“Jóvenes, por quienes trabajé siempre con amor” Homilía en los doscientos años del nacimiento de San Juan Bosco Mar del Plata, Pquia. San Pablo, 16 de agosto de 2015 Queridos Padres Salesianos, queridos fieles: Hace hoy doscientos años nacía en Castelnuovo d’Asti, en el Piamonte, un niño de un hogar humilde, a quien la providencia divina le asignaba una misión trascendente. Su nombre era Juan Bosco, hoy conocido y celebrado en todo el mundo como maestro y apóstol de la juventud. Perdió a su padre siendo niño, y este dolor lo predisponía, todavía sin saberlo, a entender el dolor de los niños huérfanos de los que a lo largo de su vida se iba a convertir en padre afectuoso. De su madre Margarita recibió los mejores ejemplos de vida cristiana, y es innegable la huella profunda que esta santa mujer dejó en él. Fue ordenado sacerdote a los veintiséis años y se aplicó a aprender artes y habilidades que pudieran ayudarlo en la tarea de atraer a los niños y adolescentes de las barriadas pobres. Ese era su sueño, ganar para Cristo a muchos huérfanos y abandonados que estaban en riesgo espiritual y físico en las periferias de Turín. El trabajo con la juventud fue la pasión que atravesó su vida. Por ellos estaba dispuesto a soportar cualquier contratiempo y fatiga. Por eso, dirá: “He prometido a Dios que hasta mi último aliento sería para los jóvenes”. “Es una verdadera fiesta para Don Bosco poder salvar las almas de los jóvenes”. “Entre ustedes, jóvenes, es donde me siento bien”. Y refiriéndose a ellos, escribirá a los suyos en su ancianidad: “Conviene ante todo que nunca olviden que hacen las veces de padres de nuestros amados jóvenes, por quienes trabajé siempre con amor, por quienes estudié y ejercí el ministerio sacerdotal, y no sólo yo sino toda la Congregación Salesiana”. Genial educador, cuya secreta fuente de inspiración era la voluntad decidida de hacer el bien, sin más interés que transformar las vidas de los jóvenes llevándolos a Cristo. Y sabemos que el amor nos abre los ojos para descubrir necesidades e intuir caminos de solución. Comenzó reuniéndolos los domingos donde podía. Una iglesia o una plaza, eran buen lugar para enseñarles el catecismo. También para hacerlos jugar y distraerse. Hasta que logró abrir su primer Oratorio San Francisco de Sales en una zona de periferia, en el barrio de Valdocco. Su fórmula era simple y sin muchas complicaciones. En el Oratorio, además del alimento espiritual, los jóvenes encontraban casa y comida, estudiaban y aprendían un oficio. Un fruto precioso de esta obra será un adolescente llevado más tarde a los altares, Santo Domingo Savio. Junto con el amor, e inseparable de él, la alegría caracterizaba sus obras y su trato con todos. Alegría que procuraba contagiar: “Alegría, estudio y piedad: es el mejor programa para hacerte feliz y que más beneficiará tu alma”. De esta alegría que tenía su fuente en el Señor sacaba su fuerza: “Alegría, oración y comunión son el secreto de nuestra resistencia”. En su original pedagogía, la alegría era excelente antídoto contra el pecado: “Mientras conserves la alegría, te alejarás del pecado”. La experiencia del trato frecuente con los jóvenes, lo llevaba a entender que era necesario expresar su cercanía con ellos compartiendo sus alegrías, y por eso dirá: “Para ejercer una influencia benéfica entre los niños, es indispensable participar de sus alegrías”. Sencillo, cercano y popular, y al mismo tiempo profundo y beneficiado con experiencias místicas, se preocupaba por trasmitir las grandes verdades que iluminan nuestra vida. Por eso escribió obras de divulgación al alcance de todos. No buscaba deslumbrar sino convertir las vidas desde la simplicidad, y esto lo lograba con creces. Fundó revistas, editoriales, escuelas tipográficas. Su creatividad era ilimitada. Para la continuidad de esta obra, entendió que la voluntad de Dios le pedía fundar la Congregación Salesiana, y luego, con Santa María Mazzarella, las Hijas de María Auxiliadora. También la Asociación de los Cooperadores y la Asociación de María Auxiliadora. Sabemos que la gracia de Dios acompañó esta obra cuyos frutos de santidad celebra la Iglesia universal. En 1875, llegarán los primeros salesianos a nuestra patria. La ocasión es propicia para expresar gratitud por la huella de Evangelio que dejaron en nuestra Patagonia y todas partes donde se fueron radicando. 2 No pretendo brindar un panorama completo de los rasgos esenciales de esta figura enorme y providencial dentro de la Iglesia en estos últimos tiempos. Pero sería imposible no aludir a su devoción a María Auxiliadora, sin la cual su obra sería incomprensible. “María ha sido siempre mi guía”. En su vida no realizó nada importante, sin antes confiar todo a la protección de María Auxiliadora. “Todo lo hizo María Auxiliadora”. “El que pone su confianza en la Virgen Auxiliadora nunca se verá defraudado”. Me es grato concluir citando en forma abreviada al Santo Padre Francisco en su carta dirigida al Padre Ángel Fernández Artime, Rector Mayor de los Salesianos, con fecha 24 de junio de este año: “Está viva en la Iglesia la memoria de San Juan Bosco (…) como padre de la Familia Salesiana de hoy. También está viva en la Iglesia su memoria como santo educador y pastor de los jóvenes, que ha abierto un camino de santidad juvenil, que ha ofrecido un método de educación que es al mismo tiempo una espiritualidad, que ha recibido del Espíritu Santo un carisma para los tiempos modernos. Italia, Europa y el mundo han cambiado mucho en estos dos siglos, pero el alma de los jóvenes no: también hoy los muchachos y las chicas están abiertos a la vida y al encuentro con Dios y con los demás, pero hay tantos con riesgo de desánimo, de anemia espiritual y de marginación. Don Bosco nos enseña, ante todo, a no quedarnos mirando, sino a ponernos en primera línea, para ofrecer a los jóvenes una experiencia educativa integral”. Queridos Padres salesianos y queridos hermanos, como padre y pastor de la diócesis, les deseo un feliz día, con la renovación del carisma recibido, en beneficio de toda la Iglesia. ANTONIO MARINO Obispo de Mar del Plata 3