de aquel nuevo amor, pero sin conceder atención particular a un fenómeno al que estaba tan acos­ tumbrado. La política del cardenal La segunda circunstancia era que el cardenal estaba firme­ mente decidido a proseguir la política francófila y antiimperial, proyectada antes de la paz de Madrid en 1526, W olsey opi­ naba que, por razones políticas, Inglaterra debía buscar un acercamiento cordial con Francia, ya que un tratado de amistad entre ingleses y franceses facilitaría también el divorcio del rey. Era sin duda el papa quien debía decidir en última ins­ tancia, pero Clemente se rendiría probablemente a la presión conjugada de ambos países y otorgaría una bula que anulara el matrimonio de Enrique y Catalina. Esta política aumentaría el prestigio de W olsey, pues el afecto del rey hacía él sería mayor que nunca. Además, y éste era su móvil más importante, "Wolsey podría también emplear aquella política para el logro de sus propios intereses. Cuando Enrique se hubiera separado de Catalina, el cardenal podría encontrarle una nueva esposa, un partido favorable: una prin­ cesa francesa, por ejemplo. Los lazos de unión entre Inglaterra y Francia serían más estrechos y ambos reinos constituirían una alianza potente y duradera. Pero W olsey jamás vería la realización de sus sueños polí­ ticos. La ingeniosa maniobra quedó bruscamente frustrada por­ que el cardenal había subestimado a lady Ana; no contó con su ambición ni con su férrea voluntad, y ni siquiera sospechaba que tras ella, en la corte, existía un partido que sólo esperaba una oportunidad para derribarle del poder. Aquel partido odia­ ba a W olsey por su orgullo de advenedizo y rechazaba, además, 1527 360 • La reforma anglicana su política francófila, pues estaba influido por las ideas re£or-| madoras de Lulero, y sus miembros no retrocedían ante unaí escisión con Roma, ruptura que jamás hubiera consentido el| cardenal. De este modo, en 1528, cuando W olsey trató de" aliar a Inglaterra con Francia en la guerra contra el emperador,| aquel grupo se declaró en franca rebeldía. . Entretanto, W olsey comprendió que el monarca no se casa-] ría con una princesa francesa, sino con Ana Bolena. Su posición; quedaba entonces desairada y desagradable, incluso en francd1 peligro. Era ya imposible dar marcha atrás; el cardenal estaba1! obligado a resolver el problema del divorcio si no quería caer, en desgracia. El espinoso asunto del divorcio Ahora bien, quien debía otorgar o no el divorcio era el papa, y Clemente VII mostraba clara tendencia a soslayar el asunto. Catalina de Aragón era tía del emperador, y si el papa anulaba su matrimonio con Enrique V III se exponía con toda seguridad a desagradar a Carlos V, lo que acarrearía graves consecuencias. Clemente cedió de momento a las presio­ nes que llegaban de Londres y resignóse a enviar a su nuncio Campeggi a Inglaterra para debatir con W olsey el espinoso problema del divorcio. Las conversaciones se prolongaron hasta julio de 1529, y el brusco epílogo de las mismas fue la declara­ ción de Campeggi que no podía ofrecer solución definitiva, ya que el asunto debía resolverlo por sí mismo el papa, en Roma, conforme a la voluntad de Catalina. W olsey estaba desesperado; comprendía que la táctica del aplazamiento se había llevado demasiado lejos, y no hacía más que lamentarse: «El papa se niega a hacer aquellas conce­ siones que, confiando en él, prometí al rey». El cardenal tem­ blaba ante las consecuencias que se avecindaban, ya que el monarca le dio a entender que si el papa no se doblegaba a sus propósitos, Enrique se vería obligado a reconsiderar su actitud hacia la Santa Sede, y decidir si le reportaba ventajas el reco­ nocimiento de su autoridad espiritual en Inglaterra. Poco después, el prestigio de W olsey se desmoronaba toda­ vía más. Se firmó la paz de Cambrai; el emperador y el rey de Francia no tuvieron la menor consideración con el primado de Inglaterra y fue ya evidente que W olsey había perdido el dominio de la situación. Entonces, sus enemigos, Ana Bolena y sus partidarios, vieron llegada su hora y persuadieron a 1528-1529 «Paz de las Damas» (1529) En 1530, la D ie ta de Augsbur- / no proclam a la ruptura entre católicos y luteranos, a pesar de las ten tativ as de concilia­ ción hechas por Carlos V. M artín Lutero, según C ranach. Los dos adversarios que se enfren tan en Europa central: Solim án el M agnífico y C ar­ los V (e s te últim o pintado por T ic ia n o ). Enrique VIII, rey de Inglaterra, el terc e r soberano europeo de la primera mitad del siglo XVI, inició la política británica de báscula en el equilibrio de Europa. Trágico fin de W olsey • 361 Enrique de que retirase su protección al poderoso cardenal. En otoño de 1529, fue citado ante el tribunal del monarca, acusado de haber atentado, como legado del papa, contra los derechos de la (Corona, e infringido con ello cierta ley promul­ gada en el siglo ,/xiv para la protección del reino contra la expansión del pódér pontificio. W olsey fue destituido de sus funciones de lord canciller y todos sus .bienes quedaron con­ fiscados. El desgraciado cardenal falleció un año después, en otoño de 1530. Sus enemigos lograron descubrir sus relaciones con potencias extranjeras y le acusaron de alta traición, y, al ser trasladado a la Torre de Londres, murió. TRIUNFO DE ANA BOLENA Ana Bolena y Tomás Cranmer La caída de W'olsey fue el segundo eslabón de la cadena de acontecimientos iniciada con el proyecto del divorcio regio. Sus consecuencias fueron múltiples, y su último resultado la ruptura de Inglaterra con la Iglesia católica romana. El sucesor de W olsey en el cargo de lord canciller fue el gran humanista inglés Tomás Moró. El autor de la Utopía hubiera preferido emplear su influjo político en beneficio del elevado ideal que compartía con su amigo Erasmo, pero esta influencia que tanto deseaba apenas se dejó sentir. Tomás Moro no llegó jamás a representar un factor decisivo en la vida política de Inglaterra, ya que quedó apartado y al margen, empujado por movimientos nuevos con los que se negaba cate­ góricamente a comprometerse y por nuevos políticos más dis­ puestos que él a adaptarse a las circunstancias y a sacrificar sus convicciones en aras del favor regio y del provecho ma­ terial. Uno de aquellos hombres nuevos era Tomás Cranmer, pro­ fesor de la universidad de Cambridge, individuo sagaz y pruden­ te, inteligente y perspicaz, y, sobre todo, muy hábil en adivinar por dónde soplarían los vientos favorables. Su entrada en ma­ teria política fue resultado de una mera casualidad. Durante un viaje, algunos íntimos del rey se habían detenido en una propiedad campesina donde residía entonces el joven teólogo. Los cortesanos conocían a Cranmer desde sus tiempos de uni­ versidad y pronto se inició viva discusión sobre el problema que 1529-1530 362 • La reforma anglicana preocupaba entonces a todos, el divorcio de Enrique VIII. Tras reflexionar un momento, Cranmer, a quien pidieron su opinión, sugirió que quizá pudiera apelarse a las facultades de teología de las diversas universidades europeas y rogarles que zanjaran colectivamente la espinosa cuestión: ¿Tenía o no tenía derecho el papa a autorizar a un hombre a que se casara con la viuda de su hermano? De aquel modo podría crearse una opinión pública en favor de la separación, ante la que el propio Cle­ mente VII habría de someterse. Se comunicó al rey aquella proposición, y Enrique quedó en­ cantado; llamó a Cranmer a su lado para que llevara a cabo su plan, y aconsejado por éste, el monarca envió agentes a todas las universidades de Europa. A su regreso, los resultados ob­ tenidos superaban todas las esperanzas. Por supuesto, las uni­ versidades españolas emitieron una opinión opuesta a los intere­ ses del rey, lo cual era de esperar; en cambio, las universidades de París, Orleáns, Bourges, Toulouse, Bolonia, Ferrara, Pavía y Mantua se oponían a la intransigencia pontificia con respec­ to a dicho problema. Un nnevo consejero, Tomás CromweII Hasta entonces, todo salía a medida de los deseos regios; sin embargo, Enrique no veía aún con claridad cómo podría resolver su problema de manera satisfactoria. En aquellos mo­ mentos críticos, un tal Tomás CromweII solicitó audiencia, y tras su conversación, cambió el monarca de actitud. CromweII afirmaba que si Enrique no se había librado aún de Catalina era a causa de sus consejeros, demasiado cobardes y propensos siempre a tergiversar las cosas. Puesto que el papa se negaba a ceder a los deseos del rey, ¿por qué no seguir el ejemplo de los luteranos alemanes y rechazar la autoridad pontificia? Nada impedía a Enrique hacerse proclamar por el Parlamento jefe de una Iglesia en Inglaterra, y obrando así se allanaban todas las dificultades y Enrique VIII quedaba al fin dueño absoluto de su propio país. Como puede suponerse, Enrique escuchó aquellas enérgicas proposiciones con el mayor interés y satisfacción, y allí mismo decidió nombrar a Tomás CromweII miembro de su consejo privado. El nuevo consejero había vivido una existencia bastante agitada. Era hijo de un herrero arruinado que, al parecer, tuvo con frecuencia tropiezos con la justicia. Tomás se fue muy joven al extranjero y recorrió Italia, sirvió en el ejército fran1530-1532 Los manejos de Cromwell ® 363 cés, visitó los Países Bajos, donde se dedicó al comercio du­ rante algún tiempo, regresó luego a su país y allí contrajo un matrimonio ventajoso. Abrió bufete de abogado, y se propor­ cionó ingresos considerables prestando con usura; en 1523 in­ gresó en el Parlamento, y sus discursos políticos llamaron tanto la atención que W olsey le tomó a su servicio. Pero llegó la época en que el poderío del gran cardenal empezó a derrumbar­ se, W olsey fue expulsado vergonzosamente de su palacio y de sus elevadas funciones, y quedó Tomás Cronrwell en situación muy delicada. Toda Inglaterra le conocía como el hombre de confianza del cardenal y no le resultaba fácil pasar bruscamente al otro bando. Sin embargo, Cromwell supo llevar a cabo aque­ lla verdadera obra maestra de diplomacia; con suma discreción, se introdujo en el círculo del monarca y muy pronto los grandes señores de la corte descubrieron que aquel hábil abogado era un rival muy peligroso. Al ofrecer sus servicios al soberano, Cromwell le proponía, desde luego, romper con el papa, pero no sin antes someter al clero de Inglaterra. Expuso sus planes con mucha elocuencia, citando textos legislativos, cotejando cifras, aludiendo a Maquiavelo y a cuanto había ocurrido en otros países; Cromwell no ahorró bellas promesas ni adulaciones y, a medida que hablaba, Enrique se veía cada vez más poderoso y opulento, el rey más rico de toda la cristiandad. El «Parlamento de la Reforma» Naturalmente, era la Reforma llevada a cabo en el conti­ nente lo que inspiraba a Cromwell su programa de gobierno; sin embargo, podía citar en apoyo de sus ideas ciertos aconteci­ mientos y tradiciones de la historia inglesa, que además con­ ferían carácter nacional a su doctrina. Guillermo de Occam, franciscano y profesor de Oxford, se había insinuado ya con­ tra el poder temporal de la Santa Sede; Wiclef, el gran refor­ mador del siglo xiv, había comparado al papa con el Anti­ cristo, afirmando que la Biblia debía ser la única guía de las acciones humanas y el fundamento exclusivo de la fe. Para proteger los intereses nacionales, el Parlamento había votado, en el propio siglo XIV, una serie de leyes que limitaban el poder temporal del papa en Inglaterra, en particular su derecho de jurisdicción y el de proveer por sí mismo las más altas funcio­ nes eclesiásticas. Desde entonces, el sentimiento antipontificio se había debilitado mucho en Inglaterra, pero aquellas leyes 1530-1532 364 • La reforma anglicana seguían vigentes y Cromwell podía disponer de ellas para apo­ yar su política. Decidido a ejecutar los planes de Cromwell, Enrique VIII decretó la convocatoria del Parlamento como primera medida, porque sabía que podía contar con aquella poderosa institu­ ción. El Parlamento de 1529 a 1536, llamado el «Parlamento de la Reforma», fue uno de los más importantes y célebres de la historia de Inglaterra. La primera ofensiva tuvo como objetivo el clero inglés, acusado de haber infringido la antigua ley que prohibía en absoluto al poder temporal del papa interferir la autoridad regia; por su parte, el monarca declaró al clero culpa­ ble de infracción por haber obedecido a W olsey, aunque fuera legado pontificio, y los acusados se libraron del mal paso con una multa de 100 000 libras, y aceptando una concesión de primerísima importancia: la dé reconocer a Enrique por «jefe de la Iglesia en los límites que permite la ley de Cristo». El clero inglés rompía así virtualmente con el papa. Enrique había franqueado el primer paso, acaso el más difícil, en el camino de aquella autocracia con que hacía tanto tiempo soñaba. La excomunión de Enrique VIH Ana Bolena compartía aquel triunfo. En otoño de 1532 se le otorgó el título de marquesa y al propio tiempo una renta de 1000 libras por año; Enrique le regaló las más espléndidas joyas que pudiera imaginarse (algunas de ellas pertenecientes a la reina Catalina) y, en octubre, se la llevó consigo a Calais, donde iba a reunirsé con Francisco I. En enero de 1533, Ana anunció al rey que esperaba un hijo. La alegría de Enrique no tuvo límites y desde entonces no quiso retrasar más la boda, ya que el hijo que Ana le daría debería nacer ya heredero legítimo. Así, una buena mañana Enrique VIII se casó con Ana Bolena en el mayor secreto, y se dispuso a precipitar los acontecimientos. En mayo, el monarca decretaba, por su propia autoridad, la anulación de su matri­ monio con Catalina y, poco después, declaraba válida su boda con Ana Bolena. A los tres días, ésta abandonaba sus aposentos en la Torre de Londres y se dirigía a Westminster, al frente de una comitiva real. Su coronación se celebró al día siguiente, en la propia abadía de Westminster. Fue Tomás Cromwell quien ciñó la corona en la cabeza de la nueva reina. La imprudencia del rey no tardaría en dar sus frutos. Aquel mismo año de 1533, el papa le excomulgó y Enrique replicó 1532-1533 Parlamento de la Reforma (1529-1536) E l Acta de Supremacía # 365 haciendo que el Parlamento votase leyes que serían decisivas para la evolución futura de Inglaterra. Como primera provi­ dencia se prohibió en lo sucesivo al clero que se reuniera sin asentimiento del rey; además, para ser legalmente válidas, sus resoluciones debían ser aprobadas por la Corona. Otras leyes daban al trono influencia decisiva en el nombramiento de obis­ pos y prohibían pagar cualquier impuesto eclesiástico a Roma. Por fin, dos años más tarde —en 1535—, Enrique era oficial­ mente proclamado jefe de la Iglesia de Inglaterra: el Parla­ mento, por la célebre Acta de Supremacía, le concedía el título de Defensor Fidei, Defensor de la Fe, título que ya había re­ cibido de la Santa Sede catorce años antes. EL PARTO SANGRIENTO DEL ANGLICANISMO La caída de Tomás Moro Entre la multitud que asistía en Westminster a la corona­ ción de Ana Bolena faltaba uno de los más importantes per­ sonajes del reino, Tomás Moro. Sus amigos le habían suplicado en vano que asistiera a las ceremonias, pero el lord canciller no aprobaba la conducta del rey hacia Catalina, no se molestaba en disimular sus opiniones, y aun aprobaba menos la política seguida por Enrique para imponer su divorcio. Cuando los representantes del clero se declararon a favor del rey y lo proclamaron jefe de la Iglesia de Inglaterra, Tomás Moro dimi­ tió de la cancillería y se retiró de la vida pública. Tomás Moro era un humanista y, como Erasmo, deseaba una reforma de la Iglesia por la iglesia, un retorno a las ver­ dades fundamentales del cristianismo mediante un estudio pro­ fundo de la Biblia. Retrocedía ante la perspectiva de un cisma religioso, de una ruptura con la Santa Sede, por ser profunda­ mente afecto al ideal de la unidad en el seno de la Iglesia v de la cristiandad. Tomás Moro profesaba auténtica veneración a las tradicionales costumbres religiosas y rechazaba la doc-trina de los luteranos alemanes. Para impedir su difusión en Inglaterra aplicó sin vacilar procedimientos rigurosos, llegando a hacer perseguir a los heréticos. Tomás no podía colaborar en el establecimiento de la auto­ cracia de Enrique VIII, ya que todos sus principios y convic­ ciones se sublevaban ante esta idea. Su intransigencia le acarreó dramáticas consecuencias: el antiguo lord canciller fue arrojado Cisma de Inglaterra (1533-1535) 1533-1535 366 ® La reforma anglicana a un calabozo de la Torre y decapitado al año siguiente. Im­ plantando un régimen de terror, el rey trataba de demostrar que era capaz de acabar la obra emprendida; había roto con el papa, sometido a su antojp el clero de su país y el Parla­ mento quedaba convertido en dócil instrumento suyo. Sólo le faltaba yugular al pueblo; durante su reinado, Moro no sería el único en subir al patíbulo. A la sazón, no pocas de estas escenas espantosas ya estaban desarrollándose en toda Inglaterra. Ocaso de Ana Bolena En enero de 1535, CromweII fue nombrado vicario general de Inglaterra, con la misión de inspeccionar todas las iglesias y monasterios del reino y de adoptar todas las medidas que se le antojaran oportunas. Es cierto que entonces la moralidad en los monasterios dejaba mucho que desear. CromweII llevó a cabo sus pesquisas con extraordinaria diligencia, y en el mismo año de 1535 el gobierno recibió un informe relativo a todos los monasterios del país. Aquellos documentos exponían muchas quejas y describían la situación con tintas muy sombrías, y aunque eran probablemente inexactos y exagerados en su mayo­ ría, no por ello lograron menos su objetivo. CromweII depositó su legajo de expedientes en el Parlamento, que aceptó inme­ diatamente su proposición de cerrar todos los monasterios de menor importancia y confiscar sus bienes. Fue una de las mayo­ res victorias de CromweII, que así demostraba ser excelente y fiidelísimo servidor de su rey. Entonces, empezaron a circular por la corte rumores extra­ ños; se cuchicheaba que Enrique se había cansado de lady Ana y CromweII era probablemente el único que sabía la verdad de todo ello. Ana había dado a luz, en septiembre de 1533, desgra­ ciadamente no un hijo, como su real esposo había deseado tan ardientemente, sino una hija que fue bautizada con el nombre de Isabel, El monarca se consideró amargamente defraudado y desde entonces Ana comprobó que su amor disminuía de día en día y que su posición en la corte era cada vez más peli­ grosa. Con ocasión de un espléndido baile celebrado en la corte, en honor del embajador de Francia, la reina permanecía sen­ tada observando a los que bailaban, cuando de repente estalló en una carcajada histérica. El invitado de honor, sentado a su lado, le preguntó la razón de aquella alegría, «|Ah! ^-respon­ dió Ana—■, Me río porque el rey me ha dicho que iba a buscar 1533-1535 Paulo III, papa (1534-1550) La tercera esposa de Enrique V III © 367 al secretario de vuestra excelencia para presentármelo; pero ha encontrado por el camino una joven dama y se ha olvidado de todo». luana Seymur, la nueva estrella La dama en cuestión se llamaba Juana Seymur y pertenecía a una familia noble, que profesaba fidelidad inquebrantable a la antigua Iglesia y era opuesta a la política del rey. Ana Boíena temía y odiaba a Juana Seymur más que a nadie, pues aunque no era hermosa ni inteligente, su carácter sosegado y dulce ¡a convertía en la viva antítesis de Ana Bolena, y aquello bastó para conquistar al soberano. Enrique no estaba en absoluto desprovisto de sentimentalismo y, encantado por la dulzura y la amabilidad de Juana, acabó por creer que estaba enamo­ rado de ella. Tomás Cromwell seguía la evolución de los acontecimientos con enorme interés. Conocía mejor que nadie los peligros que amenazaban a la política anticatólica en tales momentos; aqué­ lla era «su política» y también la de Ana Bolena. Supongamos por un instante, se decía el astuto Cromwell, que el rey cede a las presiones ejercidas sobre él y busque el acercamiento a Roma: ello sería el final de Ana Bolena, y Cromwell podría muy bien correr la misma suerte. Lo mejor para él era observar por el momento una prudente expectativa y alejarse paulatina­ mente de Ana Bolena; aunque quizá fuera preferible tomar la iniciativa y organizar él mismo la caída de la reina. Enrique no vertería una sola lágrima por ella, Cromwell estaba seguro de esto. Cierto día, Cromwell solicitó del rey plenos poderes que le permitieran actuar contra cualquier persona que hubiera per­ petrado algún delito contra el rey. Enrique aceptó sin vacilar y poco después los espías de Cromwell descubrían la prueba de que lady Ana había engañado a su real esposo; Cromwell se apresuró a poner al rey al corriente y algún tiempo después (en 1536) Ana fue llevada a la Torre, acusada no sólo de adulterio con varios señores de la corte, sino también de incesto con su hermano lord Rochfort. La reina fue condenada a muerte, aunque jamás cesó de proclamar su inocencia; todo en vano: el 19 de mayo Ana Bolena subía al patíbulo. Aquel mismo día Enrique recibía del arzobispo Cranmer el permiso de la Iglesia para un nuevo matrimonio, y el 30 de mayo cele­ braba sus nupcias con lady Juana Seymur. Acta de Supremacía (1535) 1535-1536 368 • La reforma anglicana Cromwell y la política anticatólica En años sucesivos, el gobierno del rey no dejó de zaherir a las instituciones de la Iglesia católica romana. Tras los pequeños monasterios les tocó el turno a los grandes, y sus bienes pasaron también a la Corona, si bien gran parte de ellos fueron distri­ buidos entre elementos de la nobleza y de la burguesía. Entre bastidores, Tomás Cromwell tiraba de los hilos de aquella po­ lítica anticlerical y la dirigía con energía implacable. Su objetivo era la consolidación de la autocracia real, y para conseguirlo juzgó oportuno aplicar en Inglaterra el mismo programa del protestantismo continental, por lo menos en lo concerniente a la política. Por grande que fuera la influencia de Cromwell, tenía, sin embargo, sus límites. Su poder, como antes el de W olsey, dependía por entero del favor real. Si nunca fue muy fácil perseverar en el disfrute de la amistad del rey, ello se hizo '’.ada vez más difícil con el tiempo. Enrique VIII sufría enton­ es una metamorfosis en su personalidad, harto desagradable jara quienes le rodeaban; el que antes era deportivo, esbelto / flexible, se había abotagado por los placeres de la mesa y el exceso de bebida y se puso obeso. Holbein ha perpetuado en el lienzo su rostro hinchado, sus ojillos hundidos en la grasa, claros, testimonios de una vida consagrada al libertinaje, que había minado su salud y su sistema nervioso. Cuanto más tiempo transcurría, más insoportable se hacía el despotismo de Enrique; no toleraba contradicción alguna y los cortesanos temblaban ante sus estallidos de cólera. Por lo tanto, Tomás Cromwell no llevaba una vida fácil, consolándose con la creencia de que era de todas formas indis­ pensable a la política interior del rey. Por tal razón le protegió Enrique durante el peligroso invierno de 1536-1537, cuando la indignación del pueblo por la política ántirromana y la supre­ sión de los monasterios estalló en una rebelión declarada en el norte del país. Los rebeldes aseguraban que sólo deseaban la destitución de Cromwell, genio maléfico y advenedizo que impulsaba al rey a los peores atropellos, pero el monarca mantuvo a su ministro y ahogó la rebelión en sangre. Hasta entonces, Cromwell podía considerarse dichoso, aun­ que pronto sería evidente que las opiniones de Enrique no coincidían en todo con las de su ministro. La posición de Crom­ well se vio minada poco a poco por un conjunto de circuns­ tancias y quizás esta evolución se inició el 13 de octubre 1536-1537 Rebelión de Irlanda (1536) El Trono ya tiene heredero 9 369 de 1537, cuando Juana Seymur dio a luz un hijo. Aquel día fue uno de los más felices en la vida de Enrique V III: por ñn tenía aquel heredero que esperaba hacía tanto tiempo, el hijo que proseguiría su obra y consolidaría el poder de los Tudor en Inglaterra. El pueblo entero participó en la alegría de su soberano y el nacimiento del príncipe Eduardo fue celebrado con desmesu­ rada brillantez, pero en palacio, Juana Seymur luchaba con la muerte. La reina exhaló el último suspiro doce días después, y por vez primera, y quizá la única en su vida, Enrique VIII tuvo un sincero pesar por la muerte de alguien. Juana le había dado un hijo, se había mostrado buena esposa y Enrique se sintió obligado a demostrarle su agradecimiento. En su lecho de muerte, Juana le había rogado que fundara un monasterio benedictino en su memoria: extraña petición presentada a un rey que se había enriquecido destruyendo los monasterios in­ gleses. Pero Enrique atendió aquel último deseo y luego se apresuró a olvidar a Juana. CUARTO, QUINTO Y SEXTO MATRIMONIOS Una cuarta boda, razón de Estado Poco después, Enrique VIII se dedicó a buscar a la que gozaría del discutible honor de ser su siguiente esposa. Aquella vez deseaba atraerse mediante el nuevo matrimonio mayor influencia en la política continental. Llamó al embajador de Francia, le confió que se casaría de buena gana con una prin­ cesa francesa, y sugirió que Margarita, la hermana del rey Francisco, podría visitar Calais con las más ilustres y hermo­ sas damas de Francia, a fin de que Enrique pudiera escoger por sí mismo. El embajador eludió tan poco elegante proposición con ironía: «Señor, ¿quizás os proponéis probar estas damas, una tras otra, como hacían en otro tiempo los caballeros de la Tabla Redonda, y conservar la que más os guste?». Enrique no recibió una princesa francesa en matrimonio y, prosiguiendo la búsqueda de su cuarta esposa, dirigió sus mi­ radas hacia la corte imperial. En aquella época residía en la corte de Bruselas la joven princesa Cristina, hija del rey de Dinamarca Cristián II y prima de Carlos V, y en vista de que los embajadores de Enrique la describían como una auténtica belleza, Holbein fue enviado a Bruselas para hacer su retrato. Tregua hispano-francesa de Niza (1537) 1537 370 0 La reforma anglicana Una vez ante el lienzo, Enrique sintió decrecer bruscamente su interés; Cristina, por su parte, estaba también muy poco entusiasmada ante la idea de casarse con Enrique VIII, y dícese que dio esta respuesta también irónica a los embajado­ res ingleses: «Decid a Su Majestad que, si tuviera dos cabezas, pondría una de ellas a su disposición de muy buena gana». Cristina quedó así eliminada de la candidatura. Entonces, Cromwell propuso al rey que se casara con una princesa ale­ mana de familia luterana e incluso sugirió un nombre, Ana, hermana del reinante duque de Cléves, proposición que se basa­ ba en diversas consideraciones políticas. La situación europea seguía otros rumbos. En junio de 1538, el papa Paulo III había logrado, con hábil mediación, hacer firmar un armisticio de diez años entre Carlos V y Francisco I, tregua que perjudicaba seriamente a Enrique VIII. Mientras el monarca francés y el emperador lucharan, el rey de Inglaterra nada tenía que temer, pero si olvidaban sus disputas y decidían colaborar en una política común, lo más natural para ellos sería realizar el más caro deseo del papa, el de atacar a Inglaterra, y hacía tiempo que intrigaba con dicho fin. Enrique imaginaba ver pronto una flota enemiga surcando el canal de la Mancha, y Cromwell tenía también en cuenta aquella posibilidad. Desde los círculos gu­ bernamentales propagóse al pueblo el temor a una guerra, y la nación entera demostró unánimemente estar dispuesta a defen­ der el país contra un eventual invasor; en consecuencia, los ingleses se agruparon en torno a su rey y dieron pruebas de su fidelidad. Entonces, impulsado por la opinión pública, Cromwell conjuró al monarca a que se apoyara en una alianza con los protestantes alemanes y sellara tal pacto desposándose con una princesa alemana, Los contactos con Alemania A Enrique VIII le costó decidirse a ello. La idea de una alianza con la Liga de Smalkalda era para él una verdadera pesadilla, ya que, por una parte, esperaba secretamente con­ certar un acuerdo fuese con Carlos V o con Francisco I, y restablecer así el equilibrio de la balanza política internacional en beneficio suyo; por otra parte, pese a todas sus mudanzas, seguía sintiéndose católico. A Inglaterra habían acudido teólo­ gos alemanes a fin de discutir una reforma de la Iglesia con el rey y sus colegas ingleses, pero Enrique, al corriente de la ciencia teológica, y muy orgulloso de ello, refutó personal1538 El anglicanismo, consolidado ® 371 'mente todas sus proposiciones. Rechazaba categóricamente las innovaciones luteranas, como la reforma del dogma de la euca­ ristía, la abolición de las misas privadas y del celibato de los sacerdotes. Incluso mantuvo una correspondencia polémica con Lutero, y de una y otra parte las cartas aparecen rebosantes de las más brutales groserías. De todas formas, Enrique reconocía que una alianza con los protestantes quedaba admirablemente justificada desde el punto de vista político, y CromweII le demostraba que una poderosa liga protestante que agrupara a Inglaterra, Dinamarca y a los príncipes alemanes constituiría un serio peligro para el emperador, sobre todo si Enrique sellaba la alianza mediante su matrimonio con la princesa de Cléves. En efecto, el duque de Cléves poseía derechos legales al ducado de Güeldres, que contituiría un excelente punto de partida para una ofensi­ va contra las posesiones imperiales en los Países Bajos. Enrique cedió ante estos argumentos y aceptó casarse con Ana de Cléves. CromweII le aseguraba que la princesa era bella como un sol, y también Holbein hizo de ella una miniatu­ ra que, esta vez, agradó mucho a Enrique. El contrato ma­ trimonial se ñrmó en octubre de 1539. N o obstante, Enri­ que VIII adoptó con anterioridad una importantísima medida: obligó al Parlamento que aceptara la ley de los Seis Artículos, que decretaban que la fe y la doctrina católicas .—en realidad, un catolicismo anglicano.— serían mantenidas en todos sus pun­ tos esenciales. Ana de Cléves, la flamenca repudiada La princesa Ana desembarcó en tierra inglesa en enero de 1540 y Enrique, impaciente, salió a su encuentro. Ella se arrodilló ante el monarca y éste la ayudó cortésmente a levan­ tarse, echando una ojeada crítica y experimentada a su rostro y a su silueta. Finalmente le dio un beso en la mejilla, mur­ muró algunas palabras indiferentes y se alejó a toda prisa, regresando a sus habitaciones; luego estuvo mucho rato sin decir una palabra ni hacer un solo gesto y acabó suspirando: «Es muchísimo menos bella de lo que me dijeron. ¡Es incom­ prensible que hombres dotados de juicio me hayan hecho de ella tal descripción!». Por desgracia, era verdad que la naturaleza en nada había favorecido a Ana de Cléves. Era muy alta, muy delgada y un poco picada de viruela, y además de faltarle belleza, estaba 1539-1540 372 ® La reforma anglicana igualmente desprovista de encanto y de cultura. Desde el pri­ mer instante, Enrique concibió por ella una aversión a la que no pudo, ni quiso nunca, sobreponerse; hubiera preferido rom­ per el compromiso en el acto, pero no se atrevió a ello por temor a complicaciones políticas. N o sonrió ni una sola vez durante la ceremonia nupcial y, según un contemporáneo, Ana parecía también melancólica, lo que nada tiene de extraño. Así se casó Enrique con una princesa alemana por razones puramente políticas. Cromwell insistía en que la amenaza del emperador era tan grave que hacía indispensable una alianza con la Alemania protestante, pero pronto se percató Enrique de que Carlos V y Francisco I no manejaban sus mutuos asun­ tos con tanta armonía como se creía en Inglaterra. Con algo de habilidad, la diplomacia inglesa podría introducir una cuña política entre ambos «aliados». Y comprobaba que, de hecho, este matrimonio no había servido para nada. El descubrimiento hizo rebosar el vaso de su escasa pa­ ciencia y Enrique perdió el dominio de sí mismo; Cromwell era responsable de aquel error y debía pagar su culpa. Por or­ den emanada de palacio, fue acusado ante el Parlamento de haber contrarrestado los designios del rey en los asuntos reli­ giosos y Tomás Cromwell fue condenado a muerte y ejecutado. Ana de Cléves ya no servía para nada en el círculo del rey y Enrique VIII decidió deshacerse de aquella esposa que le estorbaba. Con gran sorpresa por su parte, Ana no fue en absoluto hostil a la idea de un acuerdo de separación, y así el rey le ofreció una pensión de cuatro mil libras anuales y dos dominios territoriales. Ana se contentó con ello y abandonó la corte, y, sin más ceremonia, Enrique cursó orden a sus obispos de que anularan su matrimonio con Ana de Cléves. En Alemania, las reacciones fueron muy vivas. Lutero la emprendió violentamente contra aquel «gentilhombre Harry que se imagina de modo manifiesto ser Dios en persona, y poder hacer cuanto le place», y Melanchton expresó su deseo de ver un hombre justo lo bastante valiente para librar al mundo de aquel «Nerón inglés». Catalina Howard y Catalina PanEntre las damas de honor de Ana de Cléves figuraba una joven de extraordinaria belleza, hija de un gentilhombre muy influyente en los círculos católicos, que se llamaba Catalina Howard. Se enamoró de ella Enrique y se casó durante el 1539-1540 Muerte de Enrique V III ® 373 verano de 1540, pero el rey ya tenía más de cincuenta años, la nueva soberana sólo dieciocho, y Catalina pronto echó de menos las asiduidades de caballeros más jóvenes y apuestos que su real esposo. N o tardó en enterarse la corte de que mantenía citas secretas con un joven empleado en la cancillería real, y al mismo tiempo circuló el rumor de que, antes de su matrimonio, había llevado una vida bastante ligera. El arzo­ bispo Cranmer, que detestaba a Catalina a causas de sus con­ tactos con los católicos, se apresuró a comunicár al rey las pruebas de su infortunio, lo que representó ,un duro golpe para Enrique, tan orgulloso de su joven y bella esposa; dícese que estalló en sollozos al saber lo ocurrido, pero se dominó lo sufi­ ciente para firmar la sentencia de muerte. Sin embargo, la larga historia conyugal de Enrique VIII aún no estaba terminada; todavía el rey tomaría mujer, por sexta y última vez: Catalina Parr, una esposa que no era joven ni bella, pero que le demostró afecto y le cuidó cuando estuvo enfermo. Aun así, faltó muy poco para que el monarca también mandara que fuese ejecutada. En política exterior, Enrique VIII consiguió concertar un acuerdo con el emperador Carlos, triunfo que codiciaba hacía tiempo. El monarca inglés envió tropas a Francia con la espe­ ranza de infligir una derrota a su antiguo rival Francisco I; tropas que lograron tomar Boulogne, pero luego fueron aban­ donadas por el emperador y Enrique hubo de proseguir solo aquella guerra; al fin terminó en 1546 mediante un acuerdo por el que Inglaterra conservaría Boulogne por un período de ocho años y, pasado dicho plazo, la ciudad fortificada volvería a pertenecer a Francia, a cambio de un sustancioso rescate. La salud de Enrique no había cesado de empeorar y, a principios de 1547, intuyó que no le quedaban ya muchos días de viaa. Llamó a Cranmer, que acudió a su cabecera: «¿Mori­ réis en la fe de Cristo?», preguntó el arzobispo; Enrique, de­ masiado débil para responder, sólo pudo oprimirle la mano y murió poco después. Enrique VIII fue ciertamente una naturaleza primaria, do­ minada por sus instintos, pero su gobierno dejó honda huella. Consolidó el Estado inglés con iniciativas diversas y, no cierta­ mente la menos importante, la creación de la Iglesia de Inglate­ rra. Fue el primero en comprender las oportunidades que se ofrecían a la política exterior de su país gracias a su situación, y así, a partir de Enrique VIII, Inglaterra pudo convertirse en guardiana permanente del equilibrio europeo. 1540-1547 ILA € ® I T E 1 1 K 1 F 0 1 M A O R 1 F O B M 1 C A T é llC A NUEVA DISCIPLINA El Oratorio de! Amor Divino Desde las primeras manifestaciones del protestantismo, al­ gunas personalidades clarividentes habían pedido a la Iglesia que por sí misma tomara la iniciativa de una reforma interna. Carlos V, cuando clausuró la Dieta de Worms, sugirió la convocatoria de un concilio, y la dieta se abrió paso, por ser cada vez más numerosos quienes se percataban de que, si bien la Inquisición había conseguido evitar la penetración del pro­ testantismo en España, fracasó, en cambio, en todos los demás países. Los propios métodos expeditivos de la Inquisición su­ blevaban a la mayoría de los católicos. El caso de España, en este problema de la Reforma, como en tantos otros problemas europeos •—las Cruzadas, por ejemplo—, es totalmente distinto. N o fue la Inquisición la que alejó al pueblo español de la Reforma. Todo su contenido era extraño a la mentalidad e historia del pueblo español. Inglaterra tampoco pudo asimilarla, como hemos visto. La intelec­ tualidad española toda era erasmista; muy ilustres religiosos activos fueron reformadores ■ —santa Teresa, san Juan de la Cruz.—■, pero los supuestos políticos y teológicos de Lutero eran aquí incomprensibles. La Inquisición española, como otros organismos análogos en Ingla­ terra, Ginebra, etc., quizá frenaran de momento la expansión de una ideología, pero fracasaron siempre a la larga. Con Inquisición o sin ello, no se concibe una E spaña luterana cuando tanto resentimiento había contra los problemas centroeuropeos que sólo acarreaban sin­ sabores al país. La época era intransigente y, entre intransigencia e intransigencia, no valía la pena cambiar: tal era una opinión muy extendida por aquel entonces, tal como se trasluce en la resignada actitud de los escritores erasmistas. Dieta de Worms (1521) 1521 376 • La Contrarreforma o reforma católica Durante el pontificado de León X y en Roma, en una iglesia del Trastevere, no lejos de donde, según la tradición, el apóstol Pedro había presidido las reuniones de los primeros cristianos, un grupo de hombres deseosos de perfección moral solía reunir­ se para orar y discutir las cuestiones de fe que en aquella época preocupaban a la mayoría. Este grupo, denominado Ora­ torio del Amor Divino, congregaba a otros miembros, algunos de los cuales desempeñarían más tarde papel importante en la política vaticana, como el diplomático y consejero veneciano Contarini, y el napolitano Pietro Carafa. El Oratorio veía con inquietud los éxitos de la Reforma luterana y sus miembros estaban de acuerdo en proclamar que el clero ,en masa debía retornar a su pureza y dignidad primitivas. «La decadencia a que han llegado sacerdotes y frailes —decía Carafa—• impulsa al pueblo a tener aversión al ejercicio del culto y a considerar la autoridad de la Iglesia con desconfianza.» Esta preocupación de los católicos piadosos hizo surgir el ideal que determinaría la vida espiritual y política del siglo, y que un gran predicador expresaba en estos términos: «Es la religión la que debe cambiar a los hombres, y no los hombres a la religión». Formulaba así el principio esencial del notable movimiento religioso que la historia designaría con el nombre de Contrarreforma. En Alemania, la Reforma había logrado triunfos decisivos; luego lograría implantarse en Suiza, en Escandinavia, en los Países Bajos, e incluso se dejó sentir en regiones de Polonia e Italia. La política pontificia había perdido el dominio de la situación, Inglaterra conseguía eludir a su dominio espiritual y Clemente VII se perdía entre el dédalo de aquella política expansionista, Desde luego, se hallaba mal informado de la situa­ ción en Alemania. Los papas reformistas Clemente VII murió en 1534, y en los años siguientes un nuevo espíritu reanimó la política de la Santa Sede. La situa­ ción cambió con el nombramiento de Giovanni Morone para el cargo de nuncio en Alemania. Morone sólo contaba veintiocho años cuando recibió tal dignidad, considerada como la más importante y difícil de toda la diplomacia pontificia, pero reveló ser un excelente diplomático. Por vez primera recibió la Curia informes fidedignos acerca de la expansión de la Reforma luterana. 1522-1537 Clemente VII, papa (1523-1534) Corrientes renovadoras de el Vaticano • 377 Si la política pontificia evolucionaba en Alemania, también la situación cambiaba en Italia, El veneciano Contarini había hecho circular un escrito en que se reclamaban reformas en el seno de la Iglesia, obra que dedicó al nuevo pontífice, Paulo III. Poco después, Contarini acompañaba al papa a Ostia y na­ rraba en una carta este viaje a un amigo: «Durante el camino, Su Santidad me ha llamado aparte para discutir conmigo acerca de las posibilidades de una reforma. Me ha dicho que llevaba consigo mi memoria sobre este asunto y acababa de leerla aquella misma mañana. Yo había renunciado ya a toda esperan­ za de reforma, pero el Padre Santo me ha hablado con tanto espíritu cristiano, que de nuevo espero ver a Dios realizar grandes cosas». Por su educación, Paulo III estaba penetrado de los ideales del Renacimiento, y aunque no compartiese los proyectos de quienes se empeñaban en promover una reforma de la Iglesia, el papa comprendía muy bien que debía prestarles apoyo y convertirles en el trampolín indispensable para la realización de los ideales adquiridos por él de la. cultura antigua. N o de­ jaba de tomar en consideración las dificultades que sobre­ vendrían y tampoco ignoraba que sería preciso sostener una lucha prolongada y dura para llevar a buen término la suspi­ rada reforma. En 1535 y 1536, el papa sorprendió a todos al anunciar que admitía en el Colegio Cardenalicio a cierto número de per­ sonalidades notoriamente adictas a la idea de una reforma en el seno de la Iglesia, la mayoría de ellos pertenecientes al Oratorio del Amor Divino. Los más notables eran Contarini, el noble veneciano universalmente respetado, y el napolitano Carafa, más vigoroso y apasionado, nombramiento con los que el papa evidenciaba su desprecio por la secularización que sufrió la Curia durante la época dorada del Renacimiento. Régimen interno. La Inquisición El papa encargó a los nuevos cardenales la misión de re­ dactar un informe sobre la situación interna de la Iglesia. Los prelados terminaron su tarea en febrero de 1537, y el citado informe constituyó una enérgica crítica acerca de la conducta de los sacerdotes y la situación moral en los conventos; el texto insistía, además, en el hecho de que algunas elevadas funciones eclesiásticas se hallaban en manos de personas total­ mente indignas. Otro punto sombrío era la profunda decaden­ Paulo III, papa (1534-1550) 1535-1537 378 • La Contrarreforma o reforma católica cia de la vida monacal; era preciso reaccionar rigurosamente contra aquella plaga, y así, los cardenales reclamaban con ener­ gía la expulsión de los religiosos corrompidos y su sustitución por otros animados de un nuevo espíritu de piedad. El informe afirmaba también que, con demasiada frecuen­ cia, los legados pontificios utilizaban su poder para lucrarse económicamente, lo que minaba asimismo la autoridad de la Iglesia. Por su parte, el papa aprobó el informe y .basó en aquellos datos la nueva política interior de la Curia. Paulo III anunciaba así la primera demostración oficial de su simpatía hacia los partidarios de una reforma; luego seguiría demos­ trándola, en primer lugar, con su bula promulgada en 1542, que ordenaba la reorganización de la Inquisición. Carafa era el inspirador de aquella medida y, al morir Contarini en 1542, se había convertido en el personaje clave del partido reformista. Su episcopado en Theato (Chieti, Ita­ lia), su labor al frente de la nueva Orden de los teatinos y su participación en las actividades del Oratorio del Amor Divino revelaron sus cualidades de excelente organizador y orador elocuente, aunque también adversario implacable y particular­ mente activo de todos los movimientos antirromanos de la época. Carafa había residido algunos años en España, y pen­ sando en este país insistió en el restablecimiento’ de la Inquisi­ ción en toda Europa. En 1542, Paulo III organizó una nueva comisión de cardenales que tomó más tarde la denominación de Sanctum Officium —el Santo Oficio—, comisión que re­ cibió poderes cuya amplitud no dejaba de ser inquietante: ejercía funciones de tribunal supremo, mantenía autoridad sobre la Inquisición de todos los países y podía designar cuantos funcionarios requiriese para el cumplimiento de su tarea; ade­ más, tenía derecho a citar ante su tribunal a toda persona sospechosa de herejía, así como condenar a prisión o a muerte a los acusados reconocidos culpables, y a confiscar sus bienes. Carafa, que adoptó la iniciativa de restaurar la Inquisición, fue también el jefe de aquella comisión pontificia. Para juzgar la historia de la Inquisición interesa tener en cuenta la opinión de un historiador católico como Ludwig Pastor, quien afirma que, durante el reinado de Paulo III las medidas adoptadas por la Inquisición fueron relativamente sua­ ves, pero tampoco puede negarse que, fueron mucho menos clementes cuando Carafa sucedió a Paulo III con el nombre de Paulo IV. «Entonces —dice— comenzó un régimen de terror que llenó de espanto a todos los romanos.» 1542 Inquisición: «Santo Oficios (1542) Fundación de la Orden de los Teatinos • 379 El Indice de libros prohibidos En 1559 se creó el famoso Indice, relación de libros cuya lectura está prohibida, en principio, a causa de los peligros que pueda representar para la fe y las costumbres; con ello, el papa trataba de asestar el golpe de gracia a todos los es­ critos heréticos. Todo el mundo tenía plena facultad de llevar ante el tribunal de la Inquisición los libros que considerase peligrosos para la fe católica y, tras un examen, las obras podían ser inscritas en la relación y recogidas. Leer los libros puestos en el Indice exponía a sanciones inexorables, pero llegaron tan numerosas denuncias a los tribunales, que los jueces difícilmente podían examinarlas todas. La literatura de todos los países quedó así sometida a una severa inspección, y los eruditos y los libreros se quejaron de las nuevas prescrip­ ciones, sin el menor resultado. «En los tiempos que corremos, un cristiano sincero no puede confiar en morir en su cama.» La frase, pronunciada por un ferviente católico, caracteriza a las claras la angustia provo­ cada por la entrada en vigor del régimen de la Inquisición, que fue evidentemente una de las armas más temibles del arsenal de la Contrarreforma. Ésta reclutó sus nuevas fuerzas en las filas de dos órdenes de reciente creación, más 'en consonancia con los nuevos tiempos, los teatinos y los jesuítas. La primera fue fundada por Cayetano de Thiene, miembro del Oratorio del Amor Divino, universalmente conocido por su piedad y humil­ dad, a quien el papa había permitido en 1524 realizar uno de sus más caros deseos, fundando una nueva Orden integrada por sacerdotes jóvenes. Los teatinos prosperaron pronto gracias al apoyo de Carafa y adquirieron gran importancia. Su nombre procede del obispado de Carafa, Theato, nombre antiguo de la ciudad de Chieti; la Orden era de tipo netamente aristocrático y la mayoría de sus miembros eran jóvenes selectos entre las mejores familias del país, que prometían vivir en la pobreza más absoluta. Por la severidad de sus reglas, la Orden gozó pronto de gran consideración e influencia. La Orden de los teatinos había nacido del Oratoriox del Amor Divino; la de los jesuítas, cuya historia es muy diferente, alcanzaría significación aún más profunda en el seno de la Con­ trarreforma no sólo por el influjo que ejerció en las clases so­ ciales elevadas y en el campo de la .investigación, sino también por sus misiones en lejanos y desconocidos países. 1524-1559 380 • La Contrarreforma o reforma católica LA COMPAÑIA DE JESÚS Un caballero andante «a lo divino» En 1521, un reducido contingente español recibió orden de defender la plaza de Pamplona, en Navarra, contra un poderoso ejército francés. Se trataba de una misión desesperada y todos los oficiales se decidían por la capitulación, salvo un caballero llegado de las montañas del golfo de Vizcaya, quien alegaba que un verdadero vasco no se rinde jamás, obstinación pro­ verbial en España. Se llamaba don Iñigo, y la historia le conoce por el de Ignacio de Loyola. Pronunció un ardiente discurso a sus hermanos de armas, los arrastró consigo y combatió en la brecha con intrepidez hasta que fue herido en la pierna derecha; Ignacio se derrumbó y Pamplona con él. Ignacio de Loyola tenía entonces unos treinta años. Antes había sido paje de un ilustre personaje de la corte de Fernando el Católico, y en ella aprendió a ser perfecto caballero y hom­ bre de mundo. Aficionado a los libros de caballerías, soñaba con realizar grandiosas hazañas y pronto eligió a la dueña de su corazón, la propia reina, la alegre princesa francesa Germana de Foix, con la que Fernando se había casado años después de la muerte de Isabel la Católica. El joven Ignacio le cantaba su amor en versos un tanto alambicados, aunque su platónica exaltación no le impedía dedicarse a otras relaciones más con­ cretas y correr alegres aventuras. Los franceses vencedores en Pamplona admiraron ta^to el heroísmo de Loyola que le devolvieron la libertad y le enviaron al castillo de su padre, donde Ignacio hubo de sufrir penosas operaciones para recobrar el uso de su pierna herida, lo que no impidió que ésta quedara medio paralizada y desde entonces hubiera de andar con ayuda de un bastón. Durante el prolongado período de enfermedad y convale­ cencia, Ignacio trató de distraer su dolor y sus forzados ocios con la lectura. Pidió un libro de caballerías, pero tal género de novelas no abundaba en aquellas regiones apartadas, donde sólo había leyendas hagiográficas y un texto piadoso sobre la vida de Cristo. Aunque a disgusto, Loyola empezó a leer; luego, sin que él mismo se percatara de ello, aquellas narracio­ nes empezaron a apasionarle. Puesto que la carrera de las armas le resultaba ya prohibitiva, soñaba con hacerse fran­ ciscano o dominico, e incluso hacer algo que superara la acción 1521 Ignacio de Loyola (1491-1556) Una férrea voluntad 9 381 de estas órdenes religiosas, y pronto estuvo dispuesto a re­ nunciar al mundo, a cambiar la espada por el bordón y conver­ tirse en caballero andante de Dios. Su vida pasada sólo le inspiraba desprecio. Siguió un período de riguroso examen de conciencia. Lutefo había necesitado siete años para lograr la paz de su alma y otros cuatro para dar a sus nuevas concepciones religiosas su forma definitiva; sólo algunos meses de lucha espiritual basta­ ron a Loyola para llegar al extremo opuesto, y desde entonces su resolución fue inquebrantable; se sometería por entero e incondicionalmente a la autoridad de la Iglesia. Estudios de Ignacio de Loyola Practicó el ascetismo, ejercitó su voluntad y pronto fue dueño por completo de sí mismo, de sus emociones, de su comportamiento y de toda su personalidad. Jamás se le esca­ paba una palabra superflua. Loyola nos demuestra, en forma extraordinaria, cuánto puede hacer adelantar el hombre los límites de su capacidad para emplearse a fondo en un terreno determinado. Además, vigilaba cuidadosamente sus esfuerzos en el sendero de la virtud, llegando Incluso a establecer un gráfico diario de sus progresos. Comprendía a la perfección que debía antes perfeccionar su cultura si pretendía algún día realizar la obra de su vida y dirigir el alma de los demás. Se consagró al estudio del latín a la edad de treinta y un años, y luego amplió conocimientos en España y en la universidad de París. Al propio tiempo, perfeccionaba su ascetismo personal y mendigaba de los demás lo poco que necesitaba para vivir. Calvino estudiaba en París en la misma época que Loyola, y no deja de ser interesante meditar acerca de un imaginario contacto entre espíritus tan diametralmente opuestos. La teología no era el único terreno al que Loyola consa­ graba sus esfuerzos; pretendía también compenetrarse con la esencia del humanismo. Sus estudios le maduraron hasta tal punto qué muy pronto consiguió adeptos, extraordinariamente adictos a su persona. Loyola obligaba a sus discípulos a prac­ ticar aquella especie de «ejercicios espirituales» que él mismo se imponía cada día. Al principio, la «materia prima» humana podía mostrarse bastante reticente; no obstante, Loyola pudo formarla, gracias a su voluntad de hierro y a una labor tenaz y constante. 1521-1534 382 9 La Contrarreforma o reforma católica Una Oréen militante Una mañana de agosto de 1534, Ignacio logró un resultado halagüeño: en compañía de seis discípulos, subió a la capilla de Montmartre, entonces ,pequeña localidad campesina en las afueras de París; asistieron a misa, pronunciaron los tres votos monásticos, y juraron peregrinar a Jerusalén a ñn de atender y asistir a los musulmanes convertidos. La guerra entre V enecia y los turcos les impidió realizar este proyecto, y los siete jóvenes decidieron entonces ofrecer sus servicios al papa. Aquella mañana de agosto, la pequeña iglesia de Montmartre era testigo del nacimiento de una nueva institución, los jesuítas. Con todo, Ignacio hubo de vencer aún muchas dificultades antes de lograr su objetivo; la Iglesia romana le consideró durante algún' tiempo como sospechoso de intenciones heréti­ cas, y en diversas ocasiones se hospedó en los malolientes calabozos de la Inquisición .—una vez estuyo en ellos casi mes y medio.—, hasta que en 1540, libre de toda sospecha, recibió del papa la aprobación de su Instituto, la Societas Jesu o Compañía de Jesús, como la llamaba Loyola, que se asignó como misión primordial profundizar en la vida espiritual en el seno de ía iglesia; en segundo lugar, propagar ía fe católica romana y, por último, extirpar por completo la herejía. La Compañía de Jesús no es una congregación de monjes pacíficos, sino una Orden militante, como afirmaba el propio Ignacio, cuyos miembros combaten al servicio de Cristo. Los jesuítas no vestían hábitos del clero regular, como los frailes y monjes; constituyen un ejército, su fundador es un guerrero y su tarea la lucha por la gloria de Dios, ideal que abrasaba a Ignacio de Loyola con el mismo fuego que a su más temible enemigo, Juan Calvino. «A la mayor gloria de Dios», tal era la divisa que compartían por igual el general de los jesuítas y el gran reforpiador. Tal fue la sigla o anagrama de la Compa­ ñía, A.M.D.G., A d majorem L>ei gloriam. La Orden está organizada a la manera militar. La dirección suprema estriba en un general cuyo deber es ayudar al papa en calidad de consejero y colaborador, con dignidad vitalicia, y habilitado para trasladar o expulsar a los miembros de la ins­ titución a su voluntad. El temor a ser exonerado fue siempre, en el seno de la misma, un medio eficaz para cercenar posibles rebeldías; por otra parte, los grandes maestros de los jesuítas han considerado siempre provechosa tal «sangría», a condición de no abusar de ella. Loyola, primer general de la Compañía, 1534-1540 Fund. Compañía de Jesús (1538-1540) L a s reglas ignacianas • 383 se mostró muy severo en la elección de aspirantes, ya que entonces se necesitaban hombres inteligentes, de carácter dócil y complexión robusta; en consecuencia, hubo muchos llama­ dos y pocos elegidos, y en ello se distinguieron los jesuitas de la , mayoría de las demás congregaciones religiosas de la época, ya que éstas acogían prácticamente al primero que llega­ ba. La gente murmuraba: «Las demás Ordenes pescan con red; los jesuitas, con caña». L a obediencia Integral El deber primordial de los jesuitas era y es la obediencia, y nadie la elogió mejor que Loyola y con tan auténtica inspira­ ción. En la práctica se mostraba inflexible sobre aquel punto, y así, en cierta ocasión que un jesuíta de noble familia le diera a entender que desearía una habitación más espaciosa que el estrecho aposento que le estaba asignado, Ignacio ordenó que otros tres miembros de la congregación se acomodaran junto a él, y la víctima hubo de resignarse. Aun en la actualidad, un jesuíta no puede publicar una sola línea sin autorización de sus superiores y ningún libro escrito por un jesuíta puede ser edita­ do antes del nihil obstaí oficial de la propia Orden. Se debe obediencia al general de la Compañía tanto como al papa, pues los jesuitas profesan inquebrantable fidelidad a la Santa Sede. Sus enemigos suelen aludir a ellos como la «guar­ dia negra del papa», burla que consideran un título honorífico. La misión de la Compañía de Jesús, en épocas de apostasía como en el siglo xvi, fue sostener a la Santa Sede por todos los medios posibles y defenderla hasta la muerte, y así, desde que fue nombrado general hasta su fallecimiento en 1556, Ig­ nacio no salió de Roma, permaneciendo junto al,papa y mane­ jando todos los hilos de su organización. Fue beatificado algunos años después de su muerte, y su recuerdo sobrevive en tradiciones que le enaltecen como profe­ ta y taumaturgo. Los ejercicios espirituales Cada párrafo de sus reglas demuestra hasta qué punto poseía Ignacio de Loyola el genio de la organización, aunque su rasgo más característico sean los ejercicios espirituales, con que con­ virtió a sus discípulos en servidores incondicionales de los intereses de su institución y dispuestos a cualquier sacrificio. Constituyen también una prueba de su perspicacia psicológica, Ejercicios espirituales (1541) 1541 384 • L a C ontrarreform a o reform a católica se orientan hacia los móviles más secretos e íntimos del alma humana, y superaron tanto el nivel de su época que sólo la moderna psicología puede ofrecernos algo semejante. En las instrucciones para estos ejercicios espirituales, Ignacio relata sus propias experiencias y las ajenas, siendo el libro un ver­ dadero manual destinado a los dirigentes, para la formación de las nuevas generaciones de jesuítas y para consolidar la fe de los postulantes. Los ejercicios espirituales con stitu yen en E uropa el paralelo del y o g a oriental. S eg ú n parece, Ignacio tom ó la idea de un religioso es­ pañol; pero el general jesuita ios codificó con tanta independencia y basándose en tantas experiencias personales, que no puede hablarse de plagio; adem ás, aparecen en ellos otras influencias, com o la de la m ística m edieval y la p ed agogía islám ica. C on todo, aun cuando Ignacio fuera original en el arte y disposición de la m ateria ascética y el plan de ejercitar las potencias del alma, n o debe olvidarse que cuando el célebre fundador perm aneció en M ontserrat y en sus cercanías, pudo consultar un tratado titulado Exercitatorio espiritual, escrito por el padre C isneros, monje de dicho m onasterio, e incluso retener de mem o­ ria algunas de sus m editaciones y hasta la m ateria y disposición de otros asuntos, por ejem plo, el referente al infierno. Los ejercicios solían durar unas cuatro sem anas y los participantes eran dirigidos por un religioso de la C om pañía especialm ente designado a este efecto; sus instrucciones señalaban m inuciosam ente sus activi­ dades durante las 24 horas del día y , en m om entos determ inados, los participantes se reunían para recibir instrucciones y practicar algunos ejercicios; entretando, se entregaban a la m editación, la oración, el ascetism o, las lecturas piadosas, etc. D urante todo el período de ejer­ cicios, los participantes debían observar un silencio absoluto. La primera finalidad de estos ejercicios és suscitar el horror al pe­ cado, concentrando todos los pensam ientos sobre la caída del hombre. Para llegar a esta conversión total y profunda h ay que penetrar en lo más hondo del alm a, hasta donde uno mismo no puede ni se atreve a llegar por el autoanálisis. Para Lutero, la gracia de D io s era el factor determinante; pero L oyola, que había sido militar, e x ig ía que el pro­ pio ser hum ano saldara su cuenta al p ecad o y al dem onio. A sí, cada ejercitante debía conocer los torm entos de los condenados, oír sus gritos de angustia, gemir con ellos en las torturas infernales. Sum ido bajo la im presión de estos horrores, el discípulo se v e con­ ducido m entalm ente a su lecho de muerte, debe «vivir» su propia a g o ­ nía y el Juicio Final. L legado el m om ento, se le presenta a Cristo como rey del cielo y el discípulo se halla entonces ante el dilem a de­ cisivo de Jesucristo o Satanás; se apela a sus sentim ientos caballeres­ cos, y la elección aparece sim bolizada en términos m ilitares con ios célebres «dos estandartes», sím bolos de los ejércitos de Cristo y de Satanás, Para quien juró fidelidad al estandarte cristiano, no h a y re­ troceso posible. 1541 L o s ejercicios espirituales ® 385 E l arma terrible de la sugestión Tales experiencias forman soldados de Cristo, como el mismo Loyola, que se ofrendan en cuerpo y alma al servicio de la Iglesia romana, le consagran su inteligencia, su volun­ tad, su personalidad entera; hombres que pueden poseer todos los talentos y las dotes artísticas más brillantes, pero que nada de ello cuenta si no pueden servir a los intereses de la Iglesia. Ningún talento ni sentimiento humano existe por sí mismo, ni deben ser apreciados sino en función de la ventaja y del pro­ vecho que la Iglesia puede sacar de ellos. Por este motivo, los franciscanos, que colocan por encima de todo el amor a Dios y al prójimo, no han podido aceptar nunca las prácticas jesuíticas. Al cabo de unos años, los ejercitantes repiten por entero sus ejercicios, y luego anualmente y durante toda la vida, por espacio de ocho días como mínimo; una formación espiritual orientada para los futuros jefes de la Compañía. Actualmente se llevan a cabo otros ejercicios que exigen menos tiempo, dirigidos a la gran masa, y parece que han ad­ quirido un ascendiente extraordinario sobre las almas sencillas. E n bastantes casos, los ejercicios espirituales constituyen un e x ­ celente m étodo para d ev o lv er a los hom bres su equilibrio psíquico m e­ diante la sugestión, aunque se requiere que su sistem a nervioso pueda soportar la última etapa, la e v o ca ció n y la experiencia de las angus­ tias infernales. T a les escen as podían parecer horribles a espíritus sen ­ sibles, lo que sugiere el jesuíta e historiador español M iguel M ir (muer­ to en 1912), que abandonó la C om pañía, al parecer, por m otivos p o ­ líticos, sin romper, sin em bargo, con ella: « N in gú n espíritu, por fuerte que sea, puede resistir estos ejercicios y ningún corazón puede que­ dar insensible a ellos. N o existe inteligencia ni voluntad que, com o la del ejercitante, sean tan rem ovidas, hasta lo más recóndito de sí m is­ mas, separadas de los su y o s, de todo contacto humano y del m edio am biente en que estaban acostum bradas a vivir, sumidas en una at­ m ósfera espiritual totalm ente diferente. E s preciso haber v iv id o por sí mism o estas experiencias terribles, esta revolución de todas las ca ­ pacidades espirituales, esta angustia mortal que deja señalada para siem pre el alma hum ana y, en ciertos casos, la tritura literalmente. N o todos los hombres sienten del mismo m odo y todo depende de las disposicion es individuales y de la m anera cóm o son dirigidos los ejer­ cicios, pero no h a y nadie que, habiéndolos v iv id o intensam ente, no h a y a conservado de ellos y en lo más hondo de su alma una cicatriz que nada puede borrar». 1541 386 • L a C ontrarreform a o reform a católica EXPA N SIÓ N D E L A COMPAÑÍA Una «Internacional» . Los ejercicios espirituales constituyen el arma más impor­ tante de los jesuitas y promovieron el espíritu de la Contrarre­ forma. Uno tras otro, los monasterios fueron sometidos a una «conversión» completa; aquellos antiguos hogares de errores, de vicios incluso, se convirtieron en centros de renovación espiritual y moral. Pocos años después de la fundación de la Compañía, los jesui­ tas eran ya un factor poderoso en el mundo cristiano. A d­ quirieron carácter internacional y su influencia religiosa y polí­ tica crecía con regularidad en España, Portugal, Francia y Polonia, logrando hacer volver al redil de la Santa Sede exten­ sas zonas de la Alemania y del Austria protestantes, y en los Países Bajos ocasionaron también graves quebrantos al pro­ testantismo. Examinaremos en otra ocasión sus actividades en Inglaterra. Ignacio promulgó unos estatutos que le asignaban la misión de defender los intereses pontificios por toda la tierra, *de convertir a los paganos y de devolver a los herejes al redil católico. «Nuestra vocación -—decía san Ignacio.—■ es viajar por diversos países y vivir en todos aquellos lugares donde podamos esperar hacer mayor servicio a Dios y ayuda espiri­ tual al prójimo...» Los jesuitas dedicaron su energía al servicio de la obra misionera; su ardor evangélico y sus instituciones de ense­ ñanza proporcionaron resonantes victorias a la Compañía, in­ cluso en otros continentes y sobre todo en las Indias, en China, en el Japón, y en las colonias españolas de América Central y del Sur; implantaron también sus misiones en el Canadá, entonces posesión francesa, y los numerosos misioneros que recibieron el martirio en aquellos lejanos territorios abonaron, con su sacrificio, su valor y perseverancia. Francisco Javier, el divino impaciente El más notable adelantado de la Compañía en esta obra de misión entre paganos fue Francisco Javier, compatriota y amigo de Ignacio, quien con sólo la fuerza de su personalidad logró transformar a aquel hombre, en extremo mundano y secreta­ S. XYI Javier, en O riente # 387 mente ligado al luteranismo, en un hijo fiel de la Iglesia roma­ na y adicto servidor. Javier llevó a cabo su obra en diversas comarcas de Asia. «O ficialm ente .—escribe D aniel-R ops.— iba en calidad de nuncio apostólico, acom pañando al virrey y p rovisto de todos los poderes. U n nuncio bastánte singular, por cierto, que desdeñaba las pom pas y el lujo, se arrodillaba hum ildem ente ante el arzobispo — el franciscano Juan de Alburquerque^— e iba a alojarse al hospital, cuidando enfer­ mos e incluso leprosos. Pronto se dio a conocer entre la población más pobre de la ciudad y cuando iba por las calles, agitando su cam ­ panilla, racim os hum anos se congregaban en torno su yo, ansiosos de oírle. E ra sorprendente el contraste entre aquella criatura de D ios y ciertos elem entos del clero portugués establecidos en la ciudad, co la ­ boradores de colon os y traficantes, y que apenas se ocupaban en ev a n ­ gelizar a las m asas indígenas. Por su parte, F rancisco se interesaba por los naturales del país ante todo; intentó en va n o mejorar la con ­ ducta de los conquistadores; pero hasta su muerte, su m ás acerbo dolor fue observar el espectáculo que ofrecían aquellos católicos tan crueles, injustos y tan p oco honrados, saber que los am os m olían a golpes a sus e scla v o s y que buscones sin vergüenza cam biaban a los indígenas marfil y ricas pedrerías por telas sin valor y baratijas repulsivas. ¡C uán­ tas v eces escribió al rey de Lisboa protestando de aquellos métodos! Pero ¿llegaron alguna v ez sus cartas? E ntonces, abandonando G oa y sus aprovechados europeos, partió a la caza de alm as en gran escala. Su nunciatura le confería autoridad en casi toda el A sia, desde Orm uz al océano Pacífico. Se puso en cam ino y y a no se detuvo; su existencia transcurrió entre el vértigo de una especie de pasión am bulatoria, m archando sin cesar, rezando sin descanso, haciendo alto só lo el tiempo necesario para sembrar el E v a n g elio y para que el buen grano brotara de la tierra. T area sobre­ humana, bajo el calor horrible o las pesadas lluvias de los m onzones, por senderos convertidos y a en ríos de barro, ya en alfom bras de p olvo pegajoso, o en el fondo de galeras sacudidas por la tem pestad. Su salud quedó arruinada m uy pronto, pero no su fe ni su entusiasm o: bastaba que un aldeano de piel oscura pidiera el bautism o, después de ex p li­ carle, por m edio de intérprete y com o D io s le daba a entender, los ru­ dim entos del Cristianism o, para que se sintiera recom pensado por to­ dos sus esfuerzos.» Javier pasó cinco años en la India y en 1549 marchó al Japón en compañía de tres jóvenes de aquel país a quienes había bautizado, y no tardaron otros muchos japoneses en seguir el ejemplo de sus tres compatriotas. El budismo —reli­ gión importante entonces en el Japón— atravesaba a la sazón una época de decadencia, y diversas sectas se disputaban el dominio espiritual. Javier estuvo dos años evangelizando en el Francisco Javier (1506-1552) 1542-1549 388 ® La Contrarreforma o reforma católica imperio del Sol Naciente y después partió para China, pero murió durante el viaje. Otros misioneros ocuparon su lugar en tierras japonesas; en una sola generación se edificaron doscien­ tas iglesias, y a principios del siglo X V II se habían convertido al catolicismo más de 700 000 japoneses, entre ellos, miembros de la nobleza e incluso príncipes de la sangre. Los jesuitas recibie­ ron apoyo del gobierno, por considerarles un contrapeso ideal al excesivo poder de ciertas sectas budistas; entonces, los cristia­ nos creyeron tan consolidada su posición que abandonaron su política de prudencia y destruyeron gran número de templos y de obras de arte budistas. El gobierno se alarmó y empezó a considerar las misiones católicas de manera muy diferente y el país entero trató a los cristianos con desconfianza, hasta que estalló una persecución religiosa, cada vez más violenta, en la que miles de cristianos japoneses que no quisieron renegar de su fe fueron martirizados. En 1638, un edicto puso fin a las per­ secuciones, pero prohibiendo rigurosamente que los cristianos pisaran suelo japonés. Hasta 1873 no se abolió oficialmente la prohibición. Los jesuítas en el Paraguay Las misiones alcanzaron sus resultados más curiosos en América del Sur, en el que fue «estado jesuíta» del Paraguay. Los jesuitas llegaron a finales del siglo xvi a aquella. colonia española, con territorios más extensos entonces que en la ac­ tualidad, ya que dicho país abarcaba toda la cuenca del río de la Plata hasta el Perú y Bolivia, y se extendía desde el Amazonas hasta el sudeste del Brasil *. Con apoyo del gobierno español, los jesuitas aislaron a los indígenas de todo contacto con la raza blanca, a excepción, por supuesto, de los misio­ neros enviados por sus propios protectores. Los indígenas del Paraguay escaparon así al destino sufrido por tantos hermanos suyos, es decir, la explotación de los colonos ansiosos de lucro. Los misioneros demostraron en el Paraguay mucha inteli­ gencia y flexibilidad y así se atrajeron la confianza de los indios. A los indígenas les seducían los esplendores del culto, la música y los himnos; bien dotados, en general, para el canto, pronto integraron coros y orquestas dirigidos por indígenas. 1 En 1625, la provincia jesuítica del (Paraguay abarcaba una extensión cfue com­ prendía las áreas de los actuales estados de Argentina, Uruguay, Paraguay, casi todo Chile, la franja meridional de 'Bolivia y comarcas muy extensas en el extremo sur del actual Brasil, contiguas a los ríos Paraguay, Uruguay, Iguazú y Paranapanema. s. xvi-xyn L o s jesuítas, en Sudam écica • 389 Se construyeron hermosas iglesias, casi tan espléndidas como en España; los niños se instruían y educaban en las escuelas de la misión, y los enfermos y pobres eran cuidados en instituciones especiales. Los jesuítas obtuvieron así resultados impresionan­ tes en el dominio de la cultura material. Con tenacidad y ener­ gía admirables, enseñaron a los indígenas a valorizar sus tierras extraordinariamente fértiles, en un país cuyo clima subtropical permitía obtener cuatro cosechas anuales de maíz. Los frutos de la Europa meridional, sobre todo las naranjas, se aclima­ taron muy bien en el Paraguay, y aún se producen en la ac­ tualidad. Gracias a la labor de los jesuítas, pronto pudo el Paraguay desarrollarse en el terreno económico, ya que, como fuera allí prácticamente desconocido el espíritu de empresa de los particulares, el curso natural de las cosas permitió que todo trabajo se prestara en beneficio de la comunidad entera. Por otra parte, el clima era sano, aunque los bruscos cambios de temperatura exigieran superior esfuerzo a los organismos europeos. Para algunos, sobre todo para los escritores del sig lo xvm , fisió­ cratas y enam orados de la naturaleza, y para los rom ánticos del xix, aquel estado am ericano de los jesuítas era un paraíso terrenal, donde a las bendiciones de la naturaleza se unía por v e z primera las v en ta ­ jas de la civilización, sin lo que ésta tenga de desm oralizador. A hora bien, el desarrollo cultural del P ara g u a y era artificial y no procedía de su propio pueblo; sin em bargo, si aquella sociedad desapareció al cabo de sig lo y m edio, no fue a consecu en cia de su decadencia interna, sin o de circunstancias externas: la hostilidad general hacia los jesuítas durante la segunda mitad del sig lo x v iii y el advenim iento del llam ado S ig lo de las L uces. Los jesuítas fueron expu lsados del P aragu ay en 1767, com o de las restantes colonias españ olas de A m érica del Sur, y los indígenas del país quedaron indefensos frente a toda clase de aventu­ reros d ispuestos a explotarlos a su antojo, y la decadencia m aterial y espiritual fue la inevitable consecuencia del n u ev o estad o de cosas. T o d a v ía en la actualidad quedan v e stig io s de las m isiones jesuítas en el P aragu ay entre los descendientes de los indígenas de aquella época. Pedagogía e interpretativa jesuíticas Los jesuítas ocupan también un lugar notable en la historia de la pedagogía y de la metodología, acaso por sus cualidades de psicólogos. Sus métodos de enseñanza procuraban despertar el interés de los alumnos, haciéndoles lo más viva posible la ma­ teria que debían asimilar, y representaron un gran progreso con relación a las escuelas de la época, en su mayoría bár- s. xvi-xvn 390 ® La C ontrarreform a o reform a católica baras y cuyos maestros consideraban el látigo como un «me­ dio didáctico» muy eficaz. Una red de seminarios jesuitas se extendió por casi toda Europa, donde una juventud escogida aprendía a ocupar un día puestos de mando en los negocios, la magistratura, el ejército; se formaban en la frecuentación diaria de los autores clásicos, latinos y griegos, explicados a la luz de la fe, y también en una escuela vivida que estimulaba los valo­ res personales, aun cuando recordase de vez en cuando a los adolescentes orgullosos la humildad de la condición humana. La dialéctica, las lenguas nacionales, la historia, la geografía y las matemáticas completaban aquella educación destinada a forjar un tipo humano dotado de sana razón, capaz de im­ ponerse por sus conocimientos y de defender una fe sólida. El carácter «dramático» de la enseñanza culminaba al finalizar el año escolar, en que los alumnos representaban una obra religiosa aprendida bajo la dirección de sus profesores. Los jesuitas intuían la utilidad del teatro como instrumento de pro­ paganda para la Compañía, y en tal terreno, el teatro se re­ velaba tan eficaz como el púlpito. El teatro jesuítico pudo enorgullecerse pronto de un audi­ torio cada vez mayor. Introdujo la coreografía, un acompaña­ miento de orquesta y la presentación, los trajes y accesorios fueron cada vez más suntuosos. Con preferencia, se representa­ ban escenas de coronaciones y homenajes, procesiones solemnes y otros espectáculos de masas; al propio tiempo, los jóvenes actores se hallaban cada vez mejor preparados, aprendían a dominar los menores detalles escénicos: gestos, retórica, in­ flexiones de voz, arte de expresarse con miradas más aún que con palabras, etc. El teatro de los jesuitas atrajo enormes multitudes y les permitió ejercer una profunda influencia en sus contemporá­ neos, hasta la supresión de la Orden en 1773, año que señala el final de sus reformas pedagógicas. La historia gloriosa del teatro jesuíta terminó también en la misma época, al prohibirse en 1765 las representaciones de autos sacramentales. EL CONCILIO DE T R E N T O Trento, dudad frontera Junto al Adigio, en el Tirol meridional italiano, se levanta la pequeña ciudad de Trento, la antigua Tcidentum romana. 8 . XVI-XVIH R o m a convoca un concilio • 391 En 1545 se reunieron en esta ciudad los representantes de la Iglesia católica en un concilio que se había propuesto la misión de corregir los desórdenes de la Iglesia y, a ser posible, res­ tablecer su unidad. Desde tiempo atrás, se *hablaba de convocar un concilio, y Carlos V, en especial, llevó a cabo enormes esfuerzos encami­ nados ' a su realización para lograr, con sus reformas, que hiciera viable una reconciliación entre protestantes y católicos. Sucesivos pontífices se habían opuesto a ello tenazmente, por conservar mal recuerdo de los concilios precedentes, temiendo el retorno de las antiguas teorías que conferían al concilio po­ deres superiores a los del papa, y a los obispos bastante in­ dependencia con relación a la Santa Sede. Por todo ello, Roma fue soslayando todo proyecto de con­ cilio, pero entretanto, las doctrinas luterana y calvinista habían ganado el terreno suficiente para alarmar poderosamente a la Curia. Comprendieron al fin los pontífices qué la única manera de obrar con eficacia contra los herejes era proclamar solemne­ mente, de una vez para siempre, la doctrina de la Iglesia cató­ lica y romana, y ello únicamente un concilio podría hacerlo. Por tal motivo cedió al fin Paulo III a los deseos del emperador y sólo faltaba fijar el lugar de su celebración. El emperador prefería una ciudad alemana y el papa, por supuesto, una localidad italiana. Trento representaba un lugar óptimo, por ser una ciudad de población exclusivamente italiana y católica, aunque perteneciente al Sacro Imperio Romano-Germánico. El concilio inició sus tareas el 13 de diciembre de 1545, tras pro­ longadas negociaciones, y la mayoría de los participantes com­ probaron desde el principio que la hábil política vaticana daría buenos resultados. La primera resolución ya constituyó una victoria pontificia: el concilio no tendría derecho a designarse oficialmente como «representante de toda la Iglesia», por ser éste un título que el papa quería reservarse exclusivamente para sí. l La primera fase conciliar «La primera fase del concilio de Trento —dice un histo­ riador.— se situó por entero bajo el signo de Tomás de Aquino». Las resoluciones importantes se caracterizaron todas ellas por la más estricta ortodoxia, iniciando una violenta ofensiva contra los protestantes. La primera resolución concernía a los fundamentos de la fe cristiana y de la doctrina de la Iglesia, y C o n c ilio d e T r e n to (1 5 5 4 -1 5 6 3 ) 1545 EURO PA EN LA EPO C A DE LA S G U ERRAS Mi tíf-Mí-JIION EN E l SIG LO X V I . S , ‘ ' ■ ’ < V l ¡A<' , ' E S C O C I A . új/'i ..... ■ ’ T v niiniüUlk ' - UT ,M y < , '»• • ...lil ilí A „ ,, «V f f (^ /(, ó c,y'' \ , ¿y.’ hi\¿‘ W-, lllll ’ 3 Brolnño Wí ■/'/<\ f ...... ;«;- w % D« r / : Saurntlr) r L Cm^harité ® I ‘‘> llh l\ I.\ *s) ' . h l ii Kni ht'IU , _ / (/íioges |í Lv¿>tt <* “ Poriqoril K %T u r í n « 2 C * •tfj>.»Dolfinodo •/■->M «v < / ■rttretfTO W -i^ p l« M íiÑ í.iií/w n . ( „ « ^ Genova - krmMm¡Tol, ^ N^ f 1'- / ~ í C W*<^ ■= L,ml|uo"ot. ^Marsella í > *p =i -ím i, (: - ~ffrer¡,'iiióti Catoluñn E S P A Ñ A Madrid. Zaragchid (O - - ; , r ■x"" ■ { '"■ : (í / ../W í a ic i’lotta m uí ^ im n u d iA istn i 394 • La Contrarreforma o reforma católica mientras los protestantes pretendían que la Biblia era la única guía de la fe, Trento decretaba que la Biblia y la tradición, es decir, los escritos de los Padres de la Iglesia, los decretos pon­ tificios, etc., constituían en su conjunto las normas de la fe cris­ tiana. El hombre no podía hallar la salvación sino en el seno de la Iglesia católica y romana, creadora de esta tradición. El papa logró imprimir un carácter extraordinariamente con­ servador a la doctrina de la justificación, lo que desvanecía toda esperanza de reconciliación entre protestantes y católicos. La doctrina protestante de la justificación mediante la fe integraba la base y fundamento de toda su religión, y en tal sentido les era absolutamente imposible aceptar el punto de vista católico. Entretanto, el emperador Carlos trataba de someter a toda la Alemania protestante y entonces sobrevino una extraordina­ ria mudanza en la situación. Los rápidos éxitos del emperador no complacían al papa, pues si bien éste no tenía inconveniente en que Carlos actuara contra los protestantes y acabara con la herejía por la fuerza de las armas, tampoco entraba en sus cálculos ver cómo Carlos se convertía en cierto modo en el dictador de Alemania, y tampoco quería que la influencia del emperador en el concilio superase la suya. Por esta razón, Paulo dio a sus agentes tan extrañas consignas: en una u otra forma, debían persuadir a los padres conciliares que celebrasen sus sesiones en los Estados Pontificios. «Parecerá extraño —dice el historiador Ranke—•, pero lo cierto es que en el preciso momento en que toda la Alemania del Norte temblaba ante la idea de una posible restauración del poder pontificio, el “papa se sentía aliado de los protestantes». En Trento, se precipitaron los acontecimientos; a principios de 1547 fallecieron de súbito varios miembros del concilio y los agentes del papa hicieron circular pronto el rumor de que se trataba de una epidemia y, en consecuencia, exigieron la sus­ pensión de las tareas para ser reanudadas en otro lugar. La agitación obtuvo los resultados deseados, los prelados fieles al papa abandonaron Trento y se trasladaron a Bolonia. Terminaba el primer período en las actividades del concilio. Clausura del concillo Un nuevo cisma parecía amenazar a la Iglesia romana, pero pudo evitarse el peligro. La idea del concilio no se había des­ vanecido; en 1551, el papa Julio III intentó reanudar las nego­ ciaciones, sin resultado alguno a causa de la situación política 1547-1551 Julio III, papa (1550-1555) ¡Resaltados del concilio de T ren to • 395 muy tensa en aquella sazón, hasta que en 1562, Pío IV reunió de nuevo el concilio en Trento. Se iniciaba una tercera fase que duraría hasta 1563 y permitiría a Pío IV alcanzar el obje­ tivo que siempre se propuso la política pontificia, de que la doc­ trina de la Iglesia quedara definitivamente establecida y definida lo más claramente posible frente al protestantismo. A partir de entonces, los debates se sucedieron a ritmo acelerado, has­ ta llegar a la última reunión, que se celebró el 3 de diciembre de 1563. Conscientes de vivir un momento histórico, los padres conciliares escucharon atentos la lectura de las resoluciones, en que se proclamó a la Iglesia católica romana como la única capaz de lograr la salvación para la humanidad y luego, pe­ netrados de la más fervorosa convicción, votaron el anatema contra las doctrinas heréticas. Los cardenales aprobaron tam­ bién por unanimidad ciertas reformas, cuyos principios genera­ les habían sido ya refrendados a lo largo de las deliberaciones. E n la última sesión, el obispo ven ecian o Jerónimo R agazzoni afirmó en un discurso; «N u n ca más serán elegidos, para los grandes cargos eclesiásticos, sino aquellos que sobresalgan más por la virtud que por la ambición, aquellos que puedan ser útiles al pueblo y no a sí m ismos, a los que sirven m ás que presiden. La palabra de D io s, más penetrante que el filo de la espada, será anunciada y explicada con m ayor frecuencia y mejor cuidado. L os obispos viv irá n en m edio de sus rebaños, velarán por ellos y no los verem os v a g a r por otros países, y lo mismo los dem ás pastores de almas. Se acabaron en lo su cesivo aquellos privilegios que sólo servían para encubrir una conducta impura y culpable y unos ejem plos perniciosos. N o más crimen impune, no más virtud sin re­ com pensa. Se procurará que los fieles sean servidos por sacerdotes pobres y m endicantes y cada uno de ellos tendrá asignada una iglesia o una tarea que pueda bastar para su subsistencia; en consecuencia, la codicia, el peor v icio que pueda afligir a la Iglesia, quedará así apartada por com pleto. L os sacram entos se administrarán todos gra­ tuitamente, com o conviene... L os «lim osneros», com o eran llam ados aquellos que deshonraban nuestra religión con su codicia, serán borra­ dos de la mem oria de los hom bres, y a que con ellos com enzaron todas nuestras desgracias, calam idad que no cesaba de increm entarse de día en día y que los cánones de los concilios no habían podido remediar. ¿Quién no consideraría com o m edida em inentem ente juiciosa la am pu­ tación de aquel miembro incurable para salvar el resto del cuerpo? S e ofrecerá a D io s un culto más puro y m ás atento, y quienes cuiden de los v a so s del Señor serán purificados, para que den ejem plo a los demás. P or ello será excelente idea formar, desde la juventud, en el estudio de las letras y en la práctica de las buenas costumbres, en cada diócesis, a los que deben ser iniciados en el santo ministerio, de Pió IV, papa (1559-1566) 1562-1563 396 • L a C ontrarreform a o reform a católica suerte que haya allí un sem inario de todas las virtudes. Los sínodos provinciales restablecidos, la prohibición de transmitir en herencia los bienes de la Iglesia, el m ayor rigor en los lím ites estrictos de las e x ­ comuniones, el poderoso freno im puesto a la codicia, a la licencia y a la lujuria de todos, eclesiásticos y seglares, las prudentes advertencias a los reyes y a los poderosos de la tierra, todo ello ¿no expresa b as­ tante las grandes y santas cosas que habéis realizado?» Gracias a la reforma católica, la Iglesia romana consiguió detener el impulso protestante y extirpar la herejía en algunos países, particularmente en Polonia y Alemania meridional. Más conscientes de su doctrina, los misioneros católicos pudieron propagarla en los países recientemente descubiertos, siguiendo las huellas de los exploradores. Pero de la unidad espiritual de Europa, que caracterizó con tanta brillantez el Renacimiento y el humanismo, sólo quedaba el recuerdo. NUEVAS PERSPECTIVAS CIENTIFICAS Los conceptos científicos se renuevan El Renacimiento dio un gran impulso a los conocimientos todos. La audacia intelectual de sus hombres rompió todas las fronteras. Se discutía el dogma, se ponían en tela de juicio las ideas preconcebidas, no se veían límites para la capacidad de descubrimientos, conquistas y reformas. Si la brújula permitía audaces singladuras, océano adelante, la imprenta divulgaba hechos e ideas con una rapidez y eficacia hasta entonces inimaginadas. El progreso material corría parejas con los perfecciona­ mientos bélicos, y mientras, la arquitectura, reservada durante la Edad Media a las fortalezas y a las catedrales, se orientaba ahora a servir a los poderosos y orgullosos señores: reyes, ricos burgueses o ciudades opulentas y pontífices anhelantes de afir­ mar el poder temporal más que el espiritual de la Iglesia, asen­ taban las bases del gran desarrollo científico moderno. En el siglo xvi se produce aquel fabuloso cambio en las con­ ciencias individuales y colectivas de todos los pueblos de Euro­ pa, que abrirían paso al gran progreso de las ciencias y de las técnicas que caracterizó a los siglos siguientes. Ciertas ideas, como la configuración del mundo habitado, que algunos auda­ ces lanzaban como hipótesis, se hicieron certidumbre y se abrie­ ron nuevas perspectivas científicas que permitían conocer mejor S. XVI R evo lu ció n en la m edicina • 397 al hombre, centro otra vez del universo como en los tiempos de la Grecia clásica, y al mundo por él habitado, del que como rey se disponía a tomar posesión, descubriendo y desentrañando las leyes físicas que lo rigen. LA MEDICINA Paracelso, un médico desconcertante Paracelso .—-su verdadero nombre era Teofrasto de Hohenheim— 1 nació en María Einsiedeln, la parroquia de Zuinglio, en 1493, y fue contemporáneo del gran reformador. Su padre, médico y hombre muy culto, le inició pronto en la me­ dicina y en las ciencias naturales. Teofrasto tenía nueve años cuando su familia se estableció en Carintia, en la pequeña y pintoresca ciudad de Villach, donde el padre desempeñó el cargo de médico municipal, y pronto el muchacho se vio impulsado por una sed insaciable de conocimientos. Estudió en Alemania, Francia e Italia, en diversas universidades pero también fre­ cuentó alquimistas, astrólogos, curanderos, charlatanes y gita­ nos. Recorrió casi toda Europa, sirvió como médico en varios ejércitos y en calidad de tal hizo, en 1520, un viaje a Estocolmo con la flota de Cristián II. Pronto alcanzó Paracelso reputación de obrar milagros, de curar dolencias y enfermedades ante las que otros médicos fue­ ran impotentes, y así todavía hoy perdura su leyenda en algu­ nas regiones de Suiza y Austria. Paracelso trataba de evitar todo lo posible las operaciones quirúrgicas e intentaba, según decía, fortalecer con sus tratamientos la capacidad que posee el cuerpo humano de curarse por sí mismo. Con sus pacientes, Paracelso era la bondad y la dulzura personificadas y no cesa­ ba de repetir a sus discípulos que el primer deber del médico es de mostrar afecto a sus enfermos. «Si nuestro cariño es bas­ tante intenso, nuestra medicina dará buenos frutos; si nuestro amor es débil, en los frutos habrá gusanos». Idealista, Paracelso consideraba su arte como una misión sagrada. Notables curaciones le proporcionaron gran reputación en Basilea; Erasmo y Ecolampadio, amigo de Zuinglio, predicador 1 Algunos autores opinan que el nombre culto Paracelso parece ser una pará­ frasis o adaptación grecolatina del vocablo alemán Hohenheim (alta morada); otros afirman que dicho nombre se lo aplicó él mismo para denotar que se consideraba superior a Celso, antiguo médico, de la Antigüedad clásica. En cuanto al nombre de Teofrasto, lo añadió al suyo propio durante sus estudios. Paracelso (1493-1541) 1520-1526 398 • La C ontrarreform a o reform a católica y profesor de teología en la universidad local, fueron amigos suyos, como también otros muchos sabios. Paracelso fue nom­ brado médico municipal y profesor, aunque la Facultad de Me­ dicina se negara al principio a acoger a aquel «aventurero va­ gabundo». Escenas de aína vida bohemia En 1527, desde su cátedra, Paracelso tronaba contra la in­ curia y negligencia de los médicos de su época y la ciega vene­ ración que se profesaba a las autoridades clásicas y medievales, preconizando una medicina de acuerdo con sus propias opinio­ nes e ideales y alentando a sus discípulos a orientarse hacia la naturaleza y buscar el conocimiento mediante la observación. Les abría las puertas de su laboratorio y organizaba excursio­ nes para familiarizarlos con las plantas medicinales, porque '—decía.—■ «todas las praderas y los campos, todas las monta­ ñas y colinas son farmacias». Como aquel sabio de vida bohemia no era hombre resignado a pasar inadvertido, era inevitable un conflicto con sus colegas, y él mismo lo provocó a causa de sus ataques contra la profe­ sión médica. Paracelso se chanceaba, por ejemplo, del traje adoptado por los demás facultativos —toga roja y birrete re­ dondo—■ mientras que él no usaba generalmente sino sus ropas de trabajo, por sucias que estuviesen. Los colegas le reprocha­ ban que diera sus lecciones no en latín, sino en alemán, una lengua de aldeanos, según decían, cosa que consideraban into­ lerable. Tanto se agravó su hostilidad que Paracelso, temiendo lo peor, se marchó de Basilea secretamente al año de trabajar allí, volviendo a su vida errante, con todas las aventuras, peripecias y reveses inherentes a tal género de existencia. A menudo, el célebre erudito parecía un carretero o un vagabundo, más que un médico, deteniéndose con preferencia en humildes albergues donde podía beber y jugar a las cartas con aldeanos y cocheros, mostrándose tan ruidoso y grosero como sus compañeros de hospedaje. Luego, durante el silencio de la noche, mientras todos dor­ mían, Paracelso se dedicaba al trabajo y confiaba sus grandio­ sos proyectos para el futuro a simples fragmentos de papel que sus amigos y discípulos reunieron más tarde en volúmenes, y pocas horas de sueño le bastaban para afrontar las fatigas del día siguiente. A veces, príncipes y grandes señores llamaban 1527-1540 L a escuela paracelsiana ® 399 a Paracelso a consulta, y así, en verano de 1540,' fue requerido a la cabecera del príncipe-arzobispo de Salzburgo, en una época en quq el médico genial se hallaba también agotado por enfer­ medades y privaciones. Su mirada ya no tenía la vivacidad de antaño, su boca aparecía encuadrada por amargos pliegues y la gota le había deformado las manos hasta tal punto que sólo con esfuerzos increíbles podía sostener la pluma. A la pri­ mavera siguiente, en 1541 falleció; sus despojos fueron inhu­ mados en uno de los cementerios de Salzburgo, en una humilde tumba. Paracelso quiso reposar entre los pobres a quienes ayudó toda su vida con el mayor desinterés. Más tarde, sus restos fueron exhumados y colocados en el hermoso monumento erigi­ do a su memoria en la iglesia de San Sebastián. Obras e ideología de Paracelso Descifrar los escritos de Paracelso es tarea penosa incluso para el más experto especialista. Teofrasto veía el mundo con mirada de alquimista, para él todo cuanto existe constituye un vasto conjunto, un todo coherente y los movimientos de los cuerpos celestes corresponden a los del cuerpo humano; en con­ secuencia, la misión de la medicina es descubrir y dominar las misteriosas fuerzas químicas que provocan las enfermedades. El hombre es un microcosmos y una imagen reducida del uni­ verso que es a su vez un macrocosmos; por ello, cada órgano del cuerpo humano aparece dirigido por el cuerpo celeste co­ rrespondiente. Paracelso «concede un interés exagerado a lo má­ gico y a lo sobrenatural y atribuye un poder milagroso a los amuletos y a otros medios de «protección», pero el poder de curar procede de Dios y los médicos y todos sus remedios son únicamente simples instrumentos que nada pueden si la cura­ ción del enfermo no entra en los designios de la providencia. Por tal razón, el médico debe ser también justo y bueno, y creer en Dios; de otro modo su alma no hallaría la paz y el equilibrio precisos, sino que estaría continuamente perturbada por «vibra­ ciones» contrarias que le insensibilizarían a las vibraciones del alma universal. Paracelso cree que la misión del médico no es solamente curar, sino también prevenir las dolencias. En su obra De la prolongación de la vida insiste en el hecho de que el hombre puede por sí mismo prolongar o acortar su existencia y que el mejor medio de prolongarla es un régimen alimenticio bien equilibrado. Las autoridades médicas contemporáneas parecen 1540-1541 400 <§ L a C ontrarreform a o reform a católica estar de acuerdo en que las cualidades intuitivas y de observa­ ción de Paracelso le sitúan con tres siglos de adelanto con res­ pecto a su época. Paracelso fundamenta la medicina en la ob­ servación de la naturaleza, afirmando que los fenómenos vitales proceden exclusivamente de reacciones bioquímicas y abriendo paso a los estudios de la fisiología alimenticia moderna. Por todo ello puede ser considerado como una de las figuras más sobresalientes de la historia de la Medicina. ID EA S R E V O L U C IO N A R IA S E N COSM OGONÍA Copérnico, el lustre polaco Freud señala en una de sus obras que en el transcurso del tiempo, la ciencia ha asestado dos golpes decisivos a la ingenua idea que el hombre se ha forjado de su propio valer: la primera vez, cuando Copérnico negó a la Tierra su lugar preeminente en el centro del universo; la segunda, cuando Darwin intentó arrebatar a los hombres la posición privilegiada que creían ocupar con respecto al mundo animal. Antes de Copérnico se creía que el Sol y los astros habían sido creados en función de la Tierra y ésta en función del hom­ bre. Cuando descubrió que el universo no giraba en torno a nuestro planeta, la conciencia humana sufrió un impacto consi­ derable. Copérnico ejerció un influjo tan revolucionario en el concepto que los hombres se hicieran del mundo que sólo su contemporáneo Cristóbal Colón pudo igualar su gloria. Copérnico —o más bien Kopernik o Koppernigk—, hijo de un mercader, nació en 1473 en la ciudad hanseática de Thorn, en Polonia. Estudió matemáticas, astronomía, teología, derecho y medicina en Cracovia y en diversas universidades italianas. Desde 1512 hasta su muerte, en 1543, residió en Frauenburg, pequeña ciudad de la Prusia oriental donde fue nombrado ca­ nónigo del cabildo catedralicio, por ser un especialista en de­ recho canónico, disciplina en la que alcanzó el grado de doctor. Las funciones que desempeñaba en el cabildo cubrían sus nece­ sidades materiales y pudo consagrar sus mejores energías al examen científico de los cuerpos celestes. La astronomía era su disciplina favorita y como la situación geográfica de Frauenburg, a orillas del mar, es muy propicia a la observación del firma­ mento, Copérnico instaló su observatorio y su residencia en una de las torres de la muralla. Sus instrumentos eran muy sen1512-1543 Copérnico (1473-1543) En la Antigüedad el dentista generalmente era barbero y ejercía el «arte médico» como una actividad secundaria, Claro está que se limitaba a extraer la muela enferma. Hubo que esperar al siglo XVIII para que un francés, Pierre Fauchard, sentara tas bases de un tratamiento algo más científico. Puede, pues, conside­ rársele, hasta cierto punto, como padre de la odontología moderna. 402 • L a C ontrarreform a o reform a católica cilios, pero el más ilustre de sus sucesores, Tycho Brahe, se consideró el más feliz de los mortales cuando le regalaron uno de ellos. Copérnico era más teórico que observador. Su contribución científica a la astronomía, aun siendo capital, reside en una teo­ ría: en contra de la opinión entonces aceptada, no es el firma­ mento el que realiza una revolución diaria en torno a la Tierra, sino ésta la que gira sobre su eje y describe al mismo tiempo un círculo alrededor del astro solar. Copérnico llega a esta con­ clusión a través del estudio de los astrónomos griegos y árabes, pero también gracias a sus observaciones personales. La Tierra no es el centro del universo, sino simplemente uno de tantos planetas que gravitan en torno al Sol, frase sencilla que cons­ tituye el principio fundamental de la «concépción copernicana del universo». La Tierra no ocupa una posición privilegiada en el cosmos y no es más que un cuerpo celeste entre millones de otros análogos. Copérnico basaba sus teorías en cierto número de hechos científicos, pero sería preciso esperar hasta mediados del siglo xix para obtener pruebas definitivas que las confirma­ ran. Todavía hoy aludimos, pese a Copérnico, a la «salida» y a la «puesta» del sol, como principio y final del día. 1543 Í M B I C É C R O N O L Ó C IIC D L a siguiente relación comprende los hechos principales acaecidos entre los años 1275 y 1558, período que abarca el tema central de este vo­ lumen. 1275. 1289 . 1292. 1295 . 1300 . 1302. 1307 . 1311. 1317 . 1318. 1320. 1321. 1325. 1327. 1330. 1338 . 1341. Primeros contactos de la E uropa medieval con el lejano Oriente: M arco Polo en China. Juan de M ontecorvino, legado pontificio, se dirige a Persia y a China. M arco Polo, embajador del emperador chino Kubilai ¡Kan: ex­ ploración de las islas de la Sonda, Ceilán, costa de M alabar y Ormuz. M arco Polo regresa a Venecia. Uso de la brújula o aguja magnética unida a una rosa náutica en la navegación. D ante Alighieri es desterrado de Florencia. Muere Cimabue, gran pintor toscano. Juan de M ontecorvino es nombrado arzobispo de Cambaluc, China. •Piúmera carta geográfica de fecha precisa, dibujada en Genova por Petrus Vesconte. Perfeccionamiento técnico de las cartas marinas venecianas. M isión deí franciscano Oderico de Pordenone hacia Persia, la India y el Asia oriental. El italiano Petrus Vesconte diseña un mapamundi, compendio de los conocimientos geográficos de su época. — Reina el terror en Delhi (In d ia): M alik Cusrú es asesinado. M uere D ante Alighieri en Ravena: difusión de La Divina Comedia. El italiano Angellino Dalorto diseña portulanos o cartas geográ­ ficas para la navegación. La Inquisición de Florencia condena a la hoguera al filósofo Cecco d’Ascoli, acusado de defender la teoría de los antípodas terrestres. Oderico de Pordenone, primer europeo que viajó por el Tíbet, regresa a Europa. El franciscano español Pascual de V itoria atraviesa la Rusia meridional y llega a T chagatai, junto a la actual Kuldja, fron­ tera chinosiberiana al norte del Sinkiang. Coronación solemne de Petrarca, «poeta nacional», en el C a­ pitolio de Roma. 404 • Indice cronológico 1342. 1346. 1347. 1351. 1352. 1353. 1354. 1355. 1364. 1368. 1374. 1375. 1381. 1384. 1387. 1398. 1400. 1402. 1410. 1412. 1414. 1415. 1419. 1420. 1422. El franciscano Juan de M arignola, enviado de la Santa Sede, llega a Pekín. El navegante mallorquín Jaime Ferrer llega a Río de Oro, ac­ tual Sáhara español. ' Creación del Consulado del M ar, en Barcelona, con carácter independiente. M apamundi del A tlas marítimo de los Médicis. El viajero árabe Ibn-Batuta llega en una embajada a Tombuctú, Sáhara. Rienzi, senador de Roma. V iajeros mallorquines llegan a Rusia y a China. •— Rienzi es asesinado en Roma. Rebelión de Chu Yuan Chang y toma de Nanking. Exploraciones de los navegantes franceses de Dieppe en el Atlántico. Nuevas exploraciones de los marinos de Dieppe en el litoral occidental africano. .—• Comienzos de la dinastía Ming en China. Muere el poeta Francisco Petrarca. M uerte de Boccaccio, narrador y humanista italiano. C arta catalana de la Biblioteca N acional de París: se representa el mundo en forma redondeada. Propagación de las doctrinas reformistas de W iclef en Inglate­ rra. Insurrección campesina d e 'W a t T yler: asedio de Londres. M uerte del reformador inglés W iclef. — Juan Fernández de Heredia traduce al castellano la obra histórica de Plutarco y el Libro de Marco Polo. Juan I ocupa el trono de A ragón y Cataluña: renacimiento de la literatura y de las artes. — Term ina la construcción del Campanile de Florencia. Juan Hus adopta en Bohemia las doctrinas de W iclef. Perfeccionamiento de las armas de fuego: aplicación de la mecha a las mismas. Desarrollo progresivo de la industria del hierro. Obtención del hierro colado. El marino normando Béthencourt descubre y toma posesión de las islas Canarias en nombre de Castilla. M uere M artín I de Aragón, protector del renacimiento huma­ nista. Publicación de la Imago M undi de Pierre d’Ailly. Las naves portuguesas llegan al cabo Nun, en la costa afri­ cana. ■ — Predicaciones de Juan Hus en Bohemia, en sentido reformista. Concilio de Constanza: Juan Hus es condenado a la hoguera como hereje. Conquista de Ceuta por los portugueses. Los rebeldes husitas dominan la cuenca del Alto Elba. — Los portugueses avistan la isla de M adera. ■ — Misioneros musul­ manes en la isla de Java. Disturbios husitas en P raga: triunfo de éstos en Deutsch-Brod. Felipe M aría Visconti, duque de M ilán, ocupa Brescia y Génova. Indice cronológico • 405 1423, 1426. 1427. 1428. 1429. 1431 . 1433. 1434. 1435. 1436. 1438. 1439. 1440. 1441. 1443. 1445. 1447. 1450. 1453. 1455. 1456. 1457. 1458. 1459. Francisco Fosear!, dux de Venecia. — La familia francesa de Anjou interviene en la política de Nápoles. V ictoria de los husitas en Aussig. Fundación de la universi­ dad de Lovaina. M uere el pintor flamenco H uberto van Eyck. El hum anista Filelfo desarrolla sus actividades en Florencia. D errota dfel duque de M ilán: tratado de paz con los florentinos y los venecianos. Predicación de una cruzada contra los herejes husitas de Bo­ hemia. Los portugueses exploran el archipiélago de las Azores. T riun­ fo husita en la batalla de Taus. Se otorgan concesiones a los rebeldes husitas. Los portugueses en cabo Bojador. Batalla naval de Ponza: los genoveses hacen prisionero a Alfon­ so V de Aragón. --- Term inan las obras de la catedral de Flo­ rencia. Los portugueses son derrotados en una expedición a Tánger. —M apamundi de Andrea Bianco. M uere don D uarte, rey de Portugal: le sucede Alfonso V el Africano. El catalán Gabriel de V alseca diseña importantes portulanos o m apas náuticos. Juan Guttenberg inventa la imprenta en M aguncia. — Los ve­ necianos ocupan Ravena. — Fundación de la univesidad de Eton, en Inglaterra. Los portugueses llegan al litoral africano de cabo Blanco. — M uere el pintor Jan van Eyck. Alfonso V de A ragón entra triunfalmente en Nápoles. Las naves portuguesas llegan a Cabo V erde y exploran la costa del Senegal. Los portugueses llegan a Sierra Leona. .— El explorador genovés M alfante recorre M arruecos hasta el oasis del Tuat. — M uere Felipe M aría Visconti: se proclama en Milán la Re­ pública Ambrosiana. Francisco Sforza es proclamado duque de Milán. — C arta ca­ talana de la Biblioteca Este de M ódena: aparece la «Isla del M undo» completamente circular. — Finiguerra inventa el gra­ bado en cobre. Caída de Constantinopla en poder de los turcos. M uere Nicolás V , papa renacentista. Prosiguen las exploraciones portuguesas en la costa occidental africana. M uerte del humanista Lorenzo Valla. Los portugueses en M arruecos: ocupación de Alcazarquivir. — Se implanta la enseñanza del griego en la universidad de París. M apam undi de fray M auro, una de las cartas geográficas ma­ yores en su género. — M uerte del humanista Poggio Bracciolini, arqueólogo y epigrafista, 406 ® Indice cronológico 1460. 1462. 1464. 1465. 1466. 1467. 1468. 1469. 1471. 1472. 1473. 1474. 1475. 1476. 1478. 1479. 1480. 1481. 1482. 1483. 1484. 1486. 1487. 1488. 1491. Muere el infante portugués Enrique el N avegante. El portugués Pedro de Cintra explora el golfo de Guinea. M uerte de Cosme de Médicis en Florencia. — Introducción de la imprenta en Italia. — Luis X I organiza en Francia un servicio de correos para uso oficial. M uerte del papa Pío II (Eneas S ilvio), renacentista y protec­ tor de humanistas. M uerte de Francisco Sforza, duque de Milán: le sucede Galeazzo M aría. —• M uere el escultor Donatello. Primeros mapas impresos, con plancha de madera, Muere Juan Guttenberg. Introducción de la imprenta en Francia. Nueva expedición portuguesa al norte de Africa. Las naves portuguesas llegan a Fernando Poo y cruzan la línea ecuatorial. — El explorador ruso Atanasio N ikitin termina sus viajes a la India, A rabia y Persia. — M uerte del cardenal Bessarion, humanista y diplomático. —- Investigaciones astronómi­ cas de Regiomontano de Franconia en el observatorio de N uremberg. — M uere Juan Bautista Alberti, genio enciclopédico italiano. Establecimiento en España de las primeras imprentas, en Z a ra ­ goza y Valencia. Isabel, reina de Castilla. .— Alianza entre Florencia, Venecia y Milán. Primera tipografía con caracteres hebraicos. Cristóbal Colón en Portugal. •— Asesinato de Galeazzo M aría, duque de Milán. — Ensayos de tipografía de notas musicales impresas. .— Primera impresión con caracteres griegos, en Milán. Conspiración de los Pazzi contra los Médicis. — Los musulma­ nes en Modjopahit, isla de Java. Fernando el Católico, rey de Aragón. —■M apa de Toscanelli: cartografía utilizada por Cristóbal Colón. Comienza la construcción de la Capilla Sixtina, por inspira­ ción del papa Sixto IV. — Invención de las esclusas para el desnivel de los canales. Establecimiento de la Inquisición en el reino de Castilla. M uere el pintor flamenco Hugo van der Goes. Predicaciones reformistas de Savonarola en Florencia. Leo­ nardo de Vinci pinta La Virgen de las Rocas. La Inquisición en el reino aragonés: es mal recibida por la población. —• Progresos de las matemáticas en Francia y en Italia. El portugués Bartolomé Díaz llega al cabo de las Tormentas. <— Entrevista de Colón con los Reyes Católicos. El portugués Pedro de Covilham emprende un viaje a Etiopía. Miguel Angel en el taller de Ghirlandajo. Reanudación de las negociaciones entre Colón y los Reyes Católicos. Indice cronológico ® 407 ■1492. 1493. 1494. 1495. 1496. 1497. 1498. 1499. 1500. 1501. 1502. Tom a de G ranada por los Reyes Católicos. Los judíos son expulsados de España. — N ebrija publica la primera gramática castellana. .— Cristóbal Colón descubre América. — M uere en Florencia el gran mecenas Lorenzo de Médicis, el Magnífico. Regreso de Colón a España: divulgación de sus descubrimien­ tos. .— Bula del papa Alejandro V I confirmando a los Reyes Católicos en la posesión de los países descubiertos. — Segundo viaje de Colón a América. Colón sigue explorando las Antillas: descubrimiento de Jamai­ ca. ■ —■Firma del tratado de Tordesillas: portugueses y espa­ ñoles se reparten el nuevo mundo descubierto. — Expedición de Carlos V III de Francia a la península italiana: entrada triunfal en Nápoles. -—■M uerte del pintor Hans Memling. Carlos V III abandona Italia y regresa a Francia. Muere Juan II de Portugal: le sucede Manuel el Afortunado. Cisneros inicia una reforma eclesiástica en Castilla. Inven­ ción del grabado al aguafuerte. V asco de Gama emprende su primera expedición y dobla el cabo de Buena Esperanza. .— Juan Cabot atraviesa el Atlántico y descubre Terranova. — Los españoles conquistan Melilla. ■ Miguel Angel termina su obra escultórica La Pietá. Tercer viaje de Colón: descubrimiento de ' la América meri­ dional. .— Vasco de Gama llega a la India. Juan y Sebastián Cabot descubren la península del Labrador. .— Savonarola es condenado a muerte en Florencia. <— M aquiavelo, secretario de la República florentina. M uerte de Carlos V III de Francia: le sucede Luis X II. Exploraciones de Alonso de Ojeda, Juan de la Cosa y Américo Vespucio en Venezuela. Francisco de Bobadilla, gobernador de la Isla Española (actual Santo D om ingo). — Los milaneses se sublevan contra Ludovico el Moro. —■Expedición de Luis XII a Italia y rendición de Milán. — Cisneros, misionero en G rana­ da: disturbios en la población. —• Se publica La Celestina en Burgos. •—■M uere M arsilio Ficino, humanista y filósofo pla­ tónico. N ace Carlos V en Gante. ■ — Vicente Yáñez Pinzón navega frente a las costas del Brasil: tres meses después las descubre casualmente el portugués Alvarez Cabral. — Rebelión de los moriscos granadinos. .— M apamundi del cartógrafo Juan de la Cosa: primera representación auténtica del litoral americano. .—■ Fundación de la universidad de Valencia. —• Construcción de los primeros relojes de bolsillo. Nicolás de Ovando, gobernador de La Española. — Luis XII de Francia en Nápoles. — Erasm o de Rotterdam publica el Elogio de la locura. Colón emprende su cuarto y último viaje a América, con cua­ tro naves: sigue el litoral de H onduras hasta el istmo de P a­ namá. — Moctezuma II, emperador de los aztecas. — El cosrnó- 408 • Indice cronológico 1503. 1504. 1505. 1506. 1507. 1508. 1509. 1510. grafo Cantino de M ódena diseña un mapa para el duque de Ferrara, donde la América meridional es llamada «Tierra de los papagayos», nombre que le adjudicó Alvarez Cabral. •— Juan de la Cosa en Venezuela, Colombia y Panamá. — Llega Francisco Pizarro a tierras americanas acompañando al gober­ nador Ovando. Se decreta la expulsión de los moros españoles no conversos, Leonardo de Vinci estudia la hidrografía de los mares N egro y Caspio y pinta La Gioconda. Primeras ordenanzas para el régimen de la Casa de C ontrata­ ción de Sevilla. .— M uere el papa Alejandro V I Borgia: le su­ cede Julio II. Triunfos del G ran Capitán en las batallas de Ceriñola y Garellano: conquista del reino de Nápoles. ■ — Miguel Angel termina su escultura David. Muere Isabel la Católica en M edina del Campo. —-Hernán Cortés se embarca rumbo a las Antillas. .—■Acuerdos hispano­ franceses acerca de la cuestión de las posesiones italianas: N á ­ poles en poder de Fernando el Católico. — T ratado de Blois entre Luis X II y M aximiliano de Austria. •— Discordias entre Leonardo de Vinci y Miguel Angel. Conquistas portuguesas en la India: Calicut. Cananor, etc. — Cam pañas españolas en el litoral norteafricano, M uere Cristóbal Colón en Valladolid. — Victorias de los por­ tugueses en la India. — Fernando el Católico contrae segundo matrimonio con Germana de Foix. — M uere Felipe I el H er­ moso en Burgos, —- Estados Generales franceses en Hours. ■ — M uerte del pintor italiano M antegna. Regencia de Cisneros y de Fernando el Católico, — El portu­ gués Alburquerque logra varias victorias navales en los mares de A rabia y Persia. — Plan de construcción de la Basílica V a ti­ cana por el arquitecto Bramante. — M uerte de César Borgia. — M artín W altzem üller publica una Cosmographiae Introductio en cuyo mapamundi se aplica el nombre de América, por vez primera, a los territorios allí descubiertos. Bula del papa Julio II otorgando a los monarcas españoles el patronato de la Iglesia de Indias. —■Cisneros funda la univer­ sidad de Alcalá de Henares. — Prosiguen las victorias de los portugueses en la India. M artín Lutero, catedrático de teo­ logía en la universidad de W ittem berg. Rafael Sanzio en Roma, protegido por Julio II. — Miguel Angel pinta en la Capi­ lla Sixtina. — Liga de Cam brai: Julio II, Fernando el Católico, Luis X II de Francia y Maximiliano I contra la república de Venecia. Los portugueses descubren la peninsula de M alaca. — Cisneros conquista a los moros la plaza de O rán. Enrique V III, rey de Inglaterra. Alburquerque conquista Goa, en la India. — Los portugueses descubren las Islas de las Especias (archipiélago de la Sonda). — Llegan los dominicos a La Española (Santo D om ingo). — Mué- Indice cronológico ® 409 1511. 1513. 1513. 1514. 1515. 1516. 1517. re el cartógrafo Juan de la Cosa en una emboscada de los indígenas colombianos. ■ — N uevas campañas navales españolas desde O rán hasta Trípoli. Conversión forzosa de los mudéjares de G ranada. .— El papa Julio II confiere la investidura del reino de Nápoles a Fernando el Católico. M uerte del pintor Sandro Botticelli. — M artin Lutero en Roma. Ensayos de una primera Audiencia indiana en La Española. —■ Alburquerque conquista M alaca. —■Los portugueses descubren el mar de la China meridional y las islas M olucas. —' Alianza entre Julio II, Fernando el Católico y Venecia contra los fran­ ceses. — M uere el pintor italiano Giorgione. Ponce de León descubre la península de Florida. El papa Julio II promueve la celebración del quinto concilio de Letrán, para contrarrestar las actividades de algunos cardenales reu­ nidos en Pisa. ■ —■Censura de libros por parte de la Santa Sede. Las tropas de Fernando el Católico ocupan N avarra. Triunfo francés en Ravena. — El Renacimiento en la arquitectura espa­ ñola: sala capitular de la catedral de Toledo (estilo C jsneros). — La Junta de teólogos de Burgos, primer intento de protección legal a los indígenas americanos. V asco Núñez de Balboa atraviesa el istmo panameño y descu­ bre el «mar del sur» o océano Pacifico. —■M aquiavelo escribe su obra más importante, E l Príncipe, — M uere Julio II: le su­ cede León X, de la familia de los Médicis. —- D errota francesa en la batalla de Guinegate o «de las espuelas». Los portugueses dominan la entrada del golfo Pérsico. — Redac­ ción de la Biblia Políglota Complutense, dirigida por Cisneros. —• M uerte del arquitecto Bramante: le sustituye Rafael Sanzio en la construcción de la basílica del Vaticano..—T ratado de Orleans, entre Luis X II, M aximiliano de A ustria y Fernando el Católico. M uere Luis X II de Francia: le sucede Francisco I. W olsey, cardenal y canciller de Inglaterra. — M uere Gonzalo Fernández de Córdoba, el G ran Capitán. —- Francisco I en Italia: batalla de M ariñán. Los otomanos derrotan a los mamelucos egip­ cios y conquistan Siria. M uerte de Aldo M anucio de Venecia, impresor y editor renacentista. M uerte de Fernando el Católico. ■ —■Desastre de la expedición de Juan Díaz de Solís en el río de la Plata. Leonardo de Vinci en Francia, protegido por Francisco I. ^ Rafael termina el decorado de las Logias del V aticano. — Erasm o publica la primera versión griega del N uevo Testamento. M uerte del pintor flamenco Jerónimo Bosch. — Correos de ruta regular Viena-Bruselas. — Se inicia la industria azucarera en las An­ tillas. M uerte del cardenal Cisneros: se inicia el gobierno de Carlos V en España. — V asco N úñez de Balboa es condenado a muerte y ejecutado. .— Prim era expedición al Yucatán. Losportu­ gueses en Ceilán. — M ercaderes europeos en el sur de China: 410 ® Indice cronológico los portugueses en Cantón. Cae la ciudad del Cairo en poder de los turcos: Egipto bajo dominio otomano. —■M artín Lutero publica sus tesis reformistas en la catedral de W ittem berg. 1518. Grijalba descubre y explora las costas del golfo de Méjico. .— M agallanes proyecta una expedición para descubrir el paso al «mar del sur», Se autoriza la importación de esclavos negros en América. — Lutero ante el cardenal legado pontificio en Augsburgo: inquietud religiosa en Alemania. — Zuinglio ataca en Zurich la venta escandalosa de indulgencias. — Las doc­ trinas luteranas se propagan en las ciudades alemanas. —- Rafael Sanzio en las excavaciones arqueológicas de Roma. 1519. M uerte de M aximiliano I: es elegido Carlos V emperador de Alemania. —• H ernán Cortés empieza la conquista de Méjico. Preparativos de la expedición de M agallanes a la América del Sur. — Pineda sigue las costas desde Florida al río Pánuco y diseña el primer mapa del golfo de Méjico, ^ Fundación de la ciudad de Panamá. .— Los portugueses en las costas de Birma­ nia. — M atanzas políticas en Suecia: «baño de sangre» de Estocolmo. — M uerte de Leonardo de Vinci en Cloux-Amboise. — Rafael Sanzio termina su obra La Transfiguración. 1520. Rebelión de las Comunidades de Castilla. ^ H ernán Cortés aban­ dona Méjico durante la «noche triste», pero derrota a los aztecas en Otumba. .— Juan de Esquivel inicia la colonización de Ja­ maica. — M agallanes descubre el estrecho de su nombre y navega por el Pacifico. .— Lutero es excomulgado y rompe de­ finitivamente con la Iglesia. —- M uere el pintor Rafael Sanzio. 1521. D errota y ejecución de los jefes comuneros de Castilla en la batalla de Villalar. Revolución de las Germanias de V alen­ cia. — Hernán Cortés asedia y conquista definitivamente la ca­ pital mejicana. ^ M uerte de M agallanes en la isla de M actán, océano Pacífico. —• Dieta de W orm s: Lutero es condenado y se retira al castillo de W artburg. Enrique V III de Inglaterra manifiesta su oposición a la doctrina luterana. Prim era guerra entre Francisco I y Carlos V : los franceses invaden N avarra y son derrotados. Ocupación de M ilán por las tropas de C ar­ los V. — M uere el papa León X. —- M uerte del rey portugués Manuel el Afortunado: le sucede Juan III. 1522. Primera vuelta al mundo: llega Juan Sebastián Elcano con la nave Victoria a Sanlúcar de Barrameda. —■Pascual de Andagoya explora el norte del Perú. — La isla de Rodas capitula ante la ofensiva turca. .—■Una cédula real española dispone que ningún recién converso moro o hebreo, ni sus hijos, pasen a las Indias. — Adriano V I, elegido papa. 1523. Creación de los Consejos de Estado y Hacienda en Castilla. Cédula real prohibiendo las encomiendas y declarando a los indígenas americanos libres y no sujetos. — Creación de las primeras escuelas para indígenas americanos. M uere el papa Indice cronológico • 411 Adriano V I 4. le sucede Clemente V il. M uerte del hum anista alemán Ulrico de Hutten. 1524. Creación definitiva del Consejo de Indias. • V errazano explo­ ra las costas americanas del norte desde Florida a la actual había de N ueva York. —■Pizarro y Almagro proyectan una expedición al Perú. — Misiones franciscanas en Méjico. <—M uerte de V asco de Gama. Comienza la «guerra de los cam­ pesinos» en Alemania. .—■Fundación de la O rden de los teatinos. •— El almirante genovés Andrea Doria vence al pirata Dragut. •— M uere en combate el caballero francés Bayardo. 1525. Rodrigo de Bastidas recorre la región de Santa M arta en N ue­ va G ranada, actual Colombia. — Batalla de Pavía: derrota y prisión de Francisco I de Francia. Juan III de Portugal con­ trae matrimonio con Catalina, hermana de Carlos V. ■ — Alberto de Brandeburgo adopta el luteranismo y funda el ducado de Prusia. .—• Baber se apodera de Delhi y funda el imperio del G ran M ogol en la India. — Se inicia la fachada plateresca de la universidad de Salamanca. M uerte de Alberto Durero. 1526. Creación definitiva de la Audiencia de Santo Domingo. -— Se dispone que las naves españolas dedicadas al tráfico americano se provean de armamento suficiente para rechazar a los corsa­ rios. '— Los portugueses navegan frente a N ueva Guinea. .— Los dominicos en Méjico. —- T ratado de M adrid entre Carlos V y Francisco I. /— M atrimonio de Carlos V con Isabel de P or­ tugal. .—■Dieta de Spira. •—■Introducción de las doctrinas lute­ ranas en Dinamarca. — El papa Clemente V II organiza la llamada Liga Clementina, dirigida contra Carlos V. •— Los turcos conquistan el territorio húngaro. •—■Batalla de Panipat: se emplean por vez primera en la India los cañones de campa­ ña. Introducción definitiva de la métrica italiana en España. 1527. Las tropas de Carlos V saquean Roma: fuga del papa Cle­ mente V il. Nacimiento de Felipe II. — Conferencia de teó­ logos en Valladolid, de tendencia erasmista. ■ — Creación de la Audiencia de Méjico. •—■M uere Nicolás M aquiavelo. 1528. Atribuciones del consejo de Indias, definidas por Real Cédu­ la. - Llega a V eracruz el primer obispo de Méjico, fray Juan de iZumárraga. — H ernán Cortés regresa a España. Pizarro y Almagro inician la conquista del Perú. Enrique V III de Inglaterra plantea la cuestión del divorcio con Catalina de Aragón. 1529. Paz de Cam brai o «de las Damas», entre Francisco I y C ar­ los V. Se resuelven las diferencias hispano-portuguesas por la cuestión de las islas M olucas en el tratado 'de Z aragoza: los portugueses quedan dueños del archipiélago. .— Dieta de S p ira : los reformadores religiosos reciben el nombre de «protestantes».^G uerra religiosa en Suiza. .—■Los turcos amenazan Viena. 1530. Conferencia de Bolonia entre Carlos V y Clemente V II: el papa corona al emperador. M elanchton redacta la Confesión de 412 ® Indice cronológico Augsburgo. — Juan III de Portugal decide colonizar el Brasil. —Carlos V cede a los caballeros de Rodas la isla de M alta y 1a fortaleza de Trípoli. — Los Médicis vuelven a Florencia: Miguel Angel sigue trabajando en su mausoleo. 1531 . Liga de Smalkalda entre los príncipes alemanes. <— Batalla de Cappel: derrota y muerte de Zuinglio, jefe reformista suizo. —El papa Clemente V II se opone al divorcio de Enrique V III y C atalina de Aragón. El almirante Andrea Doria ataca las bases de los piratas argelinos. — Pizarro avanza en tierras del Perú. —• Se establece en Méjico el cargo gubernamental de corregidor de indios. — Fundación del Colegio de Francia: se incrementan los estudios de hebreo, griego, latín, medicina, matemáticas y filosofía. 1532 . Francisco Pizarro captura al emperador inca A tahualpa y se adueña del Perú. — Las tropas turcas ocupan La Meca. Rabelais publica la primera parte del Gargarxtúa. <— El pintor vene­ ciano Ticiano, protegido de Carlos V, retrata al emperador, Constitución Carolina en Alemania: es reprobada la tortura como procedimiento indagatorio. 1533. Disensiones entre Pizarro y Alm agro en el Perú. — Misiones de agustinos en Méjico. — Enrique V III se declara jefe de la Iglesia de Inglaterra. .— El veneciano Gualterus funda el más antiguo jardín botánico, en terrenos cedidos por la república de Venecia. 1534. M uere el papa Clemente V II: advenimiento de Paulo III. —El pirata Barbarroja se apodera de Túnez, a traición. <— Los turcos ocupan Bagdad y el Yemen. 1535 . Exploraciones españolas en California. — Creación del virrei­ nato de N ueva E spaña (Méjico). — Creación de la Audiencia de Panamá. — Almagro intenta tomar posesión de los territorios del Alto Perú (Bolivia) y norte del actual Chile. ^ Carlos V dispone la creación de Casas de la M oneda en Méjico y Perú. ■ El explorador C artier descubre y explora el Canadá. ■ — Carlos V conquista Túnez. Negociaciones de Francisco I con los tur­ cos. Acta de Supremacía en Inglaterra: el rey Enrique V III rompe definitivamente con Roma. — Ejecución del canciller T o ­ más M oro. — G uerra de los anabaptistas en W estfalia. — Biblia de Coverdale, la primera impresa en Inglaterra. — Instalación de las tapicerías francesas de Fontainebleau. —• Miguel Angel trabaja en el Juicio Final de la Capilla Sixtina. 1536. Primera fundación de Buenos Aires: Pedro de M endoza en el río de la Plata; colonización e introducción de la ganadería ca­ ballar y bovina. Se establece la imprenta en Veracruz, M é­ jico. Creación del Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco para hijos de caciques aztecas. .—- Sublevación de los peruanos de M anco Inca contra los conquistadores españoles. ■ — E xplora­ ción de los ríos de la Plata, P araná y Paraguay. — T ercera guerra entre Francisco I y el emperador: Carlos V invade Indice cronológico • 413 Provenza. M uere Garcilaso de la V ega. M uerte de C a­ talina de A ragón y de A na Bolena: Enrique V III contrae nuevo matrimonio. La D ieta de Copenhague adopta el luteranismo en Dinamarca. M uere Erasm o de Rotterdam en Basilea. <— Calvino publica en Basilea la Chvistiartae Religionis Instituíio. 1537 . Q uesada funda Santa Fe de Bogotá. .— Almagro regresa al Perú y se apodera de la ciudad de Cuzco. Corsarios france­ ses, en las costas de Cuba. T regua de Niza entre Francisco I y Carlos V. 1538. Francisco Pizarro derrota a Almagro y le hace ejecutar. —^ C rea­ ción de la Audiencia de Panamá. •— El pirata Barbarroja opera en el mar Jónico. ^ Calvino es expulsado de Ginebra: traduce la Biblia al francés. — Cortes de Toledo: establecimiento del impuesto llamado de la «sisa», rebajando las medidas de los gé­ neros comestibles. 1539. H ernando de Soto explora las tierras del golfo de Méjico. M uere la emperatriz Isabel, esposa de Carlos V. — Rebelión en Gante. — Supresión de monasterios en Inglaterra, «Bill de los Seis Artículos» y autocracia religiosa de Enrique V III. — A pro­ bación pontificia de la institución de los jesuitas o Compañía de Jesús, por el papa Paulo III. <— Boscán traduce El cortesano, de B altasar de Castiglione. M uere Fernando Colón, hijo de Cristóbal, legando la Biblioteca Colombina al cabildo de la cate­ dral de Sevilla. 1540. Carlos V domina la rebelión de Gante. — V aldivia se dirige des­ de Cuzco al norte de Atacames, Chile. ■ — Enrique V III se casa con Ana de Cléves y se divorcia de ella al poco tiempo. — Francisco I de Francia, protector del artista Benvenuto Cellini. — M ueren los humanistas Guillermo Budé, francés, y Luis Vives, español. ■ —■F ray Bartolomé de las Casas escribe su obra Destrucción de las Indias. 1541. Asesinato de Francisco Pizarro. — M uere Pedro de Alvarado, conquistador de Guatemala. —- Pedro de V aldivia funda la ciu­ dad de Santiago de Chile y designa al país con el nombre de N ueva Extrem adura. —• Carlos V fracasa en su expedición con­ tra Argel. —- Dieta de Ratisbona. — Calvino implanta en Gine­ bra unas rigurosas Ordenaciones eclesiásticas, regla del calvi­ nismo. O bra cartográfica de M ercator en que, por vez pri­ mera, se aplica el nombre general de América a las dos partes del continente. 1542. O rellana descubre el Amazonas. — Publicación de las nuevas Leyes de Indias. Creación de la Audiencia de Lima. — López de Villalobos explora el océano Pacífico y avista el archipiélago de las Filipinas. — Llegan navegantes portugueses al Japón por vez primera. San Francisco Javier, en ■Goa. — Francisco I declara la guerra a Carlos V. ^ Se establece la Inquisición en Roma. — Preparativos para la celebración de un concilio ecu- 414 • Indice cronológico 1543. 1544. 1545. 1546. 1547. 1548. 1549. 1550. ménico. — M uerte de Copérnico, sabio astrónomo polaco. — H or­ das tártaras invaden China y amenazan Pekín. Carlos V asocia al gobierno a su hijo Felipe. —■Creación del virreinato del Perú y de la Audiencia de Guatemala. — H er­ nando de Soto descubre el Mississipí y muere a orillas de este mismo río. -— Descubrimientos de las minas americanas del cerro de Potosí. ■ —- Establecimiento de la «flota anual» de España a América. — Publicación de las teorías astronómicas de Copér­ nico De revolutionibus ocbium celestium. John Krfox, refor­ mador de la Iglesia escocesa. Vesalio publica el primer tra ­ tado de anatomía humana. .— Prim era aplicación del vapor como fuerza motriz, por Blasco de G aray. —- Publicación de las obras de Boscán y Garcilaso de la V ega. M uere el pintor Hans Holbein. Paz de Crespy entre Carlos V y Francisco I. •— Creación de la soberbia escultura el Moisés, de Miguel Ángel, en el mausoleo de Julio II. — M uerte del poeta francés Clemente Marot. Se inician las sesiones del Concilio de Trento. — Ambrosio Paré, creador de la cirugía moderna, publica una obra de su especiali­ dad. —- Apasionadas polémicas acerca de las encomiendas de Indias, con intervención de fray Bartolomé de las Casas, obispo de Chiapas. — Fundación del Archivo de Simancas. Muere M artín Lutero en Eisleben. — La confederación protes­ tante de Sm alkalda es vencida por Carlos V. — El español Miguel Servet publica su Christianismi vestitutto en oposición a Calvino. — Primer índice general expurgatorio de libros en España. Los encomenderos americanos logran la revocación de las leyes que prohibían las encomiendas. Carlos V vence a los protestantes en M ühlberg. -— Se establece la Inquisición en Méjico. ■ — M uerte de H ernán Cortés. Ticiano pinta el retrato ecuestre del emperador en Mühlberg. — M ue­ re Enrique V III de Inglaterra: le sucede Eduardo V I. M uerte de Francisco I de Francia: le sucede su hijo Enrique II. .—• El Concilio de T rento traslada sus sesiones a Bolonia. .— Conjura­ ción de los Fieschi, en Génova. — Iván IV el Terrible, zar de Rusia. Proclamación del Intevim de Augsburgo, por disposición de Carlos V. M atrimonio del delfín Francisco (II) de Francia con M aría Estuardo, reina de Escocia. — Rebelión de Gonzalo Pizarro en el Perú: es vencido por Valdivia. .— Creación de las Audiencias de Santa Fe de Bogotá y G uadalajara (Méjico). M uerte de Paulo III. ■ —■M uere M argarita de N avarra, hermana de Francisco I. .— El geógrafo Herberstein publica en Viena la primera representación cartográfica de Rusia. Julio III, papa. —■ Paz entre In g la terra 'y Francia: el puerto de Boulogne es devuelto a los franceses. —.Enrique II de Francia inicia negociaciones con los principes alemanes adversos a C ar­ los V. Indice cronológico @ 415 Fundación de las universidades de Méjico y Lima. —■A Antonio de M endoza, primer virrey de Méjico, le sucede Luis de V elasco. • M isioneros agustinos, en el Perú. Reanudación de las sesiones del Concilio de Trento. Evangelización de san Francisco Javier en el Japón. —• El pirata D ragut conquista T rí­ poli. — Cónclave religioso en Rusia, E nri­ 1552. Enrique II de Francia declara la guerra a Carlos V . que II invade Lorena e incorpora a su país los «tres obispados» (Metz, Toul, V erdún). ■ — Carlos V sitia inútilmente la plaza de Metz. •— T raición de M auricio de Sajonia contra el empera­ dor: Carlos V se retira a Innsbruck. — T ratado de Passau. —El Concilio de T rento suspende sus sesiones. •— Nuevos pro­ yectos de Miguel Ángel para la basílica de San Pedro: construc­ ción de la cúpula central. V aldivia funda la ciudad de su mismo nombre en Chile. Francisco López de Gom ara publica la Historia general de las Indias. — E n las minas de Pachuca (Méjico) se inicia el procedimiento de amalgamación por vez primera en la explotación de minerales. 1553 . M aría Tudor, reina de Inglaterra. — Las naves inglesas explo­ ran la ruta del Ártico y llegan al m ar de Kara, en Rusia. — Su­ blevación de indígenas araucanos en Chile. ^ M uerte de M auri­ cio de Sajonia, jefe de los protestantes alemanes. —^ Calvino condena a la hoguera en Ginebra a Miguel Servet, médico y teólogo español. — Introducción de la imprenta en Rusia. 1554. M atrimonio de M aría T udor con Felipe, hijo de Carlos V. — Enajenación de Juana Grey, en Inglaterra. D errota, suplicio y muerte de V aldivia en C hile. Publicación del Lazarillo de Tormes en Burgos, Alcalá y Amberes. índice expurgatorio del inquisidor Valdés, en España. — Benvenuto Cellini termina su mejor escultura, el Perseo. 1555. Paz de Augsburgo en Alemania. ^ Carlos V abdica en su hijo Felipe II los estados de Países Bajos y Nápoles, en Bruselas. M uere el papa Julio III y es elegido Paulo IV. — Creación del Consejo de Italia, para la administración de los dominios espa­ ñoles en territorio italiano. 1556. Felipe II hereda de su padre los reinos españoles, América y demás posesiones; el imperio alemán pasa a Fernando I, her­ mano de Carlos V. ■ — T regu a de Vaucelles entre España y Francia. — E n Inglaterra es sentenciado Cranmer a la hoguera y . es nombrado el cardenal Pole arzobispo de Canterbury. — M uere san Ignacio de Loyola en Roma. El emperador Akbar inicia su dominación en A grá, India. 1557 . Carlos V se instala definitivamente en Yuste, Extrem adura. — Batalla de San Quintín: victoria española contra los france­ ses. •— Es vencida la rebelión de los araucanos en Chile. ■Los portugueses introducen la imprenta en Goa, India. 1558. M uere el em perador C arlos V en Y uste. 1551. IW ® 1€ « A L F A B É T I C O E n este índice hemos recogido solamente los nombres propios de personas qúe se citan en la obra. A Acontius, Jacobus, 320. A driano V I, 136, 264. Agrícola, Rudolf, 123. Ailly, Pierre d ’, 155, 164. Alberti, León Bautista, 12, 27, 69. Alburquerque, Alfonso de, 181. Alejandro V I, 51, 59, 173. Alessi, Galeazzo, 112. Alfonso I de Este, 65, 104. Alfonso V, 26. Almagro, Diego de, 221. Almeida, Francisco de, 180. Almeida, Lorenzo de, 181. Alvarez Cabral, 178, 231. Allegri, Antonio, 100. Am inta, 68. A na de Alengon, 145. Ana de Bretaña, 247. Angélico, Fra, 72, 73. Aquino, Tom ás de, 42. Araucana, La, 241. Aretino, Pietro, 24. A rgan, Giulio Cario, 87. Ariosto, Ludovico, 54, 65. Ashley, V/illiam , 323. Atahualpa, 224, 229. A ueníuras del gigante Pantagruel, 150. Averroes, 149. Ayolas, Juan de, 232. B Bárbara de Hohenzollern, 82. Bassano, Jacopo, 107. Bastidas, Rodrigo de, 235. Bayaceto II, 344. Beatriz de Este, 46. Beaumont, conde de, 56. Berdiaeff, 30. Bérence, Fred, 30, 69. Bernal Díaz, 209. Benalcázar, Sebastián, 235. Bellini, Giovanni, 85. Bibbiena, cardenal, 81. Bisceglia, Alfonso de, 53. Bisticci, Vespasiano, 20, 33 Bobadilla, 172. Bolena, Ana, 357. Bolena, M aría, 357. Bolonia, Juan de, 111. Bonifacio V III, 49. Bora, Catalina, 290. Bordone, París, 102. Borgia, César, 52, 54. Borgia, Juan, 52. Borgia, Lucrecia, 52, 104. Borgia, Rodrigo, 51. Boscán, Juan, 273. Bosch, Jerónimo, 117. Botticelli, Sandro, 75. Bouts, Dirk, 116. Braccíolini, Poggío, 21. Brahe, Tycho, 402. Bramante, Donato, 89. Bravo, Juan, 261. Brixen, cardenal, 279. Bronzino, Angiolo, 109. Brunelleschi, 69. Budé, Guillermo, 143. Bugenhagen, 295. 418 • Indice alfabético Buonarroti, Ludovico, 93. Buonarroti, Miguel Angel, 93. Burén, Idelette von, 314. Butti, Lucrezia, 73. C Calandria, La, 81. Caliari, Paolo, 106. Calixto III, 51. Calvino, Juan, 311. Cambio, Arnolfo di, 78. Camoens, Luis de, 175, 183. Campeggi, 360. Capua, Fernando de, 85. Carafa, Pietro, 376. Cariani, 102. Carlos de Borbón, 264. Carlos de Lannoy, 265. Carlos de Orleáns, 249. Carlos V, 25, 97, 329. Carlos I de España, 243, 258. Carlos V I de Francia, 249. Carlos V III, 46, 54, 249. Carpaccio, Vittorio, 85. Carvajal, P., 238. Castellion, 316. Catalina de Aragón, 252, 357. Catalina de Médicis, 97. Catalina de N avarra, 56. Caupolicán, 240. Cavalli, Marino, 248. Celtis, Konrad, 123. Cellini, Benvenuto, 110. Cisneros, cardenal, 191. Clarorum virorum epistolae, 125. Clemente V II, 24, 97, 136, 264, 267. Cléves, Ana de, 370, 371. Colet, John, 130. Colón, Cristóbal, 112, 163. Colonna, Vittoria, 99, 107. Colleone, 84. Constantino el Grande, 26. Constitución de Avila, 261. Contarini, 376. Copérnico, 400. Correggio, 99. Cortés, Hernán, 199, 207. Cosa, Juan de la, 187, 234. Cosme de Médicis, 14, 32, 69. Cosme de Médicis el Joven, 110. Coster, Laurent, 325. Cranach el Viejo, Lucas, 118. Cranmer, Tomás, 361. Credi, Lorenzo di, 86. Cristián II, 369. Cristina de Dinamarca, 369. Crivelli, Carlos, 84. Cronrwell, Tomás, 362. Croy, Guillermo de, 243. Cuauhtemoc, 215, CH Chigi, Agostino, 93. D Darwin, 400. David, Gerard, 116. Del deleite, 26. D e libero arbitrio, 137. Deschamps, Eustache, 115. Diaz, Bartolomé, 163. Díaz de Solís, Juan, 231. Diniz, 156. Dolet, Etienne, 147, 148. Donatello, 70. Doria, Andrea, 112, 272. Doumergue, 320. Durero, Alberto, 82, 118, 132. E Eannes, Gil, 161. Eck, Johann, 286. Eduardo IV, 36. Elcano, Juan Sebastián, 196. Elegantiae latinae linguae, 26. Eleonora de Francia, 107. Elogio de la locura, 129, 132, 279. Enrique el Navegante, 157. Enrique V III, 139, 245, 251, 357. Epistolae obscurorum virorum, 125. Erasmo de Rotterdam, 128. Indice alfabético @ 419 Er.ico de Pomerania, 162. Eyck, Jan van, 113. F Farnesio, Alejandro, 106. Fauchard, Pierre, 401. Faure, Elie, 113. Federico de Sajonia, 286. Federmann, Nicolás, 235. Felipe II de España, 344. Felipe IV de Francia, 156. Felipe de Hesse, 334. Felipe de llsle-A dam , 347. Felipe de M arburgo, 308. Felipepi, Alessandro, 75. Feltre, V ittorino da, 80. Fernández de Córdoba, Gonzalo, 55. Fernando de Habsburgo, 352. Fernando el Católico, 56. Fernando I de Nápoles, 46. Ficino, Marsilio, 30, 33. Filelfo, Francisco, 23. Filiberto de Bruselas, 343. Filiberto de Saboya, 247. Fontana, Horacio, 111. Fonte, Jacobo della, 72. Forli, M elozzo da, 80. Fouquet, Jean, 117. Francesca, Piero della, 74, 80. Franciabigio, 86. Francisco Javier, 386. Frobenius, Johann, 134. Frundsberg, Georg von, 267. Francisco I, 25, 107, 245, 258. Függer, Antón, 253. Függer, Bárbara, 256. Függer, Jacobo, 256. Fust, Juan, 326. G G aray, Juan de, 232. García, Alejo, 232. Garcilaso de la V ega, 274. Germana de Foix, 380. Geyer, Florián, 331. Gheest, J. van der, 342. Ghiberti, 69, 75. Ghirlandajo, Domenico, 77, 82, 94. Giocondo, Francisco del, 88. Giorgione, 101, 102. Giotto, 72. Girón, Ana, 274. Goes, H ugo van der, 116. Goetz de Berlichingen, 331. Gonzaga, Eleonora, 104. Gonzaga, Federico, 105. Gonzaga, Isabel, 80. Gonzaga, Luis, 82. Gozzoli, Benozzo, 74, 82. Gregorovius, 52. Grünewald, 118. Guggisberg, 305. Guttenberg, 325. H H aw ard, Catalina, 372. Hesse, Felipe de, 296. Holbein, H ans, 132. Holbein el Joven, Hans, 139. Huáscar, 224, 228. H uayna Capac, 224. Huis, Frans, 132. Huizinga, 32. Hutten, Ulrico de, 126. Huyghe, René, 112. Hythlodeo, Rafael, 140. I Ibrahím, 356. I'rnago M undi, 155, 164. Inocencio V III, 52. lnstilutio Christianae Religionis, 312. Isabel de Aragón, 46. Isabel de Este, 81, 104. Isabel de Portugal, 341. Isembrant, Adrián, 116. I Jerusatén libertada. La, 67. Juan de Albret, 56. 420 • Indice alfabético Jtian de Castilla, 247. Juan de las Bandas N egras, 25. Juan de las Indias, 160. Juan de la Cruz, 375. Juan de Médicis, 12. Juan II de Portugal, 162., Juan Federico de Sajonia, 338. Juana de Francia, 55. Julia Farnesio, 52. Julián de Médicis, 37, 39, 97. Julio II, 56, 95, 254. K Knox, John, 321. L Lambert, Francisco, 303. Landino, Cristóbal, 39. Lautaro, 241. Lefévre d'Etaples, 279. Lefévre, Jacques, 144. Leonor de Toledo, 110. León X, 61, 97, 263. Leyde, Lucas de, 117. Leyes de Indias, 241. Libro del cortesano, 91. Lippi, Filippo, 7, 73. Livio, Tito, 62. Lope de V ega, 81. Lorenzo de Médicis, 35, 75, 94. Lorenzo de Médicis, el Joven, 64. Lotto, Lorenzo, 102. Loyola, Ignacio de, 380. Ludovico el Moro, 45. Luis de Orleáns, 249. Luis II, 348. Luis XII, 58, 249. Luisa de Saboya, 249, 264. Luque, Hernando de, 221. Lutero, M artin, 134, 279. M M agallanes, 190. Mahomed II, 344. M alatesta, Juan, 70. M alatesta, Paolo, 70. M alatesta, Segismundo, 16, 70. M aldonado, Francisco, 262. M antegna, Andrea, 81. Manuel I, 174. M aquiavelo, Nicolás, 60. M arcos de Niza, fray, 233. M argarita de Austria, 246. M argarita de N avarra, 145, 146. M argarita de Parma, 106. M argarita de Saale, 296. M aría de Borgoña, 116. M aría de Hungría, 343. M aría de Inglaterra, 107. M arot, Clemente, 144. M asaccio, 70, 72. M auricio de Sajonia, 338. M aximiliano I, 48. Means, Philips A., 223. Medinaceli, duques de, 165. M edina-Sidonia, duques, 165. M elanchton, Felipe, 136, 289. Memling, Hans, 115. Memorias, 21. Mendoza, Diego de, 274. M endoza, Pedro de, 232. Menéndez Pidal, 244. Miguel Angel, 90, 93, 385. Moctezuma, 200, 206. Moctezuma II, 206. M olay, Jacques de, 156. Molinet, Jean, 115. M onna Lisa, 88. M ontefeltro, Federico de, 80. M ontefeltro, Guidobaldo de, 80. M ontaigne, 105. Montejo, Francisco, 216. Moreeí, M aría, 115. M oro, Tom ás, 130, 139', 361. M orone, Giovanni, 376. Moscoso, Luis de, 234. M uley Hassan, 271. Munzer, Thomas, 331. M utianus Rufus, iKonrad, 124. N N arváez, Pánfilo de, 211, 213. Nicolás V, 27, 80. Indice alfabético • 421 Niccolini, Niccoló, 20, 32. Nithard, M athis, 118. Núñez Cabeza de V aca, Alvar, 233. Núñez de Balboa, 188, 231. Praga, Jerónimo de, 22. Primaticio, 110. Principe, II, 61, 62. Prolongación de la vida, De la, 399. Pulci, Luigi, 39. O Occam, Guillermo de, 280, 363. Ojeda, Alonso de, 187, 235. Orellana, 238. Orlando furioso, 65. Orsini, Clarisa, 45. O s Lusiadas, 175, 183. O vando, Nicolás de, 172. Q Q uarton, Enguerrand, 118. Quentin M etsys, 132. Quercia, Jacobo della, 71. Quesada, Jiménez de, 235. Quintiliano, 21. R P Padilla, Juan de, 361. Palma el Viejo, 102. Palladlo, 111. Paracelso, 397. Parr, Catalina, 372. Pasquagligo, 247. Pastor, Ludwig, 378. Paulo III, 98, 335, 370. Paulo IV, 98. Pedro de Médicis, 34. Pérez, Juan, 166. Perugino, Pie tro, 83. Pfefferkorn, 125. Piccolomini, Eneas Silvio, 28. Pico de la M irandola, 39, 40. Pigafetta, Antonio, 192. Pinturicchio, 79. Pinzón, M artín Alonso, 170. Pío II, 29, 80. Pío IV, 395.' Pirckheimer, W ilibald, 120. Pisano (Pisanello), Antonio, 73. Pizarro, Francisco, 221. Pizarro, Gonzalo, 237. Pizarro, Hernando, 228. Plauto, 82. Poirier, Pierre, 106. Poliziano, Angelo, 39. Ponce de León, 232. Portinari, Tomás, 34. Portocarrero, Pedro de, 189. Rabelais, Frangois, 149. Rafael, 75, 78, 83, 90. Ragazzoni, Jerónimo, 395. Raimondi, 24. Reinhard, Ana, 302. Reuchlin, Johann, 124. Ricardo III, 252. Rilliet, Jean, 310. Robbia, Luca della, 71. Romano, Julio, 101. Roovere, Anthonis de, 114. Rossellino, 70. Rosso, 110. Rubianus, Crotus, 126. S Saint-Jans, Geertgen, 117. Santángel, Luis de, 166. Sarcinelli, Cornelio, 103. Savonarola, Jerónimo, 40, 42. Schoeffer, 327. Schongauer, M artin, 94. SchWars, M ateo, 257. Selim I, 344. Servet, Miguel, 317. Seymur, Juana, 367. Sforza, Francisco, 16. Sforza, Juan Galeazzo, 45. Sforza, Galeazzo, 32. Sforza, Ludovico, 55. Sickinger, Franz von, 128. 422 9 Indice alfabético Signorelli, Luca, 77. Sixto IV, 37, 80. Sobre la cautividad de la Iglesia en Babilonia, 287. Sobre la libertad del cristiano, 287. Solimán I, 107. Solimán el Magnífico, 271, 347. Sombart, W erner, 323. Soto, H ernando de, 234. Spira, Jorge de, 235. Sterling, Carlos, 127. Studia Humanitatis, 19. T Talayera, Hernando de, 166. Tasso, Torcuato, 65, 66. Terencio, 82. Teresa de Jesús, 375. Tetzel, 286. Thiene, Cayetano de, 379. Ticiano, 25, 54, 101, 105. Tintoretto, 101, 108. Torrigiano, Pieto, 94. Toscanelli, 165. Troeltsch, Ernst, 323. V V aldés, Alfonso de, 342. Valdivia, Pedro de, 240. Valverde, Vicente de, 229. V alla, Lorenzo, 26. V asari, Jorge, 73. V asco de Gama, 175. Vázquez Coronado, 233. Velázquez, Diego, 199, 207. Veneziano, Domenico, 73. Veronés, Pablo, 101, 106. Verrocchio, Andrea, 83. Vespucio, Américo, 187. Vicens Vives, 273. Vinci, Leonardo de, 83, 87. Visconti, Felipe, 16. W W aldseemüller, 188. W eber, Max, 323. W eyden, Rogier van der, 114. W im pfeling, Jacobo, 123. W olsey, cardenal, 255, 359. U liccello, Urbino, llrbino, Utopia, Utrecht, Paolo, 74. duque de, 64. Federico de, 74, 327. 140. Adriano de, 243. Z Z apolya, Juan, 350. Zevenburg, príncipe de, 350. Zuinglio, Ulrico, 299.