Proyectos de nación en disputa:

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Proyectos de nación en disputa:
La conmemoración del sesquicentenario de la
Independencia en en Colombia
ALEXANDER BETANCOURT MENDIETA*
CCSyH-Universidad Autónoma de San Luis Potosí
México
*alekosbe@uaslp.mx
1
Trato de interpretar como un mal, una
enfermedad, un defecto, algo de lo que
nuestra época está, con razón, orgullosa:
su cultura histórica, pues creo que todos
nosotros sufrimos de una fiebre histórica
devorante y, al menos, deberíamos
reconocer que es así.
Friedrich Nietzsche
El valor de la reinterpretaciones del pasado para la constitución y
renovación de la escritura de la historia no tienen que ver sólo con “un
exceso de pasado” ni con el hecho de rumiar una y otra vez las glorias
perdidas
y
las
humillaciones
sufridas.
(Nietzche,
2000).
Las
reinterpretaciones históricas están dispuestas a reanimar las promesas
incumplidas del pasado. (Ricoeur, 1999). La actitud revisionista al mismo
tiempo que estimula una concepción abierta de las tradiciones sociales y
culturales de una sociedad, también cuestiona el canon disciplinar que
involucran directamente al quehacer de la escritura de la historia como
campo del conocimiento.
En algunos debates académicos de hoy sobre las deficiencias de las
interpretaciones históricas que justificaron la unidad nacional en América
Latina se parte del hecho de que detrás de las imágenes incluyentes y de las
líneas gruesas y generales de “la historia” permanecieron intocados los
silencios impuestos por los ideales de la homogeneidad. Por eso, ahora se
comprende más claramente que detrás de aquello que la antropología y la
filosofía han llamado la “memoria colectiva” existe un juego de poder; es
decir, que esa “memoria” sólo consiste en el conjunto de huellas dejadas por
2
los acontecimientos que han afectado al curso de la historia de “los grupos
implicados que tienen la capacidad de poner en escena esos recuerdos
comunes con motivo de las fiestas, los ritos y las celebraciones públicas.”
(Ricoeur, 1999; Flórez, 2000; Gnecco, 2000).
La antropología y la filosofía hacen la distinción entre “memoria” e
“historia”. A la primera se le atribuye un alcance social, “lo que los colectivos
recuerdan”, y a la segunda se le atribuye un carácter instrumental que se
desenvuelve a partir de los textos –escritos, orales, visuales, arquitectónicosde los constructores de historias que le dicen “a los colectivos” qué “deben
recordar”. La historia como disciplina participa de estos procesos porque
ayuda a construir, modificar, estructurar la memoria y la historia de la
sociedad.
Todas
las
implicaciones
señaladas,
dentro
del
ámbito
latinoamericano, están ligadas al problema de la escritura de la historia; el
cual, a su vez, se vincula estrechamente con la preocupación por “las
representaciones” de la nacionalidad. La reflexión acerca de los alcances de
la representación de la nación tiene un resurgimiento más bien reciente,
especialmente desde que empezaron a circular en el ámbito académico los
objetos de estudio inherentes a los estudios culturales; sin embargo, el
problema no es nuevo.
Cuando a mediados del siglo XX se vislumbró la eventualidad de
conmemorar los ciento cincuenta años de la Independencia se dio la
posibilidad de plantear nuevamente una relectura del pasado nacional. La
coyuntura era especialmente rica para que tales propuestas tuvieran un
3
enorme impacto en las cambiantes sociedades latinoamericanas. Por eso, el
propósito de esta exposición es reflexionar sobre el papel del revisionismo
histórico a partir del papel que en ello ha jugado la escritura de la historia
como conocimiento y como práctica; presenta el carácter del revisionismo
como una presencia permanente dentro de la escritura de la historia en el
ámbito latinoamericano del siglo XX y trata de ejemplificar esta situación a
través del caso colombiano en los años sesenta del siglo XX.
La actitud revisionista
Desde la primera mitad del siglo XX se afirmaron con solidez una serie de
ejercicios que propusieron la tarea de contar de otra manera los
acontecimientos fundadores de “la identidad” colectiva nacional. La
pervivencia de este tipo de ejercicios reinterpretativos sobre el pasado
nacional en América Latina establece una especie de “contramemoria”
ligada a circunstancias políticas precisas que permiten prestar atención
hacia nuevos sujetos de los procesos históricos. El ejercicio reinterpretativo
puede ir desde la apelación a la actuación central del “pueblo” en los
acontecimientos históricos hasta impulsar la sensibilidad a favor de las
expresiones culturales, políticas y sociales marginales en los procesos de
construcción nacional. (Betancourt-Mendieta, La construcción del pasado
nacional en Alcides Arguedas. Convicciones sobre el papel de la escritura,
2004)
4
Las reinterpretaciones sobre el pasado nacional sentaron una
constante de todos los ejercicios revisionistas posteriores; pusieron el
acento en el cambio de los personajes de la trama pero no en la estructura
de las narraciones históricas. Algunos trabajos de reinterpretación
histórica del período entre 1910-1930, por ejemplo, mantuvieron el
principio de que la historia la hacían personajes excepcionales, la novedad
era que ahora se trataba de “nuevos héroes” como puede colegirse de una
obra como La época de Rosas (1898/1923) de Ernesto Quesada o la serie de
obras históricas publicadas en la colección “Biblioteca Ayacucho” de la
editorial América de Madrid, dirigida por Rufino Blanco Fombona. Esta
empresa editorial publicó entre 1916 y 1925 obras de carácter histórico de
autores como Carlos Pereyra, Manuel Ugarte, Alcides Arguedas, entre
otros hombres de letras latinoamericanos, que replanteaban la lectura del
pasado nacional de sus respectivos países. (Segnini, 2000) También se
puede incluir como un ejemplo de esta notable actividad revisionista de
principios del siglo XX el rescate de la figura de Diego Portales a través de
la obra de Alberto Edwards: La fronda aristocrática (1927), y podría
añadirse el esfuerzo que se encuentra en una obra como Los comuneros
(1938) de Germán Arciniegas.
Algunas de las obras mencionadas obtuvieron un éxito editorial e
interpretativo muy importante como sucedió con la obra de Edwards y
Arciniegas. Quizás una de las razones que explican este triunfo radica en
que trataron de abarcar la mayor cantidad de público posible. En el caso
de Edwards, por ejemplo, su obra se difundió a través de El Mercurio y de
5
Arciniegas en el periódico El Tiempo. En general, estas nuevas versiones
del pasado nacional usaron técnicas constructivas del relato como aquella
en la que se hacía evidente el enfrentamiento dual que permitía identificar
rápidamente a “los buenos” y “los malos” y en cuyo trasfondo se
desenvolvían temas de amplio efecto social por su carácter polémico como
el antiimperialismo o la necesidad de justificar “el orden nacional” como
sucedió con la reinterpretación del período de Rosas en Argentina. De esta
manera, trabajos con nuevas explicaciones del pasado nacional como los
que se acaban de señalar, obtuvieron un enorme éxito editorial y
alcanzaron una vasta difusión.
Sin embargo, las versiones manejadas por estas orientaciones
generalmente no llegaron a cristalizar en organismos que desplazaran a
las instituciones que ejercían un monopolio sobre el pasado nacional, como
las Academias de Historia o las escuelas de historia de las universidades
públicas. Pese a que obtuvieron una enorme difusión dentro de las
colectividades nacionales, en el fondo no soportaron la eclosión de un
nuevo
momento
reinterpretativo:
el
surgimiento
de
la
“historia
profesional”. (Betancourt-Mendieta, 2007)
La participación de la escritura de la historia como disciplina y como
conocimiento tiene una estrecha relación con la esfera pública desde las
diversas coyunturas políticas en los estados nacionales. La recuperación y
apropiación del pasado justifica a los regímenes y esboza las disputas
políticas. Es decir, de los usos públicos de la historia, el político es el más
determinante.
6
En el caso de América Latina, por ejemplo, el enfrentamiento entre
diversos proyectos políticos a través de la reinterpretación del pasado se ha
estudiado particularmente en Argentina. La relación entre la interpretación
del pasado y los intereses en juego en una determinada coyuntura política se
conceptualizó en este contexto bajo el concepto del revisionismo. Varios
trabajos han abordado la coyuntura del revisionismo histórico argentino
hasta llegar a convertirse en un modelo explicativo de los usos de la historia
en el marco de la política. (Halperin-Donghi, El revisionismo histórico
argentino, 1970) (Halperin-Donghi, 2005; Quattrochi-Woisson, 1995).
La preocupación por el revisionismo en Argentina es explicable en la
medida que la escritura de la historia se implantó como el producto más
visible de algunas instituciones académicas desde la segunda mitad del siglo
XIX a diferencia de lo que ocurrió en otros países latinoamericanos en donde
el proceso de institucionalización del conocimiento histórico fue mucho más
tardío. (Betancourt-Mendieta, 2001) De ahí que el revisionismo histórico se
comprenda en Argentina como una corriente historiográfica que postuló en
el siglo XX a Juan Manuel de Rosas (principal dirigente del país entre 18291852) como la figura heroica nacional en oposición a otras efigies
consagradas también como héroes nacionales como Domingo F. Sarmiento y
Bartolomé Mitre.
El esfuerzo de consagración revisionista tomó en cuenta trabajos y
corrientes históricas que habían sido consideradas –o presumiblemente
valoradas- como disidencias escandalosas y marginales de las respectivas
7
versiones canónicas.1 De ahí que el propio Halperin hubiera definido los
alcances del revisionismo histórico argentino como “la capacidad de expresar
las cambiantes orientaciones de ciertas vertientes de la opinión colectiva en
un país que a través de más de medio siglo se ha hundido progresivamente
en una crisis cada vez más radical y abarcadora.” (Halperin-Donghi, 1996)
A pesar del énfasis en la relevancia del fenómeno revisionista
argentino, el revisionismo histórico no es un fenómeno propio de Argentina.
En
todos
los
países
latinoamericanos
se
ha
dado
este
tipo
de
enfrentamientos interpretativos del pasado a través de ciertas producciones
historiográficas, como se puede constatar en México con el caso de Francisco
Bulnes o en Chile con la figura de Portales. (Brading, vol. XLV, núm. 3,
1996;
Jiménez-Marce,
2003;
(comps.),
2006).
Cada
uno
de
los
enfrentamientos entre distintas versiones del pasado encadenados a una
coyuntura tienen relación directa con los procesos históricos del ámbito
nacional, de ahí el sentido limitado y excepcional que se les suele atribuir a
este tipo de polémicas. (Madero, 2001). Sin embargo, cuando las
implicaciones de las circunstancias políticas tienen alcances muy amplios, la
actitud revisionista puede alcanzar horizontes más grandes.
En 1959, por ejemplo, se dio el caso excepcional de la revolución
cubana cuyo impacto marcaría una época. Como lo ha manifestado Eric
1 La presunción de la marginalidad se refiere a la constante apelación del movimiento
revisionista argentino a la intolerancia historiográfica hacia obras como La historia de
Rozas y su época (1881-1887) de Adolfo Saldías y La época de Rosas (1898) de Ernesto
Quesada; aunque la trayectoria y reediciones de esas obras desmiente las afirmaciones
hechas por el revisionismo del siglo XX.
8
Hobsbawm, ninguna revolución podía estar mejor preparada para atraer a
la izquierda del hemisferio occidental y de los países desarrollados al final
de una década de conservadurismo general; así como, para dar una amplia
publicidad a la estrategia guerrillera. Especialmente porque la revolución
cubana tenía toda clase de factores a favor: espíritu romántico, heroísmo en
las montañas, encabezada por antiguos líderes estudiantiles, cobijada por
un pueblo jubiloso en un paraíso tropical. La revolución cubana fue
celebrada ampliamente en América Latina y fue acogida por los militantes
de izquierda como un ejemplo a seguir que encontró en Cuba un alentador
centro de la insurrección continental. (Hobsbawm, 1995).
El impacto de estos acontecimientos agitó los cimientos de todo el
subcontinente latinoamericano. En el ámbito de la escritura de la historia
una de las consecuencias de esta oleada revolucionaria fue una nueva
propuesta de relectura del pasado nacional. En este aspecto, la escritura de
la historia participaba de un proceso mayor que compelía a todo el ejercicio
de la escritura en el subcontinente a involucrarse, a favor y en contra, en el
análisis de los alcances de la revolución cubana. De esta forma, y de manera
abrupta, el ejercicio de la escritura en general dio un giro fundamental sobre
la dinámica que había trazado desde los años veinte. En esta coyuntura, se
trataba de conciliar las exigencias de la modernización, la acción política y
la extensión del ideal de la justicia social promovida por el cambio
revolucionario, con lo cual se definió el campo de la escritura en todas sus
formas. (Gilman, 2003).
9
En un clima invadido por la exigencia de determinar el valor de la
escritura como ejercicio intelectual se inscribió la propuesta de Manuel
Moreno Fraginals. Este breve trabajo del importante historiador cubano
denota con claridad la nueva postura revolucionaria que debía asumir la
escritura de la historia en América Latina:
No pueden desecharse las fuentes utilizadas hasta hoy: no puede
desecharse ninguna fuente. Lo que afirmamos es que estas fuentes
han sido ya organizadas, depuradas y seleccionadas para construir
los mitos históricos de la burguesía y con ellas no hay forma honesta
de llegar a otras conclusiones que las típicamente burguesas. Hemos
de tomarlas, simplemente, como una parte de la documentación, pero
nuestros estudios deben necesariamente abarcar el panorama
íntegro: el riquísimo mundo de cosas intocadas y nunca comentadas.
Hay que ir hacia aquellas riquísimas fuentes que la burguesía
eliminó del
caudal
histórico
por
ser
precisamente
las más
significativas. (…) Sin una reinvestigación del pasado no puede
hablarse, con absoluta probidad intelectual, de nueva historia cubana
ni de interpretación materialista. (…) Pero no es sólo una
reinvestigación: se trata de una reinvestigación con métodos nuevos.
(Fraginals, 1967, año VII, núm. 40)
Más allá de las discusiones metodológicas y políticas que traslucen la
propuesta de Moreno Fraginals, se vislumbra una postura que deberían
tomar los historiadores, la relectura del pasado nacional y el compromiso
político. El revisionismo histórico entonces es un fenómeno importante en la
composición de las tradiciones nacionales de escritura de la historia en
América Latina.
10
El Sesquicentenario: coyuntura y conmemoración en Colombia
En el marco de la mirada revisionista y de la coyuntura de los años sesenta
se puede abordar el caso colombiano en tres frentes fundamentales: la
postura del gobierno del Frente Nacional ante la conmemoración de los
ciento cincuenta años de la Independencia; la propuesta desde los
movimientos nacionalistas disidentes y el análisis desde las izquierdas.
En 1958 se aprobó el pacto político entre los dos partidos dominantes
conocido como el Frente Nacional (1958-1974) que generó una dinámica de
apoyo y oposición que tuvo diversos alcances. Desde las pretensiones del
apoyo mayoritario hasta la movilización masiva de la oposición en las calles
y plazas, cuya parte más radical sustentó la existencia de grupos armados
revolucionarios de izquierda.
El período del Frente Nacional coincide con algunos cambios en la
sociedad colombiana. De acuerdo con los censos de población, en 1951 sólo
un poco más de la mitad sabía leer y escribir. Para 1964, la proporción
alcanzaba el 70%. Estos datos iban de la mano con la ampliación de los
establecimientos educativos que se habían duplicado en trece años, lo que
significaba el incremento de la oferta educativa y la modificación de la
cantidad de personas que podían tener acceso a la educación formal en todos
los niveles. Estos indicadores correspondían a la transformación de la
sociedad colombiana que empezaba a dejar de ser rural para convertirse
11
paulatinamente en una sociedad urbana y de masas. (Ruiz, 1976; García,
1979; Molano, 1996).
El pacto entre dos partidos políticos dejo por fuera a varias agrupaciones
políticas, algunas pertenecientes a los partidos firmantes y otras, las más,
provenientes del espectro de la izquierda. Quienes quedaron por fuera del
pacto constituyeron la oposición durante el período del Frente Nacional, lo
cual no significa que hayan establecido un frente común. No obstante, la
oposición halló en las referencias a “la crisis” de la contemporaneidad una
razón para iniciar la búsqueda de los “verdaderos” sentimientos y valores
nacionales con base en lo cual justificaron muchas de las actividades
políticas en contra del Frente.
En este contexto, el tema de la Independencia tiene un lugar central en
la escritura de la historia de América Latina; por ello, cada determinado
tiempo y de acuerdo a las circunstancias, se utiliza para aglutinar y
justificar situaciones específicas. Por eso, no es extraño que los llamados
sobre el Centenario y el Bicentenario se hayan convertido en una fuente de
movilización de toda clase de recursos oficiales y hayan motivado toda
clase de encuentros académicos y políticos. Sin embargo, no sólo las
centurias han invitado a volver sobre la Independencia como un tema. Al
menos, el período de los ciento cincuenta años representó una muy buena
ocasión para movilizar las actividades conmemorativas en una coyuntura
particularmente conflictiva.2 En el caso colombiano, la conmemoración del
2 En el caso de México, la crítica década de los ochenta llevó a que el gobierno de Miguel de
la Madrid planificara en 1985 la conmemoración de los ciento setenta y cinco años de la
Independencia y los setenta y cinco años de la Revolución.
12
sesquicentenario de la Independencia movilizó a toda clase de grupos y al
propio gobierno nacional; por eso, en este caso, se abordara tres actores
centrales en esta actividad conmemorativa.
a. La Perspectiva del Gobierno
El 4 de diciembre de 1959, el primer gobierno del Frente Nacional
encabezado por Alberto Lleras Camargo publicó la Ley 95 por la cual se
ordenaba la celebración del sesquicentenario de la Independencia de
Colombia. Esta Ley señalaba la necesidad de “rendir homenaje de
admiración y gratitud a los próceres de la Independencia Nacional” que
gracias a su sacrificio –vida, bienes y hacienda- lograron la Independencia
política, promovieron las instituciones democráticas y le dieron un lugar al
país en el contexto internacional.
Una vez esclarecida la relevancia del homenaje, se ordenó la creación
de una comisión organizadora que debía estar integrada por los
representantes de los Ministerios de Educación Nacional y de Obras
Públicas, de la Academia Colombiana de Historia y de la Sociedad
Colombiana de Arquitectos. Estas entidades marcarían la pauta para que
el gobierno tomara las medidas necesarias para la preparación y ejecución
de las obras y los actos conmemorativos. Al respecto, la misma ley
señalaba un listado de lugares, objetos y estatuas sobre los que cabía la
posibilidad de adquirirlos, repararlos, restaurarlos o reconstruirlos, así
como la posibilidad de construir monumentos y estatuas.
13
A partir de esta directriz, la Academia Colombiana de Historia formó
la “Junta de Festejos Patrios de 1960” compuesta de diez miembros, la
cual tomó la batuta de dichas actividades conmemorativas. La Academia
organizó treinta y seis conferencias relacionadas con la Independencia
entre marzo y agosto de 1960. Los recintos que utilizaron fueron de toda
índole y también recurrieron a la radio nacional para difundir algunas de
estas conferencias. También realizó una serie de homenajes a próceres
como Francisco de Paula Santander, Antonio Nariño, Camilo Torres y
Francisco José de Caldas; dichos homenajes se hicieron a través de honras
fúnebres, te deums, develación de placas y bustos. Además, organizó
concursos y desfiles con los escolares y, sobre todo, concentró sus mayores
esfuerzos en las tareas editoriales que consignaran las principales acciones
relacionadas con el encargo recibido del gobierno nacional.
En el ámbito editorial, la Academia publicó y reeditó algunos trabajos
de sus miembros en donde se exaltaban “las grandes figuras de la Patria
que le dieron libertad y que han contribuido a su grandeza”; los cuales se
incorporaron a la colección Biblioteca de Historia Nacional y la colección
Eduardo Santos. De esta manera, se publicaron en 1960 trabajos como los
de Sergio Elías Ortíz, Génesis de la revolución del 20 de julio de 1810;
Carlos Restrepo Canal, Nariño periodista; Alberto Miramón, Nariño. Una
conciencia criolla contra la tiranía; Luis Martínez Delgado y Sergio Elías
Ortíz, El periodismo en la Nueva Granada 1810-1811; F. J. Vergara y
Velasco, 1818. Guerra de Independencia (segunda edición); transcripción
del manuscrito de José Antonio de Torres y Peña, Memorias sobre los
14
orígenes de la Independencia nacional y el trabajo de Manuel José Forero,
Camilo Torres.
Los libros y las actividades llevadas a cabo por la Academia tenían
como objetivo presentar a los héroes nacionales como una “tarea noble y
patriótica” especialmente cuando
(…) no han faltado en nuestros días voces discordantes que han
pretendido opacar el brillo de nuestros héroes y deformar sus más
nobles ambiciones (…) Entre los extremos del panegírico exagerado y la
diatriba injusta, [la Academia] ha optado por la verdad, que es
precisamente lo que los hace [a los héroes] merecedores de la gratitud
nacional. (Academia Colombiana de Historia, 1960, vol. XLVII, núms.
549-551) 3
Las críticas expresadas en el órgano de la Academia Colombiana de
Historia se enfocaban especialmente a las actividades que organizaba el
núcleo de opositores al Frente Nacional que se agruparon alrededor del
semanario La Nueva Prensa (1961-1966).
b. La Perspectiva de la Oposición Nacionalista
El Frente Nacional enfrentó la oposición desde diversos puntos; pero
básicamente, enfrentó las tensiones en la aplicación del modelo de
desarrollo
que
pretendía
impulsar
la
eficiencia
económica,
la
modernización de la sociedad con base en la participación del capital
3 El subrayado es del original.
15
extranjero en estos procesos. Ante ello, hay una tendencia de oposición que
si bien no niega el valor de la modernización sí hace énfasis en el carácter
redistributivo de los recursos por medio de un progresivo crecimiento del
control estatal sobre las actividades económicas. Esta tendencia trataba de
excluir los intereses extranjeros mediante la nacionalización de los
principales sectores económicos, especialmente de los recursos naturales.
Se suponía que este tipo de proyecto económico y político debería estimular
el bienestar social de las capas populares y medias. (Hartlyn, 1993; Mesa,
1977).
En septiembre de 1959, Alberto Zalamea, que para entonces era
director de la revista Semana, anunció la publicación de “una nueva visión
histórica del país” que modificaría la interpretación de los orígenes de la
nacionalidad colombiana y, por lo tanto, formulaba una explicación nueva
de la sociedad colombiana con base en el replanteamiento de la forma en la
que se había escrito el pasado nacional. Una crisis de aquella exitosa
revista llevó a su director a fundar La Nueva Prensa en donde se mantuvo
vigente la propuesta. (La Nueva Prensa, 1961, núm. 6)
La Nueva Prensa publicó los ensayos escritos por Indalecio Liévano
Aguirre (1917-1982) que conformaron Los grandes conflictos sociales y
económicos de nuestra historia. Aparecieron quincenalmente como una
separata de la revista. Fue tal el éxito de esta historia de Colombia que el
mismo Zalamea reconoció que el grupo de La Nueva Prensa se consolidó
alrededor de esta obra, la cual sólo se editó como libro hasta 1964. Desde
16
aquel año, prácticamente, ha sido reeditada sin interrupciones hasta el
presente.
Los grandes conflictos se inscribieron en un contexto político de
oposición al Frente Nacional. Las nuevas interpretaciones que ofrecía la
obra debían ser parte de “las nuevas fuerzas de la nacionalidad” con base
en el supuesto de que,
Frecuentemente se ha acusado a los colombianos de no tener memoria y
la parte de verdad que puede haber en este cargo depende de la manera
deficiente como ha sido registrado el pasado de la Nación. La historia es
la memoria de los pueblos [Por eso, Los grandes conflictos] será la
historia del pueblo colombiano que tantas veces ha visto frustradas sus
legítimas aspiraciones. Ella demostrará que en Colombia han pasado
muchas cosas y cosas muy graves y que en la galería de los próceres no
están todos los que son y hay muchos a quienes se otorgó esa distinción
en momentos de excesiva benevolencia. (Zalamea, 1986).
En este contexto, la obra de Liévano Aguirre encajaba muy bien. Liévano
escribió poco, pero su éxito fue notable. Su incursión al mundo de la
historia lo hizo en 1944, cuando escribió una biografía del líder de la
Regeneración, Rafael Núñez (1825-1894). Este trabajo, que fungió como
tesis para obtener el título de abogado, abrió una brecha con respecto a
una de las figuras más controvertidas de la historia política colombiana
porque la imagen que Liévano ofrecía de Núñez conllevaba a precisar la
“buena” tradición del partido liberal: el liberalismo popular atento a los
problemas sociales que aceptaba la intervención del Estado en la
economía; que combinaba el centralismo político con la autonomía
17
municipal; que era tolerante en lo religioso y estaba atento a problemas
como la tierra, los indígenas y los héroes que establecieron comunicación
profunda con “las masas anónimas”; de tal forma, que el partido liberal se
situaba
[...] entre la autoridad coactiva del gobierno y las presiones de nuestra
democracia, un núcleo irradiador de cultura civil, una clase dirigente
política que a través de sus hombres representativos influía en el
Estado, frenando su tendencia al autoritarismo, y en el pueblo,
transformando sus violencias e inclinaciones anárquicas. (Indalecio
Liévano Aguirre, 1955, núms. 489-490)
Después de Núñez, Liévano enfiló la pluma para elaborar un estudio sobre
Simón Bolívar, del cual ofreció la imagen de un “campeón de las masas”.
Este hallazgo acentuó el interés de abordar las tensiones de dos elementos
enfrentados e irreconciliables: “las masas” y “la oligarquía”. A partir de la
clarificación de este principio interpretativo, Liévano identificó desde los
años cuarenta las revoluciones “falsas” ―las que no alentaron “verdaderos”
ideales de emancipación continental como las de Tupac Amaru y la de Los
Comuneros en la Nueva Granada― de las revoluciones “verdaderas”, como
las que encabezaron Simón Bolívar y José de San Martín.
Liévano también comprobó que uno de los grandes logros de Bolívar
fue descubrir que “las clases populares no eran
auténticamente
revolucionarias” porque las insurrecciones encabezadas por hombres como
Tomás Boves vivieron del pillaje y de la figura del caudillo. Para Liévano,
este tipo de revoluciones no quisieron modificar las condiciones de la
18
“organización social americana” sino que quisieron reemplazar a los
mantuanos en sus privilegios: “Era una rapiña por los privilegios, no un
intento de modificar esos privilegios”. Por eso, concluía Liévano, “poco ha
sido hasta ahora considerado el significado que tiene el hecho de que la
revolución de la independencia en Hispanoamérica no la hubieran iniciado
las masas populares americanas sino las ‘élites’ directivas de las clases
criollas de las colonias.” (Liévano-Aguirre, La estrategia política de la
revolución, 1947, núm. 32); de ahí que el accionar de Bolívar debía
comprenderse, entonces, como un intento por
[...] conquistar para su causa a las hordas que un día acompañaron a
Boves, lo hace dominado también por la seguridad de que esas fuerzas,
tan propicias para la anarquía, deben ser siempre dirigidas y muchas
veces forzadas a encaminarse hacia objetivos y finalidades sociales, ya
que sus tendencias naturales las conducen al particularismo, la
anarquía y la disolución. (Liévano-Aguirre, La estrategia política de la
revolución, 1947, núm. 32)4
Bajo estas perspectivas interpretativas y de visión sobre la escritura de la
historia, a la que se puede agregar como trasfondo las situaciones del
Frente Nacional, Liévano Aguirre se entregó a la publicación de Los
grandes conflictos sociales y económicos de nuestra historia.
Pese a la promesa de Alberto Zalamea de que Los grandes conflictos
ofrecerían “no solamente puntos de vista inéditos e interpretaciones
nuevas, sino una gran cantidad de documentos desconocidos hasta hoy”, en
4 Las cursivas son mías.
19
ninguno de los trabajos que componen la obra aparece una nota a pie de
página o, por lo menos, un bibliografía al final. Los artículos que
conformaron Los grandes conflictos tienen las mismas características de
los textos sobre Núñez y Bolívar. En esos primeros escritos, Liévano se
limitó a poner entre comillas ciertas líneas pero no a indicar de dónde
provenían. Tanto el texto sobre Núñez como el de Bolívar, traían una
bibliografía general que se presentaba como una lista de autores y títulos
pero sin ninguna otra referencia adicional, lo cual demuestra el carácter
coyuntural
y
divulgativo
de
sus
textos
fundados
en
una
clara
intencionalidad partidista.
Los grandes conflictos careció también de una introducción, ella fue
reemplazada por el anuncio publicitario de Alberto Zalamea; además,
Liévano simplemente se limitó a empezar su obra indicando que se trataba
de una historia de “los episodios estelares” en el que se enfrentaban “la
justicia que defiende a los humildes” de “todas las formas de opresión que
favorecen a los poderosos.” Este punto de partida le permitió plantear la
pertinencia de su relato histórico para el presente. Tal espíritu rigió el
resto de los cuadros que construyó paulatinamente y que conformó su más
célebre libro:
La República no constituyó, pues, un principio, una primera palabra
pronunciada sobre la nada del caos originario, sino un nuevo y
magnífico escenario, lleno de posibilidades, en el cual habría de
continuar la vieja controversia entre los poderes de la riqueza y el ideal
de la justicia que mantiene abiertas, para todos, las puertas de la
nacionalidad y sus beneficios. Con la tremenda eficacia perturbadora de
20
los problemas no resueltos, este conflicto repercute todavía con todas
sus consecuencias, en nuestra época. (Liévano-Aguirre, La primera
lucha por la justicia, s/f)
La Nueva Prensa reunió una parte de los relatos que había publicado de
Liévano Aguirre y los conjuntó en forma de cuatro pequeños volúmenes,
que en 1964 reprodujo en un formato más grande y en dos volúmenes la
editorial Tercer Mundo. El libro tiene dos ejes temáticos: el final del
período Colonial y los sucesos de la Independencia. El desarrollo de cada
uno de los treinta y tres relatos que estructuran la obra está montado
sobre las vicisitudes de “los buenos”, en este caso Bolívar y sus partidarios,
para conducir al pueblo “no revolucionario” a la senda de la libertad, ante
los obstáculos que representan “los malos”, las oligarquías, que mantenían
una influencia decisiva al interior de las masas. Todo el tiempo, los
lectores
encuentran
explicaciones
maniqueas
que
plantean
un
enfrentamiento indisoluble:
Como las tendencias políticas y las realidades geográficas que
conspiraban contra la cohesión de la gran sociedad hispanoamericana
sólo
podría
contrarrestarse
con
el
fortalecimiento
del
Estado
republicano, ―para que él sirviera de eje de gravedad a esa sociedad― y
con una revisión de fondo de las relaciones inveteradas de las clases,
―destinada a distribuir más equitativamente los beneficios de la
nacionalidad―, poca o ninguna atención se prestó en 1810 a los peligros
que amenazaban esa cohesión, porque las oligarquías criollas no
deseaban fortalecer al Estado sino debilitarlo, ―a fin de ejercer el poder
político detrás de la fachada de unas instituciones lánguidas―, y no
tenían interés en introducir cambios de importancia en una estructura
social que las favorecía y cuyas obvias ventajas sólo se redujeron por la
21
aplicación, durante la Colonia, de las Leyes de Indias que protegían a
los oprimidos y a los nativos [...] Así se comprende por qué las
oligarquías criollas renunciaron, desde temprano, a pensar en grandes
magnitudes y prefirieron reducir el Estado y la Nación a unas
dimensiones acordes con el deseo que tenían de adueñarse del poder
político en cada una de las jurisdicciones coloniales que les sirvieron de
escenario a su influencia tradicional. Los patriciados de Santafé,
Caracas, México, Buenos Aires, Santiago, etc., no parecían resueltos a
renunciar ―a fin de favorecer la constitución de una autoridad común
para el Continente― a la extraordinaria oportunidad que se les
presentó de adueñarse de la totalidad del poder y así fue progresando, a
partir de 1810, la tendencia a configurar la nacionalidad como molde o
cascarón del predominio de una clase social. (Liévano-Aguirre, La
Independencia como problema continental, 1962).5
Estos polos imposibles de unir entre los particularismos y la mirada
continental, se unían a su vez en torno al conflicto más serio para la vida
nacional como era la división entre “oligarquía” y “pueblo”. El nuevo
anclaje de los cambios históricos debía pasar por la dinámica que
significaba este enfrentamiento. Era visible para Liévano, que existía un
divorcio entre “el pueblo y su clase dirigente”. La nueva historia nacional
de Liévano Aguirre pasaba por este conflicto:
[...] se ha afirmado en la conciencia pública la convicción libertaria de
que los valores espirituales de la Patria no se confunden, ni tienen por
qué confundirse, con los valores espirituales de la oligarquía reinante y
5. Las cursivas son del original. En el libro de Los grandes conflictos no aparece el texto
citado. Este apartado se publicó en el semanario como el capítulo número 41. La consulta de
una colección de La Nueva Prensa muestra que la historia de Indalecio Liévano se compuso,
por lo menos, de 48 capítulos que no corresponden a los 33 que publicó la versión en libro.
Desconozco las razones para que se hubiera dado esta forma a la publicación en libro.
22
que bajo el andamiaje de las nociones políticas elaboradas por ella para
asegurar su predominio, existe y discurre la vida de un país ignorado,
que esa oligarquía no representa ni ha querido representar. (LiévanoAguirre, Reflexiones sobre el Sesquicentenario, 1960, núm. 30).
De este modo, Liévano Aguirre pretendió construir una relectura de los
héroes nacionales con base en intereses políticos de su presente.
Un aspecto interesante dentro de esta relectura de los héroes
nacionales en el contexto del sesquicentenario fue el contraste que se dio
entre las interpretaciones del gobierno del Frente Nacional que
mantuvieron el culto a la figura de Francisco de Paula Santander como el
gran héroe nacional, mientras los grupos opositores como el MRL y La
Nueva Prensa trataron de desvincularse de esta tendencia oficial. Para
ello, hicieron suya la figura de José María Carbonell, que había sido un
líder más “comprometido con el pueblo” en los acontecimientos de 1810,
cuya descripción había sido hecha por Liévano Aguirre en el capítulo XXI
de Los grandes conflictos con el sugerente título de “La batalla por la
Independencia”. Como acto conmemorativo contestatario descubrieron un
busto en Bogotá del nuevo y desconocido prócer, al que querían consagrar
como “el verdadero héroe nacional de la Independencia”.
Los grandes conflictos se convirtieron en un material de lectura de
amplias capas de la sociedad colombiana, especialmente en el ámbito
universitario donde circulaba La Nueva Prensa y permitió la difusión de
una interpretación novedosa del pasado colombiano. El impacto que este
texto dejó sobre los primeros licenciados en ciencias sociales, que eran
23
campos del saber que apenas se fundaban en el país, está por estudiarse.
Sólo existe la certeza de las reediciones que se despliegan entre 1964 y el
presente. De ahí se pueden entrever una serie de impulsos que avivaron la
circulación de Los grandes conflictos, en el ámbito de la izquierda
colombiana en el período del Frente Nacional.
c. La Perspectiva desde la Izquierda Oficial
La recepción de las propuestas de Liévano Aguirre y del grupo de
La Nueva Prensa fue exitosa en el ámbito de la difusión. Especialmente se
reconoció que la escritura de la historia podía vincularse a las situaciones
del presente y no ejercer sólo la postura del anticuario. Igualmente, las
propuestas de lectura sobre la Independencia llevaron a que los distintos
grupos de la izquierda analizaran estas propuestas a través de lecturas
colectivas de Los grandes conflictos que se desarrollaron en Cali entre
octubre y diciembre de 1964, que se plasmaron en algunos textos que
después fueron publicados en la revista Documentos Marxistas al año
siguiente.
Las críticas desde la izquierda a la propuesta de Liévano Aguirre se
concentraron en basar sus interpretaciones en las propuestas de los
historiadores Lewis Hanke y Juan Friede que, según la lectura del partido
comunista, vieron positivamente las tareas de la cristianización de los
españoles en América y de manera negativa la implementación de las
reformas borbónicas. Pero especialmente, estaban en desacuerdo con el
24
carácter que Liévano le había dado a las masas en la historia al
calificarlas de no revolucionarias y al rescate que esta obra hizo de héroes
como Antonio Nariño y Simón Bolívar:
La visión que Liévano ofrece del proceso de la independencia aparece
muy marcada por criterios extrahistóricos (…) Su propósito es crear
nuevos prestigios heroicos o darles un contenido diferente a los ya
vigentes manteniéndose en este aspecto dentro de la concepción
romántica de la historia. El elogio reiterado a la personalidad de don
José María Carbonell y a la familia Gutiérrez de Piñeres en Cartagena
son una muestra de lo primero. Los juicios sobre don Antonio Nariño
acreditan lo segundo. (…) El concepto de pueblo resulta demasiado
general y lleva a interpretaciones radicales si se tiene en cuenta que
bajo él se designa al mismo tiempo clases, sectores, grupos, etc. (…) el
pueblo para Liévano constituye una masa amorfa cuya acción depende
de la actividad del caudillo bien sea este Boves o Bolívar. (Medina, 1969,
núm. 2).
Las apreciaciones de Medina, al igual que las de Nicolás
Buenaventura, reconocieron en todo momento el aporte de Liévano como
un eje para la transformación de la escritura de la historia en Colombia en
ese momento coyuntural. Además, pese a las críticas de ese momento, años
después las corrientes de izquierda marxista reivindicaron el papel
revolucionario de Bolívar al que adjuntaron a la tríada de Marx, Engels y
Lenin como parte del descubrimiento de liderazgos más populares y más
comprometidos con el pueblo.
De vuelta a las reinterpretaciones
25
La
relevancia
de
volver
la
mirada
sobre
el
ejercicio
de
reinterpretación de algunos trabajos históricos revisionistas en la segunda
mitad del siglo XX, radica en el hecho de que uno de los factores más
interesantes del cuestionamiento a los “modos tradicionales” de escritura de
la historia y de los símbolos de pertenencia a que dieron lugar es el
planteamiento de una crisis de credibilidad del canon histórico. Por lo tanto,
la reinterpretación histórica tanto en el plano moral como en el del relato
supone una intervención del proyecto de futuro sobre el pasado. De esta
manera, el replanteamiento de las construcciones sobre el pasado no es una
novedad del presente en la esfera de la escritura de la historia en a nivel
latinoamericano,
las
críticas
a
la
llamada
“historia
oficial”
son
prácticamente contemporáneas a la instauración de la propia “historia
oficial”. Por eso, la necesidad de la reflexión al interior de la disciplina
histórica como en la sociedad actual tiene que ver con procedimientos de
reproducción y continuidad de una disciplina. La reflexión historiográfica
vincula a la historia con su pasado, a la investigación histórica con el futuro
y a la construcción de las identidades colectivas que realiza con el presente
de la sociedad.
Por otro lado, se hace explicito en el revisionismo de los años sesenta
la enorme atracción que ejerce la Independencia como punto de referencia
del origen de la República. En los tres grandes momentos de celebración de
este
momento
originario
-el
centenario,
el
sesquicentenario
y
el
bicentenario-, se convirtieron en momentos para repensar críticamente los
26
alcances del proyecto nacional. En cada una de esas coyunturas, la escritura
de la historia participó como una herramienta a favor del monumento y la
conmemoración pero, al mismo tiempo, también fue un instrumento de la
polémica como una fuente de interpretación crítica del pasado y el presente
nacional.
La coyuntura conmemorativa sirve para que la escritura de la historia
se piense a sí misma y afine sus alcances. Hoy, por ejemplo, experimenta
una interesante renovación vinculada a las relecturas de la Independencia.
En cuanto se pueda hacer énfasis en esta perspectiva crítica sobre dichos
procesos, ello llevará, probablemente a que pensemos mejor nuestra cultura
política porque, como afirma Mónica Quijada, “el problema de los cambios
políticos que condujeron a la universalización del principio de la soberanía
popular como fuente única de la legitimidad del poder no es sólo una
cuestión del pasado. Nuestras actuales democracias dependen también de
estos debates.” (Quijada, 2008, vol LXVIII)
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