La importancia de la comodidad Mientras escribo estas líneas echan en la televisión la película French kiss. El título me hace pensar en la frecuencia actual con que los títulos de las películas americanas aparecen en el inglés original, aunque toda ella esté doblada. Con las canciones el fenómeno se dio mucho antes. Ya en los sesenta no era corriente traducir el título de las canciones extranjeras, con excepciones totales como Qué noche la de aquel día o parciales como Sargento Pepper, ambas de los Beatles. Ya en el nivel del léxico, nadie desconoce la abundancia de extranjerismos crudos (la expresión es del Diccionario Panhispánico de Dudas) en muchos vocabularios terminológicos, muy especialmente en los pertenecientes a áreas de nueva creación. Balanced scorecard, e-sourcing, wealth management, coaching, phising, renting, united-linked son algunos de los abundantísimos ejemplos que ofrece la Nueva Economía. Applet, archie, attachment, authoring, banner, bomber, cache… son una mínima muestra de los que utilizan los informáticos aun cuando se comunican en español. Las razones de estos hechos parecen transparentes: la hegemonía del inglés en estos terrenos, su prestigio y el mayor conocimiento que se tiene de él, algo que aumenta cuanto más joven es la generación de hablantes. Sin embargo, podemos ir más allá con nuestras reflexiones, porque quizá con esta primera aproximación no baste. Reflejo del carácter paradójico de todo lo humano, el funcionamiento de las lenguas parece dominado por dos fuerzas contradictorias: la tendencia a hacer más eficiente la comunicación, creando nuevas distinciones; y el principio del mínimo esfuerzo, que lleva reducir el número de estas. Ambas fuerzas rigen la historia de las lenguas y su uso individual. La decantación en cada caso por una u otra parece determinarse por esa búsqueda en todo momento de la pertinencia que guía la actuación de los hablantes. Estos como oeconomici homines solo están dispuestos a realizar esfuerzos que juzgan rentables. A la vista de estas dos fuerzas, ¿por qué un economista prefiere balanced scorecard a cuadro de mando integral, o blended learning a aprendizaje mezclado? O ¿por qué un distribuidor de cine escoge American Beauty en vez de Belleza Americana? Desde luego, por eficiencia, pues la solución inglesa aporta un prestigio de la que carece la española permitiendo a su emisor formar parte del selecto club de los iniciados. En el caso del economista, además, la eficiencia se incrementa dado que el término inglés posee un grado de aceptación tan grande entre la comunidad experta que recurrir a la adaptación española supondría una posible distorsión. Más de algún lector suyo quizá pensara en una realidad distinta al encontrarse con el sintagma español. Sin embargo, el principio del mínimo esfuerzo también tiene algo que decir. Para el hablante tipo, que emplea con una alta dosis de automatismo la lengua, puede ser más sencillo el extranjerismo crudo que la adaptación española. El préstamo es primero y lo más disponible a menudo en su memoria léxica. Al fin y al cabo, la adaptación supone un esfuerzo extra, al margen de que a menudo consiste en una expresión compleja o un cultismo. Así, si encima le provee el premio del prestigio por aquello de que está en inglés (aunque ignore su significado, le basta con conocer su referencia), podemos entender entonces que el extranjerismo sea la solución preferida. Manuel Martí Sánchez (Universidad de Alcalá. TERMAH)