consideraciones económicas respecto al medio ambiente

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COMUNICACIÓN
CONSIDERACIONES ECONÓMICAS RESPECTO AL MEDIO
AMBIENTE
Antonio Sánchez Aguilar
Universidad de Cádiz
INTRODUCCIÓN.
Tras muchos años de pasividad y hasta de absoluta indiferencia, la actitud empresarial respecto al Medio
Ambiente ha experimentado un cambio perceptible, porque también ha cambiado sensiblemente la propia
sociedad, adoptando una postura mucho más racional y respetuosa con la naturaleza y, aunque es evidente
que todavía resta un buen trecho por recorrer para que el hombre asuma en su justa medida que es él
quien pertenece a la Tierra y no la Tierra a él, resulta positivo constatar que nuestra sociedad está
asumiendo sin vacilaciones que la protección del entorno es también vital para la propia supervivencia.
¿Qué nos impulsa a proteger el Medio Ambiente?
La respuesta no está en una serie de principios éticos que deben formar parte de nuestra conducta moral y
cívica, pues, de ser así, para algunos sería una obligación ineludible, mientras que para otros sería
simplemente una molestia. Es pues algo subjetivo y un problema de conciencia que sensibiliza a las
personas responsables y solidarias con los demás y refleja la indiferencia más absoluta de quienes pasan
por alto cualquier cosa que les comprometa en alguna medida.
La Constitución Española, en su artículo 45.1 establece que “todos tienen el derecho de disfrutar de un
medioambiente adecuado para la persona, así como el deber de conservarlo”
Como el desconocimiento de la ley no exime de su cumplimiento, todas las empresas deben conocer la
normativa mediomabiental vigente para aplicarla en lo que a cada empresa concierne.
LA EMPRESA ANTE EL RETO MEDIOAMBIENTAL.
El mundo empresarial adoptó en el pasado una actitud de absoluta indiferencia hacia el Medio Ambiente,
de forma tal que las empresas realizaban solamente aquellas actividades que podían franquear,
oponiéndose, por tanto, a todo cuanto suponía respeto, rigor y disciplina en relación con el medio natural
o físico.
El considerable impacto social que ejerce la actividad económica sobre el Medio Ambiente, aparte del
deterioro físico que provoca en función del uso, a veces despiadado, de que es objeto, genera efectos
negativos que, como es de todos conocido, se traducen en un desgaste progresivo del entorno
medioambiental y una sobreexplotación de ecosistemas, originando la degradación del medio social y el
consiguiente deterioro de la calidad de vida. En definitiva, podemos afirmar que la actividad económica
ha contribuido en buena medida a que nos encontremos ante un Medio Ambiente sensiblemente
degradado, ya que la existencia de una población en crecimiento constante, que ha posibilitado un
incremento proporcional de la demanda, ha tenido obviamente como contrapartida, una oferta
ininterrumpida acrecentada, siempre que las circunstancias han sido propicias, generando procesos
productivos que se han configurado en consonancia con la tecnología más actualizada pero excluyendo
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sistemáticamente de sus planteamientos los factores ambientales, aún cuando en su ámbito de actuación
se hayan creado las condiciones necesarias para dar paso a un sistema que ha propiciado la creación de
empresas en sectores prósperos, generando una corriente de producción y consumo de apreciable fluidez.
En su condición de miembro de la sociedad de consumo, el individuo tiene propensión a maximizar la
utilización de sus ingresos globales, estimando que actúa con la debida normalidad o, lo que es igual,
acorde con los costes en que incurre y los beneficios que obtiene según esta norma de actuación; sin
embargo, no suele tomar en consideración los costes externos que afectan a la sociedad. Tal
comportamiento nos induce a establecer una comparación entre el coste que corresponde al grado de
deterioro infringido al Medio Ambiente, que se traduce en un factor negativo para la sociedad y el
beneficio que puede producir al agente contaminador el haber originado el consiguiente deterioro
utilizando el entorno natural de forma arbitraria e indiscriminada, dando origen a un coste de
contaminación reflejado en la implantación de un sistema de depuración las más de la veces de elevado
coste.
Visto desde esta perspectiva podemos concluir que el Medio Ambiente debe ser entendido como una
responsabilidad más de las tantas que competen a la empresa, siendo, pues, necesario hacerle objeto de las
mismas atenciones que a los otros factores productivos que proporcionan la apetecida rentabilidad. Las
ventajas que se derivan de la adopción de estas medidas radican en la considerable reducción de riesgos o
la total eliminación de los mismos, ya que los problemas ecológicos suelen convertirse en una fuente
permanente de conflictos para un considerable número de empresas.
Al asumir una serie de compromisos de orden ambiental, la empresa logra una mayor sintonía con un
gran segmento de la sociedad que, consciente de las consecuencias negativas que podrían derivarse de
una actitud de manifiesta marginación o soslayo hacia la naturaleza, se muestra cada día más exigente en
lo que a estas cuestiones de refiere. Consideremos asimismo que la empresa actúa en función de
requerimientos de un mercado que configura sus objetivos de tal forma que, desde su planteamiento
comercial depende de unos consumidores que demandan de forma creciente productos innocuos como
factores de producción y como elementos de consumo.
Lograr productos con la calidad requerida por el usuario el menor coste posible es un meta común a todas
las empresas, y para el logro de tal fin, la firma introduce modificaciones constantes o cambios
tecnológicos en su aparato productivo, los cuales se traducen en productos más competitivos. En adición a
ello, la empresa ha ido incorporando escalonadamente la variable ambiental como parte de su actividad
productiva. Esa adaptación a su entorno natural debe ser para la empresa moderna un imperativo legal
además de una exigencia de orden técnico.
Es obvio que la incertidumbre que gira en torno a los fenómenos del Medio Ambiente dificulta
considerablemente el proceso de toma de decisiones y el establecimiento de políticas ambientales lo
suficientemente idóneas, a lo que tendríamos que añadir otros obstáculos con los que se enfrenta la
empresa respecto a su gestión ambiental tales como la falta de información y, por ende, el escaso
conocimiento respecto a sus formas de comportamiento. Podemos afirmar con rotundidad que en
términos económicos tal afirmación es rigurosamente cierta, sobre todo si se impone la necesidad de
transformar en valores monetarios el daño infringido al Medio Ambiente y su traducción en costes
sociales.
EL MEDIO AMBIENTE COMO PARTE DEL SISTEMA ECONÓMICO.
El proceso de menoscabo que sufre la naturaleza puede cuantificarse en términos monetarios, reflejándose
en pérdidas económicas estimadas o daños objetivamente evaluados. Sin embargo, el coste social que
produce tal desgaste, no es posible evaluarlo con igual criterio, dado que elementos tales como la
incomodidad y la carencia de esa felicidad de la que podemos ser beneficiarios, erradicando de nuestro
entorno elementos nocivos que afectan a nuestra salud, no son traducibles en términos económicos. Todo
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ello nos impulsa a optar por el establecimiento de criterios de orden cualitativo, sin dejar de prestar la
atención debida a la valoración económica.
La empresa industrial ha sido emplazada a tomar una serie de medidas, al objeto de neutralizar el
creciente grado de contaminación generado por los diversos procesos industriales que provocan el
malestar colectivo y en ocasiones el deterioro de nuestra salud. Utilizando los diversos medios a su
alcance, la empresa responsable ha instalado todo género de equipos anticontaminantes, incluyendo
depuradoras y chimeneas de gran envergadura. Sin embargo, con el paso del tiempo, se ha podido inferir
que a pesar de los cuantiosos recursos financieros destinados a tal fin, la solución del problema sólo era
parcial y muchas veces transitoria, pues las modificaciones realizadas en determinados procesos
productivos traían consigo problemas adicionales de contaminación que debían ser atajados de forma
inmediata.
Dado que según el Principio de conservación de la Energía “la materia no se crea ni se destruye, sólo se
transforma”, en consonancia con esa ley física los bienes de producción son indestructibles aunque sufran
transformaciones sucesivas para convertirse en bienes de consumo, los cuales, al ser sometidos a un
determinado número de usos, es decir, cuando la utilidad de los mismos se pierde, el producto se
reincorpora al medio físico en forma de residuos o material desechable. También la energía, otro de los
factores del proceso productivo, se degrada al ser utilizada, originando energía calorífica no recuperable.
Resulta, pues, elemental que el Medio Ambiente no puede quedar excluido del sistema económico ya que
éste no está sólo sujeto a relaciones meramente económicas, pues de igual forma que casi todo cuanto nos
rodea sufre una serie de cambios más o menos perceptibles a lo largo del tiempo, el funcionamiento del
sistema económico incluye notables cambios que dan al proceso un carácter social.
HACIA UN CAMBIO DE RUMBO.
En sintonía con todo cuanto antecede, se ha tornado imprescindible efectuar un cambio de rumbo hacia
otra línea de conducta que se oriente a evitar la contaminación en el origen, y aun cuando ello implique en
principio el desarrollo de procesos de producción aparentemente menos atractivos, es necesario eliminar
elementos contaminantes desde su aparición a modificar los procesos productivos y los equipos que los
posibilitan, con objeto de lograr que los residuos generados sean mínimos, obteniéndose finalmente la
más alta revalorización posible de los residuos inevitables, en lugar de eliminarlos como elementos
nocivos o contaminantes, de forma que puedan convertirse en nueva fuente de materias primas, lo que se
traduce en un manantial de recursos para la empresa industrial, a la vez que una recuperación de aquella
parte de residuos que puede incorporarse a nuevos procesos de transformación.
Las actividades industriales que incorporan a sus procesos económicos los países en etapa de desarrollo,
no tienen porqué causar deterioros ecológicos de grandes proporciones, como viene sucediendo, si se
ponen en práctica una serie de medidas que ya fueron adoptadas por los países altamente desarrollados y
que dieron como resultado un entorno más saludable como consecuencia de una naturaleza menos
maltratada, sin que ello afectase al cumplimiento estricto de los objetivos empresariales. Poner coto al
desorden que en las últimas décadas ha experimentado el crecimiento económico no ha sido simple
declaración de intenciones sino una realidad palpable.
Es evidente que los recursos naturales utilizados en los procesos productivos tienen efectos diferentes
según sean agotables o renovables. Los recursos renovables deben ser explotados de forma sumamente
cuidadosa y con el más estricto sentido de la responsabilidad que tal actividad conlleva, pues si dicha
explotación se realiza por encima de su tasa de regeneración, nos encontramos ante un recurso
sobreexplotado y, por tanto, en peligro de extinción.
Los recursos utilizados por los procesos productivos afectan a la naturaleza desde varias vertientes que
provocan situaciones de deterioro muchas veces tan graves que, o jamás se puede retornar al estado
anterior o es preciso que transcurran muchos años para restituir lo que fue degradado. La utilización
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irracional del entorno, la mutación del paisaje, el deterioro atmosférico o la contaminación de las aguas,
son algunos ejemplos de actuaciones salvajes, si bien en ocasiones aisladas la prosperidad económica no
es posible sin que algunos elementos de la naturaleza se vean más o menos afectados.
Según se incremente el nivel de actividad la degradación ambiental se va intensificando y es en definitiva
el ser humano el protagonista de esta ruina ecológica, cuando no son los propios fenómenos de la
Naturaleza los que actúan con su poder destructivo, dejando a su paso desolación y miseria. No es difícil
deducir que el hombre se empeña con reiteración en justificar su actitud, cuando ésta se traduce en la
búsqueda constante de la satisfacción de sus necesidades, utilizando recursos por unidad de producto
fácilmente cuantificables, como también es traducible en términos monetarios el impacto causado al
medio en su conjunto.
Según los planteamientos precedentes, en nuestro intento de armonizar el bienestar económico con el
Medio Ambiente, lo que debe configurarse como una actitud permanente, podemos encontrarnos ante un
crecimiento que puede ser beneficioso o perjudicial. Se impone, por tanto, el logro del bienestar
económico de la colectividad, aun cuando ello implique ocasionalmente un crecimiento negativo, por
supuesto imprevisto. Sería impensable optar por un crecimiento cero, ya que probablemente persistirían
los problemas ambientales, se paralizaría el avance tecnológico y se agudizarían los problemas sociales.
Es nuestra propia rectitud de conciencia la que debe impulsarnos a considerar que cuando el desarrollo
económico origina un deterioro sistemático al medio natural del cual se vale, las leyes de la propia
naturaleza se ven considerablemente neutralizadas, dando lugar a irregularidades de orden económico que
afectan sobremanera a la sociedad, dado que los procesos productivos acarrean una serie de
transformaciones de los productos naturales que suelen modificar el entorno de forma más o menos
irreversible como anteriormente mencionábamos.
Resulta, pues, del todo necesario que el hombre evite, con todos los medios de que dispone, que esta
situación se produzca, asumiendo que ninguna estrategia ha de resultar más eficaz que aquella que tiende
a prodigar a la Naturaleza el amor y el cuidado que merece, pues aunque el Medio Ambiente tiene una
enorme capacidad de asimilación, el intrusismo y el incremento continuado de actividades productivas sin
el debido rigor suele superar esa capacidad.
REFLEXIÓN FINAL.
Una reflexión final sobre el tema que nos ocupa induce a manifestar la gran satisfacción que nos produce
el comprobar que la empresa, por aquello que le concierne como protagonista de excepción en el paquete
de medidas destinado a evitar que nuestro Planeta siga sufriendo un deterioro progresivo e implacable,
está asumiendo cada vez con más rigor su ineludible obligación de otorgar a la Tierra un trato preferente
porque el crecimiento económico y la protección del Medio Ambiente no son conceptos excluyentes sino
complementarios.
La generación presente debe mantener el ritmo de crecimiento económico que demande la sociedad sin
destruir el potencial de que se dispone, para que las futuras generaciones puedan desarrollarse disfrutando
del bienestar que le permitan los recursos disponibles ofrecidos por un medio físico debidamente
conservado, considerando el entorno como un bien escaso que hay que administrar adecuadamente.
El hombre debe asumir plenamente que la Tierra es vida y que la vida se extingue cuando no recibe las
atenciones requeridas. Como contrapartida la Tierra, como fuente de vida y generadora de recursos, suele
mostrarse agradecida y generosa, devolviéndonos con creces las atenciones recibidas.
BIBLIOGRAFÍA:
- François Lévêque y Mathieu Glachant. GENÉTICA. Mundo Científico nº 122 volumen 12.
- Maredo. Jose Manuel. “Transdisciplinaridad y medio ambiente en el pensamiento económico actual”.
Siglo XXI, Madrid 1987.
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- Isla, Maria del Mar. Revista Económica, trabajo monográfico: “Precio, valor y coste del medio
ambiente”.
- Pearce, D.W. y Turner, R.K. “Economics of natural resources and the environement”, 1990.
- Mastre, Luis. “Política medioambiental en España: Estado y Autonomías”. Revista económica. Trabajo
monográfico.
- Aquibra Klint, Federico. “El agua: un caso de gestión medioambiental. Economía, trabajo monográfico.
- Kapp, K.W.. “Los costes sociales de la empresa privada. Oikos-Tan. Barcelona 1966.
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