Homilía pronunciada por el Cardenal Norberto Rivera Carrera

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Homilía pronunciada por el Cardenal Norberto Rivera Carrera, Arzobispo Primado
de México, en la Catedral Metropolitana de México
7 de Octubre de 2007, XXVII domingo ordinario.
El escultor Johann Donnecher hizo un boceto de Cristo con el cual
quería expresar lo más profundo de su fe en la divinidad de Jesucristo. Para
que criticaran su proyecto no invitó a los expertos en arte sino a un grupo de
niños. Uno de los niños le dijo: "este señor debe ser alguien realmente
grande". El comentario desilusionó al escultor y se puso a elaborar un segundo
modelo de Jesús que puso bajo la consideración de otro grupo de niños. El
comentario de una de las niñas fue: "Esta debe ser una persona buena,
realmente buena". El artista se sintió mal también con este comentario y se
puso a trabajar sobre un tercer modelo de un Cristo que expresara la divinidad.
También los críticos fueron unos niños que cuando entraron al estudio de
Donnecher ninguno hizo comentarios, simplemente uno a uno se fueron
quitando el sombrero y se arrodillaron. Entonces el artista comprendió que su
obra realmente expresaba la fe que traía en su corazón.
Habacuc, el profeta que hemos escuchado en la primera lectura, se ha
hecho famoso en la tradición cristiana por una frase que San Pablo tomó de él
y que la puso como título de su carta a los Romanos: "el justo, vivirá por la
fe". El horizonte histórico del profeta está definido por el conflicto entre dos
superpotencias, el imperio Asirio, violento dominador de numerosos pueblos
que está en decadencia y el imperio Babilónico que esta surgiendo veloz y
cruel.
el
Mientras
profeta
el
profeta
Habacuc
Nahúm
contempla
cantaba
la
la
aurora
ruina
de
de
Siria,
Babilonia.
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Estos acontecimientos trágicos e inesperados le enseñan al profeta que hay un
Señor que dirige la historia y el destino de los pueblos. Hemos escuchado los
lamentos del profeta: "¿Hasta cuando, Señor… Por qué me dejas ver la
injusticia? Ante mí no hay más que asaltos y violencias, y surgen rebeliones y
desórdenes." Es el eterno lamento del hombre frente al misterio del mal, frente
al dolor de los inocentes y de la injusticia. Pero Dios responde con una visión
que el profeta debe registrar oficialmente poniéndola claramente en tablillas,
para que se pueda leer de corrido. Es una visión que nos revela que Dios tiene
un proyecto y que está actuando en la historia. Este proyecto es un plan que no
puede fallar porque Dios es fiel a sus promesas: "si se tarda, espéralo, pues
llegará sin falta. El malvado sucumbirá sin remedio, en cambio, el justo, vivirá
por su fe".
Bajo esta luz comprenderemos mejor la súplica que los apóstoles le
hicieron a Jesús: "Señor, auméntanos la fe". Frente al compromiso que Jesús
les pide a sus discípulos, frente a las dificultades para vivir conforme a las
exigencias del evangelio es muy comprensible la exclamación que tuvieron los
apóstoles. Jesús les responde celebrando la fuerza infinita de la fe, ya que esta
virtud nos lleva a la íntima comunión con Dios, haciéndonos partícipes de su
poder creador y salvador. La respuesta de Jesús a la angustia de sus discípulos:
"Si tuvieran fe, aunque fuera tan pequeña como una semilla de mostaza,
podrían decir a este árbol frondoso: "Arráncate de raíz y plántate en el mar, y
los obedecería", y la parábola del patrón y el siervo, nos iluminan algunos
aspectos fundamentales de la fe.
Creer es lograr leer la historia con la óptica de Dios, compartiendo con
Él la espera y los juicios. Creer es abrirse a la fuerza de Dios que irrumpe en
nuestros corazones y nos transforma: "El justo, vivirá por la fe".
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Creer es superar la religión mercantilista e interesada que acude a Dios solo
cuando lo necesitamos o a que nos pague por lo que hicimos. Los papás y las
mamás saben amar sin esperar nada a cambio. La parábola evangélica es una
invitación a superar la religión simplemente por tradición, por costumbre, por
conveniencia, por miedo… para llegar a una religión de entrega alegre por la
fe. Creer, según la segunda lectura, es ser fiel al contenido del mensaje
cristiano, conforme a la sólida doctrina que tiene su fundamento en Cristo
Jesús, apartándose de las ideologías, de los rituales mágicos, de las prácticas
de moda y todo aquello que es contrario al evangelio trasmitido por los
apóstoles. Creer es trabajar con dedicación, humildad y desinteresadamente en
favor del Reino de Dios, sin esperar otra recompensa que no sea Dios. Creer
es anunciar el evangelio con el propio testimonio sin avergonzarse y
compartiendo con otros los sufrimientos por la predicación de la Buena
Nueva.
Para vivir una fe así necesitamos hacer nuestro el grito de los apóstoles:
"Señor, auméntanos la fe" ya que vivimos un momento de desencanto, de
indiferencia, de escepticismo y de relativismo. Quizá hasta sintamos que
nuestra fe se desvanece o está bloqueada. El que busca sinceramente a Dios se
ve envuelto, más de una vez, en oscuridad, duda o inseguridad. Los creyentes
tenemos que aprender a creer inmersos en este horizonte de crisis general y de
crisis personal. Todo lo que es importante en nuestra existencia es siempre
algo que va creciendo en nosotros de manera lenta y secreta, como el grano de
mostaza, y como fruto de una búsqueda paciente. En concreto, nuestra fe
puede comenzar a despertarse si nos atrevemos a gritar frecuentemente:
"Señor, auméntanos la fe". Puede parecer una oración demasiado pobre, lo
importante es que sea humilde y sincera. Este grito, repetido sinceramente,
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puede deshacer nuestras propias dudas, ayudarnos a descubrir el verdadero
rostro de Dios como fuente de vida y empaparnos de una fe más convincente,
viva, realista y gozosa.
Cuando uno vive con el deseo sincero de encontrar a Dios y trabajar por
su Reino, cada oscuridad, duda o interrogante puede ser un punto de partida
hacia algo más profundo, un paso más para abrirnos al misterio. Y "el misterio
de nuestra fe" es la eucaristía que celebramos, por esto la debemos celebrar de
todo corazón y no como una obligación, solo así será para nosotros un
banquete, será un encuentro gozoso con nuestro Señor, será un ofrecernos a
Dios nuestro Padre como un sacrificio agradable ya que nos ofrecemos
movidos por el Espíritu Santo y unidos a Jesucristo y a los hermanos.
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