TEMA 4: EL SEXENIO DEMOCRÁTICO LA REVOLUCIÓN Causas profundas y detonantes En la gestación de la crisis de 1868 encontramos causas políticas, sociales y económicas. Entre las primeras, el aislamiento del grupo gobernante en torno a la reina, quien ha perdido ya el apoyo incluso de las facciones dinásticas que antes la respaldaban, como los progresistas e incluso, tras la muerte de O´Donnell, los unionistas. Entre las causas sociales, el descontento popular, que se concreta en el rechazo del impuesto sobre consumos y el sistema de quintas, que permitía librarse del servicio militar a los hijos de las familias pudientes. En la crisis económica encontramos la confluencia de una crisis de subsistencias, tras las malas cosechas que se obtienen desde el año 1866 y una crisis financiera e industrial, con el fracaso de las inversiones en el ferrocarril y las dificultades que atraviesa el textil catalán, tanto por la falta de inversiones (muchas de ellas se habían dirigido precisamente a la construcción de ferrocarriles, por las facilidades ofrecidas en la legislación económica del Bienio Progresista) como por las dificultades de abastecimiento de materia prima, dado que la Guerra de Secesión estadounidense ha interrumpido el comercio de algodón. El proceso: pronunciamiento y revolución El Pacto de Ostende, establecido en el verano de 1866 entre los principales partidos de oposición a la monarquía isabelina (unionistas, progresistas y demócratas) había dejado en evidencia el aislamiento de la reina, pero también la falta de unidad de criterios entre la propia oposición, que ni tan siquiera coincidía en el régimen político que debería instaurarse tras el derrocamiento de Isabel. No obstante, a mediados de 1868, la conspiración, entre cuyas figuras más destacadas figura ya el general Juan Prim, está madura para intentar el asalto a la monarquía. En septiembre de 1868 llegan a Cádiz los generales conspiradores: el propio Prim, Serrano y el almirante Topete, quien publica el manifiesto que marca el punto de partida de la revolución. Al mismo tiempo que los militares se pronuncian, comienzan a constituirse juntas revolucionarias en todo el país, especialmente en Andalucía, así como una milicia popular, los “Voluntarios de la Libertad”, heredera de la Milicia Nacional. Estas juntas, con un programa político mucho más radical que el de los militares sublevados, dan un carácter popular y revolucionario al derrocamiento de la monarquía. Isabel II trató en primera instancia de hacer frente al golpe, pero la derrota de las tropas gubernamentales frente a Serrano en Alcolea, dejan abierto el camino a Madrid. La reina marcha al exilio. ETAPAS El gobierno provisional Inmediatamente después del triunfo del pronunciamiento, se constituye un gobierno provisional, presidido por el general Serrano (secundado por el general Prim) que tiene como primera y urgente tarea el desmantelamiento del poder democrático que de forma espontánea se había constituido en torno a las juntas. Con la promesa de que las reivindicaciones populares serán atendidas, el gobierno provisional logra primero la disolución de las juntas y más tarde la de la de los “Voluntarios de la Libertad”. Acto seguido, el gobierno provisional adopta una serie de medidas económicas de fuerte carácter librecambista, establece la peseta como unidad monetaria nacional, dicta la expulsión de los jesuitas y la extinción de todos los conventos y convoca elecciones a Cortes constituyentes mediante sufragio universal. El sufragio universal, las recién establecidas libertades de prensa, asociación y reunión y el sistema de circunscripciones plurinominales impuesto por la nueva Ley electoral, dificultaron la manipulación de los votos y dieron como resultado unas Cortes de inusitada pluralidad: 237 diputados de los partidos gubernamentales, 85 republicanos y 20 carlistas decidirían ahora el camino a seguir por la llamada "Revolución Gloriosa". La regencia de Serrano La Cortes elegidas tenían carácter constituyente, lo que quiere decir que su primera tarea sería la redacción de una nueva constitución, esta quedó completada en apenas cuatro meses y establecía un régimen monárquico con soberanía nacional, amplia y precisa declaración de derechos, libertad de cultos y división de poderes, con un ejecutivo responsable ante las Cortes y un legislativo bicameral, si bien el Senado tendría cierto carácter de representación territorial. Aprobada la constitución, se establece una regencia en la persona del general Serrano, con un gobierno presidido por Prim, que deberá afrontar la tarea de encontrar un rey adecuado al nuevo marco legal español. El nuevo rey tenía que ser católico y liberal, condición esta última que excluía a las dos ramas españolas de los borbones, tanto a los carlistas como a los herederos de Isabel II. Se propusieron entonces varios candidatos: el general Espartero (descartado por su recuerdo autoritario y su avanzada edad); el duque de Montpensier (descartado por ser un Orleans, lo que despertaba antipatías en la Francia de Napoleón III y por haber matado en duelo al infante don Enrique); Fernando de Coburgo (descartado por ser una baza a favor de la unión ibérica, lo que disgustaba a Gran Bretaña); Leopoldo de Hohenzollern-­‐Simmaringen (descartado por la oposición francesa a un candidato alemán) y finalmente el duque de Aosta, Amadeo de Saboya, hijo de Víctor Manuel II de Italia. Amadeo fue el candidato que logró la mayoría de los votos en las Cortes de octubre de 1870, si bien sólo consiguió 191 de los 311 posibles, lo que apuntaba ya a la soledad que encontraría en su reinado. La monarquía constitucional (1871-­‐1873) El nuevo rey contaba con escasos apoyos en las Cortes, donde frente a los 191 diputados que le votaron, otros 120 lo hicieron por otros candidatos o por la república. Su apoyo más sólido era el representado por el presidente del gobierno y figura destacada de la revolución gloriosa, el general Juan Prim, cuyo asesinato dejó aún más sólo al nuevo rey. La desaparición de Prim supuso, de forma inmediata, el inicio de la descomposición de la coalición gobernante, lo que provocaría una enorme inestabilidad en los gobiernos de Amadeo. Además, la crisis política favoreció el giro a la derecha, que se manifiesta en una nueva Ley electoral que establece distritos electorales uninominales, más fáciles de controlar y manipular desde el gobierno. La coalición gobernante se rompe en dos: los radicales de Ruiz Zorrilla, que se inclinan hacia la izquierda en convergencia con los demócratas y los constitucionalistas de Sagasta, que lo hacen hacia la derecha, convergiendo con los antiguos unionistas. Falto de sostén político, Amadeo I carecía además de apoyos sociales: la alta nobleza y muchos militares seguían fieles a la casa de Borbón y manifestaban cada vez más abiertamente su inclinación "alfonsina"; la Iglesia y los católicos en general, no olvidaban su condición de hijo del rey italiano que arrebató Roma al Papa; la burguesía veía en los proyectos gubernamentales de abolición de la esclavitud un serio peligro para sus intereses y los industriales habían criticado duramente la política librecambista impulsada por el gobierno. En estas condiciones, el rey Amadeo tuvo además que hacer frente a graves conflictos: en primer lugar la insurrección cubana, que desde 1868 luchaba por la emancipación de la isla del dominio colonial español; en segundo lugar, el levantamiento carlista de 1872, que dio lugar a una tercera guerra, encabezada en el bando tradicionalista por el autotitulado Carlos VII. Estaba además la emergencia del movimiento obrero, especialmente a partir de la agitación en España de agentes de la Asociación Internacional de Trabajadores, como Giuseppe Fanelli. Ante esta situación, viéndose incapacitado para gobernar de acuerdo con los principios que le habían traído a España, Amadeo I aprovechó la excusa que le brindaba un pequeño problema con el cuerpo de artillería para abdicar. La renuncia del rey apenas dejaba más que una vía para el régimen: Congreso y Senado, reunidos conjuntamente en Asamblea Nacional proclaman la Iª República en febrero de 1873. La I república (1873-­‐1874) El régimen republicano en España nacía débil: se había impuesto sólo como consecuencia de la carencia de apoyos, aún mayor, de las demás alternativas. Pero además, la escasa base política de la República aparecía, a su vez, profundamente dividida en dos tendencias opuestas: la que defendía una república federal y la partidaria de una república centralizada. Hay que añadir el diferente significado que tenía la república para los españoles, pues en tanto que los políticos republicanos la entendían como una profundización en el modelo democrático liberal, las masas la asimilaban a transformaciones sociales profundas, reparto de tierras e igualitarismo. Internacionalmente tampoco pudo recabar mayor respaldo, solamente el de Suiza, Estados Unidos y dos repúblicas hispanoamericanas. El gobierno de Figueras El primer gobierno, provisional, de la Iª República española estuvo presidido por Estanislao Figueras, en cuyo gabinete figuraban tres ministros republicanos federales. Es una fase de definición del régimen, en la que incluso se producen dos intentos de golpe de estado para establecer una república radical. Convocadas las elecciones para mayo de 1873, los federales obtienen una abrumadora mayoría, si bien esta es fruto, más que de su predominio real, del retraimiento del resto de las opciones. El gobierno de Pi Margall Tras las elecciones de mayo de 1873, Pi Margall se convierte en presidente de la República. Desde esta función va a tratar de establecer un régimen basado en el federalismo, aunque su tentativa de establecer la federación desde arriba chocará pronto con los intentos de imponerla desde abajo. La primera labor del gobierno de Pi Margall será la redacción de un nuevo texto constitucional, que es elaborado en tiempo record por Castelar (quien no era un entusiasta del federalismo), aunque nunca llegaría a promulgarse. España quedaba, por esta constitución, dividida en 17 estados, uno de los cuales era Cuba (con lo que se intentaba dar solución a la guerra colonial). A esta constitución acompañaba una amplia labor legislativa con fuerte contenido social: repartos de tierras, regulación del trabajo de menores, jornada laboral máxima e incluso un intento de establecer jurados mixtos de patronos y obreros. Pero, como se señalaba arriba, el intento gubernamental de establecer el federalismo desde el poder vino a coincidir con una explosión social y política que buscaba su implantación desde abajo: el movimiento cantonal. En toda la zona mediterránea surgieron poderes políticos que se declaraban autónomos y que con frecuencia ofrecían un aspecto de revolución social por su fuerte confluencia con el movimiento obrero. Este movimiento cantonal requirió el uso del ejército por parte del gobierno y provocó una crisis política que acabó con la presidencia de Pi Margall. El gobierno de Salmerón A fines de julio de 1873, Nicolás Salmerón se convierte en el tercer presidente de la república e inicia una rectificación hacia un régimen más centralizado, tratando de contener de esa manera la explosión cantonal. La represión contra los cantonalistas fue llevada a cabo con éxito por el ejército, que suprimió casi todos los focos, pero cuando se presentaron al presidente de la República las condenas a muerte de varios dirigentes cantonalistas, Salmerón se negó a firmarlas y prefirió dimitir. El gobierno de Castelar La elección de Emilio Castelar en sustitución de Salmerón marca un giro autoritario y centralista del régimen republicano. La concesión de poderes extraordinarios para el presidente (que incluían la posibilidad de suspender las cortes) y el creciente protagonismo del ejército, caracterizan este giro conservador. Castelar deberá hacer frente de forma simultánea a tres guerras: la cubana, los focos restantes de la insurrección cantonal, definitivamente liquidados con la conquista de Cartagena en enero de 1874 y la guerra carlista. La posición de Castelar se fue haciendo cada vez más débil, al enajenarse el apoyo de los sectores republicanos que criticaban su creciente conservadurismo. Desde septiembre hasta enero mantuvo en suspenso las Cortes gobernando a golpe de decreto. Cuando el Congreso reanudó sus sesiones, el 4 enero de 1874, una moción de censura amenaza su gobierno, pero un sector del ejército, partidario de su política de orden, decide intervenir y el general Pavía ocupa las Cortes, disolviéndolas y entregando el poder ejecutivo al general Serrano. La dictadura de Serrano El general Serrano estableció un régimen dictatorial (aunque revestido aún de la forma republicana) que trató de restablecer el principio de orden y autoridad. Para ello llevó a cabo una dura represión contra el movimiento obrero, ilegalizando la Internacional y contra los restos del republicanismo federal. Sin embargo, no fue capaz de culminar la guerra contra el carlismo, que se mostraba aún lo suficientemente fuerte como para establecer un rudimento de estado, dotado incluso de ministerios. Por otra parte, otra alternativa iba cobrando cada vez más fuerza: la representada por los partidarios de restaurar la monarquía borbónica en la persona de Alfonso, hijo de Isabel II. Los principales valedores de la opción alfonsina eran algunos sectores del ejército, encabezados por el general Martínez Campos y, sobre todo, el político Antonio Cánovas del Castillo, quien, desde una visión más amplia, trataba de fortalecer la figura de Alfonso ante la opinión pública, para evitar que la restauración monárquica llegase nuevamente de la mano de un pronunciamiento militar escasamente representativo. Desde Inglaterra, Cánovas preparó el retorno de Alfonso, cuya candidatura quedó ya claramente expuesta en el Manifiesto de Sandhurst. La inmensa mayoría de la clase política se adhirió al partido alfonsino, mientras el general Martinez Campos forzaba la situación al pronunciarse en Sagunto en favor de la restauración borbónica.