PRACTICAS SOCIALES DE LA MASCULINIDAD ... PRODUCCIÓN CULTURAL ESPAÑOLA Fátima Arranz Lozano - Profesora Titular de Sociología-

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PRACTICAS
SOCIALES
DE
LA
MASCULINIDAD
HEGEMÓNICA
EN
LA
PRODUCCIÓN CULTURAL ESPAÑOLA
Fátima Arranz Lozano - Profesora Titular de SociologíaFacultad de Ciencias Políticas y Sociología
Universidad Complutense de Madrid
faarranz@ucm.es
Resumen
El objetivo de esta comunicación es dar cuenta de las prácticas sociales que emplea la masculinidad
dominante para mantener su statu quo de poder y prestigio en las relaciones de género dentro del
campo de la producción cultural española. En las investigaciones sociales sobre la discriminación
de las mujeres, en cualquier orden profesional, sigue siendo habitual preguntarse por los déficits,
carencias o impedimentos que presentan las mujeres para acceder a cualquiera de los puestos de
relevancia social, sin embargo pocas son las ocasiones que se contempla qué es lo que sucede en la
otra parte del binomio de esta relación, más cuando estamos ante relaciones mediadas por la
estructura social que nos expresa que varones y mujeres no se mantienen como equivalentes en
cualquier espacio de relación. En esta ocasión pretendemos dar cuenta de cuáles son las prácticas
masculinas que permiten su indiscutible hegemonía en el campo de la producción cultural,
centrándonos fundamentalmente en tres ámbitos de éste: cine, literatura y artes visuales.
Los resultados de nuestras observaciones son fruto del análisis del trabajo de campo efectuado tanto
para la investigación “La igualdad de género en la ficción audiovisual: Trayectorias y actividad de
los/las profesionales de la televisión y el cine español” 1 como para la investigación titulada
“Mujeres y hombres en la industria cultural española (Literatura y Arte Visual)”2 . En ambos
proyectos la metodología de investigación utilizada es la conocida como triangulación múltiple,
1
Investigación financiada por la CICYT- Acción Estratégica para el fomento de la igualdad de
oportunidades entre mujeres y hombres- Plan Nacional de I+D+i (Nº Expediente: 128/06). (20072008). Investigadora Principal: Fátima Arranz
2
Investigación financiada por la CICYT- Acción Estratégica para el fomento de la igualdad de
oportunidades entre mujeres y hombres- Plan Nacional de I+D+i (Nº Expediente: FEM 2010-16541).
(2010-2014). Investigadora Principal: Fátima Arranz
1
pues tanto los métodos utilizados fueron cuantitativos como cualitativos, como los equipos de
investigación fueron conformados por la multidisciplinariedad (Sociología, Semiología y Derecho).
Palabras clave: prácticas sociales, masculinidad hegemónica, medios de comunicación, artes
visuales, poder, habitus, dominación masculina.
1. Introducción
Esta comunicación abordará las prácticas sociales que emplea la masculinidad dominante para
mantener su statu quo de poder y prestigio dentro del campo de la producción cultural española. En
las investigaciones sociales sobre la discriminación de las mujeres, en cualquier orden profesional,
sigue siendo habitual preguntarse por los déficits, carencias o impedimentos que presentan las
mujeres para acceder a cualquiera de los puestos de relevancia social, sin embargo pocas son las
ocasiones en que se enfatiza qué sucede con la otra parte del binomio de esta necesaria relación.
Por ello en este trabajo nos detendremos en la observación de cuáles son las constantes
propiciatorias que permiten y reproducen la masculinidad hegemónica, del lado masculino, y que se
pueden deducir del análisis de las prácticas y representaciones con que se nutre el cine y la
literatura, principalmente en nuestro país.
Nuestro propósito es mostrar que tras la aparente conquista de protagonismo por parte de las
mujeres en el campo de la cultura, como continuamente nos recuerdan desde los medios de
comunicación, la realidad que muestran las investigaciones estadísticas o los análisis de contenido
no dan cuenta de ese hecho sino más bien de todo lo contrario. La composición prácticamente
excluyente de las mujeres en las primeras posiciones de la producción cultural parece querer decir
que no hay lugar para éstas como grupo social. No hay espacio privilegiado o con reconocimiento
asignado a las mujeres más allá de la reproducción de la especie. La escasa intervención femenina,
por ejemplo, en la dirección o creación cultural queda la mayor de las veces supeditada a la tutela
masculina3. Tras la falacia ideológica liberal que mantendría que la meritocracia es la explicación
3
Cierto que de manera individual, pocas mujeres, pueden compartir, y comparten, algunos de las posiciones
privilegiadas accesibles a la masculinidad dentro del campo de la producción cultural (desde la ciencia a la
literatura pasando por todas las expresiones culturales). La existencia de estos pequeños cupos de mujeres
(que puede ir, dependiendo del reconocimiento simbólico de la institución, del 0,01% al 30%) permite
cumplir preferentemente la función social de legitimar un orden que se sustenta ideológicamente en los
valores de la libertad de elección y la meritocracia sin levantar más sospechas.
2
al déficit de la presencia de mujeres en los puestos de reconocimiento y prestigio profesionales lo
que se descubre es la lógica de la dominación masculina que se establece a través del habitus
sexualizado (Bourdieu, 2000)
Las preguntas a las que se pretende dar respuesta en este artículo giran en torno al carácter y forma
de las prácticas sociales que dan paso a la hegemonía masculina. ¿Por qué sigue siendo
prácticamente incuestionable la dominación masculina aún aportando las evidencias empíricas
rotundas que muestran los indicadores sociales, incluso dentro del propio campo científico? ¿Qué
principios comporta la socialización de los sujetos para que éstos se resistan a observar, por
ejemplo, el dispositivo de la violencia simbólica (Bourdieu) que procura las relaciones de
dominación-dependencia entre varones y mujeres?
El enfoque analítico de este trabajo aportará esas evidencias empíricas que dan cuenta de la
dominación masculina, así como se detendrá en observar las características del proceso que entrona
esa posición hegemónica. Mostrando cómo se consigue el “milagro” de la reproducción de ese
orden generación tras generación. En concreto se centrará tanto en el destacado lugar que ocupa en
el proceso de socialización primaria la cultura (cine y literatura) como en los dispositivos de control
masculino que se esconden tras las prácticas y representaciones sociales a través de la cultura.
El particular interés de esta aportación se muestra en el tratamiento sociológico del análisis. La
explicación sociológica está siendo negada de continuo por la fuerza del apabullante auge de los
medios de comunicación y sus pseudointerpretaciones sobre la realidad o, en otros términos, por la
ilusión de la transparencia (Bourdieu, Chamboredon y Passeron, 1976) de los hechos sociales. La
proliferación continua de análisis estadísticos e informaciones sobre las diferencias entre mujeres y
varones que se hacen desde el diletantismo suelen carecer de la reflexión sociológica pertinente.
Diletantismo que no puede leer los datos más allá de la simple constatación de los desequilibrios
diferenciales, dejándolos al margen de su sentido dentro de la lógica de las estructuras dominantes
que dan orden al conjunto social. Parafraseando a los clásicos de la sociología (Marx, Durkheim y
Weber): las prácticas sociales no se explican mediante el solo esfuerzo de la reflexión personal,
estas suponen un sistema de relaciones que escapan a la conciencia del diletante.
3
2. Breve apunte teórico sobre las practicas sociales de la masculinidad: dominación y
hegemonía masculina
A la hora de interrogarnos por las practicas sociales relativas a la masculinidad, nuestro modelo
social de referencia se orientará siguiendo el análisis bourdiana. De ese modo se aborda la
investigación tanto de los determinantes sociales (estructura objetiva) como las representaciones
subjetivas que
conforman los “habitus” de los agentes sociales. Se indagará sobre los “habitus”
como elementos generadores de las prácticas y representaciones sociales sociales. Como sostiene
Bourdieu (2000: 21) “la división entre los sexos parece estar “en el orden de las cosas” (…) en su
estado objetivo, (…) como en el mundo social y, en estado incorporado en los cuerpos y en el
habitus de sus agentes”4. Esta división entre los sexos, lo masculino y lo femenino, mantiene una
lógica de dominación de lo masculino frente a lo femenino. Lógica de la dominación masculina que
es conceptualizada por el propio Bourdieu como:
“el mejor ejemplo de aquella sumisión paradójica , consecuencia
de lo que llamo la
violencia simbólica, violencia amortiguada, insensible e invisible para sus propias víctimas,
que se ejerce esencialmente a través de los caminos puramente simbólicos de la
comunicación y del conocimiento o, más exactamente, del desconocimiento, del
reconocimiento o, en último término, del sentimiento” (Bourdieu, 2000:12 subrayado
propio).
Esta cita larga queda justificada por los objetivos de esta investigación. En ella se observa la
relevancia social que tiene para la eficacia de consecución de la lógica de la dominación masculina
tanto el elemento de la comunicación humana como el hecho de la producción de conocimiento
(estructuras estructuradas). Estos fenómenos inherentes a todo grupo humano son las vías de
transmisión de la generización en masculino o en femenino (habitus sexualizado) a sus efectivos (y
no la biología como se empecinan los órdenes que claman a la naturaleza como el gran factotum).
De ahí que privilegiemos la observación y análisis de esas prácticas y representaciones que de
manera hegemónica están presentes en la producción cultural española.
4
Hemos decidido no aceptar la traducción del término hábitos, que se propone en la edición que manejamos
de Anagrama, frente a habitus que es la que mantiene el autor en la edición original en francés (ver
Bourdieu, 1998: 14)
4
El uso del término “hegemonía” va a ser tratado en nuestro análisis como sinónimo de
la
conceptualización bourdiana de dominación. El empleo de ambos vocablos como equivalentes se
debe a que si bien, el término “hegemónico” está mucho más difundido en los últimos tiempos
dentro de la comunidad científica5, por otro lado, el vocablo dominación deja menos dudas del fin
de todo acto hegemónico. El concepto de hegemonía, deriva de la propuesta de análisis de las
relaciones de clase social de Antonio Gramsci. Su precursor en el campo de las Masculinidades,
Raewyn Connell (1987, 1995) retoma el concepto para desarrollarlo, refiriéndolo a la dinámica
cultural por la cual un grupo exige y sostiene una posición de liderazgo en la vida social, en
concreto afirma: “la masculinidad hegemónica puede ser definida como la configuración de las
prácticas de género que incorpora la común respuesta aceptada al problema de la legitimidad
patriarcal que garantiza (o se toma como garantía) la posición dominante de los hombres y la
subordinación de las mujeres” (Connell, 1995: 77).
Siguiendo a Michael Schwalbe (2014) se debe
destacar en la conceptualización de la masculinidad hegemónica: 1) la dominación se efectúa no en
virtud de una coerción constante sino en virtud de los múltiples procesos operando a niveles
diferentes de la organización social sobre los individuos. 2) La hegemonía asimismo implica la
cooperación por parte de las propias mujeres. (“Ninguna versión de la masculinidad puede ser
hegemónica a menos que la mayoría de las mujeres la hagan suya, den por sentado la superioridad
de los hombres y corran en su ayuda para pregonarla”. (2014: 31)). Ambos rasgos, señalados por
Schwalbe, no solo no entran en contradicción con la conceptualización bourdiana de la lógica de la
dominación masculina, sino que por el contrario, ambos destacan la importancia de la sumisión
femenina. Sometimiento, además de incuestionable, propiciatorio por parte de las dominadas
(sumisión paradójica) para la reproducción de las prácticas hegemónicas. A tal punto llega la
sofisticación de la sumisión que ellas mismas llegan a ser las mejores defensoras y propagadoras
del estatus femenino concebido bajo los auspicios del dominador.
Nuestro objeto de estudio se detendrá principalmente en observar algunas de las prácticas y
representaciones culturales (en el cine y la literatura) que promueven la exaltación la superioridad
masculina, base de la sumisión femenina. Atendiendo especialmente al funcionamiento de la
mecánica del dispositivo que consigue tal transmutación de valores. Dispositivo que proponemos
5
No se trata tanto de seguir la moda intelectual cuanto de contribuir al desarrollo del concepto en una
determinada dirección (que en nuestro caso apunta más hacia las relaciones de dominación que hacia la
presunción de distintas masculinidades) que, como decimos, no es unívoco en su tratamiento por los/las
distintos/as autores/as en los Estudios de Género o las Masculinidades .
5
representarlo bajo la forma de bucle de retroalimentación6 y que entendemos se puede leer en la
propuesta bourdiana
sobre el habitus 7 : estructuras estructuradas –output- predispuestas para
funcionar como estructuras estructurantes –input-. ¿Por qué considerar la propuesta bourdiana bajo
la forma de este dispositivo que (sobre)explica esta dimensión del habitus? Nuestro interés en esta
operacionalización tecnológica se debe primordialmente a la intención de hacer avanzar el análisis
sociológico asumiendo la importancia de abrir vías hacia la intervención social.
La estandarización de la información estadística y los análisis de contenido tan utilizados en las
sociedades complejas a lo hora de señalar las discriminaciones sociales (confirmación de la
vigencia de las estructuras estructurantes de dominación), buena parte de las veces se quedan ahí
(que no es poco), mostrando la inequidad entre grupos y sin mayor trascendencia. Ahora bien este
conocimiento estandarizado en sí es ciertamente interesante en tanto indicador político del déficit
democrático –en nuestro asunto como comprobación de las estructuras de dominación de las
mujeres-. Sin embargo, la explicación sociológica que acompaña a esta información suele ser
parcial al desestimar la importancia del papel decisivo que juega ésta en la reproducción social.
En otras palabras, el conocimiento obtenido no muestra las características sociales que constituyen
el flujo de alimentación (input) que va a hacer posible el milagro de la reproducción hegemónica
masculina sine die. Estamos, por tanto, ante un plus valor, y este no es otro que el mantenimiento
de otra dimensión política (a añadir a la déficit democrático): la imposición de las estructuras
sociales de dominación. Como resultado de la observación analítica bajo este artefacto, de la teoría
cibernética, se desprende, de un lado, facilitar la observación de la necesidad de la acción e
intervención. Y, de otro lado, se muestra como el denominado sistema sexo-género, no es tal
sistema en el sentido de inmodificable o imbatible.
6
La retroalimentación es un mecanismo por el cual una cierta proporción del flujo de salida de un sistema –
output- se redirige a la entrada input-, con objeto de controlar su comportamiento. Es un mecanismo que se
encuentra en los sistemas complejos de los distintos órdenes que conforman la naturaleza material o social.
7
Bourdieu define el habitus como “sistema de disposiciones duraderas y transferibles, estructuras estructuradas
predispuestas para funcionar como estructuras estructurantes, es decir como principios generadores y organizadores de
prácticas y representaciones pueden estar objetivamente adaptados a su fin sin suponer la búsqueda consciente de fines
y el dominio expreso de las operaciones necesarias para conseguirlos, objetivamente “reguladas” y “regulares” sin ser
para nada el producto de obediencia a reglas, y siendo todo esto, objetivamente orquestadas sin ser el producto de la
acción organizadora de un jefe de orquesta” (Bourdieu, 1991: 92) Se subraya el énfasis sociológico de esta definición en
tanto la moda actual (a partir de ciertas posiciones post-estructuralistas) es una vuelta al idealismo (pre-marxista) –
incluso por quién se reclama trabajar desde la sociología-. Idealismo al intentar explicar las prácticas sociales tan solo
por el sentido mentado por los actores.
6
3. La observación de las prácticas hegemónicas masculinas desde el habitus bourdiano.
Las prácticas y representaciones sociales, en tanto estructuras estructuradas devienen en estructuras
estructurantes (Bourdieu, 1991) una vez son incorporadas al habitus de los sujetos. En términos de
la dimensión sexualizada 8 del habitus, implica que los condicionamientos sociales asociados
(estructuras estructuradas) a la formación de género (sexo) previamente han sido generados a través
de prácticas y representaciones, y éstas a su vez, una vez incardinadas en los sujetos llegarán a
engendrar prácticas y representaciones (estructuras estructurantes). En consecuencia, será a partir
del habitus generizado que los sujetos producirán sus prácticas generizadas.
La asunción de esta doble apreciación observada como un bucle de retroalimentación del sistema,
con la que se puede el habitus (esquemas generativos socialmente estructurados), nos permite
observar la fuerza –en tanto poder- y el proceso por el que se instaura socialmente la superioridad
masculinidad. Por un lado, abordaremos las prácticas sociales generizadas en tanto estructuras
estructuradas (que darán pie a generar habitus sexualizado) y, por otro lado, nos aproximaremos en
su dimensión de estructuras estructurantes (habitus sexualizado en tanto permiten engendrar
prácticas y representaciones de género).
Cualquier aproximación indagatoria sobre el género implica necesariamente hacerlo manejando las
dos categorías que componen la relación, y desde una posición feminista, se debe agregar la mirada
a esta relación binaria, como magnitudes que se encuentran en relación de dependenciadominación: una y otra se necesitan para definirse aunque al mismo tiempo mantienen desigual
valor o consideración social en tanto una permite sobreponerse a la otra. Esta advertencia para toda
investigación feminista (o con perspectiva de género) no supondrá que en el estudio de las
relaciones entre mujeres y varones no se pueda poner el foco de atención en mayor medida en una u
otra magnitud desde la construcción del objeto de estudio siempre que se tenga en cuenta la relación
que media entre ellas. En nuestro caso se pretende tratar con mayor detenimiento las prácticas de la
masculinidad hegemónica en tanto generadoras de un orden social que naturaliza la sumisión
femenina.
8
¿Sexo o género? Utilizaré como equivalentes sexo y género, en tanto me remito a la acepción sexo en nuestro idioma
(como todas de origen latino) que alude a uno y otro significado (Haraway, 1995). Corroboraría más esta indistinción
entre sexo y género el hecho de la teoría bourdiana en torno al habitus, éste se aprende mediante el cuerpo –se
incorpora-
7
3.1 Prácticas y representaciones hegemónicas en la predisposición del habitus masculino
El habitus o la manera en cómo apreciamos y percibimos el mundo -la división del mundo en
categorías-, de cómo calificamos –lo bello y lo feo, lo adecuado y lo inadecuado, lo que vale o no
vale la pena- de hecho, a partir de lo cual se generarán las practicas de los agentes sociales, tiene su
origen en una previa interiorización de las estructuras (estructuradas) de nuestra organización
social. Esta adquisición de esquemas prácticos de percepción y organización comienza en la
“socialización primaria”. Desde que nacemos nos vamos familiarizando con las prácticas y
representaciones que nos rodean. Somos zambullidos en el universo simbólico que tendremos que
ir incorporando, significativamente siempre en compañía:
“Es el grupo entero el que se interpone entre el niño y el mundo, no sólo por las advertencias
(warnings) que han de inculcar el temor a los peligros sobrenaturales, sino por todo el universo de
prácticas rituales y de discursos, que lo pueblan de significaciones estructuradas de acuerdo a los
principios del habitus conforme”. (Bourdieu, 1991: 130)
A propósito de los discursos y representaciones producto del grupo se observará siempre en ellos
las marcas de las dominaciones (estructuras estructuradas) que los configuran y que se disponen
como principios generadores y organizadores a su vez de prácticas y representaciones. Así, las
prácticas hegemónicas podemos identificarlas de manera objetivada, entre otros espacios, a lo largo
de todas las representaciones literarias infantiles y juveniles. La indagación en las propuestas
culturales en este primer periodo de socialización humana tiene un especial significado en la
configuración del habitus, pues como advierte el propio Bourdieu:
“El peso particular de las primeras experiencias se debe especialmente a que el habitus tiende a
asegurar su propia constancia y su propia defensa contra el cambio, mediante la selección que realiza
entre las nuevas informaciones, rechazando, en caso de exposición fortuita o forzada, aquellas que
puedan cuestionar la acumulación acumulada”. (Bourdieu, 1991: 105)
En consecuencia, no está de más señalar que esta relevancia en la socialización primaria debiera
tener una prioridad en la vigilancia y en la toma de decisiones a propósito de la reproducción de
toda organización social. Y ello sería así si no fuera por el valor intrínseco que tiene para la
reproducción de las relaciones de dominación. Como evidencia de este valor solo tenemos que
reflexionar sobre el nulo impacto de los resultados de los análisis
de
investigación social
8
(Weitzman et al., 1972; Crabb y Bielawski, 1994; Taylor, 2003; Diekman y Murnen, 2004;
Hamilton et al., 2006) que desde los años setenta vienen denunciado la existencia de sexismo en
los libros infantiles y juveniles (ficción y textos pedagógicos). La respuesta política ha sido siempre
la no intervención frente a este asunto,.
El papel protagónico masculino en los relatos escritos o audiovisuales de ficción será absorbido
tanto por los niños como por las niñas en la formación de su habitus9 cimentándose mediante la
repetición constante e in-cuestionamiento de esa conformación del orden social (quién se atreva a
denunciarlo caerá bajo el estigma visión feminista y por tanto desvalorizada). En las primeras
etapas de formación del habitus se observa prácticamente una completa uniformidad en el discurso
mediático en todo lo concerniente a las relaciones de género/sexo tradicionales (estereotipos,
heterosexualidad, etc.). El discurso hegemónico masculino, como estructura estructurada, se
impondrá en este periodo formativo en torno a cuatro pilares fundamentales: misoginia,
homosociabilidad, heterosexualidad y subordinación femenina (Arranz, 2015). Si bien estos cuatro
pilares se necesitan y complementan dentro de la lógica hegemónica que fundamenta el habitus
sexualizado, en consideración a las dimensiones de este texto nos detendremos en los dos primeros
quizá por ser habitualmente los menos tratados analíticamente.
Consideramos como misoginia, no solo los ataques explícitos y agresivos contra las mujeres sino
que le añadimos, siguiendo a Tjeder, “cualquier idea que implícitamente excluya a las mujeres de
una posición equitativa de poder en relación con los hombres” (2009:62). Los datos arrojados, por
ejemplo, en el mundo del cine o de la literatura son abrumadoramente sorprendentes. Así, el
protagonismo masculino/femenino en los relatos, tanto en uno como en otro soporte, no dejan duda
del significado del concepto hegemónico. En el análisis de contenido que efectúa Aguilar (2010)
sobre 42 largometrajes españoles, los más taquilleros en el periodo 2000-2006, resulta que la
protagonista es una mujer en sólo en el 35,7% de los largometrajes. Datos muy similares a los que
aparecen en el estudio de 2014 del Instituto Geena Davis sobre Género en los Medios de
Comunicación, ONU Mujeres y la Fundación Rockefeller, el primer estudio internacional sobre el
contraste numérico de imágenes de varones y mujeres en las películas del mundo entero, de la
muestra analizada con películas de todos los continentes tan sólo aparece un 23% de mujeres como
personajes con líneas de diálogo en las películas de acción y aventuras (2014).
9
Recordemos que este hecho será independiente de su clase social, raza, origen familiar, etc.
9
Los datos sobre el género de los protagonistas en la literatura infantil y juvenil son todavía más
abrumadoramente desequilibrados. En los casi 1.000 capítulos analizados el protagonismo
corresponde de manera mayoritaria a los varones en un 80% de las ocasiones en el estudio
realizado por Arranz (2015) sobre los textos más leídos por niños/as y jóvenes de ambos sexos de
la literatura denominada infantil y juvenil10 para el periodo 2006-2010. Este porcentaje sube hasta
un 90% al desagregar los datos sólo de la literatura infantil. Asimismo las actitudes sexistas y
machistas –explícitas- detectadas en los 992 capítulos analizados subían hasta un 39,4%.
A propósito de la homosociabilidad, definida por la socióloga norteamericana R.M. Kanter (1977)
como “la avidez de los hombres por establecer relaciones entre sí” también se detecta este mandato
de género en la literatura para varones menores de edad. La homosociabilidad es un recurso
indispensable para asegurar el poder del grupo de varones, por lo que se llega a conformar como
una parte de la identidad masculina. Por ejemplo, en los relatos analizados, los varones
protagonistas aparecen acompañados preferentemente con un partenaire masculino, casi un 56 % ,
frente a un 30,5 % del género femenino. Este apego predilecto de varones con varones se muestra
aún con mayor evidencia su desequilibrio si se compara con los mandatos hacia la conducta
femenina. En contraste, la proporción de mujeres protagonistas que tienen una compañera no llega
siquiera a representar un 15 %. Pero a diferencia de la representación masculina, cuando ellas son
las protagonistas, sí se las muestra acompañadas (o protegidas) por varones, lo que sucede en un
79,2 % de los casos analizados (Arranz, 2015:70).
3.2 Algunos datos estadísticos del contexto de la hegemonía masculina en la producción
cultural: El poder del habitus en tanto estructuras estructuradas.
Aun cuando el artículo 20 Ley Orgánica 3/2007, de 22 de marzo, para la igualdad efectiva de
mujeres y hombres, señala la necesidad de adecuación de las estadísticas y estudios que discriminen
por género en todos lo ámbitos de la sociedad, la realidad de la medida a día de hoy es el
incumplimiento por parte de la Administración en general, más allá de lo que había anteriormente a
la proclamación de la norma.
Todavía estamos ante una carencia estrepitosa de indicadores
estadísticos básicos que tomen medida a la presencia/ausencia de mujeres y hombres, más allá de
las estadísticas generales que publica el INE sobre aspectos generales de la población. Para el caso
de campos específicos como pueden ser los que integran la cultura, bien sea el cine, las artes
10
La muestrea de textos analizados se obtuvo a partir de las encuestas anuales sobre “Hábitos de lectura y
compra de libros en España” que realiza la Federación de Gremios de Editores de España.
10
escénicas o la literatura, es imposible contar con algún dato que provenga de la Administración del
Estado. Los resultados de algunas investigaciones del Plan Nacional de I+D+I (Mujeres y hombres
en la industria cultural española, 2014, López Navajas, 2014) nos permiten tener cierta constancia
de cómo son los desequilibrios de género en la estructura ocupacional o en las representaciones en
el ámbito de la cultura.
¿Por qué son necesarias y legitimas las estadísticas desagregadas por género especialmente en el
campo de las distintas profesiones? Ellas son un indicador objetivo (estructuras externas con valor
de estructuras estructurantes), por tanto, científico, de las diferencias entre mujeres y varones dentro
de cada campo específico. Su información nos señala si el género es determinante para ostentar el
poder. Y si se atiende a su función estructurante nos desvela las características en las que devendrá
la reproducción social de las relaciones entre mujeres y varones. Relaciones, recordemos, entre los
dos géneros que se han instituido como relaciones de poder (Bourdieu dixit): “relaciones de
dominación-dependencia, que se establecen entre los agentes que entran en competencia y en lucha
por el capital que se disputa en cada campo11” (Gutiérrez, 2002: 52). De ahí que la escasez o
ninguneo de esta información estadística básica deba ser observada como una resistencia más de la
hegemonía masculina que rechaza todo cuestionamiento de las relaciones de sometimiento de las
mujeres.
Examinemos algunos datos estadísticos del mundo de la cultura, que son producidos a demanda de
los grupos de mujeres profesionales que ejercen en estos campos y que desvelan el peso que sigue
manteniendo el régimen hegemónico de la masculinidad. La desigualdad entre las cifras de ambos
colectivos son tan escandalosas que cuesta entender que esta información no sea tomado como una
agresión simbólica al colectivo afectado al tiempo que cause estupor incluso en el propio grupo de
varones por infligir semejante afrenta, salvo que haya sido “naturalizado” el estado de la cuestión a
través de la incorporación al habitus de cada miembro de ambos grupos (dominante y dominado).
11
No está de más subrayar, como hace la propia Alicia B. Gutiérrez, que esas relaciones de dominación, en definitiva,
de fuerza “se establecen entre posiciones sociales, y no entre individuos, por lo cual las propiedades ligadas a cada una
de esas posiciones puede ser analizadas independientemente de las características de quienes las ocupan” (Gutiérrez,
2002: 53)
11
Al observar, por ejemplo, la serie anual estadística, sobre la presencia de las mujeres en los puestos
de la dirección de largometrajes en España12, en el intervalo de años 2000-2010, concluimos que ha
permanecido prácticamente estancada en todo el periodo. El porcentaje medio de directoras que
realizaron algún largometraje en el periodo 2000-2005 fue de 8,1, mientras que esa ratio aumentó
tan sólo hasta un 9,8 entre los años 2006-2010, lo que debería haber sido una época favorecedora
hacia la equidad, no lo fue. Lo más importante es que este periodo analizado podría ser calificado
como de coyuntura favorable para nuestro cine, pues la realización de largometrajes consiguió
algo más que duplicarse. Si en el año 2000 se produjeron 98 largometrajes, esta cifra alcanzó hasta
los 222 en 2010. Por tanto, si bajo estas condiciones tan favorables, por el contrario, el aumento
sólo fue de poco más de punto y medio no es un buen augurio para las siguientes ratios en dónde el
panorama queda bajo la crisis económica.
También fuera de nuestras fronteras existe el mismo “abandono” en cuanto a la información
estadística profesional desagregada por la variable sexo. Cada día son más los grupos de mujeres
de los sectores de la cultura de todos los países (sin importar que pertenezcan al primer o tercer
mundo) que también sienten la preocupación -por propia experiencia-
de cómo la cultura
contribuye notablemente a reproducir la discriminación con respeto a sus colegas. Este será el
primer indicador de visibilización de la lucha entre posiciones dentro de cada campo de la cultura.
Así, por ejemplo, en el estudio anteriormente mencionado del Instituto Geena Davis sobre Género
en los Medios de Comunicación (2014), también se observa como en los puestos profesionales de
prestigio representados cinematográficamente, los personajes masculinos predominan sobre los
personajes femeninos cuando se trata de fiscales y jueces (13 frente a 1), profesores (16 frente a 1) y
médicos (5 frente a 1). Asimismo, la organización internacional de mujeres pertenecientes al
mundo anglosajón, Women in Literary Arts (VIDA, 2010) desde 2010 está tomando medidas a la
discriminación de género en las secciones que se dedican a la literatura en los principales medios
periodísticos en lengua inglesa (Atlantic, Boston Review, Harpers, London Review Books, New
Yorker, NY Times Book Review, etc.). En la primera medición con la que se dio a conocer esta
organización profesional se daba cuenta, por ejemplo, de cómo la crítica discriminaba la labor de
las escritoras. Así, The New York Review of Books había cubierto 306 títulos de hombres en 2010
frente a sólo 59 de mujeres; en The New York Times Book Review informó de 524 libros de
12
No se debe de dejar de recordar que toda producción cinematográfica española tiene subvención del Estado. Lo que
implica la aquiescencia de este ente que tiene por mandato constitucional vigilar por la igualdad en el conjunto de la
ciudadanía.
12
hombres por 283 escritos por mujeres y New Yorker examinó 36 de hombres frente a sólo 9 de
mujeres (VIDA, 2010)
Estos desequilibrios que muestran las estadísticas nunca pueden ser justificados ni por la falta de
cualificación ni por desinterés de las mujeres. Justamente la información que arrojan los indicadores
en todos los niveles educativos nos dice lo contrario. Así, por ejemplo, si observamos la formación
universitaria de las mujeres caben pocas dudas de que su presencia es más numerosa (salvo en
Ingeniería y Arquitectura) prácticamente en todas las ramas y niveles del sistema, además ellas son
las que obtienen mejores resultados académicos (INE, 2016). Para tener una fotografía más
completa del panorama discriminatorio en el campo de la cultura, atendiendo a las tasas de
estudiantes egresados, por ejemplo, en la licenciatura de Comunicación Audiovisual de las
universidades públicas españolas, vemos un gran contraste, con las estadísticas de los profesionales
del sector según género. Así, si en el año 2000 ya era el 59,7% de estudiantes mujeres que
finalizaron sus estudios, este porcentaje creció hasta el 62,4% en el curso 2010-2011.
5. Conclusiones
En esta investigación hemos tratado de explicar sociológicamente las prácticas sociales que emplea
la masculinidad dominante para mantener el control de su posición a través las estructuras externas
y la formación del habitus (estructuras estructuradas/estructurantes) que acontecen en la cultura, en
particular en los campos de la cinematografía y la literatura de ficción. Creemos que la observación
de las prácticas y representaciones sociales, desde la óptica bourdiana y su adaptación al modelo
cibernético, facilita la comprensión del fenómeno sin restarle la profundidad del elemento social
con lo que habitualmente son presentadas desde el amateurismo tan practicado desde los media. La
ilusión de la transparencia o el peligro de la compresión espontánea (Bourdieu, 1976) de cualquier
dato o información social – por ejemplo, sobre los desequilibrios de las diferencias de género que
muestran los indicadores estadísticos- tan querida y reclamada incluso por los y las distintos/as
profesionales de cualquier disciplina científica –puro amateurismo-, en el mejor de los casos, ejerce
el efecto de opacidad taponando el acceso a la realidad de la hegemonía masculina que organiza la
sociedad.
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Opacidad de una realidad social que es tratada soslayando la dimensión política de la lectura de las
relaciones de género. El amateurismo no tiene conciencia del sistema de relaciones sociales
necesarias y habitualmente es hablado desde una ideología liberal cuando no además patriarcal
(aunque se haga desde la pura inconsciencia).
Lo más preocupante
de
la existencia de los valores tan desequilibrados
que muestran los
indicadores sobre las relaciones de género es que por sí mismos, como la experiencia nos viene
demostrando, tengan algún tipo de impacto social o político. A tal fin se hace necesario reclamar
su dimensión política en tanto hecho social apuntando la intervención social a partir de desactivar
las prácticas hegemónicas masculinas, como este trabajo ha expuesto. De lo contrario, esta negación
de lo político es lo que una y otra vez seguirán marcando los indicadores sociales de género en su
desequilibrio. Así, a pesar de contar con una ley orgánica de igualdad tras casi diez años, por
ejemplo, en el estudio del CIS (2013) sobre la Percepción social de la violencia de género por la
adolescencia y la juventud recogía que el 45,3% del conjunto de encuestados/as manifestaba que las
desigualdades actualmente existentes entre hombres y mujeres en nuestro país eran pequeñas o casi
inexistentes. La actitud hacia la igualdad de género por parte del mundo empresarial e institucional
español, según la encuesta realizada a 112 empresas e instituciones culturales españolas ante la
igualdad de género, también es ajena a todo cuestionamiento del status quo vigente. Así ante la
pregunta
sobre las principales carencias de la organización en relación a la igualdad de
oportunidades entre hombres y mujeres, prácticamente todos los y las responsables entrevistados
(81%) opinaban que no existía ninguna. Aunque al mismo tiempo reconocían estar a favor de la
propuesta de la igualdad entre mujeres y varones. Mencionan someramente ciertos obstáculos en
torno a la conciliación y flexibilidad horaria (4%), las desigualdades respecto a altos cargos o en
relación a los puestos de responsabilidad (4%) (Torres, 2014). ¿Qué se puede concluir ante tamaña
paradoja? Qué el habitus de género que reproduce la masculinidad hegemónica, a través de sus
practicas y representaciones, sigue siendo eficaz en el mantenimiento de la reproducción de ese
orden social discriminatorio.
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