Roma Visita a Roma Jon Sobrino Martin Maier y Jon Sobrino con el papa Francisco. 1. He estado varias veces en Roma. La que más recuerdo es la de junio de 1976. El Padre Arrupe me pidió que fuera, y al llegar varias cosas me sorprendieron. El Padre Briceño, jesuita colombiano, me dijo con humor: “Vaya problema están causado ustedes, los jesuitas de Centroamérica, en esta curia”. No entendí nada, y me explicó. En agosto de ese mismo año el Padre Arrupe iba a viajar a Guatemala para elevar a la Viceprovincia independiente de Centroamérica a Provincia, y ello suponía que el Padre Arrupe nos escribía una carta a los jesuitas centroamericanos para comunicarnos tal cambio y dar las razones para ello. Lo que causó sensación en la curia es que en esa carta el Padre Arrupe quería “pedirnos perdón” a los jesuitas centroamericanos. Sus asistentes más cercanos no le permitieron usar ese lenguaje. Pero sí escribió en su carta lo siguiente. “Ustedes saben que ha habido tensiones entre la Provincia Centroamericana y la Curia de Roma. Lo que más me duele es que, por mis limitaciones, yo haya podido ser causa de ello”. Cito de memoria, pero no invento. Así era el padre Arrupe. Me había llamado a Roma, antes de hacer un viaje por América Latina, para conocer la Teología de la Liberación de la que tanto se hablaba entonces. Durante la semana, 24 en diferentes días, me reuní con él alrededor de once horas. Me preguntaba de todo: qué piensa usted de la vida de comunidad, de la trinidad, de la liberación... Y lo que no puedo olvidar es lo que me dijo un día: “Padre, usted pensará que debo estar loco, pero he escrito una poesía a Jesucristo. ¿Me deja que se la lea?”. La había escrito para el Corpus Christi. La escuché en silencio. Pasó el tiempo y se me olvidaron las cosas que decía en su poesía. Pero una cosa me quedó absolutamente clara: “Este hombre ama a Jesucristo”. Esas palabras las dijo un fraile en Monserrat ante San Ignacio de Loyola. Y más brevemente el padre Arrupe me sugirió que fuese a visitar al cardenal Garrone, prefecto de la educación católica. Había escrito criticando mis primeros artículos de cristología. Arrupe, con una sonrisa, me dijo: “les gusta que vayan a visitarles”. Que les rindan pleitesía, pensé. Desde entonces, Roma fue para mí más que ruinas gloriosas, espléndidas iglesias y magníficos museos. Vi y escuché al padre Arrupe real; y esta vez ocurrió algo semejante. Estuve en Roma del 11 al 17 de noviembre. Roma Capilla donde está enterrado el padre Arrupe. En el retablo el padre Arrupe se abraza a Cristo crucificado. 2. El día 13 con Martín Maier fuimos a la misa del papa Francisco a las 7 de la mañana. Había oído hablar de ella, pero me sorprendió. El papa celebra todos los días en una pequeña iglesia al lado de su residencia de Santa Marta, modesta y sin lujo alguno. En las iglesias había un grupo de unas 50 personas que pertenecían a una parroquia de Roma. Me explicaron que es costumbre invitar a gente de las diversas parroquias para celebrar la Eucaristía con su obispo, el de Roma, En las primeras bancas había una docena de sacerdotes con alba y estola que concelebraban con el papa. Había también un grupo de unas 10 personas que habían sido invitadas a la misa, entre ellas Martín y yo. Francisco celebró la eucaristía según las rúbricas del misal romano, y celebraba con devoción sentida y natural. Al terminar se reunió en la sacristía con los sacerdotes, y después se juntó con nosotros en la capilla y estuvo unos minutos en oración. Al terminar nos invitaron a pasar a una salita al lado de la capilla. Allí el papa Francisco fue saludando a todos, personalmente o en pequeños grupos. Una mujer de mediana edad se le acercó al oído durante unos momentos. Supongo que quería comunicarle algo personal. El padre Martin y yo esperamos alrededor de 15 minutos cuando nos acercamos a Francisco le dije: “Vengo de El Salvador, soy jesuita de la comunidad en la que mataron a seis hermanos”. Creo que Francisco susurró “Sobrino”. Después se presentó el padre Martín Maier y le explicó brevemente lo que hace en Bruselas en una oficina de los Jesuitas para asuntos europeos. El Angelus con el papa Francisco, en el balcón de la Basílica de San Pedro. el domingo 15. Le dije que estábamos presentes en la eucaristía para participar de alguna forma en su vida y su trabajo. Y después le hablé en concreto: “Mayra Herrera, una compañera de la UCA, me ha dado una carta para usted. Sé que la escribió a mano y que le manda una foto con sus hijos”. Francisco agarró la carta y la puso en una mesa cercana. Yo le comenté con humor que no creía que tuviera tiempo de leer todo lo que le daban. “Bastaría con que le eche una bendición”. Enseguida Francisco fue a recoger la carta, la puso con cariño entres sus manos y la bendijo. No había pasado ni un minuto y nos despedimos. El papa nos dio un abrazo, y me dijo: “Escriba, escriba”. Terminada la misa nos esperaban tres periodistas a quienes Martin Maier había llamado. Me preguntaron, y les conté, cómo fue la misa. Uno de ellos me dijo: “entonces, ¿usted se siente rehabilitado?”. “No”, le contesté, “nunca me he sentido inhabilitado”. Obviamente comprendí el trasfondo de su pregunta, y en un buen ambiente por ambas partes, añadí que con gusto saludaría a Benedicto XVI y le agradecería lo que hizo al final de su pontificado. Lo que a mí me quedó de ese breve encuentro con Francisco es que en él hay verdad. Conozco desde la distancia sus palabras y sus innumerables gestos personales. Ahora, al escribir estas líneas, ha estado en África. Varios temían los peligros del viaje, otros le aconsejaron que no viajara. Francisco viajó, y se movió sin chaleco antibalas y en un carro sin blindaje. 25 Pacto de las Catacumbas El domingo 15 estuve en el Angelus en la plaza de San Pedro. Al terminar el rezo el papa Francisco habló del horror ocurrido en París. Al final envió saludos especiales a diversos grupos, y terminó con un saludo a los de “San Salvador”. En todo ello sentí que Francisco tiene su propio carácter y que en él hay mucha verdad. 3. Fui a Roma para participar en el L aniversario del Pacto de las Catacumbas. Me acompañó la doctora Miny Romero y en Roma nos juntamos con el padre Martin Maier. La Dra. Romero, Martin Maier y Jon Sobrino en la Plaza de San Pedro. franciscano le priva de frivolidad y consumismo. Hay muchas iglesias y lugares donde vivieron Clara y Francisco. Las iglesias están llenas de pinturas y obras de arte, pero de nuevo con sobriedad. Los turistas entraban y se comportaban con respeto y la mayoría rezaban como gente religiosa. Asís, pensé, es cosa real. Y así debieron ser Clara y Francisco Capilla en el interior del pacto de las catacumbas, donde presidió la misa el obispo Luigi Betazzi. El día 14 hablé en la Universidad Urbaniana sobre el Pacto de las Catacumbas y el impulso que, sabiéndolo o sin saberlo, dejó en la Iglesia de América Latina: Medellín, Puebla, monseñor Romero. Asistió mucha gente, entre ellos muchos estudiantes, a las ponencias y testimonios de ese día. El día 16 lo dedicamos a San Ignacio, y se comprenderá que siendo yo jesuita me extienda un poco. Por la tarde fuimos a la Iglesia del Gesú. Allí está la tumba de San Ignacio y la del padre Arrupe. Junto a la Iglesia hay un pequeño edificio que se llama “las camaretas de San Ignacio”. Es el lugar donde San Ignacio pasó sus últimos años. Allí dijimos la misa un pequeño grupo. Martín y Karlheinz, la doctora Miny, Juliana, religiosa teresiana, Bruno, jesuita de Brasil, y Tito, jesuita de Perú. Esas Camaretas todavía transmiten la realidad de personas y de muchos trabajos. El 16 por la mañana celebramos la eucaristía en las catacumbas de Santa Domitila. Allí tuve la homilíameditación- que he publicado antes. La presidió el obispo Luigi Betazzi, uno de los dos supervivientes de quienes firmaron el pacto. Habló con mucha sinceridad y valentía. Y nos pidió no seguir hablando mucho del pacto de las catacumbas de hace 50 años. “Ese Pacto hoy es el papa Francisco”. 4. El día 12 lo dedicamos a San Francisco de Asís. Fuimos a Asís, nunca había estado y me sorprendió sobre todo el pueblo o pequeña ciudad, de corte antiguo, bien cuidada. Hoy es lugar de turismo, pero el ambiente 26 Las Camaretas se han transformado en una capilla donde celebramos la Eucaristía. Pacto de las Catacumbas Debajo del cuadro hay una pequeña lápida en el suelo que dice: “HIC OBIIT PATER IGNATIVS 31-VII-1556” [Aquí falleció el padre Ignacio el 31 de julio de 1556] fotografía del recuadro izquierdo. Todo el lugar es hoy una capilla. A la izquierda detrás del altar está el crucifijo ante el que rezaba San Ignacio. 5. Nos hospedamos en el Canisianum. Es un bloque de dos edificios muy cercano a la curia del padre general. Allí viven jesuitas en la comunidad San Pedro Canisio que trabajan en oficinas del Vaticano. Y en la enfermería hay unos 20 jesuitas de avanzada edad. Entre los mayores encontré mucha simpatía y buen humor. En el comedor me encontré con jesuitas beneméritos como el padre Gumpel que trabajó muchos años como postulador general, y el padre Albert Vanhoye. Le agradecí su investigación sobre el sacerdocio de Cristo en la Carta a los Hebreos. No hablaba mucho pero sonreía agradecido. También hablé con el padre Federico Lombardi. Estudiamos juntos teología en Frankfurt en 1973. Quedé sorprendido por su memoria y simpatía. Comenté que le he visto con gran frecuencia en televisión, y siempre con otra cara, pues suele salir para apagar algún fuego. Se río. El domingo 15 almorcé con el padre Nicolás, el general de los jesuitas, y otros compañeros. Todo fue muy agradable y normal. Tampoco olvido este viaje a Roma. Me he encontrado con muchos compañeros, con muchos solidarios y solidarias, con obispos como Luigi Betazzi y papas como Francisco. Hemos envejecido desde el viaje de 1976. Pero este también ha esponjado el espíritu. A la derecha, El Canisianum. 27