SAINT-SIMON, Claude Henri de (1760-1825) “À chacun selon ses capacités, à chaque capacité selon ses œuvres” Datos biográficos. ♦ Nace en Paris, en 1970, sobrino del duque de Saint-Simon, célebre memorialista (1675-1755). ♦ De 1777 à 1783 participa, como oficial de la marina, en la guerra de la independencia americana, con el cuerpo expedicionario francés de 8.000 hombres mandado por La Fayette y Rochambeau. ♦ Abandona la Armada para dedicarse a diversos proyectos económicos y de mejora de la sociedad (propuso al gobierno español la construcción de un canal de Madrid al mar). ♦ Aunque no pudo participar directamente en ella, durante la Revolución francesa se hizo republicano, adoptando el nombre de ciudadano Bonhomme a la vez que renunciaba al título nobiliario. ♦ Por su posición económica y sus relaciones con Danton fue encarcelado por la Convención y liberado a la caída de Robespierre (1793-1794). ♦ A partir de entonces, se consagra al estudio de la sociedad. Su objetivo es encontrar las leyes que regulan la vida social, lo que permitiría acceder más rápidamente al progreso social. ♦ Para superar sus dificultades económicas, decide constituir un patrimonio que le aseguraría la independencia material necesaria para la elaboración de su obra. Con tal fin, se asocia con un banquero alemán para especular con los bienes de los emigrados (nobles, funcionarios, comerciantes) y de la Iglesia, confiscados por la Revolución, y así constituye una fortuna de un millón de francos (el presupuesto de Louis XVI en 1789 era de 530 millones). ♦ Su casa se convierte en uno de los centros intelectuales de París donde se reúnen matemáticos, físicos, filósofos, economistas e historiadores. ♦ Un tren de vida alto y la mala gestión de su patrimonio le llevan a la miseria en 1810, de la que nunca se recuperará. Sobrevive gracias a la ayuda económica de algunos amigos y a una pensión de su familia. Obras (en Francés) 1802 : Lettres d'un habitant de Genève à ses contemporains. 1804 : De l'organisation sociale, lettre au conseiller d'Etat Fourcroy. 1809-1811: Esquisse d'une Nouvelle Encyclopédie, Histoire de l'homme. 1813: Mémoire sur la science de l'homme. 1814: La réorganisation de la société européenne. 1817: L'Industrie. 1819-1820: L'Organisateur. 1821-22: Du système industriel. 1823-24: Catéchisme des industriels. 1825: Le Nouveau christianisme. Œuvres de C. H. de Saint-Simon, Anthropos, Paris 1966, 6 volumes. Henri de Saint- Simon y el nacimiento de la Sociología. “La filosofía del último siglo ha sido revolucionaria; la del siglo XIX debe ser reorganizadora” (Saint-Simon) Se ha dicho de Henri de Saint-Simon que fue “el último ilustrado y el primero de los Sociólogos” (Carlos Moya). Saint-Simon, en efecto, compartió los ideales de la Ilustración que ya hemos visto, pero se opuso a lo que él consideraba “puro criticismo” de la filosofía política de la Ilustración. Para Saint-Simon, los filósofos, a la “luz de la Razón”, se habían limitado a criticar la sociedad del Antiguo Régimen; ahora era necesario dar un paso más y reorganizar la sociedad sobre nuevas bases, las aportadas por “Ciencia de la Sociedad”. Pero tal Ciencia estaba aún por hacer y, por ello, Saint-Simon considera que la principal tarea de su tiempo es construir la Física Social, ciencia que desvelará las leyes de la vida social y de la historia, y permitirá orientar la evolución de la Sociedad Industrial en una línea de progreso indefinido. Sus reflexiones sobre las relaciones entre individuo y sociedad, su conceptualización de las instituciones como los “órganos” de la “maquina social” o su división de la Física Social en dos ramas, la “estática” y la “dinámica” son aportaciones importantes de Saint-Simon a la naciente ciencia social [ver esquemas]. Pero sus ideas centrales giran en torno a la necesidad de organizar la Sociedad Industrial con la ayuda de los conocimientos positivos. La Ley del Progreso y la organización de la sociedad Saint-Simon, al igual que Turgot y Condorcet, cree que la Historia de la humanidad y de su Razón, ha seguido tres períodos o etapas: Etapa 1ª: Antropocéntrica. Periodo “Infantil". (Hasta el nacimiento de la Filosofía con Sócrates) Etapa 2ª: Metafísica o conjetural. (Hasta los Ilustrados, Siglo XVIII). Etapa 3ª: Científica o Positiva. Simbolizada en la Revolución Francesa En cada etapa, dirá Saint-Simon, predominan unas características “mentales” y “materiales” específicas, idea también común en la época. Saint-Simon añade que, en cualquier momento de su historia, la organización de una sociedad se basa en dos grupos de poder que integran la clase dirigente: uno ejerce la dirección moral e intelectual (“poder espiritual”) y el otro la dirección material (“poder material”). En la Edad Media, (fase final de la “Etapa metafísica”), la dirección moral e intelectual correspondía a la Iglesia y la dirección material à la nobleza, debido a que se trata de un periodo donde la fe cristiana es intensa y la economía se basa en la agricultura (las propiedades agrícolas pertenecen mayormente a los nobles). En la Etapa Positiva, la situación es distinta. A comienzos del siglo XIX, cuando Saint-Simon escribe sus principales obras -entre 1815 et 1825- éste constata que la clase dirigente está constituida par una minoría de ociosos –no productores- que explotan a la inmensa mayoría de los trabajadores (los “productores o industriales”). La “minorías de ociosos” a la que se refiere estaría compuesta por: los nobles, rentistas y terratenientes que conspiran para restablecer el Antiguo Régimen; los sacerdotes que mantienen la moral antigua; los jueces que defienden privilegios y los militares que los sostienen. En cambio, los productores o industriales –“los explotados”- constituyen la clase social fundamental, la que alimenta a toda la sociedad y sin la que ésta no podría subsistir. La "clase de los industriales”, como también la llama, alberga tanto a los “burgueses” como a los “proletarios”, pues incluye a los trabajadores agrícolas, a los artesanos y a los trabajadores del comercio y de la industria, tanto a los empresarios y como a los asalariados. Esta clase incluye una élite de “intelectuales” (pensadores y científicos) y de empresarios que, según Saint-Simon esta llamada a encabezar el progreso de la nación, y no la clase de explotadores que ocupaban el poder. Por ello, esta élite de “sabios” y de empresarios (“chefs d’entreprise”), es la que debe dirigir la sociedad. El sistema industrial Como hemos visto, su análisis de la sociedad de su tiempo le lleva a señalar a “los industriales” como los elementos predominantes de la sociedad, la clase que debe ejercer tanto el poder “espiritual” (sabios positivistas) como el poder “material” (productores). Sus ideas al respecto se encuentran desarrolladas, principalmente, en El Organizador (1819-20), El sistema industrial (1821-1822), el Catecismo de los industriales (1823-1824) y El nuevo cristianismo (1825). Para Saint-Simon, el Gobierno sería la emanación de la clase industrial. No se detiene demasiado en el tipo de sistema político de la Sociedad Industrial, pues lo que realmente importa son las obras que realice el Gobierno. Éste tendría que favorecer el desarrollo económico con todo tipo de medidas: una especie de Planificación tecnocrática (diseñada por los “sabios positivistas”), favorecer las obras públicas; difundir entre "la clase de los proletarios" los conocimientos positivos; proteger a los agricultores de los propietarios agrícolas ociosos, etcétera. Así pues, el objetivo del Estado tendría que ser el desarrollo de la industria mediante el fomento de la infraestructura necesaria y la consecución de acuerdos comerciales y la puesta en marcha de una “política social” que introdujese mejoras en la sanidad y propulsase la educación positiva (científica) con un vasto plan de escolarización. El principio fundamental de su obra El Sistema Industrial es que, en la “sociedad de los industriales”, no habrá una explotación del hombre por el hombre sino la explotación de la naturaleza por el hombre, asociado éste con otros hombres (formando empresas colectivas) en busca del bien común. Por tanto, según Saint-Simon, no habría contradicción entre los intereses de la élite industrial y los intereses de los trabajadores, ya que el fin del desarrollo económico no es el lucro personal sino mejorar la vida de todos los trabajadores. El desarrollo económico que traerá consigo la Sociedad Industrial permitirá, tanto en el campo como en la ciudad, transformar la "suerte de la clase que no tiene otro medio de existencia que su fuerza de trabajo”, lo que requiere, en primer lugar, "mejorar lo más posible la condición moral y física de la mayoría de la población”. La Sociedad Industrial necesitará, por tanto, no sólo desarrollo económico, sino una nueva moral secular, la moral positiva, que sería una especie de secularización de los valores cristianos, de cuya difusión se encargaría la nueva élite (“sabios positivos”). Éstos, integrados en una especie de Academia, se encargarían de redactar un nuevo catecismo nacional positivista que se enseñaría en todas las escuelas. Además de los “saberes positivos”, estos catecismos incluirían un repertorio de normas éticas para los industriales, con el propósito de regular la convivencia en la nueva sociedad. La nueva “religión cívica” se orientaría a favorecer la mayor libertad de los ciudadanos y a que éstos tuvieran la posibilidad de desarrollar al máximo sus facultades y capacidades. Al mismo tiempo, las nuevas normas debían favorecer a las clases más pobres, pero se consagraba la propiedad privada como un derecho universal, pues los individuos “serían retribuidos según su capacidad”, de modo que la propiedad privada alcanzada sería el fruto del mérito personal. Complemento - El socialismo de los Saint-simonianos El sistema de Saint-Simon fue desarrollado por algunos de sus discípulos, especialmente por Prosper Enfantin et Saint-Amand Bazard, que publican en 1829 y 1830 la Exposición de la Doctrina de Saint-Simon. Los Saint-simonianos radicalizan los planteamientos de su maestro y ponen gran énfasis en la colectivización, la apropiación colectiva de los medios de producción, que, según ellos, es la única forma de poner fin a la explotación del hombre por el hombre y al desorden económico y social. Para los Saint-simonianos la propiedad privada de los capitales es doblemente condenable. Primero, porque ésta permite que unos hombres se beneficien del trabajo de otros. Segundo, porque la propiedad privada no es siempre el resultado de la “valía personal”, ya que ésta se transmite de padres a hijos, independientemente de su capacidad y del buen o mal uso que éstos harán de los capitales heredados. Los Saint-simonianos pretenden superar esta situación social suprimiendo el derecho de herencia. Los bienes que constituyen el patrimonio de una persona (instrumentos de trabajo, tierras o capitales) dejarían de transmitirse directamente a sus descendientes. En su lugar, se haría con ellos un fondo común administrado por el Estado. De esta forma, se haría realidad la idea de que el Estado debe centrarse en la “administración de las cosas, no en el gobierno de los hombres”. El papel redistribuidor del Estado no acabaría aquí. Éste también distribuiría los instrumentos de trabajo (los capitales, la tierra) en función de las necesidades de la producción y los asignaría de acuerdo con las “capacidades individuales” y siguiendo los objetivos de eficacia y de justicia social que se habría fijado. “A cada uno según su capacidad, y a cada capacidad según sus obras” (Lema de Saint-Simon).