El papel de la experiencia en el conocimiento perceptivo Edgar Maraguat | Universitat de València 1. El conocimiento que llamamos perceptivo y, en particular, conocimiento por observación es el que expresan informes espontáneos como: “Esto es una corbata verde” o “Esto es un cubo de hielo rosado” cuando alguien hace inventario. 2. Este conocimiento es seguramente el que Kant asumió que “arranca con la experiencia” para, a continuación, aclarar con razón que “no procede todo él de ella”, pues interpretada la experiencia como el contacto de ciertos objetos físicos con nuestros sentidos (la afección de éstos por obra de aquéllos o el influjo físico de aquéllos sobre éstos), como el propio Kant la interpreta en ese contexto (al menos por una vez), es obvio que en ella no consiste el mínimo conocimiento proposicional ni está predeterminada su constitución. 3. Si uno cree, como Sellars, que la experiencia – por así decir – “contiene” afirmaciones (claims) (EPM, § 16), no obstante, es porque no la toma por ese contacto, aunque la experiencia, en este otro sentido, presuponga precisamente una interacción de esa índole. Ésta es la experiencia de la que informamos diciendo, por ejemplo: “Veo que hay una corbata verde en el armario”. 4. Pero también hablamos de experiencias en un tercer sentido. Decimos en ocasiones que la experiencia (visual) que tenemos cuando nos parece que vemos algo rojo ahí y la que tenemos cuando lo que vemos ahí nos parece rojo es la misma. Esta “experiencia” es la que Sellars considera el “contenido descriptivo” de su experiencia (la experiencia que contiene afirmaciones) y, por tanto, simplemente un aspecto de ella (cf. EPM, § 22). 5. Se puede sumar a estas tres la acepción que capta el concepto empirista clásico de un dato de los sentidos (o del sentido), si bien Sellars considera que, en el mejor de los casos, este concepto lo introduce un postulado teórico para la explicación de la conducta aparentemente intencional de agentes que ocasionalmente no verbalizan creencias, deseos y demás y, por tanto, hay que privar a tales ‘datos’ de la primacía epistemológica que se les ha reconocido modernamente. 6. Robert Brandom (1997) aboga por que leamos a Sellars descartando el papel fundacional-epistemológico de toda experiencia que no sea la experiencia en el sentido causal-kantiano (por tanto, abandonando el empirismo sin más), lo cual no significa, claro está, negando la existencia del aspecto descriptivo de las situaciones en que formamos no inferencialmente creencias, ni negando el carácter epistemológico de las experiencias que contienen afirmaciones, pero sí atribuyendo toda la justificación que se precisa para que haya conocimiento perceptivo a la disponibilidad (y por cierto para quien atribuye conocimiento) de una “inferencia de fiabilidad” desde el informe de la observación a la creencia en juego (cf. EPM, §§ 35-37). 7. Esto mueve a Brandom a corregir el internismo de Sellars y, según John McDowell, a confundir el conocimiento perceptivo con el conocimiento no inferencial. Los casos de la insegura experta en cerámica precolombina y el sexador novel (en Brandom 1994) son presentados por Brandom como casos paradigmáticos de conocimiento por observación (u olfacción), de forma injusta a juicio de McDowell (2002a) y Jay Rosenberg (2007). 8. Para McDowell hay una diferencia esencial entre un conocimiento que venimos a tener porque tenemos la experiencia de que las cosas son de determinada manera y un conocimiento (o “conocimiento”) al que llegamos no-inferencialmente, como fruto de cierto adiestramiento, sin que podamos razonar por qué creemos lo que creemos y sin la “conciencia sensorial” apropiada. Es la diferencia entre un conocimiento perceptivo genuino – y por ende bien fundado – y una especie de la premonición o el presentimiento (diferencia que él reprocha a Brandom – y también a Dennett – no apreciar). 9. Esa apelación a la experiencia, obviamente, lo es a una experiencia que no es ni la pura interacción causal ni la pura experiencia fenomenológica (que nada pueden justificar), pero aparentemente tampoco la experiencia que contiene afirmaciones de Sellars (que las “provoca en o arranca del perceptor”), pues precisamente ha de aportar justificación de esas afirmaciones (es más, una justificación que garantiza la verdad: McDowell 2002b, 99). Sus experiencias se expresan diciendo: “Me parece que hay ahí una corbata verde”. No obstante, McDowell interpreta que Sellars habla en EPM, § 16 bis de experiencias con este poder (McDowell 2009, 228). 10. Pero dado que en EPM se propone más adelante (§§ 35-37) un argumento que apela al conocimiento de la propia fiabilidad – y no a unas u otras experiencias sin más – para dar razón de las creencias perceptivas (cf. mi § 6), creo que la lectura de McDowell ha de considerarse revisionista. Por supuesto, McDowell, como Sosa 1997 y otros, no está persuadido por ese argumento de EPM, que explica cómo llegamos a tener conocimientos perceptivos y no inferenciales gracias a un conocimiento previo de nuestra propia fiabilidad como jueces perceptivos en determinadas circunstancias y, de hecho, propone enmendarlo aportando una visión wittgensteiniana del estatuto epistémico de esos juicios (cf. McDowell 2002b, 99 ss.), si bien una que introduce una noción de experiencia (cf. mi § 9) que no considero que proceda de Wittgenstein. 11. Sellars mismo anticipa los recelos que despierta su argumento, aunque los considera superables. Una estrategia para salvar el argumento de objeciones como las de McDowell o Sosa es la de Rosenberg – en parte tomada de Brandom – de interpretar que mi fiabilidad goza, más bien, de un estatuto epistémico por defecto avalado en última instancia por otros y que no puede ser el producto de una inducción. Rosenberg entiende que ésta es otra corrección wittgensteiniana de la concepción de Sellars del aval de la confianza con que juzgamos perceptivamente, aunque distinta de la de McDowell, y en todo caso en su cuadro – como en el de Brandom – no tienen cabida las experiencias justificadoras de aquél. En los comentarios de Rosenberg, Wittgenstein inspira una interpretación de Sellars que, en lugar de reinventar el empirismo, alumbra el contexto social en que los estatutos normativos y, concretamente, la autoridad epistémica pueden surgir y, de hecho, surgen (cf. Rebecca Kukla 2000).