Correspondencia o por desplazamiento de la arteria cerebral posterior [10]. Más tarde, aparecen nuevas hipótesis que intentan explicar este fenómeno. Los productos de degradación sanguíneos podrían provocar un efecto tóxico sobre el nervio o sobre sus arteriolas nutrientes; este mecanismo explicaría aquellos casos en los que la neuropatía del par craneal es de aparición diferida [11]. Recientemente, en la revisión de Reynolds et al [6] se aportan dos hipótesis diferentes. Por un lado, y debido a la disposición de las trabéculas en el espacio subaracnoideo, sería razonable pensar en la posibilidad de una compresión directa por la propia sangre que podría provocar la lesión del nervio mediante tracción, edema u obstrucción venosa. Por el otro lado, la sangre extravasada podría causar un daño directo al introducirse en las fibras del nervio oculomotor incluyendo las fibras parasimpáticas. Nuestro paciente es el primer caso descrito de neuropatía bilateral del III par craneal en el contexto de una HSA perimesencefálica no aneurismática. Dada la aparición diferida, los hallazgos de la RM craneal y la afectación de ambos oculomotores creemos que la hipótesis más razonable es el efecto tóxico producido por los productos de degradación de la sangre sobre el propio nervio o sobre sus arteriolas. Bibliografía 1. 2. 3. 4. 5. 6. 7. Rinkel GJ, Wijdicks EF, Hasan D, Kienstra GE, Franke CL, Hageman LM, et al. Outcome in patients with subarachnoid haemorrhage and negative angiography according to pattern of haemorrhage on computed tomography. Lancet 1991; 338: 964-8. Schwartz TH, Solomon RA. Perimesencephalic nonaneurysmal subarachnoid hemorrhage: review of the literature. Neurosurgery 1996; 39: 433-40. Rinkel GJ, Wijdicks EF, Vermeulen M, Ramos LM, Tanghe HL, Hasan D, et al. 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Campus de ‘El Carmen’. Universidad de Huelva. Avda. Fuerzas Armadas, s/n. E-21071 Huelva. E-mail: antonio.benitez@dfesp.uhu.es Financiación: Este trabajo se ha realizado al amparo del proyecto de investigación ‘Biolingüística: evolución, desarrollo y fósiles del lenguaje’ (FFI2010-14955/FILO), subvencionado por el Ministerio de Educación y Ciencia, con financiación parcial del FEDER. Aceptado tras revisión externa: 11.07.13. Cómo citar este artículo: Benítez-Burraco A. Trastornos del lenguaje: lo que necesitamos realmente es un cambio de paradigma. Rev Neurol 2013; 57: 287-8. © 2013 Revista de Neurología Desde hace tiempo se viene discutiendo en el campo de la lingüística clínica si las actuales clasificaciones sintomáticas o etiológicas de los trastornos del lenguaje constituyen la mejor manera de categorizarlos y caracterizarlos, pero, sobre todo, si son las herramientas idóneas para interpretar la diversidad que presentan a todos los niveles de análisis (lingüístico, cognitivo, psicolingüístico, neurobiológico, genético, etc.). En último término, el éxito de las terapias empleadas para su tratamiento está condicionado a una adecuada gestión de un escenario ciertamente complejo, en muchos casos desconcertante, al que el profesional debe enfrentarse en su práctica diaria. Dos artículos aparecidos en la revista [1,2] y una carta al director [3] discuten diferentes estrategias para optimizar el diagnóstico de los trastornos del lenguaje. Sus recomendaciones son merecedoras de la máxima atención. No cabe duda de que un enfoque cuantitativo de su sintomatología [1], la consideración de datos genéticos, neurobiológicos y aun evolutivos a la hora de establecer su etiología [2], o su caracterización en términos dinámicos, en el sentido fundamental de prestar una atención preferente al modo en que se produce su desarrollo [3], redundarán en una mejor comprensión de su naturaleza y, en último término, en una optimización del tratamiento de los individuos afectados. Sin embargo, lo anterior no es suficiente. La lingüística clínica sigue adoleciendo de un déficit fundamental, a saber, que el análisis biológico que hace del lenguaje y de sus disfunciones es, en general, excesivamente simplista, cuando no equivocado, a la luz de los actuales paradigmas teóricos vigentes en biología (pero también en lingüística). En particular, se sigue defendiendo que las mutaciones genéticas son responsables de la aparición de déficits lingüísticos específicos [4], cuando la relación entre el genotipo y el fenotipo es siempre indirecta, mediada por multitud de factores internos y ambientales. Del mismo modo, se suele asumir que los trastornos del lenguaje presentan un perfil neurobiológico (y aun lingüístico) distintivo a lo largo del desarrollo, que entraña la alteración estructural o la disfunción de áreas cerebrales concretas, dedicadas, además, de forma específica al procesamiento de unidades, operaciones o niveles concretos del lenguaje (fonología, morfología, sintaxis, etc.). Sin embargo, las diferentes áreas del cerebro se ocupan de tipos básicos de computación, que luego se reclutan para muy diferentes procesos cognitivos [5]. Y, en realidad, las capacidades cognitivas que podemos describir como entidades autónomas y disociables al término del desarrollo (y una de ellas sería el lenguaje) son siempre un producto del propio desarrollo, con independencia de que dependan de un sustrato neuronal cuyas interconexiones básicas se establezcan antes del nacimiento en virtud de instrucciones eminentemente genéticas [6]. De hecho, un mismo comportamiento puede depender de diferentes dispositivos neuronales en momentos distintos del desarrollo [7]. Finalmente, se suele asumir que los trastornos del lenguaje son entidades sustancialmente homogéneas, cuando lo cierto es que la variación es omnipresente a todos los niveles de análisis. Son variables las medidas psicolingüísticas de los indivi- 287 Correspondencia duos afectados, las trayectorias seguidas por su ontogenia lingüística e incluso los límites precisos de las áreas cerebrales que se sobreactivan o subactivan durante el procesamiento del lenguaje. Y llegan a serlo los genes candidatos relacionados con cada una de estas afecciones, puesto que se han revelado como polimórficos, con la particularidad añadida de que los alelos patogénicos lo son sólo para ciertas condiciones ambientales y para ciertas poblaciones. En realidad, no hay, ni puede haber, una relación unívoca y fija a lo largo del crecimiento entre ciertas mutaciones en genes concretos, la disfunción de determinadas áreas cerebrales, la existencia de déficits cognitivos específicos y la alteración de componentes o niveles particulares del lenguaje. Esta circunstancia dificulta la separación clínica de los diferentes trastornos a los distintos niveles de análisis, y explica también la comorbilidad que se advierte frecuentemente entre ellos. Más importante aún, en los trastornos del lenguaje observamos recurrentemente la existencia de efectos difusos sobre la totalidad del cerebro y las capacidades cognitivas. Además, lo habitual es que la presencia de déficits en procesos de bajo nivel, de carácter más general, se manifieste en forma de disfunciones que afectan a procesos de nivel superior, de naturaleza más específica. Por otro lado, los sistemas anómalos siguen siendo adaptativos, de modo que los individuos aquejados por un determinado trastorno acaban adquiriendo capacidades lingüísticas superiores a las que cabe predecir a la luz de los déficits subyacentes que poseen. Finalmente, las posibles deficiencias y compensaciones que se advierten en ellos no se manifiestan nunca de forma aleatoria, a cualquier nivel, con cualquier intensidad o de forma independiente. De hecho, ciertos aspectos del procesamiento lingüístico (por ejemplo, la flexión verbal) suelen estar afectados en todos los trastornos, mientras que otros son mucho más re- 288 sistentes al daño. En último término, de todos los fenotipos disfuncionales potencialmente existentes, sólo se ha descrito un número bastante limitado de ellos. Da la impresión, por consiguiente, de que hay diferentes formas de implementar una facultad de lenguaje más o menos funcional al término del desarrollo, pero, al mismo tiempo, que el número de dichas formas no es tan elevado como cabría esperar [8]. Este complejo escenario, mucho más próximo a la realidad clínica, es difícilmente abordable bajo los presupuestos teóricos de la actual lingüística clínica. Es urgente, en particular, un modelo teórico de los trastornos del lenguaje que se despliegue bajo el paraguas de la moderna biología del desarrollo evolutiva (Evo-Devo), cuyo fundamento último es el análisis de las dinámicas seguidas por los procesos ontogenéticos. En todas las condiciones, tanto normales como patológicas, el desarrollo lingüístico resulta ser a un tiempo plástico y canalizado, de modo que la facultad del lenguaje emerge de forma robusta al término del desarrollo a través de un número limitado de itinerarios ontogenéticos. Posiblemente, la mejor forma de caracterizar el fenómeno sea en términos de los morfoespacios fenotípicos o los paisajes adaptativos con los que trabaja Evo-Devo [9]. Así, los trastornos del lenguaje representarían facultades del lenguaje anómalas resultantes de un proceso inadecuado o insuficiente de canalización de las perturbaciones acaecidas durante el desarrollo del individuo. Por otro lado, la especial vulnerabilidad que presentan determinados aspectos del procesamiento lingüístico se explicaría por una menor resiliencia de las redes neuronales de las que dependen, debida posiblemente a su reciente origen evolutivo [10]. Finalmente, si se quiere implementar en un futuro este programa Evo-Devo de análisis de los trastornos del lenguaje, se debería, cuando menos, esclarecer los mecanismos moleculares que canalizan la variación a todos los niveles; incorporar al estudio del lenguaje y de sus trastornos el concepto de modularidad desarrollado por Evo-Devo, en tanto que propiedad fundamental de organización de los sistemas biológicos; caracterizar con mayor detalle la ontogenia lingüística, tanto normal como anómala, a todos los niveles; y prestar una especial atención a las propiedades emergentes que el lenguaje posee en tanto que sistema complejo [11]. Bibliografía 1. 2. 3. 4. 5. 6. 7. 8. 9. 10. 11. Monfort I, Monfort M. Utilidad clínica de las clasificaciones de los trastornos del desarrollo del lenguaje. Rev Neurol 2012; 54 (Supl 1): S147-54. Artigas-Pallarés J. ¿Sabemos qué es un trastorno? Perspectivas del DSM-5. Rev Neurol 2011; 52 (Supl 1): S59-69. Benítez-Burraco A. 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