TÉCNICA Y VALOR, DE LA FILOSOFÍA DE SAINT-SIMON A LA DE OCDE Conferencia pronunciada por la Dra. Susana Raquel Barbosa en la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires, en la sesión pública del 3 de diciembre de 2010 TÉCNICA Y VALOR, DE LA FILOSOFÍA DE SAINT-SIMON A LA DE OCDE SUSANA RAQUEL BARBOSA En primer lugar planteo el tema del valor en el canon filosófico y lo relaciono con el de la técnica para pasar posteriormente a segmentos de la filosofía de Saint-Simon a fin de mostrar cierta función predictiva sobre de la sociedad tecnológico-industrial y el grado en el que frente a la técnica, como parte inseparable de la industria, SaintSimon asume una postura valorativa no neutral. El modo saintsimoniano eutécnico de priorizar la industria pasa a integrar la conciencia posterior del posestado-nación altamente desarrollado y rige como base del catecismo industrial de la posguerra en organismos como la OCDE. Aunque parece surgir la paradoja de que la posición valorativa no neutral frente a la técnica en Saint-Simon se trastoca en su contrario, en verdad la conciencia mencionada pretendió alejarse cada vez más de la valoración positiva por la que apostara Saint-Simon, y haciendo gala de una asepsia que no tuvo, pretendió encubrir un proyecto tan ideológico-político como el que asumiera Herbert Marcuse en los años sesenta. El valor El tema del valor puede comenzar con el idealismo absoluto1 ya que es a partir de una de sus tres tesis donde se puede fijar el comienzo del valor como problema filosófico. La expresión idealismo en el ámbito de la filosofía se refiere a una posición gnoseológica y en la filosofía posidealista se ajusta al significado de idealismo absoluto, o sea, a los sistemas de Fichte, Schelling y Hegel. Las características 1 Herbert Schnädelbach, Filosofía en Alemania 1831-1933 (Philosophy in Germany 1931-1933), trad. Pepa Linares, Cátedra, Madrid, 1991. 3 del idealismo absoluto se pueden condensar en tres tesis postuladas por sus seguidores. Ellas son, siguiendo a Hegel, la unidad de pensamiento y ser en el absoluto, la unidad de verdad, bien y belleza en el absoluto y la ciencia del absoluto como sistema filosófico. a- El idealismo absoluto no niega que ser y pensar sean cosas diferentes; concibe su unidad como una dialéctica o como ‘‘la identidad de la identidad y la no-identidad’’ (Ciencia de la Lógica) pero afirma que ella sólo es inteligible en el contexto del absoluto. b- El idealismo absoluto de Hegel en tanto filosofía de la idea absoluta admite la unidad de ser y pensar, de realidad y razón, de objetividad y subjetividad así como admite la unión de verdad, bien y belleza. En este sentido el idealismo absoluto es una restitución de la máxima escolástica ens et verum et bonum convertuntur. Hegel identifica lo verdadero como idea teórica y el bien como idea práctica, que considera en tránsito a la idea absoluta. La tesis de la unidad de verdad y bien en la idea absoluta tiene una consecuencia secundaria: podemos comprender lo que aprehendemos en calidad de verdadero como siendo algo también significativo; aquí comprender es una aprehensión de motivos y determinaciones (no una interpretación en sentido hermenéutico). La verdad como el bien es a la vez lo inteligible y lo significativo. Así como para Hegel esta afinidad equivale a la relación entre razón objetiva y razón subjetivo-cognitiva así para el canon filosófico hermenéutico posterior se asume como el ‘‘comprender’’. c- Una filosofía que se coloca en el centro de la unidad absoluta de ser y pensar, objeto y sujeto, verdad y bien debe presentar su saber como una totalidad absoluta y, para seguir siendo científica ha de tener carácter de sistema. Como ‘‘una filosofía sin sistema no puede ser científica’’ la filosofía hegeliana exige la presentación de todo saber dentro de un sistema absoluto y racionalmente inteligible. Por ello las partes del sistema se distribuyen así: la filosofía de la naturaleza y la filosofía del espíritu han de integrar su saber en las ciencias particulares y la filosofía del espíritu es el conocimiento científico de la realidad. El concepto de valor parece haber perdido peso filosófico en las discusiones institucionales de la filosofía académica. El planteo de una teoría de tipo valorativa puede ser sospechado de defender viejas ideologías, ya ligadas a los valores eternos, ya emparentadas con 4 la economía política del siglo XIX. Sin embargo no hace tanto que para los círculos neokantianos de la escuela de Baden la filosofía era una filosofía de los valores y así la definieron pretendiendo incluir todos los campos del valor, la economía, la cultura, la ética y dotarlos de un fundamento, la identidad de la verdad con el valor. Retomo el tema del idealismo absoluto en la tesis de la identidad de verdad (conocimiento verdadero del ser) y bien en el absoluto, tesis que reinstaurara el ens et bonum escolástico que la filosofía kantiana con la dicotomía ser-deber ser parecía haber desterrado. ¿Qué consecuencias instaló la separación de la verdad y el bien? La respuesta, en palabras Helmut Kuhn, también nos proporciona los motivos por los que el tema del valor conoció su apogeo. Cuando el concepto metafísico de ser ‘‘se desintegró, los elementos constitutivos del bien se dividieron y el concepto perdió su status general. En parte se refugió en la ética, como disciplina autónoma y, en parte, pasó al lenguaje, perdiendo su uso poético y práctico. Era inevitable buscar otro término, y se encontró en la economía política: la palabra ‘valor’ vino a ser el caput mortuum de lo que alguna vez fue un concepto vivo. Apartado del ser, ontológicamente eliminado, el bien perdió la existencia que le reconocían los platónicos. En vez de existencia, tuvo ‘valor’ (Geltend), como lo tienen el dólar o el marco, cuando decimos que están valorados (gelten) en tanto o en cuanto. Así fue como el concepto de valor alcanzó, durante un breve espacio de tiempo, prestigio filosófico’’2. El tema del valor en la filosofía de los siglos XIX y XX tuvo cierto desarrollo y se extiende desde Hermann Lotze que aportó una interpretación nueva del idealismo en clave de teoría de los valores, pasando por Max Scheler y Nicolai Hartmann que propusieron una fenomenología del valor, hasta la escuela del suroeste alemán con Windelband y Rickert como sus representantes más destacados. Es precisamente esta última expresión lo que me interesa porque es su filosofía trascendental del valor lo que liga a estos autores con un discípulo célebre, Max Weber. Resumo: con lo expuesto hasta aquí quise plantear el problema del valor como uno necesariamente posidealista y posidelismo absoluto, precisamente a partir de la separación de bien y verdad. Para Weber existe una escisión entre ciencia y la orientación de valor y la escisión es insalvable porque las diferentes dimensiones de valor en 2 H. Kuhn, ‘‘Das Gute’’, en Krings et al. (eds.), Handbuch philosophischer Grundbegriffe, Munich, 1973. 5 el mundo entablan una tensión inconciliable. El desencantamiento del mundo es un proceso de des-racionalización. La ciencia, en un mundo desencantado (ajenizado respecto del racionalismo) no es capaz de arbitrar la elección por un valor postergando otros. Por ello es necesario liberar a la ciencia de la exigencia de valores, por ello es legítimo que la ciencia esté libre de valores. En las Conferencias en Munich de 1918, Weber afirmaba que ‘‘Los numerosos dioses antiguos, desencadenados y en la forma de fuerzas impersonales, se levantan de sus tumbas, se afanan por gobernar nuestras vidas y, de nuevo, comienzan su eterno enfrentamiento’’. Técnica y valor Para hablar de la relación que el valor establece con la técnica retomo el tema de mi exposición anterior, la polémica que Herbert Marcuse establece con Max Weber. Cuando Marcuse3 interpreta a Weber le interesa aislar el tema de la racionalidad ya que es ésta en su versión occidental y en su aspecto técnico-formal y de neutralidad valorativa, la que rige la concatenación ‘‘fatal’’ de la industrialización, el capitalismo y la conservación de la identidad nacional, y es responsable no sólo de la irracionalidad presente en la administración burocrática de la sociedad cuanto de la sumisión con que se condujera por una calle de mano única millones de hombres al ‘‘aniquilamiento planificado’’. En el análisis que hace Weber del capitalismo industrial Marcuse encuentra objetable su teoría de no valoración intrínseca [libertad intrínseca de valores en ciencia y técnica] por cuanto ella exime a la ciencia y a la técnica de aceptación de valoraciones, que tienen su origen fuera de la ciencia (Marcuse, 1970: 118). El plus de Marcuse es considerar que la razón pseudo-formal (porque no es avalorativa ya que apuesta por los valores y fines del capitalismo) es ideológica. El progreso científico-técnico en Marcuse ha asumido el rol de la ideología: el dominio sobre la naturaleza y el dominio sobre los hombres es producto del cálculo. Y no son agregados al dominio sino constituyentes de lo técnico. ‘‘La finalidad del 3 Herbert Marcuse, ‘‘Industrialización y capitalismo en la obra de Max Weber’’ (1964) (‘‘Industrialisierung und Kapitalism’’), en Herbert Marcuse, Ética de la Revolución (Kultur und Gesellschaft, 2 1965), trad. A. Álvarez Remón, Taurus, Madrid, 1970: 117-140. 6 dominio es material y como tal pertenece a la forma misma de la razón técnica’’ (Marcuse, 1970: 138). Weber se apuró a identificar razón técnica con razón burguesa y creyó que la razón técnica era la que instalaba la jaula de hierro. No vio que la razón técnica es razón de dominación. No vio que aquella razón técnica podía contener el germen de su reversión. Acerca del cómo es posible ese trastocamiento es la deuda que Marcuse tiene hacia nosotros. Técnica y valor en la filosofía saintsimoniana La filosofía de Saint-Simon se puede interpretar en clave perspectiva y proyectiva del decurso de ulteriores modos sociales de vida y cultura. Herbert Marcuse4 ha interpretado su teoría en paralelo con la de Hegel: ‘‘Saint-Simon, como Hegel, comienza con la aseveración de que el orden social engendrado por la Revolución francesa demostraba que la humanidad había alcanzado la etapa adulta. A diferencia de Hegel, sin embargo, describía esta etapa primeramente en términos económicos; el proceso industrial constituía el único factor integrador en el nuevo orden social. Como Hegel, Saint-Simon estaba también convencido de que este nuevo orden contenía la reconciliación de la idea y de la realidad’’. Vale decir que hay un punto inicial compartido por ambos y hay una diferenciación por el tono enfático de la descriptiva saintsimoniana que para Marcuse es económico. Pero desde una relectura de textos representativos de Saint-Simon la interpretación de Marcuse parece quedar corta. La certeza, por ejemplo, de Ghita Ionescu de barajar su legado en clave política se basa no sólo en su transformación del adjetivo francés ‘industrial’ en el sustantivo l’industriel/ les industriels y en acuñar la expresión industrialismo como nombre bajo el cual deseaba difundir su doctrina sino también en que SaintSimon es uno de los primeros en hablar de ‘ciencia política’’’5. Por otro lado fue el mismo Saint-Simon quien ‘‘dio prioridad en dos aspectos al contenido político de su doctrina. Primero, creía que su tarea principal era encontrar la organización política apropiada a 4 Herbert Marcuse, Razón y revolución (Reason and Revolution) trad. J. Fombona de Sucre, Madrid, Alianza, 1993: 321-330; cita: 321-2. 5 Ghita Ionescu, El pensamiento político de Saint-Simon (The Political Thought of Saint-Simon 1976), trad. Carlos Melchor y L. Rodríguez Regueira, 2a. ed., México, FCE, 2005: 18. 7 la sociedad transformada. Segundo, el centro conceptual de su razonamiento se encuentra en el ámbito político, en la teoría general (económica, sociológica y política) de la sociedad industrial’’ (Ionescu, 2005:19). ¿Qué entiende por industria Saint-Simon? En La industria, de 1817, afirma: ‘‘Al decir industria, todos saben perfectamente que hablamos de algunas de las más importantes empresas que, impulsadas por el sentimiento del interés general, realizan personalmente sacrificios que consideran útiles al bien común (…). La industria no es más que un único y vasto cuerpo cuyos miembros están interrelacionados y son solidarios entre sí; el bien y el mal de cada una de las partes afectan a todas las demás; no hay más que un interés, una necesidad, una vida’’6. Así como años antes en Carta de un ciudadano de Ginebra a sus contemporáneos7 de 1803 Saint-Simon había ponderado al genio y al sabio como los que ocupaban el primer lugar en esta sociedad cuyas fuerzas de cambio dejaban atrás el orden feudal, así en 1817 ubica en aquel lugar a la industria y a los industriales. Hasta la caída de Napoleón en 1814 los escritos de Saint-Simon asumen el tono predominante de la conciencia desgarrada que se apoderó del espíritu europeo con el torbellino de las guerras, por un lado la certeza de irrecuperabilidad de lo viejo y por otro la errancia de las dimensiones social, política, moral y económica. En este complejo suelo teórico y práctico Saint-Simon se desencanta crecientemente de los científicos y los académicos por su dependencia respecto del orden vigente. ‘‘Observad el camino recorrido por el espíritu académico; veréis cómo ha sido orgulloso y rastrero y con qué habilidad ha reprimido los debates que hubieran podido ilustrar a la humanidad, tantas veces como podían perjudicar su propia existencia. Esta actitud proviene de dos causas; una, que los académicos son vitalicios; otra, que están bajo la dependencia del gobierno’’. Y más adelante su tributo ilustrado al sabio, a quien define como ‘‘un hombre que prevé; es a través de la razón como la ciencia proporciona los medios de 6 Claude-Henri Saint-Simon, La industria (L’Industrie, 1817), publicación periódica en la que colabora uno de sus secretarios, A. Thierry; en G. Ionescu, El pensamiento político de Saint-Simon (The Political Thought of Saint-Simon 1976), trad. Carlos Melchor y L. Rodríguez Regueira, 2a. ed., México, FCE, 2005: 133-156; cita: 138 [Industria]. 7 Claude-Henri Saint-Simon, Carta de un ciudadano de Ginebra a sus contemporáneos (1803), en G. Ionescu, 2005: 89-110; cita: 92 [Carta]. 8 predecir lo que es útil, y por ello los sabios son superiores a todos los hombres’’ (Carta: 103). Por otra parte es el grupo de los sabios el que puede ‘‘predecir más cosas’’ y sólo adquiere la reputación de sabio por las verificaciones de sus predicciones (Carta: 104). Predicción, previsión, verificación: es sabido que Saint-Simon se refiere a la ciencia natural positiva y es la estructura de ésta la que intenta colocar como base de la política. En De la reorganización de la sociedad europea (1814: 118) dice: Todas las ciencias ‘‘no son más que una serie de problemas a resolver, cuestiones a examinar (...). Así, pues, el método que a algunas de ellas se aplica debe convenir a todas (…). Más aún, de la aplicación de este método extrae toda ciencia su certidumbre; por ello llega a ser positiva y deja de ser una ciencia de conjeturas’’. ‘‘El método de las ciencias de la observación debe ser aplicado a la política; el razonamiento y la experiencia son los elementos de este método’’. Pero lo que nos interesa es Saint-Simon como el filósofo del nuevo orden industrial. En el Catecismo de los industriales publicado entre 1823 y 1826 delimita el alcance del término industrial8: ‘‘Qué es un industrial? Un industrial es un hombre que trabaja en producir o en poner al alcance de la mano de los diferentes miembros de la sociedad uno o varios medios materiales de satisfacer sus necesidades, o sus gustos; un aperador, un herrero, un cerrajero, un carpintero, son industriales; un fabricante de zapatos, de sombreros, de paños, de telas, de casimires, es igualmente un industrial; un negociante, un carretero, un marino mercante, son industriales. Todos estos industriales reunidos… forman tres grandes clases que llamamos de los cultivadores, de los fabricantes y de los negociantes’’. ‘‘La clase industrial debe ocupar el primer rango pues es la más importante de todas; porque puede prescindir de las otras, mientras que ninguna de las otras puede prescindir de ella; porque subsiste por sus propias fuerzas, mediante sus trabajos personales’’. Tengamos en cuenta ante todo que las características del producto de la morfogénesis sociocultural operada por las fuerzas de cambio de las revoluciones americana y francesa eran todavía difusas. El advenimiento de la sociedad industrial promueve al menos dos aspectos específicos, la transición de la manufactura a la producción industrial, y la aplicación del conocimiento teórico y técnico a un cúmulo de fenómenos de la vida industrial. 8 Claude-Henri Saint-Simon, Catecismo de los industriales, en G. Ionescu, 2005: 245-274; cita: 245-ss. 9 Si bien la expresión sociedad tecnológico-industrial se refiere específicamente a las características de la sociedad industrial desarrollada en la postguerra Saint-Simon tempranamente advierte su organización política. Afirma Ionescu: ‘‘Saint-Simon estudió el nacimiento de la sociedad tecnológico-industrial como un todo funcionalmente interdependiente e interrelacionado, o como un sistema de organización social…La nueva amalgama de valores e intereses que percibió, en el momento histórico en que la sociedad feudal estaba desapareciendo, era un ‘sistema’ nuevo e independiente de una sociedad tecnológico-industrial’’9. Y agrega más adelante que ‘‘independientemente de los méritos relativos y de la importancia de sus obras, lo que Maquiavelo y Saint-Simon tienen en común es que ambos proyectaron anticipadamente modelos políticos de sociedades futuras: por ejemplo, Maquiavelo vaticinó la política de la era del estado-nación, y Saint-Simon la de la era posestado-nación, o de la sociedad tecnológico-industrial. Maquiavelo enseñó la forma de utilizar el poder en la nueva política; Saint-Simon, la forma de utilizar la política en cuanto el poder deja de ser suficiente’’ (ib.). Me detengo en esta última afirmación del crítico ‘‘la forma de utilizar la política en cuanto el poder deja de ser suficiente’’ con lo que entro al tema de la organización política en uno de sus aspectos, como técnica de lo político en una sociedad con predominio de dispersión del poder. Saint-Simon avizora el hecho de que una configuración nueva de las formas sociales y culturales, necesariamente deja atrás la idea de poder feudal y lo expresa en la forma negativa como una política sin poder modelada luego en la ‘‘política de las capacidades’’. Como el poder político se neutraliza por su propia dispersión, Saint-Simon propone una situación de a-poder en la sociedad industrial; la tradición crítica muchas veces malinterpretó esto como la desaparición del estado cuando de lo que hablaba era de la desaparición del gobierno para dar paso a una administración de las cosas. La posición relativa al valor de la técnica, parte inseparable de la industria y del complejo industrial posterior, en los textos de SaintSimon parece favorecer la balanza del lado de la equiparación de técnica e industria con el mejor de los bienes. ‘‘El saint-simonismo, el fourierismo y el owenismo eran sistemas eudemónicos basados en 9 G. Ionescu, El pensamiento político de Saint-Simon (The Political Thought of Saint-Simon 1976), trad. Carlos Melchor y L. Rodríguez Regueira, 2a. ed., México, FCE, 2005: 149. 10 la autorrealización de los individuos dentro de un estado de comunidad10 y en el complejo de fines, la industria y el sistema industrial son los que más se avienen a contribuir a la armonía comunitaria desde el ejercicio de la capacidad más propia de cada cual. En este sentido la apuesta del francés por la técnica no se sitúa más allá de todo valor sino en un terreno de bienes y fines. El modo saint-simoniano eutécnico de priorizar la industria pasa a integrar la ulterior conciencia del posestado-nación altamente desarrollado y rige como base del catecismo industrial de la posguerra en organismos como la OCDE. La idea de técnica en la OCDE y en organismos de promoción científico-técnica del siglo XXI En una carta del 17 de noviembre de 1944 el presidente Roosevelt solicitó a Vannevar Bush11 la formulación de recomendaciones sobre algunos puntos referidos a la difusión de las contribuciones del conocimiento científico durante el esfuerzo bélico, a la organización de programas en medicina, a la tarea de gobierno para apoyar actividades de investigación y a estrategias para desarrollar el talento científico de la juventud norteamericana. El resultado fue el Informe Bush publicado en 1945. Luego de la segunda gran guerra los países industrializados impulsaron el desarrollo de sus recursos científicos y técnicos y aumentaron cuali-cuantitativamente laboratorios, instituciones e investigadores; los numerosos programas de investigación que comenzaron a implementarse se basaban en el Informe Bush. El informe si bien aportó la idea de que la investigación básica es esencial para que el estado moderno alcance objetivos nacionales, como advierte JeanJacques Salomon, el informe también instaló la idea de que el saber producido por la investigación básica sigue una trayectoria lineal que va de la investigación básica al desarrollo y de allí a la innovación; este saber parece alimentar un stock de conocimiento dentro de la cual basta buscar para obtener. El contenido del informe funcionó bien en el contexto de la guerra fría alentando la aparición de políticas de ciencia y tecnología. 10 Frank Manuel y Fritzie Manuel, El pensamiento utópico en el mundo occidental, trad. B. Moreno Carrillo, Taurus, Madrid, 1981, 3 vols.; I vol.: 78. 11 Vannevar Bush, ‘‘Ciencia, la frontera sin fin. Un informe al presidente, julio de 1945’’, en Redes 14, Revista de Estudios Sociales de la Ciencia, Universidad Nacional de Quilmes, Buenos Aires, 1999: 89-156. 11 ‘‘Como el modelo sugería que los beneficios sociales obtenidos de la ciencia son proporcionales al sostén que se le ofrece a la investigación básica, el estímulo de la confrontación entre los dos bloques y las amenazas de una guerra atómica contribuyeron a difundir la idea de que todo aquello que es bueno para la ciencia es bueno para la sociedad’’ (ib.). Si bien ello es cierto en parte, ‘‘no está establecido que los conocimientos que la sociedad necesita en un momento determinado estén disponibles precisamente en ese momento. Ni que aquellos que se encuentran disponibles respondan a necesidades importantes’’ (ib.). Como quiera que sea el tema de la técnica y de la ciencia en la composición industrializada de la sociedad de posguerra se valoró como medio objetivado de desarrollo y pretendió mantenerse ajeno a todo ideario político o ideológico. Pero el estado-nación no es un concepto abstracto de las ciencias sociales sino la realidad efectiva de una serie de países ricos que usan la inversión científica principalmente para el mantenimiento defensivo militar del poder político y económico. La misma pretendida ajenidad y neutralidad valorativa frente a la técnica persiste en la OCDE12, nacida al abrigo del boom del crecimiento postbélico y a partir de la convergencia de los niveles de producción de los países altamente industrializados. Como la OCDE en forma permanente emite informes sobre ciencia y tecnología y fija los patterns del qué, el cómo y el para qué del desarrollo industrial para los países no desarrollados, al Conosur sólo le cabe esperar mandatos para recién emprender políticas de la técnica. Conclusiones Es indudable el aporte de Saint-Simon a las teorías política y social y a la teoría filosófica de la técnica. La distorsión a la que su teoría primigenia se ajustara en manos de los saintsimonistas pertenece a la saga de un proyecto abierto, apenas formulado teóricamente por su iniciador. La parte oscura de esta dinámica es la inseparabilidad del legado de Saint-Simon con la doctrina de difusión posterior. Estas ideas, mezcladas, se incorporaron lentamente hasta llegar a ser parte del sentido común en la representación vulgar de la idea 12 La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico es una organización de cooperación internacional compuesta por los estados más avanzados del planeta y conocida como el club de países ricos; fue fundada el 14 de diciembre de 1960 con sede central en París, Francia. 12 de técnica, idea que, presente en la conciencia del industrialismo desarrollado de la posguerra europea, pretendió alejarse cada vez más de la valoración positiva por la que apostara Saint-Simon, pretendió tener una asepsia que no tuvo, pretendió encubrir un proyecto tan ideológico-político como el que denunciara Marcuse en los años sesenta. La idea de una linealidad en el trayecto del desarrollo de la técnica y la ciencia que instalara el informe Bush parece mostrar la superfluidad de los expertos. Acaso otro hubiera sido el resultado del informe en manos de equipos de cientistas y filósofos sociales familiarizados con la lección de Saint-Simon. Hacía más de un siglo éste había señalado una clara dependencia de la ciencia respecto de la técnica lo cual ya hablaba a las claras de una trayectoria no lineal de su desarrollo. CONSEJO NACIONAL DE INVESTIGACIONES CIENTÍFICAS Y TÉCNICAS INSTITUTO DE DERECHO PÚBLICO, CIENCIA POLÍTICA Y SOCIOLOGÍA 13